Sei sulla pagina 1di 11

EL TORO DE LAS MONEDAS DE ORO

Hace varios años vivía en la ciudad de Loja, el joven Andrés González el cual en sus tiempos mozos estaba prendado
de una jovencita que era muy hermosa, a quien todas las noches la visitaba en su morada.

La historia cuenta que el galán tenía que recorrer un largo camino y atravesar un corrientoso río para luego pasar por
una casa abandonada con el fin de llegar a casa de la jovencita.

Un día como cualquiera, Andrés se encontraba camino a visitar a su amada y en el momento en el que llegaba a aquella
casa abandonada sintió temor debido a que escuchó un fuerte bramido parecido al de un toro furioso, el muchacho
muy asustado se dirigió al lugar donde procedían los ruidos. Al llegar al lugar se llevó tremenda sorpresa ya que al
animal expulsaba espuma por su nariz y al verlo al mismo tiempo le arrojó varias monedas de oro a los pies de aquel
joven quien presuroso las recogió y las puso a buen recaudo. Prosiguió a su lugar de destino, pero no pudo cumplir su
meta porque durante el trayecto se sintió mal hasta tal punto de desplomarse y quedarse profundamente dormido.

Cuando despertó ya había amanecido y se dirigió camino a casa donde vivía con sus padres.Pero antes de regresar,
en la mitad del camino se encontró con un viejo amigo comentándole acerca de lo que le había sucedido la noche
anterior, quien le respondió que él conocía aquella historia y que se trataba de algo diabólico.

Este viejo amigo le comentó que aquel que cogía las monedas de oro tenía una maldición que se trataba de despilfarrar
todo ese dinero en vicios, mujeres y disfrutar al máximo la fortuna, y luego de algunos años morir pobre y abandonado.

Todo lo expuesto por su amigo se hizo realidad en aquel hombre que inconscientemente tomó las monedas ignorando
que aquellas monedas en efecto le traerían consecuencias muy graves a su vida pues la maldición se cumplió al pie de
la letra.

Andrés se hizo millonario, sin embargo; gastó todo su dinero en vicios que con el tiempo lo llevaron a morir pobre y
abandonado.

CAMINO DE LOS AHORCADOS

En una época antigua una epidemia se apodero de la ciudad de Loja, la lepra, todos aquellos que la padecían eran
aislados en el hospital San Juan de Dios. Los médicos que los atendían tomaban todas las precauciones posibles aunque
casi nadie quería trabajar allí por el temor a contagiarse de dicha enfermedad, a excepción de las personas en
circunstancias desesperadas lo cual los obligaba a trabajaren aquel lugar, tal fue el caso de Luz Marina a quién sus
padres echaron de su casa por cometer un pecado de amor, por tal motivo salió del campo a la ciudad con su hija
recién nacida para que la sanaran, como Luz Marina no tenía en donde quedarse las hermanas de la caridad le
ofrecieron que trabajase en el aislado, Luz Marina aceptó quedarse y vivió para siempre allí con su hija quien ya curada
recibió instrucción primaria y se capacitó para desempeñarse como enfermera.

A los 26 años Ana María era muy alegre, cumplía con sus obligaciones y luego salia a divertirse con sus amigos por los
terrenos de la parte posterior del edificio, donde se extendía una colina llena de eucaliptos y remataba en una cima
cortada a pico sobre el camino que más tarde empataría con los caminos de casería de Borja y Belén. Desde la cima
hasta el camino había una altura de al menos 50 metros y por un estrecho sendero oblicuo sobre el farallón transitaban
solo chivos y cabras que se alimentaban de la poca vegetación. Pero por ahí pasaba Ana María todos los días luego del
almuerzo, muy alegre por el placer de estirar sus ágiles piernas y desafiar el peligro. En uno de sus paseos Ana María
se encontró con Luis Felipe un joven que estudiaba derecho, con tal solo verse se amaron, no necesitaron hablarse con
tan solo mirarse supieron que estarían siempre juntos. Su amor era casto y puro, llevaban ya casi dos años de amarse
con locura reuniéndose en aquel solitario camino. Cuando murió Luz Marina por la lepra Ana María se quedó sin
familiares, pero con el gran amor de su vida a su lado. Tenían grandes planes pero un gran obstáculo se atravesó en
su camino. Un día Ana María luego del almuerzo arreglaba sus uñas en la ventana, sintió que su uña estaba desprendida
sin causarle ningún dolor. Ana María temía estar contagiada pero tras unos estudios se lo confirmaron, tenía lepra,
desesperada corrió hacia el camino en donde tendría su cita, Felipe aún no llegaba. Ana María busco en su delantal
una libreta en donde le escribió a Felipe que la perdonara por el dolor que le causaría y diciéndole que lo esperaría en
la eternidad, luego colocó en papel en su delantal mostrando parte de el para que sea visible y tomó varias cabuyas e
hizo una soga con la cual se subió a un árbol, la amarró a su cuello y se lanzó al vacío. Felipe al llegar y ver a su amada
en esas condiciones dio un gritó desesperado, trato de ayudarla pero era demasiado tarde. Hizo las mismas trenzas de
cabuya, las unió entre sí y amarró el de un extremo a su cuello y el otro a la rama del árbol del cual colgaba el amor de
su vida. Así se encontraron los dos cuerpos, desde ese entonces se lo llamo "El camino de los Ahorcados", casi nadie
se atrevía a transitar por aquella zona ya que se decía que en las noches se veía un bulto blanco y dos fantasmas que
corrían y jugaban por este camino hasta el amanecer.

