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INTRODUCCIÓN
El período entre los años 1350 y 1500 se caracteriza por la segunda declinación en la historia del
cristianismo, debida en buena medida a los triunfos de los musulmanes en Asia Central y a la ruptura
del ordenamiento y equilibrio que caracterizó a la alta Edad Media en Europa occidental.
José Luis Romero: “Las postrimerías del siglo XIII señalan a un tiempo mismo la culminación
de un orden económico, social, político y espiritual, y los signos de una profunda crisis que
debía romper ese equilibrio. Quizá sea exagerado ver en las Cruzadas el motivo único de esa
crisis, que sin duda puede reconocer otras causas; pero sin duda son las grandes
transformaciones que entonces se produjeron en relación con ellas y en todos los órdenes
las que precipitaron los acontecimientos.”
Para la cristiandad en Occidente las cosas no fueron mejores. A principios del siglo XIV comenzó
un largo período de profundas crisis y graves conmociones, que se prolongarían hasta fines del siglo
XV. Los abusos de la Iglesia habían llegado a un nivel insoportable. El Cautiverio Babilónico de la
Iglesia, con el papado en Aviñón (Francia), entre los años 1305 y 1376, colocó a la Iglesia bajo el
dominio de Francia a pesar de su ideal de ser supranacional. Este escándalo fue seguido por otro
peor entre 1378 y 1415, conocido como el Gran Cisma o Cisma Papal, cuando hubo dos papas, uno
en Aviñón y el otro en Roma, y los nuevos países se ponían de parte de uno u otro conforme con sus
intereses políticos o económicos. Además, a la crisis eclesiástica se agregaron en estos dos siglos
diversos flagelos, como sequías, inundaciones y epidemias. Fueron tiempos difíciles en los que la
Peste Negra, la Guerra de los Cien Años, el ataque de los turcos otomanos a Europa y otros conflictos
políticos, sociales y económicos llevaron a un estado de caos e incertidumbre.
La Peste Negra fue una de las causas más importantes que provocaron la crisis del siglo XIV. Esta
pandemia de peste bubónica fue traída de Oriente en naves genovesas, que arribaron a Mesina en
1347. La enfermedad se expandió con rapidez por el continente europeo, favorecida por el mal
estado sanitario y el hacinamiento en los centros urbanos, y en menos de tres años produjo la
muerte de más de veinticinco millones de personas. En algunos lugares de Europa la población
disminuyó en dos tercios, con lo cual hubo una reducción drástica de la mano de obra y grandes
extensiones de tierra quedaron sin cultivar. Hubo también una baja de los precios agrícolas y
aumentaron los gastos de explotación. La falta de mano de obra, las malas cosechas y la carencia de
recursos y reservas hicieron que aumentara la escasez, el hambre, la depresión económica y los
conflictos sociales. El flagelo de la Peste Negra recién declinó en el año 1351. No es de sorprender,
entonces, que se oyeran voces de protesta y rebeldía, especialmente en los países enemigos de
Francia, como en Oxford con Juan Wycliff y en Praga con Juan Huss.
Un nuevo y poderoso factor se agregaba a los muchos que querían romper el viejo sistema
feudal y la opresión del papado romano, llegando a amenazar la unidad de la cristiandad: el
creciente sentido de nacionalismo. En el camino de esta creciente tendencia siguió un período de
Concilios, en el que pareció abrirse un proceso de desarrollo hacia una cristiandad unida bajo la
dirección del Papa y un Concilio, que representaría los diversos intereses nacionales. Pero para 1459
el Papa había hecho de esto algo imposible. Al frustrarse la posibilidad de un cambio gradual no
quedó otro camino que el de la revolución, y la Reforma fue esa revolución.
A comienzos del siglo XIV, el Imperio Bizantino, que había estado ligado a la Iglesia Griega por
unos mil años, disminuyó rápidamente frente a la agresividad de los turcos otomanos. Los monarcas
bizantinos intentaron unirse a Occidente en contra de la amenaza turca. Incluso estuvieron
dispuestos a poner a un lado las diferencias teológicas y la autonomía religiosa y reconocer la
primacía del obispo de Roma a fin de conservar su independencia política. Los líderes religiosos
orientales, especialmente los monjes, no pudieron ver la amenaza política y militar que
representaban los turcos otomanos y continuaron sosteniendo sus costumbres religiosas. En
algunos casos, prefirieron capitular ante los turcos antes que aceptar las costumbres religiosas de
Occidente. Mientras tanto, los turcos avanzaban inexorablemente en sus conquistas: en 1326
capturaron Brusa, en 1329 tomaron Nicea y en 1337 Nicomedia.
Los intentos del emperador Andrónico III (1328–1341) y más tarde de Ana de Saboya, que actuó
como regente en lugar de su hermano Juan V Paleólogo (1341–1391), para tratar de resolver el
cisma entre Oriente y Occidente fueron en vano. Juan I viajó a Italia en procura de ayuda, pero fue
apresado como deudor en Venecia. Su hijo, Manuel II Paleólogo (1391–1425) también visitó
Occidente y rogó la ayuda del Papa contra los turcos. Logró que los occidentales tomaran conciencia
del peligro y enviaran un ejército a los Balcanes, que fue derrotado.
En 1397 los turcos sitiaron Constantinopla, que se salvó porque Timur o Tamerlán el tártaro
(1336–1405) los atacó en el Este y en 1402 el sultán fue derrotado y capturado por los mongoles de
la Horda de Oro. Timur era un oficial militar turco de fe musulmana en la región cercana a
Samarcanda al servicio del khan mongol, que se hizo del poder con la caída de los mongoles
occidentales. A partir de 1365 comenzó a tomar el control de los territorios mongoles y en unas
pocas décadas llevó a sus ejércitos a través de Irán, India, Mesopotamia, Siria, Anatolia y Georgia.
Desde Rusia hasta la India la gente sufrió bajo uno de los regímenes más terroríficos de toda la
historia humana, al punto que se lo conoció como Azote de Dios y Terror del Mundo. Sus matanzas
redujeron sensiblemente la población en Asia central. Cristianos, musulmanes e hindúes padecieron
bajo la brutalidad extrema de sus conquistas. Las iglesias cristianas en el Este sufrieron serios golpes
con las invasiones de Timur, y los que escaparon de la masacre terminaron siendo absorbidos por
el islamismo.
Sin embargo, en 1413 el dominio de Timur fue quebrado y los turcos otomanos se recuperaron
para continuar con sus avances hacia Constantinopla. Frente a la amenaza turca, los bizantinos
procuraron reestablecer las relaciones con Occidente. En 1439, en el Concilio de Florencia, se
discutió la unión de la Iglesia de Oriente y la Iglesia de Occidente. Se lograron acuerdos en cuanto al
uso de la cláusula filioque en el credo occidental, las doctrinas de la Eucaristía y el Purgatorio, e
incluso el primado del Papa. El 6 de julio de 1439, el papa Eugenio IV y el emperador oriental Juan
VIII Paleólogo (1425–1448) ratificaron el Decreto de Unión, y todos los padres conciliares se
arrodillaron delante del Papa reconociéndolo como primado y cabeza de la Iglesia. Los delegados
de las principales iglesias orientales, incluyendo a las Iglesias Armenia, Jacobita, Etíope, Siria, Caldea
y Maronita, suscribieron el Decreto de Unión. No obstante, la delegación oriental que había
acordado la unión fue recibida con gritos y pedradas por el pueblo de Constantinopla. Los patriarcas
de Alejandría, Antioquía y Jerusalén repudiaron el Concilio de Florencia y el Decreto de Unión. Con
la caída de Constantinopla en 1453, el acuerdo quedó en letra muerta.
Decreto de Unión: “ ‘Alégrense los cielos (Laetentur caeli) y gócese la tierra’ (Sal. 96:2; Vulg.
95:2). Porque la pared intermedia de separación, que estaba dividiendo a la Iglesia oriental
y occidental, ha sido quitada y han retornado la paz y la concordia, con Cristo, la piedra
angular, que ha hecho de ambos uno … Porque, he aquí, después de un largo período de
división y discordia los padres occidentales y orientales se han expuesto a los peligros de
[viajar por] mar y tierra y, no escatimando esfuerzos, se han congregado gozosa y
ansiosamente en este santo concilio ecuménico, deseando esa unión muy sagrada y por la
restauración del viejo lazo de caridad … Porque los latinos y los griegos se han congregado
en un santo sínodo ecuménico y se han aplicado con fervor de modo que, entre otras cosas,
ese artículo concerniente a la piadosa procesión del Espíritu Santo pueda ser diligentemente
discutido y determinadamente examinado … Por lo tanto, en el nombre de la Santa Trinidad,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, con la aprobación de este santo y universal concilio de Florencia,
definimos que esta verdad de la fe sea creída y recibida por todos los cristianos, y que todos
hagan así su profesión, que el Espíritu Santo es eternamente del Padre y del Hijo y que en
su ser él tiene su sustancia y su naturaleza del Padre y del Hijo juntos y de ambos
eternamente como si procediese de un principio y de un origen único … Además, definimos
que la explicación de aquellas palabras ‘y del Hijo’ (filioque) ha sido legal y razonablemente
agregada al símbolo, por declarar la verdad y bajo la compulsión de la necesidad … Además,
definimos que la santa sede apostólica y el pontífice romano tienen la primacía en todo el
mundo, y que el pontífice romano es el sucesor del bendito Pedro, príncipe de los apóstoles,
y el verdadero vicario de Cristo, la cabeza de toda la Iglesia, y que se destaca como el padre
y maestro de todos los cristianos … En adición reafirmamos la posición de los otros
patriarcas venerables decretada en los cánones; el patriarca de Constantinopla como
segundo después del santísimo pontífice romano, en tercer lugar Alejandría, en cuarto
Antioquía, y Jerusalén quinta en orden, esto es salvaguardando todos sus derechos y
privilegios.”
Desde Occidente se enviaron refuerzos para enfrentar a los turcos en los Balcanes y en sus
ataques contra Constantinopla, pero fueron aplastados. En 1453 griegos y latinos entraron a Santa
Sofía para participar de la misa por última vez. El emperador Constantino XI Paleólogo (1448–1453)
salió de esa misa sólo para encontrar la muerte en las calles de la ciudad, con su espada en la mano,
mientras exclamaba: “¡Moriré junto a mi ciudad! ¡Dios no permita que viva como un emperador sin
imperio!”
Steven Runciman: “La tragedia fue final. El veintinueve de mayo de 1453, una civilización
fue borrada irrevocablemente. Había dejado un legado glorioso en la erudición y el arte;
había levantado a países enteros de la barbarie y había dado refinamiento a otros; su
fortaleza y su inteligencia había sido por siglos la protección de la cristiandad. Por once siglos
Constantinopla había sido el centro del mundo de la luz. La brillantez rápida, el interés y la
estética de los griegos, la orgullosa estabilidad y la competencia administrativa de los
romanos, la intensidad trascendental de los cristianos del Oriente, fundidos en una masa
fluida y sensible, ahora fueron adormecidos. Constantinopla iba a transformarse en la sede
de la fuerza bruta, de la ignorancia, de una magnífica falta de buen gusto. Sólo en los
palacios rusos, sobre los que voló el águila de dos cabezas, la cresta de la Casa de los
Paleólogos, vegetó algún vestigio de Bizancio por algunos siglos más.”
Los nestorianos casi desaparecieron de Oriente con la caída del Imperio Mongol. La invasión de
Timur hacia fines del siglo XIV terminó con los últimos focos de nestorianos, incluso en Mesopotamia
y el Curdistán. En el siglo XV, el patriarcado nestoriano se hizo hereditario. Sólo en el sur de la India
sobrevivieron algunas comunidades nestorianas.
Los jacobitas monofisitas, con su patriarca en Antioquía, también sufrieron con la desaparición
del Imperio Mongol en Persia, Mesopotamia y Asia Central. El islamismo los diezmó, incluso en Siria
donde eran más numerosos. A las consecuencias de las presiones externas se agregaron las
divisiones internas entre patriarcas rivales. Para cuando se resolvió el cisma, a fines del siglo XV, la
comunidad jacobita había quedado reducida a unos pocos centenares de individuos.
El cristianismo armenio también enfrentó dificultades hacia fines de la Edad Media. Después del
dominio mongol, Armenia se dividió en muchos señoríos bajo control de armenios, turcomanos y
curdos. Éstos sufrieron las invasiones de Timur, y muchos armenios emigraron a otras regiones.
Después de la muerte de Timur, buena parte de Armenia fue gobernada por turcomanos hasta que
a comienzos del siglo XVI pasó a manos persas. Todo esto resultó en la división de la cristiandad
armenia. Algunos permanecieron ligados a Roma (como iglesia uniata), con lo cual conservaron sus
tradiciones pero reconociendo la supremacía del Papa. La mayoría permaneció alejada de Roma y
sumida en luchas intestinas, por momentos muy violentas. Durante dos siglos, la Iglesia Armenia
padeció de circunstancias escandalosas muy parecidas a las vividas por la Iglesia Latina en Occidente
durante el siglo XIV. Finalmente, a mediados del siglo XV se logró establecer el patriarcado armenio
en Echmiadzin, cerca del monte Ararat, pero no se puso fin a los conflictos ocasionados por las
ambiciones del clero armenio.
Maghakia Ormanian: “En la primera mitad del siglo XV, la Iglesia Armenia se encontraba en
un estado de gran confusión. El reino [armenio] de Cilicia [Asia Menor] había desaparecido
definitivamente (1375); la ciudad de Sis, sede del patriarcado, había caído en poder de los
egipcios … La sede patriarcal había perdido su fuerza y su esplendor. La propaganda del
catolicismo romano se ejercía con éxito en Cilicia, gracias a la actividad de los misioneros
franciscanos. Al mismo tiempo, los dominicos trabajaban para convertir la Gran Armenia.…
Un número considerable … deplorando el estado lamentable de su Iglesia, decidieron tomar
medidas radicales para mejorar la situación y poner orden. Como se habían dado cuenta de
que no existía ya razón ni utilidad para mantener alejada de su sede primitiva a la residencia
patriarcal, se pensó en establecerla de nuevo en Echmiadzin, a causa de la seguridad
relativamente superior que gozaba esa ciudad bajo la dominación persa … Desde el
patriarca Grigor Djelalbeguian (1443), la sede de Echmiadzin fue presa de alteraciones y
disturbios interiores y exteriores que duraron hasta la elección de Moisés III de Tathev
(1629).”
No fue mejor la suerte de la Iglesia Copta en Egipto, que sufrió severas restricciones y
persecuciones a lo largo de los primeros cuatro siglos de dominación islámica. No podían construir
templos, tenían que pagar mayores impuestos, no podían casarse sin autorizacón y estaban
totalmente al margen de la vida política y social en Egipto. Con el tiempo, los cristianos tuvieron que
vivir juntos en barrios separados cerca de sus templos. En el siglo VIII se impuso el árabe como
lengua oficial de los dominios islámicos y la lengua copta quedó en desuso. El copto se conservó
sólo en la liturgia, pero los textos teológicos tuvieron que ser traducidos al árabe. La Iglesia Copta
continuó deteriorándose bajo el gobierno de los mamelucos musulmanes, y desde 1517 bajo el
dominio turco otomano. Estas dificultades redujeron el número de cristianos, muchos de los cuales
se hicieron musulmanes por conveniencia.
Con el advenimiento de los mamelucos (1260), los cristianos nubios volvieron a sufrir
persecución. Muchos se vieron forzados a abandonar sus hogares y villas o a retirarse a regiones
más remotas donde había comunidades monásticas. Finalmente, en 1323 los mamelucos instalaron
a un rey musulmán en la región norte del país y le impidieron al patriarca de Alejandría enviar
sacerdotes a Nubia, con lo cual las iglesias quedaron sin liderazgo. La última evidencia de
comunidades cristianas en la región viene de mediados del siglo XV. Después de eso, Nubia parece
haberse transformado en una región totalmente musulmana.
En Etiopía, el cristianismo se desarrolló bastante aislado del resto del mundo hasta el siglo VII,
cuando el mar Rojo se transformó en un lago árabe, y las rutas marítimas a la India quedaron
totalmente bajo el control musulmán. No obstante, los árabes no invadieron el reino de Axum, en
buena medida debido a que los etíopes habían alojado y ayudado a refugiados musulmanes durante
las persecuciones en días de Mahoma. La cabeza de la Iglesia Etíope (conocido como abuna) era
nombrada por el patriarca de Alejandría y su credo era no calcedónico. Con la invasión árabe a
Egipto (siglo VII), el nombramiento de abunas se hizo más difícil, dejando acéfala a la Iglesia etíope
por largos períodos de tiempo. En el siglo IX el reino etíope se expandió hacia el sur y con ello
también se desarrolló el trabajo misionero cristiano, especialmente en manos de comunidades
monásticas.
Las presiones políticas de los mamelucos se hicieron sentir en el reino cristiano de Etiopía en el
siglo XIII, que respondió con un avivamiento de su identidad política, cultural y religiosa, fundándose
en sus lazos históricos con el judaísmo. La capital del reino se trasladó de Axum a Adefa (más al sur),
se construyeron numerosos templos, los monarcas tomaron la conducción de la Iglesia Etíope y el
cristianismo se expandió por toda la región sur de Etiopía. Este proceso es conocido como el
Avivamiento Salomónico, en referencia a la relación de Salomón con la reina de Saba. La fuente más
importante de esta tradición es el Libro de los reyes, que ofreció la base ideológica para la idea de
la nación etíope como legítima sucesora de Jerusalén, lo cual fortaleció su identidad religiosa frente
al Islam. Los reyes etíopes se consideraban descendientes de Salomón y miembros de la casa de
David, reclamo que ningún musulmán egipcio podía hacer en el siglo XIII en cuanto a Mahoma o sus
descendientes. Así, pues, mientras el cristianismo desaparecía definitivamente de Nubia y las
iglesias coptas experimentaban serias restricciones de parte de los mamelucos, en Etiopía el
cristianismo estaba firme y se expandía notablemente durante el siglo XIV a pesar de que el país
estaba rodeado por todos lados por Estados musulmanes.
A medida que el papado fue aumentando su ambición de poder y autoridad mundanos, también
se fue incrementando la resistencia de emperadores, reyes y príncipes a tales pretensiones. Hubo
cuatro pasos en este proceso de deterioro de las pretensiones papales: la opresión de la Iglesia; el
cuestionamiento al papado por su corrupción; el Cautiverio Babilónico de la Iglesia; y el Gran Cisma
papal. Todo esto llevó finalmente al intento de resolver estos problemas mediante la convocación
a Concilios reformadores.
_ La opresión de la Iglesia
La opresión política. Después del año 1215, el poder papal comenzó a decaer, en buena medida
debido a los mismos factores que lo ayudaron a crecer. Los príncipes comenzaron a ver en la Iglesia
a un poder secular más, lleno de equivocaciones e inconsistencias, y en competencia con sus propias
aspiraciones hegemónicas. Las Cruzadas y la Inquisición despertaron en muchos serios interrogantes
en cuanto a la autoridad de la Iglesia y del Papa, y la capacidad de éste para gobernar a toda la
cristiandad, como pretendía.
Entre estos métodos utilizados, cabe enumerar los siguientes: (1) Anatas: una anata era la
entrega a Roma del total de las ganancias de un obispo o abad durante el primer año de su ministerio
en un lugar. La palabra viene del latín annata y esta voz se deriva del latín annus, año. Era una
especie de impuesto eclesiástico que consistía en la renta o frutos correspondientes al primer año
de posesión de cualquier beneficio o empleo en la Iglesia. (2) Colaciones: una colación era la práctica
de cambiar de lugar a un obispo o abad a cargos vacantes. Esto se hacía frecuentemente porque
representaba más anatas para el Papa. (3) Preservaciones: una preservación era la reserva de los
mejores y más rentables oficios eclesiásticos para el uso del Papa. El Papa enviaba un sacerdote en
representación suya y guardaba para sí los fondos correspondientes. (4) Expectativas: consistían en
la práctica de vender los cargos eclesiásticos al mejor postor, antes de que el puesto estuviera
vacante. Se trataba de una especie de compra a futuro que se daba en Roma a una persona para
obtener un beneficio o prebenda eclesiástica, cuando ésta quedara vacante. (5) Dispensas: una
dispensa era el perdón de las violaciones a la ley canónica mediante el pago de dinero. Se trataba
de un privilegio o excepción graciosa de lo ordenado por las leyes generales; y más comúnmente
era concedido por el Papa o por un obispo. (6) Indulgencias: eran la obtención de la remisión de las
penas “temporales,” incluidas las del Purgatorio, trasladando a favor de uno o de un ser querido
muerto los méritos excedentes de los santos, mediante el pago de una cierta cantidad de dinero.
De este modo, consistía en la remisión que hacía la Iglesia de las penas debidas por los pecados,
usando su supuesta autoridad de “atar y desatar” y de perdonar pecados. (7) Simonía: se refería a
la venta de los oficios eclesiásticos. Era simplemente la compra o venta deliberada de cosas
espirituales, como los sacramentos y sacramentales, o de las cosas temporales inseparablemente
anexas o relacionadas con las espirituales, como las prebendas y los beneficios eclesiásticos. (8)
Nepotismo: era el nombramiento de familiares para cargos eclesiásticos hereditarios. (9)
Recomendaciones: era la práctica de pagar un impuesto anual al papado a cambio de un
nombramiento provisional que rendía algún beneficio, como una canonjía. (10) Diezmo: era cobrado
por los obispos y el clero parroquial sobre los frutos del campo, la mercadería, y las obras
artesanales. El sostén del clero se devengaba en parte del mismo.
“En las ciudades nacieron las órdenes mendicantes, las universidades y la dialéctica tomista.
Ninguna de ellas resistió la seducción del fruto prohibido. Contemporáneas de las comunas
y de las corporaciones de oficio, de la época de la expansión de la economía mercantil y de
los pasos iniciales de la técnica aplicada a la producción, no se sustrajeron a los cambios
sociales, y si promulgaron como normas de vida la pureza evangélica, también se
embriagaron con el logos griego en su forma aristotélica y lo acoplaron a la teología.”
_ El cuestionamiento al papado
Después de Inocencio III la Iglesia Occidental entró en una situación caótica. Sus sucesores
procuraron acrecentar el poder y el prestigio de la Iglesia, convertida por el régimen teocrático en
una verdadera potencia universal. Mientras el Papa hacía esfuerzos por traer el reino de Dios a la
tierra, autotitulándose “Vicario de Cristo” y presentándose como un poder político más, sus
pretensiones eran severamente resistidas por muchos príncipes, que ahora contaban con mejores
recursos para enfrentarlo.
Los reyes y los reinos. En la segunda mitad del siglo XIII, Francia e Inglaterra entraron en una era
de organización interior, que trajo como resultado mayor estabilidad. Mientras tanto en Italia,
incluidos los estados pontificios, reinaba el desorden y la anarquía. La política papal a lo largo del
siglo XIV quedó definitivamente orientada hacia Francia al nombrarse a cardenales franceses para
la Curia. Finalmente, Roma cedió poder a los franceses y cayó bajo su control.
José Luis Romero: “El siglo XIII es, pues, un período de organización de los reinos de Francia
e Inglaterra, de estabilización, aunque presenta caracteres opuestos en ambos casos.
Inglaterra marchó desde un régimen monárquico bastante centralizado—impuesto tras la
conquista normanda—hacia una monarquía limitada por un parlamento que representaba
a la nobleza y a la burguesía. Francia, en cambio, marchó desde una monarquía feudal hacia
un régimen cada vez más centralizado, gracias a la coalición de la corona y los burgueses.”
