Sei sulla pagina 1di 25

Órdenes Menores

Los órdenes menores eran instituciones eclesiásticas a las que antiguamente se accedía por una
ceremonia o rito de ordenación realizada a clérigos que ya habían recibido la tonsura para que
desempeñaran determinados servicios a la Iglesia -esto implicaba, antes de la separación Iglesia-
Estado, que se pasaba a estar solo bajo jurisdicción eclesiástica y se pasaba a asumir las
obligaciones que este estado conllevaba-.

Así, dentro de la jerarquía católica, había ocho órdenes: cinco menores y tres mayores. Los
órdenes menores son los de ostiario, lector, exorcista, acólito y subdiácono; los mayores, el
diaconado, el presbiterado y el episcopado.

Se confería la tonsura, rito por el que se ingresaba en el clero; se confería antes de las órdenes
menores.

Recepción de la tonsura.

-El portero u ostiario (del latín ostiarius, que a su vez procede de ostium, que significa puerta) era
el clérigo que había recibido la primera de las órdenes menores y tenía a su cargo abrir y cerrar la
puerta de la iglesia, así como guardarla, llamar a tomar la comunión a los dignos (rechazando a los
indignos) y conservar las cosas sagradas: es el guardián del Santísimo Sacramento que se oculta en
el Sagrario.

En la ceremonia de ordenación, el obispo u arzobispo le presentaba al aspirante las dos llaves del
templo sobre un plato y, mientras el aspirante las tocaba, le decía:

«Actúa de tal suerte que puedas dar cuenta a Dios de las cosas sagradas que se guardan bajo estas
dos llaves...»

... y abre las puerta de la iglesia,

manifestando su responsabilidad de hacerse cargo del templo.


La orden de ostiario era el ostiariado, y fue suprimida junto con las otras cuatro órdenes menores
en 1972, como queda recogido en el Motu proprio de Pablo VI.

-El lector era a quien se le confería el oficio de leer o cantar públicamente en el templo las santas
escrituras, según los libros del canto litúrgico; además ayudaba al diácono en sus labores
ministeriales, enseñando el catecismo al pueblo, y bendiciendo hogares y bienes para consagrarlos
a Dios.

En la ceremonia de ordenación, el obispo le presentaba el Misal Romano y, mientras el candidato


lo toca con su mano derecha, le dice:

«Sé un fiel transmisor de la palabra de Dios,

a fin de compartir la recompensa con los que desde el comienzo de los tiempos han administrado
su palabra...».

Es una de las dos órdenes menores reconvertidas en "ministerios laicales" que aún se conservan,
junto al acólitado. Actualmente se confiere no por ordenación sacramental sino por colación, un
rito de bendición en el que el fiel laico es instituido para ésta misión, sin dejar el estado laico. A
pesar de ser ministerio para laicos, se suele administrar a los candidatos al sacerdocio, como
preparación al mismo.

En la práctica, el oficio de leer las escrituras durante la liturgia se hace sin poseer este ministerio.

-El exorcista era a quien se le confiere el oficio de imponer las manos sobre los posesos del
demonio, recitar los exorcismos aprobados por la Iglesia y presentar el agua bendita.

En la actualidad, este oficio eclesiástico es recibido por el orden sacerdotal, por lo que solo lo
pueden ejercer presbíteros, de ordinario antes del bautismo, y de modo extraordinario, con un
permiso especial del ordinario de su diócesis, cuando la grave ocasión lo requiera.

En la ceremonia de ordenación, el obispo le presentaba el libro de exorcismos al ordenando para


que lo tocara con la mano derecha, y le decía:

«Recíbelo y confía a la memoria las fórmulas;

recibe el poder de poner las manos sobre los energúmenos que ya han sido bautizados
o sobre los que todavía son catecúmenos...».

-El acólito era a quien se le confería el poder espiritual de portar luces en el templo y de presentar
el vino y el agua.

Al ordenarse, el aspirante tocaba con su mano derecha el candelero con un cirio apagado que le
presentaba el obispo, mientras este le decía:

«Recibe este candelero y este cirio,

y sabe que debes emplearlos para encender la iluminación de la iglesia,

en el nombre del Señor...».

Después el obispo le entregaba una vinajera vacía, y mientras el aspirante la tocaba con los dedos
de la mano derecha, le decía:

«Recibe esta vinajera

para proveer el vino y el agua en la eucaristía de la sangre de Cristo,

en el nombre del Señor...»

Éste ministro, además de ser el ayudante insitutido para la celebración eucarística -función
también hoy día desarrollada por ministros no instituidos, como ocurre con los lectores-, es
además Ministro Extraordinario de la Comunión (creación reciente), por lo que puede sustituir al
sacerdote o al diácono para llevarla a los enfermos o impedidos, entre otras funciones.

-El subdiaconado era, por su naturaleza, un orden menor, pero en la Iglesia católica, entre el siglo
XII y el XX, fue cosiderada como el primero de los órdenes mayores, por las obligaciones que
implica. De hecho, el Concilio de Trento definió que la jerarquía de orden de institución Divina solo
incluía los tres primeros grados de orden -episcopado, presbiterado y el diaconado (De
sacramento ordinis, IV, 6). Aunque el Concilio declaró que los Padres y consejeros habían colocado
el subdiaconado entre los órdenes mayores (De sacramento ordinis, II), fue considerado solo una
institución eclesiástica.

Era el único orden menor que tenía un ornamento propio: la tunicela (similar, o prácticamente
igual a la dalmática de diácono).

Los candidatos al subdiaconado, con tunicela y manípulo en mano.

