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Antoni Domenech

El eclipse

de la fraternidad

Una revisión republicana de la tradición socialista

Crítica

~
Barcelona

""'­

IV
'" ' EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD

Angeles Lizón y Ana Lizón, hijas del exilio, que llevan e1J el corazón la
Segunda República española, apoyaron desde el comienzo Widea de escribir
este libro con un entusiasmo tan contagioso, que no sabría como agradecér­
Prólogo

selo con palabras.


Paulette Dieterlen, Elisabetta Di Castro, Atahualpa Fernández, EIsa Gil,
Carlos Lobianco, Jorge Sethson, Susana Ure, Adelita Kein y Silvia Woods
han contribuido también, cada cual a su modo, a que este libro tuviera más
conscientemente en cuenta la realidad política iberoamericana.
Victoria Camps leyó partes de una primera versión, y sus comentarios
me resultaron de verdadera utilidad.
Gregario Morán leyó un largo capítulo sobre Ortega que finalmente he
preferido dejar ad acta y guardar para otra ocasión. Pero varias de sus ob.
servaciones críticas a ese capítulo inédito me han servido también para otras
cosas de este libro.
Los comentarios de Gonzalo Pontón me ayudaron a concebir de un
modo nuevo y más eficaz la peculiar combinación que aquí se ofrece de na­
rración histórica y discusión conceptual y normativa. T
ODOS LOS LIBROS SON RESULTADO, directo o indirecto, de alguna
insatisfacción de su autor. Éste lo es, indirectamente, de una que yo ten­
go con el modo en que suele hacerse ahora filosofía política. ,
En el trecho final, en la agobiante última soba -esa de la que decía Or­
Mi proyecto inicial e~~__uI'lª, !!'lv~stigª-g.Q!l propiamente Qgrmativa' so_bre
tega que no es nada y es tanto- echaron una mano fraternal María Julia Ber­
la «fraternidad», el tercer\v:aIQ~plviºado(~eclipsado del republicanismo de­
tomeu, Daniel Raventós y Marta Domenech. Los discretos y constantes
mo¿iáticocontemporáneo. Pero no podía dejar de hacer una exploración
alientos de mi hermana Roser, mi más antigua amiga, tienen también aquí
agradecimiento expreso. más'~ menos prolongada que, a modo de prolegómeno, iliYªra ~lproblema
de la fraternidad en su contexto histórico. La excursión histórica fue crecien­
Buena parte de esta investigación ha sido posible gracias al proyecto de

do ymadúrando, hasta convertirse con los años en un material adulto, rebe­


investigación núm. BFF 2002-04394-C02-01, financiado por el Ministerio

de Ciencia y Tecnología.
lado contra su condición de mero prolegómeno. Parte de ese crecido material
es lo que ha acabado convirtiéndose en el presente libro.
Todas las traducciones de las citas son mías, salvo cuando se da el nom­

bre del traductor castellano.


Una de las cosas que más me estimuló a ir dilatando la excursión históri­
ca fue tal vez la evolución intelectual de John Rawls, de quien me he ocupa­
El punto de vista y la tradición política partisana del autor -un socia­
do tanto en los últimos años, que hasta he llegado a traducir al castellano la
lista sin partido- resultarán evidentes al lector desde la primera página. Sin
obra en que presentó su nueva posición. l Aceptando parte de los plantea­
embargo, consciente de que nada ha dañado más en el pasado a esa tradición
mientos de sus críticos, el filósofo recientemente desaparecido se resolvió a
que las verdades a medias, las mentiras a sabiendas -supuestamente piado­
~Uf!r el ámbito de vigencia de su t~oría de Jª justicia restringiéndolo al
sas-, las caras de beato con uñas de gato y las nieblas sentimentales del au­
compuesto por lo que él llamó ljls naciones industriales con tradición política
toengaño, he hecho todos los esfuerzos posibles para seguir el consejo del clá­
sico y tratar de escribir yo también sine ira et studio. democrática. Así, el último Rawls reconocía finalmente por modo expreso
que no es posible hacer buena filosofía política normativa desentendiéndose
d~_las,tradiciones recibidas, o ignorando la cO~creta, y'a vecd'Ónica, trayec­
~oria histórica de las institucion~de los debates y de lal'.l!1~hª-s en",,51~~ hap
l<foencarnando y fraguándose los valores morales o políticos que se quieren
defender normativamente.
y sin embargo, ¡qué distinta la tradición política de las naciones indus­
triales europeas -y hasta cierto punto, iberoamericanas- de la de EE.

1. John Rawls, E/liberalismo político, A. Domenech, trad., Barcelona, Crítica, 1996.


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, 12 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD
PRÓLOGO 13
Para empezar, y poc motivos que espero le resulten claros al lector en los ca­
~"L~<.<:~.l1::lH~~>, en efecto -la urbana, no menos que la rural-, '!.?quería
pítulos 11 y ID del presente libro, a diferencia del europeo o c:ierTheroamerica­
no, no t,llYº,~IJ.;C:P,ll~liC~llismo revolucionario norteamericano -tampoco el quedarse fue_ra.A~}~ n_~~~._~E~ed~5i!i!'psgIl1et.igapor la revQh,ici§!1, no
quéríáseguir permaneciendo en el mundo subcivil en que la tuvo inveterada­
democrático de ]efferson- necesidad alguna de la divisa'·;<fraternidad». Lo
mente confinada la sociedad señorial del Antiguo Régimen. Quería ingresar
que acaso contribuya a expIlcar, por ejemplo, la visión candorosamente psi­
plenamente en el ámbito de la loi civil, y quería acabar también con el des­
cologizante que ofrecía Rawls de la «fraternidad» en su Teoría de la justicia:
potismo de la loi de famílle subcivil, no sólo con el de la loi politique supra­
civil. También ella, toda ella -pequeños artesanos pobres, trabajadores
En comparación con la libertad y la igualdad, la idea de fraternidad ha tenido
asalariados urbanos, aprendices, jornaleros, domésticos de todo tipo, cria­
un lugar menor en la teoría democrática. Está concebida para ser unconcept9
dos, campesinos sujetos a varias servidumbres-, q~e!ía elev~rse de pleno <ie­
políticamente menos específico, que I!0 define por sí mismo ninguno de los de­
recho a la condición de una vida civil de libres e iguales. Y esa pretensión de
rechos democráticos, sino que canaliza más bien determinadas actitudes men­
tales y formas de conducta, sin Jas cuales perderíamos de vista los valores ex­
universalizar la
libertad republicana, rotundamente manifestada en el mo­
presados por esos derechos. 2 -; mento mismo en qúé la revofuci6ÍÍ' se aprestaba a dar los golpes definitivos
que iban a acabar políticamente en Francia con la configuración señorial, tu­
telar y paternalista característica de la sociedad civil europea del Antiguo Ré­
La divisa~Libertad, Igualdad, Frat~midad» $e asomó por vez primera a
gimen, esa pretensión de elevar también a la {canáíia~ a la plena condición
la historia universal el 5Ae giciembre de 1790. La acuñó Robespierre en un
g~ ciuqaqanos, es 10 que desde 1790 se expresó1ri Europa y en la América
célebre discurso ante la Asamblea Nacional, defendiendo los derechos del
que había heredado el tipo de sociedad viejo~,q!.oIt~,de la colonización espa­
hombre y del ciudadano contra el sistema censitario que pretendía aplicarse
ñola y portuguesa con la\metáfora de la <\.fraternidad>~.3
a la Guardia Nacional. En el proyecto de ley alternativa con que Robespierre
Que esa pretensión se sirviera de una rrietafofáconceptual procedente del
concluía su discurso, se disponía que «todos» los ciudadanos mayores de 18
ámbito de la vida familiar es cosa que no pilede sorprender, si se pondera de­
años -y no sólo los ricos-- serían, de derecho, inscritos en la Guardia Na­
bidamente el hecho de que «la familia era la célula de base de la sociedad del
cional de su comuna; que esos guardias nacionales serían las únicas fuerzas
Antiguo Régimen».4 Y «familia» -del latín famuli: esclavos, siervos- se­
armadas empleadas en el interior, y no el ejército heredado del viejo régimen;
guía denotando, como en la Edad Media, no sólo el núcleo restringido de pa­
que, en caso de agresión exterior, competería a los ciudadanos en armas, y
rentesco, sino el amplio, y aun amplísimo, conjunto de individuos que, para
sólo a ellos, el defenderse. y que, finalmente, llevarían sobre el pecho yen sus
estandartes estas palabras: vivir, dependían de un señor, entendido como pater familias. El medievalista
Niermeyer, por ejemplo, ha llegado a recopilar no menos de nueve sentidos
en que podía entenderse la palabra familia; todos sin excepción apuntan a re­
«Libertad, Igualdad, Fraternidad»
laciones de dominación y dependencia, de subalternidad respecto de un señor
patriarcaJ.5
El diputado Robespierre, que venía luchando desde hacía meses contra la
distinción, aprobada en cámara, entre «ciudadanos activos» (capaces de pa­
3. Morelos, el insurgente antiabsolutista mexicano que no consiguió entusiasmarse con las
gar un censo) y «ciudadanos pasivos» (pobres), volvía ahora a la carga, y reformas promovidas desde las Cortes de Cádiz, expresó con gran claridad su rechazo a las
nada menos que en punto políticamente tan sensible como el carácter de cla­ mismas sirviéndose precisamente de la metáfora fraternal; el lazo fraternal, la elevación a la
se de la futura Guardia Nacional. dignidad civil de (casi) todos, que proponían las nuevas Cortes españolas, sólo mentidamente
También en 1790, el otro gran portavoz del ala democrática -plebeya­ alcanzaba a los habitantes de las colonias: "Las Cortes de Cádiz han asentado más de una vez
de la revolución, Macat, había expresado con suprema claridad el problema: que los americanos eran iguales a los europeos, y para halagarnos más nos han tratado de her­
manos, pero si ellos hubieran procedido con sinceridad y buena fe, era consiguiente que al mis­
mo tiempo que declararon su independencia hubieran declarado la nuestra y nos hubieran de­
Ya vemos perfectamente, a través de vuestras falsas máximas de libertad y de jado en libertad para establecer nuestro gobierno, así como ellos establecieron el suyo.» Citado
vuestras grandes palabras de igualdad, que, a vuestros ojos, no somos sino la por Silvio Zavala, Apuntes de historia nacional: 1808-1974, F.C.E., México, 1999, p. 39.
canalla. 4. Véase voz «Familles», en el Dictionaire de [,Ancien Régime, Lucien Bély, dir., PUF, Pa
rís,1996.
2. John Rawls, A Theory ofJustice, Oxford Univ. Press, Oxford, 1971, p. 125. 5. Éstos: 1) conjunto de siervos que dependen de un señor; 2) conjunto de dependientes de
diversas categorías que dependen de un señor; 3) conjunto de dependientes de diversas catego-

14 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD PRÓLOGO 15

y si se repara bien en el hecho, por ejemplo, de que hamo lIega-a signifi­ enseñoreadas de las distintas naciones --domésticas de sus reyes-, también
car en el latín degenerado de la Edad Media 'dependiente', 'siervo', 'vasallo' los distintos pueblos de la tierra, emancipados de esa tutela segmentante, se
(y de aquí 'homenaje': el que tributa el vasallo a su señor), se comprenderá hermanarían alegres: eso fue la Weltbürgertum ilustrada, la República cos­
también que los grandes ideales de humanidad de la Ilustración europea die­ mopolita.
ciochesca se expresaran igua.lmente córiiriei<Íforas conceptuales procedentes El genuino símbolo de la Ilustración europea que fue el Himno a la ale­
de la vida «familiar». gría de Schiller (1786), convertido por Beethoven en canto revolucionario,
Que la Ilustración sea por encima de todo la aspiración al título de «ma­ no podía expresarlo de un modo más feliz: ¡Al/e Menschen werden Brüder!,
yoría de edad», según lo expresó con singular eficacia Kant, la exigencia, esto todos los seres humanos, todos, de cualquier raza, sexo, confesión religiosa o
es, de «emanciparse» -jotra metáfora de la vida familiar!- deiiitelas que condición social, todos llegarán a ser hermanos, en la medida en que, adul­
despótfcamente[i;antienen en la minoría de edad, es algo que sólo cabal­ toS, se emancipen de las tutelas señoriales y patriarcales. No era una efusión-­
mente puede entenderse en todo su significado cuando se ha comprendido el sentimental; Schiller y Beethoven pusieron letra y música al núcleo del pro­
contexto histórico de un anden régime europeo -y por transplaute, iberoa­ grama emancipatorio ilustrado.
mericano- que mantenía al grueso de su población humilde en variadas si­ De modo que con su exigencia de «fraternidad» el ala democrática ple­
tuaciones de dependencia patriarcal. Kant mismo, como Rousseau, como beya de la Revolución francesa no hacía sino expresar políticamente en 1790
Fichte, como casi todos los grandes nombres de la Ilustración europea, han el ideario de la Ilustración europea dieciochesca: pues incoada en ese ideario
sido «familiares» ellos mismos en algún momento de sus vidas, es decir, de­ estaba la pretensión de que el conjunto de las «clases domésticas» accedieran
pendientes, en calidad de preceptores, de algún señor europeo. El amor frus­ a la mayoría de edad. Robespierre y Marat exigían, ahora políticamente, que
trado por Diotima, la hija del-y, por lo tanto, sujeta al- señor del que H61­ los miembros de esas clases se hermanaran como ciudadanos de pleno dere­
derlin fue «familar», llevó a la locura al poeta. Y el «familiar» Hegel se sintió cho de una nación emancipada, para hermanarse luego con el resto de pue­
al punto hermano de la criada Marianne cuando leyó la homónima comedia blos emancipados de la Tierra. Y en eso fueron consecuentes hasta el final: a
de Marivaux. diferencia de la Gironda partido de la guerra y de las conquistas territo­
Pues «emanciparse» -librarse de la tutelapaterna- es «hermanarse»: riales, el partido defensor de la esclavitud en las colonias-, nunca habría de
emancipado de la tutela de mi señor no sólo podré ser hermano de todoslos concebir el Partido de la Montaña a la República francesa sino como una
«menores» que compartían ya cotidianidad conmigo bajo la misma tutela se­ parte integrante y hermanada de la República cosmopolita. Por eso no quie­
ñorial; podré ser, además, hermano emancipado de todos aquellos que esta­ re tampoco Robespierre en 1790 que la Guardia Nacional se constituya con
ban bajo la tutela y la dominación -dominación viene de domus: de nuevo, propósitos de guerra en el extranjero: la defensa de la patria, en caso de agre­
juna metáfora famíliar!- de otros patriarcas. La parcelación señorial de la sión del despotismo monárquico extranjero, la quiere reservar a los ciudada­
vida social en el Antiguo Régimen impide el contacto con ellos; caído ese ré­ nos en armas.
gimen, todas las «clases domésticas», antes segmentadas verticalmente en ju­ Ese es el verdadero origen de la consigna de «fraternidad», inexplicable
risdicciones y protectorados señoriales y patriarcales, se unirían, se fundirían si no se entiende su arranque histórico en la lucha contra la sociedad señorial
horizontalmente como hermanas emancipadas que sólo reconocerían un pro­ del Antiguo Régimen europeo. Algo parecido podría decirse sobre Iberoamé­
genitor: la nación, la «patria» (jotra metáfora conceptual familiar!). rica: pues allí fue trasplantada por los «conquistadores» españoles y portu­
Pero la ola de hermanamiento no se detiene aquí; es contagiosa. En el gueses una sociedad colonial bastante parecida en su configuración señorial
sueño ilustrado, caídos no sóloIos'señoríos, destruida no sólo la sociedad ci­ a la viejoeuropea. Pero Norteamérica, como dijo una vez Mariátegui, no fue
vil del Antiguo Régimen, sino también las despóticas monarquías absolutas «conquistada», sino «colonizaJa».Las colonias norte~ímericanas llegaron a
conocer -iY cómo!-la esclavitud en las grandes haciendas algodoneras del
sur, pero no el inmenso gradiente de servidumbres, patronazgos y clientelis­
rías que se encuentran en un dominio señorial; 4) conjunto de tributarios de la Iglesia que go­ mos granfamiliares característicos de la América española y portuguesa. De
zan de un estatuto particular; 5) conjunto de ministeriales y dependientes de orden inferior que aquí, como ya sugerido, que la consigna de fraternidad no tuviera necesidad
dependen de un señor; 6) vasallos libres, ministeriales y dependientes de orden inferior que de­
penden de un señor; 7) dependientes de orden inferior; 8) conjunto de habitantes de un mo­ de arraigar en la tradición política republicana de EE. UU.
nasterio, comprendidos los monjes; y 9) una única pareja de no libres. Véase Alain Guerreau, y tal vez eso, su propia y distinta tradición, sirva en parte para explicar
El feudalismo,]. Lorente, trad., Crítica, Barcelona, 1984, p. 209. no sólo el malentendido de Rawls, sino también otro malentendido que pro-

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PRÓLOGO 17
16 EL ECLIPSE DE LA FRATl::RNIDAD

cede de algunas autoras feministas noneamericanas o australianas para mí aniquilando de raíz la capacidad de éstas, como potencias feudales privadas,
tan estimables como Carol Pateman, quien sostuvo en un artículo que ha he­ para disputar con éxito a los poderes públicos el derecho a definir el bien pú­
cho época que la fraternidad~era una divisa machista, en la medida en que blico. Los republicanos independentistas noneamericanos no tuvieron que
sólo pretendía una incorporación a la sociedad civil de los padres de familia expropiar a los monasterios católicos, como Eduardo VIII en la Inglaterra de
-ricos y pobres-. 6 Es cuando menos sorprendente que una filósofa de su ta­ finales del XVI; no tuvieron, como Cromwell en el XVII, que estabular sus ca­
lento y de su honradez científica cite nada menos que a Locke como ~I in­ ballos en las catedrales de las iglesias reformadas inglesas; no tuvieron que
ventor de esa nueva forma de patriarcalismo sofisticado que consistitl¡a en expulsar a los jesuitas, como Luis XIV en la Francia del siglo XVII y Carlos III
hermanarse igualitariamente todos los hombres, manteniendo en cambio su­ en la España del XVIII; no tuvieron que expropiar y redistribuir las tierras se­
jetas a las mujeres. Pues difícilmente podría ocurrírsele a Locke, teórico puro ñoriales de la Iglesia galicana, como los revolucionarios franceses del XVIII;
donde los ha ya de la vida «civil», una metáfora conceptual igualitaria que, ni tuvieron tampoco, para lograr la tolerancia, que desamortizar y vender los
partiendo del ámbito cognitivo doméstico desembocara en el dominio-térmi­ bienes de la Iglesia católica, como Mendizábal y Juárez en la España y en el
no de la vida civil pública. Ese tipo de metáforas igualitarias sólo se le pue­ México del siglo XIX; ni tuvieron, como la República helvética en 1848, que
den ocurrir o a las mujeres o a los domésticos subalternos. Y en efecto, si se convenir en precepto constitucional la prohibición del establecimiento de la
repasan los dos tratados de Locke invocados por Pateman como prueba prin­ Compañía de Jesús en su territorio.
cipal de cargo contra.el machismo d~ la"«fr.a~(!r!lidad», ¡la metáfora no se ha­ y tal vez por eso resulte hoy también, incluso entre personas cultas, más
lla ni una sola vez! ' difícil de entender en Norteamérica que en Europa o en Iberoamérica el pre­
Fue precisamente una mujer, Aspasia, la gran dirigente del partido de los ciso significado político que el logro de la tolerancia tenía para un Locke o
pobres en la democracia plebeya ática, la que por vez primera usó esta metá­ para un Voltaire: no la inacción, no la no interferencia de los poderes públi­
fora. Y las plebeyas de la extrema izquierda democrática agrupadas en los cos en las querellas y desencuentros de la sociedad civil, sino, al revés, una ac­
clubes jacobinos de mujeres republicanas --como la actriz Claire Lacombe­ tivísima interferencia -no arbitraria- que tenía como propósito la destruc­
siguieron esa tradición de la democracia antigua, y no pusieron menos ardor ción de la raíz económico-institucional de cualquier poder privado capaz de
en la defensa de la «fraternidad» y de la abolición de toda loi de famille que disputar con éxito a la república el derecho a definir el bien público.
los mismísimos Marat y Robespierre. 7 El movimiento popular democrático­ Pero el hecho de que las colonias norteamericanas no conocieran la pro­
fraternal desencadenado en Francia a partir de 1790 cumplió con creces las piedad señorial y el poder temporal de las Iglesias -que habían sido ya des­
viejas aprensiones de Aristóteles, temeroso de que una democracia radical truidos tiempo ha en la metrópoli-; el hecho de que los revolucionarios in­
llevara a la gynaicocratía. al predominio de las mujeres en la pólis y a la des­ dependentistas del Norte no tuvieran que empeñarse en esa labor, aún
trucción del «buen}) orden doméstico en el oikos. pendiente en el continente europeo y en Iberoamérica, de activismo público
Yo no encuentro otra explicación al hecho de que dos filósofos políticos destructor de las grandes esferas de poderes privados; el hecho de que a lo
de la solvencia de Rawls y Pateman tengan malentendidos tan graves con la sumo se le planteara allí a la joven República septentrional el problema de
«fraternidad» que el hecho de que pertenecen a una tradición política muy respetar, y hacer que se respetaran entre sí, las diversas iglesias y sectas cris­
distinta de la europea y la iberoamericana. tianas procedentes del viejo continente -muchas de ellas, perseguidas en Eu­
Tampoco hay un claro paralelo norteamericano al gran movimiento ropa por heréticas-8 que en toda libenad se fueron estableciendo en ultra­
preilustrado y postilustrado laicizante que, en Europa y en Iberoamérica, mar; el hecho, en una palabra, de disponer de esa ventaja inicial, hizo del
tuvo que construir la tolerancia y la neutralidad del Estado contemporáneo laicismo republicano norteamericano un instrumento de mucho menores
mediante una obra de destrucción del poder terrenal de las diversas iglesias, momento y radicalidad que"Íos que llegó a alcanzar la vigorosa ola laicizan-
te europea y aun iberoamericana.
6~ Carole Pateman, «The Fraternal Social Contract», reproducido en John Keane, comp., y no es seguramente exagerado decir que la Europa del siglo xx no
Civil Society and the State, Univ. of Westminster Press, Londres, 1998. ya, en buena medida, la del XIX- debe al impulso del movimiento ilustrado
7. Pero no hubo que esperar al movimiento democrático plebeyo jacobino. Baste recordar, laicizante, antipatriarcalista y fraternizador que viene del ala demócratico-re­
por ejemplo, que la logia francmasona más prestigiosa de París, fundada en 1776 por Lalande,
se llamaba precisamente «Logia de las Nueve Hermanas», y sus igualitarios estatutos «frater­
nales», además de los noblemen, gentlemen and workingmen prescritos por la Constitución 8. Una de ellas, los cuáqueros, fundó durante la época colonial la ciudad de Filadelfia, que
masónica de Londres en 1723, admitían también a mujeres. quiere decir «fraternidad" en griego.