Los papas y el papado. Mientras los monarcas aumentaban su poder y sus reinos crecían en su
identidad nacional, los papas y el papado iban menguando en su influencia. La cúspide de esta
decadencia y cuestionamiento al papado se dio con Bonifacio VIII (1294–1303). Bonifacio era
pariente de Inocencio III, amante de la erudición, asociado a la fundación de varias universidades,
pero con demasiadas ambisiones, y muy duro en sus pretensiones y con poco tino político. Tuvo
graves conflictos con los reyes de Francia e Inglaterra, a quienes quiso manejar a su gusto. Pero
éstos lo resistieron. Deseoso de conservar la autoridad del pontificado sobre los poderes laicos, se
vio envuelto en un serio conflicto con Felipe IV el Hermoso, rey de Francia. En un plazo de siete años,
el Papa y el rey tuvieron varios choques.
Influido por los jurisconsultos de su tiempo (los legistas), que propugnaban el absolutismo
monárquico, Felipe IV dispuso afirmar la autoridad real, para lo cual gravó con pesadas cargas los
bienes eclesiásticos. Ante esta actitud, el Papa contestó con la bula Unam Sanctam (noviembre de
1302), por la que prohibía al clero pagar impuestos sin su consentimiento y afirmaba las
pretensiones papales de autoridad suprema en el mundo. El conflicto se agravó poco tiempo
después, con el nombramiento del legado pontificio, el obispo Bernardo Saiset, que el rey de Francia
se negó a reconocer con el apoyo de los Estados Generales. El rey hizo arrestar al legado papal y lo
acusó de traición, violando así las provisiones de la ley canónica. Entonces, Bonifacio VIII excomulgó
a Felipe IV y relevó a sus súbditos de todo juramento de obediencia. Para vengarse, el monarca
francés inició una campaña de calumnias contra el Papa y se dispuso a atentar contra él. Después
de acusarlo de hereje y de varios delitos, Felipe envió a una pequeña tropa, bajo el mando del legista
Guillermo de Nogaret y con el apoyo de la familia romana de los Colonna, para capturar al Papa.
Éstos entraron al territorio pontificio y sorprendieron a Bonifacio VIII en su residencia de Anagni
(1303). El Papa fue tomado prisionero y fue objeto de vejámenes, pero a los tres días logró escapar,
liberado por el pueblo. Pero no pudo reponerse del atentado y falleció al mes siguiente, poniendo
fin al período de los grandes papas. Era evidente que los tiempos habían cambiado.
Bula Unam Sanctam: “Que hay una santa iglesia católica y apostólica somos impelidos a
creer y sostener por nuestra fe—esto es lo que firmemente creemos y abiertamente
confesamos—y fuera de esto no hay ni salvación ni remisión de pecados … La Iglesia
representa un cuerpo místico, y de este cuerpo Cristo es la cabeza … A esta Iglesia
veneramos y a esta sola … En esta Iglesia y en su poder hay dos espadas, a saber, una
espiritual y una temporal … Tanto la espada espiritual como la material, por lo tanto, están
en poder de la Iglesia, la última realmente para ser usada para la Iglesia, la primera por la
Iglesia; la primera por el sacerdote, la otra por la mano de reyes y soldados, pero según la
voluntad y con la conformidad del sacerdote.
Además, es adecuado que una espada esté bajo la otra, y la autoridad temporal esté
sujeta al poder espiritual … Por lo tanto, quienquiera que resista a este poder, ordenado por
Dios, resiste a la ordenanza de Dios, a menos que haya dos comienzos [es decir, dos
principios], como imagina el maniqueo … Además, proclamamos, declaramos y
pronunciamos que es absolutamente necesario para la salvación de todo ser humano estar
sujeto al pontífice de Roma.”
La idea de nacionalidad. Aparece en toda Europa un sentimiento de “nacionalidad” y de cierto
orgullo por la independencia de cada país. Una autoridad centralizadora y absolutista como el
papado, que pretendía ser supranacional o universal, debía buscar otro camino para sus
pretensiones. La época del esplendor del papado y el comienzo de su decadencia está marcada por
la humillación de que fue objeto Bonifacio VIII; con él termina el período de los grandes Papas.
Éste es el nombre del período en el que el papado instaló su sede en Aviñón (Francia), desde el
año 1305 hasta el 1377. El sucesor de Bonifacio VIII fue Benedicto XI, quien murió envenenado al
año siguiente. Entonces Felipe IV hizo valer su influencia en el Sacro Colegio y logró que fuera elegido
Papa el arzobispo de Burdeos, Bertrand de Got, quien asumió con el nombre de Clemente V (1305–
1314). Clemente V, que era un hombre de grandes fallas morales y débil de carácter, ordenó a nueve
franceses como cardenales. Con esto se inició la decadencia del pontificado, y el Papa dejó de ser
árbitro indiscutido de todos los problemas, para transformarse en rival o aliado de los soberanos,
según les conviniera a estos últimos. Para complacer a Felipe IV, el Papa abandonó Roma y
finalmente trasladó su corte a Aviñón (1309), donde permanecerían sus sucesores por casi setenta
años.
El conflicto entre Felipe y Bonifacio fue un episodio más en la larga lucha de la Iglesia con los
soberanos. El traslado de la sede pontificia a Aviñón perjudicó la libre acción de los pontífices y
favoreció la influencia creciente de la monarquía francesa en las cuestiones eclesiásticas. A lo largo
de todo el siglo XIV estos hechos fueron fruto y consecuencia de diversos conflictos políticos,
sociales y eclesiásticos.
Conflictos políticos. Todos estos cambios fueron severamente criticados por muchos, porque la
Iglesia quedó sometida a los dictados de la política francesa. Esto produjo gran descontento y
preocupación en el mundo cristiano, especialmente en Italia, donde se insistía en que Roma había
sido siempre la sede pontificia y el colegio de cardenales había estado compuesto normalmente por
italianos. Para muchos, el Papa no era otra cosa que un prisionero de los franceses. De allí el nombre
de Cautiverio Babilónico o Cautiverio de Aviñón.
A estos hechos dramáticos se agregaron otros, como las guerras que se produjeron a lo largo
del siglo XIV. Al llegar al límite de sus posibilidades fiscales, los Estados tendieron a pensar que la
solución a sus problemas residía en aumentar su territorio con la anexión de zonas más débiles. La
expresión más acabada y trágica de esta política fue el antagonismo entre Francia e Inglaterra por
el control de Flandes y su comercio. La alianza inglesa con los flamencos irritó sobremanera a los
reyes de Francia. Otra causa de conflicto fue la situación de Guyena, única posesión feudal que los
ingleses tenían en Francia.
La hostilidad entre los dos reinos estalló en ocasión del reclamo dinástico de Eduardo III de
Inglaterra por la corona de Francia, a través de su madre, que era hija de Felipe el Hermoso. Los
franceses rechazaron el reclamo de Eduardo III, adoptando una resolución por la que se establecía
que las mujeres no tenían derecho a reinar en Francia y por lo tanto no podían transmitir por
herencia la corona (ley sálica). El conflicto llevó finalmente al estallido de la Guerra de los Cien Años
(1337–1453) entre Francia e Inglaterra.
Este conflicto entre las dos coronas más importantes de la cristiandad alentó los sentimientos
antipapales especialmente en la segunda nación. La guerra se inició con triunfos ingleses y finalizó
con victorias francesas. Un personaje clave para el logro de las victorias francesas fue una joven
campesina llamada Juana de Arco (1412–1431). Juana nació en la aldea de Domremy (Lorena) y era
hija de un matrimonio humilde. A los trece años tuvo diversas visiones celestiales y oyó voces que
la animaban a libertar a Francia de los ingleses. A pesar de la negativa de sus padres, Juana resolvió
visitar al capitán francés, que se opuso a su intervención. Ante la decisión de Juana de entrevistar al
rey, Baudricourt le facilitó caballos y una escolta de seis hombres. Vistiendo una armadura, la joven
anduvo once días y atravesó sin ningún incidente más de cien leguas de territorio enemigo, para
arribar a Chinón, donde residía Carlos VII, el Delfín. El monarca aceptó el desafío de Juana y la
autorizó a salir al campo de batalla. Juana se propuso atacar la ciudad de Orleáns, uno de los últimos
baluartes ingleses en territorio francés, y logró su rendición. A éste le siguieron otros triunfos, que
permitieron a Carlos VII trasladarse a Reims, en cuya catedral fue coronado rey de Francia.
Posteriormente, Juana cayó prisionera de los borgoñeses, cuando trataba de liberar la ciudad
de Compiegne. Fue entregada a los ingleses por 10.000 francos de oro, ante la indiferencia de Carlos
VII. En diciembre de 1430 fue trasladada a Ruán y juzgada por la Inquisición, que la acusó de
hechicería. Finalmente, por haber usado ropas masculinas fue condenada por hereje a prisión
perpetua. Sus enemigos le hurtaron sus ropas mientras dormía y le dejaron sólo una vestimenta
masculina. La joven se cubrió con ellas y entonces fue declarada relapsa (reincidente) y condenada
a morir en la hoguera. El 25 de mayo de 1431 fue conducida al cadalso levantado en la plaza de
Ruán. El papa Benedicto XV canonizó a Juana de Arco en 1920.
Conflictos socioeconómicos. Los problemas económicos y los conflictos políticos hicieron mella
sobre el tejido social. El siglo XIV fue notable por los levantamientos de campesinos, las luchas
urbanas, la insurrección de la burguesía, las protestas de trabajadores textiles, además de tumultos,
motines y guerras civiles. Los burgueses culpaban a los nobles por los fracasos militares y les
perdieron el respeto que tradicionalmente les habían tenido. En Francia, comenzaron a exigir que
se les permitiera controlar el uso del dinero que pagaban como impuestos y reclamaron una mayor
participación en el gobierno. Los soldados franceses que habían sido derrotados por los ingleses en
la batalla de Poitiers (1356) comenzaron a asolar los campos y provocaron la indignación de los
campesinos, que se lanzaron al asalto de los castillos y los campos sembrados. Los jacques, como se
les llamó, cometieron toda suerte de crueldades contra la nobleza, hasta que fueron reducidos y
castigados con mayor crueldad.
Además, a mediados del siglo XIV, toda Europa se vio sacudida por un repentino desastre
demográfico, debido al estallido de una plaga de peste bubónica. La disminución de la población en
razón de la “muerte negra,” como se la denominó, fue tan grande que la estructura social, política,
cultural y religiosa fue conmovida. La curva de la población, que había estado levantándose
firmemente desde mediados del siglo X, de pronto de niveló y probablemente declinó incluso antes
que la peste bubónica se llevara a un cuarto de la población de Europa. Las ciudades ya no
construyeron nuevos suburbios y murallas, y es probable que el volumen del comercio internacional
fuese realmente menor en 1400 que en 1300, al menos al norte de los Alpes. Ciertamente la tierra
dejó de cultivarse en Inglaterra y Alemania, como han mostrado los estudios estadísticos. Esto
parece haber sido causado conjuntamente por el agotamiento del suelo y la declinación drástica de
la población.
Sobre los problemas que la peste bubónica trajo consigo se añadieron los consecuentes a la
primera gran crisis bancaria en la historia europea. Los bancos florentinos habían sobrextendido el
crédito a las monarquías de Inglaterra, Francia y el reino de Sicilia para el pago de sus guerras,
préstamos que estos reinos no pudieron devolver. Esto generó una profunda crisis de confianza. El
colapso de los bancos tuvo un impacto en la manufactura y el comercio, que se nutrían del crédito
extendido para aumentar sus operaciones y transacciones.
Conflictos eclesiásticos. Si bien durante buena parte del siglo XIV Francia pudo controlar al
papado al mantener su sede en Aviñón, no todos en el reino consideraban que esto era una
bendición. También en Francia hubo oposición al papado francés, especialmente de aquellos que
con sus impuestos debían mantener dos cortes: la de Francia y la de Aviñón. De todos modos, la
corte papal en Aviñón funcionaba con más eficiencia que la Curia romana. Era una estructura más
centralizada, con treinta cardenales residentes, que superó a Roma en la actividad misionera y la
diplomacia. Pero se mostraba más como una corte mundana, centrada en el poder, la ley y el dinero,
que en el cumplimiento de un fin espiritual.
Petrarca: “Aquí [en Aviñón] reinan los sucesores de los pobres pescadores de Galilea. Han
olvidado absolutamente sus orígenes … [es] Babilonia, el centro de todos los vicios y el
sufrimiento … no hay piedad, ni caridad, ni fe, ni reverencia, ni temor de Dios, nada que sea
santo, nada justo, nada sagrado. Lo único que se oye o se lee tiene que ver con la perfidia,
el engaño, la dureza del orgullo, la desvergüenza y la orgía desenfrenada … en resumen,
todas las formas de la impiedad y el mal que el mundo puede mostrar se reúnen aquí … Aquí
se pierden todas las cosas buenas, primero la libertad y después sucesivamente el reposo,
la felicidad, la fe, la esperanza y la caridad.”
El sexto Papa francés en Aviñón fue Urbano V (1362–1370), un benedictino de origen noble.
Logró consolidar las posesiones del papado en Italia gracias al talento militar y político del cardenal
español Gil de Albornoz. En 1367 decidió regresar a Roma, donde permaneció por tres años, pero
luego volvió a Aviñón, donde murió. Su sucesor fue Gregorio XI (1370–1378), sobrino de Clemente
VI, quien era un especialista en derecho canónico. Animado por cartas de Catalina de Siena, se
instaló en Roma a principios de 1377, cuando sólo le quedaba un año de vida. Para entonces, los
cardenales estaban divididos. La mayoría eran franceses (11 de 16) y estaban a favor de Aviñón
como sede, pero la elección del nuevo Papa debía hacerse en Roma.
El pueblo de Roma demandó que un italiano ocupara el trono papal. Pero el nuevo Papa no fue
romano ni francés, sino napolitano, y asumió con el nombre de Urbano VI (1378–1389). Urbano VI
era un déspota brutal, autoritario y cruel, que no hizo nada por volver a Aviñón a pesar de haber
prometido hacerlo. En razón de esto, los cardenales franceses declararon que su elección no era
válida, y eligieron a un Papa francés, Clemente VII (1378–1394), quien se trasladó a Aviñón. Urbano
VI se resistió diciendo que todo era ilegal, se rehusó a reconocer a Clemente VII como Papa, y ordenó
nuevos cardenales en lugar de los que lo habían depuesto. Así comenzó el Gran Cisma Papal.
Nuevamente, la cristiandad occidental quedó dividida en dos bandos, que acataban
respectivamente la autoridad de los pontífices establecidos en Roma y Aviñón.
_ El Gran Cisma Papal (1378–1417)
Dos Papas. Había, pues, dos papas: uno italiano en Roma y uno francés en Aviñón, cada uno con
su colegio de cardenales. La cristiandad occidental se dividió tomando partido por uno u otro. El
Papa romano (Urbano VI) fue reconocido por Italia, Inglaterra, la mayor parte de Alemania,
Escandinavia, Hungría, Bohemia, Flandes, Países Bajos y Portugal. El Papa francés (Clemente VII) fue
seguido por Francia, Escocia, Saboya, Austria y el resto de Alemania. La elección se hizo sobre
premisas nacionalistas y factores políticos, frustrándose así el ideal de una Iglesia universal por
encima de los intereses nacionales. Ninguno de los dos papas estaba dispuesto a renunciar, porque
ambos afirmaban haber sido elegidos canónicamente. La mayoría de los cardenales estaba
preocupada y ansiosa por poner fin a este escándalo.
GREGORIO XI (1370–1378)
Terminó con el Cautiverio Babilónico pero Después de tres años de guerra contra quienes
provocó el Cisma al separar a los cardenales respaldaban a Urbano VI, se mudó a Aviñón en
franceses y elegir a otros. 1381.
Varias soluciones. Se ensayaron diversos caminos para la solución del Gran Cisma. Una de las
propuestas fue per viam facti o de los hechos consumados. Ambos partidos intentaron primero
presentar pruebas positivas arguyendo su legitimidad a través de declaraciones. Luego, apelaron al
anatema, la propaganda, la intriga e incluso la violencia. Clemente VII intentó esta solución por el
camino de la fuerza; pero no le dio resultado. Los teólogos y juristas de la Universidad de París en
1394 propusieron otros tres caminos. Dos de ellos apelaban a la buena voluntad de los dos papas.
Se trataba de la vía cessionis, según la cual uno o ambos papas debían renunciar al papado. La
segunda propuesta era la vía compromissi, según la cual ambos papas se reunirían acompañados de
sus respectivos cardenales para discutir las razones que se alegaban; quien mejores razones tuviese
sería reconocido como Papa por toda la Iglesia. La tercera solución presentada por los eruditos de
París preveía la convocación de un Concilio universal que prescindiera de los dos papas en litigio.
Ésta era la vía concilii. Finalmente, ésta fue la idea que prevaleció, es decir, la idea de resolver el
Gran Cisma por medio de un Concilio de todos los obispos.
M. David Knowles: “La desconfianza hacia el Papa y los cardenales, así como el nacionalismo
naciente—excitado por la hostilidad que reinaba entre Inglaterra y Francia—, condujeron a
dos innovaciones importantes. Primero se discutía y votaba por grupos nacionales. Luego
fueron admitidos muchos teólogos que no eran obispos. Esto aseguró una posición fuerte a
los universitarios, que sostenían la supremacía del Concilio sobre el Papa y la necesidad de
celebrar Concilios periódicos. Pedro de Ailly, ya cardenal, era un ‘conciliarista’ extremo.
Gerson, más conservador, proponía una reforma limitada.”
A partir de Constanza, la cristiandad romana tenía una vez más una sola cabeza. El Cisma había
terminado formalmente, pero la autoridad papal estaba muy deprimida. De ahora en adelante,
según las decisiones del Concilio, el Papa tendría el poder ejecutivo de la Iglesia, pero sería regulado
por un cuerpo legislativo (Concilio), que se reuniría regularmente y representaría los intereses de
toda la cristiandad. Martín V prometió convocar a otro Concilio cinco años más tarde, en
cumplimiento de la resolución del propio Concilio de Constanza de tener Concilios regulares. El
Concilio de Constanza logró la transformación del papado de una “monarquía absoluta” a una
“monarquía constitucional.”
Concilio de Pavía (1423). Fue convocado por Martín V, conforme con lo resuelto en Constanza,
pero contra su voluntad, ya que él era de la idea de un papado absolutista. La asistencia fue pobre
debido a la peste. Fue trasladado a Siena y fue aplazando su conclusión. Sin haber logrado concluir
nada ni resolver nada significativo, el Concilio fue disuelto en 1424 por Martín V. La responsabilidad
del fracaso recayó sobre el Papa y esto aumentó el descontento.
Concilio de Basilea (1431–1449). Fue convocado por Martín V, que falleció dos meses más tarde,
y fue sucedido por Eugenio IV (1431–1447). A este Concilio asistieron menos participantes, menos
obispos y más universitarios, y su desarrollo fue más complejo que el de Constanza. La mayoría de
los padres conciliares eran adversos a la supremacía papal y sostenían que el Concilio general poseía
una autoridad superior a la del Papa. El Concilio tuvo cuatro propósitos. (1) Encaró las reformas
administrativas y morales que no se concretaron en Constanza, ordenando la realización de sínodos
anuales en cada diócesis y cada diez años un Concilio general, entre otras medidas. (2) Inició las
gestiones tendientes a la reunión de la Iglesia Latina y la Iglesia Griega, esta última amenazada por
los conquistadores turcos otomanos. (3) Tomó medidas respecto a las revueltas religiosas en
Bohemia (movimiento husita), logrando vencerlas. (4) Consolidó la paz entre los príncipes cristianos.
El fracaso de todos estos concilios se debió a la falta de unidad en los motivos y propósitos
(cuestiones políticas, intereses personales, ideales nacionalistas, etc.); a la solución parcial de
Constanza, que declaró todo terminado sin resolver nada; y, al antagonismo por el poder papal,
pues ningún Papa estaba dispuesto a renunciar a sus privilegios. No obstante, una nueva fuerza se
estaba manifestando en estos Concilios: la idea de nacionalidad. Este sentimiento iría aumentando
hasta la Reforma, y sería un factor importantísimo en su logro.
El retorno de la sede papal a Roma y el fracaso de los Concilios reformadores dieron lugar al
surgimiento de un nuevo tipo de papas en el trono de San Pedro. Su mentalidad, ambiciones,
conducta y realizaciones estuvieron fuertemente afectadas por los vaivenes de la política de Italia y
el desarrollo del Renacimiento Italiano. Desde un punto de vista religioso, el papado alcanzó durante
la segunda mitad del siglo XV y comienzos del XVI su punto espiritual y moral más bajo.
M. David Knowles: “En lo que concierne al papado, el período se caracterizó esencialmente
por el hecho de que la Santa Sede estuvo cada vez más implicada en las violencias políticas
de Italia y los eclesiásticos italianos participaron en lo que se llama el Renacimiento Italiano.
Estos dos factores iban a disminuir la fuerza espiritual y moral de la curia y a aminorar
notablemente su prestigio.”
Hacia mediados del siglo XV, los papas le imprimieron al papado todos los rasgos que habrían
de caracterizarlo hasta el advenimiento de la Reforma: intrigas políticas, objetivos temporales,
corrupción, relajación moral, preocupaciones dinásticas, ambiciones desmedidas, indiferencia
pastoral, falta de espiritualidad y abandono de todo ideal religioso.
La eliminación del peligro turco otomano. Los Papas Renacentistas empeñaron, en más de una
ocasión, todo su entusiasmo en preparar una Cruzada contra los turcos. Pero los príncipes cristianos
no respondieron e hicieron fracasar sus planes. Nadie tenía interés en encarar una nueva Cruzada
religiosa. El resultado de esto fue que los turcos avanzaron sobre Europa y en 1453 tomaron
Constantinopla. El papa Nicolás V (1447–1455), más erudito y humanista que clérigo, hizo de Roma
la capital del Renacimiento Italiano, pero no movió un dedo para detener el avance demoledor de
los turcos sobre Constantinopla.
El último emperador bizantino, Constantino XI había logrado renovar la unión con la Iglesia
Romana (1452) por medio del cardenal Isidoro de Kiev. Pero los Occidentales no prestaron a los
bizantinos la ayuda que necesitaban contra los turcos. Después de las victorias de Warna (1444) y
de Merli (1448), los turcos estrecharon cada vez más su cerco sobre Constantinopla. Los turcos
favorecieron la ruptura de relaciones entre la Iglesia Griega y la Iglesia Romana. Un sínodo celebrado
en Constantinopla rompió formalmente con Roma (1472). En 1459 Rusia se separó de
Constantinopla, y Moscú empezó a llamarse “la Tercera Roma.”
Calixto III (1455–1458), el primer Papa de la familia de los Borgia, fue un jurista y guerrero
español, que tuvo como único propósito de su pontificado la cruzada contra los turcos. Envió
legados y predicadores por toda Europa. Pero ya había pasado mucho tiempo desde las primeras
Cruzadas. El nacionalismo con sus intereses particulares hacía tiempo que se había apoderado de
Europa. Sólo Hungría apoyó el proyecto de Cruzada y sus ejércitos lograron un resonante triunfo
sobre los turcos en Belgrado (1456). Al año siguiente, una escuadra naval, enviada por Calixto III
logró también una victoria sobre los turcos. Pero estas victorias no tuvieron el resultado deseado,
porque Venecia entró en relaciones con los otomanos, e hizo con ellos un pacto de no agresión. No
obstante, Calixto III invirtió enormes sumas de dinero en la guerra contra los turcos.