EL CARRO DEL DIABLO

Un grupo de caballeros lojanos se encontraba en horas de la noche tomando en una cantina, ubicada en la calle Bolívar,
cerca de la Plaza de la Independencia de San Sebastián. Ellos escuchaban que un vehículo subía a toda velocidad y
parecía tener las ruedas de palo.

Los trasnochadores al escuchar el tremendo ruido dejaron sus botellas y vasos para ir a observar que es lo que sucedía.
Se sorprendieron al ver un carro negro, que parecía carroza fúnebre, que estaba rodeado de velas de colores que
arrojaba una luz fosforescente. Además, un cofre mortuorio que iluminaba al conductor que estaba vestido de negro
y parecía arrojar fuego de su rostro.

A los clientes de la cantina se les quitó hasta la borrachera al ver tremendo espectáculo. Uno de ellos se desmayó,
botaba espuma por la boca y perdió el conocimiento. Al día siguiente la noticia se regó en el pueblo.

Nadie ponía en tela de duda que era el diablo que venía en su carro hasta Loja para llevarse en cuerpo y alma a los que
habían muerto en pecado mortal.

Luego de ello, se estableció una costumbre entre los lojanos de acompañar a los difuntos durante las 24 horas del día
hasta el sepelio, sin fallar ningún solo minuto, y rezando para ahuyentar a Satanás para que no llegara en su fatídico
carro a llevarse a los muertos antes de recibir cristiana sepultura.

Algunas personas no creían en fantasmas, peor en el diablo, y adoptaron llamarse los liberales, quienes desafiaron a
aquella creencia y se reunieron para libar en la misma cantina de la esquina y afrontar aquel hecho sobrenatural.

A las 19:00 estuvieron instalados en una mesa con licor, mientras una guitarra entonaba pasillos. El silencio fue
evidente cuando sonaron las 12 campanadas de la torre de la iglesia de San Sebastián. De pronto se escuchó el alboroto
de aquel carro que hacía sonar sus ruedas de palo sobre la calle Bolívar. Cada vez se acercaba más.

De repente el “auto del diablo” se detuvo frente a la cantina. Vino una ráfaga de viento, abrió las puertas y apagó las
velas que iluminaban el sitio. Las ceras fueron cambiadas con aquellas que estaban dentro de la carroza y que arrojaban
una luz resplandeciente de diversos colores. La incredulidad y valentía de los jóvenes liberales se esfumó de un
momento a otro y enseguida salieron en precipitada carrera, muy asustados, junto a los dueños del local, en busca de
un refugio.

Lo curioso del caso es que al otro día se reunió la comunidad para dirigirse a la cantina, con el fin de inspeccionar la
calidad de velas dejadas allí la noche anterior, pero para esa hora no existía ninguna vela, sino unos largos huesos que
correspondían a un muerto.

Autoridades eclesiásticas recogieron los restos humanos, luego de echar agua bendita sobre el sitio y en devota
procesión con el pueblo los enterraron en el cementerio. Desde aquel día no se volvió a ver ni a escuchar sobre este
famoso carruaje fúnebre.
EL MUERTO DEL CONFESIONARIO

Parte de historia, parte de tradición, veamos lo que nos han contado acerca de un hombre que después de muerto
acudió a un confesionario.

En los albores del siglo XX era párroco de San Sebastián un sacerdote ilustre, sabio y virtuoso: el Dr Eliseo Alvarez quien
recorrió campos y poblados recogiendo limosnas para la edificación de la actual iglesia de San Sebastián y por lo tanto
a él se debe la realización de esa obra así como la instauración de la feria religioso comercial del 8 de diciembre,
aniversario de la Fundación de Loja.

En los mejores años de esta feria dicen que fue igual o mejor que la del 8 de septiembre, pero decayó notablemente
desde el saqueo ocurrido en 1906 que se conoce con el nombre de “Saqueo del Ocho” por haber ocurrido en 8 de
diciembre del citado año.

Y aunque cueste creerlo dicen que dicho saqueo se realizó por orden de un alta autoridad que, apremiaba porque no
llegaban las cuotas del gobierno para el rancho (comida de los soldados) que servían al ejército acantonado en esta
plaza, en vez de acudir a medios lícitos e inclusive a la filantropía de nuestra sociedad que siempre dio muestras de
magnanimidad, ordenó a la soldadesca que procediera a “saquear la ciudad por el lapso de dos horas”.

