Sei sulla pagina 1di 14

MERCADO SOLIDARI0

ARMANDO DE MELO LISBOA

1. Originalmente, el mercado es el lugar donde se comerciali-


zan, en pequeñas cantidades y a precios establecidos, los artícu-
los de primera necesidad. Los mercados del vecindario son tan
antiguos como la misma humanidad. Es importante recordar que
el ágora, lugar público central en las ciudades griegas donde nace
la idea de democracia y autogobierno, era la plaza donde se lleva-
ba a cabo el comercio y también donde se realizaban las asam-
bleas del pueblo.

2. Sin embargo, con el surgimiento de una gran burguesía y la


expansión del comercio exterior, que de a poco se inserta en los
mercados locales, motivada por la acción del Estado mercantilista y
por la expansión colonialista a partir del siglo XVI, el mercado se
convirtió en el mecanismo de la “mano invisible”, que automática-
mente coordina y regula el orden social. Sin la acción de dichas
fuerzas no se hubiera generalizado el principio del mercado tampoco
ni habría sido impulsado el capitalismo. Las líneas de poder colonia-
listas, realizando una división económica geográfica entre centro y
periferia, alimentaron y alimentan la formación de los grandes gru-
pos económicos, aclarando que los precios son frutos del uso de la
fuerza y la antigüedad del intercambio desigual.
Es falsa y engañosa la tesis de una evolución natural y espontá-
nea del “mercado físico” hacia el “mercado principio”, preconizada
por la teoría de la modernización y por el liberalismo, donde la
economía de mercado está en la cima evolutiva. La transformación
de los mercados locales en una economía de mercado que se pre-
tende que sea autoregulable fue producida políticamente, y no fue
el resultado de su evolución gradual hacia los ámbitos nacional e
internacional.

293
LA OTRA ECONOMÍA

3. Esta noción abstracta de mercado, en tanto un mecanismo


auto-regulado a través de precios generados por el libre juego de la
oferta y la demanda, no corresponde a la realidad de la economía
moderna. Aún en los países capitalistas es imposible ignorar el pa-
pel fundamental de los elementos institucionales, de la herencia
cultural y del contexto moral, de las relaciones de poder y los gra-
dos crecientes de monopolio que interfieren en los “automatismos”,
haciendo que gran parte de los precios (especialmente de los pre-
cios de las mercancías fundamentales: mano de obra, tecnología,
petróleo, energía, minerales, etc.) sea fijada administrativa y políti-
camente a partir de negociaciones no siempre transparentes. Los
precios son resultados de correlaciones de fuerzas y de creencias
compartidas, y muy raramente son establecidos de forma objetiva
por alguna mano invisible que se guía apenas por el cálculo de la
maximización del interés.
El mercado no es sólo una abstracción que actúa de manera me-
cánica y determinista, pues la historia no se forma según las leyes de
la economía pura, sino que también es moldeada por las fuerzas
antisistémicas, por los contramovimientos de la sociedad. Incluso
dentro del capitalismo siempre existió una regulación política del
mercado y esta evoluciona históricamente: vea el caso de la prohibi-
ción del amianto; de las disputas concernientes al tabaquismo; de las
leyes de control de los carteles; de las leyes de protección a la econo-
mía local; de la afirmación de un código de ética en el turismo que
condene el turismo sexual; la lucha por la internalización de los
costos ambientales; el debate acerca de las cláusulas sociales del
comercio, y el consenso en contra de la esclavitud y la no explota-
ción de niños en el trabajo, en contra del comercio de decisiones
judiciales o armas nucleares. Existen transacciones bloqueadas: no
todas las formas de competir son válidas.

4. No obstante, modernamente, la idea de mercado en tanto me-


canismo de asignación de recursos a través de la oferta y la deman-
da, regulado por precios fluctuantes, se confunde con la utopía del
mercado proclamada por el liberalismo. Éste anhela una sociedad
de mercado auto-regulado sin mediaciones políticas, cuyo arqueti-
po se ve patente en la afirmación de Margareth Thatcher: “No exis-
te esta cosa denominada sociedad, existen sólo los individuos y sus
intereses”.