Pío II (1458–1464), un Papa humanista, continuó los esfuerzos por frenar el avance turco sobre
Europa. En 1458 reunió un encuentro de príncipes europeos en Mantua, en el que se decidió una
guerra de tres años contra los turcos, pero sin resultados prácticos. Ante la imposibilidad de librarse
del peligro turco por las armas, Pío II cambió de estrategia. Escribió una carta al sultán Mahoma II
exhortándolo a abrazar la fe cristiana. Nicolás de Cusa (1400–1464) intentó allanar las dificultades
doctrinales entre el islamismo y el cristianismo a través de una obra titulada Cribatio alchorani. Pío
II terminó por organizar una campaña naval contra los turcos, colocándose él mismo al frente de la
escuadra, pero cayó enfermo y murió en 1464.
Sixto IV (1471–1484), un hombre de origen modesto pero bien formado teológicamente, quiso
transformar a la monarquía pontificia en una gran potencia italiana e intentó una nueva Cruzada
contra los turcos. En 1473 envió cinco legados por toda Europa a predicar la Cruzada y a recoger los
diezmos impuestos para el mismo fin. Pero los príncipes no respondieron y el clero no entregó los
diezmos. La escuadra naval consiguió conquistar Esmirna, pero las disensiones entre venecianos,
napolitanos y pontificios hicieron fracasar la empresa. En 1480 los turcos conquistaron Otranto, y
con ello lograron una cabecera de playa para la conquista de Italia y de Roma misma. Al año
siguiente, una nueva flota que el Papa logró reunir, reconquistó la ciudad.
Nicolás V (1447–1455)
Pío II (1458–1464)
Paulo II (1464–1471)
Sixto IV (1471–1484)
Alejandro VI (1492–1503)
La reforma de la Iglesia. A lo largo de la Edad Media se fue oyendo el clamor por una reforma in
capite et in membris (desde la cabeza hasta los miembros), y esto se agudizó en los siglos XIV y XV,
pero sin mayores resultados. Desde la muerte de Calixto III (1458) no se verá una tentativa sincera
de reforma. Pío II intentó favorecer algunos procesos de cambio, pero sin mayores efectos. Durante
su pontificado se rodeó de amigos entregados a la reforma de la iglesia, como Domingo Domenichi
y Nicolás de Cusa. Ambos redactaron ciertos proyectos, para cuyo estudio y aplicación el Papa
constituyó una comisión de reforma. Pero la Cruzada contra los turcos le impidió poner por obra las
disposiciones que ya tenía proyectadas. A partir de Sixto IV, la Curia pontificia entró en una profunda
decadencia moral.
La teoría conciliar. Las ideas conciliaristas de la supremacía del Concilio sobre el Papa habían
sido defendidas abiertamente en Basilea con fuerte apoyo de eclesiásticos de renombre, como
Nicolás de Cusa. Estas teorías fueron resistidas por los Papas y finalmente derrotadas por teólogos
papistas. El papa Pío II había militado en el partido conciliarista de Basilea en su juventud, como
secretario de Félix V. Pero poco a poco fue cambiando de actitud, hasta que en 1444 confesó sus
errores y en 1463, siendo ya Papa, publicó una bula (Exsecrabilis) en la que se retractaba de sus
ideas conciliaristas y reafirmaba la supremacía pontificia.
Exsecrabilis: “Ha surgido en nuestro tiempo un abuso execrable, del que no se había oído
en edades anteriores, es decir, que algunos hombres, imbuidos con el espíritu de rebelión,
pretenden apelar por un concilio futuro al pontífice romano, el vicario de Jesucristo, a quien
en la persona del bendito Pedro se le dijo, ‘Alimenta a mis ovejas’ y ‘Todo lo que atares en
la tierra será atado en el cielo’; y esto no por un deseo de un juicio más sano sino para
escapar de los castigos de sus errores. Cualquiera que no sea totalmente ignorante de las
leyes puede ver de qué manera esto contraviene los cánones sagrados y cuán perjudicial es
esto para la cristiandad. Y, ¿no es simplemente absurdo apelar por lo que ahora no existe y
cuya fecha de existencia futura se desconoce? Por lo tanto, deseando expulsar de la Iglesia
de Dios este veneno pestilente y tomar medidas para la seguridad de las ovejas confiadas a
nuestro cuidado, y para proteger al rebaño de nuestro Salvador de todo lo que pueda
ofender … nosotros condenamos apelaciones de este tipo y las denunciamos como erróneas
y detestables.”
La promoción y aplicación de la teoría conciliar fue resistida por los papas porque iba contra sus
intereses. Pero el período conciliar tuvo tres consecuencias sobre el papado. Primero, fueron los
príncipes quienes cosecharon los beneficios de la agitación antipapal y conciliarista. Los derechos y
privilegios papales no se vieron limitados, pero fueron transferidos a los príncipes, o se repartieron
y negociaron con ellos. Segundo, el gobierno papal fue reorganizado como resultado de los concilios.
Para confrontar a los príncipes de igual a igual, el papado necesitaba de nuevos órganos de gobierno
(maquinaria diplomática, recursos financieros), es decir, una nueva Curia, más eficiente. Y, tercero,
la cancillería y la camera, que habían sido los vehículos principales del gobierno papal desde el siglo
XII, dejaron de ocupar la posición central que habían tenido. Nuevos oficios y oficinas, directamente
relacionados con el Papa ocuparon su lugar (secretario personal, secretario de estado, Signatura,
nuncios). Al tratar con los príncipes como iguales, los papas mismos se condujeron como príncipes
mundanos.
Las nuevas corrientes culturales. A partir del siglo XIV se fue afirmando poco a poco una nueva
corriente cultural y espiritual: el humanismo. El humanismo tuvo su origen en Italia, desde donde
se expandió a toda Europa. Su iniciador fue Petrarca (1304–1374), el cual tuvo un gran precedente
en Dante Alighieri (1265–1321), autor de la Divina Comedia. Los centros humanistas más
importantes estaban en Italia, como Florencia, Roma, Nápoles y Mantua. Papas como Nicolás V,
Sixto IV, Julio II y León X favorecieron a los humanistas y a los artistas. Cuando el Renacimiento
comenzó a tomar vuelo y a modificar la sociedad, especialmente en Italia, el papado no pudo
abstraerse de su influencia. Por el contrario, algunos papas se transformaron en celosos promotores
del mismo. Nicolás V había sido un erudito y humanista destacado antes de acceder al trono papal
y una vez en el mismo, hizo todo lo posible por transformar a Roma en la capital cultural de Italia.
Se rodeó de un grupo de notables eruditos, como Poggio, Filelfo y Lorenzo Valla. Además,
emprendió dos proyectos de importancia. El primero fue el de transformar la pequeña biblioteca
pontificia en una gran colección de manuscritos latinos y griegos, y así fundó la famosa Biblioteca
Vaticana. El segundo fue el de reconstruir San Pedro, el Vaticano y la misma ciudad de Roma con
una magnificencia inigualada.
El papa Sixto IV fue también un generoso mecenas para los artistas renacentistas. Hizo construir
una capilla que lleva su nombre, la Capilla Sixtina, y para decorarla reclutó una pléyade de genios:
Ghirlandaio, Botticelli, Perugino, Pinturicchio y Melozzo da Forli. Hizo construir también varias
iglesias.
Los Papas del Renacimiento aumentaron el prestigio y la riqueza externa del papado, tan
maltrecho desde el cautiverio de Aviñón y casi moribundo durante el Cisma de Occidente. Pero la
decadencia interna creció de un modo alarmante y hasta límites casi inverosímiles durante la
segunda mitad del siglo XV y principios del siglo XVI. A lo largo de este período hubo un notable
incremento en tres formas de actividad papal: el tráfico de indulgencias, el arbitraje papal en
cuestiones internacionales, y la elaboración de un sistema de nombramientos u otorgamientos
papales de beneficios eclesiásticos. Como expresión de estas acciones, surgieron algunos de los
problemas que más afligieron a la Iglesia institucional, entre ellos los siguientes.
Nepotismo. Los papas de la baja Edad Media llegaron a considerar que todas las posiciones
jerárquicas en el clero de la Iglesia de algún modo les pertenecían y que era su derecho designar
para las mismas a quienes ellos quisieran. Ya en 1335, Benedicto XII afirmaba: “Nos reservamos para
nuestra propia ordenación, disposición y provisión todas las iglesias patriarcales, arzobispales y
episcopales, todos los monasterios, prioratos, dignidades, rectorías y oficios, todas las canonjías,
prebendas, iglesias y otros beneficios eclesiásticos, con o sin cura de almas, ya sean seculares o
regulares, de todo tipo, vacantes o a hacerse vacantes en el futuro, incluso si han sido o deben ser
cubiertos por elección o en alguna otra manera.” No es extraño, pues, que sobre esta base, los papas
hayan favorecido a familiares y amigos especialmente con aquellos puestos eclesiásticos que eran
más rentables.
La preferencia de los papas por los propios parientes, a los que llenaban de riquezas y colmaban
de cargos y de honores eclesiásticos sin tener en cuenta la dignidad moral ni la eficiencia de
gobierno, fue una verdadera plaga durante este período. El papa Calixto III hizo cardenal a su sobrino
Rodrigo Borgia, quien llegaría a ser Papa como Alejandro VI. El nepotismo del papa Sixto IV fue
probablemente el más escandaloso de todo el período. En la primera promoción de cardenales
(1471) concedió el capelo cardenalicio a dos sobrinos y más tarde hizo cardenales a otros cuatro
familiares, todos ellos indignos de ocupar un ministerio religioso y desprovistos de toda vida
espiritual. Al resto de su familia lo dotó de altos cargos y lo enriqueció a costa de los bienes de la
Iglesia.
Corrupción. Las debilidades morales de algunos papas fueron muy graves y escandalizaron a
toda la cristiandad. Con el papa Sixto IV, que había sido general de los franciscanos, comenzó la
época más desastrosa del papado después del siglo de hierro de la Iglesia (siglo X). Los papas se
convirtieron en príncipes seculares, entregados totalmente a la política y la corrupción. Entre otras
acciones, Sixto IV fue quien autorizó a los Reyes Católicos de España a implantar la Inquisición en
todo ese país (1478), con todas las consecuencias que ello tuvo para los judíos y los musulmanes, y
más tarde, para los protestantes. Calixto era español y le dio al papado del siglo XV sus rasgos más
funestos.
La corrupción de la Curia se incrementó con el ascenso al trono papal de Inocencio VIII (1484–
1492). Un colegio de cardenales completamente mundanalizado lo eligió Papa, en una elección que
no estuvo exenta de simonía. Un hijo suyo se casó con una hija de Lorenzo el Magnífico (Medici), y
las bodas se celebraron en el Vaticano con un lujo y derroche propios de un sultán. La corrupción y
compra de cargos en la Curia fueron frecuentes, y abundaron las bulas falsas y los privilegios falsos.
En 1489 se descubrió un tráfico ilegal de documentos papales, vendidos a buen precio por los
empleados de la Cancillería. Las finanzas pontificias llegaron a tal grado de corrupción, que fue
necesario empeñar la tiara pontificia y una buena parte del tesoro de San Pedro. El colegio
cardenalicio estaba plagado de parientes y partidarios, y compuesto por hombres ambiciosos y
ricos, divididos en bandos que prolongaban las intrigas pontificias en la ciudad y sus alrededores.
Por otro lado, Inocencio VIII fue responsable de una brutal caza de brujas a manos de la Inquisición,
que ocurrió a partir de la publicación de una bula suya (1484) en la que denunciaba fenómenos de
brujería y alertaba sobre su multiplicación por toda Europa, especialmente en Alemania.
Probablemente, de todos los papas renacentistas, ninguno fue tan corrupto como Rodrigo
Borgia, quien ascendió al trono de Pedro con el nombre de Alejandro VI (1492–1503), cuando tenía
más de sesenta años. Su elección fue escandalosamente simoníaca, porque directamente compró
el papado, y toda su vida y ministerio papal continuó siendo escandalosa. Había sido nombrado
cardenal por su tío, el Papa español Calixto III (1456), de quien recibió toda suerte de prebendas que
le producían notables ganancias. Llevó una vida de lujo oriental y siendo cardenal tuvo tres hijos con
una mujer romana desconocida, además de varios otros hijos con otras mujeres. Muchos de estos
hijos llegaron a ocupar lugares en la jerarquía de la Iglesia o recibieron títulos de nobleza.
Mundanalización. Los papas de este tiempo fueron más bien príncipes seculares que pastores
de almas. Algunos llegaron a considerar los estados y territorios de la Iglesia como propiedad
personal, de la que podían disponer a su antojo, incluso utilizando la guerra a favor de sus intereses.
Alejandro VI gobernó la Iglesia como si fuese un principado personal. Se lo consideraba un hombre
amable, genial y sumamente hábil para la política. Pero también demostró ser capaz de cometer
cualquier intriga o crimen contra quienquiera que se interpusiera a su interés personal o el de sus
hijos. Así es como entró en conflictos con los príncipes italianos, el rey de Francia, el emperador, el
rey de España e incluso el sultán turco. Designó a su hijo Juan como duque de Gandía, y le concedió
el ducado de Benevento, que pertenecía a los Estados Papales. Con su hijo César Borgia, a quien
nombró cardenal, usurpó la administración de los Estados Papales, encarceló, asesinó y envenenó
a todos los que se opusieron. Se sospechaba incluso que César había asesinado a su hermano Juan,
para ocupar su lugar. La hija preferida de Alejandro VI fue Lucrecia Borgia, una mujer que heredó la
afección de su padre por el escándalo y las intrigas, a las que agregó varios matrimonios y divorcios.
Otros papas se destacaron más por ser humanistas, más interesados en las artes y el
engalanamiento de sus palacios que en el cuidado de la Iglesia. Nicolás V invirtió grandes sumas de
dinero en la restauración de iglesias y en la compra de códices para la Biblioteca Vaticana, de la que
fue fundador. Su sucesor, Calixto III, favoreció también a humanistas como Lorenzo Valla, Eneas
Silvio Piccolomini (futuro papa Pío II) y otros. Con el papa Paulo II (1464–1471), sobrino de Eugenio
IV, un estupendo economista y un autócrata moderado, se profundizó el proceso de
mundanalización de la corte pontificia. El Papa se granjeó la antipatía de algunos humanistas, pero
agradó al pueblo de Roma por sus carnavales y su política de construcción. Paulo II se mostró más
interesado en la gastronomía exquisita, la moda lujosa y las fiestas suntuosas que en la
administración de la Iglesia.
MOVIMIENTOS DE REFORMA
_ Antecedentes medievales
El deseo de reforma. El deseo de una reforma de la Iglesia estaba bien generalizado durante el
siglo XV, pero tenía antecedentes en muchos individuos y grupos disidentes a lo largo de toda la
Edad Media. En general, estas manifestaciones de protesta anhelaban un cristianismo más auténtico
y fiel al Nuevo Testamento, pero también expresaban los reclamos de los sectores sociales más
oprimidos y que más sufrían los cambios que se estaban produciendo en la sociedad feudal.
Lógicamente, estos disidentes y rebeldes fueron considerados como herejes, especialmente por los
líderes eclesiásticos de su tiempo, que eran los principales custodios del sistema. La historia de estos
“reformadores” no es fácil de recuperar, pero la fe de casi todos ellos fue heroica, estuvieron
dispuestos a sufrir por su causa y es apasionante recordarlos.
La mayoría de estos disidentes medievales afirmaban creencias ortodoxas, pero sus reclamos
estaban ligados a cuestiones sociales y especialmente religiosas. A medida que la Iglesia se sumergía
en el paradigma de cristiandad, se institucionalizaba y entraba en competencia con los señores de
este mundo por el poder político y económico, la disidencia se fue generalizando. Para el siglo XII,
los cimientos sociales de la Iglesia se vieron sacudidos como consecuencia de las pestes y hambrunas
recurrentes, que desataron despertares místicos y sociales contra la jerarquía eclesiástica y contra
los grandes señores, seculares y eclesiásticos, a quienes se culpaba de provocar la ira de Dios con
sus atropellos, desmanes y vicios.
Un ejemplo de estos estallidos fueron los flagelantes de los siglos XI al XIV, que recorrían en
bandas los campos y ciudades de Francia, Italia, el norte de España, Flandes, Hungría e Inglaterra.
Así como se desgarraban el cuerpo a latigazos, estos exaltados se apoderaban también de los bienes
de la Iglesia, golpeaban o mataban a los sacerdotes y asaltaban casas y castillos. Otro ejemplo era
el caso de los bogomilas, que en el siglo X introdujeron a Bulgaria desde Oriente ideas maniqueas,
como arma ideológica de lucha de los siervos contra los señores. Sus creencias y prácticas se
difundieron entre siervos y artesanos de Rusia meridional, el resto de los Balcanes, Italia del norte
y el mediodía de Francia. En este último lugar, sus libros y ritos fueron traducidos a la lengua
vernácula. En 1167 se realizó cerca de Tolosa un concilio al que asistieron delegados bogomilas de
los Balcanes, que sostenían una actitud radicalmente anticlerical.
De las herejías dualistas, la más difundida y persistente fue la de los cátaros o albigenses. Los
cátaros ya eran conocidos en el sur de Francia en 1022, en el norte de Italia alrededor del 1032, y se
hicieron numerosos en Provenza alrededor del 1200. El papa Inocencio III lanzó contra ellos la
Cruzada Albigense, que comenzó con la excomunión del conde Raimundo VI de Tolosa (1207) y
continuó con una guerra, la predicación de los dominicos y finalmente la aplicación de la Inquisición.
Enrique de Lausana (m. 1149). Fue discípulo de Pedro de Bruys y era un ex-monje y teólogo
benedictino. Predicó la vida ascética (pobreza y penitencia) y negó la validez de los sacramentos
administrados por sacerdotes indignos. Atacó la corrupción del clero y se opuso al pago de los
diezmos y las ofrendas a la Iglesia. Predicó en diversas partes del sur de Francia y fue declarado
hereje por el Concilio de Tolosa (1119). En 1135, después de ser tomado prisionero por el obispo de
Arlés, logró escapar y continuó su predicación. Uno de sus más encarnizados opositores fue
Bernardo de Clairvaux, quien fue enviado a combatir su predicación. Enrique fue arrestado y murió
en Tolosa en 1149.
Pedro Valdo (¿ –1217). Era un rico comerciante de Lión, que en 1176 abandonó sus bienes,
dejándolos a los pobres, y se dedicó a predicar. Un año más tarde ya tenía un grupo de seguidores,
que se autodenominaban los “pobres de espíritu” o “pobres de Lión.” Apelaron al Tercer Concilio
de Letrán (1179) solicitando permiso para predicar y aprobación para una traducción de la Biblia al
francés, pero se les negaron ambas cosas. Valdo, que era muy obstinado, consideró la negativa como
la voz del hombre contra la voz de Dios, y continuó predicando con sus compañeros. Por su
desobediencia fueron excomulgados, pero esto les valió nuevos adeptos. Fueron condenados como
herejes por el Cuarto Concilio de Letrán (1215).
Sus ideas más importantes fueron las siguientes. (1) La Biblia, especialmente el Nuevo
Testamento, era la única regla de fe y práctica, por eso la aprendían de memoria. (2) Rechazaban
como antibíblicas las misas y las oraciones por los muertos, y negaban el Purgatorio y los méritos de
los santos. (3) Defendían la predicación laica de hombres y mujeres y criticaban el uso del latín en
el culto. (4) Proclamaron el bautismo de creyentes. Los valdenses lograron sobrevivir en los valles
alpinos de Francia e Italia. Más tarde se convirtieron al calvinismo y continúan hoy como una
denominación evangélica reconocida.
_ Precursores de la Reforma
Juan Wyclif (1329–1384). Era un inglés educado en Oxford, donde alcanzó renombre como
erudito. Allí enseñó filosofía y teología. Escribió mucho sobre la Iglesia y el Estado, sobre lo que
estaba mal en ambas esferas y cómo corregirlo. Basaba su enseñanza en la idea de lo que llamaba
el “dominio de la gracia” que, según él, significaba que toda propiedad o poder venía de Dios y
quedaba en el ser humano utilizarlos correctamente, porque si eran usados mal se perdían.
“Correctamente” significaba de acuerdo con la Ley de Dios, tal como se la encuentra en la Biblia. Si
se usaba correctamente lo que Dios había dado al ser humano, entonces se estaba bajo el “dominio
de la gracia.”
Sus ideas parecían inofensivas y ortodoxas, pero había en sus escritos una severa crítica a los
abusos de la Iglesia, su riqueza, los impuestos papales que drenaban a su país y la misma autoridad
papal. Gente de todo tipo y clases sociales escuchaba con interés la prédica de Wyclif, porque
expresaba muchos de sus propios sentimientos. Muchos estaban de acuerdo con él en que la
religión de la Biblia era muy diferente de la que tenían a su alrededor. Las noticias de esto llegaron
a Roma y el Papa (Urbano V) envió instrucciones al arzobispo de Canterbury y al obispo de Londres
para que advirtieran al rey (Eduardo III) y a los nobles contra Wyclif, y que lo arrestaran y enviaran
a Roma para ser juzgado (1377). Pero Wyclif tenía amigos poderosos y era la figura universitaria más
notoria en Oxford. Por eso no se tomó ninguna medida hasta 1382, cuando el arzobispo de
Canterbury condenó su enseñanza. Wyclif se retiró de Oxford para ir a Lutterworth como párroco,
donde murió en paz en 1384.
Las ideas más revolucionarias de Wyclif tenían que ver con la Iglesia y la Biblia. En cuanto a la
Iglesia, su modelo era la iglesia del Nuevo Testamento. Por eso, el poder temporal y las riquezas
eran una ruina para la Iglesia, y el Estado debía incautarse de las posesiones eclesiásticas y contribuir
con un subsidio para el sostenimiento del culto y del clero. Al producirse el Gran Cisma de Occidente,
Wyclif se declaró no solamente en contra de los dos papas, Urbano VI y Clemente VII, sino en contra
del papado en cuanto institución. Según él, la verdadera Iglesia era la “elegida” y estaba constituida
por aquellos que habían sido predestinados por Dios para ser salvos. En contraste con la Iglesia
visible (jerarquía y fieles), esta elección era invisible y sólo Dios la conocía. Ningún ser humano, ni
siquiera el Papa “conoce si es de la Iglesia o si es un miembro del Diablo.” Además, Wyclif afirmaba
que Cristo era la única cabeza de la Iglesia. En consecuencia, la excomunión del Papa sólo afectaba
a aquél que ya había sido excomulgado por Dios. Por otro lado, todos los fieles eran sacerdotes y no
sólo aquellos que formaban parte del clero. Respecto a los sacramentos, Wyclif negó la
transubstanciación, si bien creía en la presencia real de Cristo, aunque no “materialmente o
corporalmente.” También condenó a la confesión como una institución diabólica, rechazó el celibato
sacerdotal y monacal como inmoral y nocivo para la Iglesia, y combatió las indulgencias, el culto de
los santos y las misas por los difuntos.
En cuanto a la Biblia, Wyclif tenía el más alto concepto de ella como la Palabra inspirada de Dios.
La contribución más positiva y permanente de Wyclif tuvo que ver precisamente con la Biblia, a la
que consideraba como autoridad final para la doctrina y la práctica cristianas. Para Wyclif, la Biblia
era la única fuente de la revelación. Por eso era importante que todos pudieran leerla y estudiarla
en su propio idioma. Entre los años 1382 y 1384 se hizo una traducción de la Vulgata al inglés, en la
que Wyclif tuvo una participación importante. Esta versión bíblica tuvo una gran circulación y ejerció
una importante influencia en el pueblo inglés.