El nuevo subdiacono cantando la Epístola de la Misa.

Gran postración y Letanía de los Santos.

Tocamiento del Cáliz.

«Ve el divino ministerio que te es confiado;

es por eso que debo advertirte que te conduzcas siempre de una forma que agrade a Dios...»

Tocamiento de las vinajeras y del Libro de las Epístolas.

«Recibe el libro de las Epístolas con el poder de leerlo para los vivos y los muertos».

Imposición de la tunicela.

El nuevo subdiacono canta la Epístola de la Misa.


La función principal del subdiácono era la leer la epístola durante la misa —función hoy dada al
lector—, y servir en el altar, así como purificar fuera del altar los lienzos y vasos sagrados —
funciones hoy dadas al acólito—.

En algunas ocasiones muy solemnes se ha visto que los acólitos instituidos se revestian con
tunicelas. Y en las ocasiones solemnes el Obispo utiliza debajo de la casulla la dalmática y debajo
de ella la tunicela (réplicas en seda sin forrar de la que visten el diácono y el subdiácono), para
indicar que en él reside la plenitud del sacerdocio (Rubricarum Instructum, nrs. 134, 135 y 137).

Las órdenes menores


La Iglesia de Cristo es una sociedad perfecta, siempre viva y fecunda, que capta
a sus propios miembros y se perpetúa a sí misma, puesto que Su Fundador le
dio su promesa de que permanecería hasta Su Regreso (Mt 28, 20) y que las
puertas del infierno no prevalecerían sobre ella (Mt 16, 18). Siendo
esencialmente una y jerárquica, se compone de clérigos y de laicos, de
superiores y de subordinados, gobernados por los obispos, que a su vez se
someten a la autoridad del Sumo Pontífice. De esta forma, el Romano
Pontífice y el Colegio Episcopal forman la autoridad suprema y plena sobre
toda la Iglesia (cánones 330, 331 y 336 CIC).
Ilustración del cursus honorum, con los distintos peldaños que van desde la tonsura al sacerdocio
(Ilustración: Modern Medievalism)

Dentro de este esquema, el Orden Sagrado es el sacramento que da la potestad


de ejercitar los sagrados ministerios que miran al culto de Dios y a la salvación
de las almas, e imprime en el alma el carácter de ministro de Dios para
siempre. Se llama orden porque consiste en varios grados, subordinados el
uno al otro, del que resulta una jerarquía sagrada. Esto significa que existe una
gradación en las órdenes sagradas y cada uno de sus elementos forma una
auténtica jerarquía, estando encadenados de manera ascendente hacia el
completo ejercicio del munus confiado por Cristo para el servicio de la Iglesia
militante. El supremo de esos grados es el episcopado, que encierra la plenitud
del sacerdocio; después viene el presbiterado o sacerdocio; luego el diaconado
y el subdiaconado, y las ordenes que se llaman menores. El propio Cristo
instituyó inmediatamente los grados superiores del orden sagrado, como son
el episcopado y el sacerdocio: el primero cuando eligió de entre sus discípulos
a los Doce Apóstoles (Mc 3, 13-19; Lc 6, 12-16); y el segundo en la Última Cena,
cuando les ordenó consagrar el pan y el vino en memoria suya hasta el final de
los tiempos (Lc 12, 19), y cuando les confirió a sus discípulos la facultad
general de atar y desatar (Mt 15, 19; 18, 18) y de perdonar y retener los pecados
(Jn 20, 21). A través de los Apóstoles, fue instituido el diaconado, del que se
derivan las demás órdenes inferiores. De hecho, San Roberto Belarmino
(1542-1621), en sus controversias con los protestantes, enseña que la
institución de las demás órdenes es también de tradición apostólica (en
la Tradición apostólica de Hipólito se mencionaba a los lectores y a los
subdiáconos, y en una carta del Papa Cornelio a Fabián datada el año 252 se
referían ya los siete grados definidos por el Concilio de Trento: presbíteros,
diáconos, subdiáconos, acólitos, exorcistas, lectores y ostiarios).

El sacerdocio ministerial o jerárquico de los obispos y de los presbíteros, y el


sacerdocio común de todos los fieles, presentan entre sí una diferencia que es
esencial y no sólo en grado, aunque ambos están ordenados el uno al otro y
participan, cada uno a su manera, del único sacerdocio de Cristo. En lo que
atañe al sacerdocio ministerial, éste se encuentra al servicio del sacerdocio
común, para el desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos a
través de la vida sacramental. Es uno de los medios por los cuales Cristo no
cesa de construir y de conducir a su Iglesia. Por esto es transmitido mediante
un sacramento propio, el sacramento del Orden. De ahí que la ascensión
gradual al sacerdocio por medio de las órdenes menores y mayores sea una
costumbre antiquísima en la Iglesia, puesto que quien lo ejerce ha de tener la
preparación e idoneidad necesarias.

Ahora bien, en rigor el sacramento del orden se ha conferido siempre en tres


grados: diácono, presbítero y obispo. Sólo respecto de estas órdenes mayores
concurren las cuatro condiciones propias de todo sacramento: materia, forma,
ministro y sujeto apto. Respecto de la tonsura, las órdenes menores y el
subdiaconado, se trata de un sacramental y, por tal razón, no se imponen al
manos al candidato.