Como es fácil de imaginar, aquella tropa hambrienta prácticamente se desbocó y arrasó la ciudad tanto en el aspecto
material como moral, de modo que después de ese atrevido crimen lo único que le faltó a Loja fue arder igual que
Roma en tiempos de Nerón para que así se lave y se purifique tanta miseria, pues los soldados no sólo robaron todo
lo que pudieron, especialmente en las casas de las familias más acomodadas, sino que muchas mujeres fueron violadas
y casi toda la gente ultrajada de una u otra manera.

Por no con poca razón la voz de Loja se levantó altiva y pidió todo el rigor del castigo especialmente para la autoridad
que dio esa orden fatídica. Pero el mal ya quedó hecho y la que anteriormente fue una gran feria religioso-comercial,
como se dijo antes, después del saqueo quedó convertida en un asombra de lo que fue.

Lo narrado anteriormente pertenece al campo de la historia. Veamos ahora lo que nos cuenta la tradición y que la
gente asegura fue un hecho verídico que ocurrió algunos años después del “Saqueo del Ocho”.

Cuando el presbítero Dr. Eliseo Alvarez envejeció, perdió la vista y se quedó casi ciego, de modo que ya no podía
trabajar y pasaba la mayor parte en la iglesia de San Sebastián ya sea orando delante del altar o sentado en el
confesionario aliviando la conciencia de los fieles, de modo que allí lo encontraban a toda hora del día e inclusive la
noche entera del jueves santo feche especial a la que hoy concurren la mayor parte de los fieles católicos para borrar
sus pecados mediante el Sacramento de la Penitencia.

Y fue precisamente en la noche de un Jueves Santo cuando ocurrió lo inesperado. Faltaban pocos minutos para las
doce de la noche cuando salió en último penitente que se había reconciliado con Dios y el sacerdote iba a levantarse
del confesionario porque creyó que ya no había más personas a quienes prestarles su ayuda espiritual cuando escuchó
una voz desde el otro lado de la rejilla del confesionario, la cual le dijo:

!Padre, quiero confesarme!

Creí que ya no quedaba nadie en la iglesia…

Efectivamente así es. Ya no queda nadie en al iglesia.

Y usted…entonces… ¿quién es…?

Yo soy un alma de la otra vida. Un hombre que murió hace tiempo sin poder confesarse y especialmente sin poder
arreglar un grave asunto de conciencia…
¿Y ahora que es lo que desea?

¡Quiero que me confiese!

Nadie supo que le dijo el muerto al sacerdote, pero en cambio trascendió en los medios eclesiásticos y luego en toda
la ciudad que al día siguiente fue el Dr. Eliseo Alvarez a consultarle al señor obispo el grave asunto que le había
planteado esa alma de la otra vida y cuya respuesta debí llevarle esa misma noche a las 24 horas al confesionario de
la iglesia.

Después de cenar fue el santo sacerdote a sentarse en el confesionario y al sonar las campanadas de la media noche
oyó la voz del mueto que le decía.

¡Ya estoy aquí¡

¡Muy bien! Le contestó el sacerdote ¿Me trajo la respuesta del

Señor Obispo?

¡Si!

Ya lo sabía y se también cuál es la respuesta.

Entonces… ¿Por qué has vuelto?

Porque necesito que me absuelva.

Comenzó el sacerdote a rezar en latín las palabras que rompen las cadenas del pecado y cuando terminó sintió que ya
nadie estaba en la iglesia.

Sin embargo, haciendo un gran esfuerzo preguntó.

¿Aún está aquí?

Nadie respondió.

Entonces salió del confesionario y tomando su bastoncillo de no vidente, fue arrastrando los pies hasta llegar a la
Sacristía, en donde tocó la campanilla para que acudiera alguien a llevarlo hasta su habitación en el Convento.

A poco de este extraño suceso y agobiado por la edad y por las emociones que le causó haber confesado a un muerto,
falleció el Dr. Eliseo Alvarez y todos dijeron que fue un santo y un gran patriota, motivo por el cual su esclarecido
nombre con justicia fue puesto a una prestigiosa escuela lojana.

Fuente: Loja de Ayer; Relatos, Cuentos y Tradiciones de Teresa Mora de Valdivieso

EL TESORO DE QUINARA

Quinara es un poblado ubicado a 50 kilómetros de la ciudad de Loja, se cuenta que el botín por el rescate de Atahualpa
aún se encuentra en la viejas haciendas de esta zona.