Según él, la Biblia debía ser predicada al pueblo. Todavía no había imprenta y para llevar el
evangelio al pueblo, Wyclif comenzó a enviar a sus seguidores como predicadores, vestidos de
campesinos, con un báculo en la mano y de dos en dos. Estos predicadores llevaban copias de
pasajes bíblicos, que leían a las multitudes y luego los enseñaban de memoria. En el año 1408 el
arzobispo de Canterbury condenó las doctrinas de Wyclif y su traducción de la Biblia, y prohibió la
predicación sin licencia episcopal. Algunos seguidores de Wyclif, llamados “lolardos”, fueron
quemados, pero la semilla ya había sido sembrada. El pueblo ya sabía lo que era tener la Biblia en
su propio idioma.
Juan Huss (1373–1415). Bohemia (República Checa) era un estado eslavo dentro del Sacro
Imperio, en el que comenzó un movimiento de reforma similar al de Wyclif, caracterizado por un
retorno a la Biblia. El movimiento de renovación espiritual estuvo también acompañado de un
avivamiento del espíritu nacional. Al fundarse la Universidad de Praga (1348) llegaron, con algunos
profesores franceses, las ideas de reforma del clero, para terminar con los abusos en la Iglesia. Los
obispos en el país eran casi todos alemanes y no cumplían con el deber de la residencia, es decir, la
Iglesia checa estaba casi sin pastores.
Juan Huss era un sacerdote educado en la Universidad de Praga, donde llegó a ser profesor de
filosofía (1396) y más tarde rector (1402). Huss se transformó en el líder de dos movimientos: la
reforma religiosa y el nacionalismo checo. Huss era un gran predicador, que declaraba el señorío de
Cristo y no el de Pedro, y que de esta manera se opuso a todo lo que consideraba antibíblico en el
papado y en la Iglesia. El movimiento husita fue ayudado por los acontecimientos en Inglaterra, ya
que por el casamiento del rey inglés (Ricardo II) con una princesa de Bohemia (Ana), en 1382, se
iniciaron relaciones académicas entre las universidades de Oxford y Praga, la más importante del
Imperio. En Oxford los estudiantes checos recibieron la gran influencia intelectual y reformadora de
Wyclif y los lolardos. Huss mismo siguió la mayor parte de las doctrinas de Wyclif.
Mientras Huss estaba preso en Constanza, en Praga sus seguidores se dividieron en dos partidos:
uno aristocrático, conocido como los utraquistas, y el otro más radical y democrático conocido como
los taboritas. Los utraquistas contaban con el apoyo del rey Wenceslao y los nobles. Eran partidarios
de la comunión bajo las dos especies del pan y del vino (sub utraque specie) en la celebración de la
eucaristía. Los taboritas tomaron su nombre de la ciudad de Tabor, y vencieron a los ejércitos
papales que intentaron una Cruzada contra ellos (decretada por una bula del papa Martín V en
1420). Del movimiento husita se desarrolló, a partir de mediados del siglo XV, la Unitas Fratrum,
que absorbió lo más importante del movimiento husita, y llegó a ser la antecesora espiritual del
movimiento moravo posterior.
Alfred Weber: “Las guerras taboritas de los husitas no hubieran podido, a pesar de las
oposiciones nacionales, encender aquel indomable fanatismo que no dejó respirar a la
Alemania del sur durante diecisiete años y que, al mismo tiempo, la empapó con ideas
husitas, si no hubiera sido porque allí y entonces actuó eficazmente la primera gran fusión
de la voluntad popular de libertad con un mundo de ideas, revestido de ropaje religioso,
que se proyectó sobre aquel afán de liberación.”
Por otro lado, todos estos movimientos buscaban reformar a la Iglesia, que como institución
estaba sumida en la crisis más profunda de toda su historia hasta aquel momento. Pero hacia fines
del siglo XV todas las esperanzas de una Iglesia mejor terminaron por desvanecerse. Como vimos,
en 1493, Rodrigo Borgia, un hombre irreligioso e inmortal, tomó la corona pontificia con el nombre
de Alejandro VI. Roma se encontró nuevamente en manos de un principado italiano, gobernada por
un príncipe mundano y necesitada de una profunda limpieza. El trabajo reformista de Nicolás II,
León IX, Gregorio VII o Inocencio III fue como si no hubiese existido nunca. Pero, ¿quién iba a hacer
ahora la limpieza? La baja condición moral de la Iglesia y el papado, y el crecimiento de la disidencia
y el nacionalismo demandaban la voz y la acción de un reformador. El mundo estaba preparado para
la llegada de Martín Lutero.
RETROCESO EN ORIENTE
Hemos visto también la oportunidad que perdió el cristianismo durante el imperio de los Khanes
mongoles (1269–1294), y cómo las provincias occidentales de este imperio se hicieron musulmanas.
A fines del siglo XIII, otras tribus turcas, al mando de Otmán u Osmán, invadieron nuevamente Asia
Menor y después de destruir a los selyúcidas, ocuparon sus territorios y dejaron constituido un
imperio que se llamó otomano u osmanlí y que se caracterizó por su ferocidad y su fanatismo
religioso. Hacia 1368, con la expulsión de los mongoles de China por la dinastía Ming, los extranjeros
se vieron forzados a emigrar hacia Occidente y por segunda vez el cristianismo desapareció de la
China.
El avance turco otomano fue detenido por la invasión de los mongoles tártaros procedentes de
Asia Central, cuando un musulmán conocido como Tamerlán o Timur tomó el poder (1370). Sus
ejércitos saquearon toda Asia destruyéndolo todo, al punto que redujeron su población. Sometieron
todo el Cercano Oriente, Irán, Rusia, norte de India, incluso atacaron a los turcos otomanos, a
quienes vencieron en la batalla de Angora (1402). Los que escaparon de la masacre fueron
absorbidos por el Islam.
_ La caída de Constantinopla
A pesar del avance otomán, la vida religiosa de los Balcanes no decayó demasiado. En la segunda
mitad del siglo XIV la Iglesia Búlgara experimentó un avivamiento notable, con un aumento de la
literatura cristiana en idioma eslavo, bajo el patriarca de Constantinopla. La Iglesia Ortodoxa de
Servia también experimentó avivamiento al constituirse en patriarcado bajo el reinado del rey
Dushan. Bajo el dominio otomano, la Iglesia Servia se transformó en el símbolo del nacionalismo
servio. En Albania, por el contrario, la población se convirtió al islamismo.
Constantinopla se salvó del saqueo otomano en el siglo XIV porque Tamerlán, como vimos,
invadió Asia Menor y destruyó al Estado otomano. Les llevó cincuenta años a los turcos recuperarse,
pero después de la muerte de Tamerlán lo lograron. Obtenida su independencia, se dispusieron a
continuar con su política expansiva. En 1453, el sultán Mahoma II puso sitio a Constantinopla. La
lucha duró dos meses y finalmente la ciudad sucumbió bajo los otomanos. El emperador
Constantino XI luchó hasta el último momento pero cayó junto con su Imperio.
El último baluarte cristiano en Oriente, que había sobrevivido como capital del Imperio Romano
cristiano, estaba ahora en manos musulmanas al igual que las poblaciones cristianas del sudeste de
Europa. Este estado de cosas se mantuvo en algunos casos hasta fines de la Primera Guerra Mundial,
en 1918. La capital cristiana de Constantino cambió su nombre por el de Estambul y su templo más
extraordinario, la Iglesia de Santa Sofía, fue transformada en mezquita. El dominio de los otomanos
sobre toda la península Balcánica y Asia Menor provocó, directa o indirectamente gran cantidad de
transformaciones en todos los órdenes de la vida, y por ello este acontecimiento ha sido tomado
como punto de partida de una nueva edad histórica.
VITALIDAD EN OCCIDENTE
Los “mil años de incertidumbre,” que van del 500 al 1500, muestran cómo la idea de
“cristiandad” llegó a ser el principio unificador de Europa occidental en lugar del Imperio Romano.
Occidente era el centro de toda actividad cristiana, dado que Oriente estaba prácticamente en
manos musulmanas. Hacia fines de estos mil años comienzan tres movimientos nuevos, que
produjeron profundos cambios en las vidas de los pueblos y de la Iglesia de Europa occidental.
Nuevo saber. Avivamiento del saber o Renacimiento son los nombres que se han dado a este
fenómeno. El redescubrimiento de la cultura greco-latina estimuló, primero en Italia y luego en el
resto de Europa, el surgimiento de un nuevo arte manifestado en la pintura, la arquitectura, la
escultura y la literatura. Los eruditos se interesaron por el estudio de la historia, la crítica histórica
y literaria, y la investigación e invención científica.
La mística alemana tuvo en este período su desarrollo literario más pleno. Una de sus
características más importantes fue una lucha intensa en la vida presente por trascender lo humano,
y lograr un estado de perfecta unión y comunión con Dios. La doctrina fundamental de los místicos
era el carácter absoluto de Dios y la insignificancia humana. Sus más excelsos representantes, la
mayor parte de ellos frailes dominicos, procuraron formular las vías para alcanzar una comunión
con Dios perfecta. Entre ellos cabe mencionar a Juan Ruysbroeck (1293–1381), Meister Eckhart
(1260–1327) y Juan Taulero (1300–1361). Sin embargo, la obra más difundida fue la Imitación de
Cristo, de Tomás de Kempis (1380–1471), una de las grandes obras devocionales de todos los
tiempos.
Albert Henry Newman: “Los escritos y sermones de los místicos alemanes hicieron una
profunda impresión sobre las mentes de un gran número de cristianos. Comparativamente
pocos fueron conducidos al extremo de la contemplación mística al cual llegaron los líderes.
Pero una fuerte corriente de una vida cristiana celosa, en oposición al cristianismo exterior
y formal que prevalecía, surgió de estos hombres y fue perpetuada por sus escritos. No fue
todavía una manera totalizadora de ver al cristianismo. Sin embargo, fue muy efectivo en
su oposición al formalismo muerto en el que el cristianismo había caído.”
El idealismo literario alcanzó su más alta expresión con dos autores italianos, Dante Alighieri y
Francisco Petrarca. En Dante Alighieri todo era medieval: su concepción del futuro del ser humano,
su fe en Dios, su noción política, y su amor sublimado a las más altas esferas. Dante escribió un
tratado, De monarquía, a favor de una monarquía universal encarnada en los emperadores
germánicos, y un tratado teológico de profunda raíz escolástica. Pero su obra más importante fue
la Divina Comedia (1307), poema de carácter alegórico, en el que personificaba al alma humana que,
guiada por la razón (representada por Virgilio) conocía el mal, los vicios y sus diversas
manifestaciones, así como los castigos de sufrían en el Infierno quienes se dejaron arrastrar por
ellos. Arrepentida, el alma era llevada al Purgatorio, donde se purificaba y conseguía la perfección
antes de que por la gracia y la teología (representada por Beatriz) pudiera conocer el misterio de la
Trinidad y la felicidad de contemplar a Dios. En esta obra, las ideas teológicas, las ciencias y la poesía
alcanzan un grado sublime. La obra representa el espíritu humanista cristiano del siglo XIII.
El otro escritor destacado fue el poeta y humanista Petrarca. Escribió Secretum, posiblemente
inspirada en las Confesiones de Agustín de Hipona, y Los triunfos, que es una visión alegórica
típicamente medieval. Petrarca escribió en latín y en lengua vernácula, y con su trabajo inició la
poesía renacentista e influyó sobre toda la lírica europea moderna.
La invención de la imprenta en 1450 permitió a más personas participar de este nuevo saber.
Los navegantes competían unos con otros en sus viajes de exploración y descubrimiento. Todo esto
elevó el nivel de educación y conocimientos y aumentó el interés de las personas por el mundo.
Todo esto resultó sumamente amenazador para la Iglesia y el papado, que a lo largo de los siglos se
habían considerado los únicos poseedores y administradores de la verdad y, en consecuencia, de la
educación.
Paul Johnson: “De esta forma, el Nuevo Saber chocó por primera vez con la Iglesia
establecida. Pero el conflicto era inevitable. Ahora, los hombres podían estudiar los textos
griegos y hebreos originales, y compararlos con la versión recibida en latín y considerada
sacrosanta durante siglos en Occidente … Cuando los hombres comenzaron a mirar los
textos con criterios diferentes, advirtieron muchas cosas que los incomodaron o
entusiasmaron. El mensaje del Nuevo Saber de hecho era éste: gracias a la acumulación del
saber alcanzaremos una verdad espiritual más pura.”
Nuevas tierras. En Europa misma, los Reyes Católicos (Isabel de Castilla y Fernando de Aragón)
lograron la reconquista total de su territorio en España de manos de los musulmanes (1492), a
quienes expulsaron al igual que a los judíos. Los que se quedaron fueron obligados a hacerse
cristianos. La victoria definitiva de la Reconquista no sólo significó la integración territorial de la
Península Ibérica sino también la configuración territorial de la Europa cristiana. La cristiandad
europea occidental por fin contaba con un territorio sin la presencia de pueblos con una fe diferente
o ajena al cristianismo.
Fuera de Europa, en el siglo XV los europeos navegaron hacia el sur de África y Asia por primera
vez. A fines de este siglo y comienzos del siguiente los marinos europeos descubrieron el continente
americano y las islas del Pacífico. Pronto se inició el comercio con estos territorios, hasta que esto
se transformó en la actividad más importante. El avance de los europeos sobre nuevas tierras de
ultramar fue posible gracias a varios desarrollos técnicos importantes durante el siglo XV. La
cartografía mejoró notablemente gracias al cambio revolucionario provocado por Nicolás Copérnico
(1473–1543), quien rechazó la tradicional comprensión “geocéntrica” del universo y planteó su
teoría “heliocéntrica.” Entre otras cosas, ésta cosmovisión le quitó a la astrología, muy popular por
aquel entonces, todo fundamento.
A partir de aquí y debido a la influencia que la “revolución copernicana” tuvo sobre los marinos
portugueses y españoles, o al menos aquéllos al servicio de la Península Ibérica, comenzó la
búsqueda comprobatoria de las teorías expuestas sobre la esfericidad de la Tierra, por diferentes
estudiosos, escritores y cartógrafos. Cristóbal Colón no fue ajeno a la literatura de la época. Pero
recién en el primer viaje de circunnavegación iniciado por Magallanes y llevado a feliz término por
Elcano, pudo afirmarse fehacientemente que la Tierra era una esfera.
Nueva vida. Después del 1200 comenzó a sentirse la necesidad de una profunda renovación en
la Iglesia occidental. Monjes y frailes, laicos y rebeldes, teólogos y oficiales de la Iglesia trataron de
reformarla. Se lograron algunos cambios importantes, pero quedaron pendientes muchos
problemas serios. Al fin de los mil años, en diferentes lugares y por diferentes razones, mucha gente
todavía veía la necesidad de una reforma en la Iglesia. Los caminos que se ensayaron para lograrlo,
como vimos, fueron diversos. Algunos optaron por el levantamiento social y violento; otros
siguieron el camino de la protesta religiosa y la disidencia. Todos los sectores sociales estuvieron
involucrados en los procesos de cambio y sintieron la necesidad de vitalizar a una Iglesia que parecía
moribunda. Desde sus filas, hubo quienes propusieron los caminos del conciliarismo, el misticismo
y el humanismo, como vías posibles para darle a la Iglesia una vida nueva, y esto preparó el camino
para el período de reformas que vendría a partir del siglo XVI.
William H. McNeill: “El conciliarismo, el misticismo y el humanismo cristiano contribuyeron
de diversas maneras a la Reforma Protestante: el conciliarismo atacando la monarquía papal
e insistiendo en que los laicos debían participar con el clero en el gobierno de la Iglesia; el
misticismo recalcando la posibilidad de un acercamiento individual a Dios sin la mediación
de los sacerdotes; y el humanismo por su crítica racionalista y a menudo aguda de los abusos
constantes que ocurrían en la Iglesia. Ciertamente ya reinaba un vago descontento con la
Iglesia, y cuando el papado volvió a entronizarse en Roma, se enredó en la política italiana
y no se ocupó seriamente de la Reforma, el camino quedó allanado para que la personalidad
de Lutero hiciese explotar el descontento latente.”
Sociales:
Económicas:
- Búsqueda de nuevas rutas de comercio, por el cierre del mar Mediterráneo, aparición de
empresas, bancos y casas de cambio, principio de la economía capitalista (capitalismo
comercial).
Políticas:
Técnicas:
- Desarrollo de las lenguas vernáculas y las controversias religiosas por la traducción de la Biblia
y la predicación al pueblo en su lengua.
Religiosas:
_ Nuevas modalidades
Estos tres movimientos (nuevo saber, nuevas tierras, nueva vida) determinaron las nuevas
modalidades que la Iglesia habría de asumir en la nueva edad, la Edad Moderna. El Renacimiento
llevó a la gente a pensar acerca del mundo, la historia de su país y en sí mismos de una manera
nueva, y esta nueva manera de pensar afectó su fe. El segundo movimiento puso a los europeos en
contacto con cinco continentes y numerosos pueblos, y esto abrió el camino para pensar en una
Iglesia realmente “mundial”, pero al mismo tiempo llevó a la dominación colonial de la mayor parte
del mundo por los europeos occidentales. El tercer movimiento llevó a la división de la Iglesia en
Europa occidental y al desarrollo de diversos intentos reformistas.
De todos los factores apuntados, posiblemente el más importante como gestor de profundos
cambios en la cristiandad occidental fue el humanismo. Partiendo de la base de que los valores
humanos constituyen el centro fundamental de la sociedad, los humanistas proyectaron su atención
sobre la antigüedad clásica y se dedicaron al estudio del ser humano y de su obra. Estaban decididos
a encontrar los ideales o modelos de las formas humanas, literarias, artísticas, históricas, filosóficas
y religiosas, que les sirvieran de ejemplo y paradigma para promover una educación y un estilo de
vida humanístico y cristiano. En general, sus intenciones no eran meramente académicas, sino que
procuraban la defensa del ser humano ante la amenaza que representaba para su libertad moral y
espiritual, la excesiva preponderancia de los valores secundarios: económicos, políticos o biológicos.
Por cierto, los humanistas aspiraban también a liberar a la fe cristiana de toda opresión clerical,
eclesiástica y dogmática.
El humanismo fue una revuelta contra muchos aspectos del pensamiento y la sociedad
medieval. Los humanistas consideraban que la cultura de la Edad Media era obsoleta e inadecuada.
El centro de la vida se había desplazado del campo a la ciudad. La economía natural antigua basada
sobre el trabajo de la tierra había sido suplantada por una nueva economía que se nutría del
comercio, la artesanía y una población urbana. El capitalismo comercial estaba naciendo y los
burgueses urbanos estaban reemplazando a la nobleza como líderes de la comunidad. Al irse
complicando cada vez más las bases materiales de la estructura social, los ideales tradicionales
comenzaron a sufrir un profundo proceso de transformación. Por ello mismo, los humanistas
admitían la necesidad de liberar a la Iglesia de las superestructuras mundanas e históricas que
parecían deformarla, y querían desatar a la cultura cristiana de sus vínculos con las deformaciones
provocadas por la filosofía medieval (escolástica) y las supersticiones. Para ello, procuraron formular
una síntesis de la cultura clásica, preferentemente de orientación platónica, con el cristianismo. En
este sentido, los humanistas fueron la partera de una nueva cultura, la cultura del Renacimiento, y
de una nueva Iglesia, la Iglesia de la Reforma.
Este resultado inesperado y desafortunado, que separó a los protestantes y los católicos, no
sólo fue irreversible, sino que más tarde continuó con su proceso divisionista con el surgimiento del
denominacionalismo (a partir de la segunda mitad del siglo XVIII). Esto, a su vez, llevó bastante más
tarde a otro movimiento que procuró reunir la Iglesia dividida sin lograrlo: el movimiento ecuménico
(segunda mitad del siglo XX).
_ El segundo retroceso
Hacia el año 1500 terminaron los “mil años de incertidumbre” con un futuro que no era menos
incierto. Alguien contemplando la realidad del cristianismo en el mundo al filo del año 1500 y
proyectando su mirada hacia atrás a los diez siglos precedentes y hacia delante al futuro que podía
anticiparse, hubiese visto un panorama oscuro y deprimente. Si bien aquí y allí habría descubierto
algunas luces brillando con pálido esplendor, el conjunto se le habría presentado desolador, tanto
en Oriente como en Occidente.
La Iglesia Ortodoxa Oriental. Mientras España era poco a poco recuperada totalmente para el
cristianismo a través de los largos y penosos años de la Reconquista, la Iglesia Oriental sufría los
estragos producidos por el Islam. Para el año 1500 los turcos otomanos musulmanes ya habían
cruzado a Europa y habían colocado una cuña en la cristiandad europea, que todavía avanzaría más
en las primeras décadas del siglo XVI. Constantinopla ya había caído en el año 1453 y se perdió de
manera definitiva para la fe cristiana. Sin el Imperio Bizantino que la había sostenido, la Iglesia de
Oriente estaba maltrecha y sólo habría de encontrar vitalidad y fuerza en Rusia y a través del
movimiento monástico que se desarrolló allí.
La Iglesia Católica Romana. Para el año 1500 esta Iglesia acababa de dividirse debido a conflictos
de tipo nacional. El nacionalismo era ahora el nuevo factor perturbador y todavía habría de
ocasionar mayores problemas para la institución eclesiástica. Poco a poco el papado iba perdiendo
poder e influencia sobre los nuevos reinos nacionales, que se tornaron cada vez más absolutistas y
seculares. Las cumbres de prestigio y poder de poco tiempo atrás se habían perdido definitivamente
y nunca más habrían de recuperarse.
La Iglesia Ortodoxa Oriental. Esta Iglesia encontró un nuevo respaldo en el Gran Ducado de
Moscú. Liberado de la subordinación a los mongoles de la Horda de Oro (ahora musulmanes) hacia
el año 1400, el patriotismo ruso encontró su unidad nacional en torno a la religión cristiana. Cuando
cayó Constantinopla (la Segunda Roma), Moscú fue proclamada como la Tercera Roma, y su
gobernante recibió el título de Zar (César). Desde esta nueva capital se produciría un nuevo
movimiento de expansión cristiana hacia Oriente.
La Iglesia Católica Romana. Manifestó dos señales de nueva vida. Las voces que se levantaban
en rebelión contra Roma no eran sólo negativas y destructivas. Las enseñanzas de Wyclif viajaron
de Oxford a Praga y sus ideas se difundieron ampliamente por toda Europa. Wyclif y Huss abogaban,
entre otras cosas, por un retorno a la Biblia. Este énfasis fue por demás de significativo ya que
proveyó al período de la Reforma de uno de los secretos de su renovado vigor cristiano. Con la
invención de la imprenta, los libros pudieron ser leídos por un número mayor de personas, y esto
significó una rápida difusión de la Biblia y las nuevas ideas. Todo esto dio comienzo a un movimiento
de nueva vida en una cristiandad hasta entonces decadente, y habría de ser una de las razones del
próximo avance del cristianismo.
El cierre de Asia por los musulmanes afectó al comercio europeo e hizo necesaria la búsqueda
de nuevas rutas hacia Oriente. Antes de terminar este período esas rutas fueron halladas. España
envió a Colón en procura de Oriente por el oeste en 1492; Portugal envió a Vasco de Gama en
procura de Oriente por el sur, siguiendo el litoral africano, en 1497. Ambos esfuerzos representaban
a un mundo nuevo que se abría y ampliaba. Apareció también un nuevo celo cristiano en la vida y
la devoción de la cristiandad occidental. Bajo los auspicios de las mayores potencias de entonces,
España y Portugal, la Iglesia Católica Romana comenzó un nuevo y más amplio movimiento
misionero, siguiendo las nuevas rutas abiertas por los descubridores y conquistadores. Ésta llegará
a ser la expansión territorial más grande que experimentará cristianismo en todos los siglos hasta
entonces. Una nueva era estaba comenzando.