El rito esencial del sacramento del Orden está constituido por la imposición
de manos del obispo sobre la cabeza del ordenando (materia) y por la
recitación de la oración consecratoria específica que pide a Dios la efusión del
Espíritu Santo y de sus dones apropiados al ministerio para el cual el
candidato es ordenado (forma).
Imposición de manos durante una ordenación sacerdotal tradicional en la catedral de Auxerre
(Francia)
(Foto: FSSP/New Liturgical Movement)

Puesto que el orden es el sacramento del ministerio apostólico, corresponde a


los obispos, en cuanto sucesores de los Apóstoles, transmitir el don espiritual
y la semilla apostólica a otros. Los obispos válidamente ordenados, vale decir,
que están en la línea de la sucesión apostólica, son el ministro que confiere
válidamente los grados del sacramento del Orden.

Por último, sólo el varón bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación.


Esto se debe a que Cristo eligió a hombres para formar el colegio de los doce
Apóstoles (cfr. Mc 3,14-19; Lc 6,12-16), y los Apóstoles hicieron lo mismo
cuando eligieron a sus colaboradores (1 Tm 3,1-13; 2 Tm 1,6; Tt 1,5-9) que les
sucederían en su tarea (San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios, 42, 4;
44, 3). El colegio de los obispos, con quienes los presbíteros están unidos en
el sacerdocio, hace presente y actualiza hasta el retorno de Cristo el Colegio de
los Doce. La Iglesia se reconoce vinculada por esta decisión del Señor (véase el
interesante artículo de C. S. Lewis al respecto, y también lo dicho en esta
entrada). Esta es la razón por la que las mujeres no reciben la ordenación,
como ha sido recordado recientemente por el Magisterio invariable de la
Iglesia [cfr. Juan Pablo II, Encíclica Mulieris dignitatem (1988), núm. 26-27,
y Carta apostólica Ordinatio sacerdotalis (1994); Congregación para la
Doctrina de la Fe, Declaración Inter insigniores (1976), y Respuesta a una
duda presentada acerca de la doctrina de la Carta Apostólica "Ordinatio
Sacerdotalis" (1995)].

Todos los ministros ordenados de la Iglesia latina, exceptuados los diáconos


permanentes que se establecieron después del Concilio Vaticano II, son
ordinariamente elegidos entre hombres creyentes que viven como célibes y
que tienen la voluntad de guardar el celibato por el Reino de los cielos (Mt 19,
12). Llamados a consagrarse totalmente al Señor y a sus cosas (1 Co 7,32), se
entregan enteramente a Dios y a los hombres. De esta manera, el celibato es
un signo de esta vida nueva al servicio de la cual es consagrado el ministro de
la Iglesia; aceptado con un corazón alegre, anuncia de modo radiante el Reino
de Dios.

En esta entrada trataremos de las órdenes menores, que son los grados dentro
del proceso de ordenación que reciben los clérigos que ya han sido tonsurados
para que desempeñen determinados servicios a la Iglesia. Ellas
desaparecieron con la reforma posconciliar, siendo sustituidos por los
ministerios laicales de lector y acólito, aunque perviven respecto de los
institutos de vida consagrada y en las sociedades de vida apostólica que
dependen de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei y en aquellos donde se
mantiene el uso de los libros litúrgicos de la forma extraordinaria. De igual
forma, las Iglesias orientales también conservan sus propias órdenes menores
(acólito, cantor y subdiácono). Una próxima entrada versará sobre las órdenes
mayores.
Toma de sotana
(Foto: FSSPX)

La toma de sotana y la tonsura

El proceso de formación de un joven que aspira al sacerdocio comienza con un


primer año de espiritualidad, durante el cual el aspirante aprende los
principios de la vida interior, la vida de unión con Dios y los fundamentos del
combate espiritual que ella implica. En rigor, la formación recibida en este
año, si es hecha a conciencia, debiese repercutir en todos los años siguientes e
incluso en la vida del futuro sacerdote, puesto que quien abraza el estado
eclesiástico ha de tener como único fin la mayor gloria de Dios y la salvación
de las almas. Durante ese primer año, los formadores del seminario pueden
descubrir si el aspirante posee de verdad una vocación divina para el
ministerio sacerdotal, la cual es requisito indispensable para abrazar el estado
eclesiástico (Jn 16, 16; Hb 5, 4), y si lleva una vida de acorde con ese estado.
Nadie tiene, por tanto, un derecho a recibir el sacramento del orden.

La costumbre tradicional era que los seminaristas se revistiesen del hábito


eclesiástico durante el curso de su primer año de seminario. Esa ceremonia
marcaba profundamente a los seminaristas, pues ese día concretaban su
voluntad de entregarse a servicio de Nuestro Señor Jesucristo con el abandono
definitivo de su traje secular, revistiéndose con el hábito eclesiástico. Además
de su valor simbólico, la sotana es al mismo tiempo una protección para el que
la lleva y un valioso medio de apostolado (véase lo dicho en esta entrada).

Durante el segundo año de seminario, cuando el seminarista comienza el


estudio de la filosofía, tenía lugar la ceremonia de la tonsura, con su fuerte
simbolismo de renuncia al mundo y vencimiento del propio orgullo. Aun
cuando la toma de sotana fuese un acontecimiento importante, la tonsura lo
era aún más porque conducía a la clericatura, consagrándolo a los ministerios
divinos, introduciéndole en la jerarquía de la Iglesia y preparándolo así a la
recepción de las órdenes sagradas. Con todo, la tonsura no era una orden
sagrada propiamente tal, sino que constituía una simple adscripción de una
persona al servicio divino en cosas tales como las que son comunes a todos los
clérigos, por ejemplo, el servicio del altar (véase aquí la entrada dedicada a los
ministros sagrados).