Todo comienza cuando Francisco Pizarro, teniendo cautivo a Atahualpa, pidió por el un aposento llenos de oro hasta
la máxima altura del Inca y todavía un brazo levantado, los indios que apreciaban más la liberta de su líder que el oro,
rápidamente reunieron todo el oros del imperio inca y lo acomodaron en fardos, con el peso que un inca puede
soportar, se dice que una larga caravana de siete mil indios con aquel precioso metal, listos para reclamar la liberación
de Atahualpa, partieron rápidamente y al llegar al Valle de Piscobamba, recibieron la trágica noticia de la muerte de
Atahualpa en manos de Francisco Pizarro, entonces el jefe de la expedición “Quinara” tomo la resolución de jamás
entregarle el oro, por semejante crimen cometido.
Para esto en el lugar más apartado que encontraron realizaron en una distancia calculada, realizaron un inmenso
agujero, donde enterraron los siete mil fardos de oro, después la sellaron con amargasa amarilla, sobre piedras y
finalmente tierra. Después se alejaron lo suficiente hasta escuchar una quipa (corneta indígena), en ese lugar pusieron
un Mascaron que se dice que la gran nariz de su rostro apunta al “tesoro de quinara”.

Hicieron esto debido a que ellos albergaban la esperanza de que algún día los invasores se marcharían, dejándolos en
Paz, con el tiempo poco a poco se fue olvidando cierto acontecimiento, debido a que nadie hispano visitaba el valle se
Piscobamba pero un día cierto lego jesuita llego con todo el ánimo de encontrar algo, pero nunca se atrevió a hablar
por si acaso las moscas, así se quedó solitario y mudo y antes de morir decidió contar a algunos piadosos cristianos
que uno de los indios que caraba uno fardo de oro se había quedado en el colegio de jesuitas de Lima hasta muy
avanzada edad y que a punto de morir le había escrito u croquis del sitio de entierro, esto dejo perplejos a los
piscobambas, y así murió el jesuita.

Desde entonces varias personas han buscado el tesoro, pero el más nombrado fue el de Antonio Sánchez de Orellana,
que se dice encontró el bello metal tras el desprendimiento de la tierra, y que enseguida dispuso a comprar el
marquesado con algunos gramos de Oro, pero los pobres lojanos, realizaron un razonamiento “Si el Márquez Antonio
Sánchez trajo 120 mulas cargadas de oro, pero si eran 7000 indios con lo que más podían cargar, así que el resto del
tesoro sigue estando ahí”.

Y con este pensamiento marcharon en expediciones, varios empíricos, fueron en busca del tesoro sin impórtales
romper cualquier piedra en el proceso, así pues después de tanto escavar llegaron al mascaron de piedra, entonces
alegres creyendo que habían encontrado el tesoro, echaron a rodar el pobre mascaron y cavaron cada quien por su
lado, estallaron de euforia al encontrar la quipa, y hubiesen seguido así cavando si rumbo de no haber sido por alguien
que seguramente les recordó las palabras del humilde jesuita “ en línea recta de donde apunte el mascaron” entonces
se preguntaron varios cosas pero no lograron responder ninguna, después empezaron a dar ideas cada una más
descabellada que la anterior, y finalmente comenzaron a pelear, cundo terminaron todos estaban confundidos cada
quien había echado la culpa a otro, así que todos se retiraron con unas rocas para no quedar mal. Así es como se perdió
tanto el tesoro como el mascaron, ojala algún día se sepa dónde están.

El Torito Cango. Mitos y leyendas en la Cultura Palta

Toda cultura comprende ritos, mitos, leyendas, etc, que conforman su idiosincrasia característica. La Cultura Palta no
podría ser de otra manera y desde los años 500 de nuestra era, aproximadamente, comenzó a organizarse el Señorío
o Cacicazgo de los Paltas y más tarde la Confederación de los Paltas que ocupó todo el territorio de Loja, parte de
Zamora y El Oro. La Confederación, estuvo integrada por cuatro cacicazgos bastante similares: los Chaparra al norte,
los Garrochambas en el centro y oeste, los Calvas al este, y los Malacatos en noreste con dirección al Alto Chinchipe.
Con los incas, se integró al señorío de los Ambocas en el centro y los Saraguros en el norte.

Esta cultura preincaica creó sus propias leyendas y mitos a partir de sus creencias y os paso a transcribir una de las mas
famosas; El "torito Cango"

"En Catacocha, la montaña Pisaca era la deidad que hacía llover en la zona. Un mito muy popular nos confirma este
papel. El mito nos cuenta que el cerro Pisaca tenía un hijo, el "torito Cango", que pastaba en el cerro y que sólo podía
alimentarse del pasto que crecía en estos sitios. Este torito tenía la virtud de que al mugir hacía llover y él mismo era
un gran reproductor, de manera que mientras vivió en la zona había agua y prosperidad.

Cabe observar que el mito ha sido ambientado a la presencia del ganado vacuno que trajeron los españoles, pero
conserva la antigua tradición de relacionarlo con la lluvia y la fertilidad. Varios moradores sostienen que no era un
torito, sino un venado, es decir un animal propio de la zona. Cualquiera sea el animal, la pertenencia al cerro y su
nombre "Cango", lo relacionaban con la línea ritual que va desde Pisaca a Cangonamá: el toro se llama precisamente
"Cango", en tanto el sufijo "namá" siempre se refiere a lugar.