294
MERCADO SOLIDARIO

Contrariamente al mundo diseñado en los modelos de economía


pura à la Escuela de Chicago (F. Hayek; G. Becker), que considera
que todo comportamiento humano –incluso el amor– está orientado
por el cálculo costo-beneficio, muchos son los que alertan –como la
Escuela de Cambridge (Keynes; A. Sen; E. Fonseca) o aun los mismos
capitalistas como G. Soros– que una sociedad desprovista de consi-
deraciones éticas y regida apenas por el simple utilitarismo, donde
las relaciones no fueran más que transacciones, se instalaría un cli-
ma de “todo vale” que llevaría a la extinción de la sociedad y, obvia-
mente, a la eliminación de lo negocios.
Evidentemente, una sociedad de mercenarios o formada por psi-
cópatas sin sentimientos es inviable, ya que sería una sociedad de
idiotas (del griego idios = propio, privado): seres totalmente absorbi-
dos por sus intereses egoístas.

5. Las características y el significado del mercado se alteran cuan-


do sus principios son los predominantes. En la distinción que hace
Tönnies, en la Gemeinschaft (donde las instituciones son
personalizadas, basadas en las relaciones de parentesco), las interac-
ciones “económicas” son llevadas a cabo en una relación cara a cara.
A su vez, en la Gesellschaft, los intercambios son impersonales e
instrumentales, con un predominio de un individualismo posesivo.
En el pasado, los mercados estaban reglamentados en enclaves
específicos, controlados por autoridades políticas, y se limitaban en
general a comercializar productos terminados y algunos insumos,
sin incluir la mercantilización de los procesos de producción. Sola-
mente con el desarrollo del capitalismo ocurrió la transformación de
los principales insumos del proceso productivo en mercancía, los
que pasaban a ser regulados por precios flexibles, establecidos por
los juegos de poder y de la competencia. Como actualmente la ma-
yoría de las transacciones incluyen intercambios entre productores
ubicados en el interior de la larga cadena productiva, el mercado
realmente existente está lejos de la simplista imagen de lugar de
encuentro entre productores y consumidores finales.
El surgimiento de la economía capitalista es contemporáneo a los
cambios profundos en la organización social, una vez que exige la
plena disponibilidad de los recursos productivos, es decir, que sean
transformados en mercancías libres de cualesquiera restricciones. Ello
posibilita profundizar la división social del trabajo, con una resul-

295
LA OTRA ECONOMÍA

tante: una diferenciación más grande de los papeles sociales y au-


mento en la productividad. El trabajo se separa de la economía do-
méstica, de modo que surge una división sexual acentuada en el
mismo, transformándose en un producto comercializable.
Organizar la economía a través de un mercado orientado según la
máxima ganancia presupone una transformación de los elementos
centrales de la vida social: además del ser humano, también la natu-
raleza y el dinero son transformados en mercancías, y pasan a ser, en
el caso de los dos primeros elementos, denominados por la teoría
económica “tierra” y “trabajo”. “El trabajo es sólo otro nombre para
la actividad humana que acompaña la propia vida que, a su vez, no
es producida para la venta. La tierra es apenas otro nombre para la
naturaleza, que no es producida por el hombre. Finalmente, el dinero
es apenas un símbolo del poder de compra y, como regla, no es pro-
ducido sino que adquiere vida a través del mecanismo de los bancos
y de las finanzas estatales” (Polanyi, 1980). Como no son,
sustantivamente, mercancías, dicha transformación los degrada y
amenaza la misma vida.