18 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD
PRÓLOGO 19
volucionaria de la Primera República francesa la desaparición en sus leyes ci­
viles de cuando menos los más lacerantes vestigios del imperativo cristiano­ mundo subcivil de las clases domésticas, hizo a la vez muy difícil no conceder,
paulino de sujeción de la mujer al varón. 9 No de todos, por supuesto. Pero ni ya fuera retóricamente, a las mujeres --clase doméstica por excelencia, ricas o
en la República de México ni en ningún país democrático europeo habría pobres, en el viejo régimen- atributos de ciudadanía y «hermandad»:
sido posible que en la segunda mitad del siglo xx un alto tribunal de justicia Estaréis allí, vosotras, jóvenes ciudadanas, a quienes la victoria habrá de ofre­
sentenciara, Como hizo la Corte Suprema del Estado de Ohio, todavía en ceros también muy pronto hermanos y amantes dignos de vosotras. Allí esta­
1970, que la mujer es: «como mucho, un sirviente superior de su mairido»,1O réis, vosotras, madres de familia, cuyos esposos e hijos levantan los trofeos a la
Ni, dicho sea de paso, resultaría siquiera concebible en Europa\--o en República sobre los escombros de los tronos. ¡Oh mujeres francesas!: ¡amad la
México-- que asociaciones de padres cristianos fundamenta listas lograran, libertad comprada al precio de su sangre! ¡Serviros de vuestro imperio, a fin de
como en EE. UU., imponer en las escuelas públicas, sentencia judicial me­ que se extienda el de la virtud republicana! ¡Oh mujeres francesas: sois dignas
diante, la enseñanza de doctrinas creacionistas en pie de igualdad con la en­ del amor y del respeto de la Tierra! 12
señanza de la teoría darwinista de la evolución biológica. Si hubiera que describir con un solo dato las muchas diferencias existen­
Por motivos parecidos, y salvando, claro está, todas las distancias, resulta tes entre EE. UU. y la Europa de hoy, un dato sólo, pero que revelara inme­
difícil imaginar a un filósofo europeo o iberoamericano que, disponiendo del diatamente una importante divergencia que ha contribuido en el siglo xx a
talento analítico, de la cultura histórica y de la radicalidad y profundidad en la que sus respectivas tradiciones y experiencias políticas democráticas, ya ini­
convicción democrático-republicana que sin duda hay que suponerle a Rawls, cialmente dispares, siguieran separándose, me quedaría con éste: los trabaja­
y queriendo iluminar el concepto de las personas en la posición original del dores asalariados norteamericanos -los descendientes de los antiguos famu­
contrato, hubiera procedido en 1971 a servirse de la metáfora de los «padres li- trabajan hoy, de promedio, nueve semanas más al año que sus hermanos
de familia»,l1 Mas no por diferencias graves de apreciación respecto del valor europeos, y no a cambio de salarios mayores. l3
de la causa feminista, sino por una diferencia de tradición político-cultural:
precisamente la dimensión antipatriarcalistade la fraternidad rev(Jlucionaria 12.. Robespierre, «Rapport presenté au nom du Comité de Salut public, 18 floréal an Il»,
~19Qea"-<:~~tri'~uyó' lo suro a' fíini~iai'lª:lra-dI~I~~ d~rTI~~~!i~i,"~~~~_de 7 de mayo de 1794. Recogido en la Discours et rapports a la Convention, Union Générale d'E­
imágenes y metaforas patriarcales. El demócrata revolucionario Jefferson-en ditions, París, 1965, pp. 281-282. (Los énfasis añadidos son míos.) Todavía a mediados del XIX
cuya"tradíCíon'est:rRawIs- quería una democracia radical de pequeños pro­ resonaban en las mujeres de la democracia social revolucionaría europea los ecos de esta fra­
ternidad democrática radical prometida también a las mujeres en 1792. Así, en las Memorias
pietarios, padres de familia. Por eso, durante la gran campaña electoral que le de una de las más famosas republicanas del 48, Malwida von Meysenbug, puede leerse: «Una
llevó en 1800 a la Presidencia de EE. Uv., fue repetidamente acusado por to­ tarde, de regreso de un paseo solitario, encontré mi casa en grado de superlativa excitación.
dos los conservadores de jacobino y ateo, Pero precisamente el jacobino Ro­ ¡Habían llegado las noticias de la Revolución parisina del 24 de febrero [de 1848]. Mi corazón
bespierre -asimismo partidario de una democracia radical fundada en la pe­ desbordaba de alegría. La Monarquía, derribada; la República, proclamada; un gobierno pro­
queña propiedad campesina- no pudo servirse de ese tipo de metáforas, visional que contaba con un famoso poeta y con un simple obrero entre sus miembros ... iY las
grandes consignas de "Libertad, Igualdad, Fraternidad" volvían a inscribirse en las banderas
todavía adheridas al mundo mental de la propiedad patriarcal. Pues el mismo del movimiento». (Malwida von Meysenbug, Aus den Memoiren einer ldealistin, Verlag der
giro mental que tan expeditamente permitió convertir en ciudadanos de pleno Nadon, s. d. (primera edición de 1869), p. 150. Yen el prólogo, declara: «Resolví consagrar
derecho -y, por lo tanto, en (,hermanos»- a los pobres pertenecientes al estas Memorias a las hermanas, más dichosas, que, llegado el día, podrán desarrollarse en el
aire libre de unos derechos reconocidos ... Mi nombre está de más, con sólo que me lleve a la
9. «La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer ense­ tumba la certeza de que la mujer dejará de ser un fetiche, una muñequita o una esclava, para
ñar, ni tomar autoridad sobre el hombre, sino estar en silencio». Pablo, Tim. 2, 11-12. (Según trabajar en unión con el hombre, y como un ser humano consciente y libre, en la realización de
la traducción de don Cipriano de Valera.) la vida en familia, en la sociedad, en el Estado, en las ciencias y en las artes, es decir, en la rea­
10. y la legislatura del Estado de Georgia aprobó en 1974 una ley estatal que definía al lización de lo ideal en la vida de la humanidad». (Ibid., pp. 10-11)
marido como «cabeza de familia», con la «mujer sujeta a él; la existencia legal de ella ... se fun­ 13. Según estadísticas del Bureau of Labor norteamericano. El número de horas trabaja­
de con la del marido, excepto cuando la ley la reconozca separadamente, o bien para proteger­ das al año por los asalariados norteamericanos se incrementó en 184 entre 1970 y 1992: la po­
la, en el propio beneficio de ella, o bien por motivos de preservación del orden público». Am­ blación trabajadora trabajaba en 1992 unas cuatro semanas y media más que 1970, por un sa­
bas citas proceden del interesante estudio de Joan Hoff, Law, Gender & Injustice. A Legal lario real medio parecido, y muchas veces, inferior. (Véase Juliet Schor, The Overworked
History of U.S. Women, New York Univ. Press, Nueva York, 1991, p. 281. American, Basic Books, Nueva York, 1992. Yeso explica en parte el hecho de que el uno por
11. Metáfora que con razón indignó a las escritoras feministas norteamericanas. Véase A 100 más rico de la población norteamericana haya conseguido hacerse con el setenta por 100
Theory ofJustice, op. cit., p. 128. de toda la riqueza generada por la economía estadounidense desde 1975. Véase Robert Frank,
Luxury Fever, Simon & Schuster, Nueva York, 1999.

20 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD 21
PRÓLOGO

Ningún dato más revelador que éste del hecho de que no llegaran a cua­ E~te libro es una¡re~~::p~&E~.~~~, d.e1a tradición ~ocialis~ay Narra una
jar en la vida política de EE. UD. el tipo de partidos y organizaciones obreros histona contada muc1l:as veces, pero nunca desde un punto de VIsta que trata
de inspiración socialísta que han determinado, en cambio, la vida política eu­ de entender la tradición socialista como terca continuadora, una y otra vez de­
ropea contemporánea. 14 rrotada, de la pretensión democrático-fraternal de civilizar el entero ámbito
La tradición democrática europea -y buena parte de la iberoamerica­ de la vida so.¡;jal: de erradicar el despotismo heredado de la vieja loi de fami­
na- ha sido profundamente marcada por la experiencia del vigorosq desa­ ll~ -el despotismo patriarcal doméstico, no menos que el despotismo del pa­
rrollo en su suelo, a partir de la segunda mitad del de partidos y 4e mo­ trón sobre el trabajador-,15 y de erradicar el despotismo burocrático-estatal
vimientos obreros socialistas, en el amplío sentido de esta palabra, que irtcluye heredado de la vieja loi politique de-l~s Estados monárquicos absolutistas mo­
al anarquismo, al comunismo y al laborismo. Piénsese lo que se quiera de esos dernos. y sostiene que esa lucha sigue viva. Y ~ue el futuro está abierto.
movimientos, no es posible entender nada de la particular tradición democrá­ -. Escrito desde el lado de la¡fiíosofía polítiéai el libro partió de una perple­
tica europea sin entender cabalmente el significado histórico del socialismo ja insatisfacción, parecida a hi"que tan bien ha'iabido expresar recientemen­
obrero, el cual determinó en Europa desde el acceso al sufragio universal mas­ te, desde el lado de la historiografía profesional, la historiadora francesaFlo­
culino (y luego, tras la Gran Guerra, y progresivamente, también al femeni­ rence Gauthier con este interrogante:
no), hasta la constitucionalización de la empresa capitalista, pasando por la
legislación social, el comportamiento y la forma de organizarse del entero ¿Por qué los historiadores de la revolución no se plantean ya estos problemas?
abanico de los partidos políticos, la caída de las monarquías absolutistas o ¿Cómo han llegado a ignorar, a olvidar, a despreciar el hecho de que la revo­
meramente constitucionales, o la evolución misma del parlamentarismo. lución en Francia, de 1789 a 1795, fue una revolución de los derechos del hom­
El socialismopolí!ico -y también el anarquismo- arrancó en Europa bre y del ciudadano? ¿Por qué la historia de la revolución se ha separado en el
de la mano de l~ democracia republícana heredera del ideario fr~te-iºIiad~r siglo XX de la filosofía de la revolución?16
jacobino. Marx y Engels mismos presentaron en su Manifiesto de 1848 al co­
munismo como un ala de esa democracia social revolucionaria. Por esa fecha Me temo que yo tampoco tengo una respuesta que sirva para explicar por
eran miembros de la Asociación Internacional de "Demócratas Fraternos», qué, a su vez, la filosofía política contemporánea ha llegado a pensar que po­
que había sido fundada en Londres por el obrero cartista Julian Harney, el
15. La lucha democrático-fraternal por la civilización del ámbito de vigencia de la loi de
22 de septiembre de 1845 (aniversario de la Primera República francesa). La
famílle sé'enconrró con una nueva realidad cuando el desarrollo del ca­
Revolución de febrero de 1848 derribó en Francia a la monarquía constitu­ pitalismo industrial escindió irreversiblemente las funciones productiva y reproductiva de ese
cional orleanista, y un gobierno provisional comPllestonuclearme!l!e de ,~e­ ámbito, tradicionalmente unido, y separó la institución (productiva) de la empresa capitalista
mócratas sociales neojacobinos (Ledru Rollírí)y socialistas que se llamaban y la institución (reproductiva) del hogar familiar modernos. El socialismo político nació con esa
"fraternales» (louis Blanc) proclamó la Segunda República fra_n_<;e.sa con la escisión. Y llevan razón muchas críticas feministas de la trad'i~ión socialista cuando insisten en
pretensión de realizar cumplidamente el tercer vlllor republicanpQ.ly!QaJto: el -1a oarcialidad de la misma al concentrar el grueso de su fuego democrático contra la institución
de la empresa capitalista, desatendiendo a menudo la dominación subcivil en la
de la fraternidad. Cuando la llamada República4~Jª . frª!el]li~ad fracasó, t:l institución (reproductiva) de la familia contemporánea. Pero tal vez deberían recordar también
i9~ªr_i~ ,r~voíucionario fraternal, esa estrena rutilante que había venido do~ la unilateralidad con que tantas valiosas luchadoras feministas de clase media y alta hicieron a
minando l~-~~~~a-deri-pofítica democrática radical europea durante déca­ su vez lo contrario en el pasado, y particularmente en los países en los que no había arraigado
das, y que había servido al «cuarto estado» (los trabajadores pobres) para sólidamente la tradición democrático-fraternal continental. La señora Pankhurst, alma del gran
emanciparse políticamente del «tercero» (los burgueses) desde 1790, guedó movimiento de las sufragistas británicas antes de la primera guerra mundial, pretendió en 1918
la reintroducción del sufragio censitario, sólo para ricos, hombres y mujeres; la señora Susan
eclipsada: su más legítimo heredero, el movimiento obrero de inspiración so­
Anthony, con razón considerada una heroína de la lucha por los derechos de las mujeres nor­
Ciáiista,-apenas pareció acordarse de ella, salvo en momentos de particular, y teamericanas en el siglo XIX, dijo que se dejaría «cortar un brazo antes de que los sucios negros
a veces, enigmático simbolísmo. tuvieran sufragio y las mujeres no»; y la gran Elisabeth Cad y Stanton habló en contra de con­
ceder el sufragio a ,dos africanos, los chinos y los extranjeros ignorantes en cuanto pisan nues­
tra tierra». Véase A. Kraditor, The Ideas of the Woman Suffrage Movement 1890-1920, Nor­
14. Hubo un interesante Partido Socialista en EE. UU., dirigido por el emigrante de origen ton, Londres, 1965, pp. 84-85.
español, Daniel de León. Llegó a tener en la TI Internacional incluso más importancia antes de 16. Florence Gauthier, Triomphe et mort du droit naturel en Révolutíon. 1789-1795­
la Gran Guerra que los partidos laboristas de Gran Bretaña o de Australia. Pero, por motivos 1802, PUF, París, 1992, p. 10. Agradezco a mi viejo amigo Joaquín Miras que me llamara la
que habrá ocasión de ver en este libro, prácticamente desapareció después de 1918. atención sobre este importante libro de Florence Gauthier.

22 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD

día trabajar alegrementezcon conceptos que son esencialmente históricos ig­


noia'ri(fÓ~C'OI;rlpletame9:te ~liñistoda y el concreto modo en'que=ellos- encar­
1

'j naron en procesos y trayectorias históricas reáles. Este libro es también un


modesto intento de corú~gir ese error. ' '< '.,

Error gravísimo, por lo demás. Pues pesa tanto la tradición, que incluso Dem?fobia, después de 1848
cuando aparece algo radicalmente nuevo en política, si de verdad aspira a una
perspectiva de futuro, si quiere ser de verdad nuevo --en vez de epidérmica
erupción pasajera, o ridícula tormenta en un dedalito de fluidos acadétnicos-,
se sabe obligado a recordar el pasado, el mejor pasado. Un nuevo y ya maduro
partido de izquierda, acaso el más interesantemente nuevo y maduro del mun­
do, ganó hace pocos meses las elecciones presidenciales en Brasil, el país de ma­
yor peso demográfico de toda lberoamérica. Su nombre no es otro que Partido
de los Trabajadores. Y en el breve pero retóricamente interesante discurso de
toma de posesión que su candidato, Lula --el primer trabajador industrial que UANDO DECIDí ESCRIBIR ESTE LIBRO -hace ya casi diez años- un cole­
accede en toda América a tan alta magistratura-, ha pronunciado ante la cá­
mara de la República, por dos veces se ha acordado de la fraternidad. Una, rin­ C ga extranjero más culto históricamente de lo que suele ser normal entre
los filósofos políticos me espetó asombrado: «¿Sobre la "fraternidad", y
diendo tributo a la memoria de la lucha de la población trabajadora brasileña:
siendo español? ¡Qué valiente!».
Intuyo que escribir sobre «fraternidad», el valor olvidado de la tradición
y yo estoy aquí, en este día soñado por tantas generaciones de luchadores que republicano-revolucionaria moderna, resulta hoy bastante menos atrevido en
vinieron antes que nosotros, para reafirmar mis compromisos más profundos
el ambiente académico establecido que hace dos lustros, cuando campaba
y esenciales, para reiterar a todos los ciudadanos y ciudadanas de mi País el sig­
por sus respetos la fantástica idea de que el reino de la política mora en el pri­
mer círculo del infierno de Dante: en el de lá' indiferenzza, en el del p~ro in­
nificado de cada palabra dicha en campaña, para imprimir al cambio un ca­
rácter de intensidad práctica, para decir que llegó la hora de transformar el
Brasil en la nación con la que la gente siempre soñó: una nación soberana, dig­ terés piopio~goísta. Que el amor y el odio, que el cielo, el purgatoríó y las
na, consciente de su propia importancia en el escenario internacional, y al mis­ zonas más abisales del infierno son también territorio de la política es cosa
mo tiempo, capaz de abrigar, de acoger, de tratar con justicia a todos sus hijos. que hoy, si no por descontada, se da por suficientemente admitida de nuevo
hasta en las torres marfileñas más celosamente defendidas de la opinión pú­
y otra, para resaltar la unidad intergeneracional e intergenérica del démos: blica. Mudanzas del tiempo; ventajillas del escritor tardígrado.
Pero el hecho de escribir en el país campeón de las guerras «fratricidas»
Los hombres, las mujeres, los más viejos, los más jóvenes, están hermanados en c()nt<:~I2~.~ánea~~rmag~se.
un mismo propósito de contribuir a que el país cumpla su destino histórico de Agustín de Foxá, en la que sin duda es la mejor novela escrita desde el ban­
prosperidad y de justiciaY do de los vencedores sobre la guerra civil española de 1936-1939, ofrece el si­
guiente retrato de los manifestantes que celebraban por los barrios distinguidos
Yo me daría sobradamente por satisfecho, si lograra instilar en mis posi­ de Madrid, el 14 de febrero de 1936, el triunfo electoral del Frente Popular:
bles lectores europeos e iberoamericanos al menos el presentimiento de que
para hacer una filosofía política decente, o más en general, para pensar políti­ Pasaban las masas ya revueltas; mujerzuelas feas, jorobadas, con lazos rojos en
camente, necesitan tener desde luego en cuenta su propia tradición política. las greñas, niños anémicos y sucios, gitanos, cojos, negros de los cabarets, ri­
zosos estudiantes mal alimentados, obreros de mirada estúpida, poceros, maes­
ANTONI DOMENECH tritos amargados y biliosos. Toda la hez de los fracasos, los torpes, los enfer­
Vulpellac, 22 de septiembre de 2003 mos, los feos; el mundo inferior y terrible, removido por aquellas banderas
siniestras. J
17. «Discurso de posse do presidente Luiz Inácio Lula da Silva», pronunciado ante el Con­
1. Madrid de corte a checa, El Mundo Ediciones, Madrid, 2001, p. 210.
greso Nacional del Brasil el 2 de enero de 2003.

",","

72 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD

co, del estrecho nudo que en la teoría política y jurídica republicana recibida
(democrática y antidemocrática) ligaba la libertad de los singuli con las bases 3

institucionales -materiales y sociales- que les permitían una existencia so­


cial separada y autónoma.
Esplendor y eclipse de la fraternidad
republicana

Y A SE HA DICHO: el republicanismo norteamericano, ni siquiera en su ver­


sión democrática, conoció la consigna de "fraternidad». A diferencia
de las iberoamericanas, la República norteamericana no heredó de su pasado
colonial una pequeña sociedad civil, compuesta de grandes señores hacenda­
dos y asentada sobre una inmensa población de clases domésticas, excluidas
en distintos grados de la 'yida civil, en distintos grados sometidas a la domi­
nación y a la dependencia patriarcal. De aquí que la democracia jeffersqnia­
na no se planteara nunca el problema político de la «elevación» a la vida ci­
vil de las clases domésticas subalternas. En una democracia de pequeños
propietarios agrarios como la soñada por ]efferson, o bien esas clases no
existían, o de existir -como en el sur de la República-, no vivían en condi­
ciones de semilibertad o de semivasallaje, sino en condiciones de inequívoca
esclavitud. Y ni siquiera al demócrata radical ]efferson podía ocurrírsele sin
inconsecuencias que esos esclavos de origen africano pudieran llegar a incor­
porarse a la vida civil. (Ese problema, como es harto conocido, no se planteó
en DU., sino mucho después.) A diferencia del demócrata revoluciona­
rio Robespierre, que batalló incansablemente por la emancipación de los es­
clavos de las colonias, el revolucionario ]efferson era un demócrata a la an­
tigua: partidario de los pobres libres sí, pero, exactamente igual que Pericles
o que Sófocles, también él era propietario de esclavos, que vivían más o me­
nos decorosamente hacinados en los galpones que todavía puede visitar hoy
quien se acerque como turista a la hermosa hacienda que el tercer presidente
de UU. poseía en la colina de MonticeIlo, en el Estado de Virginia.

,....
74 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 75

La vida de una aldea, un pueblo, una parroquia, una ciudad con mercado y su
§9 LA SOCIEDAD CIVIL DEL VIEJO RÉGIMEN EUROPEO Hinterland, todo un condado, podía desarrollarse en torno a la casa grande y
su parque. Sus salones de recepción, jardines, establos y perreras eran el centro
sentido Qolítico más característico que cabe atribuir a la elusiva consig­ de la vida social local; su despacho, el centro donde se negociaban las tenencias
na política revolucionaria de «fraternidad» a partir de 1790 -ya se explicó en agrarias, los arrendamientos de minas y edificios, y un banco de pequeños aho­
el prólogo- es éste:(la plena incorporación a una sociedad civil republicana de rros e inversiones; su propia explotación agrícola, una exposición permanente
de los mejores métodos agrícolas disponibles ... su sala de justicia, el primer ba­
libres e iguales de quienes vivían por sus manos, del pueblo llano del va~jo ré­
luarte de la ley y el orden; su galería de retratos, salón de música y biblioteca,
gimen europeo) Y éste, el pueblo «propiamente dicho», como se decía enton­ el cuartel general de la cultura local; su comedor, el fulcro de la política loca!.3
ces, estaba compuesto por una miríada de individuos excluidos en distintos
grados de la vida civil, y socialmente regimentados bajo una gran variedad de Así, en los oficios artesanales urbanos, anteriores al pleno desarrollo de
formas de dominación y de dependencia de terceros: campesinos acasillados, la manufactura, y luego, de la industria moderna, se observaban vínculos pa­
yunteros, aparceros, jornaleros, obreros asalariados, lacayos, criados, oficia­ triarcales que, en un sentido que más adelante se verá, se conservaron hasta
les, aprendices, etc. Y, claro está, por un sinfín de pequeños artesanos y merca­ bien avanzada la industrialización:
deres completamente dependientes de los gastos y favores de la Corte y de los
caprichosos fastos de la nobleza y del alto clero: botoneros, plateros, silleros, Los oficiales y aprendices estaban organizados en cada taller del modo que me­
calceteros, tundidores, carpinteros, freneros, maestros de coches, herreros, es­ jor acomodaba al interés del maestro artesano; la relación patriarcal en que se
paderos, sastres, jubeteros, alfareros, guarnicioneros, cordoneros, doradores, hallaban con su maestro daba a éste doble poder: por un lado, influencia sobre
etc. Sin olvidar a los preceptores y otros «familiares» de los grandes señores,l la entera vida de los oficiales; y por el otro, dado que para los oficiales que tra­
por no hablar del mundo verdaderamente inferior de la pícara canalla que, por bajaban con el mismo maestro constituía éste un vínculo real que los mantenía
decirlo con Lope (La inocente Laura), no tenía «por no buscar», ni servía «por no unidos frente a los oficiales de otros maestros, al tiempo que les separaba de
mentip>, fabricándose así una ilusión de independencia mucho más engañosa ellos, les unía al orden existente por el interés que ellos mismos tenían en llegar
aún que la de otros grupos sociales radicalmente excluidos de la sociedad civil a ser maestros. 4
señorial del viejo régimen (los judíos, por señalado ejemplo).
La proteica variedad de casi todas esas for!l1~~!:!.t:~~Il:!!!!!!~i.~!!..I.!:!~1?en- En la América española y portuguesa, cuyas sociedades coloniales repro­
-ºen!-:!!1 tenía, sin embargo, algo en común, el patriarcalismo paternalista, de­ dujeron en gran medida allí la sociedad civil del viejo régimen europeo,s pue­
rivado, según Peter Laslett, de la «importancia central de la unidad domésti­ de observarse el mismo tono patriarcal que cubría la entera vida social. Una
ca». Ésta contribuyó a la reproducción de actitudes y relaciones patriarcales de las descripciones más plásticas que yo conozco es este retrato que Alexan­
y paternales que se difundieron por la totalidad de la vida social, confiriendo der Marchant ofrece del senhor de ingenho en el Brasil colonial:
al conjunto de la misma lo que Edward P. Thompson ha llamado, más cau­
telosamente que Laslett, un tono o «matiz patriarcal».2 Dirigiendo su propiedad en beneficio de sus intereses particulares, su seguridad
y su conveniencia, realizaba al mismo tiempo muchas de las funciones propias
Así, en el campo inglés del siglo XVIII, se puede encontrar la siguiente
del Estado. Era el juez, pues zanjaba las disputas y querellas entre sus depen­
descripción de la «unidad doméstica» del gentleman terrateniente:
dientes. Era el policía, pues mantenía el orden entre un gran número de perso­
nas, muchas de las cuales eran esclavos suyos. Era la Iglesia, ya que incluso
1. A Lope de Vega lo presenta su mejor biógrafo como «un criado más de la Casa de Alba, nombraba al capellán, normalmente algún pariente cercano con o sin forma­
asalariado a razón de cuatrocientos ducados anuales». (Luis Astrana Marín, Vida azarosa de ción religiosa, para que cuidase a su gente. Era la asistencia pública, pues aten­
Lope de Vega, Juventud, Barcelona, p. 139.) Y él mismo no debía de sentirse otra cosa
cuando, años después, entró como «familiar» al servicio del duque de Sessa: « y a sabéis --es­
cribe al duque- cuánto os amo y reverencio, y que he dormido a vuestros pies como un perro» 3. Citado por Edward P. Thompson, op. cit., p. 34.
(citado por Astrana, p. 166). Dos siglos después, también Rousseau y Kant, y el grueso de la 4. Marx y Engels, Deutsche Ideologie (1845-1846), en Marx-Engels Werke (MEW), vol.
Ilustración alemana tuvieron experiencias como «familiares» de y menos grandes se­ 3, Dietz, Berlín, 1969, p. 51-52. (El énfasis añadido es mío.)
ñores. 5. «La vieja Edad Media castellana, ya superada o en trance de superación en la Metró­
2. Laslett, The world we have lost, Penguin, Londres, 1965; Thompson, Costumbres en se proyectó y se continuó en estos territorios de las Indias». Véase J. M. Ots Capdegui, El
común, J. Beltrán y E Rodríguez, trads., Crítica, Barcelona, 1995. Estado español en las Indias, El Colegio de México, México, D.F., 1941, p. 17.