UNIDAD 3
Decadencia & vitalidad
1350–1500
INTRODUCCIÓN
El período entre los años 1350 y 1500 se caracteriza por la segunda declinación en la historia del
cristianismo, debida en buena medida a los triunfos de los musulmanes en Asia Central y a la ruptura
del ordenamiento y equilibrio que caracterizó a la alta Edad Media en Europa occidental.
José Luis Romero: “Las postrimerías del siglo XIII señalan a un tiempo mismo la culminación
de un orden económico, social, político y espiritual, y los signos de una profunda crisis que
debía romper ese equilibrio. Quizá sea exagerado ver en las Cruzadas el motivo único de esa
crisis, que sin duda puede reconocer otras causas; pero sin duda son las grandes
transformaciones que entonces se produjeron en relación con ellas y en todos los órdenes
las que precipitaron los acontecimientos.”
Para la cristiandad en Occidente las cosas no fueron mejores. A principios del siglo XIV comenzó
un largo período de profundas crisis y graves conmociones, que se prolongarían hasta fines del siglo
XV. Los abusos de la Iglesia habían llegado a un nivel insoportable. El Cautiverio Babilónico de la
Iglesia, con el papado en Aviñón (Francia), entre los años 1305 y 1376, colocó a la Iglesia bajo el
dominio de Francia a pesar de su ideal de ser supranacional. Este escándalo fue seguido por otro
peor entre 1378 y 1415, conocido como el Gran Cisma o Cisma Papal, cuando hubo dos papas, uno
en Aviñón y el otro en Roma, y los nuevos países se ponían de parte de uno u otro conforme con sus
intereses políticos o económicos. Además, a la crisis eclesiástica se agregaron en estos dos siglos
diversos flagelos, como sequías, inundaciones y epidemias. Fueron tiempos difíciles en los que la
Peste Negra, la Guerra de los Cien Años, el ataque de los turcos otomanos a Europa y otros conflictos
políticos, sociales y económicos llevaron a un estado de caos e incertidumbre.
La Peste Negra fue una de las causas más importantes que provocaron la crisis del siglo XIV. Esta
pandemia de peste bubónica fue traída de Oriente en naves genovesas, que arribaron a Mesina en
1347. La enfermedad se expandió con rapidez por el continente europeo, favorecida por el mal
estado sanitario y el hacinamiento en los centros urbanos, y en menos de tres años produjo la
muerte de más de veinticinco millones de personas. En algunos lugares de Europa la población
disminuyó en dos tercios, con lo cual hubo una reducción drástica de la mano de obra y grandes
extensiones de tierra quedaron sin cultivar. Hubo también una baja de los precios agrícolas y
aumentaron los gastos de explotación. La falta de mano de obra, las malas cosechas y la carencia de
recursos y reservas hicieron que aumentara la escasez, el hambre, la depresión económica y los
conflictos sociales. El flagelo de la Peste Negra recién declinó en el año 1351. No es de sorprender,
entonces, que se oyeran voces de protesta y rebeldía, especialmente en los países enemigos de
Francia, como en Oxford con Juan Wycliff y en Praga con Juan Huss.
Un nuevo y poderoso factor se agregaba a los muchos que querían romper el viejo sistema
feudal y la opresión del papado romano, llegando a amenazar la unidad de la cristiandad: el
creciente sentido de nacionalismo. En el camino de esta creciente tendencia siguió un período de
Concilios, en el que pareció abrirse un proceso de desarrollo hacia una cristiandad unida bajo la
dirección del Papa y un Concilio, que representaría los diversos intereses nacionales. Pero para 1459
el Papa había hecho de esto algo imposible. Al frustrarse la posibilidad de un cambio gradual no
quedó otro camino que el de la revolución, y la Reforma fue esa revolución.
El Imperio Latino de Oriente, constituido después de 1204, duró por un medio siglo, hasta que
Constantinopla fue recapturada en 1261 por Miguel Paleólogo, un general griego, quien forzó al
emperador y al patriarca latino a huir. Si bien los griegos vencieron a los latinos, no pudieron resistir
los embates de los turcos otomanos. Constantinopla nunca más pudo alcanzar el esplendor,
tamaño, riqueza e influencia que había tenido con anterioridad al siglo XIII. Mientras la Iglesia Griega
declinaba, la Iglesia Rusa se transformaba en la más grande y en el exponente supremo del
cristianismo bizantino. El resto de las Iglesias Orientales sufrieron su peor hora, con pérdidas
territoriales y numéricas. Para ellas, ésta fue una era oscura y desalentadora. Como indica
Latourette: “Excluyéndose la familia de la Iglesia Ortodoxa, entre las otras iglesias orientales,
numéricamente más pequeñas, no hubo ni un rayo de luz ni de esperanza para la oscuridad de la
retirada.”
A comienzos del siglo XIV, el Imperio Bizantino, que había estado ligado a la Iglesia Griega por
unos mil años, disminuyó rápidamente frente a la agresividad de los turcos otomanos. Los monarcas
bizantinos intentaron unirse a Occidente en contra de la amenaza turca. Incluso estuvieron
dispuestos a poner a un lado las diferencias teológicas y la autonomía religiosa y reconocer la
primacía del obispo de Roma a fin de conservar su independencia política. Los líderes religiosos
orientales, especialmente los monjes, no pudieron ver la amenaza política y militar que
representaban los turcos otomanos y continuaron sosteniendo sus costumbres religiosas. En
algunos casos, prefirieron capitular ante los turcos antes que aceptar las costumbres religiosas de
Occidente. Mientras tanto, los turcos avanzaban inexorablemente en sus conquistas: en 1326
capturaron Brusa, en 1329 tomaron Nicea y en 1337 Nicomedia.
Los intentos del emperador Andrónico III (1328–1341) y más tarde de Ana de Saboya, que actuó
como regente en lugar de su hermano Juan V Paleólogo (1341–1391), para tratar de resolver el
cisma entre Oriente y Occidente fueron en vano. Juan I viajó a Italia en procura de ayuda, pero fue
apresado como deudor en Venecia. Su hijo, Manuel II Paleólogo (1391–1425) también visitó
Occidente y rogó la ayuda del Papa contra los turcos. Logró que los occidentales tomaran conciencia
del peligro y enviaran un ejército a los Balcanes, que fue derrotado.
En 1397 los turcos sitiaron Constantinopla, que se salvó porque Timur o Tamerlán el tártaro
(1336–1405) los atacó en el Este y en 1402 el sultán fue derrotado y capturado por los mongoles de
la Horda de Oro. Timur era un oficial militar turco de fe musulmana en la región cercana a
Samarcanda al servicio del khan mongol, que se hizo del poder con la caída de los mongoles
occidentales. A partir de 1365 comenzó a tomar el control de los territorios mongoles y en unas
pocas décadas llevó a sus ejércitos a través de Irán, India, Mesopotamia, Siria, Anatolia y Georgia.
Desde Rusia hasta la India la gente sufrió bajo uno de los regímenes más terroríficos de toda la
historia humana, al punto que se lo conoció como Azote de Dios y Terror del Mundo. Sus matanzas
redujeron sensiblemente la población en Asia central. Cristianos, musulmanes e hindúes padecieron
bajo la brutalidad extrema de sus conquistas. Las iglesias cristianas en el Este sufrieron serios golpes
con las invasiones de Timur, y los que escaparon de la masacre terminaron siendo absorbidos por
el islamismo.
Sin embargo, en 1413 el dominio de Timur fue quebrado y los turcos otomanos se recuperaron
para continuar con sus avances hacia Constantinopla. Frente a la amenaza turca, los bizantinos
procuraron reestablecer las relaciones con Occidente. En 1439, en el Concilio de Florencia, se
discutió la unión de la Iglesia de Oriente y la Iglesia de Occidente. Se lograron acuerdos en cuanto al
uso de la cláusula filioque en el credo occidental, las doctrinas de la Eucaristía y el Purgatorio, e
incluso el primado del Papa. El 6 de julio de 1439, el papa Eugenio IV y el emperador oriental Juan
VIII Paleólogo (1425–1448) ratificaron el Decreto de Unión, y todos los padres conciliares se
arrodillaron delante del Papa reconociéndolo como primado y cabeza de la Iglesia. Los delegados
de las principales iglesias orientales, incluyendo a las Iglesias Armenia, Jacobita, Etíope, Siria, Caldea
y Maronita, suscribieron el Decreto de Unión. No obstante, la delegación oriental que había
acordado la unión fue recibida con gritos y pedradas por el pueblo de Constantinopla. Los patriarcas
de Alejandría, Antioquía y Jerusalén repudiaron el Concilio de Florencia y el Decreto de Unión. Con
la caída de Constantinopla en 1453, el acuerdo quedó en letra muerta.
Decreto de Unión: “ ‘Alégrense los cielos (Laetentur caeli) y gócese la tierra’ (Sal. 96:2; Vulg.
95:2). Porque la pared intermedia de separación, que estaba dividiendo a la Iglesia oriental
y occidental, ha sido quitada y han retornado la paz y la concordia, con Cristo, la piedra
angular, que ha hecho de ambos uno … Porque, he aquí, después de un largo período de
división y discordia los padres occidentales y orientales se han expuesto a los peligros de
[viajar por] mar y tierra y, no escatimando esfuerzos, se han congregado gozosa y
ansiosamente en este santo concilio ecuménico, deseando esa unión muy sagrada y por la
restauración del viejo lazo de caridad … Porque los latinos y los griegos se han congregado
en un santo sínodo ecuménico y se han aplicado con fervor de modo que, entre otras cosas,
ese artículo concerniente a la piadosa procesión del Espíritu Santo pueda ser diligentemente
discutido y determinadamente examinado … Por lo tanto, en el nombre de la Santa Trinidad,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, con la aprobación de este santo y universal concilio de Florencia,
definimos que esta verdad de la fe sea creída y recibida por todos los cristianos, y que todos
hagan así su profesión, que el Espíritu Santo es eternamente del Padre y del Hijo y que en
su ser él tiene su sustancia y su naturaleza del Padre y del Hijo juntos y de ambos
eternamente como si procediese de un principio y de un origen único … Además, definimos
que la explicación de aquellas palabras ‘y del Hijo’ (filioque) ha sido legal y razonablemente
agregada al símbolo, por declarar la verdad y bajo la compulsión de la necesidad … Además,
definimos que la santa sede apostólica y el pontífice romano tienen la primacía en todo el
mundo, y que el pontífice romano es el sucesor del bendito Pedro, príncipe de los apóstoles,
y el verdadero vicario de Cristo, la cabeza de toda la Iglesia, y que se destaca como el padre
y maestro de todos los cristianos … En adición reafirmamos la posición de los otros
patriarcas venerables decretada en los cánones; el patriarca de Constantinopla como
segundo después del santísimo pontífice romano, en tercer lugar Alejandría, en cuarto
Antioquía, y Jerusalén quinta en orden, esto es salvaguardando todos sus derechos y
privilegios.”
Desde Occidente se enviaron refuerzos para enfrentar a los turcos en los Balcanes y en sus
ataques contra Constantinopla, pero fueron aplastados. En 1453 griegos y latinos entraron a Santa
Sofía para participar de la misa por última vez. El emperador Constantino XI Paleólogo (1448–1453)
salió de esa misa sólo para encontrar la muerte en las calles de la ciudad, con su espada en la mano,
mientras exclamaba: “¡Moriré junto a mi ciudad! ¡Dios no permita que viva como un emperador sin
imperio!”
Steven Runciman: “La tragedia fue final. El veintinueve de mayo de 1453, una civilización
fue borrada irrevocablemente. Había dejado un legado glorioso en la erudición y el arte;
había levantado a países enteros de la barbarie y había dado refinamiento a otros; su
fortaleza y su inteligencia había sido por siglos la protección de la cristiandad. Por once siglos
Constantinopla había sido el centro del mundo de la luz. La brillantez rápida, el interés y la
estética de los griegos, la orgullosa estabilidad y la competencia administrativa de los
romanos, la intensidad trascendental de los cristianos del Oriente, fundidos en una masa
fluida y sensible, ahora fueron adormecidos. Constantinopla iba a transformarse en la sede
de la fuerza bruta, de la ignorancia, de una magnífica falta de buen gusto. Sólo en los
palacios rusos, sobre los que voló el águila de dos cabezas, la cresta de la Casa de los
Paleólogos, vegetó algún vestigio de Bizancio por algunos siglos más.”
Los nestorianos casi desaparecieron de Oriente con la caída del Imperio Mongol. La invasión de
Timur hacia fines del siglo XIV terminó con los últimos focos de nestorianos, incluso en Mesopotamia
y el Curdistán. En el siglo XV, el patriarcado nestoriano se hizo hereditario. Sólo en el sur de la India
sobrevivieron algunas comunidades nestorianas.
Los jacobitas monofisitas, con su patriarca en Antioquía, también sufrieron con la desaparición
del Imperio Mongol en Persia, Mesopotamia y Asia Central. El islamismo los diezmó, incluso en Siria
donde eran más numerosos. A las consecuencias de las presiones externas se agregaron las
divisiones internas entre patriarcas rivales. Para cuando se resolvió el cisma, a fines del siglo XV, la
comunidad jacobita había quedado reducida a unos pocos centenares de individuos.
El cristianismo armenio también enfrentó dificultades hacia fines de la Edad Media. Después del
dominio mongol, Armenia se dividió en muchos señoríos bajo control de armenios, turcomanos y
curdos. Éstos sufrieron las invasiones de Timur, y muchos armenios emigraron a otras regiones.
Después de la muerte de Timur, buena parte de Armenia fue gobernada por turcomanos hasta que
a comienzos del siglo XVI pasó a manos persas. Todo esto resultó en la división de la cristiandad
armenia. Algunos permanecieron ligados a Roma (como iglesia uniata), con lo cual conservaron sus
tradiciones pero reconociendo la supremacía del Papa. La mayoría permaneció alejada de Roma y
sumida en luchas intestinas, por momentos muy violentas. Durante dos siglos, la Iglesia Armenia
padeció de circunstancias escandalosas muy parecidas a las vividas por la Iglesia Latina en Occidente
durante el siglo XIV. Finalmente, a mediados del siglo XV se logró establecer el patriarcado armenio
en Echmiadzin, cerca del monte Ararat, pero no se puso fin a los conflictos ocasionados por las
ambiciones del clero armenio.
Maghakia Ormanian: “En la primera mitad del siglo XV, la Iglesia Armenia se encontraba en
un estado de gran confusión. El reino [armenio] de Cilicia [Asia Menor] había desaparecido
definitivamente (1375); la ciudad de Sis, sede del patriarcado, había caído en poder de los
egipcios … La sede patriarcal había perdido su fuerza y su esplendor. La propaganda del
catolicismo romano se ejercía con éxito en Cilicia, gracias a la actividad de los misioneros
franciscanos. Al mismo tiempo, los dominicos trabajaban para convertir la Gran Armenia.…
Un número considerable … deplorando el estado lamentable de su Iglesia, decidieron tomar
medidas radicales para mejorar la situación y poner orden. Como se habían dado cuenta de
que no existía ya razón ni utilidad para mantener alejada de su sede primitiva a la residencia
patriarcal, se pensó en establecerla de nuevo en Echmiadzin, a causa de la seguridad
relativamente superior que gozaba esa ciudad bajo la dominación persa … Desde el
patriarca Grigor Djelalbeguian (1443), la sede de Echmiadzin fue presa de alteraciones y
disturbios interiores y exteriores que duraron hasta la elección de Moisés III de Tathev
(1629).”
No fue mejor la suerte de la Iglesia Copta en Egipto, que sufrió severas restricciones y
persecuciones a lo largo de los primeros cuatro siglos de dominación islámica. No podían construir
templos, tenían que pagar mayores impuestos, no podían casarse sin autorizacón y estaban
totalmente al margen de la vida política y social en Egipto. Con el tiempo, los cristianos tuvieron que
vivir juntos en barrios separados cerca de sus templos. En el siglo VIII se impuso el árabe como
lengua oficial de los dominios islámicos y la lengua copta quedó en desuso. El copto se conservó
sólo en la liturgia, pero los textos teológicos tuvieron que ser traducidos al árabe. La Iglesia Copta
continuó deteriorándose bajo el gobierno de los mamelucos musulmanes, y desde 1517 bajo el
dominio turco otomano. Estas dificultades redujeron el número de cristianos, muchos de los cuales
se hicieron musulmanes por conveniencia.
Con el advenimiento de los mamelucos (1260), los cristianos nubios volvieron a sufrir
persecución. Muchos se vieron forzados a abandonar sus hogares y villas o a retirarse a regiones
más remotas donde había comunidades monásticas. Finalmente, en 1323 los mamelucos instalaron
a un rey musulmán en la región norte del país y le impidieron al patriarca de Alejandría enviar
sacerdotes a Nubia, con lo cual las iglesias quedaron sin liderazgo. La última evidencia de
comunidades cristianas en la región viene de mediados del siglo XV. Después de eso, Nubia parece
haberse transformado en una región totalmente musulmana.
En Etiopía, el cristianismo se desarrolló bastante aislado del resto del mundo hasta el siglo VII,
cuando el mar Rojo se transformó en un lago árabe, y las rutas marítimas a la India quedaron
totalmente bajo el control musulmán. No obstante, los árabes no invadieron el reino de Axum, en
buena medida debido a que los etíopes habían alojado y ayudado a refugiados musulmanes durante
las persecuciones en días de Mahoma. La cabeza de la Iglesia Etíope (conocido como abuna) era
nombrada por el patriarca de Alejandría y su credo era no calcedónico. Con la invasión árabe a
Egipto (siglo VII), el nombramiento de abunas se hizo más difícil, dejando acéfala a la Iglesia etíope
por largos períodos de tiempo. En el siglo IX el reino etíope se expandió hacia el sur y con ello
también se desarrolló el trabajo misionero cristiano, especialmente en manos de comunidades
monásticas.
Las presiones políticas de los mamelucos se hicieron sentir en el reino cristiano de Etiopía en el
siglo XIII, que respondió con un avivamiento de su identidad política, cultural y religiosa, fundándose
en sus lazos históricos con el judaísmo. La capital del reino se trasladó de Axum a Adefa (más al sur),
se construyeron numerosos templos, los monarcas tomaron la conducción de la Iglesia Etíope y el
cristianismo se expandió por toda la región sur de Etiopía. Este proceso es conocido como el
Avivamiento Salomónico, en referencia a la relación de Salomón con la reina de Saba. La fuente más
importante de esta tradición es el Libro de los reyes, que ofreció la base ideológica para la idea de
la nación etíope como legítima sucesora de Jerusalén, lo cual fortaleció su identidad religiosa frente
al Islam. Los reyes etíopes se consideraban descendientes de Salomón y miembros de la casa de
David, reclamo que ningún musulmán egipcio podía hacer en el siglo XIII en cuanto a Mahoma o sus
descendientes. Así, pues, mientras el cristianismo desaparecía definitivamente de Nubia y las
iglesias coptas experimentaban serias restricciones de parte de los mamelucos, en Etiopía el
cristianismo estaba firme y se expandía notablemente durante el siglo XIV a pesar de que el país
estaba rodeado por todos lados por Estados musulmanes.
A medida que el papado fue aumentando su ambición de poder y autoridad mundanos, también
se fue incrementando la resistencia de emperadores, reyes y príncipes a tales pretensiones. Hubo
cuatro pasos en este proceso de deterioro de las pretensiones papales: la opresión de la Iglesia; el
cuestionamiento al papado por su corrupción; el Cautiverio Babilónico de la Iglesia; y el Gran Cisma
papal. Todo esto llevó finalmente al intento de resolver estos problemas mediante la convocación
a Concilios reformadores.
_ La opresión de la Iglesia
La opresión política. Después del año 1215, el poder papal comenzó a decaer, en buena medida
debido a los mismos factores que lo ayudaron a crecer. Los príncipes comenzaron a ver en la Iglesia
a un poder secular más, lleno de equivocaciones e inconsistencias, y en competencia con sus propias
aspiraciones hegemónicas. Las Cruzadas y la Inquisición despertaron en muchos serios interrogantes
en cuanto a la autoridad de la Iglesia y del Papa, y la capacidad de éste para gobernar a toda la
cristiandad, como pretendía.
Entre estos métodos utilizados, cabe enumerar los siguientes: (1) Anatas: una anata era la
entrega a Roma del total de las ganancias de un obispo o abad durante el primer año de su ministerio
en un lugar. La palabra viene del latín annata y esta voz se deriva del latín annus, año. Era una
especie de impuesto eclesiástico que consistía en la renta o frutos correspondientes al primer año
de posesión de cualquier beneficio o empleo en la Iglesia. (2) Colaciones: una colación era la práctica
de cambiar de lugar a un obispo o abad a cargos vacantes. Esto se hacía frecuentemente porque
representaba más anatas para el Papa. (3) Preservaciones: una preservación era la reserva de los
mejores y más rentables oficios eclesiásticos para el uso del Papa. El Papa enviaba un sacerdote en
representación suya y guardaba para sí los fondos correspondientes. (4) Expectativas: consistían en
la práctica de vender los cargos eclesiásticos al mejor postor, antes de que el puesto estuviera
vacante. Se trataba de una especie de compra a futuro que se daba en Roma a una persona para
obtener un beneficio o prebenda eclesiástica, cuando ésta quedara vacante. (5) Dispensas: una
dispensa era el perdón de las violaciones a la ley canónica mediante el pago de dinero. Se trataba
de un privilegio o excepción graciosa de lo ordenado por las leyes generales; y más comúnmente
era concedido por el Papa o por un obispo. (6) Indulgencias: eran la obtención de la remisión de las
penas “temporales,” incluidas las del Purgatorio, trasladando a favor de uno o de un ser querido
muerto los méritos excedentes de los santos, mediante el pago de una cierta cantidad de dinero.
De este modo, consistía en la remisión que hacía la Iglesia de las penas debidas por los pecados,
usando su supuesta autoridad de “atar y desatar” y de perdonar pecados. (7) Simonía: se refería a
la venta de los oficios eclesiásticos. Era simplemente la compra o venta deliberada de cosas
espirituales, como los sacramentos y sacramentales, o de las cosas temporales inseparablemente
anexas o relacionadas con las espirituales, como las prebendas y los beneficios eclesiásticos. (8)
Nepotismo: era el nombramiento de familiares para cargos eclesiásticos hereditarios. (9)
Recomendaciones: era la práctica de pagar un impuesto anual al papado a cambio de un
nombramiento provisional que rendía algún beneficio, como una canonjía. (10) Diezmo: era cobrado
por los obispos y el clero parroquial sobre los frutos del campo, la mercadería, y las obras
artesanales. El sostén del clero se devengaba en parte del mismo.
“En las ciudades nacieron las órdenes mendicantes, las universidades y la dialéctica tomista.
Ninguna de ellas resistió la seducción del fruto prohibido. Contemporáneas de las comunas
y de las corporaciones de oficio, de la época de la expansión de la economía mercantil y de
los pasos iniciales de la técnica aplicada a la producción, no se sustrajeron a los cambios
sociales, y si promulgaron como normas de vida la pureza evangélica, también se
embriagaron con el logos griego en su forma aristotélica y lo acoplaron a la teología.”
_ El cuestionamiento al papado
Después de Inocencio III la Iglesia Occidental entró en una situación caótica. Sus sucesores
procuraron acrecentar el poder y el prestigio de la Iglesia, convertida por el régimen teocrático en
una verdadera potencia universal. Mientras el Papa hacía esfuerzos por traer el reino de Dios a la
tierra, autotitulándose “Vicario de Cristo” y presentándose como un poder político más, sus
pretensiones eran severamente resistidas por muchos príncipes, que ahora contaban con mejores
recursos para enfrentarlo.