6. La existencia de un mercado que determina los precios es la


expresión de la autonomía de la esfera económica. Para Polanyi, la
civilización moderna es la primera sociedad donde la economía, a
través del sistema del mercado, se encuentra diferenciada y tiene
prioridad con relación a los demás subsistemas sociales y a la propia
sociedad. En la mayor parte de la historia humana, las economías
estaban incrustadas, embebidas en la totalidad de la sociedad, es
decir, a servicio de finalidades sociales consideradas supremas. La
peculiaridad de nuestra civilización es que ella se entreteje de mane-
ra casi indisoluble con la economía capitalista ya que crea el anhelo
de acumulación de riqueza como finalidad máxima, libre de restric-
ciones. Como es obvio, el concepto de capitalismo está centrado en
el capital: la lógica primera del capitalismo es la autoexpansión del
capital. Se acumula capital simplemente para que se pueda acumular
más capital.
Capitalismo es una palabra tardía que solamente se generaliza
con Hobson y Sombart, a fines del siglo XIX e inicio del XX. Marx,
aunque hable de “capitalistas” y utilice el adjetivo “capitalista”, no
utilizó el término como sustantivo, limitándose a discutir de forma
precisa el “modo de producción capitalista”, un modo de producción

296
MERCADO SOLIDARIO

donde el capital tiene la prioridad. No es el mercado el eje del capi-


talismo, sino el capital, un conjunto de cosas dominadas por el poder
de los propietarios dirigidas a la búsqueda de valorización de sí mis-
mas, abarcando relaciones sociales que son establecidas para alcan-
zar dicha acumulación de más capital. El capitalista es el elemento
dominante porque, dado que tiene una movilidad más amplia, está
menos sujeto a la “lenta compulsión de las circunstancias”, como lo
dijo Marx –es decir, al hambre–, además de poder manipular los
precios.
Sin embargo, esta acción voraz y maximizadora del capital se
realiza a través de la capacidad que éste tiene para multiplicar el
valor de cambio a través del comercio de mercancías. Es decir, se
realiza en el mercado (como en la renombrada fórmula de Marx: D-
M-D’), generando la grave confusión e imprecisión de referirse in-
distintamente a la “economía capitalista” y “economía de mercado”
como si fueran sinónimos. El capitalismo es la primera manifesta-
ción de la sociedad de mercado, y nació con el advenimiento de la
misma. A pesar de que el capitalismo sea impelido por la
mercantilización de la vida cotidiana, capitalismo y mercado no
son sinónimos. Es importante subrayar lo obvio: el espacio del
mercado, de los intercambios, dado que es tan antiguo como la
misma humanidad, es anterior al capitalismo y probablemente de-
berá superarlo (si lo sobrevivimos).

7. La estructura arquitectónica de la casa braudeliana de tres pi-


sos ayuda a aclarar: el capitalismo no abarca toda la economía mer-
cantil, sino que se sitúa en el interior de un conjunto más vasto,
donde se ubica en la posición más elevada. En el piso intermedio
tenemos la vida económica de la competencia de los mercados. A su
vez, en la base subyace la “vida material” cotidiana y que se encuen-
tra por todas partes. Es la infra-economía, la mitad informal de la
actividad económica, el mundo de la auto-suficiencia y de los inter-
cambios en un radio muy corto.
El dominio del capitalismo es el mundo de las grandes corpora-
ciones, del poder, de los monopolios y de la especulación, sostenién-
dose por encima de la amplia superficie de los mercados. Es la zona
del contramercado, el reino de los más fuertes. Más que una distin-
ción, Braudel encuentra una oposición tajante entre el capitalismo y
el mercado, donde el capitalismo, sin eliminar completamente la li-

297
LA OTRA ECONOMÍA

bre competencia de la economía de mercado, se alimenta de ella. La


competencia favorece la proliferación de los monopolios. En el capi-
talismo existe un parasitismo social, una acumulación de poder de
modo que el intercambio se basa en una relación de fuerza, más que
en la reciprocidad. Las transacciones capitalistas dependen decisiva-
mente de los vínculos de comunidad y de confianza que reducen
significativamente los costos de transacciones.