LA DAMA TAPADA

La dama tapada es una leyenda que en el Guayaquil de 1700 era común escuchar a los caballeros juergueos, que habían
sido seducidos por la Dama tapada, Quien era esta mujer que asusto a más de 1 guayaquileño? Nunca se supo...

Pero cuentan los caballeros que siempre veían a una mujer de elegante caminar, con vestidos de seda y encaje, de
esbelta figura y un perfume dulce de violetas y nardos, que llevaba una mantilla o velo que le cubría el rostro…

Todo seductor, al que le gustaba trasnochar, de seguro se sintió tentado a seguir los pasos de esta especial mujer, a
quien por mucho que estirara la mano, parecían no alcanzar, quien no respondía ni los más osados piropos.

Ella caminaba por los callejones más oscuros, por las calles más estrechas y por los lares más escondidos, sin inmutarse,
con paso seguro y dejando tras de sí ese perfume a nardos que enloquece a los hombres…

Escuchaba su risa, su respiración y el perfume embriagaba todo el aire de la noche…

Los hombres quedaban perplejos, cuando se percataban que su rostro era horrible, se dice que era un esqueleto, otros
dicen que era un demonio. Aquí les adjuntamos un video creado por JFCT1985 es una recreación de como
supuestamente la dama tapada atacaba a sus víctimas.

NAUN BRIONES

A más de 76 años de su muerte, la gente del medio rural, especialmente de la zona fronteriza Ecuador – Perú, lo
recuerda con nostalgia y guarda aún en su memoria relatos muy interesantes que a través de la tradición oral nos
traslada a un realismo mágico del siglo anterior. Cuentan que Naún, viviendo en carne propia el dolor, la miseria y la
injusticia social, desde muy joven se convirtió en bandolero y se propuso arrebatar algo de las fortunas a los ricos y
terratenientes para entregar a los pobres.

Claro está, que la mala distribución de la riqueza, lo encaminó a tomar estas decisiones; y cómo no iba a sentirse
marginado, si para él estaba clara la injusticia y desigualdad social; ¡la realidad histórica así lo demuestra! Toda la
provincia de Loja, en ese entonces, me refiero al siglo anterior, estaba dividida en grandes latifundios, posesionados
solamente por tres familias pudientes: los Eguiguren con 14 haciendas; los Burneo con 10; y los Valdivieso con 6; y con
latifundios menores, pero significativos, también los Arias, Samaniego y Riofrío.

Naún Briones vivió en una sociedad llena de desigualdades muy parecida a la actual, la riqueza del país concentrada
en pocas familias y grupos de poder.

Los campesinos, especialmente los chazos lojanos que habitan en el cordón fronterizo, son los que más lo recuerdan,
y alrededor de él se han tejido historias y ficciones que son parte de nuestro patrimonio narrativo cultural, relatos que
tienen algo de verdad, algo de historia y algo de fantasía; pero ante todo, más de leyenda y tradición que resistiendo
al tiempo se niegan a borrarse de la memoria colectiva.

En el pueblo lojano, sigue presente el recuerdo de Naún. Pero, ¿Quien fue realmente Naún Briones?, ¡se preguntará
la juventud actual! Naún Briones, fue un hombre de carne y hueso que vivió en el siglo anterior. Nació el 26 de
noviembre de 1902, allá en Cangonamá perteneciente al cantón Paltas, y murió el 13 de enero de 1935 en Sozoranga,
acribillado por un pelotón de carabineros al mando del Mayor Deifilio Morocho. Fue un bandolero.
Allá en Sozoranga, el octogenario, don José Alfredo Narváez, me contó este hermoso relato que hoy lo comparto a los
lectores: MI TÍO LO CASÓ A NAÚN. Es una narración sencilla, curiosa y ante todo muy original

¡Verá!, en la escuela del barrio Tumbunuma, a una legua de distancia desde aquí, era profesora la señora Isolina
Jaramillo, hermana de Dolores Jaramillo Mora, y como Naún andaba esquivándose de la tropa de Deifilio Morocho,
una vez llegó a ese lugar y ahí es cuando la conoce a Dolores y se enamora de ella. No demoró mucho le propuso
matrimonio, y mi tío, el cura Alfredo Narváez en 1934 es quien los casó. El matrimonio fue calladito, lo realizaron a la
media noche. No disfrutaron mucho porque en enero de 1935 murió Naún.

La gente decía que lo amenazó al cura y que le puso el cañón de la pistola en la sien para que lo case; ¡eso no es cierto!
Mi tío contó que Naún era un joven “muy educado, y que con toda delicadeza le solicitó que los case”, remarcaba,
“¡era sencillo y muy educado!”

Dolores era una joven morenita y bien simpática. Tenía 7 años más que Naún, no era mucho, pero era, mayor a él. Fue
muy devota, decían que se había casado con Naún para salvarle el alma, ¡si, esas eran sus intensiones!