Los reyes y los reinos. En la segunda mitad del siglo XIII, Francia e Inglaterra entraron en una era
de organización interior, que trajo como resultado mayor estabilidad. Mientras tanto en Italia,
incluidos los estados pontificios, reinaba el desorden y la anarquía. La política papal a lo largo del
siglo XIV quedó definitivamente orientada hacia Francia al nombrarse a cardenales franceses para
la Curia. Finalmente, Roma cedió poder a los franceses y cayó bajo su control.
José Luis Romero: “El siglo XIII es, pues, un período de organización de los reinos de Francia
e Inglaterra, de estabilización, aunque presenta caracteres opuestos en ambos casos.
Inglaterra marchó desde un régimen monárquico bastante centralizado—impuesto tras la
conquista normanda—hacia una monarquía limitada por un parlamento que representaba
a la nobleza y a la burguesía. Francia, en cambio, marchó desde una monarquía feudal hacia
un régimen cada vez más centralizado, gracias a la coalición de la corona y los burgueses.”
Los papas y el papado. Mientras los monarcas aumentaban su poder y sus reinos crecían en su
identidad nacional, los papas y el papado iban menguando en su influencia. La cúspide de esta
decadencia y cuestionamiento al papado se dio con Bonifacio VIII (1294–1303). Bonifacio era
pariente de Inocencio III, amante de la erudición, asociado a la fundación de varias universidades,
pero con demasiadas ambisiones, y muy duro en sus pretensiones y con poco tino político. Tuvo
graves conflictos con los reyes de Francia e Inglaterra, a quienes quiso manejar a su gusto. Pero
éstos lo resistieron. Deseoso de conservar la autoridad del pontificado sobre los poderes laicos, se
vio envuelto en un serio conflicto con Felipe IV el Hermoso, rey de Francia. En un plazo de siete años,
el Papa y el rey tuvieron varios choques.
Influido por los jurisconsultos de su tiempo (los legistas), que propugnaban el absolutismo
monárquico, Felipe IV dispuso afirmar la autoridad real, para lo cual gravó con pesadas cargas los
bienes eclesiásticos. Ante esta actitud, el Papa contestó con la bula Unam Sanctam (noviembre de
1302), por la que prohibía al clero pagar impuestos sin su consentimiento y afirmaba las
pretensiones papales de autoridad suprema en el mundo. El conflicto se agravó poco tiempo
después, con el nombramiento del legado pontificio, el obispo Bernardo Saiset, que el rey de Francia
se negó a reconocer con el apoyo de los Estados Generales. El rey hizo arrestar al legado papal y lo
acusó de traición, violando así las provisiones de la ley canónica. Entonces, Bonifacio VIII excomulgó
a Felipe IV y relevó a sus súbditos de todo juramento de obediencia. Para vengarse, el monarca
francés inició una campaña de calumnias contra el Papa y se dispuso a atentar contra él. Después
de acusarlo de hereje y de varios delitos, Felipe envió a una pequeña tropa, bajo el mando del legista
Guillermo de Nogaret y con el apoyo de la familia romana de los Colonna, para capturar al Papa.
Éstos entraron al territorio pontificio y sorprendieron a Bonifacio VIII en su residencia de Anagni
(1303). El Papa fue tomado prisionero y fue objeto de vejámenes, pero a los tres días logró escapar,
liberado por el pueblo. Pero no pudo reponerse del atentado y falleció al mes siguiente, poniendo
fin al período de los grandes papas. Era evidente que los tiempos habían cambiado.
Bula Unam Sanctam: “Que hay una santa iglesia católica y apostólica somos impelidos a
creer y sostener por nuestra fe—esto es lo que firmemente creemos y abiertamente
confesamos—y fuera de esto no hay ni salvación ni remisión de pecados … La Iglesia
representa un cuerpo místico, y de este cuerpo Cristo es la cabeza … A esta Iglesia
veneramos y a esta sola … En esta Iglesia y en su poder hay dos espadas, a saber, una
espiritual y una temporal … Tanto la espada espiritual como la material, por lo tanto, están
en poder de la Iglesia, la última realmente para ser usada para la Iglesia, la primera por la
Iglesia; la primera por el sacerdote, la otra por la mano de reyes y soldados, pero según la
voluntad y con la conformidad del sacerdote.
Además, es adecuado que una espada esté bajo la otra, y la autoridad temporal esté
sujeta al poder espiritual … Por lo tanto, quienquiera que resista a este poder, ordenado por
Dios, resiste a la ordenanza de Dios, a menos que haya dos comienzos [es decir, dos
principios], como imagina el maniqueo … Además, proclamamos, declaramos y
pronunciamos que es absolutamente necesario para la salvación de todo ser humano estar
sujeto al pontífice de Roma.”
Éste es el nombre del período en el que el papado instaló su sede en Aviñón (Francia), desde el
año 1305 hasta el 1377. El sucesor de Bonifacio VIII fue Benedicto XI, quien murió envenenado al
año siguiente. Entonces Felipe IV hizo valer su influencia en el Sacro Colegio y logró que fuera elegido
Papa el arzobispo de Burdeos, Bertrand de Got, quien asumió con el nombre de Clemente V (1305–
1314). Clemente V, que era un hombre de grandes fallas morales y débil de carácter, ordenó a nueve
franceses como cardenales. Con esto se inició la decadencia del pontificado, y el Papa dejó de ser
árbitro indiscutido de todos los problemas, para transformarse en rival o aliado de los soberanos,
según les conviniera a estos últimos. Para complacer a Felipe IV, el Papa abandonó Roma y
finalmente trasladó su corte a Aviñón (1309), donde permanecerían sus sucesores por casi setenta
años.
El conflicto entre Felipe y Bonifacio fue un episodio más en la larga lucha de la Iglesia con los
soberanos. El traslado de la sede pontificia a Aviñón perjudicó la libre acción de los pontífices y
favoreció la influencia creciente de la monarquía francesa en las cuestiones eclesiásticas. A lo largo
de todo el siglo XIV estos hechos fueron fruto y consecuencia de diversos conflictos políticos,
sociales y eclesiásticos.
Conflictos políticos. Todos estos cambios fueron severamente criticados por muchos, porque la
Iglesia quedó sometida a los dictados de la política francesa. Esto produjo gran descontento y
preocupación en el mundo cristiano, especialmente en Italia, donde se insistía en que Roma había
sido siempre la sede pontificia y el colegio de cardenales había estado compuesto normalmente por
italianos. Para muchos, el Papa no era otra cosa que un prisionero de los franceses. De allí el nombre
de Cautiverio Babilónico o Cautiverio de Aviñón.
A estos hechos dramáticos se agregaron otros, como las guerras que se produjeron a lo largo
del siglo XIV. Al llegar al límite de sus posibilidades fiscales, los Estados tendieron a pensar que la
solución a sus problemas residía en aumentar su territorio con la anexión de zonas más débiles. La
expresión más acabada y trágica de esta política fue el antagonismo entre Francia e Inglaterra por
el control de Flandes y su comercio. La alianza inglesa con los flamencos irritó sobremanera a los
reyes de Francia. Otra causa de conflicto fue la situación de Guyena, única posesión feudal que los
ingleses tenían en Francia.
La hostilidad entre los dos reinos estalló en ocasión del reclamo dinástico de Eduardo III de
Inglaterra por la corona de Francia, a través de su madre, que era hija de Felipe el Hermoso. Los
franceses rechazaron el reclamo de Eduardo III, adoptando una resolución por la que se establecía
que las mujeres no tenían derecho a reinar en Francia y por lo tanto no podían transmitir por
herencia la corona (ley sálica). El conflicto llevó finalmente al estallido de la Guerra de los Cien Años
(1337–1453) entre Francia e Inglaterra.
Este conflicto entre las dos coronas más importantes de la cristiandad alentó los sentimientos
antipapales especialmente en la segunda nación. La guerra se inició con triunfos ingleses y finalizó
con victorias francesas. Un personaje clave para el logro de las victorias francesas fue una joven
campesina llamada Juana de Arco (1412–1431). Juana nació en la aldea de Domremy (Lorena) y era
hija de un matrimonio humilde. A los trece años tuvo diversas visiones celestiales y oyó voces que
la animaban a libertar a Francia de los ingleses. A pesar de la negativa de sus padres, Juana resolvió
visitar al capitán francés, que se opuso a su intervención. Ante la decisión de Juana de entrevistar al
rey, Baudricourt le facilitó caballos y una escolta de seis hombres. Vistiendo una armadura, la joven
anduvo once días y atravesó sin ningún incidente más de cien leguas de territorio enemigo, para
arribar a Chinón, donde residía Carlos VII, el Delfín. El monarca aceptó el desafío de Juana y la
autorizó a salir al campo de batalla. Juana se propuso atacar la ciudad de Orleáns, uno de los últimos
baluartes ingleses en territorio francés, y logró su rendición. A éste le siguieron otros triunfos, que
permitieron a Carlos VII trasladarse a Reims, en cuya catedral fue coronado rey de Francia.
Posteriormente, Juana cayó prisionera de los borgoñeses, cuando trataba de liberar la ciudad
de Compiegne. Fue entregada a los ingleses por 10.000 francos de oro, ante la indiferencia de Carlos
VII. En diciembre de 1430 fue trasladada a Ruán y juzgada por la Inquisición, que la acusó de
hechicería. Finalmente, por haber usado ropas masculinas fue condenada por hereje a prisión
perpetua. Sus enemigos le hurtaron sus ropas mientras dormía y le dejaron sólo una vestimenta
masculina. La joven se cubrió con ellas y entonces fue declarada relapsa (reincidente) y condenada
a morir en la hoguera. El 25 de mayo de 1431 fue conducida al cadalso levantado en la plaza de
Ruán. El papa Benedicto XV canonizó a Juana de Arco en 1920.
Conflictos socioeconómicos. Los problemas económicos y los conflictos políticos hicieron mella
sobre el tejido social. El siglo XIV fue notable por los levantamientos de campesinos, las luchas
urbanas, la insurrección de la burguesía, las protestas de trabajadores textiles, además de tumultos,
motines y guerras civiles. Los burgueses culpaban a los nobles por los fracasos militares y les
perdieron el respeto que tradicionalmente les habían tenido. En Francia, comenzaron a exigir que
se les permitiera controlar el uso del dinero que pagaban como impuestos y reclamaron una mayor
participación en el gobierno. Los soldados franceses que habían sido derrotados por los ingleses en
la batalla de Poitiers (1356) comenzaron a asolar los campos y provocaron la indignación de los
campesinos, que se lanzaron al asalto de los castillos y los campos sembrados. Los jacques, como se
les llamó, cometieron toda suerte de crueldades contra la nobleza, hasta que fueron reducidos y
castigados con mayor crueldad.
Además, a mediados del siglo XIV, toda Europa se vio sacudida por un repentino desastre
demográfico, debido al estallido de una plaga de peste bubónica. La disminución de la población en
razón de la “muerte negra,” como se la denominó, fue tan grande que la estructura social, política,
cultural y religiosa fue conmovida. La curva de la población, que había estado levantándose
firmemente desde mediados del siglo X, de pronto de niveló y probablemente declinó incluso antes
que la peste bubónica se llevara a un cuarto de la población de Europa. Las ciudades ya no
construyeron nuevos suburbios y murallas, y es probable que el volumen del comercio internacional
fuese realmente menor en 1400 que en 1300, al menos al norte de los Alpes. Ciertamente la tierra
dejó de cultivarse en Inglaterra y Alemania, como han mostrado los estudios estadísticos. Esto
parece haber sido causado conjuntamente por el agotamiento del suelo y la declinación drástica de
la población.
Sobre los problemas que la peste bubónica trajo consigo se añadieron los consecuentes a la
primera gran crisis bancaria en la historia europea. Los bancos florentinos habían sobrextendido el
crédito a las monarquías de Inglaterra, Francia y el reino de Sicilia para el pago de sus guerras,
préstamos que estos reinos no pudieron devolver. Esto generó una profunda crisis de confianza. El
colapso de los bancos tuvo un impacto en la manufactura y el comercio, que se nutrían del crédito
extendido para aumentar sus operaciones y transacciones.
Conflictos eclesiásticos. Si bien durante buena parte del siglo XIV Francia pudo controlar al
papado al mantener su sede en Aviñón, no todos en el reino consideraban que esto era una
bendición. También en Francia hubo oposición al papado francés, especialmente de aquellos que
con sus impuestos debían mantener dos cortes: la de Francia y la de Aviñón. De todos modos, la
corte papal en Aviñón funcionaba con más eficiencia que la Curia romana. Era una estructura más
centralizada, con treinta cardenales residentes, que superó a Roma en la actividad misionera y la
diplomacia. Pero se mostraba más como una corte mundana, centrada en el poder, la ley y el dinero,
que en el cumplimiento de un fin espiritual.
Petrarca: “Aquí [en Aviñón] reinan los sucesores de los pobres pescadores de Galilea. Han
olvidado absolutamente sus orígenes … [es] Babilonia, el centro de todos los vicios y el
sufrimiento … no hay piedad, ni caridad, ni fe, ni reverencia, ni temor de Dios, nada que sea
santo, nada justo, nada sagrado. Lo único que se oye o se lee tiene que ver con la perfidia,
el engaño, la dureza del orgullo, la desvergüenza y la orgía desenfrenada … en resumen,
todas las formas de la impiedad y el mal que el mundo puede mostrar se reúnen aquí … Aquí
se pierden todas las cosas buenas, primero la libertad y después sucesivamente el reposo,
la felicidad, la fe, la esperanza y la caridad.”
El sexto Papa francés en Aviñón fue Urbano V (1362–1370), un benedictino de origen noble.
Logró consolidar las posesiones del papado en Italia gracias al talento militar y político del cardenal
español Gil de Albornoz. En 1367 decidió regresar a Roma, donde permaneció por tres años, pero
luego volvió a Aviñón, donde murió. Su sucesor fue Gregorio XI (1370–1378), sobrino de Clemente
VI, quien era un especialista en derecho canónico. Animado por cartas de Catalina de Siena, se
instaló en Roma a principios de 1377, cuando sólo le quedaba un año de vida. Para entonces, los
cardenales estaban divididos. La mayoría eran franceses (11 de 16) y estaban a favor de Aviñón
como sede, pero la elección del nuevo Papa debía hacerse en Roma.
El pueblo de Roma demandó que un italiano ocupara el trono papal. Pero el nuevo Papa no fue
romano ni francés, sino napolitano, y asumió con el nombre de Urbano VI (1378–1389). Urbano VI
era un déspota brutal, autoritario y cruel, que no hizo nada por volver a Aviñón a pesar de haber
prometido hacerlo. En razón de esto, los cardenales franceses declararon que su elección no era
válida, y eligieron a un Papa francés, Clemente VII (1378–1394), quien se trasladó a Aviñón. Urbano
VI se resistió diciendo que todo era ilegal, se rehusó a reconocer a Clemente VII como Papa, y ordenó
nuevos cardenales en lugar de los que lo habían depuesto. Así comenzó el Gran Cisma Papal.
Nuevamente, la cristiandad occidental quedó dividida en dos bandos, que acataban
respectivamente la autoridad de los pontífices establecidos en Roma y Aviñón.
Dos Papas. Había, pues, dos papas: uno italiano en Roma y uno francés en Aviñón, cada uno con
su colegio de cardenales. La cristiandad occidental se dividió tomando partido por uno u otro. El
Papa romano (Urbano VI) fue reconocido por Italia, Inglaterra, la mayor parte de Alemania,
Escandinavia, Hungría, Bohemia, Flandes, Países Bajos y Portugal. El Papa francés (Clemente VII) fue
seguido por Francia, Escocia, Saboya, Austria y el resto de Alemania. La elección se hizo sobre
premisas nacionalistas y factores políticos, frustrándose así el ideal de una Iglesia universal por
encima de los intereses nacionales. Ninguno de los dos papas estaba dispuesto a renunciar, porque
ambos afirmaban haber sido elegidos canónicamente. La mayoría de los cardenales estaba
preocupada y ansiosa por poner fin a este escándalo.
GREGORIO XI (1370–1378)
Terminó con el Cautiverio Babilónico pero Después de tres años de guerra contra quienes
provocó el Cisma al separar a los cardenales respaldaban a Urbano VI, se mudó a Aviñón en
franceses y elegir a otros. 1381.
Varias soluciones. Se ensayaron diversos caminos para la solución del Gran Cisma. Una de las
propuestas fue per viam facti o de los hechos consumados. Ambos partidos intentaron primero
presentar pruebas positivas arguyendo su legitimidad a través de declaraciones. Luego, apelaron al
anatema, la propaganda, la intriga e incluso la violencia. Clemente VII intentó esta solución por el
camino de la fuerza; pero no le dio resultado. Los teólogos y juristas de la Universidad de París en
1394 propusieron otros tres caminos. Dos de ellos apelaban a la buena voluntad de los dos papas.
Se trataba de la vía cessionis, según la cual uno o ambos papas debían renunciar al papado. La
segunda propuesta era la vía compromissi, según la cual ambos papas se reunirían acompañados de
sus respectivos cardenales para discutir las razones que se alegaban; quien mejores razones tuviese
sería reconocido como Papa por toda la Iglesia. La tercera solución presentada por los eruditos de
París preveía la convocación de un Concilio universal que prescindiera de los dos papas en litigio.
Ésta era la vía concilii. Finalmente, ésta fue la idea que prevaleció, es decir, la idea de resolver el
Gran Cisma por medio de un Concilio de todos los obispos.
Concilio de Pisa (1409). Pedro de Ailly y Juan Gerson desconfiaban de que el Papa de Roma y el
de Aviñón se avinieran a citar un Concilio y a obedecer sus decretos; por eso, persuadieron al rey de
Francia para que quitara su apoyo al Papa de Aviñón y reuniera a los dos grupos de cardenales.
Tanto Francia como Inglaterra apoyaron la convocación de este Concilio, que finalmente se reunió
en el año 1409 en la ciudad de Pisa. Los obispos reunidos eran pocos, pero muy representativos. El
propósito era terminar con el cisma y la herejía. El Concilio afirmó también la autoridad conciliar
sobre la papal. El resultado fue la declaración de vacancia del trono papal, la deposición de Gregorio
XII (Roma) y de Benedicto XIII (Aviñón), y el nombramiento de un nuevo Papa: Alejandro V (1409–
1410), que fue apoyado por Inglaterra, Francia, y parte de Alemania. Pero los papas depuestos no
aceptaron la decisión y continuaron en el poder: Benedicto XIII con el apoyo de España, Portugal y
Escocia, y Gregorio XII respaldado por Alemania e Italia. De modo que el escándalo de tener dos
papas se acrecentó porque ahora había tres y cada uno pretendiendo legitimidad. Alejandro V podía
haber logrado la unificación, pero murió pronto y fue sucedido por Juan XXIII (1410–1415), un Papa
mundano y degenerado, que dejó una página negra en la historia del papado. El Concilio no tuvo
poder para aplicar sus decisiones, y dejó a la Iglesia con tres papas rivales.
M. David Knowles: “La desconfianza hacia el Papa y los cardenales, así como el nacionalismo
naciente—excitado por la hostilidad que reinaba entre Inglaterra y Francia—, condujeron a
dos innovaciones importantes. Primero se discutía y votaba por grupos nacionales. Luego
fueron admitidos muchos teólogos que no eran obispos. Esto aseguró una posición fuerte a
los universitarios, que sostenían la supremacía del Concilio sobre el Papa y la necesidad de
celebrar Concilios periódicos. Pedro de Ailly, ya cardenal, era un ‘conciliarista’ extremo.
Gerson, más conservador, proponía una reforma limitada.”
A partir de Constanza, la cristiandad romana tenía una vez más una sola cabeza. El Cisma había
terminado formalmente, pero la autoridad papal estaba muy deprimida. De ahora en adelante,
según las decisiones del Concilio, el Papa tendría el poder ejecutivo de la Iglesia, pero sería regulado
por un cuerpo legislativo (Concilio), que se reuniría regularmente y representaría los intereses de
toda la cristiandad. Martín V prometió convocar a otro Concilio cinco años más tarde, en
cumplimiento de la resolución del propio Concilio de Constanza de tener Concilios regulares. El
Concilio de Constanza logró la transformación del papado de una “monarquía absoluta” a una
“monarquía constitucional.”
Concilio de Pavía (1423). Fue convocado por Martín V, conforme con lo resuelto en Constanza,
pero contra su voluntad, ya que él era de la idea de un papado absolutista. La asistencia fue pobre
debido a la peste. Fue trasladado a Siena y fue aplazando su conclusión. Sin haber logrado concluir
nada ni resolver nada significativo, el Concilio fue disuelto en 1424 por Martín V. La responsabilidad
del fracaso recayó sobre el Papa y esto aumentó el descontento.
Concilio de Basilea (1431–1449). Fue convocado por Martín V, que falleció dos meses más tarde,
y fue sucedido por Eugenio IV (1431–1447). A este Concilio asistieron menos participantes, menos
obispos y más universitarios, y su desarrollo fue más complejo que el de Constanza. La mayoría de
los padres conciliares eran adversos a la supremacía papal y sostenían que el Concilio general poseía
una autoridad superior a la del Papa. El Concilio tuvo cuatro propósitos. (1) Encaró las reformas
administrativas y morales que no se concretaron en Constanza, ordenando la realización de sínodos
anuales en cada diócesis y cada diez años un Concilio general, entre otras medidas. (2) Inició las
gestiones tendientes a la reunión de la Iglesia Latina y la Iglesia Griega, esta última amenazada por
los conquistadores turcos otomanos. (3) Tomó medidas respecto a las revueltas religiosas en
Bohemia (movimiento husita), logrando vencerlas. (4) Consolidó la paz entre los príncipes cristianos.
El fracaso de todos estos concilios se debió a la falta de unidad en los motivos y propósitos
(cuestiones políticas, intereses personales, ideales nacionalistas, etc.); a la solución parcial de
Constanza, que declaró todo terminado sin resolver nada; y, al antagonismo por el poder papal,
pues ningún Papa estaba dispuesto a renunciar a sus privilegios. No obstante, una nueva fuerza se
estaba manifestando en estos Concilios: la idea de nacionalidad. Este sentimiento iría aumentando
hasta la Reforma, y sería un factor importantísimo en su logro.
El retorno de la sede papal a Roma y el fracaso de los Concilios reformadores dieron lugar al
surgimiento de un nuevo tipo de papas en el trono de San Pedro. Su mentalidad, ambiciones,
conducta y realizaciones estuvieron fuertemente afectadas por los vaivenes de la política de Italia y
el desarrollo del Renacimiento Italiano. Desde un punto de vista religioso, el papado alcanzó durante
la segunda mitad del siglo XV y comienzos del XVI su punto espiritual y moral más bajo.
Hacia mediados del siglo XV, los papas le imprimieron al papado todos los rasgos que habrían
de caracterizarlo hasta el advenimiento de la Reforma: intrigas políticas, objetivos temporales,
corrupción, relajación moral, preocupaciones dinásticas, ambiciones desmedidas, indiferencia
pastoral, falta de espiritualidad y abandono de todo ideal religioso.
El último emperador bizantino, Constantino XI había logrado renovar la unión con la Iglesia
Romana (1452) por medio del cardenal Isidoro de Kiev. Pero los Occidentales no prestaron a los
bizantinos la ayuda que necesitaban contra los turcos. Después de las victorias de Warna (1444) y
de Merli (1448), los turcos estrecharon cada vez más su cerco sobre Constantinopla. Los turcos
favorecieron la ruptura de relaciones entre la Iglesia Griega y la Iglesia Romana. Un sínodo celebrado
en Constantinopla rompió formalmente con Roma (1472). En 1459 Rusia se separó de
Constantinopla, y Moscú empezó a llamarse “la Tercera Roma.”