8. Complejizando un poco más lo concerniente a Braudel, Santos


(2000) analíticamente distingue seis espacios estructurantes de la
sociedad: espacio doméstico, de la producción, del mercado, de la
comunidad, de la ciudadanía y del espacio mundial. Cada uno de
estos espacios es irreductible a otro; empero, todos ellos son
multidimensionales, se interpenetran y están entretejidos unos con
otros. La producción, por ejemplo, no se restringe al espacio produc-
tivo, sino que carece de otros espacios para anclarse de modo que su
presencia pueda ser reconocida en los demás. La dinámica de la re-
producción social sobrepasa a la dinámica específica relativamente
autónoma que cada espacio posee, los cuales no siempre son compa-
tibles entre sí.
Además de ello, dicha pluralidad de campos sociales es traspasa-
da por las dimensiones de la cultura, de la economía, de la política,
del derecho y del conocimiento. Es decir, encontramos en cada uno
de los seis espacios estructurales diferentes formas culturales, econó-
micas, políticas, jurídicas y epistemológicas.
Sólo podemos aprehender a la sociedad en su totalidad por el
conjunto de todas sus múltiples dimensiones, que configuran una
resultante que se designa mejor por su carácter civilizatorio. En nuestro
caso, la denominamos civilización occidental moderna. Llamarla ca-
pitalista sería confundir la amplia dinámica civilizatoria con uno de
los recortes analíticos de la misma. Aunque la sociedad moderna esté
envuelta por la economía, ella es un haz de diferentes dimensiones
estructurales, donde ninguno tiene la prioridad total (no hay un prin-
cipio único de reglamentación). El capitalismo no abarca a toda la
reproducción material de la vida social. Por lo tanto, no hay una
única economía capitalista, sino economías, incluso aquellas solida-
riamente orientadas y que también pueden insertarse en el mercado.
A pesar de que se le diga sociedad de mercado, el mercado no regula
una gran parte de nuestras vidas. ¡No todo está en el mercado con un

298
MERCADO SOLIDARIO

precio determinado! Aun en el seno del capitalismo –lo aclara


Castoriadis– la sociedad no se transformó en pura sociedad econó-
mica hasta un punto que las demás relaciones sean prescindibles. Las
relaciones económicas, aunque hegemónicas, no son posibles sin las
demás relaciones sociales, ya que no son un sistema completamente
autónomo e independiente.
A pesar de ello, incluso sin que haya una determinación causal
absoluta, el capitalismo es la forma económica hegemónica que, im-
pulsada particularmente en el espacio de la producción (donde reina
como el modo de producción dominante) y configurada en tanto
economía de mercado, actualmente subordina y se apropia de todos
los espacios estructurantes de la sociedad, así como de las demás
dimensiones, e impone su lógica de valorización.
Si el capitalismo no es el conjunto social que abarca a toda la
economía y toda la sociedad, tampoco es simplemente un “modo
de producción”: él vive del orden social, así como el dinamismo
de la empresa capitalista es un transmisor privilegiado del mundo
moderno. El entretejido del proyecto de la modernidad con la di-
námica capitalista otorgó al capitalismo una solidez social y cul-
tural que lo hizo sobrepasar ampliamente el campo de lo
económico.

9. Convergentes a partir del siglo XIX, la vida societal occidental


moderna y el capitalismo poseen dinámicas diferenciadas. La prime-
ra es muy anterior al capitalismo y se convierte en el modo de desa-
rrollo dominante, y puede llegar a desaparecer antes que el capitalismo
pierda su dominio.
De una manera increíble, el capitalismo, a pesar de ser la más
amplia manifestación del proceso civilizatorio de la modernidad ur-
bano-industrial, macabramente se fortalece y se reproduce con la
guerra, las catástrofes ambientales y el hambre. Cada vez más, el
capital se apropia de un modo autodestructivo tanto de la fuerza de
trabajo como de la naturaleza, de modo que hoy la reproducción
ampliada del capital es degenerativa. Este carácter tétrico y vampiresco
de un capitalismo que se robustece con la descomposición de la vida
agrava nuestros dilemas. Paradójicamente, vivimos una grave crisis
civilizatoria articulada con una simultánea “prosperidad” capitalista,
confusión que vuelve aún más trágica a la encrucijada civilizatoria
en la cual nos encontramos, pues, frente a la más grande abundancia