Este rito consistía en que un cristiano bautizado y confirmado era recibido en


el orden clerical mediante el recorte de su pelo y la investidura con la
sobrepelliz. Conviene recordar que entre los griegos y romanos la costumbre
de afeitarse la cabeza era un signo de esclavitud, y de ahí nace la costumbre de
los monjes de cortarse el pelo al ras, que hacia finales del siglo V o comienzos
del siglo VI pasa al clero secular.

Rito de tonsura tradiciona en Lincoln, Nebraska (EE.UU.)


(Foto: Distrito Norteamericano de la FSSP)

Las órdenes menores

Antes de llegar al sacerdocio, los seminaristas avanzaban progresivamente


hacia el altar. Hasta la reforma litúrgica, en el tercero (segundo de filosofía) y
cuarto año (primero de teología) recibían las llamadas órdenes menores:
ostiario, lector, exorcista y acólito. Después venían las otras tres, denominadas
órdenes mayores o sagradas: en el quinto año (segundo de teología) recibían
el subdiaconado y el diaconado, y en el año siguiente (tercer y último de
teología), el sacerdocio. La vida del seminario estaba así jalonada por las
ordenaciones, que marcaban para el seminaristas pasos visibles en su ascenso
hacia el altar del Señor, al cual quedarían consagrados para siempre. Dada su
importancia, estaba previsto que antes de cada ordenación se hiciese un retiro
de tres días para las órdenes menores y de seis días para las órdenes mayores
del subdiaconado, diaconado y sacerdocio, de manera de comprobar la plena
voluntad del seminarista respecto del compromiso que adquiriría. Cuando
cumplen funciones litúrgicas, la vestimenta propia de los clérigos que han
recibido las órdenes menores es la sotana y la sobrepelliz.

(1) El ostiario

El ostiario era el primer grado de las ordenes sagradas y en él se consagraba


al guardián del templo, que llama a los fieles al sonido de las campanas y
conserva las cosas dedicadas al culto divino. Confería el cargo de abrir y cerrar
la iglesia, de apartar de ella a las personas indignas, y de guardar los vasos y
ornamentos sagrados, y ser guardián del Santísimo Sacramento que se oculta
en el Sagrario. En la ceremonia de ordenación, el obispo le presentaba al
aspirante las dos llaves del templo sobre un plato y, mientras el aspirante las
toca, le decía: "Actúa de tal suerte que puedas dar cuenta a Dios de las cosas
sagradas que se guardan bajo estas dos llaves...". Después, el aspirante tocaba
la campana de la iglesia. La virtud especial que requiere esta orden era el celo
por la casa de Dios y las almas.

Durante la ceremonia que confiere el grado de ostiario, el candidato pone simbólicamente su mano
sobre las llaves del templo
(Foto: Offerimus Tibi Domine)
El nuevo ostiario toca simbólicamente las campanas del templo, una de sus tareas
(Foto: Distrito norteamericano de la FSSP)

(2) El lector

El segundo grado de las ordenes menores era el lectorado, por el que se


confería el oficio de leer o cantar públicamente en el templo las Sagradas
Escrituras, según los libros del canto litúrgico, sobre todo en el oficio de
Maitines, además de ayudar al diácono en sus labores ministeriales,
enseñando el catecismo al pueblo, y bendiciendo hogares y bienes para
consagrarlos a Dios (por ejemplo, los panes y frutos nuevos). En la ceremonia
de ordenación, el obispo le presentaba al aspirante el Misal Romano y,
mientras el candidato lo toca con su mano derecha, le decía: "Sé un fiel
transmisor de la palabra de Dios, a fin de compartir la recompensa con los que
desde el comienzo de los tiempos han administrado su palabra...". Las
virtudes especiales del lector eran el amor y el estudio de la Sagrada Escritura,
así como el celo por la santificación de los fieles. Se requería una fe profunda
para cumplir santamente estas funciones.
Al momento de ser ordenado lector, el candidato pone su mano sobre el Evangeliario
(Foto: Papa Stronsay)

(3) El exorcista

La tercera orden era la de exorcista, por la que se confería el oficio de imponer


las manos sobre los posesos del demonio, alejar éste de los fieles, recitar los
exorcismos aprobados por la Iglesia y llevar el agua bendita. En la ceremonia
de ordenación, el obispo le presentaba el libro de exorcismos al ordenando
para que lo tocase con la mano derecha, y le decía: "Recíbelo y confía a la
memoria las fórmulas; recibe el poder de poner las manos sobre los
energúmenos que ya han sido bautizados o sobre los que todavía son
catecúmenos...". Sus virtudes particulares son la pureza de corazón y la
mortificación de las pasiones.

Con todo, cumple advertir que este oficio en realidad sólo puede ser ejercido
por presbíteros, de ordinario antes del bautismo, y de modo extraordinario,
con un permiso especial del ordinario de su diócesis, cuando la grave ocasión
lo requiera. La licencia se concede solamente al presbítero piadoso, docto,
prudente y con integridad de vida, sea de forma estable o ad casum.