Yo fui amigo de Dolores, ella me contaba que Naún era un hombre bohemio y generoso, un gran hombre que no
ofendía a nadie aquí, y es por eso que tenía muchas amistades.

Ahora, cuando se refiere a la muerte de Naún, continúa:

¡La tropa los acorraló en la quebrada! Los cerraron en círculo: desde Los Pozos bajan por aquí cerca de La Loma, se
encuentran con el barrio La Cruz y Guamaní; entonces, Naún y sus compañeros estaban entrampados y sin salida. Yo
vivía con mi madrina y le digo a ella, ¡ya lo entramparon a Naún! ¿y cómo sabes, me dijo? ¡Vaa!, contesto, ¡están
disparando a la redonda!, le están estrechando por todos los lados!

Cerca de Piedra Liza había una laguna grande, más arriba una peña. Ahí se refugiaron Rindolfo Espinosa, Victor Pardo
y Naún. Le hicieron bastante resistencia a Deifilio Morocho hasta que sin poder capturarlo, ordenó dinamitar la peña.
No murieron enseguida, alcanzó la absolución del padre, solamente Rindolfo Espinosa; decían que le encontraron
puesto en su cuello el escapulario de la Virgen del Carmen. ¡Había sido devoto de la virgencita! A Víctor Pardo le habían
vaciado los sesos. Pero a Naún ¡no le pudieron matar!, se suicidó. Eso se constató porque en 1988 cuando sacamos
sus restos del cementerio antiguo para colocarlo en el actual, ahí estaba visible aún el hueco que él mismo se propinó
en la cabeza.

Después a los muertos los trajeron al Cabildo para hacerles la autopsia. Fue don Abrahan Muñoz quien hizo este
trabajo. Yo, descuidándola a mi madrina vi toda la autopsia. Don Abrahan, con la ayuda de otras personas, pesaron en
una balanza de mates los sesos de Naún. No recuerdo bien si fueron dos o tres libras y media que pesó. Abrahan Muñoz
era un viejito talabartero que siempre lo llamaban para que haga estos trabajos.

Dolores Jaramillo, su mujer, mandó a hacer una buena caja para Naún, igual para Víctor Pardo sus familiares; pero a
Rindolfo le hicieron una mediana porque no tenía familiares aquí.

El 14 de enero, el Padre Alfredo Narváez celebró la misa de cuerpo presente para los tres. Yo recuerdo, que dijo: “Ayer
Sozoranga se vistió de luto, fue el día más triste, tres vidas se opacaron. Culpables o no, Dios los llamó a su lado y hoy
están caminando hacia el Señor”. En tanto que sus compañeros le compusieron las siguientes coplas que después las
cantaban en el pueblo:

Más de cien soldados vienen

a emboscarlo en Piedra Liza

la gente asustada llora

el cielo truena y graniza.


Con la sangre de Naún

la laguna se tiñó

Sozoranga se asustó

por la muerte de Naún.

Dijeron que lo mataron,

pero eso no sucedió

los pobres aseguraron

que él mismo se disparó.

En los cantones lojanos

sin miedo camina aún

tranquilo, valiente, ufano,

el bandolero Naún.

“No cabe duda que Naún Briones fue un bandido, pero un bandido muy decente”.

Hago mías las palabras de Cordobés Maure, escritor colombiano que dice:

“El pueblo me lo contó

y yo al pueblo se lo cuento

y pues la historia no invento

responda el pueblo y no yo”

LAS BRUJAS DE XAMORA HUAYCO

Tristeza gris sobre la quita ciudad a orillas del Zamora. Pesadez de siesta flotando en el ambiente. Arrimadas unas a
otras las viejas casas de un solo piso, con sus patios llenos de maleza y geranios, parecen estar deshabitadas. De rato
en rato una mujer sale de una habitación para volver a desaparecer en otra, sin turbar más que como una aparición
la monotonía del paisaje.

Las calles empedradas que por todos lados conducen a los ríos que circundan la ciudad, ahora están desiertas. Los
perros durmiendo sobre las aceras también participan de la languidez habitual de la tarde.

Enjaulada en la escuela de bullanguería de los niños y amarrados los hombres al trabajo, sólo la esposa cose remienda
o hila en la intimidad del hogar cuando no es ella la que regresa del río con la policromía de su batea de ropa va
poniendo una nota de color en las solitarias callejas.
El centro de la urbe tiene casas mejor presentadas y generalmente de dos pisos, con la infaltable tienda de víveres o
un desgarbado almacén frente a cuyo mostrador pasa un hombre o una mujer durmiendo la mayor parte del tiempo
y atendiendo de repente entre bostezo y bostezo a la escasa clientela que diariamente le visita.

Así, en una de esas casas situada en la calle principal pero hacia el sur de la ciudad, vivía una dama solterona a que
pasaba igual que los demás de su oficio dormitando las tardes tras el mostrador de su almacén. Las comodidades de
que gozaba y la vida sedentaria que llevaba, no pudieron por menos que volverla sumamente voluminosa y la grasa
terminó borrando sus facciones otrora regulares y bonitas.