299
LA OTRA ECONOMÍA

material de la historia, queda difícil no percibir la profundidad de los


dolores de los problemas contemporáneos.
Pero la diferencia entre sociedad y capitalismo también deja bre-
chas a sociabilidades alternativas, para otros modos de vida. Para
Gorz, los caminos de superación del capitalismo pasan por potenciar
al máximo dicha brecha, ensanchando esta zona de no identifica-
ción entre el capitalismo y la subjetividad en su entorno. El surgi-
miento de la economía solidaria (ES) es un síntoma de esa transición
civilizatoria. La economía capitalista de mercado no es el destino
ineluctable de la sociedad humana.

10. No se puede interpretar la persistencia de las relaciones eco-


nómicas mercantiles simplemente como una victoria del laissez-faire.
A pesar de la gran transformación, los mercados siguen siendo un
espacio sociológico y antropológico, una forma de socialización donde
se producen encuentros, intercambio de informaciones, y no sólo
transacciones utilitariamente orientadas. Históricamente, el mercado
tuvo un papel civilizador. Braudel (1996) lo reconoce cuando afirma
que sin el mercado “no habría economía [...] sino apenas una vida
‘encerrada’ [...]. El mercado es una liberación, una apertura, el acceso
a otro mundo”. Aún hoy, el “mercado público” se refiere a un espacio
central de socialización, el lugar que llena el alma de nuestras ciuda-
des de colores, aromas, identidad.
El mercado es uno de los locus estructurantes de la sociedad mo-
derna, es el espacio de las mercancías, el lugar de la distribución y
del consumo. La “superación de la sociedad de mercado no significa,
bajo ninguna forma, la ausencia de mercados”, según lo afirma
Polanyi, lo que nos lleva a diferenciar “sociedad de mercado” de
“sociedad con mercado”. Tanto la mercadofilia liberal, que quiere
eliminar la política, como la mercadofobia, que inversamente busca
eliminar el mercado, son incapaces de percibir que el mercado es una
realidad humana siempre políticamente construida (nunca
intercambiamos cualquier cosa, de cualquier modo y con cualquie-
ra), y ambas perspectivas son inadecuadas para afrontar el desafío de
la regulación social de los mercados.
No obstante, aceptar la dinámica de la competencia en búsqueda
de beneficios es reconocer la necesidad de someterse a un determi-
nado arbitraje por parte de los consumidores, y admitir algún grado
de indeterminación e imprevisibilidad en la economía. Una econo-