76 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 77


día a los enfermos, los ancianos y los huérfanos. Era el ejército: en caso de le­
segundo el alto clero). Y efectivamente, ya se ha visto, tenían muchas cosas
vantamientos de esclavos, ataques de los indios o agresiones de otras grandes
políticamente en común. ¿Cómo no iban a interesarles en principio a todos
familias, armaba a los suyos y dependientes y formaba una milicia privada. Es
más, a través de un complicado sistema de matrimonios, pactos y patronazgos ellos, lo mismo que a los revolucionarios norteamericanos, las promesas de
(compadrio), podía recabar apoyos, en caso necesario, de una gran cantidad de la libertad republicana antigua?
parientes en el país o en las ciudades, los cuales también tenían propiedades y Figurémonos:! I " .!J
un poder similar al suYO. 6 ¡ El respeto absoluto, hacia dentro y hacia fuera, de la voluntad de los
bres, es decir, la auto~eter.minación jn:d~'yjg'!fll, y tan cumplidamente conce­
En esas sociedades había también, huelga decirlo, gentes que ni estaban bida, que ni los vínculos con otras personas, ni con los objetos jurídicos so­
sometidas a dominación o subalternidad civil patriarcalmente moldeada, ni metidos a su voluntad la pueden afectar o modificar. Eso significaba, por 10
parecían aspirar particularmente ellas mismas a enseñorearse de nadie. Gen­ pronto, y entre muchas otras cosas, la tolerancia, la laicización de la nación,
tes que, como los pícaros de Lope, no querían «servir a nadie», pero que a la admisión, por ejemplo, de judíos y protestantes como miembros de la vida
diferencia de ellos, «tenían» porque «buscaban»: las clases medias «burgue­ civil, el final del terrible poder temporal de las iglesias. 7
sas», no necesariamente urbanas. Algunas de esas gentes, como los comer­ La indivisibilidad de la personaI!~,ª.~j~rí4i~~. Eso significaba: ser uno .
ciantes judíos, pequeños y grandes, estaban expresamente excluidos de la mismo, no parte o miembro de alguna otra personalidad, por ejemplo, apar­
sociedad civil del viejo régimen europeo. Pero no la mayoría: abogados, ad­ cero adscrito hereditariamente a un señorío, o campesino acasillado en un
ministradores de fincas rústicas, farmacéuticos y médicos, una parte del cle­ dominio, o aprendiz u oficial adscrito a un gremio. Y significaba potencial­
ro medio, transportistas, libreros, impresores, maestros de grandes talleres mente el fin de todas las diferencias de capacidad jurídica entre los individuos
artesanos, manufactureros grandes y medianos, incipientes e intrépidos capi­ libres.
tanes de industria, pequeños propietarios agrarios, agentes e intermediarios La inalienabilidad de la personalidad libre. Eso significaba: la erradica­
financieros, etc. ción de la subalternidad civil voluntaria, y por 10 tanto, y por lo pronto,
El tipo social más característico de este segundo grupo, y el que más cre­ disolución inmediata de todos los vínculos hereditarios fundados en alguna
ció relativamente entre mediados del XVIII Y mediados del XIX en Europa, ancestral Selbstergebung, como se decía en las zonas germánicas, o en una do­
hasta convertirse en el «burgués» ideal-típico de la primera mitad del XIX, nation de soi meme en servage, como se decía en Francia, es decir, en una re­
podía compartir en no despreciable medida las ansias de «libertad» con el mota autoentrega originada en «contratos» feudales de vasallaje a cambio de
resto del demos. Es el «burgués» propietario de bienes muebles que participó protección señorial. 8
activamente, y en buena medida arrastró tras de sí, al conjunto del «pueblo» y por si esos tres rasgos iusprivados de la libertad reQublicana am~u2- '\
en las revoluciones europeas de los siglos XVI y XVII, en la de 1789 y, toda­ fueran pocos, todavía quedaba un cuarto, de naturale=?a iu_spú~lica. Y es que
vía, en las de 1830 y -sobre todo en Centroeuropa- de 1848. Su enemigo el derecho republicano roman09 -incipiente y poco técnico como derecho I
mortal era el capricho de la monarquía absoluta, y le incomodaba profunda­ público- no podía concebir al «Estado» sino mediante una enorme fjctio iu- '\
mente la orografía segmentada de la sociedad civil del viejo régimen, con su ris, merced a la cual el aparato administrativo de la República -incluido el
intrincada y tornadiza casuística burocrático-legislativa, con sus innúmeras fiscus- se construía jurídicamente como un individuo libre más de la socie­
barreras arancelarias (a veces, entre dos pueblos vecinos), con sus jurisdic­ dad civil, completamente despojado de cualquier majestad. El magistrado, el
ciones señoriales. y con esos odiosos privilegios que, remedando a Cervan­
tes, hacían a los hombres más hijos de familia que de sus propias obras, y 7. La Asamblea reconoce los derechos ciudadanos a los protestantes (iY a los comedian­
que, por decirlo con Quevedo, no premiaban méritos, sino que hartaban co­ tes!) el 23 de diciembre de 1789; a los judíos, el 28 de enero de 1790.
dicias. 8. En la Francia de los siglos X, XI, XII Y XIll hubo por lo visto una gran ola de servidum­
" Al comienzo de la Revolución francesa, a todos, al pueblo «propiamente bre voluntaria, de donation de so; meme en servage. Véase March Bloch, Rois et serfs et autres'
écrits sur le servage, La boutique de I'Histoire, París, 1996, p. 46 Y ss.
, )dicho» y a las clases medias «burguesas» se les llamaba «pueblo», y estaban
'; 9. Aunque los juristas romanos se burlaban de la supuesta impericia jurídica del derecho
•agrupados bajo e! rótulo de «tercer estado» (e! primero era la nobleza, y el griego (ius inconditum ac paene ridiculum), hay que decir al menos que buena parte de la con­
ceptualización jurídica romana era deudora de la filsofía práctica griega. De aquí el supuesto
que estamos haciendo en este contexto -en otros sería inadmisible-- de que el derecho roma­
6. Citado por Eugene Genovcse, Capitalismo y esclavitud, op. cit., pp. 126-127. no expresa el éthos general de la libertad republicana del mediterráneo clásico.

11""" 79
78 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA

alto funcionario, no era visto como «cabeza, justificada por sí misma, del declarar a la propiedad privada un derecho natural imprescriptible (es decir,
cuerpo social» (como, según Gierke, veía el antiguo derecho germánico al políticamente intocable) generó inmediatamente c;los tiROS deQ!Qble.mas: uno
monarca),lO sino como un servidor público, como un mero agente fiduciario que, ciertamente, afectaba al conjunto del tercer estado (burgueses y pueblo
los ciudadanos libr~, entendidos éstos en calidad de fideicomitentes, y llano), y otro que afectaba exclusivamente al pueblo llano.
por lo mismo, capaces, como todos los fideicomitentes, de pedir cuentas y ®El primer problema tiene que ver con el hecho de que ese artículo hacía
exigir a voluntad resultados tangibles a sus fideicomisos. 11 Eso planteaba po~ imposible remodelar la vieja sociedad civil del Antiguo Régimen, fundada en
tencialmente la necesidad de no constituir aparatos de Estado independ~entes buena medida en instituciones de propiedad privada, como los dominios y
y separados de la sociedad civil, separación que era vista como la esencia del las jurisdicciones señoriales o los asentamientos, los cargos burocráticos he­
«monarquismo», como la cumplida expresión del «despotismo del ejecuti~ reditarios, las patentes y los monopolios concedidos arbitrariamente por la
vo». Todos los funcionarios públicos han de ser revocables, dice Robespie~ monarquía absolutista, instituciones, todas ellas, no sólo anacrónicas, diga­
rre, «sin otro motivo que el derecho imprescriptible que tiene el pueblo de re~ mos, desde el punto de vista del rendimiento económico y de la «riqueza de
vocar a sus mandatarios». la nación» (muy visiblemente, en la agricultura, las propiedades «vincula­
Pero es comprensible que esos cuatro rasgos de la antigua libertad repu~ das» y las «amortizadas»), sino incompatibles con una sociedad civil de li­
blicana no interesaran del mismo modo al «pueblo llano» y al «pueblo bur~ bres e iguales. Precisamente, los burgueses revolucionarios ingleses del siglo
gués». Para el pueblo llano eran la promesa de la plena incorporación de to~ XVII pudieron imponerse políticamente atacando sin ~~.JIl. ientos buena par­
dos a una nueva sociedad civil de libres e iguales (recíprocamente libres) y de te de esos arcaicos institutos de propiedad privada. Y~')no hizo sino ex­
una vida social sin dominación ni interferencias patriarcales. Mientras que presar esa realidad histórica cuando se negó a tratar de la propiedad privada
para los burgueses eran la esperanza de su incorporación a una nueva socie~ como un «derecho natural» políticamente intocable, cualesquiera que fueran
dad civil de libres e iguales que disolviera las rigideces, las segmentaciones, las circunstancias.

los privilegios y las barreras arancelarias del viejo régimen, así como de una Otra forma, menos metafísica -menos iusnaturalista-, de ver eso es

vida política nueva, en la que el poder estuviera sujeto a su control fiducia~ darse cuenta de que Locke (siguiendo aquí la tradición del republicanismo
rio, en uno u otro grado. antiguo) no aceptó nunca una distinción entre «sqciedad civil» y «sociedad
La escisión del «tercer estado» se hizo palpable desde el primer momento, olítica» o EstadoY Pero los reunidos en la Asamblea de 1789 tenían el pre­
cuando en 1789 la Asamblea Nacional aprobó ~on el enérgico voto en con~ cedente de@nfesquieyquien por vez primera había hecho una distinción
tra de Robespierre-la división entre ciudadanos «activos» (ricos, con dere­ entre loi civile y loi politiqueY El significado político meramente defensivo
cho a sufragio) y ciudadanos «pasivos» (los pobres, privados de sufragio). Eso de esa distinción, realizada bajo una monarquía absolutista sin fisuras apa­
era incompatible con la indivisibilidad de la personalidad libre, porque esta­
blecía diferencias de grado en la capacidad jurídica de los ciudadanos. 12. Recuérdese cuán importante es para Locke la definición del magistrado (del monarca),

La otra diferencia importante, estrechamente relacionada con la prime­ como un mero trustee, como un fideicomiso de los miembros libres de la sociedad, y por lo tan­

ra, tenía que ver con el derecho de propiedad. En la primera Declaración de to, estrictamente obligado, como en toda relación iusprívada fiduciaria, a mantener siempre la

Derechos Humanos L Ciudadanos de 1789 se establecía (artículo 2) que la confianza de los fideicomitentes. (Locke, Two Treatises of Government, Libro 2, capítulo

~iedad»~era ~de~~ho -:;-ªLl!r;¡)~~~:<-imp;~~~ripti1;¡~;;-,-y-pOr-i~ tanto, XIX.) y cuán importante es para él la definición del oder le islativo ~el único poder supre­

mo, al que todos los demás deben estar subordinados, ---como un poder estrictamente fidu­
«sagrado». Esto era una originalidad respecto de la tradición iusnaturalista
.Q.y!Q, deponible sin más que la voluntad de los representados: «siendo el legislativo sólo un
revolucionariaDni Locke en el siglo XVII, ni Kant en el xVIII~por ejemplo, poder fiduciario para actuar según ciertos fines, permanece aún en el pueblo un poder supremo
consideraron nunca la propiedad como un «derecho natural»)- Ahora bien, ~rE-.J_emQ.~I:.oa!g:rar (!t!e.&i.s.!¡¡1i~0}.cua!l~()Je_1',!!_€C~e_.9..ue:_e:1_Ie:gjs!.~!i~q_'!¡::t.~~_~()I!!.r.·ariame!.!!.t:._~ ___ _
.~col!fÜll1za~1l él deposit~da..». (Libro 11, capítulo XIII.) La idea de una «democracia directa»,
10. Gierke, Geschichte des deutschen Kiírperschaftsbegriffs, op. cit., p. 55. corrientemente atribuida a Rousseau, y a través de él, a la izquierda jacobina, en realidad
11. Incluso la institución de la dictadura está concebida por el republicanismo romano arranca de aquí, de la concepción republicana fiduciaria del poder. Los cargos políticos no son
como una «comisión»: en condiciones extremas de guerra civil el Senado del «pueblo romano» «sino una comisión, un empleo, en e! cual, simples servidores del [pueblo] soberano, ejercen en
(que es el fideícomitente) proclama por seis meses en calídad de fideicomiso a un dictator para nombre de éste e! poder de! que se les ha hecho depositarios, y [el pueblol puede limitar ese po­
que se haga cargo de la situación. Sobre la diferencia entre las dictaduras republicanas «comi­ der, modificarlo o recuperarlo cuando le venga en gana». (Rousseau, Le Contra! Social, Libro
sarias» y las modernas dictaduras absolutistas «soberanas», véase Cad Schmitt, Die Diktatur, I1I, capítulo l.)
Dunker & Humblot, Berlín, 1928, particularmente los capítulos 1 y 4. 13. Esprit des lois, Libro 26, capítulo 15.

L
111""""
80 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 81

rentes, era manifiesto: asignando la «libertad» a la esfera «política», y la pro­ promulgando una <<ley marcial» destinada a reprimir como sediciosas las re­
piedad, a la esfera «civil», ·ontesquieu l tiempo que arrancaba a la liber­ vueltas de los desposeídos, provocadas por una crisis de subsistencias. Y
tad del ámbito del individuo (regalañ o a al monarca), sentaba la posibilidad unos meses después, la famosa «Ley Le Chapelier», que continúa la ley mar­
de un conflicto entre la ley del interés privado y un concepto de «libertad» cial, prohibiendo esta vez expresamente también las huelgas y «las coalicio­
circunscrito al orden estatal absolutista, y resolvía ese conflicto expulsando a nes que pudieran formar los obreros para lograr un aumento del precio de la
la loi po/ítique de la esfera de una loi civil encargada de ordenar y proteger jornada de trabajo». En su preámbulo, la ley declara que:
todas las propiedades y todos los derechos adquiridos (los de las nuev.s cla­
ses medias burguesas, ciertamente, pero también los de la nobleza y los del Habrá de permitirse, sin duda, a todos los ciudadanos el derecho de reunión;
_ alto clero).14 pero no se debe permitir a los ciudadanos de determinadas profesiones reunir­
(i) Pero el segundo problema afectaba sólo al pueblo llano, compuesto de se a fin de defender sus pretendidos intereses comunes.
- desposeídos, de gentes sin propiedad alguna (obreros, jornaleros, aprendices,
oficiales, campesinos acasillados), y de gentes diversas (aparceros, pequeños ¿Cuáles eran esas «determinadas profesiones»? La ley las recita expresa­
artesanos o mercaderes dependientes de la Corte o de los dominios señoriales, mente:
etc.) que, aun poseyéndola, no les bastaba para asegurar una existencia social
autónoma y seguían dependiendo crucialmente del arbitrio, más o menos pa­ Todo agrupamiento tumultuoso compuesto de artesanos, obreros, aprendices,
triarcal, de terceros para vivir. Para todos ellos, el problema de la propiedad jornaleros, o excitados por ellos, contra el libre ejercicio de la industria y del
se presentaba a menudo en su forma más cruda, como un elemental problema trabajo ... será considerado atropamiento sedicioso ...
de subsistencia: un movimiento acaparador de los propietarios del grano, y la
consiguiente subida del precio del pan (en el que gastaban más de la mitad de AqUÍ vemos dibujarse ya claramente un enfrentamiento entre la libertad­
sus ingresos), podía significar la muerte por inanición; un poderoso cliente pa­ igualdad de los burgueses (<<libre ejercicio de la industria y del trabajo») y la
triarcalmente disgustado por cualquier motivo, o -aterrado por el cariz que libertad-igualdad de los desposeídos, y en general, de los dependientes. Ro­
iba tomando la revolución- «fugado» financieramente a la City de Londres, bespierre se ha percatado muy tempranamente de ese conflicto. 15 Cuando en
y el pequeño negocio se iba al traste. Y la solución se presentaba a todas estas su famoso discurso parlamentario de 5 de diciembre de 1790 acuña la divisa
gentes del modo más perspicuo:Úa revolución tenía que poner también las ba­ «Libertad, Igualdad, Fraternidad», lo hace, como se recordará,16 en un tema
ses materiales de su personalidad jurídica libre, o por decirlo con Robespierre, tan sensible como el de la composición social de la Guardia Nacional (encar­
tenía que garantizar a todos el «derecho de existencia». gada de la represión de acuerdo con la ley marcial): todos, también los des­
El primer problema, el que afectaba a los burgueses, es el que se plan­ poseídos, deben poder formar parte de la Guardia Nacional. En abril de
tearon centralmente los termidorianos, después de derrocar a Robespierre, y 1791, da ya por consumada la fractura del tercer estado:
el que trataron de resolver -sin éxito-- con una República de «gentes ho­
nestas», es decir, de propietarios burgueses. El segundo problema, el que :t Las leyes, la autoridad pública, ¿acaso no han sido establecidas para proteger
a la debilidad contra la injusticia y la opresión? ... Pero los ricos, los hombres
afectaba al pueblo llano, es el que planteó Robespierre desde el comienzo, y
el que trató de resolver, después de la proclamación de la Primera Repúbli­
ca, el 22 de septiembre de 1792, con su Constitución de 1793.
¡ poderosos han razonado de otro modo. Por un extraño abuso de las palabras,
han restringido a ciertos objetos la idea general de propiedad; se han llamado
a sí mismos los únicos propietarios; han pretendido que sólo los propietarios

15. Marx interpretó malla posición de Robespierre ante la «Ley Le Chapelier», y tras él,
§10 EL SIGNIFICADO POLíTICO DE LA FRATERNIDAD EN 1790 y el grueso de la historiografía marxista posterior. En realidad, como ha mostrado la his­
toriografía actual, Robespierre captó perfectamente desde el comienzo el carácter de clase de la
Muy tempranamente, el 21 de octubre de 1789, la Asamblea Cons­ Ley Marcial y de la Le Chapelier». (Véase Florence Gauthier, Triomphe et mort du droit
tituyente contesta a un memorial de agravios presentado por el pueblo llano naturel en Révolution, PUF, París, 1992, pp. 102-103, libro del que proceden todas las citas de
Robespierre, mientras no se diga otra cosa.) Desde el primer momento, pues, la democracia ro­
bespierriana representó a un «cuarto estado», claramente escindido del tercero. Robespierre no
14. Véase Otto Kirchheimer, Funktionen des Staats und der Verfassung, Suhrkamp, fue un "burgués».
Frandort, 1972, p. 227. 16. Véase el prólogo.

P""'" 83
82 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA

son dignos del nombre de ciudadanos; han llamado a su interés particular in­ entre loi politique y loi civil. Y tampoco aceptó la concepción de Montes­
terés general... quieu de la división de poderes (con un poder judicial incontrolable e irrevo­
cable por la voluntad popular). En eso no hay diferencias a recia bies con el
En 1 792 --en vísperas de acceder al poder-, es todavía más consecuente: ala democrático-plebeya de la Revolución francesa. Pero ef erso (como la
entera tradición histórica republicana) ~ªcel'taba la se~.!1d~_~inci~~j':l.­
Si todos los hombres fueran justos y virtuosos; si la codicia no se viera nunca mO~ªu~~M_2nte~~jeu entre loi civil y loi df!1t!.milJ:.f!.. Si la distinción entre <dey
tentada de devorar la sustancia del pueblo; si, dóciles a la voz de la razqn y de
p~lítica» y <dey civil» (entre Estado y sociedad civil) le permitió a Montes­
la naturaleza, todos los ricos se consideraran a sí mismos como los ecónomos
quieu defender el interés privado y la propiedad privada de las ingerencias de
de la sociedad, o como los hermanos del pobre, podría no reconocerse otra ley
sino la de la libertad más ilimitada; mas si es verdad que la avaricia puede es­
la monarquía absolutista (al precio de privar a los individuos de libertades
pecular con la miseria, y la tiranía misma, con la desesperación del pueblo; si políticas), esta última distinción -tradicionalmente republicana- entre <<ley
es verdad que todas las pasiones declaran la guerra a la humanidad doliente, civil» y <dey de familia» le permitía defender de la posible ingerencia de la
¿por qué no habrían las leyes de represar esos abusos? ... ¿Por qué no habrían «ley civil» a toda la gama concebible de despotismos patriarcales, sin omitir
de ocuparse de la existencia del pueblo, después de haberse ocupado tanto el más extremo:
tiempo de los placeres de los grandes y del poder de los déspotas?
!) La esclavitud está, por lo demás, en oposición tanto con el derecho natura
De momento, ya sabe que los burgueses ricos ni son los ecónomos de la J como con el derecho civil. ¿Qué ley civil podría impedir la huida de un escla­
sociedad, ni los hermanos de los pobres. ~JI' vo, si precisamente el esclavo esta.', fU.era de la sociedad [civil], y por lo tanto,
y en 1793 -va aprendiendo-, es ya completamente consecuente. La ninguna ley civil le concierne? N() Ruede ser retenido, sino por una ley de fa-
República debe asegurar, a todos, los «medios de existif», todos deben tener I milia, es decir, por la ley del amo}? , "
una propiedad suficiente para no tener que pedir permiso a otros para sub­
sistir: A diferencia de los republicanos antifederalistas norteamericanos, Ma­
rat, Robespierre o Saint Just difícilmente podían aceptar tampoco esta se­
¿Cuál es el primer fin de la sociedad? Mantener los derechos imprescriptibles gunda distinción del barón de Secondat. Porque el grueso de la base social de
del hombre. ¿Cuál es el primero de esos derechos? El de existir.~a primera ley la democracia plebeya jacobina era el «pueblo propiamente dicho» de la vida
social es, pues, la que asegura a todos los miembros de la sociedad los medios social del Antiguo Régimen europeo, es decir, los que, además de estar inve­
de existir; todas las demás se subordinan a ésta; la propiedad no ha sido insti­ teradamente excluidos de la vida civil (como los judíos o los protestantes), es­
tuida, ni ha sido garantizada, sino para cimentar aquella ley; es por lo pronto taban sometidos, de una u otra forma, en uno u otro grado, a la loi de fami­
para vivir que se tienen propiedades. Y no es verdad que la propiedad pueda jk, a la dominación patriarcal-patrimonial, lo que incluía al grueso de los
jamás estar en oposición con la subsistencia de los hombres.:)
grandes nombres de la Ilustración europea: Rousseau, Schiller, Kant, Mo­
zart, Fichte, Hegel, Horlderlin, todos conocieron la dolorosa experiencia del
Podría decirse, y se ha dicho: es el equivalente, del otro lado del Atlánti­
«preceptof», todos fueron «familiares», famuli, domésticos de alguna fami­
co, de la democracia de pequeños propietarios jeffersoniana. Pero de este
lia patricia; muchos de ellos se reconocieron en el famoso drama de Lenz,18 y
lado del Atlántico, una democracia de pequeños propietarios tenía que lidiar
no pocos -Hegel, desde luego 19- debieron de identificarse con la rebelión
en serio, destruyéndolo de raíz, con el complejo socio-institucional del Anti­
de la criada Marianne dramatizada por Marivaux.
guo Régimen: con su aparato burocrático monárquico-absolutista (al que los
De aquí la extraordinaria fortuna de la consigna robespierriana de
revolucionarios europeos querían diluir en la sociedad civil), con sus arcaicos
«Fraternidad» como complemento de la «Libertad» y la «Igualdad». Nun­
institutos de propiedad privada, o con la Iglesia católica que, en su faceta de
ca una divisa política ha expresado de modo más feliz y colmado para sus
gran potencia feudal, nunca, ni siquiera bajo los rigores del absolutismo bor­
bónico francés, dejó de disputar a las autoridades públicas el derecho de de­
finir el bien público.
17. Esprit des lois, Libro 15, capítulo 2.
El ala republicano-democrática de la Revolución norteamericana (no los 18. Fue célebre a finales del XVlIl el drama de Lenz El preceptor, en el que se describe ca­
federalistas que, en palabras de Jefferson, eran en la práctica «monárqui­ ricaturescamente la condición servil de los preceptores.
cos») siguió a Locke en su negativa a distinguir, a la manera de Montesquieu, 19. Véase Jacques D'Hondt, Hegel, C. Pujol, trad., Tusquets, Barcelona, p. 78.