Respecto del ritual para la práctica de un exorcismo, en respuesta fechada el


13 de diciembre de 2011 (Prot. núm. 39/2011L), monseñor Guido
Pozzo, secretario de la Pontificia Comisión Eclessia Dei, respondió
afirmativamente a la consulta efectuada por el Rvdo. Francesco Bamonte,
exorcista de la Diócesis de Roma, sobre la posibilidad de emplear el Rituale
Romanum en vigor en 1962, vale decir, aquel promulgado por el papa Paulo
V en 1614 y cuya última edición fue hecha en 1952. Por su parte, la forma
ordinaria para practicar un exorcismo está contenida en De Exorcismis et
Supplicationibus Quibusdam, publicado el 26 de enero de 1999 por la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

Al ser ordenado exorcista, el candidato pone su mano sobre el libro de exorcismos


(Foto: Papa Stronsay)

(4) El acólito

La cuarta orden menor era la de acólito, el cual participaba de modo mucho


más cercano en la Santa Misa, que es la finalidad principal del sacramento del
Orden, sirviendo a los ministros sagrados el vino y el agua en el altar y
portando las luces en el templo. Al ordenarse, el aspirante tocaba con su mano
derecha el candelero con un cirio apagado que le presenta el obispo, mientras
éste le decía: "Recibe este candelero y este cirio, y sabe que debes emplearlos
para encender la iluminación de la iglesia, en el nombre del Señor...". Después
el obispo le entregaba una vinajera vacía, y mientras el aspirante la tocaba con
los dedos de la mano derecha, le dice: "Recibe esta vinajera para proveer el
vino y el agua en la eucaristía de la sangre de Cristo, en el nombre del Señor...".
El acólito tenía que esforzarse por llevar una vida casta según la grandeza del
ministerio que ejerce. Su cometido podría ser desempeñado por ministros
laicos, según explicados en esta entrada.

Durante la ceremonia de ordenación como acólito, el candidato recibe un candelero y un cirio


(Foto: Papa Stronsay)

La reforma posconciliar y la abolición de las órdenes menores

En cumplimiento de las directrices del Concilio Vaticano II, el 15 de agosto de


1972 el papa Pablo VI promulgó la Carta en forma de motu proprio Ministeria
quaedam. Ella suprimía las órdenes menores para la Iglesia latina y las
transformaban en ministerios laicales (II y III), quedando sólo las de lector
(véase aquí lo dicho sobre este ministerio en la liturgia reformada) y acólito
como servicios destinados respectivamente a la palabra y el altar (IV). En el
Préambulo de este documento se explica que la razón del cambio se ordenaba
a dar a dichos ministerios una coherencia funcional mayor, ya que, por
ejemplo, las funciones del ostiario eran propias de un sacristán y las del
exorcista correspondían al presbítero, que es el que, por haber recibido la
unción con el crisma sobre sus manos, tiene el poder de imponerlas a otros y
bendecir y, por tanto, de invocar a Dios para que el demonio salga del cuerpo
del fiel exorcizado. Como fuere, tras la reforma paulina esos ministerios
quedaron igualmente reservados sólo a varones (VII) y deben ser conferidos
por el respectivo ordinario (IX). Consiguientemente, desapareció la primera
tonsura, puesto que la incorporación al estado clerical quedó vinculada al
diaconado (I), idea que repite para los institutos tradicionales el artículo 30
de la instrucción Universae Ecclesiae. Antes, el estado clerical comenzaba con
la tonsura y era posible ser creado cardenal sin haber recibido las órdenes
mayores (por ejemplo, un caso célebre es el del Cardenal Guilio Mazarino,
primer ministro de Francia entre 1643 y 1661).

Sin embargo, la disciplina anterior sigue vigente respecto de los institutos de


vida consagrada y en las sociedades de vida apostólica que dependen de la
Pontificia Comisión Ecclesia Dei y en aquellos donde se mantiene el uso de los
libros litúrgicos de la forma extraordinaria, los cuales pueden seguir usando
el Pontificale Romanum de 1962 para conferir las órdenes menores y mayores
(artículo 31 de la instrucción Universae Ecclesiae).

Las órdenes menores

La Iglesia de Cristo es una sociedad perfecta, siempre viva y fecunda, que capta a sus propios
miembros y se perpetúa a sí misma, puesto que Su Fundador le dio su promesa de que
permanecería hasta Su Regreso (Mt 28, 20) y que las puertas del infierno no prevalecerían sobre
ella (Mt 16, 18). Siendo esencialmente una y jerárquica, se compone de clérigos y de laicos, de
superiores y de subordinados, gobernados por los obispos, que a su vez se someten a la autoridad
del Sumo Pontífice. De esta forma, el Romano Pontífice y el Colegio Episcopal forman la autoridad
suprema y plena sobre toda la Iglesia (cánones 330, 331 y 336 CIC).

Ilustración del cursus honorum, con los distintos peldaños que van desde la tonsura al sacerdocio

(Ilustración: Modern Medievalism)

Dentro de este esquema, el Orden Sagrado es el sacramento que da la potestad de ejercitar los
sagrados ministerios que miran al culto de Dios y a la salvación de las almas, e imprime en el alma
el carácter de ministro de Dios para siempre. Se llama orden porque consiste en varios grados,
subordinados el uno al otro, del que resulta una jerarquía sagrada. Esto significa que existe una
gradación en las órdenes sagradas y cada uno de sus elementos forma una auténtica jerarquía,
estando encadenados de manera ascendente hacia el completo ejercicio del munus confiado por
Cristo para el servicio de la Iglesia militante. El supremo de esos grados es el episcopado, que
encierra la plenitud del sacerdocio; después viene el presbiterado o sacerdocio; luego el
diaconado y el subdiaconado, y las ordenes que se llaman menores. El propio Cristo instituyó
inmediatamente los grados superiores del orden sagrado, como son el episcopado y el sacerdocio:
el primero cuando eligió de entre sus discípulos a los Doce Apóstoles (Mc 3, 13-19; Lc 6, 12-16); y
el segundo en la Última Cena, cuando les ordenó consagrar el pan y el vino en memoria suya hasta
el final de los tiempos (Lc 12, 19), y cuando les confirió a sus discípulos la facultad general de atar y
desatar (Mt 15, 19; 18, 18) y de perdonar y retener los pecados (Jn 20, 21). A través de los
Apóstoles, fue instituido el diaconado, del que se derivan las demás órdenes inferiores. De hecho,
San Roberto Belarmino (1542-1621), en sus controversias con los protestantes, enseña que la
institución de las demás órdenes es también de tradición apostólica (en la Tradición apostólica de
Hipólito se mencionaba a los lectores y a los subdiáconos, y en una carta del Papa Cornelio a
Fabián datada el año 252 se referían ya los siete grados definidos por el Concilio de Trento:
presbíteros, diáconos, subdiáconos, acólitos, exorcistas, lectores y ostiarios).