300
MERCADO SOLIDARIO

mía con mercado necesariamente cuenta con un cierto nivel de auto


regulación. El hecho de que los consumidores se rehúsen a consumir
productos transgénicos fuerza a que éstos desaparezcan de las gón-
dolas: las líneas de producción no son fijadas meramente por el pla-
neamiento, sino que se adaptan a las preferencias de los consumidores.
Hoy en día, distinguimos la fuerza creciente del consumo solidario,
donde los consumidores, cuando seleccionan productos, crean una
economía justa y sustentable. Evidentemente, dicha “soberanía del
consumidor” es muy relativa, y no pasa de pura mistificación ideoló-
gica, pues los juegos de feedback en este contexto son muy fuertes:
la producción capitalista también engendra su propio consumo, for-
jando y condicionando los deseos.
En sociedades complejas, donde el principio de la individualidad
está indisolublemente entrañado y donde el consumo cuenta con
una fuerte amplitud, éste no es adecuadamente comprendido si es
definido como secundario frente a la producción. Se trata de un an-
tiguo debate que se arrastra desde Malthus, en el seno de la econo-
mía política. El consumo en la modernidad también es una forma de
expresión individual y colectiva, y está grávido de elementos estéti-
cos. Si en cualquier sociedad humana existe una dimensión simbóli-
ca inevitable en los objetos, ello ocurre aún más en una sociedad
productora de mercancías. Consumimos no sólo para la satisfacción
de necesidades (valores de uso), o como una respuesta a la lógica de
la valorización de las mercancías (valores de cambio), también con-
sumimos significaciones (valor-signo) y nos vinculamos socialmente
(valor de vínculo). El consumo también pertenece al orden del ritual,
es el mundo del glamour, de la moda y del reconocimiento.
Cuando, por ostentar marcas, el valor de un producto se ve varias
veces incrementado en comparación al costo de la producción, esta-
mos frente a la transformación del producto en fetiche. En la socie-
dad contemporánea, el mercado tiene, como un vector-eje, la lógica
del fetiche de las mercancías. Para Baudrillard (1995) el fetiche no es
un sinónimo de una fuerza mágica y sobrenatural, ni de una “falsa
conciencia”, sino un concepto analítico que se refiere a la fascina-
ción que un objeto ejerce como resultante de los juegos de signos y
simulaciones alrededor del mismo. Cuando hay una apertura hacia
un espacio más grande donde no hay un control completo de los
productores y consumidores asociados, el hechizo de la mercancía
empieza a liderar. El principio de la fetichización es la forma de

301
LA OTRA ECONOMÍA

poder en el espacio del mercado (Santos, 2000), es el modo como se


realiza la producción cuando se busca efectivizarla a través de su
inserción en el mercado total. Los resultantes de este hechizo son los
intercambios desiguales en el mercado: se paga por la marca, se con-
sume la etiqueta, se venden emociones. La fetichización impide la
reciprocidad completa en el intercambio mercantil, la transparencia
generalizada de las mismas.

11. La economía solidaria que tenemos se realiza en el mercado.


Aunque busquemos articular redes, es compitiendo en el mercado
que nos encontramos. Singer (2002) considera que la competencia
con los emprendimientos capitalistas desafía a las unidades econó-
micas solidarias a que los superen, estimulándolas a aggiornarse tec-
nológicamente, a mejorar la calidad y a conformarse como un modo
de producción realmente superior.
Hoy en día, la imprescindible construcción de alternativas exige
superar la estúpida dicotomía: “El capitalismo sabe producir, pero no
sabe distribuir. En el socialismo pasa lo contrario”. Las exigencias del
tiempo presente vuelven este dualismo obsoleto e impone una racio-
nalidad más integrada. La economía solidaria apunta a un camino
para construir una economía reintegrada en la sociedad y en la
biosfera, dirigida a la provisión de la vida de las personas, lo que
posibilita superar el economicismo corrosivo de la vida moderna.
Sin embargo, hay una implicación profunda cuando la economía
solidaria se afirma dentro del espacio del mercado: en este caso, esa
dinámica de fetichización recorre hasta a la misma economía solida-
ria. Aunque el mercado pueda estar sometido al control social, aun
así cuenta con el hechizo de la mercancía como dinámica propia.
Pero no es por ello que deja de estimular relaciones emancipatorias y
antisistémicas. Aunque se pueda invertir la relación mercancía-ser
humano-mercancía (donde el valor de la persona es medido por la
mercancía que se le atribuye) y superar la alienante sociabilidad ca-
pitalista, si permanecemos en el espacio del mercado (como ocurre
ahora) algún grado de fetiche permanecerá presente.
Reveladoramente, una de las experiencias ejemplares de la eco-
nomía popular solidaria brasileña, la cooperativa de las costureras
del Conjunto Palmeira (Fortaleza), utiliza una marca para sus ro-
pas, la “Palma Fashion”, que se presenta como “la marca del Banco
Palma$” (nombre fantasía del sector de socioeconomía popular so-