r"" 84 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 85

bases sociales todo un ideario político y un entero programa de acción. (Ni oficiales, las mujeres, todos quienes, para vivir, necesitan depender de otro,
nunca consigna política alguna ha sido tan malinterpretada por una poste­ pedirle permiso) no sea excluida de la nueva vida civil libre que prometió la
ridad decididamente resuelta a ignorar las circunstancias históricas que la Revolución en 1789:[que nadie domine a nadie, que nadie necesite «depen­
alumbraron.) der de otro particular» para poder subsistir~
Por lo pronto, con el grito de «¡fraternidad!», el ala democrático-plebe­ La «fraternidad» es a partir de 1790 la consigna que unifica programáti­

ya de la Revolución francesa concretaba en programa político de combate camente las exigencias de libertad e igualdad de las muy heterogéneas pobla­

para el pueblo trabajador el ideal ilustrado de «emancipación» (otra metáfo­ ciones trabajadoras -esa «bestia horizontal», secularmente semiadormila­

ra, cognitivamente gemela, procedente del ámbito familiar): que «to\:los los da- del Antiguo Régimen. 21 Gracias al programa democrático-fraternal

hombres sean hermanos», la exigencia del gran poema de Schiller parcial­ robespierriano, la «bestia horizontal» vivió por unos años la experiencia de

mente musicado luego por Beethoven en la Novena Sinfonía quiere decir que una horizontalidad conscientemente política, conscientemente emancipada

todos se «emancipan» de las tutelas señoriales en que secularmente vivía seg­ de los yugos señoriales y patriarcales que la venían segmentando vertical­

mentado el grueso de las poblaciones trabajadoras del Antiguo Régimen eu­ mente, y se constituyó políticamente, si así puede decirse, en «cuarto esta­

ropeo; quiere decir que todos, por formularlo con otra celebérrima metáfora do», políticamente independizado del «tercero»,

cognitivamente gemela acuñada por Kant --ese admirador de Robespierre-, «Emanciparse» llegó entonces a significar para el pueblo llano "herma­
que todos, digo, abandonen la «mi.!!91iªE.~_~Q?d»/o narse>' horizontalmente, sin barreras verticalmente dispuestas. Emancipados
Cuando Marat desafía los «falsos conceptos de igualdad y libertad» por­ de la tutela del señor o del patrón, no sólo se podía ser "hermano'> de todos
que tratan de enmascarar el hecho de que quienes los proponen «nos siguen los «menores'> que compartían cotidianidad bajo la misma dominación pa­
viendo como la canalla», está exigiendo que la «canalla» (los desposeídos, triarcal-patrimonial; se podía llegar a ser también hermano emancipado de
los campesinos acasillados, los criados, los domésticos, los trabajadores asa­ todos quienes estaban bajo la tutela y la dominación de otros patronos. La
lariados sometidos a un «patrón'>, los artesanos pobres, los aprendices, los segmentante parcelación señorial de la vida social europea en el Antiguo Ré­
gimen estorbaba al contacto horizontal del pueblo llano:

1 20. Cuando Kant trata de reflexionar sobre la tríada axiológica de la Revolución france­ ... he aquí a la especie humana dividid~\en manadas de ganado, cada una con ,
sa, tiene una interesante vacilación a la hora de traducir fraternité. En el manuscrito prepara­
torio de su trabajo «Sobre el dicho común: esto puede valer en teoría, pero no para la prácti­
su jefe, que la guarda, para devorarla~ / I
ca» (1793), se aprecia que, al poner sobre papel la tríada robespierriana «Libertad, Igualdad y
errlpu:za por traducirla casi literalmente al alemán. Luego, deja entre paréntesis Caído ese régimen era el ideal-, todos los individuos pertenecien­
«Fraternidad.. (vertida al alemán, por Verbrüderung, 'fraternización'), poniendo sin paréntesis tes a las clases domésticas y subalternas, antes separadas y fragmentadas en
weltbürgerliche Einheit (unidad cosmopolita). Y se apresura a aclarar qué entiende por tal: gremios de oficios, jurisdicciones, dominios y protectorados señoriales -in­
«Selbstandigkeit [independencia, autonollÚaJ, en la que ésta se presupone sin contrato». La vacila­ cluidos los eclesiásticos-, se unirían,&e fundirían como hermanos emanci­
ción de Kant, revela lo siguiente: que él, un republicano clásico, no está completamente dispues­
pados que sólo reconocerían un progenitor: la nación, la patria)
to a conceder plena ciudadanía a criados y mujeres, ni a nadie que dependa de otro particular, tal
vez por no creer -como sí creyeron Marat y Robespierre-- en la posibilidad de una sociedad en
y la ola de hermanamiento tampoco se detenía aquí: destruidas no sólo
la que nadie dependa de otro para vivir. El movimiento de fraternización tiene que ser «sin con­ las sociedades civiles señoriales, sino las despóticas monarquías absolutas en­
trato», porque contratos propiamente dichos sólo pueden cerrarlos los sui iuris, los libres que señoreadas de las distintas naciones -domésticas de sus reyes-, también los
son libres precisamente porque no dependen de nadie para subsistir. Kant vacila, pues, a la hora distintos pueblos de la tierra, emancipados de esa tutela dinástica segmen­
de dar el último paso políticamente consecuente con los ideales de la ilustración, el paso a la de­ tante de la humanidad, se hermanarían alegres: ese era el sentido de la Welt­
mocracia que sí han dado ya los jacobinos en París, y que consiste en: elevar a la sociedad civil,
en conceder plena ciudadanía a todas las clases domésticas (potencialmente, pues, también a las
bürgertum ilustrada, de la República cosmopolita (que nada tiene que ver
mujeres), incorporándolas, como se formulaba entonces, al gran contrato entre libres e inde­ con el cosmopolitismo liberal posnapoleónico del XIX); Y así lo tradujo a po­
pendientes que es la sociedad civil, garantizándoles simultáneamente el efectivo «derecho de
existencia» mediante una redistribución a gran escala de la propiedad. El borrador de la formu­
0.
I
lación kantiana puede verse en el Nachlass. Me ha resultado muy iluminadora la interpretación Véase E. P. Thompson: Costumbres en común, op. cit., p. 81: «Puede que la chusma¡

que hace de este punt~~to~en su trabajo «J:l repl!!:>licanismQ.d~. Kªnt», ponen­ no destacara por una impecable conciencia de clase; pero los gobernantes de Inglaterra no al­

cia presentada en el Seminario Internacional sobre Repulicanismo, Democracia y Mundo Mo­ , bergaban la menor duda de que era una bestia horizontal •.

l derno, Madrid, noviembre de 2001. .


--
22. Rousseau, Contrat social, Libro I, cap. 2.

".... 86 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 87

lítica concreta la democracia jacobina: la guerra revolucionaria de la nación !re <<ley política» y <<ley civil>,. Los magistrados Y los funcionarios públicos
libre francesa tenía que ser puramente defensiva. son meros agentes fiduciarios de la ciudadanía (del «pueblo soberano»); y
Apenas dos semanas después del triunfo del movimiento democrático ro­ por lo mismo, tienen que rendir cuentas y poder ser revocados sin otro moti­
bespierrista del 10 de agosto de 1792, el diputado Gaudet apela a todos los vO que el de la voluntag-º<clJ?Q..eblo soberano, articulado en una ~ºcie"dad ci­
amigos de la «fraternidad universal»: vil de libres e iguales (en tanto que recíprocamente libres); y por lo mismo,
24
;;n unos ciudadanos más, hermanados con el resto.
Considerando que aun si no nos podemos permitir esperar a que los hont.l?res Sin embargo, la democracia jacobina va más allá en este punto que el re­
\leguen algún día a formar, ante la ley como ante la naturaleza, una sola ra:­ publicanismo inglés del XVII. Pue~ por ejemplo, ~~sl!!Y_<i.dels.ontrol.!!.:
milia, una sola asociación, no por ello a los amigos de la libertad, de la fra­ dudado de la ciudadanía a un misterioso poder, al que llamó foederative po­
ternidad universal les debe resultar menos cara una nación que ha proclama­ -;;;:~ediante el cual la autoridad política de la nación retenía una capacidad
do su renuncia a todas las conquistas, y su deseo de fraternizar con todos los T~~areable para fijar las relaciones con las potencias extranjeras, para decla­
pueblos. 23 rar la guerra y para gobernar las colonias. 2s ti'ara la democracia jacobina, en
cambio, un tal poder destruiría, por lo pronto, la fraternidad interna desha­
Quien todavía recordara las palabras de Robespierre pronunciadas el 2 ciendo la relación fiduciaria con una parte del poder político y reconstruyen­
de enero de 1792 contra la política internacional activamente belicista de bri­ do el «despotismo monárquico del eiecurt~o»; y enseguida, arruinaría la fra­
sotins y girondinos (antecedente principal del expansionismo militar napo­
ternidad universal de los pueblos}
leónico), no pudo sorprenderse de la encarnizada resistencia popular encon­ Pero el punto verdaderamente decisivo de la «fraternidad» democrá:
trada unos años después por las tropas «libertadoras» de Napoleón en la rica jacobina, lo que la convierte en una innovación política radical respecto
España tiranizada por el absolutismo de Fernando VIL Pues la hermosa de la entera tradición histórica republicana (incluso de la democrática) es su
«profecía filosófica» (Kant) ilustrada la había traducido Robespierre a exac­ 1:~tic~n.cia ª.acepta~Ja.haº~_tual distinci(m entre «lex civi}', y «ley de familia>?­
ta predicción política: Pues por lo mismo que <<fraternidad» quiere decir universalización de la li­
bertad/igualdad republicana, quiere decir también: elevación de todas las cla­
El más vicioso de los gobiernos hallará un poderoso apoyo en los prejuicios, en
ses «domésticas» o civilmente subalternas a una sociedad civil de personas
los hábitos, en la educación de los pueblos. El despotismo deprava el espíritu
de los hombres hasta hacerse adorar y hasta tornar a la libertad sospechosa y
plenamente libres e iguales. Lo que implica: allanamiento de todas las barre­
espantable por lo pronto. La más extravagante de las ideas que puede nacer en ras de clase derivadas de la división de la vida social en propietarios y despo­
la cabeza de un político es creer que basta que un pueblo entre a mano arma­ seídos. Lo que implica: una redistribución tal de la propiedad, que se asegu­
da en un pueblo extranjero para que éste adopte sus leyes y su constitución. re universalmente el «derecho a la existencia'}. Garantizar ese derecho
Nadie quiere a los misioneros armados, y el primer consejo que dan la natura­ a todos es para Robespierre, según se ha visto, la «primera ley socia},>, a la
leza y la prudencia es rechazarlos como a enemigos. que todas las demás «están subordinadas».
Digámoslo así: en el programa democrático-fraternal jacobino no sólo se
Así pues, en resolución, la metáfora conceptual de la «fraternidad» arti­ liquida la distinción político/civil -el despotismo monárquico-, sino que
culaba en una sola palabra, inmediatamente comprensible en su significado potencialmente se liquida también la distinción entre ley civil y ley de fami­
político para la generalidad del pueblo llano, todo el ideario programático d~ lia, con lo que queda amenazado de raíz también el despotismo patriarcal.
la «democracia» en EurQllik. Que se puede resumir en estos dos puntos: Todo es sociedad civil. Ahora bien, «familia» viene de famulí, siervos. Y la
fraternidad implica potencialmente la entrada en la «ley civil», es decir, la
1) En la mejor tradición del repl!blicanismo antiguo, la democracia re­ bertad/igualdad de todos los domésticamente subalternos: esclavos, criados,
publicana jacobina, como la coeva democraa~-~~p~blicana antifederalista «clientes>', oficiales, aprendices, obreros sometidos a «patrón» ... y ¡mujeres!
norteamericana y como los «hombres de la Commonwealth» ingleses del si­
glo XVII (Milton, Sydney, Locke),no ac~~t.!lJ!:l_4i2!:!!:tsión montesquieuana en­ 24. Nótese la fuerza normativa de la metáfora, pues ¿qué mejor agente fiduciario, en la
vida privada, que el propio hermano?
23. Discurso del diputado Gaudet, 26 de agosto de 1792. Citado por Gauthier, Triomphe 25. Para una apreciación de esto, véase Antoni Domenech, De la ética a la política, Críti­
et mort... , op. cit., p. 208. ca, Barcelona, 1989, pp. 242-253.

ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 89


88 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD

nuevo. Inmediatamente después de proponer a la imaginación del lector el


§ 11 MUJERES FRATERNALES EN ACCIÓN
día -que habrá de llegar, «tarde o temprano»- en el que la revolución «sal­
drá de las fórmulas», y «dentro de esa libertad divina que sólo da la excelen­
Robespierre acuñó y seguramente contribuyó como nadie a dar todo su cia del corazón, nos traerá un desconocido fruto de bondad, de fraternidad»,
significado político a la consigna. Pero no la inventó. La idea estaba en el narra como anticipación paradigmática de ese futurible la jornada del 14 de
aire: ya fue importante para la masonería dieciochesca, que al menos desde julio de 1790, la festiva celebración del primer aniversario de la toma de la
su Constitución londinense de 1723 venía expresando su idea fraternal Bastilla:
como una negativa a distinguir en su seno entre noblemen, gentlemen and
Ese día todo era posible. Toda división había cesado; ya no había ni nobleza,
workingmen. Pero el caso es que -y aquí está el secreto de su enorme fuer~
ni burguesía, ni pueblo. El futuro se hizo presente ... Un estado así, ¿puede ser
za movilizadora- brotaba espontáneamente de unas masas pobres y «do~ duradero? ¿Era posible que las barreras sociales, abatidas ese día, se dejaran en
méstÍcas» recién afloradas a la vida pública, recién emancipadas de tutelas tierra, que la confianza subsistiera entre hombres de clases, de intereses y de
patriarcales. opiniones diferentes? ... Unos instintos magnánimos habían estallado en todas
Es como si la metáfora conceptual de la unión fraternal surgiera del modo las clases, yesos instintos lo simplificaban todo. Nudos inextricables antes Y
más natural de las cabezas de los recién emancipados del yugo patriarcal. después, se soltaron por sí propios ... Lo que parecía imposible en octubre, se
Toussaint Louverture, el jacobino negro 26 que libera a los esclavos de la colo~ hizo posible en julio. Por ejemplo, se pudo haber temido en octubre de 1789
nia francesa en Santo Domingo, se dirige así a las masas insurrectas: que la masa de los electores rurales siguiera a la aristocracia; ese temor no
podía ya subsistir en julio de 1790; e! campesino, lo mismo que las poblacio­
Hermanos y amigos ... he realizado la venganza. Quiero que la libertad y la nes urbanas, seguía por doquier el ímpetu de la revolución.
igualdad reinen en Santo Domingo. Trabajo para que existan. Uníos a noso­
tros, hermanos, y combatid con nosotros por la misma causa. Se puede dudar de una pluma que, como la de Michelet, tiende a la efu­
sión sentimental y escribe más de medio siglo más tarde. Pero no se puede du­
y el antiguo cimarrón cubano Esteban Montejo, que probablemente dar del siguiente despacho del embajador veneciano, fechado inmediatamen­
nunca había oído hablar ni de Robespierre ni del himno a la alegría de Schi­ te después de la toma de la Bastilla:
ller, expresaba de este modo a su biógrafo, el historiador Miguel Barnet, el
núcleo de su ideario social de ex esclavo: Toda la villa no parecía sino formar una sola familia: en el espacio de un mo­
mento [sic], doscientas mil personas tomaron las armas, todos los guardias
Lo más lindo que hay es ver a los hombres hermanados. Eso se ve más en e! franceses, la guardia urbana, a pie y a caballo, incluso los regimientos suizos se
campo que en la ciudad. En la ciudad, en todos los pueblos, hay mucha gente pusieron del lado de la villa y del pueblo, y e! rey fue abandonado incluso por
mala; ricos de estos que se creen los dueños de! mundo y no ayudan a nadie. parte de sus tropas. 2B
En el campo es distinto. Ahí todo el personal tiene que vivir unido, como en fa­
milia. Tiene que haber alegría. 27 El embajador de la que Quevedo despreció en su día como «República
ramera» (nacida al logro, destinada al robo) se muestra particularmente
Jules Michelet ha sido, entre todos los historiadores de la revolución, el asombrado, y a su modo, conmovido, por el activismo de las mujeres. Así,
más devoto del valor de la fraternidad. Su gran Historia de la Revolución por ejemplo, en el despacho al Dogo correspondiente al 5 de octubre de 1789
Francesa -escrita a mitad del XIX- está llena de emocionantes pasos en los relata con alarma:
que, con su característica prosa, jugosa y protréptica, pero a menudo certera,
describe el raro sentido de unidad popular que logró darse en la población Faltando esta mañana el pan necesario para el consumo diario, se ha produci­
francesa en momentos o críticos o solemnes del proceso revolucionario, y do una insurrección de las mujeres, que arrastraban, quieras que no, a las de­
tanto en labores de destrucción del viejo orden, como de construcción del más mujeres que encontraban por la calle, sembrando la consternación en el

26. Véase C. L. R. James, The Black jacobins. Toussaint Louverture and the San Domin­
28. Les 470 dépéches des ambassadeurs de Venisse au doge. 1786-1795, París, Laffont,
go Rervolution, Vintage Books, Nueva York, 1989.
27. Miguel Barnet, Biografía de un cimarrón, Ariel, Barcelona, 1968, p. 138. 1997, p. 305. (El énfasis añadido es mío.)

91
"'" 90 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA

Ayuntamiento, adonde se han dirigido para exigir justicia. Hasta este sexo
y es verdad: no fue sino hasta casi el final de su corta vida que el Inco­
quiere tomar en París una parte activa en la rebelión para no parecer inferior
rruptible pareció comprender la inexorable lógica con la que la (raternité
alotro. 29 -como programa democrático de plena y universal civilización de la vida
social, económica, familiar y política- tenía que traer consigo la cumplida
Un año después, en la Fiesta de las Federaciones del 14 de julio de 1790, emancipación de las mujeres.
las mujeres se hicieron notar también. Michelet describe el evento con su elo­ Pero acabó comprendiéndola, y cabalmente. Merece atención este pe­
cuencia habitual: queño extracto de su gran discurso de mayo de 1794:

La mujer está mucho más interesada en informarse y en prevenir ... ¿Las crefois Estaréis allí, vosotras, jóvenes ciudadanas, a quienes la victoria habrá de ofre­
en el hogar? ... Llamadas o no, tomaron del modo más activo parte en lasAÍes­ ceros también muy pronto hermanos y amantes dignos de vosotras. Allí esta­
tas de la Federación. En no sé qué pueblo, se habían reunido los hombres en un réis, vosotras, madres de familia, cuyos esposos e hijos levantan los trofeos a la
gran local, a fín de dirigir un llamamiento colectivo a la Asamblea Nacional. i Repúblíca sobre los escombros de los tronos. ¡Oh mujeres francesas!: ¡amad la
Ellas se acercan, escuchan, entran, húmedos los ojos de lágrimas: también libertad comprada al precio de su sangre! ¡Serviros de vuestro imperio, a fin de
quieren estar. Entonces, se les leyó el escrito; ellas se sumaron de todo corazón. que se extienda el de la virtud republicana! ¡Oh mujeres francesas: sois dignas
Esta profunda unión de la familia y de la patria penetró todas las almas de un del amor y del respeto de la Tierra!l1
sentimiento desconocido ..lO

Es claro que la «profunda unión de la familia y de la patria» es resultado


r Obsérvese la sutileza y la profundidad que alcanza aquí la oratoria del
\!I Incorruptible. En radical solución de continuidad respecto del léxico republi­
de la negación práctica, de la refutación por los hechos que el pueblo llano pa­ cano recibido, las mujeres son ahora sucesivamente tratadas, primero, como
risino estaba haciendo de la inveterada distinción entre loí civil y loi de {ami­ «ciudadanas»; luego, y congruentemente, como «hermanas» de los ciudada­
!le. Ahora, ¿tuvo ese radicalismo de la espontánea acción «fraternal» popu­ nos en armas que están defendiendo a la República revolucionaria del con­
lar su contraparte en el ideario político de la democracia jacobina? ¿Sacaron certado ataque de las fuerzas de la reacción monárquica europea. A conti­
los montagnards todas, absolutamente todas la consecuencias de su recusa­ nuación, como «madres de familia» -un neologismo político, contrapuesto
ción doctrinal de la «ley de familia»? metonímicamente con suprema eficacia retórica a «padre de familia»-.
Es verdad: Robespierre fue lo bastante radical como para impulsar con Además, las mujeres francesas tienen «imperio» en el hogar, y Robespierre
resuelto coraje desde el principio --con la oposición encarnizada de la bur­ las exhorta a servirse de él para educar a los hijos en la «virtud republicana».
guesía girondina, que tenía grandes negocios en ultramar-la a bolición de la y por último, al hacerlas «dignas del amor y del respeto de la Tierra», las
esclavitud en las colonias; fue lo bastante radical como para hacer suya sin convierte también retóricamente en ciudadanas de la República cosmopolita
reservas desde el comienzo la causa de todos los desposeídos, de todas las cla­ 1 ilustrada.
ses «domésticas», de todos los patriarcalmente «dependientes», y ciertamen­
te, después de la proclamación de la República -que siguió a su gran victo­
ria del 10 de agosto de 1792-, abolió la distinción entre ciudadanos activos §12 DESPUÉS DE TERMIDOR: MUJERES y PROLETARIOS
y pasivos y estableció por vez primera en suelo europeo el sufragio universal; EN EL ORDEN CIVIL NAPOLEÓNICO
pero no lo extendió a las mujeres, como tampoco se había mostrado particu­
larmente interesado antes, en 1791, en la fracasada moción de la monárqui­ Democracia, tradicionalmente gobierno de los pobres ya libres, llegó a
ca Olympia de Gouges para que la Asamblea aprobara una «Declaración de significar a partir 1792 la pretensión de universalizar la libertad republicana,
los derechos de la mujer y de la ciudadana». de lograr una sociedad civil, no sólo que incorporara a todos, sino en la que
todos fueran plena y recíprocamente libres, es decir, iguales en el viejo senti­
29. lbid., p. 339. (El énfasis añadido es mío.) En el despacho del 12 de octubre narra que:
do republicano de la palabra. Una sociedad civil en la que todos fueran sui
,das mujeres sembraban el furor y la consternación por doquier; en el curso de la noche entra­
ron en la Asamblea Nacional. Luego se permitieron plantarse en el castillo y penetrar hasta los 31. Robespierre, «Rapport presenté au nom du Comité de Salut public, 18 floré al an TI»,
mismos aposentos de la reina, determinadas ya a matarla». ¡bid., p. 341. 7 de mayo de 1794. Recogido en el Discours et rapports a la Convention, Union Générale
30. Michelet, Histoire ... , op. cit., yol. 1, p. 328. d'Editions, París, 1965, pp. 281-282. (Los énfasis añadidos son míos.)