El sacerdocio ministerial o jerárquico de los obispos y de los presbíteros, y el sacerdocio común de


todos los fieles, presentan entre sí una diferencia que es esencial y no sólo en grado, aunque
ambos están ordenados el uno al otro y participan, cada uno a su manera, del único sacerdocio de
Cristo. En lo que atañe al sacerdocio ministerial, éste se encuentra al servicio del sacerdocio
común, para el desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos a través de la vida
sacramental. Es uno de los medios por los cuales Cristo no cesa de construir y de conducir a su
Iglesia. Por esto es transmitido mediante un sacramento propio, el sacramento del Orden. De ahí
que la ascensión gradual al sacerdocio por medio de las órdenes menores y mayores sea una
costumbre antiquísima en la Iglesia, puesto que quien lo ejerce ha de tener la preparación e
idoneidad necesarias.

Ahora bien, en rigor el sacramento del orden se ha conferido siempre en tres grados: diácono,
presbítero y obispo. Sólo respecto de estas órdenes mayores concurren las cuatro condiciones
propias de todo sacramento: materia, forma, ministro y sujeto apto. Respecto de la tonsura, las
órdenes menores y el subdiaconado, se trata de un sacramental y, por tal razón, no se imponen al
manos al candidato.

El rito esencial del sacramento del Orden está constituido por la imposición de manos del obispo
sobre la cabeza del ordenando (materia) y por la recitación de la oración consecratoria específica
que pide a Dios la efusión del Espíritu Santo y de sus dones apropiados al ministerio para el cual el
candidato es ordenado (forma).
Imposición de manos durante una ordenación sacerdotal tradicional en la catedral de Auxerre
(Francia)

(Foto: FSSP/New Liturgical Movement)

Puesto que el orden es el sacramento del ministerio apostólico, corresponde a los obispos, en
cuanto sucesores de los Apóstoles, transmitir el don espiritual y la semilla apostólica a otros. Los
obispos válidamente ordenados, vale decir, que están en la línea de la sucesión apostólica, son el
ministro que confiere válidamente los grados del sacramento del Orden.

Por último, sólo el varón bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación. Esto se debe a que
Cristo eligió a hombres para formar el colegio de los doce Apóstoles (cfr. Mc 3,14-19; Lc 6,12-16), y
los Apóstoles hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores (1 Tm 3,1-13; 2 Tm 1,6; Tt
1,5-9) que les sucederían en su tarea (San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios, 42, 4; 44, 3).
El colegio de los obispos, con quienes los presbíteros están unidos en el sacerdocio, hace presente
y actualiza hasta el retorno de Cristo el Colegio de los Doce. La Iglesia se reconoce vinculada por
esta decisión del Señor (véase el interesante artículo de C. S. Lewis al respecto, y también lo dicho
en esta entrada). Esta es la razón por la que las mujeres no reciben la ordenación, como ha sido
recordado recientemente por el Magisterio invariable de la Iglesia [cfr. Juan Pablo II, Encíclica
Mulieris dignitatem (1988), núm. 26-27, y Carta apostólica Ordinatio sacerdotalis (1994);
Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Inter insigniores (1976), y Respuesta a una
duda presentada acerca de la doctrina de la Carta Apostólica "Ordinatio Sacerdotalis" (1995)].

Todos los ministros ordenados de la Iglesia latina, exceptuados los diáconos permanentes que se
establecieron después del Concilio Vaticano II, son ordinariamente elegidos entre hombres
creyentes que viven como célibes y que tienen la voluntad de guardar el celibato por el Reino de
los cielos (Mt 19, 12). Llamados a consagrarse totalmente al Señor y a sus cosas (1 Co 7,32), se
entregan enteramente a Dios y a los hombres. De esta manera, el celibato es un signo de esta vida
nueva al servicio de la cual es consagrado el ministro de la Iglesia; aceptado con un corazón alegre,
anuncia de modo radiante el Reino de Dios.

En esta entrada trataremos de las órdenes menores, que son los grados dentro del proceso de
ordenación que reciben los clérigos que ya han sido tonsurados para que desempeñen
determinados servicios a la Iglesia. Ellas desaparecieron con la reforma posconciliar, siendo
sustituidos por los ministerios laicales de lector y acólito, aunque perviven respecto de los
institutos de vida consagrada y en las sociedades de vida apostólica que dependen de la Pontificia
Comisión Ecclesia Dei y en aquellos donde se mantiene el uso de los libros litúrgicos de la forma
extraordinaria. De igual forma, las Iglesias orientales también conservan sus propias órdenes
menores (acólito, cantor y subdiácono). Una próxima entrada versará sobre las órdenes mayores.
Toma de sotana

(Foto: FSSPX)

La toma de sotana y la tonsura

El proceso de formación de un joven que aspira al sacerdocio comienza con un primer año de
espiritualidad, durante el cual el aspirante aprende los principios de la vida interior, la vida de
unión con Dios y los fundamentos del combate espiritual que ella implica. En rigor, la formación
recibida en este año, si es hecha a conciencia, debiese repercutir en todos los años siguientes e
incluso en la vida del futuro sacerdote, puesto que quien abraza el estado eclesiástico ha de tener
como único fin la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas. Durante ese primer año, los
formadores del seminario pueden descubrir si el aspirante posee de verdad una vocación divina
para el ministerio sacerdotal, la cual es requisito indispensable para abrazar el estado eclesiástico
(Jn 16, 16; Hb 5, 4), y si lleva una vida de acorde con ese estado. Nadie tiene, por tanto, un
derecho a recibir el sacramento del orden.