Hasta que cumplió los cuarenta años había alentado la esperanza de encontrar un compañero para su solitaria vida e
hizo lo posible por mantenerse esbelta y conservar algo de su hermosura, pero una vez cruzado ese dintel, la
desesperanza invadió todo su ser y hasta los principios religiosos que aprendió en los lejanos años de su niñez murieron
ahogados por esa ola de despecho que la inundaba.

No pensó más entonces que vivir para satisfacer todos sus caprichos gastando la fortuna que había heredado de sus
padres.

No tengo para quien vivir ni para quien guardar mi dinero decía desdeñosamente cuando alguien le comentaba algo
acerca de la vida disipada que llevaba, y como las fortunas se hacen humo cuando de ellas no se cuida, llegó un día en
que la riqueza de la señorita María Filomena se redujo a unas cuatro antiguallas en muebles, aparte del almacén que
cada vez se lo miraba más vacío.

Mira Filuchita lo que es la vida: tus parientes ya no quieren prestarte un solo céntimo. Dicen que ya no tienes con que
responder y que estás arruinada.

Así llegó diciendo la vieja escuálida, misteriosa y parlanchina que la cuidó desde niña y que a raíz d la muerte de sus
padres, se había convertido en la única persona que cuidaba de ella y le hacía compañía.

¡Qué me importa! contestó la dama en forma displicente y agregó:

Prepárate para ir vendiendo los muebles que me quedan hasta que se acabe todo... ¡absolutamente todo! ¿Me
entiendes?

Pero...Filuchita ...y después de eso... ¿qué haremos?

Tú verás lo que haces con tu persona. Lo que es yo me largaré de aquí y no me volverán a ver nunca, aunque por allí
me muera como un perro.

Y diciendo esto dio media vuelta y fue a refugiarse en su dormitorio sin alcanzar a ver la chispa de maligna alegría que
brilló en los ojos de la vieja sirvienta.

¡Doña Sabina...! ¡Doña Sabina...! Soy yo Valeria ...! Abra un ratito gritaba la vieja sirvienta de la señorita Filomena a la
puerta de la tienducha negra y miserable, a cuyo dintel asomó su cara otra vieja de aspecto más sucio y renegrido que
la misma tienda.

¡Doña Valeria! ¿Qué vientos la traen por aquí? cuando yo creía que ya se había olvidado el camino...?

¡Ay, doña Sabina! cuando las penas llegan, no llegan solas y una tras otra nos van cerrando el cerco sin dejarnos ni una
sola tranquita por donde salir.

Ya ve... doña Valeria...¿Qué le dije la otra vez...? Déjese de regodeos y hagamos esa "visita" a Zamora Huayco... Pero
usté no quiso ni oír y ahora anda en apuros... Ya ve lo bien que está la Josefa, la Pancha y todas las que se han de
remilgos y pucheros...

Pero si ahora usté quiere... mañana mismo podemos ponernos en camino porque ¡justo cae último viernes del mes!
¡Ay doña Sabina! en eso mismito he andado pensando todo este tiempo y lo único que me atajaba era la niña Filuchita...
Pero ahora que la veo tan desesperada, estoy segura que no se va a negar...

¿La niña Filuchita ha dicho...?

¡Claro! Mi niña Filuchita que ahora si está dispuesta a vender su alma al diablo...!y con ella si me voy con usté de mil
amores!

No hay entonces de qué más hablar... Tiene esta noche y todo el día de mañana para que la convenza a su niña Filuchita
y a las siete de la noche iré a la casa de ustedes para emprender el "vuelo" a Zamora Huayco.

Hasta mañana... entonces... doña Sabina...

Hasta mañana doña Valeria y... ¡cuidadito con volverme a fallar...!

A las seis de la tarde con el tañido del Angelus, la gente acostumbraba tomar su merienda, luego se rezaba el Rosario
y a las siete de la noche representaba el momento propicio para iniciar el reposo que no significaba precisamente ir a
la cama sino recogerse dentro de las tertulias familiares, pues las calles alumbradas sólo de trecho en trecho por la
escasa luz de los faroles no ofrecían ninguna seguridad para el viandante.

A partir de aquella hora, en cambio la situación se presentaba propicia para las picardías, maldades y brujerías de
quienes se escudaban a las sombras de la noche para practicar el mal. Y era precisamente a esa hora siete de la noche
cuando el grupo de viejas que practicaban maleficios empezaba a salir de sus casuchas para dirigirse a la cueva de
Zamora Huayco en donde se aseguraba que las brujas adoraban al mismo demonio.

Muy puntual a la cita la vieja haraposa de doña Sabina, saboreando la dicha de su nueva conquista, a las siete estuvo
en la casa de la señorita Filomena. Luego de exhortar a ésta y a su vieja criada para que renegaran de las cosas santas,
les hizo repetir la fórmula que las pondría en condiciones de llegar a la cita de Zamora Huayco e inmediatamente se
sintieron transformadas en algo liviano y pequeño, que cuando la vieja Sabina dijo !vamos!, se elevaron fácilmente por
el aire y partieron en silencioso vuelo.