..... '
ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 93
92 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD

iuris, en la que todos fueran «ciudadanos activos», yen la que la autoridad glesa y superación de una loi politique in-civil mediante la instauración de la
política no tuviera oportunidad de separarse de la vida civil, reconstruyendo República; sufragio universal masculino; derecho universal a la existencia;
el aparato burocrático del «despotismo monárquico», sino que se allanara al anulación de todas las leyes marciales; potencial superación de una loi de fa­
papel de mero agente fiduciario del pueblo soberano. Una sociedad civil en la mille in-civil (lo que incluyó la efectiva abolición de la esclavitud y el inci­
que todos tuvieran asegurado su «derecho a_la existencia», sin necesidad de piente reconocimiento cívico-fraternal de las mujeres); renuncia completa a
dependencias patriarcales o neopatriarcales. Democracia era, pues, «frater­ las guerras ofensivas de conquista. Todo eso fue barrido.
nidad», y fraternidad, «democracia». La llamada libertad económica y un derecho ilimitado de propiedad (que
Precisamente contra esa pretensión pancivilizatoria de la democracia fra­ lo mismo impedía, por ejemplo, interferir legislativamente en la actividad sa­
ternal se sublevaron las fuerzas sociales y políticas que dieron el golpe de Jls­ boteadora de los acaparadores de grano que regular jurídicamente las condi­
tado antijacobino el9 de Termidor de 1794. Y no se anduvieron con redÍtos ciones en que prestaban su trabajo los que se veían obligados a mendigarlo a
en la manifestación de sus objetivos. En 1795, el termidoriano Boissy d' An- . los «propietarios») fueron establecidos el 24 de diciembre de 1794. Y el mi­
glas, expresando inmejorablemente el programa de los antirrobespierranos nistro del interior, Roland, que acababa de aplaudir un decreto rebajando en
triunfantes, hacía esta lúcida defensa del sufragio censitario: un cuarenta por 100 los salarios, no se privaba de declarar:

Tenemos que ser ~obern.§l_d..?~.porJ.<:?s.II!~i()re~; los mejores son los más instrui­ Todo lo que un gobierno sabio puede y debe hacer en materia económica es
33
dos y los más interesados en el mantenimiento de las leyes. Ahora bien; des­ afirmar que no intervendrá jamás.
contadas algunas excepciones, no hallaréis hombres así sino entre quienes go­
zan de alguna propiedad, los cuales adhieren al país en la que ésta se halla, a f.,La Constitución de 1795 abolió el sufragio universal} Y no se limitó a
las leyes que la protegen, a la tranquilidad que la conserva, y deben a esa pro­ reintroducir el sufragio modestamente censitario de 1789, que sólo exigía
piedad y a la holgura que ella proporciona la educación que los ha hecho ca­ a los ciudadanos activos un aporte fiscal equivalente a tres jornadas de tra­
paces de discutir, con sagacidad y precisión, sobre las ventajas y los inconve­ bajo. Boissy d' Anglas propuso elevarlo a cincuenta jornadas. Pero, al final, la
nientes de las leyes que determinan la suerte de la patria ... Un país gobernado Convención termidoriana decidió elevarlo a doscientas. ¡Con la seguridad de
por los propietarios está en el orden social; uno gobernado por los no propie­
los propietarios no se juega!
tarios [la democracia] es el Estado de ~tllr<l~za.. La guerra revolucionaria defensiva fue transformada en guerra expan­
sionista de conquista. Y precisamente a la vuelta de su expedición conquista­
y su colega, el diputado termidoriano Dupont de Nemours expresó lo dora a Egipto dio Napoleón el golpe de Estado el 18 de Brumario (2 de di­
mismo, tal vez con mayor requinta miento metafísico, pero con no menor ciembre de 1799) que acabó con el Directorio termidoriano, inaugurando un
profundidad política: «consulado», todavía nominalmente republicano.
1a esclavitud fue reestablecida en 1802 por el «cónsul» Napoleón en las
Es evidente que los propietarios, sin cuyo permiso nadie podría en el país con­
seguir alojamiento y manutención, son los ciudadanos por excelencia. Ellos colonias.
son los soberanos por la gracia de Dios, de la naturaleza, de su trabajo, de sus Regresó una monarquía, más o menos constitucional, en 1804, cuando
inversiones y del trabajo y de las inversiones de sus antepasados. 32 el «cónsul» se proclamó «emperador».
y por último, derrotado militarmente Napoleón en 1815, las potencias
Éste era el núcleo del problema fundamentaL Y el que explica que el monárquicas europeas impusieron de nuevo a Francia la monarquía bor­
enérgico propósito termidoriano de contentarse con establecer una Repúbli­ bónica.
ca de meros propietarios -répub/ique des honnetes gens- se despeñara a Sin embargo de todo eso, y a pesar incluso del regreso de las fuerzas so­
toda velocidad por los derrotaderos de una contrarrevolución radical. Todo ciales del Antiguo Régimen con la restauración absolutista de Luis XVIII y
lo que había sido establecido por la democracia jacobina desde ellO de agos­ Carlos X, pervivió firmemente, como eco lejano y pervertido de la democra­
to de 1792: supresión de la realeza y de la monarquía constitucional a la in­ cia fraternal, la <<llueva» igualdad civil que habían moldeado los codes napo­
leónicos. En un sentido que más adelante se verá, nadie podía ya echar de la
32. Ambas citas proceden de Georges Lefebvre, Les Thermidoriens-Le Directoíre, Ar­
mand Colín, París, 1957, cap. XI. (El énfasis añadido es mío.) 33. Citado por H. Guíllemin, SUence aux pauvres, Arléa, París, 1996, p. 101.

'4 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 95

sociedad civil a los descendientes de las viejas clases «domésticas>, del Ancien realizar actos y negocios jurídicos (contratos civiles) a partir de su «propie­
Régime. La nueva sociedad civil burguesa, que llevaba la impronta de los ra­ dad».36 Eso les arrancaba, ciertamente, de la loi de {amille del Antiguo Régi­
cionalizadores códigos napoleónicos, estaba aquí para quedarse. men, les sacaba del ámbito «doméstico», y los convertía en cierto sentido en
El nuevo orden posnapol~ónico puede, para lo que aquí interesa, carac­ miembros de pleno derecho de, y enteramente incorporados a, la nueva so­
terizarse con dos trazos: 1) Re~!!1!!E§, con una peculiar redefinic~ón que sal­ ciedad civil burguesa de «libres» e «iguales». Hasta aquí la nueva loi civil.
vaba las apariencias republicanas,la dife~~_J.l~i':l~~~í!.~{~i civ~!J..loi de (amille. ¿Qué hay de la innovadora loi de {amille posnapoleónica y de la relación de
y 2) restauró, con una peculiar redefinición de todo punto incompatible cOñ ésta con la reformada loí civil?
la tradición histórÍca republicana, lª-º!~!~~!~ eng~}.Qj_ ciyjLY...!E.íP.9Hti!l!!e. Se trata de un punto crucial para entender el orden social y político que
Por ahora, sólo nos entretendrá el primer punto. se impuso en el primer tercio del XIX. Porque los códigos civiles napoleónicos
Lo primero que hay que tener en cuenta es la enorme transformación que construyeron jurídicamente el ámbito que Montesquieu y la tradición repu­
había experimentado el «pueblo llano», le menu peuple, con la revolución. blicana -no los propios códigos- habían llamado loi de {ami/le (el oikos, el
Gracias a las expropiaciones de las tierras «vinculadas» de la nobleza y de las domus) por modo tal que, a la vez que rehacían la estructura de poder de la
propiedades «amortizadas» de la Iglesia, llevadas a cabo por el ala democrá­ familia propiamente dicha mitigando el despotismo patriarcal, regulaban in­
tico-plebeya de la revolución,34 una buena parte de los antiguos campesinos directamente la estructura de poder de la unidad productiva, de la incipiente
acasillados, jornaleros y aparceros se conviertieron en métayeurs, en propie­ empresa capitalista.
tarios rústicos pequeños y medios: éstos quedaron incorporados «fraternal­ Ahora, los desposeídos, que ya empezaban a llamarse «proletarios», ade­
mente» a la nueva sociedad civil posrevolucionaria por su condición de pro­ más de poseer su propia fuerza de trabajo, y con ella, de ingresar como neó­
pietarios. Y Napoleón los mantuvo en esa condición, y aun la afirmó y la fitos en la nueva sociedad civil burguesa, entraban también en posesión de lo
hizo irreversible. (Por eso acabaron siendo una de las bases de sostén social que habían poseído tradicionalmente los veteranos de la sociedad civil del
más firmes del bonapartismo.) Antiguo Régimen, los hon; patres {amiliae: una familia propia, el gobierno
Pero a comienzos del siglo XIX, naturalmente, seguía habiendo en Fran­ soberano de la mujer y de los hijos: ¡se acabó el ius prima noctis! Es verdad
cia «desposeídos» que, por repetir la formulación de Dupont de Nemours, que el nuevo derecho de familia napoleónico suavizó el despotismo patriar­
necesitaban «pedir permiso» cada día a los propietarios «para conseguir alo­ cal tradicional y concedió más derechos civiles a las mujeres, particularmen­
jamiento y manutención». y su número crecía imparable, a lomos de la inci­ te a las solteras mayores de edad y a las viudas, que sus equivalentes funcio­
piente revolución industrial~ Pues bien, central en la rearticulación napoleó­ nales coetáneos en la common law anglosajona. PeroOa mujer casada siguió
nica de loi civil y loí de {amille fue la ficción jurídica, de acuerdo con la que siendo parte de la personalidad jurídica del varón, y por lo mismo, en un sen­
los desposeídos varones eran también «propietarios libres»: propietarios, por tido nada metafórico, posesión del mismo. 3;
lo pronto, de su fuerza de trabajo, y habilitados, como todos los demás pro­
pietarios, con una igual capacidad jurídic.a -con una igual «Iibertad»- para
36. Eso rompía la tradición republicana clásica, para la cual el trabajo asalariado era una
forma de esclavitud a tiempo parcial, o como dice Aristóteles (1'01., 1260A-B) «una especie de
34. Desde sus comienzos, la revolución había prometido al campesinado la remoción de
esclavitud limitada» (o gar banausos technítes aphorismene tina echei douleian). Lo mismo que
todos los derechos feudales. Sin embargo, deudora aún de la distinción entre loi civil y loi po­
Aristóteles pensaban los juristas republicanos romanos de quienes se sujetan voluntariamente
litique (y del carácter «sacro» del derecho de propiedad), no se atrevió de entrada a la expro­
mediante la locatio conductio operarum, el contrato de servicios o alquiler de su propia fuerza
piación sin compensaciones de las tierras de la nobleza y de la Iglesia, sino que se limitó a ofre­
de trabajo: así, por ejemplo, Cicerón, De or.,
1, XII «<Sobre los trabajos viles y deshonrosos»),
cer a los campesinos sometidos la posibilidad de que rescataran su libertad y las tierras que
dice: «Es bajo y servil el [trabajo] de los jornaleros, y de todos aquellos a quienes se compra, no
venían trabajando inmemorialmente por una cantidad igual a ¡treinta anualídades de censos!
sus artes, sino su trabajo, porque en éstos su propio salario es un título de servidumbre». Pues
(La abolición real y radical de todo el complejo de derechos feudales no se llevó a cabo sino en bien, los eodes napoleónicos diluyeron la diferencia, crucial para la tradición iuscivil republi­
julio de 1793 gracias a los robespierrianos «terroristas» del Comité de Salud Pública, sobre cana histófÍca, entre el sospechoso contrato de servicios y el mero contrato de obra (locatio
todo Saint-Just y Couthon.)
conductio opera) entre ciudadanos plenamente libres.
35. Por cierto que, como ha mostrado recientemente el historiador Larry Neal (The Rise 37. Para convencerse de eso, basta con observar que países europeos tan civilizados como
oLf~n_a~cj!!L ft!PJ!aH~~ 1n~!.1!.,!!.!.f}!l!!.! Ca1!.!!_aLME.:!<_'!.t~_~n __thf!. ~8!:...!2LB!:.<!so..n, Cambridge, la propia Francia, o como España, en los que la personalidad jurídica autónoma de la mujer
1990), uno de los impulsos decisivos a la Revolución industrial que se desarrolló en el cambio hace muchos afios que se reconoció, han mantenido, sin embargo, hasta hace muy pocos años
de siglo vino de las fugas masivas de capitales que, procedentes de las clases acomodadas fran­ una legislación penal que !!(}s~[\si4er.aI:J.'!.cltCI.it:(}.!ª-.,::i2!~~~!!~~Ia..11l.l.líer clt:l1lr()cI~LIl1<l!rirnC!l1io,
cesas aterrorizadas por la revolución, recalaron en los institutos financieros británicos. Len !~~!_r.'!.~~.!(}dl!.r.~.h~t:.a)~92. El reconocimiento expreso de la personalidad jurídica de

96 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 97

Todo eso había ganado con los codes napoleónicos el varón desposeído. industrialeS) Su compleja y ramificada vida social anterior -lo ue ~-
Sin embargo, forzado como estaba a traficar «libremente» con su fuerza de ~ha contribuido a llamar la «economía moral», o lo que obesp~~_~ lla­
trabajo para poder subsistir, caía necesariamente él mismo bajo una novísi~ mó en su día la «economía política popular»- se trocó allí en dos realidades
ma e inopinada loi de famille cuando, después de contratar libre y «civil~ institucionales bastante simples: la realidad del mercado de trabajo, por la
mente» el alquiler de su mano de obra, cruzaba el umbral de la fábrica (o del que estaban forzados a competir, en el plano de la loi civil, con otros com­
taller, o del comercio, o de la oficina bancaria, o del tajo, o de la f~ca rústi~ pañeros de desgracia a la hora de aceptar un precio para su fuerza de traba­
ca) y quedaba sometido al despotismo sin brida del propietario prclpiamente jo; y, en el plano de la novísima loí de famille, la realidad de la disciplina ab­
dicho. La <<libertad económica», o la <<libertad industrial» o la <<libertad de solutista de la fábrica, por la que se veían forzados a someterse, durante
empresa» -todos esos nombres recibió- tenía sólo la apariencia de loi civil; largas horas de extenuante e insalubre prestación de servicios, a las órdenes
en realidad, era una nueva loi de famille que heredaba institucionalmente, de superiores jerárquicos, siempre bajo la mano de esos dinámicos propieta­
adaptándola funcionalmente a las modernas condiciones de la incipiente so~ rios burgueses para los que se había acuñado la nueva -y muy reveladora­
ciedad capitalista industrial, el inveterado autoritarismo de un oikos, de un metáfora militar de «capitanes de industria», y a los que con metáfora nada
domus o de un dominio señorial. Los códigos napoleónicos, a la vez que in~ casual -y no menos reveladoramente- se les seguía reconociendo como
corporaban a los varones desposeídos a la vida civil de los libres e iguales, les «patrones». Así se constituyeron las primeras generaciones de la clase obre­
entregaban al arbitrio de «patronos» que podían comportarse, dentro de su ra industrial contemporánea, a la que se llamó «proletariado» porque, como
propiedad, como verdaderos monarcas absolutos. Dígase así: la plena liber~ los proletarii de la antigua Roma, no tenía otra cosa que ofrecer sino su fuer­
tad de contrato napoleónica, al excluir de la loi civil a la incipiente empresa za de trabajo y (la de) su prole. 38
privada capitalista, la construía jurídicamente por vía rodeada como una ins~ Álvarez Buylla, por reducirnos a un ejemplo nuestro, expresó insupera­
titución social en la que el poder se ejercía absolutistamente por parte del blemente en su informe sobre la minería hullera asturiana de 1861 el ente­
propietario o de sus agentes, como un ámbito abandonado a una viejísima loí ro espectro de cuestiones a que respondía en este punto el orden posnapo­
de famille. leónico: la destrucción de las bases tradicionales de existencia social de las
Los codes napoleónicos venían a adaptarse estupendamente a las necesi­ poblaciones, la ficción jurídica de que, aun sin bases de existencia indepen­
dades de la Revolución industrial acontecida en Europa entre finales del siglo diente, se puede ser civilmente «libre», y la expedita afirmación de que esa
XVIII y el ecuador del XIX, período en el que cambió completamente la com­ nueva <<libertad», que les pone en un plano de igualdad contractual con el
posición del «pueblo llano» de las sociedades preindustriales o protoindus~ propietario, es coextensiva con la subalternidad dentro de la empresa. Se
triales.[De ser un fenómeno más o menos secundario en los albores del Anti­ quejaba el reformador Álvarez Buylla del prejuicio que a la incipiente in­
guo Régimen, el trabajQ_ <<libre» asalariado se convirtió en una realidad dustria minera causaba el hecho de que los obreros empleados fueran tra­
sociológica que cobraba cada vez mayor peso. Un proceso secular proteico bajadores «mixtos», esto es, no completamente desprendidos de las faenas
que incluye la parcelación de la tierra y la emancipación campesina de sus agrícolas tradicionales, no plenamente desarraigados de modos de vida tra­
ataduras serviles, la disolución de séquitos feudales y de monasterios, el robo dicionales, todavía con un pie en las labores y en las comunidades agríco­
de ejidos, de tierras y de bosques comunales, la abolición de los gremios o la las. Y auguraba que la industria minera asturiana sólo podría llegar a ex­
desamortización de los bienes eclesiásticos, cristalizó en unas pocas décadas, pandirse:
que acaso han representado el mayor y más drástico cambio que la vida so­
cial y económica ha registrado en la historia universal: centenares de millones ... a medida que los habitantes de la clase obrera se vayan acostumbrando a la
de personas fueron arrastradas a un gigantesco movimiento migratorio, des­ subordinación necesaria en empresas formales y duraderas, y Ileguen a prefe­
prendidas del campo, de la aldea, de la pequeña ciudad, de la familia, de ve­
cinos y de amigos, del paisaje originario de sus ancestros, de la parroquia y 38. La Revue Encyc/opedique daba en su número de abril de 183 siguientes defini­
de la comunidad, para ser arrojados, como forasteros, a los grandes centros ciones académicas de proletario y burgués en un artículo firmado por Reynau . «Llamo "pro­
letarios" a los hombres que, produciendo toda la riqueza de la nación, no poseen para vivir
sino el jornal asalariado de su trabajo -trabajo, además, que depende de causas fuera de su al­
la mujer en EE. DU. fue muy tardío, y en cualquier caso, se produjo bastante después de que las cance-. Llamo "burgueses" a todos los hombres a cuya voluntad está sometido y encadenado
corporaciones empresariales obtuvieran ese reconocimiento en la década de los setenta del si­ el destino4{{Q~0l¿tariÜ»:C;tado po~ Hen~iGuillemin, La premiere résurrection de la Répu­
gloxlx. bliq;e~G;-llimard, París, 1967, p. 30.

96 EL ECUPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBUCANA 97

Todo eso había ganado con los codes napoleónicos el varón desposeído. il1dustrialeS) Su compleja y ramificada vida social anterior -l~~'p'­
Sin embargo, forzado como estaba a traficar «libremente» con su fuerza de ~ha contribuido a llamar la «economía moral», o lo que@obesp'~~~lla­
trabajo para poder subsistir, caía necesariamente él mismo bajo una novísi­ mó en su día la «ec{)llomía política popular»- se trocó allí en dos realidades
ma e inopinada loí de famille cuando, después de contratar libre y «civil­ institucionales bastante simples: la realidad del mercado de trabajo, por la
mente» el alquiler de su mano de obra, cruzaba el umbral de la fábrica (o del que estaban forzados a competir, en el plano de la loi civil, con otros com­
taller, o del comercio, o de la oficina bancaria, o del tajo, o de la fÍI\ca rústi­ pañeros de desgracia a la hora de aceptar un precio para su fuerza de traba­
ca) y quedaba sometido al despotismo sin brida del propietario proplamente jo; y, en el plano de la novísima loi de famille, la realidad de la disciplina ab­
dicho. La «libertad económica», o la «libertad industrial» o la «libertad de solutista de la fábrica, por la que se veían forzados a someterse, durante
empresa» -todos esos nombres recibió-- tenía sólo la apariencia de loí civil; largas horas de extenuante e insalubre prestación de servicios, a las órdenes
en realidad, era una nueva loi de famille que heredaba institucionalmente, de superiores jerárquicos, siempre bajo la mano de esos dinámicos propieta­
adaptándola funcionalmente a las modernas condiciones de la incipiente so­ rios burgueses para los que se había acuñado la nueva -y muy reveladora­
ciedad capitalista industrial, el inveterado autoritarismo de un oikos, de un metáfora militar de «capitanes de industria», y a los que con metáfora nada
domus o de un dominio señorial. Los códigos napoleónicos, a la vez que in­ casual -y no menos reveladoramente- se les seguía reconociendo como
corporaban a los varones desposeídos a la vida civil de los libres e iguales, les «patrones». Así se constituyeron las primeras generaciones de la clase obre­
entregaban al arbitrio de «patronos» que podían comportarse, dentro de su ra industrial contemporánea, a la que se llamó «proletariado» porque, como
propiedad, como verdaderos monarcas absolutos. Dígase así: la plena liber­ los proletarií de la antigua Roma, no tenía otra cosa que ofrecer sino su fuer­
tad de contrato napoleónica, al excluir de la loi civil a la incipiente empresa za de trabajo y (la de) su prole. 38
privada capitalista, la construía jurídicamente por vía rodeada como una ins­ Álvarez Buylla, por reducirnos a un ejemplo nuestro, expresó insupera­
titución social en la que el poder se ejercía absolutistamente por parte del blemente en su informe sobre la minería hullera asturiana de 1861 el ente­
propietario o de sus agentes, como un ámbito abandonado a una viejísima loi ro espectro de cuestiones a que respondía en este punto el orden posnapo­
de famille. leónico: la destrucción de las bases tradicionales de existencia social de las
Los codes napoleónicos venían a adaptarse estupendamente a las necesi­ poblaciones, la ficción jurídica de que, aun sin bases de existencia indepen­
dades de la Revolución industrial acontecida en Europa entre finales del siglo diente, se puede ser civilmente «libre», y la expedita afirmación de que esa
XVIII y el ecuador del XIX, período en el que cambió completamente la com­ nueva «libertad», que les pone en un plano de igualdad contractual con el
posiciórr: del «pueblo llano» de las sociedades preindustriales o protoindus­ propietario, es coextensiva con la subalternidad dentro de la empresa. Se
triales{De ser un fenómeno más o menos secundario en los albores del Anti­ quejaba el reformador Álvarez Buyl1a del prejuicio que a la incipiente in­
guo Régimen, .t'!ltrabajo_ «libre» _ilsalariado se convirtió en una realidad dustria minera causaba el hecho de que los obreros empleados fueran tra­
sociológica que cobraba cada vez mayor peso. Un proceso secular proteico bajadores «mixtos», esto es, no completamente desprendidos de las faenas
que incluye la parcelación de la tierra y la emancipación campesina de sus agrícolas tradicionales, no plenamente desarraigados de modos de vida tra­
ataduras serviles, la disolución de séquitos feudales y de monasterios, el robo dicionales, todavía con un pie en las labores y en las comunidades agríco­
de ejidos, de tierras y de bosques comunales, la abolición de los gremios o la las. Y auguraba que la industria minera asturiana sólo podría llegar a ex­
desamortización de los bienes eclesiásticos, cristalizó en unas pocas décadas, pandirse:
que acaso han representado el mayor y más drástico cambio que la vida so­
cial y económica ha registrado en la historia universal: centenares de millones ... a medida que los habitantes de la clase obrera se vayan acostumbrando a la
de personas fueron arrastradas a un gigantesco movimiento migratorio, des­ subordinación necesaria en empresas formales y duraderas, y lleguen a prefe­
prendidas del campo, de la aldea, de la pequeña ciudad, de la familia, de ve­
cinos y de amigos, del paisaje originario de sus ancestros, de la parroquia y 38. La Revue Encyclopedique daba en su número de abril de 18~guientes defini­
de la comunidad, para ser arrojados, como forasteros, a los grandes centros ciones académicas de proletario y burgués en un artículo firmado po~~ «Llamo "pro­
letarios" a los hombres que, produciendo toda la riqueza de la nación, no poseen para vivir
sino el jornal asalariado de su trabajo -trabajo, además, que depende de causas fuera de su al­
la mujer en EE. UU. fue muy tardío, yen cualquier caso, se produjo bastante después de que las cance-. Llamo "burgueses" a todos los hombres a cuya voluntad está sometido y encadenado
corporaciones empresariales obtuvieran ese reconocimiento en la década de los setenta del si­ el destin9~4;{1'I'OiejaI'io». Citado por Henri Guillemin, La premiere résurrection de la Répu­
glo XIX. bUque, Gallimard, París, 1967, p. 30.