302
MERCADO SOLIDARIO

lidaria de la asociación de vecinos del barrio, ASMOCONP). Es im-


portante resaltar que los productos de la economía solidaria, aun-
que sean producidos de manera solidaria, necesariamente requieren
de cuidados estéticos en cuanto a la apariencia y los envoltorios
(aspectos típicos de la fetichización), además de buscar ostentar
sellos sociales, ecológicos y de calidad. Ello les da un toque espe-
cial que les agrega más valor y les permite un diferencial en el
mercado y de mercado. Precios perfectamente justos sólo son posi-
bles cuando están restringidos a las transacciones planeadas y co-
ordinadas en los espacios de la red que se forman entre estos
emprendimientos y los clubes de consumidores asociados, ya que
en ellos predominan las relaciones de poder más equitativas. Pero
una cosa es el intercambio entre actores organizados, y otra es
cuando el producto de la socioeconomía solidaria se transforma en
mercancía para ser realizada en el mercado.

12. El mercado significa poder, es una “conspiración para bajar


salarios y aumentar los precios”, frente a los cuales los trabajadores
“reaccionan como pueden”, como lo decía Adam Smith. Las relacio-
nes mercantiles siempre involucran relaciones de poder, como todo
lo que es inherente a lo humano. Los espacios de mercado que la
economía solidaria conquista permiten el empoderamiento de los his-
tóricamente excluidos, lo que revierte el ciclo vicioso por el cual los
pobres, justamente por no tener poder, son pobres. En países como
Brasil, donde la exclusión es inmensa, el acceso a los mercados re-
presenta un acto de democracia e incluso de rebeldía.
El mercado, por estar involucrado en redes concretas de relacio-
nes sociales, es inevitablemente una construcción social y, por ello,
es también un campo de conflictos, permanentemente recreado y
adaptado. Los mercados, en tanto espacios de poder, están lejos de
ser realidades dadas naturalmente, sin existencia abstracta y univer-
sal. Luego, el surgimiento de la economía solidaria en espacios mer-
cantiles no sólo significa la presencia de otras orientaciones
económicas en el mercado, además de las que simplemente buscan la
máxima valorización, sino que representa asimismo un profundo
reordenamiento de las relaciones de fuerza vigentes en un mercado
actualmente hegemonizado por la lógica capitalista, construyendo la
posibilidad de una mayor democratización de la economía y, por lo
tanto, de la sociedad.

303
LA OTRA ECONOMÍA

Asimismo, los mercados favorecen innumerables oportunida-


des. La economía solidaria trabaja con mercados crecientemente
segmentados y con un inmenso potencial de expansión. Son mer-
cados que valoran productos que hacen referencia a lo cultural,
los productos ecológicos y con sello social (con certificación de
que respetan los derechos de los niños, por ejemplo), así como el
artesanado se vuelve un commodity cada vez más buscado. Ade-
más de ello, el fortalecimiento de los mercados locales, la confor-
mación de las redes de comercialización y un mercado solidario
entre los emprendimientos de la economía solidaria abren y ga-
rantizan nichos de mercado que, al asegurar su propio espacio
socioeconómico, van a crear una fuerza endógena y una mayor
autonomía del sector frente al movimiento cíclico de la economía
capitalista.
Justamente por comprender que mercado es poder, Razeto (1985)
entrevé la posibilidad de un mercado democrático donde el poder
esté “compartido entre una infinidad de actores sociales”. Éste surgi-
ría a partir del crecimiento del sector de economía solidaria, paralelo
a la democratización del sector estatal (que él denomina de mercado
regulado) y un mayor control sobre las tendencias monopólicas y
concentradoras del capitalismo.