Calixto III (1455–1458), el primer Papa de la familia de los Borgia, fue un jurista y guerrero
español, que tuvo como único propósito de su pontificado la cruzada contra los turcos. Envió
legados y predicadores por toda Europa. Pero ya había pasado mucho tiempo desde las primeras
Cruzadas. El nacionalismo con sus intereses particulares hacía tiempo que se había apoderado de
Europa. Sólo Hungría apoyó el proyecto de Cruzada y sus ejércitos lograron un resonante triunfo
sobre los turcos en Belgrado (1456). Al año siguiente, una escuadra naval, enviada por Calixto III
logró también una victoria sobre los turcos. Pero estas victorias no tuvieron el resultado deseado,
porque Venecia entró en relaciones con los otomanos, e hizo con ellos un pacto de no agresión. No
obstante, Calixto III invirtió enormes sumas de dinero en la guerra contra los turcos.
Pío II (1458–1464), un Papa humanista, continuó los esfuerzos por frenar el avance turco sobre
Europa. En 1458 reunió un encuentro de príncipes europeos en Mantua, en el que se decidió una
guerra de tres años contra los turcos, pero sin resultados prácticos. Ante la imposibilidad de librarse
del peligro turco por las armas, Pío II cambió de estrategia. Escribió una carta al sultán Mahoma II
exhortándolo a abrazar la fe cristiana. Nicolás de Cusa (1400–1464) intentó allanar las dificultades
doctrinales entre el islamismo y el cristianismo a través de una obra titulada Cribatio alchorani. Pío
II terminó por organizar una campaña naval contra los turcos, colocándose él mismo al frente de la
escuadra, pero cayó enfermo y murió en 1464.
Sixto IV (1471–1484), un hombre de origen modesto pero bien formado teológicamente, quiso
transformar a la monarquía pontificia en una gran potencia italiana e intentó una nueva Cruzada
contra los turcos. En 1473 envió cinco legados por toda Europa a predicar la Cruzada y a recoger los
diezmos impuestos para el mismo fin. Pero los príncipes no respondieron y el clero no entregó los
diezmos. La escuadra naval consiguió conquistar Esmirna, pero las disensiones entre venecianos,
napolitanos y pontificios hicieron fracasar la empresa. En 1480 los turcos conquistaron Otranto, y
con ello lograron una cabecera de playa para la conquista de Italia y de Roma misma. Al año
siguiente, una nueva flota que el Papa logró reunir, reconquistó la ciudad.
CUADRO 11 - LOS PAPAS RENACENTISTAS
Nicolás V (1447–1455)
Pío II (1458–1464)
Paulo II (1464–1471)
Sixto IV (1471–1484)
Alejandro VI (1492–1503)
La reforma de la Iglesia. A lo largo de la Edad Media se fue oyendo el clamor por una reforma in
capite et in membris (desde la cabeza hasta los miembros), y esto se agudizó en los siglos XIV y XV,
pero sin mayores resultados. Desde la muerte de Calixto III (1458) no se verá una tentativa sincera
de reforma. Pío II intentó favorecer algunos procesos de cambio, pero sin mayores efectos. Durante
su pontificado se rodeó de amigos entregados a la reforma de la iglesia, como Domingo Domenichi
y Nicolás de Cusa. Ambos redactaron ciertos proyectos, para cuyo estudio y aplicación el Papa
constituyó una comisión de reforma. Pero la Cruzada contra los turcos le impidió poner por obra las
disposiciones que ya tenía proyectadas. A partir de Sixto IV, la Curia pontificia entró en una profunda
decadencia moral.
La teoría conciliar. Las ideas conciliaristas de la supremacía del Concilio sobre el Papa habían
sido defendidas abiertamente en Basilea con fuerte apoyo de eclesiásticos de renombre, como
Nicolás de Cusa. Estas teorías fueron resistidas por los Papas y finalmente derrotadas por teólogos
papistas. El papa Pío II había militado en el partido conciliarista de Basilea en su juventud, como
secretario de Félix V. Pero poco a poco fue cambiando de actitud, hasta que en 1444 confesó sus
errores y en 1463, siendo ya Papa, publicó una bula (Exsecrabilis) en la que se retractaba de sus
ideas conciliaristas y reafirmaba la supremacía pontificia.
Exsecrabilis: “Ha surgido en nuestro tiempo un abuso execrable, del que no se había oído
en edades anteriores, es decir, que algunos hombres, imbuidos con el espíritu de rebelión,
pretenden apelar por un concilio futuro al pontífice romano, el vicario de Jesucristo, a quien
en la persona del bendito Pedro se le dijo, ‘Alimenta a mis ovejas’ y ‘Todo lo que atares en
la tierra será atado en el cielo’; y esto no por un deseo de un juicio más sano sino para
escapar de los castigos de sus errores. Cualquiera que no sea totalmente ignorante de las
leyes puede ver de qué manera esto contraviene los cánones sagrados y cuán perjudicial es
esto para la cristiandad. Y, ¿no es simplemente absurdo apelar por lo que ahora no existe y
cuya fecha de existencia futura se desconoce? Por lo tanto, deseando expulsar de la Iglesia
de Dios este veneno pestilente y tomar medidas para la seguridad de las ovejas confiadas a
nuestro cuidado, y para proteger al rebaño de nuestro Salvador de todo lo que pueda
ofender … nosotros condenamos apelaciones de este tipo y las denunciamos como erróneas
y detestables.”
La promoción y aplicación de la teoría conciliar fue resistida por los papas porque iba contra sus
intereses. Pero el período conciliar tuvo tres consecuencias sobre el papado. Primero, fueron los
príncipes quienes cosecharon los beneficios de la agitación antipapal y conciliarista. Los derechos y
privilegios papales no se vieron limitados, pero fueron transferidos a los príncipes, o se repartieron
y negociaron con ellos. Segundo, el gobierno papal fue reorganizado como resultado de los concilios.
Para confrontar a los príncipes de igual a igual, el papado necesitaba de nuevos órganos de gobierno
(maquinaria diplomática, recursos financieros), es decir, una nueva Curia, más eficiente. Y, tercero,
la cancillería y la camera, que habían sido los vehículos principales del gobierno papal desde el siglo
XII, dejaron de ocupar la posición central que habían tenido. Nuevos oficios y oficinas, directamente
relacionados con el Papa ocuparon su lugar (secretario personal, secretario de estado, Signatura,
nuncios). Al tratar con los príncipes como iguales, los papas mismos se condujeron como príncipes
mundanos.
Las nuevas corrientes culturales. A partir del siglo XIV se fue afirmando poco a poco una nueva
corriente cultural y espiritual: el humanismo. El humanismo tuvo su origen en Italia, desde donde
se expandió a toda Europa. Su iniciador fue Petrarca (1304–1374), el cual tuvo un gran precedente
en Dante Alighieri (1265–1321), autor de la Divina Comedia. Los centros humanistas más
importantes estaban en Italia, como Florencia, Roma, Nápoles y Mantua. Papas como Nicolás V,
Sixto IV, Julio II y León X favorecieron a los humanistas y a los artistas. Cuando el Renacimiento
comenzó a tomar vuelo y a modificar la sociedad, especialmente en Italia, el papado no pudo
abstraerse de su influencia. Por el contrario, algunos papas se transformaron en celosos promotores
del mismo. Nicolás V había sido un erudito y humanista destacado antes de acceder al trono papal
y una vez en el mismo, hizo todo lo posible por transformar a Roma en la capital cultural de Italia.
Se rodeó de un grupo de notables eruditos, como Poggio, Filelfo y Lorenzo Valla. Además,
emprendió dos proyectos de importancia. El primero fue el de transformar la pequeña biblioteca
pontificia en una gran colección de manuscritos latinos y griegos, y así fundó la famosa Biblioteca
Vaticana. El segundo fue el de reconstruir San Pedro, el Vaticano y la misma ciudad de Roma con
una magnificencia inigualada.
El papa Sixto IV fue también un generoso mecenas para los artistas renacentistas. Hizo construir
una capilla que lleva su nombre, la Capilla Sixtina, y para decorarla reclutó una pléyade de genios:
Ghirlandaio, Botticelli, Perugino, Pinturicchio y Melozzo da Forli. Hizo construir también varias
iglesias.
Los Papas del Renacimiento aumentaron el prestigio y la riqueza externa del papado, tan
maltrecho desde el cautiverio de Aviñón y casi moribundo durante el Cisma de Occidente. Pero la
decadencia interna creció de un modo alarmante y hasta límites casi inverosímiles durante la
segunda mitad del siglo XV y principios del siglo XVI. A lo largo de este período hubo un notable
incremento en tres formas de actividad papal: el tráfico de indulgencias, el arbitraje papal en
cuestiones internacionales, y la elaboración de un sistema de nombramientos u otorgamientos
papales de beneficios eclesiásticos. Como expresión de estas acciones, surgieron algunos de los
problemas que más afligieron a la Iglesia institucional, entre ellos los siguientes.
Nepotismo. Los papas de la baja Edad Media llegaron a considerar que todas las posiciones
jerárquicas en el clero de la Iglesia de algún modo les pertenecían y que era su derecho designar
para las mismas a quienes ellos quisieran. Ya en 1335, Benedicto XII afirmaba: “Nos reservamos para
nuestra propia ordenación, disposición y provisión todas las iglesias patriarcales, arzobispales y
episcopales, todos los monasterios, prioratos, dignidades, rectorías y oficios, todas las canonjías,
prebendas, iglesias y otros beneficios eclesiásticos, con o sin cura de almas, ya sean seculares o
regulares, de todo tipo, vacantes o a hacerse vacantes en el futuro, incluso si han sido o deben ser
cubiertos por elección o en alguna otra manera.” No es extraño, pues, que sobre esta base, los papas
hayan favorecido a familiares y amigos especialmente con aquellos puestos eclesiásticos que eran
más rentables.
La preferencia de los papas por los propios parientes, a los que llenaban de riquezas y colmaban
de cargos y de honores eclesiásticos sin tener en cuenta la dignidad moral ni la eficiencia de
gobierno, fue una verdadera plaga durante este período. El papa Calixto III hizo cardenal a su sobrino
Rodrigo Borgia, quien llegaría a ser Papa como Alejandro VI. El nepotismo del papa Sixto IV fue
probablemente el más escandaloso de todo el período. En la primera promoción de cardenales
(1471) concedió el capelo cardenalicio a dos sobrinos y más tarde hizo cardenales a otros cuatro
familiares, todos ellos indignos de ocupar un ministerio religioso y desprovistos de toda vida
espiritual. Al resto de su familia lo dotó de altos cargos y lo enriqueció a costa de los bienes de la
Iglesia.
Corrupción. Las debilidades morales de algunos papas fueron muy graves y escandalizaron a
toda la cristiandad. Con el papa Sixto IV, que había sido general de los franciscanos, comenzó la
época más desastrosa del papado después del siglo de hierro de la Iglesia (siglo X). Los papas se
convirtieron en príncipes seculares, entregados totalmente a la política y la corrupción. Entre otras
acciones, Sixto IV fue quien autorizó a los Reyes Católicos de España a implantar la Inquisición en
todo ese país (1478), con todas las consecuencias que ello tuvo para los judíos y los musulmanes, y
más tarde, para los protestantes. Calixto era español y le dio al papado del siglo XV sus rasgos más
funestos.
La corrupción de la Curia se incrementó con el ascenso al trono papal de Inocencio VIII (1484–
1492). Un colegio de cardenales completamente mundanalizado lo eligió Papa, en una elección que
no estuvo exenta de simonía. Un hijo suyo se casó con una hija de Lorenzo el Magnífico (Medici), y
las bodas se celebraron en el Vaticano con un lujo y derroche propios de un sultán. La corrupción y
compra de cargos en la Curia fueron frecuentes, y abundaron las bulas falsas y los privilegios falsos.
En 1489 se descubrió un tráfico ilegal de documentos papales, vendidos a buen precio por los
empleados de la Cancillería. Las finanzas pontificias llegaron a tal grado de corrupción, que fue
necesario empeñar la tiara pontificia y una buena parte del tesoro de San Pedro. El colegio
cardenalicio estaba plagado de parientes y partidarios, y compuesto por hombres ambiciosos y
ricos, divididos en bandos que prolongaban las intrigas pontificias en la ciudad y sus alrededores.
Por otro lado, Inocencio VIII fue responsable de una brutal caza de brujas a manos de la Inquisición,
que ocurrió a partir de la publicación de una bula suya (1484) en la que denunciaba fenómenos de
brujería y alertaba sobre su multiplicación por toda Europa, especialmente en Alemania.
Probablemente, de todos los papas renacentistas, ninguno fue tan corrupto como Rodrigo
Borgia, quien ascendió al trono de Pedro con el nombre de Alejandro VI (1492–1503), cuando tenía
más de sesenta años. Su elección fue escandalosamente simoníaca, porque directamente compró
el papado, y toda su vida y ministerio papal continuó siendo escandalosa. Había sido nombrado
cardenal por su tío, el Papa español Calixto III (1456), de quien recibió toda suerte de prebendas que
le producían notables ganancias. Llevó una vida de lujo oriental y siendo cardenal tuvo tres hijos con
una mujer romana desconocida, además de varios otros hijos con otras mujeres. Muchos de estos
hijos llegaron a ocupar lugares en la jerarquía de la Iglesia o recibieron títulos de nobleza.
Mundanalización. Los papas de este tiempo fueron más bien príncipes seculares que pastores
de almas. Algunos llegaron a considerar los estados y territorios de la Iglesia como propiedad
personal, de la que podían disponer a su antojo, incluso utilizando la guerra a favor de sus intereses.
Alejandro VI gobernó la Iglesia como si fuese un principado personal. Se lo consideraba un hombre
amable, genial y sumamente hábil para la política. Pero también demostró ser capaz de cometer
cualquier intriga o crimen contra quienquiera que se interpusiera a su interés personal o el de sus
hijos. Así es como entró en conflictos con los príncipes italianos, el rey de Francia, el emperador, el
rey de España e incluso el sultán turco. Designó a su hijo Juan como duque de Gandía, y le concedió
el ducado de Benevento, que pertenecía a los Estados Papales. Con su hijo César Borgia, a quien
nombró cardenal, usurpó la administración de los Estados Papales, encarceló, asesinó y envenenó
a todos los que se opusieron. Se sospechaba incluso que César había asesinado a su hermano Juan,
para ocupar su lugar. La hija preferida de Alejandro VI fue Lucrecia Borgia, una mujer que heredó la
afección de su padre por el escándalo y las intrigas, a las que agregó varios matrimonios y divorcios.
Otros papas se destacaron más por ser humanistas, más interesados en las artes y el
engalanamiento de sus palacios que en el cuidado de la Iglesia. Nicolás V invirtió grandes sumas de
dinero en la restauración de iglesias y en la compra de códices para la Biblioteca Vaticana, de la que
fue fundador. Su sucesor, Calixto III, favoreció también a humanistas como Lorenzo Valla, Eneas
Silvio Piccolomini (futuro papa Pío II) y otros. Con el papa Paulo II (1464–1471), sobrino de Eugenio
IV, un estupendo economista y un autócrata moderado, se profundizó el proceso de
mundanalización de la corte pontificia. El Papa se granjeó la antipatía de algunos humanistas, pero
agradó al pueblo de Roma por sus carnavales y su política de construcción. Paulo II se mostró más
interesado en la gastronomía exquisita, la moda lujosa y las fiestas suntuosas que en la
administración de la Iglesia.
MOVIMIENTOS DE REFORMA
_ Antecedentes medievales
El deseo de reforma. El deseo de una reforma de la Iglesia estaba bien generalizado durante el
siglo XV, pero tenía antecedentes en muchos individuos y grupos disidentes a lo largo de toda la
Edad Media. En general, estas manifestaciones de protesta anhelaban un cristianismo más auténtico
y fiel al Nuevo Testamento, pero también expresaban los reclamos de los sectores sociales más
oprimidos y que más sufrían los cambios que se estaban produciendo en la sociedad feudal.
Lógicamente, estos disidentes y rebeldes fueron considerados como herejes, especialmente por los
líderes eclesiásticos de su tiempo, que eran los principales custodios del sistema. La historia de estos
“reformadores” no es fácil de recuperar, pero la fe de casi todos ellos fue heroica, estuvieron
dispuestos a sufrir por su causa y es apasionante recordarlos.
La mayoría de estos disidentes medievales afirmaban creencias ortodoxas, pero sus reclamos
estaban ligados a cuestiones sociales y especialmente religiosas. A medida que la Iglesia se sumergía
en el paradigma de cristiandad, se institucionalizaba y entraba en competencia con los señores de
este mundo por el poder político y económico, la disidencia se fue generalizando. Para el siglo XII,
los cimientos sociales de la Iglesia se vieron sacudidos como consecuencia de las pestes y hambrunas
recurrentes, que desataron despertares místicos y sociales contra la jerarquía eclesiástica y contra
los grandes señores, seculares y eclesiásticos, a quienes se culpaba de provocar la ira de Dios con
sus atropellos, desmanes y vicios.
Un ejemplo de estos estallidos fueron los flagelantes de los siglos XI al XIV, que recorrían en
bandas los campos y ciudades de Francia, Italia, el norte de España, Flandes, Hungría e Inglaterra.
Así como se desgarraban el cuerpo a latigazos, estos exaltados se apoderaban también de los bienes
de la Iglesia, golpeaban o mataban a los sacerdotes y asaltaban casas y castillos. Otro ejemplo era
el caso de los bogomilas, que en el siglo X introdujeron a Bulgaria desde Oriente ideas maniqueas,
como arma ideológica de lucha de los siervos contra los señores. Sus creencias y prácticas se
difundieron entre siervos y artesanos de Rusia meridional, el resto de los Balcanes, Italia del norte
y el mediodía de Francia. En este último lugar, sus libros y ritos fueron traducidos a la lengua
vernácula. En 1167 se realizó cerca de Tolosa un concilio al que asistieron delegados bogomilas de
los Balcanes, que sostenían una actitud radicalmente anticlerical.
De las herejías dualistas, la más difundida y persistente fue la de los cátaros o albigenses. Los
cátaros ya eran conocidos en el sur de Francia en 1022, en el norte de Italia alrededor del 1032, y se
hicieron numerosos en Provenza alrededor del 1200. El papa Inocencio III lanzó contra ellos la
Cruzada Albigense, que comenzó con la excomunión del conde Raimundo VI de Tolosa (1207) y
continuó con una guerra, la predicación de los dominicos y finalmente la aplicación de la Inquisición.
Pedro de Bruys (m. 1130). Fue un predicador del sur de Francia (Languedoc), de principios del
siglo XII. Combinaba un ascetismo estricto con la negación del bautismo infantil; el rechazo de la
presencia real de Cristo en la Cena del Señor; el repudio de las ceremonias, los templos y los
crucifijos; y, la inutilidad de las oraciones a favor de los difuntos. Su enseñanza más importante fue
la fe personal en Cristo como único medio de salvación. Sus adversarios más encarnizados fueron
Pedro el Venerable (1092–1156) y Bernardo de Clairvaux, que se enfrentaron con él personalmente
y por escrito. Por haber quemado crucifijos, él mismo fue quemado vivo por el populacho enfurecido
entre los años 1120 y 1130. A sus seguidores se los llamaba “petrobrusianos.”
Enrique de Lausana (m. 1149). Fue discípulo de Pedro de Bruys y era un ex-monje y teólogo
benedictino. Predicó la vida ascética (pobreza y penitencia) y negó la validez de los sacramentos
administrados por sacerdotes indignos. Atacó la corrupción del clero y se opuso al pago de los
diezmos y las ofrendas a la Iglesia. Predicó en diversas partes del sur de Francia y fue declarado
hereje por el Concilio de Tolosa (1119). En 1135, después de ser tomado prisionero por el obispo de
Arlés, logró escapar y continuó su predicación. Uno de sus más encarnizados opositores fue
Bernardo de Clairvaux, quien fue enviado a combatir su predicación. Enrique fue arrestado y murió
en Tolosa en 1149.
Pedro Valdo (¿ –1217). Era un rico comerciante de Lión, que en 1176 abandonó sus bienes,
dejándolos a los pobres, y se dedicó a predicar. Un año más tarde ya tenía un grupo de seguidores,
que se autodenominaban los “pobres de espíritu” o “pobres de Lión.” Apelaron al Tercer Concilio
de Letrán (1179) solicitando permiso para predicar y aprobación para una traducción de la Biblia al
francés, pero se les negaron ambas cosas. Valdo, que era muy obstinado, consideró la negativa como
la voz del hombre contra la voz de Dios, y continuó predicando con sus compañeros. Por su
desobediencia fueron excomulgados, pero esto les valió nuevos adeptos. Fueron condenados como
herejes por el Cuarto Concilio de Letrán (1215).
Sus ideas más importantes fueron las siguientes. (1) La Biblia, especialmente el Nuevo
Testamento, era la única regla de fe y práctica, por eso la aprendían de memoria. (2) Rechazaban
como antibíblicas las misas y las oraciones por los muertos, y negaban el Purgatorio y los méritos de
los santos. (3) Defendían la predicación laica de hombres y mujeres y criticaban el uso del latín en
el culto. (4) Proclamaron el bautismo de creyentes. Los valdenses lograron sobrevivir en los valles
alpinos de Francia e Italia. Más tarde se convirtieron al calvinismo y continúan hoy como una
denominación evangélica reconocida.
_ Precursores de la Reforma
Juan Wyclif (1329–1384). Era un inglés educado en Oxford, donde alcanzó renombre como
erudito. Allí enseñó filosofía y teología. Escribió mucho sobre la Iglesia y el Estado, sobre lo que
estaba mal en ambas esferas y cómo corregirlo. Basaba su enseñanza en la idea de lo que llamaba
el “dominio de la gracia” que, según él, significaba que toda propiedad o poder venía de Dios y
quedaba en el ser humano utilizarlos correctamente, porque si eran usados mal se perdían.
“Correctamente” significaba de acuerdo con la Ley de Dios, tal como se la encuentra en la Biblia. Si
se usaba correctamente lo que Dios había dado al ser humano, entonces se estaba bajo el “dominio
de la gracia.”
Sus ideas parecían inofensivas y ortodoxas, pero había en sus escritos una severa crítica a los
abusos de la Iglesia, su riqueza, los impuestos papales que drenaban a su país y la misma autoridad
papal. Gente de todo tipo y clases sociales escuchaba con interés la prédica de Wyclif, porque
expresaba muchos de sus propios sentimientos. Muchos estaban de acuerdo con él en que la
religión de la Biblia era muy diferente de la que tenían a su alrededor. Las noticias de esto llegaron
a Roma y el Papa (Urbano V) envió instrucciones al arzobispo de Canterbury y al obispo de Londres
para que advirtieran al rey (Eduardo III) y a los nobles contra Wyclif, y que lo arrestaran y enviaran
a Roma para ser juzgado (1377). Pero Wyclif tenía amigos poderosos y era la figura universitaria más
notoria en Oxford. Por eso no se tomó ninguna medida hasta 1382, cuando el arzobispo de
Canterbury condenó su enseñanza. Wyclif se retiró de Oxford para ir a Lutterworth como párroco,
donde murió en paz en 1384.