1
98 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 99

rirla por su propio interés a su antigua independencia y libertad natural, que en propietarios, fiándolo todo, pues, al éxito de la autonomía y de la posición de
esta clase de industria no es ventajosa. 39 poder de ellos y sólo de ellos. 40

La aparición de un protoderecho laboral como rama del derecho civil na­ Hay, sin embargo, un detalle decisivo que escapó a la aguda mirada de
poleónico, que daba plena capacidad para realizar actos y negocios jurídicos Max Weber. Aun comprendiendo cabalmente, contra la ilusión liberal aca­
a los trabajadores desposeídos, y la consiguiente regulación «civil» del mer­ démica corriente, la naturaleza de las relaciones de poder en el mercado de
cado de trabajo no podían camuflar el hecho de que los grandes contingen­ trabajo y en el interior de la empresa capitalista, se le escapó un elemento
tes del nuevo proletariado contemporáneo, exactamente igual que los merce­ T muy importante de las mismas. Pues Weber cree que:
narií de los intersticios del mundo antiguo -signatarios de malfamados
contratos civiles de servicios- estaban en situación de semilibertad, «volun­ La comunidad del mercado no conoce formalmente la coacción directa a través
tariamente» obligados a someterse a disciplina ajena: coacti volunt. de la autoridad personal ... En la base de la organización capitalista, convierte
En su conocido trabajo sobre «Libertad y coacción en la comunidad de las relaciones de sumisión personal y autoritaria efectivamente existentes en la
derecho}),~presentó el problema con gran claridad. En su forma «empresa» capitalista en objetos de «tráfico del mercado de trabajo». El va­
general: ciamiento de todos los contenidos emocionales normales que acompañan a las
relaciones autoritarias no impide, sin embargo, que el carácter autoritario de la
El desarrollo de relaciones jurídicamente ordenadas hacia la sociedad del con­ coacción prosiga, y bajo ciertas circunstancias, aumente. 41
trato, y del derecho mismo a la libertad contractual, particularmente hacia una
autonomía habilitante reglamentada con esquemas jurídicos, suele hoy carac­ El joven Marx cometió un error parecido:
terizarse como decrecimiento de los vínculos de sujeción y como aumento de la
libertad individualista ... Pero eso no puede derivarse en absoluto del mero de­ Con la manufactura cambió al mismo tiempo la relación del trabajador con
sarrollo de las formas jurídicas ... Pues por grande que sea la variedad de los quien le daba trabajo. En los gremios existía la relación patriarcal entre los ofi­
esquemas contractuales permitidos e incluso la capacitación formal para crear ciales y el maestro; con la manufactura apareció en su lugar la relación de di­
contenidos contractuales a voluntad independientemente de todos los esque­ nero entre el trabajador y el capitalista; una relación que en el campo y en las
mas oficiales, en modo alguno permite que esas posibilidades formales sean pequeñas ciudades mantuvo tonos patriarcales, pero que en las grandes ciuda­
efectivamente accesibles a todo el mundo. Lo impide, sobre todo, la diferen­ des propiamente manufactureras pronto perdió casi por completo el tinte pa­
ciación -garantizada por el derecho- de la efectiva distribución de la propie­ triarcal. 42
dad.
Ni Marx ni Weber parecían muy dispuestos a registrar que un elemento
y en particular: importante en la relªci§!1_c!~l.!.r:.<3.baiador industrial con su "patro!!Q» era pre­
cisamente el «contenido el!!ociona!» potencialmente vehiculado por la cate­
El derecho formal de un obrero a suscribir un contrato cualquiera con cual- gorización cognitiva de esa relación --civilmente regulada en la esfera de in­
empresario no significa, en la práctica, para quien busca trabajo, la me­ tercambio del mercado de trabajo, pero autoritariamente regida dentro de la
nor libertad en la configuración de sus propias condiciones de trabajo, ni le ga­ unidad productiva- en términos de metáforas procedentes de la vida «sub­
rantiza, en sí misma, ninguna influencia sobre las mismas ... El resultado de la civih, es decir, familiar. Y no sólo en la era del «capitalismo industrial libe­
libertad contractual es, pues, primordialmente: la apertura de la oportunidad rah> de la primera mitad del siglo XIX, el dinamismo de cuya vida económica
de trasladar astutamente al mercado, y sin traba jurídica alguna, las propieda­
des de bienes, sirviéndose de ellas como medio para lograr poder sobre otros.
Los interesados en el poder del mercado son los interesados en tal ordenación 40. Max Weber, «Freiheit und Zwang in der Rechtsgemeinschaft», en Soziologie, Univer­
jurídica. Sobre todo en su interés está, en particular, la creación de máximas ju­ sal-Gesehiehtliehe Analysen, Politik, De J. Winckelmann, comp., Kroner Verlag, Stuttgart, pp.
rídicas habilitantes que generen esquemas de acuerdos válidos, esquemas for­ 76-77. Weber anticipó en parte un resultado que, años más tarde, habría de valerle el Premio
malmente utilizables por todos, pero que en realidad sean sólo accesibles a los Nobel de Economía a Ronald Coase. Para la concepción de la empresa capitalista como un ám­
bito substraído a las relaciones de mercado y en el que rigen relaciones de autoridad, véase el ar­
tículo clásico de Ronald H. Coase, «The Nature of the Firm», Economica 4 (1937), p. 366 Y ss.
39. Citado por Adrian Schubert, Hacia la revolución. Orígenes del movimiento obrero en 41. Loe. cit., p. 79.
Asturias, 1860-1934, Crítica, Barcelona, 1984, p. 36. 42. Deutsehe ldeologie, MEW, vol. 3, p. 56.
100 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 101

se caracterizaba por la concurrencia entre empresas í'!.&_~9asJamil~~~§~­ un ámbito --el familiar- al que, por «privado», se le niegan ya de entrada
queñas y medi~'!~s. connotaciones políticas en absoluto. 45
En un importante estudio empírico, al que los sociólogos y los politólo­ Sea ello como fuere, es lo cierto que la incorporación de la muchedum­
gos todavía no han prestado la atención que merece, el científico cognitivo bre proletaria a la nueva sociedad civil, cumplida en las primeras décadas de
~eorge Lakoff a mostrado convincentemente hasta qué punto las metáforas la Revolución industrial, se realizó en no despreciable medida según esquemas
fami iares permean y moldean el discurso político contemporáneoS Lakoff patriarcalistas heredados de la vida social «preindustrial». No importaba
sostiene, por ejemplo, que el modelo metafórico que ancla constructivamen­ que millones de mujeres y niños fueran arrebatados a sus hogares y pasaran
te el discurso político de la derecha norteamericana actual -los «conserva­ a engrosar, como asalariados, las filas del «factor trabajo» en las grandes,
" dores»- gira en torno de la categoría radial del «Padre de Familia Estricto», medianas y pequeñas empresas del pujante sector industrial, y en sus aleda­
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~) -.
mientras que la metáfora que organiza y vertebra cognitivamente a la .iz:. ños; sólo los padres de familia de esos hogares ingresaban en la sociedad ci­
\ quierda -a los que, siguiendo una idiosincrasia particular del léxico político vil. El arraigo de este modo tradicional de entender la familia afectaba hasta
norteamericano de la segunda mitad del siglo xx, llama <<liberales»- es la de a las incipientes estadísticas sobre las profesiones y el trabajo de la población.
los «Padres Nutrientes». Aquí interesa sólo que, en el modelo del Padre de Fa­ Parecía, por ejemplo, irrelevante el hecho de que, mientras el padre de fami­
milia Estricto, las relaciones laborales son concebidas de acuerdo con una lia fuera picador o barrenero en una mina, la esposa trabajara en un taller
submetáfora que Lakoff, después de bautizarla como <~~compensa del Tra­ como tejedora de seda; la familia, toda, era considerada como «minera». En
bai~:, describe así: la Estadística General de Francia de 1856, a la hora de justificar la partición
estadística de la población por profesiones, se plantea el siguiente problema:
• El patrono es una autoridad legítima.
• El empleado está sujeto a su autoridad. ¿Qué número de individuos hace vivir, directa o indirectamente, a cada profe­
• Trabajar es obedecer las órdenes de quien emplea. sión en Francia? Resulta que la estadística de todas las profesiones contiene no
• El salario es la recompensa que el empleado recibe por obedecer a quien le sólo a los jefes de familia que la ejercen, sino también a todas las personas para
emplea. las cuales este jefe de familia es un medio común de existencia. 46
• El patrono tiene derecho a dar órdenes, y a castigar al empleado por deso­

bedecer esas órdenes.


Pero con la incorporación de las mujeres al trabajo industrial, yasalaria­
• La relación social del patrono con el empleado es la de un superior con un do en general, las primeras generaciones de varones proletarios parecieron
inferior. perder una cosa que les había regalado el derecho de familia napoeónico: ha­
• El patrono sabe lo que conviene.
• El empleado es moral, si obedece al patrono.
45. Llama la atención que precisamente Weber, tan perceptivo siempre en cuestiones de
• El patrono es moral, si recompensa adecuadamente al empleado por obe­
sociología de la religión, y él mismo de cultura protestante por partida doble (padre calvinista
decer sus órdenes. 44 y madre luterana), pasara esto por alto. Pues el protestantismo fomentó el patriarcado y el po­
der del varón. Lutero añadió a la tradicional figura del pater familias (Hausvater) otras dos
Lo que escapó, pues, a Weber es que la relación laboral contractual tiene basadas también en un principio de autoridad masculina, el Landesvater (padre del país) yel
una manera aún más refinada de camuflar el poder político del patrono so­ Gottesvater (padre religiosol, que habían de representar los tres órdenes de la sociedad cristia­
bre su empleado que la de negar que en una «comunidad de mercado» pue­ na: oeconomica (familia), ecclesia y política (Estado). (Véase D. 1. Kertzer y M. Barbagli. La
da haber relación de autoridad y dependencia personal. Y es categorizar como vida &,'!!J!!E!, Cl_t!!:incif!.~o~E..~,_!3._e~C!,,11!_~qe!!!:I!. (15_0Q:!¿~?l,_~,:.I_b~r(), trad." ,Paidós, ,Barcelona,
~002, p. 29. Dicho sea de paso: la facilidad de difusión y la extraordinaria capacidad para co­
«natural» la relación de autoridad con un arsenal metafórico procedente de lonizar cognitivamente mentes conservadoras en EE. UU. que ha revelado la metáfora radial
,~,
del Padre Estricto, tan finamente explorada por Lakoff, apenas podrían explicarse sin el suelo
~3) George Lakoff, Moral Politics. What Conservatives Know that Liberals don't, The nutricio proporcionado por el mosaico de sectas e iglesias protestantes que se trasladaron a
Univ-;;rsity of Chicago Press, Chicago, 1996. América desde su fundación, y entre las que todavía hoy se distribuye la elite económica de los
44. P. 54. Lakoff piensa que una parte muy importante del éxito político neoconservador WASP (blancos, anglosajones, protestantes).
en los EE. UD. de los últimos veinticinco años se debe al hecho de que el Partido Republicano 46. Citado por Fran\oise Battagliola, Histoire du travail des femmes, La Découverte & Sy­
ha llegado a convencer publicitariamente -y «en contra de sus intereses económicos»- a un ros, París, 2000, p. 18. La noción contemporánea de «población activa» no se obtiene hasta
contingente importante de trabajadores «de cuello azul» -tradicionales votantes del Partido que, a finales del XIX, las estadísticas francesas e inglesas proceden a la desagregación estadís­
Demócrata- de la moralidad y la cogencia del modelo familiar del Padre Estricto (p. 16). tica de las «clases domésticas».
II1II""'''.
102 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 103

bían accedido, ciertamente, como propietarios de su fuerza de trabajo, a la La idea-fuerza democrática del discurso republicano de Hubertine Au­
sociedad civil, lo que les había convertido en auténticos «padres de familia», dert ante la asamblea de los «ciudadanos-proletarios» es que no puede exi­
con todas las capacidades jurídicas a que eso habilitaba. Pero se les escapaba girse fundadamente el «acceso a la libertad» -es decir, el allanamiento de las
a ojos vistas el monopolio de la dominación doméstica: las esposas e hijos de barreras de clase, fortificadas por lo que Max Weber llamaba la «efectiva
los flamantes nuevos «padres de familia» proletarios no eran sólo sus famu­ distribución de la propiedad»-, sin exigir al propio tiempo la igual libertad
li; empezaban a ser crecientemente también los famuli de los «patronos» in­ civil de las mujeres: o todos son igualmente libres -o todos se sacuden de en­
teresados en someterlos a la disciplina neodoméstica de la fábrica, del taller, cima el yugo de la loi de famille-, o los burgueses podrán seguir afirmando
de la mina o de la explotación agrícola. La necesidad -pues de verdadera tranquilamente que ellos son <<los superiores de los obreros y de las mujeres».
necesidad se trataba- de redondear los míseros ingresos familiares con la La plena ciudadanía que prometió la democracia fraternal revolucionaria
asalarización de la propia mujer y de los propios hijos era vista por las pri­ significaba la universalización de la libertad civil, la liquidación lo mismo de
meras generaciones del proletariado industrial como una violación más -y la loi politique que de la loi de fami/le, y por lo tanto, y potencialmente, el fin
particularmente dolorosa- de la propia autonomía e independencia, como de todas las relaciones sociales de dependencia, también las de los patriarcas
la entrega a la potestas de los patronos de aquello «propio» que uno más con sus famuli. Y lo que Hubertine Audert está diciendo ante los congresis­
ama, es decir, como una especie de derecho de pernada renovado -en el me- tas -proletarios y ciudadanos- es que es normativamente inconsistente
de los casos-;47 o como forzada cesión a otro particular de la propia so­ quejarse del patronazgo de los burgueses -y de las relaciones de dependen­
beranía privada recién adquirida -en el peor-o El primer sindicalismo fue, cia y de ilibertad que van con ese patronazgo-, y al propio tiempo, empe­
en consecuencia, un enemigo acérrimo de la incorporación de la mujer al ñarse en ser el "patrón» de la mujer, en sujetarla y mantenerla dependiente.
mercado de trabajo (y a la sociedad civil, y a la vida política), y ciego o mio­ Eso sería a lo sumo «compadreo universal», no universal fraternidad.
pe para los infortunios de la doble dominación a que andaban sujetas las mu­ Pues en un sentido muy profundo y decisivo, perfectamente captado por
jeres proletarizadas. la formulación de Hubertine Audert, mujeres y proletarios quedaron en una
No es hasta finales del siglo XIX que empiezan a oírse en el movimien­ situación semejante dentro de la sociedad civil posrevolucionaria. Piénsese,
to obrero voces como ésta, verdaderamente extraordinaria, de Hubertine por ejemplo, en los «dramas de mujeres» anteriores a la Revolución france­
Auclert: sa. El tema literario predilecto en Romeo y Julíeta- era el de la inven­
dificultad con que se enfrentaban las mujeres núbiles de clase alta a la
o las mujeres son las iguales de los obreros y de los burgueses, o los burgueses hora de elegir esposo, dependientes como eran, en la sociedad señorial y en
son, como ellos mismos afirman, los superiores de los obreros y de las muje­ la del Antiguo Régimen, de un padre que arreglaba matrimonios según las
res. Sabed, ciudadanos, que no podéis sino basaros en la igualdad de todos los conveniencias familiares. Los códigos civiles napoleónicos, y el nuevo dere­
seres para exigir fundadamente vuestro acceso a la libertad. Si no asentáis
cho de familia que trajeron consigo, las liberaron de esa antigua servidumbre
vuestras reivindicaciones sobre la justicia y el derecho natural, si vosotros, pro­
ex ante respecto de su padre-patrón. Pero no las emanciparon de la servi­
letarios, queréis conservar también privilegios, los privilegios de sexo, yo os
pregunto: ¿qué autoridad tenéis para protestar contra los privilegios de clase? Q..umbre ex 1!.ost respecto del marido libremente elegido. Y Balzac elaboró
... La mujer es, como el hombre, un ser libre y autónomo ... Estos atentados a como nadie -y abrió a la literatura contemporánea, a Stendhal, a Flaubert,
la libertad de la mujer hacen de ella, al tiempo que la sierva, la eterna menor, a T olstoi, a Theodor Fontane, a ClarÍn- el motivo de la mujer madura. En
la mendiga que vive a expensas del hombre. Nuestra dignidad nos hace pro­ La femme de trente ans, de modo superlativo y monográfico. Pero recurre
testar contra esta situación humillante. 48 una y otra vez en su obra la mujer que, no obstante gozar ya civilmente del
derecho de elegir marido, cesa una vez casada en todo derecho, y sepultada
viva en el hogar, se le agostan las esperanzas, y se extingue ella misma so­
47. Para la percepción, por parte de los varones proletarios de la segunda mitad del XIX, cialmente, sabiéndose sujeta ya de por vida al albur ya la infelicidad de la do­
de! trabajo asalariado femenino como "derecho de pernada» de! patrono, véase la interesante minación marital. 49
investigación de M.-V. Louis, Le Droit de cuissage. France, 1860-1930, Les Éditions de I'ate­
!ier, París, 1994.
48. Informe de Hubertine Audert alllI Congreso Nacional Obrero, Marsella, 1879. Cita­ 49. ~ con la aguda sensibilidad que siempre le caracterizó, se planteó en On Li·
do por Rebérioux, Dufrancate! et al., «Hubertine Auclert et la question des femmes a l'''im­ berty, como es de sobra conocido, el problema que presentaban, desde e! punto de vista de la
morte! congres" (1879»>, en Romantisme, n.o 13-14 (1976). libertad, los contratos matrimoniales. Sólo que en vez de abordar el problema por e1ladode la
104 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 105

Protestas como la de Hubertine Auclert empezaron, en efecto, a ser escu­ Los primeros esfuerzos de la revolución habían destruido esta gran institución
chadas en el movimiento obrero a partir de finales del siglo XIX. Pero voces de la monarquía; ella fue restaurada en 1800. No son, como tantas veces se ha
como la suya, las hubo desde mucho antes. En los momentos de crisis, de dicho, los principios de 1789 en materia de administración los que han triun­
quiebras revolucionarias, de motines de subsistencia, de insurrecciones, 0,­ fado en esa época y después, sino, al contrario, los principios del Viejo Régi­
como en las antiguas saturnales y en los carnavales medievales, de interrup­ rnen .. :'il
ción circunstancial del orden social establecido,s° las mujeres y toda la «ca­
nalla» subcivil salían a flote, redefinían los ámbitos de privacidad, ocupaban La restauraClOn completa del despotismo monárquico-absolutista en
la vida y los espacios públicos, allanaban barreras, disolvían nudos de domi­ Francia después del Congreso de Viena de 1815 tal vez pudo ser acogida con
nación y de ilibertad. y ese inveterado activismo civil de las mujeres, desple­ relativa indiferencia por las nuevas clases de propietarios rurales a las que
Napoleón había confirmado en sus títulos revolucionarios de propiedad, y a
gado por lo magnífico durante la Revolución francesa -gran saturnal neo­
las que Luis XVIII y Carlos X no se atrevieron a expropiar en beneficio de los
pagana-, es parte sustancial de lo que la práctica de la democracia jacobina
«legítimos propietarios» aristocráticos o eclesiásticos. Pero no fue cierta­
entendió por «fraternidad».
mente acogida con simpatía por los burgueses urbanos, por los propietarios
de bienes muebles. La revolución había sido un exceso, sí. Y ciertamente,
§ 13 ORDEN POSNAPOLEÓNICO y REGRESO como dijo madame de Stael en 1816, resultó intolerable que:
DEL «DESPOTISMO MONÁRQUICO»
Las gentes de la clase obrera llegaran a imaginar que el yugo de la dispari­
Hasta aquí el modo en que el orden napoleónico había restaurado, re­ dad de fortunas podía dejar de pesar sobre ellos.52
modelándola, la articulación entre loi civil y loi de famille. Ya se ha dicho que
también restauró la diferencia radical entre una esfera «pública» de lo «po­ T ermidor y Napoleón habían puesto las cosas en su sitio, habían insti­
lítico» (en la que regiría la vieja loi politique) y la esfera «privada» de 10 tuido bien la grávida realidad del «yugo de la disparidad de fortunas». Pero
«civil». O dicho sin jerga, el orden napoleónico restauró el despotismo polí­ el precio que la restauración absolutista quería hacer ahora pagar a todos por
tico-administrativo del Viejo Régimen, un aparato de Estado separado e in­ la conservación de ese benemérito yugo era excesivo. Tener de nuevo enci­
dependizado de la sociedad civil, y más o menos incontrolable por ella. Bas­ ma el otro, el viejo yugo de una loi politique de todo punto incontrolable, no
ta recordar que ni siquiera en pleno Terror dispuso la Primera República era precisamente plato de gusto para el grueso de los dinámicos «capitanes
revolucionaria francesa de un cuerpo profesional de policía para darse cuen­ de industria». ¿Por qué habían de ir de la mano uno y otro yugo? Estamos
ta, en contra de un prejuicio históricamente ignaro, de que la tradición esta­ hablando de un pequeño o mediano fabricante o comerciante, patrono de un
talista y administrativamente centralista de la Francia contemporánea no tie­ grupo de trabajadores, a la mayoría de los cuales conocía personalmente. De
ne nada que ver con la herencia de la revolución, sino con la pervivencia de un hombre de nuevo agobiado por la arbitrariedad de la policía y de los fun­
estructuras del Antiguo Régimen, estructuras que Napoleón contribuyó deci­ cionarios reales. Temeroso e inseguro, porque, en cualquier momento, un
sivamente a restaurar. Tocqueville lo vio con gran perspicacia: edicto real o un decreto gubernamental pudiera, por motivos imprevisibles,
llevarle a la ruina. La libertad y los derechos del pueblo eran para él no un
dominación (como habría que abordar el problema de un contrato de sumisión .libremente» objeto de disputa o elucubración académicas, sino una necesidad que brota­
consentido: una imposibilidad republicana), lo enfocó desde el punto de vista de la intrínseca ba de su vida cotidiana. Anhelaba una Constitución, seguridad jurídica y
pcoblematicidad de los «co!!tratos de por vista». protección de la persona y de la propiedad. Desde luego no tenía mucha sen­
50. .El carnaval posee un carácter universal, es un estado peculiar del mundo: su renaci­ sibilidad para <das rosas y los perfumes» -justo reproche, pues, el de la
miento y renovación en los que cada individuo participa ... Las tradiciones de las saturnales so­
brevivieron en el carnaval de la Edad Media, que representó, con más plenitud y pureza que
boheme dorée-, ni en general para cosas que reputaba poco útiles: detesta­
otras fiestas de la misma la idea de renovación universal ... la idea subsistía y se la con­ ba una presión fiscal destinada a sostener los fastuosos gastos de la monar­
cebía como una huida provisional de los moldes de la vida ordinaria ... La fiesta se convertía en
esta circunstancia en la forma que adoptaba la segunda vida del pueblo, que generalmente pe­
netraba en el reino utópico de la universalidad, de la libertad, de la igualdad y de la abundan­ 51. L'Ancien Régime et la Révolution, en el volumen de obras de Tocqueville preparado
cia». Mijail Bajtin, La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, J. Forcat y C. Con­ por Lamberti y Mélonio, Robert Laffont, París, 1986, p. 989.
coy, trad., Barral, Barcelona, 1971, pp. 11-15. 52. Citado por H. Guillemin, Silence aux pauvres, op. cit., p. 29.
l1'l'I""
106 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 107