13. Aún entablando conexiones con los emprendimientos soli-


darios y con los consumidores organizados, buscando el dominio
de las cadenas productivas en las que está insertada, la ES de algún
modo se encuentra subordinada en la división internacional del
trabajo, y se encuentra frente a las cadenas productivas globales y
complejamente fragmentadas, que continuamente transponen las
fronteras. Así, dado que no rechaza totalmente el mundo moderno,
sino que busca ser una alternativa de vida en el seno del mismo, la
ES no teje redes cerradas, ya que intenta superar la sociedad de
mercado a través del mismo mercado. De este modo, la competen-
cia se ubica dentro de la ES, y debido al hecho de que hay produc-
tos similares en las redes, se hace necesario elegir entre los mismos.
Assmann y Sung (2000) muestran que la lógica mercantil que pre-
mia a los mejores puede favorecer la mejora de los productos y
servicios de la propia ES.
La competencia, cuando es guiada por un ethos no individualis-
ta y/o posesivo y orientada por la dimensión de la responsabilidad

304
MERCADO SOLIDARIO

ecológico-social, además de estimular la innovación, proporcionar


calidad y multiplicar las energías productivas, no trae los efectos
perjudiciales de los juegos de suma cero (mercados tipo “gana-pier-
de”) de la economía casino predominante hoy en día, lo que signi-
fica ir más allá de las virtudes clásicas del mercado. La ES es la
afirmación de la posibilidad de una economía manejada con reglas
en las que todos ganen a través de una simbiosis entre coopera-
ción/competencia.
Reconocer las virtudes del mercado no equivale a convertirlo en
una panacea, ya que la ES no ignora su carácter ambiguo: el merca-
do, cuando no es socialmente dirigido, posee una tendencia exclu-
yente, aunque simultáneamente incluya a los que pasan el test de la
competencia. La legitimidad del mercado como institución asignadora
de recursos, cuando es regulada políticamente, no se confunde con
la falacia de la excesiva confianza en sus mecanismos, que genera
serios problemas: (a) tendencia a que la competencia se elimine a sí
misma (dada la necesidad de leyes anti-monopolio); (b) carácter co-
rrosivo del interés particular sobre el contexto moral; (c) ceguera del
mercado frente a los bienes públicos y las externalidades negativas
causadas a la naturaleza.
Cuando se acepta el desafío del mercado, la ES muchas veces se
desdibuja, pero la principal garantía, que le da seguridad para afron-
tar el cantar de la sirena mercantilista, es estar basada en un proceso
económico metabólicamente distinto del capitalista, en un control
genuinamente social sobre los medios de producción, realizado por
individuos cooperativamente asociados.
De cierta forma, aceptar el mercado significa aceptar la limita-
ción de la condición humana y renunciar a los sueños
megalomaníacos y patológicos de una sociedad paradisíaca. F.
Dürrenmatt (1998) señala: “Conviene discernir entre lo que es posi-
ble y lo que es imposible para el hombre. La sociedad humana ja-
más podrá ser justa, libre, social; puede apenas tornarse más justa,
más libre, más social”. Por lo tanto, si bien hace falta limitar nues-
tros sueños, tampoco hace falta abandonarlos, ya que estamos he-
chos de la misma materia que ellos. “La renuncia al mejor de los
mundos no es, de ningún modo, la renuncia a un mundo mejor”, lo
recuerda Morin (2002).

305
LA OTRA ECONOMÍA

Bibliografía

Assmann, H., Mo Sung, J., Competência e sensibilidade solidária:


educar para a esperança, Petrópolis, Vozes, 2000.
Baudrillard, J., Para una crítica da economía política do signo, Rio de
Janeiro, Elfos, 1995.
Braudel, F., Civilizaçao material, economia e capitalismo, Madrid,
Alianza, 1985.
Durenmatt, F., Chacon, V., O humanismo ibérico, Lisboa, Imprensa
Nacional, 1998.
Morin, E., Em busca dos fundamentos perdidos, Porto Alegre, Editora
Sulina, 2002.
Polanyi, K., A grande transformação, Rio de Janeiro, Campus, 1980.
Razeto, L., Economía de solidaridad y mercado democrático, Santia-
go de Chile, Academia de Humanismo Cristiano, 1985.
Santos, B. de Sousa, A crítica da razão indolente, São Paulo, Cortez,
2000.
Singer, P., Introdução à economia solidária, São Paulo, Fundação
Perseu Abramo, 2002.

306

Potrebbero piacerti anche