La costumbre tradicional era que los seminaristas se revistiesen del hábito eclesiástico durante el
curso de su primer año de seminario. Esa ceremonia marcaba profundamente a los seminaristas,
pues ese día concretaban su voluntad de entregarse a servicio de Nuestro Señor Jesucristo con el
abandono definitivo de su traje secular, revistiéndose con el hábito eclesiástico. Además de su
valor simbólico, la sotana es al mismo tiempo una protección para el que la lleva y un valioso
medio de apostolado (véase lo dicho en esta entrada).

Durante el segundo año de seminario, cuando el seminarista comienza el estudio de la filosofía,


tenía lugar la ceremonia de la tonsura, con su fuerte simbolismo de renuncia al mundo y
vencimiento del propio orgullo. Aun cuando la toma de sotana fuese un acontecimiento
importante, la tonsura lo era aún más porque conducía a la clericatura, consagrándolo a los
ministerios divinos, introduciéndole en la jerarquía de la Iglesia y preparándolo así a la recepción
de las órdenes sagradas. Con todo, la tonsura no era una orden sagrada propiamente tal, sino que
constituía una simple adscripción de una persona al servicio divino en cosas tales como las que son
comunes a todos los clérigos, por ejemplo, el servicio del altar (véase aquí la entrada dedicada a
los ministros sagrados).

Este rito consistía en que un cristiano bautizado y confirmado era recibido en el orden clerical
mediante el recorte de su pelo y la investidura con la sobrepelliz. Conviene recordar que entre los
griegos y romanos la costumbre de afeitarse la cabeza era un signo de esclavitud, y de ahí nace la
costumbre de los monjes de cortarse el pelo al ras, que hacia finales del siglo V o comienzos del
siglo VI pasa al clero secular.

Rito de tonsura tradiciona en Lincoln, Nebraska (EE.UU.)

(Foto: Distrito Norteamericano de la FSSP)

Las órdenes menores

Antes de llegar al sacerdocio, los seminaristas avanzaban progresivamente hacia el altar. Hasta la
reforma litúrgica, en el tercero (segundo de filosofía) y cuarto año (primero de teología) recibían
las llamadas órdenes menores: ostiario, lector, exorcista y acólito. Después venían las otras tres,
denominadas órdenes mayores o sagradas: en el quinto año (segundo de teología) recibían el
subdiaconado y el diaconado, y en el año siguiente (tercer y último de teología), el sacerdocio. La
vida del seminario estaba así jalonada por las ordenaciones, que marcaban para el seminaristas
pasos visibles en su ascenso hacia el altar del Señor, al cual quedarían consagrados para siempre.
Dada su importancia, estaba previsto que antes de cada ordenación se hiciese un retiro de tres
días para las órdenes menores y de seis días para las órdenes mayores del subdiaconado,
diaconado y sacerdocio, de manera de comprobar la plena voluntad del seminarista respecto del
compromiso que adquiriría. Cuando cumplen funciones litúrgicas, la vestimenta propia de los
clérigos que han recibido las órdenes menores es la sotana y la sobrepelliz.

(1) El ostiario

El ostiario era el primer grado de las ordenes sagradas y en él se consagraba al guardián del
templo, que llama a los fieles al sonido de las campanas y conserva las cosas dedicadas al culto
divino. Confería el cargo de abrir y cerrar la iglesia, de apartar de ella a las personas indignas, y de
guardar los vasos y ornamentos sagrados, y ser guardián del Santísimo Sacramento que se oculta
en el Sagrario. En la ceremonia de ordenación, el obispo le presentaba al aspirante las dos llaves
del templo sobre un plato y, mientras el aspirante las toca, le decía: "Actúa de tal suerte que
puedas dar cuenta a Dios de las cosas sagradas que se guardan bajo estas dos llaves...". Después,
el aspirante tocaba la campana de la iglesia. La virtud especial que requiere esta orden era el celo
por la casa de Dios y las almas.
Durante la ceremonia que confiere el grado de ostiario, el candidato pone simbólicamente su
mano sobre las llaves del templo

(Foto: Offerimus Tibi Domine)

El nuevo ostiario toca simbólicamente las campanas del templo, una de sus tareas

(Foto: Distrito norteamericano de la FSSP)

(2) El lector

El segundo grado de las ordenes menores era el lectorado, por el que se confería el oficio de leer o
cantar públicamente en el templo las Sagradas Escrituras, según los libros del canto litúrgico, sobre
todo en el oficio de Maitines, además de ayudar al diácono en sus labores ministeriales,
enseñando el catecismo al pueblo, y bendiciendo hogares y bienes para consagrarlos a Dios (por
ejemplo, los panes y frutos nuevos). En la ceremonia de ordenación, el obispo le presentaba al
aspirante el Misal Romano y, mientras el candidato lo toca con su mano derecha, le decía: "Sé un
fiel transmisor de la palabra de Dios, a fin de compartir la recompensa con los que desde el
comienzo de los tiempos han administrado su palabra...". Las virtudes especiales del lector eran el
amor y el estudio de la Sagrada Escritura, así como el celo por la santificación de los fieles. Se
requería una fe profunda para cumplir santamente estas funciones.