quía, de la Iglesia -más ávida de dinero que nunca, ahora que era pobre--, en otros países del continente, pero sí en Francia, la Revolución de febrero
de la burocracia absolutista, de los banqueros de la Corte, de la vieja aristo­ reunió por última vez a los herederos del «tercer estado». El «pueblo pro­
cracia recrecida y del ejército. Tampoco veía la utilidad de que sus hijos va­ piamente dicho» estaba ahora compuesto mayoritariamente por un proleta­
rones, en vez de prepararse para sucederle en el negocio, dejaran sus vidas en riado industrial de trabajadores urbanos; el campesinado posnapoleónico es­
el campo de batalla al servicio de los intereses dinásticos de los Borbones, los taba en buena medida compuesto ahora por pequeños y medios propietarios
Hohenzollern, los Habsburgos, los Romanov o aun los Bonapartes y los Ha­ agrarios; y entre las antiguas capas medias urbanas dominaba ahora sobre
nover: el servicio militar obligatorio le parecía una canallada. Y aunque en todo la figura del burgués-tipo, un industrial pequeño o mediano. Esos tres
general no creía que sus trabajadores estuvieran preparados para gozar del básicos componentes del antiguo «pueblo», tan patentemente remodelados
derecho de sufragio, ni había olvidado en absoluto la angustiosa experiencia por la Revolución industrial y por el orden civil posnapoleónico, tenían gra­
de la canalla robespierrista insurrecta de 1792, podía aún tender a verles ves motivos de insatisfacción con los esquemas liberal-doctrinarios de Luis
como parte de la familia --era el "patrón-, y en lo esencial, de nuevo, con Felipe y de su omnipotente ministro Guizot (el padre intelectual del esque­
los mismos intereses políticos inmediatos que él. Ese es el bugués-tipo que dio ma). Pero el denominador común era mucho más pequeño de lo que dieron
origen al liberalismo doctrinario europeo-continental de la primera mitad del a entender las heroicas ilusiones que llevaron al gobierno provisional salido
XIX. Estaba en general satisfecho con el nuevo orden civil napoleónico; no le de la insurrección de febrero a proclamar en junio la Segunda República
disgustaba en absoluto tampoco -ahora que la institucionalización del de­ francesa, la llamada República «fraternal».
recho de propiedad estaba hecha conforme a sus intereses-, la estricta sepa­ Los «burgueses» querían sobre todo controlar el poder político de un
ración entre [oi civil y [oi politique; pero consideraba pendiente de resolver el modo menos indirecto y mediado que el que les ofrecía la monarquía mera­
problema de la articulación entre ambas, el de la adecuada relación de la nue­ mente constitucional orleanista: querían que prevalecieran sus intereses de con­
va sociedad civil pos revolucionaria con el Estado. junto (no sólo los de la alta burguesía financiera que giraba en torno de la
Las posibilidades que se ofrecían a la vista para encarar este problema Bolsa de París); y querían una política exterior agresiva, que les permitiera
eran tres: el modelo español de 1812 (una monarquía meramente constitu­ competir en pie de igualdad, por lo pronto, con la expansionista burguesía
cional), el modelo de la monarquía hanoveriana en Gran Bretaña, sobre todo industrial británica (no la medrosa política internacional de Luis Felipe, más
la posterior a 1832 (una monarquía plenamente parlamentaria), y el modelo atenta a la supervivencia dinástica de los Orléans que a los intereses <<nacio­
norteamericano de una República diseñada institucionalmente con un pode­ nales» de la pujante industria francesa).
roso sesgo favorable a los propietarios. Los «campesinos» no simpatizaban tampoco con la monarquía orleanis­
Con la Revolución de julio de 1830, el «tercer estado» francés pareció ta. Por lo pronto, porque seguían siendo más o menos leales a la memoria del
por un momento recuperar la unidad, pues fue el «pueblo» todo el que de­ Emperador, que había afianzado con los codes su condición de propietarios
rrocó la monarquía neoabsolutista de Carlos X. Efímeramente, sin embargo: y miembros de pleno derecho de la sociedad civil posrevolucionaria. Pero,
las honnétes gens no se arriesgaron esta vez a experimentos audaces. Des­ agobiados por las deudas y por las hipotecas, odiaban sobre todo el predo­
tronados los borbones, vino con Luis Felipe de Orleans, rey-ciudadano, una minio, bajo Luis Felipe y Guizot, de una oligarquía financiera extremada­
monarquía meramente constitucional. El resultado global fue la «oligarquía mente codiciosa. Sus rencores y sus insatisfacciones, pues, eran, como los de
isonómica» característica del liberalismo histórico decimonónico, a saber: la burguesía, de orden eminentemente «político».
una sociedad civil posnapoleónica; un monarca constitucionalmente em­ embargo, el nuevo proletariado industrial, y en general, los trabaja­
bridado; un Parlamento de honoratiores, elegido por un sufragio censitario dores asalariados urbanos, tenían, además de todos esos, otro motivo funda­
rigurosísimo (sólo tenía derecho a voto el dos por 100 de la población mas­ mental y específico de queja: no les satisfacía la peculiar articulación que el
culina adulta); un aparato judicial independiente, heredado de la administra­ orden posnapoleónico había instituido entre loi civil y loi de famille. Su insa­
ción absolutista y reclutado, obvio es decirlo, entre gens de bien (nunca entre tisfacción política con la monarquía constitucional venía básicamente del he­
gens de rien); y por último un gobierno que no era responsable ante el Parla­ cho de que ésta se presentaba como paladina de una loi de famille que, de­
mento, sino sólo ante el monarca constitucional, el cual podía, si quería, den­ fensora a ultranza de los derechos sagrados de la propiedad privada y de la
tro de los límites marcados por la Ley Fundamental, hacer caso omiso de los «libertad industrial», convertía al «patróa>- en un monarca absoluto dentro
debates y de las mayorías parlamentarias. de la empresa capitalista. La monarquía podía ser muy constitucional (o,
Ese esquema liberal-doctrinario es lo que entró en quiebra en 1848. No como en Inglaterra, incluso parlamentaria), pero, dentro de la empresa, el
111"'"
108 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 109

patrón era un monarca absoluto, no embridado «constitucionalmente»: el entonces una suerte de ciudadela amurallada en el interior de la sociedad, una
trabajador, una vez cruzado el umbral de la fábrica, no tenía, cuando lo te­ ciudadela de la que todos los demás derechos constituían las defensas avanza­
nía, otro derecho que el de irse (y morirse de hambre). Y la «libertad indus­ das; no le alcanzaban los golpes; ni siquiera trataba seriamente de tocársela.
trial» o «económica», la promesa gubernamental de no interferencia en los Pero hoy, que el derecho de propiedad no aparece sino como el último resto de
contratos libremente cerrados en la esfera -visible- regida por la loi civil un mundo aristocrático destruido, cuando se halla solo al frente, aislado privi­
tenía esta consecuencia en la esfera -semioculta- regida por la loi de fami­ legio en medio de una sociedad nivelada, hoy, que no está ya a cubierto, detrás
de muchos otros derechos más contestables y más odiados, hoy ya no es lo mis­
/le: el trabajador podía ser despedido en cualquier momento a discreción del
mo: a él sólo le toca sostener a diario el choque directo e incesante de las opi­
patrono o de sus agentes, sin indemnización ni explicación de tipo alguno; no niones democráticas ... Muy pronto, la lucha política se entablará entre los que
tenía cobertura de paro; no tenía vacaciones pagadas; los mecanismos de poseen y los que no poseen; el gran campo de batalla será la propiedad, y las
promoción laboral dentro de la fábrica estaban enteramente al arbitrio del principales cuestiones de la política discurrirán sobre las modificaciones más o
patrono o de sus agentes; tampoco estaban reconocidos dentro de la empre­ menos profundas que habrá de sufrir el derecho de los propietarios. 53
sa el derecho de asociación (sindical o política), ni la libertad de reunión, ni
siquiera la de expresión; la huelga estaba penalizada, y cuando acabó des pe­ Este paso de Tocqueville ilumina del modo más agudo el hecho de que el
nalizándose, todavía por mucho tiempo se mantuvo la responsabilidad civil socialismo político que entró inopinadamente en escena como un auténtico
del huelguista, etc. vendaval en 1848 ~l «fantasma que recorre Europa»-, lo hizo sin solu­
Es natural que para muchos trabajadores europeos del primer tercio del ción de continuidad con la tradición democrático-revolucionaria de 1792:
siglo XIX educados en la tradición democrático-fraternal robespierriana (fe­ desbaratadas las «defensas avanzadas» de los privilegios aristocráticos, sola
rozmente reprimida y difamada, pero nunca extinguida), la sacrosanta pro­ y desguarnecida la propiedad en medio de una sociedad civil ahora "nivela­
piedad privada y la «libertad industrial» que iba con ella fueran creciente­ da», igualada y emponzoñada por «la enfermedad democrática de la envi­
mente vistas como el último reducto de los privilegios absolutistas del dia»,54 tenían necesariamente que prosperar y difundirse
Antiguo Régimen destruidos por la revolución. La democracia "política»
-la liquidación del sufragio censitario liberal y la universalización del dere­ teorías económicas y políticas que tendían a hacer creer a la multitud que las
cho de voto-, significaba para ellos, exactamente igual que en el mundo miserias humanas eran obra de las leyes, y no de la Providencia, y que se podía
antiguo, el control del poder político por parte del «pueblo llano», y merced suprimir la pobreza cambiando la base de la sociedad. 55
a él, la "civilización» de la /oi politique, es decir, la interferencia "política»
en la «libertad industrial», la regulación «política» del derecho de propie­ Esas teorías no eran peligrosas en sí mismas: el «socialismo», el «comu­
dad, el fin, en fin, del despotismo monárquico empresarial y la realización nismo», como ideales arcádicos de utopistas bienpensantes, jamás inquieta­
integral del programa democrático fraternal prometido por la Primera Re­ ron seriamente a nadie antes de 1848. Inquietante era la "democracia», esto
pública, sólo mentidamente cumplido por el orden civil igualitario posna­ es, la tradición democrático-revolucionaria, la tradición que venía de Robes­
poleónico. Sobre ese fertilizante crecieron las ideas socialistas que habrían pierre y de los montagnards: gegen Demokraten he/fen nur So/daten, "con­
de irrumpir vigorosamente con voz propia en el escenario político precisa­ tra los demócratas no valen sino soldados», era un dicho común en los terri­
mente en 1848. torios alemanes de mediados del XIX; rimillas y refranes pegadizos por el
Unos pocos meses antes de que estallara la Revolución de febrero, Toc­ estilo los hubo en Francia, en Alemania, en Inglaterra, en España, en toda
queville había anticipado lúcidamente la nueva situación: Europa. 56 Pero ni en Francia, ni en Alemania, ni en ningún otro país europeo

La Revolución francesa, que abolió todos los privilegios y destruyó todos los
53. Paso citado por el propio Tocqueville en su libro de memorias, escrito con posteriori­
derechos exclusivos, ha permitido que subsistiera uno, y de modo ubicuo: el de
dad a la Revolución de 1848. Véase Souvenirs, en el volumen de obras de Tocqueville editado
la propiedad. Es preciso que los propietarios no se hagan ilusiones sobre la so­ por Lamberti y Mélonio, op. cit., p. 733.
lidez de su posición, que no se imaginen que el derecho de propiedad es un va­ 54. Souvenirs, op.cit., p. 762.
lladar infranqueable, sólo por el hecho de que, hasta el día de hoy, no ha sido 55. ¡bid.
franqueado. Pues nuestra época no se parece a ninguna otra. Cuando el dere­ 56. Auguste Blanqui -el más genuino representante a mediados del XIX de la tradición re­
cho de propiedad no era sino el origen y el fundamento de muchos otros dere­ publicano-democrática francesa-, por su parte, expresaba con su lapidario estilo habitual la
chos, se defendía sin esfuerzo, o por mejor decir, no se veía atacado; formaba misma idea, desde el otro lado de la barricada: «derrocar por la fuerza una sociedad que sólo

o EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD
ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 111
podemos hallar antes de 1848 parecidas alertas in angustiis respecto del «so­ ¿Por qué es indigno este pueblo de vivir en libertad? Tal vez la mejor res­
cialismo» yel «comunismo». El «socialismo» yel «comunismo» sólo se hi­ puesta la diera Auguste Blanqui, replicando al tribunal que acabaría conde­
cieron temibles políticamente cuando aparecieron fundidos o aliados con la nándolo a larga pena de cárcel por su participación en la insurrección de
tradición republicana de la democracia revolucionaria;57 y el acaecimiento de nio de 1848 contra el timorato gobierno provisional republicano salido de la
esa fusión es lo que lúcidamente anticipa el texto de Tocqueville que estamos Revolución de febrero:
comentando. 58
Se puede decir que el 1848 francés presenta la siguiente situación: los ... no se trataba de resucitar una República de espartanos, sino de fundar una
burgueses (lo que Tocqueville llamaría los propietarios de clase media, es de­ República sin ilotas. 6o
cir, la parte del «tercer estado» en posesión sobre todo de capital mueble)
quieren libertad «política,) para ellos e igualdad «civil» napoleónica uni­ Una República sin ilotas quiere decir no sólo una República sin relacio­
versal, pero les aterroriza, en cambio, que la posible universalización de la nes de subordinación civil (sin patroni y sin «clientes»), sino, más radical­
libertad «política» --es decir, la igualdad de libertades políticas que es la de­ mente aún, una República que ha abolido toda loi de famille, una Repúbli­
mocracia- abra la vía hacia una nueva libertad civil que, a sus ojos, lleva a ca sin esclavos ni semiesclavos, sin pobres a merced de los propietarios, sin
todo tipo de desmanes, a la subversión de la sociedad civil misma, a la des­ trabajadores sometidos al capricho absolutista más o menos arbitrario de
trucción de la autoridad en la fábrica, a la sublevación de las clases subalter­ los patronos. Pero una República sin ilotas, piensa Tocqueville, es incompa­
nas, a la puesta en cuestión de los derechos de propiedad, a la quiebra, esto tible con la «libertad política», es decir, con una República puramente «po­
es, de toda relación de dependencia civil tácitamente cimentada en la pervi­ lítica» (no «social»). De aquí que un pueblo que aspire a salir de su condi­
vencia de la loi de famille. En un diálogo con su colega Jean-Jacques Ampere ción de ilotas --es decir, a la abolición de toda loi de famille, y a la plena
historiador, hijo del famoso físico-, el muy liberal Tocqueville, habi­ libertad cívico-política- sea para él un pueblo «incapaz e indigno de vivir
tualmente tan contenido, pero consciente ahora como ninguno de las ame­ en libertad».
nazas, no puede sofocar un estallido emocional: Aunque él lo desconozca, T ocqueville tiene a sus espaldas una larga y ve­
nerada tradición de pensamiento político que ha presentado las cosas de este
Usted no comprende lo que está pasando .. , Usted llama a esto [la Revolución modo. Aristóteles, por ejemplo, consideró que los experimentos democráti­
de 18481 el triunfo de la libertad: no es sino su última derrota. Yo le digo a us­ cos radicales de gobierno efectivo de los pobres libres tenían, entre otras, pé­
ted que este pueblo, tan ingenuamente admirado por usted, acaba de demos­
trar que es incapaz e indigno de vivir en libertad. 59
simas consecuencias para el buen orden de la vida doméstica: los esclavos se
insolentaban (anarchía te doulou; doulou anesis), los hijos se desmadraban,
y las madres dejaban de ser sumisas al padre de familia y propietario, para
por la fuerza se mantiene». Citado por Samuel Bernstein, Blanqui y el blanquismo, D. Sacris­ ejercer sobre la vida doméstica del oikos un femenil despotismo (gynayco­
tán y J. M. López, trads., Siglo XXI, Madrid, 1975, p. 374. kratía) a todas luces deplorable. 61 De modo parecido, y salvando la distancia
57. En un sentido muy preciso, el arranque del marxismo, políticamente hablando, signi­ de más de dos milenios, Tocqueville llegará a pensar que el régimen «políti­
ficó esa fusión. El escrito de Marx contra Proudhon, la Miseria de la filosofía (1847) es, a pe­ co» republicano es difícilmente viable en condiciones de sufragio universal en
sar de su engañosa apariencia de obra sobre todo teórica, un astuto golpe publicístico contra el una Francia cuyo pueblo bajo se ve estimulado por ese mismo régimen a po­
apoliticismo del socialismo proudhoniano, al tiempo que una rehabilitación «socialista» de la
vieja tradición republicana revolucionaria. En el Manifiesto Comunista (1848), por lo demás,
ner en cuestión los derechos patrimoniales. El ideal -irrealizado en el mun­
y como se recordará, se presenta al «comunismo» como parte integrante del movimiento do antiguo- que Burckhardt había descubierto en Tucídides, el ideal de una
rico de la democracia revolucionaria europea. «oligarquía isonómÍca», el ideal que los liberales doctrinarios habían tratado
58. En realidad, Tocqueville llega a decir que el fracaso de la Revolución de febrero de de poner por obra bajo la monarquía del «rey-ciudadano» Luis Felipe de Or­
1848 se debió en buena medida a que esa fusión entre «democracia» y «socialismo» no cuajó: leans, y que ahora, fracasada la monarquía constitucional, ensayaron como
«Los socialistas eran los más peligrosos, porque respondían más exactamente al carácter de la
un second best liberal con una República puramente «política» -burgue­
Revolución de febrero, y a las únicas pasiones que encendió esa revolución; pero eran gente
más de teoría que de acción, y para subvertir la sociedad a su antojo, habrían tenido necesidad sa-, pero no «social» -sin ilotas-, se revelaba con todos sus riesgos en me­
de la energía práctica y de la ciencia de las insurrecciones que sólo poseían a satisfacción sus co­
frades [los republicanos de la democracia social revolucionaria]», Souvenirs, op. cit. p. 786.
60. Citado por Samuel Bernstein, op. cit., p. 203.
59. Contado por el mismo Tocqueville en sus Souvenirs, op. cit., p. 765.
61. Aristóteles, PoI., 13l3B; 1319B.

",..
112 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 113

dia Europa, y señaladamente, en Francia. El camino a la dictadura del tercer jornaleros, los varios tipos de trabajadores asalariados urbanos, simple­
Bonaparte que fue ellI Imperio estaba expedito. mente estaban -como los judíos- fuera de la sociedad civil del Antiguo Ré­
En su genial análisis del golpe de Estado de Luis Bonaparte, Marx llegó gimen. 63 La masa inmensa, desposeída, y por lo mismo, carente de libertad
a la misma conclusión: civil de quienes vivían por sus manos bajo el Antiguo Régimen estaba políti­
camente encuadrada en el tercer estado como apéndice y aun --en el caso de
.. .la derrota de los insurrectos de junio (de 1848) había preparado, allanado, el los trabajadores urbanos- como clientela social moderna de los modernos
terreno en que podía cimentarse y erigirse la República burguesa; pero, al mis­ patroni que eran los burgueses europeos. La obra de demolición de «dere­
mo tiempo, había puesto de manifiesto que en Europa ... en países de vieja ci­ chos exclusivos» y de "privilegios» que acometió la revolución y que, a su
vilización, con una formación de clase desarrollada, con condiciones modernas
manera, sancionaron los codes napoleónicos provocó la incorporación en
de producción y con una consciencia intelectual, en la que todas las ideas se ha­
llan disueltas por un trabajo secular, la República no significa en general más
masse de quienes se ganaban el pan con el sudor de su frente a la sociedad ci­
que la forma política de la subversión de la sociedad civil burguesa y no su for­ vil posrevolucionaria. A eso es a 10 que Tocqueville, a veces -cuando reca­
ma conservadora de vida, como, por ejemplo, en los Estados Unidos de Norte­ tado-, llama «democratización» de la sociedad civil, y otras, suelto y desa­
américa, donde, si bien existen ya clases, éstas no se han fijado todavía, sino poderado, sociedad civil emponzoñada por la epidemia «democrática de la
que cambian constantemente y se ceden unas a otras sus partes integrantes, en envidia».
movimiento continuo; donde los medios modernos de producción, en vez de La epidemia tenía como vector de contagio un esquema de inferencia que
coincidir con una sobrepoblación crónica, suplen más bien la escasez relativa se había convertido en auténtico virus cognitivo, engolosinado de las mentes
de cabezas y brazos, y donde, por último, el movimiento febrilmente juvenil de inferiores de las "clases inferiores», incapaces, por lo visto, de entender la
la producción material, que tiene un mundo nuevo que apropiarse, no ha deja­ clara diferencia termidoriano-napoleónica entre la vieja y la nueva igualdad
do tiempo ni ocasión para eliminar el viejo mundo espiritual. 62 civil, entre la vieja y la nueva libertad: entre la igualdad civil republicana de
los «antiguos» (que precisamente exigía reciprocidad en la libertad, suspen­
sión de toda loi de (ami/le en las relaciones entre libres) y la de los «moder­
§ 14 LA QUIEBRA DE LA SOCIEDAD CIVIL POSREVOLUCIONARIA
nos» (que precisamente necesitaba mantener una esfera aparte, regida por la
loi de (amille); entre la <<libertad de los antiguos» (que exigía la independen­
Se puede decir: 1848 mostró por vez primera de forma inconfundible, vi­ cia y la autonomía) y la «libertad de los modernos» (perfectamente compati­
sible para todo el mundo, y del modo más revelador en Francia, la escisión ble con la dependencia respecto de otro particular). El malhadado esquema
irreversible del «tercer estado», gran protagonista de las gestas revolucio­ cognitivo de inferencia era más o menos éste.
narias de 1789 y, todavía, de 1830. La escisión tenía su raíz más profunda Si todos los varones adultos eran iguales civilmente, si todos habían ac­
-pero bien visible- en la «cuestión de la propiedad». Por usar la fértil me­ cedido igualmente a la sociedad civil, ¿por qué no habrían de ser iguales tam­
táfora de Tocqueville: la sociedad civil del Antiguo Régimen era como un bién políticamente? Es decir, ¿por qué no el sufragio universal, por qué no la
complejo sistema de defensas avanzadas (los «derechos exclusivos» y los libertad política para todos, ricos y pobres?
«privilegios»), en el corazón de cuyo recinto amurallado se hallaba segura la La Segunda República concedió la igualdad política. Pero, entonces, si
ciudadela interior de los derechos de propiedad. La burocracia y toda la es­ eran iguales civilmente y libres e iguales políticamente, ¿por qué no también
tructura administrativa de las monarquías y los principados absolutistas cu­ libres civilmente de modo plenario, a la «antigua»? ¿Por qué tenían que se­
raban de ese sistema avanzado de protección; los burgueses, propietarios, so­ guir dependiendo de otro para vivir? ¿Por qué tenían que seguir «alienados»
bre todo, de capital mueble, vivían instalados en la ciudadela interior, pero civilmente (alieni iuris), si parecían ser ya sui iuris políticamente?
no cómoda u holgadamente, sino claustrofóbicamente agobiados por las in­ y con ese mortífero juego de inferencias, de impecable e implacable lógi­
terferencias arbitrarias e imprevisibles procedentes de las murallas de prime­
ra línea y de sus centinelas. Los campesinos sujetos a distintas servidumbres,
63. Por eso pudo decir sin avilantez ni exageración Michelet que la revolución los hizo por
vez primera «hombres» y «ciudadanos», que con ella «nacieron» como tales: «Esos millones de
62. El18 Brumario de Luis Bonaparte, cito por la magnífica traducción castellana que ha­ hombres, ayer siervos, hoy hombres y ciudadanos, despertados en un solo día de la muerte a la
bía hecho el fallecido Octavi Pellisa, Ariel, Barcelona, 1968, p. 24. (La cursiva es del propio vida, neonatos de la revolución ... ». Jules Michelet, Histoire de la Révolution Franyaise, op. cit.,
Marx.) vol. 1, p. 343.