Cuando volvieron a recobrar el dominio de sus facultades humanas, la señorita Filomena y doña Sabina se encontraron
sentadas sobre unas grandes piedras que a manera de asientos se hallaban distribuidas en semicírculo dentro de una
enorme y obscura cueva la que llegaba un rumor de un cercano río.

Decenas de voces provenientes de otras tantas personas sentadas sobre las piedras, de rato en rato dejaban oír un
ininteligible susurro y en medio de la cueva alumbrada por la luz de una hoguera estaba un enorme chivo con una
cabeza exactamente igual a la del demonio.

Un terrible escalofrío sacudió el cuerpo de la señorita Filomena y sintió el impulso de huir despavorida, pero la vieja
Sabina le apretó fuertemente el brazo y los ojos de Valeria la fulminaron como dardos de fuego, de modo que
comprendió que no podía echarse atrás y resolvió afrontar la situación, cuanto más que había estado resuelta a todo
cuando aceptó la propuesta de las dos brujas.

Después de aquellos roncos susurros que duraron momentos que le parecieron interminables, las brujas comenzaron
a levantarse de sus asientos e Iban a postrarse a los pies del chivo con cabeza de demonio y luego de que le besaban
las patas, recogían del suelo una bolsa de cuero llena de monedas que tintineaban al chocar unas con otras
denunciando su contenido.

Terminado este ritual las brujas volvían a pronunciar el estribillo que las transformaba en murciélagos, pavos u otras
aves voladoras y retornaban a sus viviendas en donde luego adquirían otra vez su forma natural.

¿Qué te pareció Filuchita, la reunión de anoche en Zamora Huayco...?


¡Ay, Valeria...! dijo la señorita Filomena con un cansancio en la voz cual si hubiera regresado de un largo viaje.

¿Qué te pasa, Filuchita, qué te pasa? inquirió curiosamente la vieja.

¡Nada, nada...! Solamente siento un cansancio como si tuviera el cuerpo molido. Pero sí debo decirte que no me gustó
en absoluto esa porquería de anoche.

¡Ay mi Filuchita! ya vas a tener un mes entero para descansar y más que nada para disfrutar de esas preciosas monedas
de oro que trajimos del "viajecito" .

A ver, trae acá para verlas, pues yo creo que no son más que pura fantasía...

No hay tal. Aquí están para voz mismitico compruebes que son de oro purísimo...

Y diciendo esto, la vieja hizo restallar sobre la mesa aproximadamente una docena de brillantes monedas de oro.

¡Ah! si es así concluyó la señorita Filomena bien vale la pena seguir besando las patas del chivo.

Con el dinero que traía de aquellas reuniones de brujas en Zamora Huayco, volvieron los parientes los amigos y hasta
los admiradores de la señorita Filomena y entre estos últimos se contaban los vecinos del cuartel de infantería que
quedaba a pocos metros de su casa.

Una noche cuando dos de ellos hacían guardia y se paseaban por el patio del cuartel, aproximadamente a las siete de
la noche vieron salir de la casa de la señorita Filomena a dos animales que parecían pavos y en callado vuelo pasaron
sobre sus cabezas en dirección a Zamora Huayco fue tan inesperado lo que vieron que no se atrevieron ni siquiera a
levantar el rifle, pero tuvieron cuidado de seguir escrutando el firmamento y no se sorprendieron demasiado cuando
vieron retornar silenciosamente a los animales voladores que antes habían pasado por allí.

Momentos antes habían sonado las doce campanadas de la medianoche en el campanario de la iglesia de San Sebastián
y los dos guardias en parte con miedo y en parte con curiosidad apuntaron su rifle en dirección de los dos animales
que se acercaban volando bajo y cadenciosamente. Su error fue apuntar los dos al más grande, de modo que una sola
de las pavas cayó pesadamente sobre el patio del cuartel, mientras que la otra siguió su camino hasta descender en
dirección de la casa de la señorita Filomena.

Cuando los guardias vieron caer al animal, corrieron a mirarlo. Pero su sorpresa no tubo límites, cuando en vez del
animal, se encontraron con el cuerpo ensangrentado de la señorita Filomena.

Uno de los tiros le había perforado la cabeza y otro el corazón. Entre los estertores de la muerte la agonizante pidió a
los guardias que por favor la llevaran y la dejaran morir en su casa sin decir de ello un apalabra a nadie.

Los guardias accedieron a su petición y luego de dejar a la moribunda en manos de la vieja sirvienta que los había
estado esperando en la puerta, regresaron a su cuartel y sacrificaron a un perro para justificar el ruido de los tiros y la
presencia de la sangre que había quedado regada sobre el patio.

Potrebbero piacerti anche