Al momento de ser ordenado lector, el candidato pone su mano sobre el Evangeliario

(Foto: Papa Stronsay)

(3) El exorcista

La tercera orden era la de exorcista, por la que se confería el oficio de imponer las manos sobre los
posesos del demonio, alejar éste de los fieles, recitar los exorcismos aprobados por la Iglesia y
llevar el agua bendita. En la ceremonia de ordenación, el obispo le presentaba el libro de
exorcismos al ordenando para que lo tocase con la mano derecha, y le decía: "Recíbelo y confía a
la memoria las fórmulas; recibe el poder de poner las manos sobre los energúmenos que ya han
sido bautizados o sobre los que todavía son catecúmenos...". Sus virtudes particulares son la
pureza de corazón y la mortificación de las pasiones.
Con todo, cumple advertir que este oficio en realidad sólo puede ser ejercido por presbíteros, de
ordinario antes del bautismo, y de modo extraordinario, con un permiso especial del ordinario de
su diócesis, cuando la grave ocasión lo requiera. La licencia se concede solamente al presbítero
piadoso, docto, prudente y con integridad de vida, sea de forma estable o ad casum.

Respecto del ritual para la práctica de un exorcismo, en respuesta fechada el 13 de diciembre de


2011 (Prot. núm. 39/2011L), monseñor Guido Pozzo, secretario de la Pontificia Comisión Eclessia
Dei, respondió afirmativamente a la consulta efectuada por el Rvdo. Francesco Bamonte, exorcista
de la Diócesis de Roma, sobre la posibilidad de emplear el Rituale Romanum en vigor en 1962, vale
decir, aquel promulgado por el papa Paulo V en 1614 y cuya última edición fue hecha en 1952. Por
su parte, la forma ordinaria para practicar un exorcismo está contenida en De Exorcismis et
Supplicationibus Quibusdam, publicado el 26 de enero de 1999 por la Congregación para el Culto
Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

Al ser ordenado exorcista, el candidato pone su mano sobre el libro de exorcismos

(Foto: Papa Stronsay)

(4) El acólito

La cuarta orden menor era la de acólito, el cual participaba de modo mucho más cercano en la
Santa Misa, que es la finalidad principal del sacramento del Orden, sirviendo a los ministros
sagrados el vino y el agua en el altar y portando las luces en el templo. Al ordenarse, el aspirante
tocaba con su mano derecha el candelero con un cirio apagado que le presenta el obispo, mientras
éste le decía: "Recibe este candelero y este cirio, y sabe que debes emplearlos para encender la
iluminación de la iglesia, en el nombre del Señor...". Después el obispo le entregaba una vinajera
vacía, y mientras el aspirante la tocaba con los dedos de la mano derecha, le dice: "Recibe esta
vinajera para proveer el vino y el agua en la eucaristía de la sangre de Cristo, en el nombre del
Señor...". El acólito tenía que esforzarse por llevar una vida casta según la grandeza del ministerio
que ejerce. Su cometido podría ser desempeñado por ministros laicos, según explicados en esta
entrada.

Durante la ceremonia de ordenación como acólito, el candidato recibe un candelero y un cirio

(Foto: Papa Stronsay)


La reforma posconciliar y la abolición de las órdenes menores

En cumplimiento de las directrices del Concilio Vaticano II, el 15 de agosto de 1972 el papa Pablo
VI promulgó la Carta en forma de motu proprio Ministeria quaedam. Ella suprimía las órdenes
menores para la Iglesia latina y las transformaban en ministerios laicales (II y III), quedando sólo las
de lector (véase aquí lo dicho sobre este ministerio en la liturgia reformada) y acólito como
servicios destinados respectivamente a la palabra y el altar (IV). En el Préambulo de este
documento se explica que la razón del cambio se ordenaba a dar a dichos ministerios una
coherencia funcional mayor, ya que, por ejemplo, las funciones del ostiario eran propias de un
sacristán y las del exorcista correspondían al presbítero, que es el que, por haber recibido la
unción con el crisma sobre sus manos, tiene el poder de imponerlas a otros y bendecir y, por
tanto, de invocar a Dios para que el demonio salga del cuerpo del fiel exorcizado. Como fuere, tras
la reforma paulina esos ministerios quedaron igualmente reservados sólo a varones (VII) y deben
ser conferidos por el respectivo ordinario (IX). Consiguientemente, desapareció la primera
tonsura, puesto que la incorporación al estado clerical quedó vinculada al diaconado (I), idea que
repite para los institutos tradicionales el artículo 30 de la instrucción Universae Ecclesiae. Antes, el
estado clerical comenzaba con la tonsura y era posible ser creado cardenal sin haber recibido las
órdenes mayores (por ejemplo, un caso célebre es el del Cardenal Guilio Mazarino, primer
ministro de Francia entre 1643 y 1661).

Sin embargo, la disciplina anterior sigue vigente respecto de los institutos de vida consagrada y en
las sociedades de vida apostólica que dependen de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei y en
aquellos donde se mantiene el uso de los libros litúrgicos de la forma extraordinaria, los cuales
pueden seguir usando el Pontificale Romanum de 1962 para conferir las órdenes menores y
mayores (artículo 31 de la instrucción Universae Ecclesiae).

Potrebbero piacerti anche