,.,...
114 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 115

ca republicana «antigua», quedaba tocado el «derecho de propiedad», iner- . prudentes, elegidos de tal suerte que los obreros elegirían listas de patronos
memente expuesto ahora al embate de una crecida marea de «opinión demo­ para cumplir la función de árbitros, y viceversa. 65
crática».64
El ominoso fracaso de ese gobierno-una coalición de demócratas repu­
El lema sin duda más repetido en los primeros meses de la Revolución
blicanos «neojacobinos» como Ledru Rollin, republicanos moderados «neo­
de 1848 -de febrero a junio-, el motivo emblemático del gobierno pro­
girondinos» como Lamartine y socialistas como el propio Blanc-, tan com­
visional surgido de la insurrección de febrero fue: fraternidad. Del modo
prometido con el tercer valor de la tríada republicana francesa, se ha
más explícito, el ministro de trabajo de ese gobierno, el socialista Louis
presentado a menudo como causa directa de la conversión del otrora enérgi­
Blanc, inspirador de los famosos ateliers parisinos -una especie de coo­
co motivo de la fraternidad en una divisa políticamente volandera e insus­
perativas, públicamente subvencionadas, que daban empleo al proletaria­
tancial. Pero en la desaparición de la «fraternidad» como consigna política
do parisino en paro-, identificaba su socialismo con una visión ingenua
de combate hay razones un poco más profundas que el mero fracaso tragicó­
-desprovista del realismo social de Robespierre- de la «fraternidad» re­
mico de un gobierno dimitido entre estrépitos de risa -de las gens de bien­
publicana:
y caudales de sangre -de las gens de rien.
La «inundación democrática» de la sociedad civil por parte de las anti­
Como en 1792-1794, la voluntad de realizar la fraternidad se manifiesta en los
distintos dominios en los que el mantenimiento de discriminaciones sociales guas «clases domésticas» hizo visible por vez primera en 1848 -y de un
choca con las convicciones democráticas. Pero esta vez las medidas toma­ modo aún más definitivo en 1871-la irreversible escisión del tercer estado,
das van derechas al objetivo y son seguidas de efectos inmediatos: al menos en la inviabilidad de que una sociedad civil moldeada por los códigos napoleó­
lo que atañe al sufragio universal y a la supresión de la esclavitud en las colo­ nicos pudiera constituirse como sociedad libre y hermanada, sin nuevos pri­
nias. Asimismo, se procura robustecer los derechos de la mujer ... Hay un do­ vilegios, sin barreras de clase -ni, potencialmente, de género-, con sólo
minio en el que la voluntad de reconciliación entre individuos y grupos, entre una adecuada política «social» por parte de un gobierno bien intencionado.
clases sociales, incluso, de intereses encontrados aparece claramente. Los cua­ Todavía atemorizado por el recuerdo de la insurrección de junio de
rentayochescos han imaginado, no sin cierta ingenuidad simpática, que po­ 1848, el Tocqueville patriarca vuela a ras de suelo:
drían dirimir los conflictos entre capital y trabajo con comisiones de hombres
Por los mismos sitios de los que nos creíamos los amos, hormigueaban los ene­
64. Que el intento de universalizar --de extender a todos los individuos-los valores re­ migos domésticos; rodeaba París una atmósfera de guerra civil... 66
publicanos de libertad lleva implacablemente a la «democracia» -al gobierno popular-, y
ésta al cuestionamiento de las relaciones sociales «alienadas» de dependencia económica de El Tocqueville político y escritor otea el horizonte con mirada aquilina:
unos particulares respecto de otros, lo sabían ya los pocos republicanos modernos que habían
simpatizado con el denostado ideal antiguo de la «democracia» como gobierno de los pobres. Vi la sociedad partida en dos: los que nada poseían, unidos en una común co­
Entre esos pocos se cuenta Ferguson, quien dejó dicho: «En la democracia los hombres deben dicia [sic]; quienes poseían algo, en una angustia común. Se acabaron los lazos,
amar la igualdad, deben respetar los derechos de sus conciudadanos, deben unirse por los la­ se acabaron las simpatías entre las dos clases: imperaba por doquier la idea de
zos comunes de simpatía al Estado. Al presentar sus pretensiones personales, deben contentar­ una lucha inevitable e inmediata. 67
se con el grado de consideración que pueden proporcionarles sus cualidades medidas equitati­
vamente, en comparación con las de sus rivales; deben trabajar por el bien público sin La «fraternidad», pues, o la apariencia de ella ingenuamente pretendida
esperanza de beneficios; deben rechazar todo intento de crear una dependencia personal". por el gobierno provisional salido de la Revolución de febrero, se había aca­
Adam Ferguson, Un ensayo sobre la historia de la sociedad civil (edición original de 1767), J. bado. Si acaso, se reencarnaba en una existencia mostrenca en el interior de
Rincón Jurado, trad., Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1974, p. 83. (El énfasis añadido
cada uno de los dos bloques de clase hostilmente polarizados. Tocqueville
es mío.) Un siglo antes, Harrington, en una colección de aforismos publicada póstumamente (A
System of Politics), definió así democracia: «Cuando un pueblo no puede vivir por sí mismo, el habla por el suyo:
gobierno es una monarquía o una aristocracia; cuando un pueblo puede vivir por sí mismo,
el gobierno puede ser una democracia» (Aforismo 1,14). Y en el aforismo 1,16 se dice: «Cuan­ En el campo, todos los propietarios, cualquiera que fuese su origen, sus ante­
do un pueblo que puede vivir por sí mismo» -es decir, sin depender de otros- «imagina que cedentes, su educación, sus bienes, se habían acercado unos a otros, y no pa­
puede ser gobernado por otros sin depender de esos gobernantes, no estamos ante el genio del
pueblo; estamos ante el error del pueblo». (Citado por J. G. A. Pocock, Politics, Language & 65. Marcel David, Fraternité et Révolution Fran¡;aise, Aubier, París, 1987, pp. 281-282.
Time, Essays on Political Thought and History, The University of Chicago Press, Chicago, 66. Souvenirs, op. cit., p. 810.
1989, p. 112. 67. [bid., p. 783.

r
116 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 117

redan sino formar una sola clase social; las viejas querellas de opinión, las an­ vil pos napoleónica por los descendientes de las antiguas «clases domésticas»,
tiguas rivalidades de casta y de fortuna se perdieron de vista. Se acabaron los seguía habiendo «siervos» sometidos a una implícita loí de famille. Y que el
celos y los orgullos entre el campesino y el rico, entre el gentilhombre y el bur­ hecho de que esos «siervos» se mostraran ahora peligrosamente dispuestos al
gués; en su lugar, confianza mutua, deferencia y benevolencia recíprocas. La
asalto de la «ciudadela interior» de la propiedad privada era motivo bastan­
propiedad, para todos los que disfrutaban de alguna, se había convertido en
una especie de fraternidad. Los más ricos eran como los mayores, los de menor
te para que empezaran a alzarse voces -inteligentes y moderadas ¡ni más fal­
fortuna, como los menores; pero todos se consideraban hermanos, con idénti­ taba!- que exigían la liquidación del orden posnapoleónico y el renovado
co interés en la defensa de la común herencia. 68 arredilamiento de la chusma mediante una explícita loí de famille que res­
taurara las viejas relaciones, expresamente in-civiles, de servidumbre. Sólo
Nada es tan revelador de que el programa fraternal de la Primera Re­
eso comenzaba a parecer a muchos compatible con
pública de 1792, enfática pero superficial e irrealistamente reintentado en la

las leyes inmutables que constituyen a la misma sociedad. 70


Segunda República de 1848, había fracasado, que la proliferación de una

tendencia -no sólo Iiteraria- a revertir o a represar la «inundación demo­

Servíle caput nullum ius habet: ¡ésa es la «agonizante voz de la Antigüe­


crática» de la sociedad civil posnapoleónica. Eso resulta visible en los esfuer­
dad» a la que Nietzsche nos exigía prestar oídos!
zos de tantos escritores poscuarentayochistas -y ya ha habido ocasión en el
Ni siquiera el apologeta por excelencia del valor de la fraternidad en la
primer capítulo de ver unos cuantos- por negar hasta formalmente la perte­
Revolución francesa que fue Michelet, ni siquiera él, a pesar de su tendencia
nencia a la sociedad civil de las clases desposeídas, y en primer lugar, del pro­
a la efusión sentimental, dejó de observar la presencia de nuevos obstáculos
letariado urbano; por despojarles de su condición mínima de «ciudadanos».
objetivos que estorbaban a la realización de ese valor:
Así el mismo Tocqueville cuando, en un paso de sus Memorias, llega a poner

en duda lo que repetidamente afirma en otras partes de su libro de recuerdos,


El proletariado de las ciudades, que es el gran obstáculo hoy [1847], apenas
y es a saber: que la de 1848 fuera propiamente una guerra civil: existía entonces, salvo en París y en algunas grandes ciudades en las que se con­
centraban los famélicos. No hay que poner en aquel tiempo, ni ver treinta años
Lo que la distinguió también [a la Revolución de 1848] de todos los aconteci­ antes de su nacimiento, los millones de obreros nacidos después de 1815. Así
mientos de este tipo que han venido sucediéndose desde hace sesenta años en­ pues, en realidad, en aquella época, el obstáculo era mínimo entre la burguesía
tre nosotros es que no tenía por fin el cambio de forma del gobierno, sino alte­ y el pueblo. 71

rar el orden mismo de la sociedad. Para decir la verdad, no fue una lucha

política (en el sentido que habíamos dado en el pasado a esta palabra), sino un
La fraternidad, todavía capaz, cuando puesta por obra en 1790, de «alla­
combate de clase, una suerte de guerra servil. 69 nar todo obstáculo»,72 no podía ya allanar aparentemente en 1848 el «gran
obstáculo» del nuevo proletariado urbano. Para ser justos con Michelet, hay
«Guerras serviles» llamaron los romanos a las guerras de esclavos, a la que añadir en seguida que el historiador no considera «obstáculo» al prole­
represión manu militari de insurrecciones como la protagonizada por Espar­ tariado urbano decimonónico porque sienta especial odio, o miedo, o me­
taco en el siglo 1 antes de nuestra era. La calificación de guerra civil se reser­ nosprecio hacia él-lo contrario se aproximaría más a la verdad-, sino por­
vaba para las luchas armadas entre ricos y pobres, pero todos ciudadanos que es consciente del temor que el mismo ha llegado a suscitar en la nueva
-todos miembros de la sociedad civil-, luchas bastante habituales en las úl­ burguesía industrial, muy distinta de la ilustrada burguesía dieciochesca:
timas décadas de la República.

El lapsus calami de Tocqueville -si de tal se trató- revela que, décadas


Aquella burguesía, imbuida de Voltaire y de Rousseau, era más amiga de la hu­
después de que la Revolución francesa concediera la ciudadanía -ya rIera manidad, más desinteresada y generosa que la que ha hecho el industria­
«pasiva»- a todas las «clases domésticas» y aboliera los «derechos exclu . Iismo ... 73

vos» y los «privilegios» que constituían la «defensa avanzada» del orden so­

cial; revela que, tras décadas de «inundación democrática» de la sociedad ci­ 70. Ibid., p. 770.
71. Míchelet, La Révolution Franrraise, op. cit. vol. 1, p. 345.
72. Loe. cit., p. 324: "La fraternité a aplani tout obstade, toutes les féderations vont se
68. Ibid., p. 776. (El énfasis añadido es mío.) confédérer entre elles, l'union tend a Punité».
69. [bid., p. 806. (El énfasis añadido es mío.) 73. Loe. cit., p. 346.

l
ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 119
118 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD

Aquella burguesía, la de 1789, estaba más dispuesta, esto es, a drater­ esta cascada de insultos a las mujeres que osaron participar activamente en la
nizar>, con el pueblo bajo que la nueva burguesía industrial de mediados del fiesta democrático-fraternal de junio de 1848: otros autores, tal vez más ga­
siglo XIX. Todavía en 1830, no se apreciaban en el demos fracturas patente, lantes que el aristócrata francés, han llamado cosas peores que sudoríficos
manifiestamente irreparables, y la nueva sociedad civil posrevolucionaria, marimachos a las mujeres que se han atrevido a ingresar «fraternalmente» en
con todo y a pesar de todo, se ofrecía aún a la vista de algunos en la Europa la esfera civil, a exigir su libertad plena, a salir de la loi de famille. Antes y
continental como hogar de posible confraternización democrática, como un después de Tocqueville. Pero siempre -yeso es lo notable- en circunstan­
espacio en el que podían allanarse, sino todas, muchas barreras de clase; cias en las que alguna convulsión político-social extraordinaria llevaba a las
1848 puso fin a esas ilusiones republicanas en Europa. Tal es el diagnóstico mujeres a una situación tal, que la dominación patriarcal y la dominación pa­
de Miche1et. trimonial resultaban amenazadas de consuno. Esas circunstancias tuvieron
y a juzgar por el modo con que el moderado Tocqueville se emplea a siempre que ver con la aparición de regímenes o de grandes movimientos po­
fondo contra la fraternité de la Segunda República no le faltaba razón a Mi­ líticos democráticos en el sentido tradicional aristotélico de esta palabra
chelet. Véase, si no, el frío sarcasmo con que describe la Fiesta de la Concor­ -hoy casi perdido, pero todavía conservado por Tocqueville-, es decir, ten­
dia celebrada en París en junio de 1848, bajo el gobierno provisional revolu­ dentes a dar el poder a los ciudadanos pobres, y con él, un viso de asomo fe­
cionario de la Segunda República: menino a la vida civil pública.
Ya tuvimos ocasión de ver cómo se quejaba Aristóteles de que el régimen
Ese día, el pueblo pareció entrar voluntariamente en la ficción de su felicidad, público de democracia radical de los varones pobres libres atenienses trajera
dejando por un momento de lado la memoria de sus miserias y de sus odios; es­ consigo la quiebra de la dominación masculina privada en el oikos, convir­
tuvo animado, sin ser turbulento. El programa había dicho que tenía que rei­ tiendo a éste en una gynaicokratía, en una plaza de mando femenino. Pero el
nar una confusión fraternal. Y hubo, en efecto, una extrema confusión; pero juicio de Aristóteles resulta de una indulgencia angelical, si se compara con
no desorden. Gente extraña, somos los franceses: no podemos prescindir de la las horrísonas invectivas que la boheme dorée dedicó a los descendientes de
policía cuando vivimos en buen orden, y así que entramos en revolución, la po­ quienes -sometidos, o no, a una loi de famille- tenían en común el haber
licía parece prescindible. El espectáculo de alegría popular transportaba tam­ sido radicalmente excluidos de la vida civil prenapoleónica: a los judíos, a los
bién a los republicanos moderados y les llevaba a una suerte de enternecimien­
proletarios, y naturalmente, a las mujeres.
to ... Delante de nosotros, primero desfilaron unas muchachas vestidas de
Las mujeres volvieron a ser particularmente activas en la nueva insurrec­
blanco. Había por lo menos trescientas que llevaban su vestido virginal, pero
de modo tan viril, que podría habérseles tomado por muchachos vestidos de
ción de las antiguas clases domésticas que proclamó la Comuna de París en
chica oo. Una de ellas, mayor, se destacó de sus compañeras y, plantándose ante 1871. Se significaron especialmente las «amazonas de la Comuna», malfa­
Lamartine, recitó un himno a su gloria; poco a poco, se animó a hablar de tal madas como petroleuses, las trabajadoras parisinas supuestamente responsa­
suerte, que adquirió un aspecto alarmante y púsose a realizar contorsiones ho­ bles de incendios de fincas urbanas de ricos. Un amigo de Tocqueville, el con­
rripilantes. Nunca me había parecido el entl;lsiasmo tan vecino de la epilepsia, de Gobineau, que andando el tiempo habría de convertirse en uno de los
y sin embargo, el pueblo quería que Lamartine la besara. Ella le presentó dos «clásicos» del racismo contemporáneo, se declaró entonces
robustas mejillas chorreantes de sudor, que él besó con la punta de los labios y
con harto desgaire. 74 profundamente convencido de que no hay un solo ejemplo en la historia de
época o de pueblo algunos de la locura furiosa, del fanático frenesí de estas
No debe atribuirse meramente a la conocida misoginia de Tocqueville 75 mujeres. 76

Según Du Camp, en la Comuna «el sexo débil dio que hablar»:


74. Tocqueville, Souvenirs, op, cit., p. 802. El énfasis añadido es del propio Tocqueville.
7S. Refiriendo su primer encuentro con George Sand, la antigua demócrata de 1848 que
luego habría de ser huésped de honor de los salones de la princesa Mathi/de, Tocqueville se
suelta esto: «Milnes me puso aliado de madame Sand; nunca había hablado con ella, creo que
ni siquiera la había visto antes, pues yo me había movido poco por el mundo de aventureros por la vía de presentarnos esas debilidades bajo sus verdaderos rasgos». (Souvenírs, op. cit.,
literarios que ella frecuentaba [el mundo de la boheme dorée]. Yo tenía grandes prejuicios p.805.)
contra madame Sand, porque detesto a las mujeres que escriben, y sobre todo a las que dis­ 76. A. de Gobineau, LettTes a deux Athéniennes (1868-1881), Kaufman, Atenas, 1936.
frazan sistemáticamente las debilidades de su sexo, en vez de tratar de captar nuestro interés Carta de 18 de mayo de 187l.

r 120 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD ESPLENDOR Y ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD REPUBLICANA 121

Las mujeres que se entregaron a la Comuna -y fueron muchas- no La necesidad generalmente sentida por el pobre de saquear la fortuna del rico,
sino una ambición: elevarse por encima del hombre, exagerando sus vicios., y si preciso es, de matarle. ¿Qué es el trabajador? El obrero al que pagarnos, y
Fueron malignas. Desde lo alto de los púlpitos de las iglesias convertidas en. que no trabaja. so
clubes, velos quitados y voces chíllonas ... exigían su ,<lugar bajo el sol, sus d~"
rechos ciudadanos,la igualdad que se les niega», y otras reivindicaciones inde­ Del otro lado de la barricada, el fracaso de la Revolución de 1848 en
cisas. 77
toda Europa, y ellos demócratas «sociales» y los socialistas «fraternales» de
la Segunda República francesa, conllevó también el final de la fraternidad
En fin, después de la cruentísima masacre de los communards insurre¿ como divisa políticamente usadera. La democracia «social» revolucionaria,
tos, Dumas hijo, con rencor necrófilo apenas concebible, sentenció: sedicente heredera del partido de la Montaña de Robespierre, se extinguió
con ella, lo mismo que el «socialismo fraternal" de Louis Blanc. El socialis­
Nada diré de sus mujerzuelas, por respeto a las mujeres a las que semejan mo y la democracia venideros no podrían ya pasar por alto que la irrupción
cuando están muertas. 78
en la vida cívico-política de la muchedumbre proletaria y de una potente bur­
guesía industrial llevaba inexorablemente a una escisión de clase de la socie­
Dicho sea de paso: que la plena incorporación de las mujeres revolucio­
dad civil posnapoleónica, a una ruptura de la misma insuturable con consig­
narias, como la inteligente marxista Elisabetta Dmitrieva --elegante recupe­
nas o remedios milagreros.
radora tardía de la fraternidad jacobina- o como la heroína anarquista
Por eso el asalto político a la antaño «ciudadela interior» del derecho de
Louise Michel, encontró terreno suficientemente abonado en el ambiente ge­
propiedad, ese último y decisivo vestigio, si hay que creer a Tocqueville, de
neral del París insurrecto de la primavera de 1871 puede verse tanto en la ex­
los «privilegios y los derechos exclusivos» del desaparecido mundo aristo­
trema misoginia de los escritores enemigos de la Comuna, como en la entre~
crático, tendría que ensayar otros programas de acción que, a lo sumo, y
gada ginofilía de los poetas revolucionarios:
desde luego por vías rodeadas, trataran de rescatar el hermoso núcleo nor­
Cuando se haya destruido la infinita servidumbre de la mujer, cuando ella viva mativo democrático contenido en el ideal de fraternidad de la Primera Re­
por ella y para ella, restituida por el hombre -hasta ahora abominable-, ella pública: «civilizar'> la loi politique y «civilizar» la loi de famille; destruir la
también será poetisa. ¡La mujer descubrirá lo desconocido! ¿Diferirán sus «excrecencia parasitaria del aparato del Estado»8\ y destruir todo vínculo
mundos ideales de los nuestros? Ella descubrirá cosas extrañas, insondables, subcivil (<<familiar» ) de servidumbre y dominación.
repelentes, deliciosas; nosotros las tornaremos, nosotros las comprendere­ Lo que para el incipiente socialismo marxista estaba a la orden del día no
mos?9 era ya la plena incorporación de las clases domésticas a la vida político-civil,
sino la superación de toda sociedad civil fundada en la apropiación privada
Sea ello como fuere, el esquema liberal-doctrinario de una oligarquía iso­ de los medios de existencia social: pues el avance incontenible de la indus­
nómica, la remotamente posible ilusión de fraternidad, de civilización de la trialización y de las tecnologías productivas que iban con ella, la destrucción
entera vida social, que pudiera haberse incorporado a la sociedad civil pos­ de las economías campesinas «naturales» -yen general, del grueso de la
napoleónica se había disipado: esa es la feraz semilla plantada por la jeunes­ «economía moral» popular-, la desaparición de las bases de existencia eco­
se dorée del último tercio del siglo XIX. Y sembraba en terreno bien abonado nómica del pequeño artesanado urbano y rural, la creciente importancia de
desde 1848. las economías de escala, etc.; todo eso tornaba imposible o sumamente pro­
«¿Qué es la Fraternidad?», se pregunta un panfleto que las gentes de bien blemático el programa que la democracia revolucionaria había defendido
hicieron circular por París luego de que el general Cavaignac masacrara a los desde los tiempos de Solón (gea anasdesmos, creon apokopé, 'redistribución
insurrectos de junio de 1848. He aquí la respuesta: de la tierra, cancelación de las deudas'), programa que Jefferson y Robes­
pierre tradujeron al mundo contemporáneo con sus exigencias de universa­

80. Extraído de un «Catecismo republicano», un opúsculo que hacía ludibrio de los idea­
77. M. Du Camp, Les Convulsíons de París, vol. IV, Hachette, París, 18897 , p. 330. les republicanos, y que la derecha hizo circular profusamente por el París amigo del orden des­
78. A. Dumas, Une lettre sur les choses du ¡our, Michel Lévy, París, 1871, p. 16. pués de dimitido el gobierno provisional. Citado por H. Guillemein, La premiere résurrection
79. Arthur Rimbaud, Carta a Paul Demeny de 15 de mayo de 1871 (en plena efervescen­ de la République, Gallimard, París, 1967, p. 465.
cia communarde), en Rimbaud, Oeuvres, Classiques Garnier, París, 1960, p. 348. 81. Marx, en El18 Brumario.

122 EL ECLIPSE DE LA FRATERNIDAD

lización de la pequeña propiedad privada, base de la libertad republicana


clásica.
4
Eso ponía en cuestión, no el valor intrínseco de la «fraternidad», pero
su eficacia como consigna programática. La divisa «fraternidad» fue en ge­
neral considerada a partir de entonces por los socialistas políticos como un De la democracia social
lábaro confundente, obnubilador del problema de base de la propiedad.
Para el miembro prominente de la asociación internacional Fraternal De­ a la socialdemocracia
mocrats, y testigo presencial del fracaso del gobierno republicano-fraternal
parisino, Karl Marx, la experiencia de 1848 fue un aldabonazo esclarecedor.
De aquí el aspérrimo dictamen:

La fórmula que se correspondía con esta fantaseada superación de las relacio­

nes entre las clases era la fraterníté, la confraternización y la fraternidad uni­

versales. Esa cómoda abstracción de los conflictos de clase, esa sentimental ni­

velación de los contradictorios intereses de las clases, esa ilusoria elevación por IECISÉIS AÑOS DESPUÉS, en los Estatutos provisionales de la recién fun­
encima de la lucha de clases, la fraternité, fue el verdadero santo y seña de la
Revolución de febrero. Sólo por un malentendido estaban las clases divididas,
D dada Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), Marx volverá a
hablar de fraternidad. El fracaso de los últimos lustros, a que la I Internacio­
y Lamartine bautizó el 24 de febrero al gobierno provisional: «un gouverne­ nal obrera tenía que poner fin, se debía en gran parte a
ment qui suspende ce malentendu terrible qui existe entre les différentes e/as­
ses». El proletariado parisino se disipó en los goces de esa generosa embriaguez la falta de una federación fraternal entre las clases obreras de los diferentes
de fraternidad. 82 países. l

La estrella de la fraternidad se eclipsaba. En el memorial inaugural de la AIT de 1864, Marx hacía el siguiente ba­
lance de los años transcurridos desde la derrota de la Revolución europea de
1848:
Después del fracaso de las revoluciones de 1848, todas las organizaciones par­
tidarias y todos los periódicos de la clase obrera fueron oprimidos con la mano
de hierro del poder, los más avanzados hijos del trabajo huyeron en desespera­
ción hacia la República transatlántica, y el efímero sueño de la emancipación
se desvaneció ante una época de febril industrialismo, marasmo moral y reac­
ción política.2

Contra todas sus promesas, esa época de «febril industrialismo» combi­


nado con reacción política, desbaratamiento del viejo movimiento republica­
no-democrático, grave retroceso del incipiente movimiento obrero continen­
tal y evidente deterioro del cartismo británico no había mejorado el bienestar
82. Marx, Die Klassenkampfe in Frankreich (primera edición, 1850), en MEW, vol. 7, p. de las clases desposeídas. Ni el mismísimo dirigente parlamentario de los
21. Importa, sin embargo, que retenga desde ahora el lector que Marx, cualquiera que fuera la berales ingleses, Gladstone, podía ocultar su sorpresa:
crítica inclemente que realizara -y el texto citado es una buena muestra- de la democracia
fraternal de Ledru y del socialismo fraternal de Blanc en 1848, nunca abandonó el ideal ético­
social de la fraternidad revolucionaria de 1792. Hasta el fin de sus días (en 1883), y casi inva­
riablemente, las cartas dirigidas en cualquier idioma a posibles camaradas de combate político, L MEW, vol. 16, p. 14.
se despedían con un «fraternalmente, Karl Marx". 2. ¡bid., p. 10.

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