Las ideas más revolucionarias de Wyclif tenían que ver con la Iglesia y la Biblia. En cuanto a la
Iglesia, su modelo era la iglesia del Nuevo Testamento. Por eso, el poder temporal y las riquezas
eran una ruina para la Iglesia, y el Estado debía incautarse de las posesiones eclesiásticas y contribuir
con un subsidio para el sostenimiento del culto y del clero. Al producirse el Gran Cisma de Occidente,
Wyclif se declaró no solamente en contra de los dos papas, Urbano VI y Clemente VII, sino en contra
del papado en cuanto institución. Según él, la verdadera Iglesia era la “elegida” y estaba constituida
por aquellos que habían sido predestinados por Dios para ser salvos. En contraste con la Iglesia
visible (jerarquía y fieles), esta elección era invisible y sólo Dios la conocía. Ningún ser humano, ni
siquiera el Papa “conoce si es de la Iglesia o si es un miembro del Diablo.” Además, Wyclif afirmaba
que Cristo era la única cabeza de la Iglesia. En consecuencia, la excomunión del Papa sólo afectaba
a aquél que ya había sido excomulgado por Dios. Por otro lado, todos los fieles eran sacerdotes y no
sólo aquellos que formaban parte del clero. Respecto a los sacramentos, Wyclif negó la
transubstanciación, si bien creía en la presencia real de Cristo, aunque no “materialmente o
corporalmente.” También condenó a la confesión como una institución diabólica, rechazó el celibato
sacerdotal y monacal como inmoral y nocivo para la Iglesia, y combatió las indulgencias, el culto de
los santos y las misas por los difuntos.
En cuanto a la Biblia, Wyclif tenía el más alto concepto de ella como la Palabra inspirada de Dios.
La contribución más positiva y permanente de Wyclif tuvo que ver precisamente con la Biblia, a la
que consideraba como autoridad final para la doctrina y la práctica cristianas. Para Wyclif, la Biblia
era la única fuente de la revelación. Por eso era importante que todos pudieran leerla y estudiarla
en su propio idioma. Entre los años 1382 y 1384 se hizo una traducción de la Vulgata al inglés, en la
que Wyclif tuvo una participación importante. Esta versión bíblica tuvo una gran circulación y ejerció
una importante influencia en el pueblo inglés.
Según él, la Biblia debía ser predicada al pueblo. Todavía no había imprenta y para llevar el
evangelio al pueblo, Wyclif comenzó a enviar a sus seguidores como predicadores, vestidos de
campesinos, con un báculo en la mano y de dos en dos. Estos predicadores llevaban copias de
pasajes bíblicos, que leían a las multitudes y luego los enseñaban de memoria. En el año 1408 el
arzobispo de Canterbury condenó las doctrinas de Wyclif y su traducción de la Biblia, y prohibió la
predicación sin licencia episcopal. Algunos seguidores de Wyclif, llamados “lolardos”, fueron
quemados, pero la semilla ya había sido sembrada. El pueblo ya sabía lo que era tener la Biblia en
su propio idioma.
Juan Huss (1373–1415). Bohemia (República Checa) era un estado eslavo dentro del Sacro
Imperio, en el que comenzó un movimiento de reforma similar al de Wyclif, caracterizado por un
retorno a la Biblia. El movimiento de renovación espiritual estuvo también acompañado de un
avivamiento del espíritu nacional. Al fundarse la Universidad de Praga (1348) llegaron, con algunos
profesores franceses, las ideas de reforma del clero, para terminar con los abusos en la Iglesia. Los
obispos en el país eran casi todos alemanes y no cumplían con el deber de la residencia, es decir, la
Iglesia checa estaba casi sin pastores.
Juan Huss era un sacerdote educado en la Universidad de Praga, donde llegó a ser profesor de
filosofía (1396) y más tarde rector (1402). Huss se transformó en el líder de dos movimientos: la
reforma religiosa y el nacionalismo checo. Huss era un gran predicador, que declaraba el señorío de
Cristo y no el de Pedro, y que de esta manera se opuso a todo lo que consideraba antibíblico en el
papado y en la Iglesia. El movimiento husita fue ayudado por los acontecimientos en Inglaterra, ya
que por el casamiento del rey inglés (Ricardo II) con una princesa de Bohemia (Ana), en 1382, se
iniciaron relaciones académicas entre las universidades de Oxford y Praga, la más importante del
Imperio. En Oxford los estudiantes checos recibieron la gran influencia intelectual y reformadora de
Wyclif y los lolardos. Huss mismo siguió la mayor parte de las doctrinas de Wyclif.
Mientras Huss estaba preso en Constanza, en Praga sus seguidores se dividieron en dos partidos:
uno aristocrático, conocido como los utraquistas, y el otro más radical y democrático conocido como
los taboritas. Los utraquistas contaban con el apoyo del rey Wenceslao y los nobles. Eran partidarios
de la comunión bajo las dos especies del pan y del vino (sub utraque specie) en la celebración de la
eucaristía. Los taboritas tomaron su nombre de la ciudad de Tabor, y vencieron a los ejércitos
papales que intentaron una Cruzada contra ellos (decretada por una bula del papa Martín V en
1420). Del movimiento husita se desarrolló, a partir de mediados del siglo XV, la Unitas Fratrum,
que absorbió lo más importante del movimiento husita, y llegó a ser la antecesora espiritual del
movimiento moravo posterior.
Todos estos movimientos representaban un profundo reclamo de libertad de todo tipo de
opresión: religiosa, política, económica, social y cultural. Europa estaba cambiando; toda una
manera de entender la realidad y de estructurar la sociedad se estaba desplomando. Desde abajo
hacia arriba olas tras olas de levantamientos religiosos y sociales como el de los husitas taboritas,
expresaban el ideal de libertad de todo tipo de opresión y abusos de las grandes masas.
Alfred Weber: “Las guerras taboritas de los husitas no hubieran podido, a pesar de las
oposiciones nacionales, encender aquel indomable fanatismo que no dejó respirar a la
Alemania del sur durante diecisiete años y que, al mismo tiempo, la empapó con ideas
husitas, si no hubiera sido porque allí y entonces actuó eficazmente la primera gran fusión
de la voluntad popular de libertad con un mundo de ideas, revestido de ropaje religioso,
que se proyectó sobre aquel afán de liberación.”
Por otro lado, todos estos movimientos buscaban reformar a la Iglesia, que como institución
estaba sumida en la crisis más profunda de toda su historia hasta aquel momento. Pero hacia fines
del siglo XV todas las esperanzas de una Iglesia mejor terminaron por desvanecerse. Como vimos,
en 1493, Rodrigo Borgia, un hombre irreligioso e inmortal, tomó la corona pontificia con el nombre
de Alejandro VI. Roma se encontró nuevamente en manos de un principado italiano, gobernada por
un príncipe mundano y necesitada de una profunda limpieza. El trabajo reformista de Nicolás II,
León IX, Gregorio VII o Inocencio III fue como si no hubiese existido nunca. Pero, ¿quién iba a hacer
ahora la limpieza? La baja condición moral de la Iglesia y el papado, y el crecimiento de la disidencia
y el nacionalismo demandaban la voz y la acción de un reformador. El mundo estaba preparado para
la llegada de Martín Lutero.
RETROCESO EN ORIENTE
El primer retroceso del cristianismo en Oriente se produjo a partir del siglo VII, con el avance
del Islam. El Islam ocupó la mitad del territorio que había sido del Imperio Romano y desplazó al
cristianismo de esas tierras en muchos casos en forma permanente. El Islam llegó también a ocupar
territorios hasta entonces más o menos cristianos en Asia oriental, central y próxima. En el siglo XI,
los turcos selyúcidas invadieron Asia Menor y provocaron las Cruzadas. Si bien las Cruzadas no
lograron sus objetivos principales, consiguieron contener la expansión musulmana hacia Occidente.
Hemos visto también la oportunidad que perdió el cristianismo durante el imperio de los Khanes
mongoles (1269–1294), y cómo las provincias occidentales de este imperio se hicieron musulmanas.
A fines del siglo XIII, otras tribus turcas, al mando de Otmán u Osmán, invadieron nuevamente Asia
Menor y después de destruir a los selyúcidas, ocuparon sus territorios y dejaron constituido un
imperio que se llamó otomano u osmanlí y que se caracterizó por su ferocidad y su fanatismo
religioso. Hacia 1368, con la expulsión de los mongoles de China por la dinastía Ming, los extranjeros
se vieron forzados a emigrar hacia Occidente y por segunda vez el cristianismo desapareció de la
China.
El avance turco otomano fue detenido por la invasión de los mongoles tártaros procedentes de
Asia Central, cuando un musulmán conocido como Tamerlán o Timur tomó el poder (1370). Sus
ejércitos saquearon toda Asia destruyéndolo todo, al punto que redujeron su población. Sometieron
todo el Cercano Oriente, Irán, Rusia, norte de India, incluso atacaron a los turcos otomanos, a
quienes vencieron en la batalla de Angora (1402). Los que escaparon de la masacre fueron
absorbidos por el Islam.
_ La caída de Constantinopla
A pesar del avance otomán, la vida religiosa de los Balcanes no decayó demasiado. En la segunda
mitad del siglo XIV la Iglesia Búlgara experimentó un avivamiento notable, con un aumento de la
literatura cristiana en idioma eslavo, bajo el patriarca de Constantinopla. La Iglesia Ortodoxa de
Servia también experimentó avivamiento al constituirse en patriarcado bajo el reinado del rey
Dushan. Bajo el dominio otomano, la Iglesia Servia se transformó en el símbolo del nacionalismo
servio. En Albania, por el contrario, la población se convirtió al islamismo.
Constantinopla se salvó del saqueo otomano en el siglo XIV porque Tamerlán, como vimos,
invadió Asia Menor y destruyó al Estado otomano. Les llevó cincuenta años a los turcos recuperarse,
pero después de la muerte de Tamerlán lo lograron. Obtenida su independencia, se dispusieron a
continuar con su política expansiva. En 1453, el sultán Mahoma II puso sitio a Constantinopla. La
lucha duró dos meses y finalmente la ciudad sucumbió bajo los otomanos. El emperador
Constantino XI luchó hasta el último momento pero cayó junto con su Imperio.
El último baluarte cristiano en Oriente, que había sobrevivido como capital del Imperio Romano
cristiano, estaba ahora en manos musulmanas al igual que las poblaciones cristianas del sudeste de
Europa. Este estado de cosas se mantuvo en algunos casos hasta fines de la Primera Guerra Mundial,
en 1918. La capital cristiana de Constantino cambió su nombre por el de Estambul y su templo más
extraordinario, la Iglesia de Santa Sofía, fue transformada en mezquita. El dominio de los otomanos
sobre toda la península Balcánica y Asia Menor provocó, directa o indirectamente gran cantidad de
transformaciones en todos los órdenes de la vida, y por ello este acontecimiento ha sido tomado
como punto de partida de una nueva edad histórica.
VITALIDAD EN OCCIDENTE
Nuevo saber. Avivamiento del saber o Renacimiento son los nombres que se han dado a este
fenómeno. El redescubrimiento de la cultura greco-latina estimuló, primero en Italia y luego en el
resto de Europa, el surgimiento de un nuevo arte manifestado en la pintura, la arquitectura, la
escultura y la literatura. Los eruditos se interesaron por el estudio de la historia, la crítica histórica
y literaria, y la investigación e invención científica.
La mística alemana tuvo en este período su desarrollo literario más pleno. Una de sus
características más importantes fue una lucha intensa en la vida presente por trascender lo humano,
y lograr un estado de perfecta unión y comunión con Dios. La doctrina fundamental de los místicos
era el carácter absoluto de Dios y la insignificancia humana. Sus más excelsos representantes, la
mayor parte de ellos frailes dominicos, procuraron formular las vías para alcanzar una comunión
con Dios perfecta. Entre ellos cabe mencionar a Juan Ruysbroeck (1293–1381), Meister Eckhart
(1260–1327) y Juan Taulero (1300–1361). Sin embargo, la obra más difundida fue la Imitación de
Cristo, de Tomás de Kempis (1380–1471), una de las grandes obras devocionales de todos los
tiempos.
Albert Henry Newman: “Los escritos y sermones de los místicos alemanes hicieron una
profunda impresión sobre las mentes de un gran número de cristianos. Comparativamente
pocos fueron conducidos al extremo de la contemplación mística al cual llegaron los líderes.
Pero una fuerte corriente de una vida cristiana celosa, en oposición al cristianismo exterior
y formal que prevalecía, surgió de estos hombres y fue perpetuada por sus escritos. No fue
todavía una manera totalizadora de ver al cristianismo. Sin embargo, fue muy efectivo en
su oposición al formalismo muerto en el que el cristianismo había caído.”
El idealismo literario alcanzó su más alta expresión con dos autores italianos, Dante Alighieri y
Francisco Petrarca. En Dante Alighieri todo era medieval: su concepción del futuro del ser humano,
su fe en Dios, su noción política, y su amor sublimado a las más altas esferas. Dante escribió un
tratado, De monarquía, a favor de una monarquía universal encarnada en los emperadores
germánicos, y un tratado teológico de profunda raíz escolástica. Pero su obra más importante fue
la Divina Comedia (1307), poema de carácter alegórico, en el que personificaba al alma humana que,
guiada por la razón (representada por Virgilio) conocía el mal, los vicios y sus diversas
manifestaciones, así como los castigos de sufrían en el Infierno quienes se dejaron arrastrar por
ellos. Arrepentida, el alma era llevada al Purgatorio, donde se purificaba y conseguía la perfección
antes de que por la gracia y la teología (representada por Beatriz) pudiera conocer el misterio de la
Trinidad y la felicidad de contemplar a Dios. En esta obra, las ideas teológicas, las ciencias y la poesía
alcanzan un grado sublime. La obra representa el espíritu humanista cristiano del siglo XIII.
El otro escritor destacado fue el poeta y humanista Petrarca. Escribió Secretum, posiblemente
inspirada en las Confesiones de Agustín de Hipona, y Los triunfos, que es una visión alegórica
típicamente medieval. Petrarca escribió en latín y en lengua vernácula, y con su trabajo inició la
poesía renacentista e influyó sobre toda la lírica europea moderna.
La invención de la imprenta en 1450 permitió a más personas participar de este nuevo saber.
Los navegantes competían unos con otros en sus viajes de exploración y descubrimiento. Todo esto
elevó el nivel de educación y conocimientos y aumentó el interés de las personas por el mundo.
Todo esto resultó sumamente amenazador para la Iglesia y el papado, que a lo largo de los siglos se
habían considerado los únicos poseedores y administradores de la verdad y, en consecuencia, de la
educación.
Paul Johnson: “De esta forma, el Nuevo Saber chocó por primera vez con la Iglesia
establecida. Pero el conflicto era inevitable. Ahora, los hombres podían estudiar los textos
griegos y hebreos originales, y compararlos con la versión recibida en latín y considerada
sacrosanta durante siglos en Occidente … Cuando los hombres comenzaron a mirar los
textos con criterios diferentes, advirtieron muchas cosas que los incomodaron o
entusiasmaron. El mensaje del Nuevo Saber de hecho era éste: gracias a la acumulación del
saber alcanzaremos una verdad espiritual más pura.”
Nuevas tierras. En Europa misma, los Reyes Católicos (Isabel de Castilla y Fernando de Aragón)
lograron la reconquista total de su territorio en España de manos de los musulmanes (1492), a
quienes expulsaron al igual que a los judíos. Los que se quedaron fueron obligados a hacerse
cristianos. La victoria definitiva de la Reconquista no sólo significó la integración territorial de la
Península Ibérica sino también la configuración territorial de la Europa cristiana. La cristiandad
europea occidental por fin contaba con un territorio sin la presencia de pueblos con una fe diferente
o ajena al cristianismo.
Fuera de Europa, en el siglo XV los europeos navegaron hacia el sur de África y Asia por primera
vez. A fines de este siglo y comienzos del siguiente los marinos europeos descubrieron el continente
americano y las islas del Pacífico. Pronto se inició el comercio con estos territorios, hasta que esto
se transformó en la actividad más importante. El avance de los europeos sobre nuevas tierras de
ultramar fue posible gracias a varios desarrollos técnicos importantes durante el siglo XV. La
cartografía mejoró notablemente gracias al cambio revolucionario provocado por Nicolás Copérnico
(1473–1543), quien rechazó la tradicional comprensión “geocéntrica” del universo y planteó su
teoría “heliocéntrica.” Entre otras cosas, ésta cosmovisión le quitó a la astrología, muy popular por
aquel entonces, todo fundamento.
A partir de aquí y debido a la influencia que la “revolución copernicana” tuvo sobre los marinos
portugueses y españoles, o al menos aquéllos al servicio de la Península Ibérica, comenzó la
búsqueda comprobatoria de las teorías expuestas sobre la esfericidad de la Tierra, por diferentes
estudiosos, escritores y cartógrafos. Cristóbal Colón no fue ajeno a la literatura de la época. Pero
recién en el primer viaje de circunnavegación iniciado por Magallanes y llevado a feliz término por
Elcano, pudo afirmarse fehacientemente que la Tierra era una esfera.
Nueva vida. Después del 1200 comenzó a sentirse la necesidad de una profunda renovación en
la Iglesia occidental. Monjes y frailes, laicos y rebeldes, teólogos y oficiales de la Iglesia trataron de
reformarla. Se lograron algunos cambios importantes, pero quedaron pendientes muchos
problemas serios. Al fin de los mil años, en diferentes lugares y por diferentes razones, mucha gente
todavía veía la necesidad de una reforma en la Iglesia. Los caminos que se ensayaron para lograrlo,
como vimos, fueron diversos. Algunos optaron por el levantamiento social y violento; otros
siguieron el camino de la protesta religiosa y la disidencia. Todos los sectores sociales estuvieron
involucrados en los procesos de cambio y sintieron la necesidad de vitalizar a una Iglesia que parecía
moribunda. Desde sus filas, hubo quienes propusieron los caminos del conciliarismo, el misticismo
y el humanismo, como vías posibles para darle a la Iglesia una vida nueva, y esto preparó el camino
para el período de reformas que vendría a partir del siglo XVI.
Sociales:
- Contraste entre las minorías—clero y nobleza—y la enorme masa de pequeños burgueses,
artesanos y campesinos.
Económicas:
- Búsqueda de nuevas rutas de comercio, por el cierre del mar Mediterráneo, aparición de
empresas, bancos y casas de cambio, principio de la economía capitalista (capitalismo
comercial).
Políticas:
Técnicas:
Culturales:
- Desarrollo de las lenguas vernáculas y las controversias religiosas por la traducción de la Biblia
y la predicación al pueblo en su lengua.
Religiosas:
- Cuestionamiento de la autoridad del clero y el Papa, lo que aceleró el rompimiento de la
unidad del cristianismo.
_ Nuevas modalidades
Estos tres movimientos (nuevo saber, nuevas tierras, nueva vida) determinaron las nuevas
modalidades que la Iglesia habría de asumir en la nueva edad, la Edad Moderna. El Renacimiento
llevó a la gente a pensar acerca del mundo, la historia de su país y en sí mismos de una manera
nueva, y esta nueva manera de pensar afectó su fe. El segundo movimiento puso a los europeos en
contacto con cinco continentes y numerosos pueblos, y esto abrió el camino para pensar en una
Iglesia realmente “mundial”, pero al mismo tiempo llevó a la dominación colonial de la mayor parte
del mundo por los europeos occidentales. El tercer movimiento llevó a la división de la Iglesia en
Europa occidental y al desarrollo de diversos intentos reformistas.
De todos los factores apuntados, posiblemente el más importante como gestor de profundos
cambios en la cristiandad occidental fue el humanismo. Partiendo de la base de que los valores
humanos constituyen el centro fundamental de la sociedad, los humanistas proyectaron su atención
sobre la antigüedad clásica y se dedicaron al estudio del ser humano y de su obra. Estaban decididos
a encontrar los ideales o modelos de las formas humanas, literarias, artísticas, históricas, filosóficas
y religiosas, que les sirvieran de ejemplo y paradigma para promover una educación y un estilo de
vida humanístico y cristiano. En general, sus intenciones no eran meramente académicas, sino que
procuraban la defensa del ser humano ante la amenaza que representaba para su libertad moral y
espiritual, la excesiva preponderancia de los valores secundarios: económicos, políticos o biológicos.
Por cierto, los humanistas aspiraban también a liberar a la fe cristiana de toda opresión clerical,
eclesiástica y dogmática.
El humanismo fue una revuelta contra muchos aspectos del pensamiento y la sociedad
medieval. Los humanistas consideraban que la cultura de la Edad Media era obsoleta e inadecuada.
El centro de la vida se había desplazado del campo a la ciudad. La economía natural antigua basada
sobre el trabajo de la tierra había sido suplantada por una nueva economía que se nutría del
comercio, la artesanía y una población urbana. El capitalismo comercial estaba naciendo y los
burgueses urbanos estaban reemplazando a la nobleza como líderes de la comunidad. Al irse
complicando cada vez más las bases materiales de la estructura social, los ideales tradicionales
comenzaron a sufrir un profundo proceso de transformación. Por ello mismo, los humanistas
admitían la necesidad de liberar a la Iglesia de las superestructuras mundanas e históricas que
parecían deformarla, y querían desatar a la cultura cristiana de sus vínculos con las deformaciones
provocadas por la filosofía medieval (escolástica) y las supersticiones. Para ello, procuraron formular
una síntesis de la cultura clásica, preferentemente de orientación platónica, con el cristianismo. En
este sentido, los humanistas fueron la partera de una nueva cultura, la cultura del Renacimiento, y
de una nueva Iglesia, la Iglesia de la Reforma.
Este resultado inesperado y desafortunado, que separó a los protestantes y los católicos, no
sólo fue irreversible, sino que más tarde continuó con su proceso divisionista con el surgimiento del
denominacionalismo (a partir de la segunda mitad del siglo XVIII). Esto, a su vez, llevó bastante más
tarde a otro movimiento que procuró reunir la Iglesia dividida sin lograrlo: el movimiento ecuménico
(segunda mitad del siglo XX).
_ El segundo retroceso
Hacia el año 1500 terminaron los “mil años de incertidumbre” con un futuro que no era menos
incierto. Alguien contemplando la realidad del cristianismo en el mundo al filo del año 1500 y
proyectando su mirada hacia atrás a los diez siglos precedentes y hacia delante al futuro que podía
anticiparse, hubiese visto un panorama oscuro y deprimente. Si bien aquí y allí habría descubierto
algunas luces brillando con pálido esplendor, el conjunto se le habría presentado desolador, tanto
en Oriente como en Occidente.
La Iglesia Ortodoxa Oriental. Mientras España era poco a poco recuperada totalmente para el
cristianismo a través de los largos y penosos años de la Reconquista, la Iglesia Oriental sufría los
estragos producidos por el Islam. Para el año 1500 los turcos otomanos musulmanes ya habían
cruzado a Europa y habían colocado una cuña en la cristiandad europea, que todavía avanzaría más
en las primeras décadas del siglo XVI. Constantinopla ya había caído en el año 1453 y se perdió de
manera definitiva para la fe cristiana. Sin el Imperio Bizantino que la había sostenido, la Iglesia de
Oriente estaba maltrecha y sólo habría de encontrar vitalidad y fuerza en Rusia y a través del
movimiento monástico que se desarrolló allí.
La Iglesia Católica Romana. Para el año 1500 esta Iglesia acababa de dividirse debido a conflictos
de tipo nacional. El nacionalismo era ahora el nuevo factor perturbador y todavía habría de
ocasionar mayores problemas para la institución eclesiástica. Poco a poco el papado iba perdiendo
poder e influencia sobre los nuevos reinos nacionales, que se tornaron cada vez más absolutistas y
seculares. Las cumbres de prestigio y poder de poco tiempo atrás se habían perdido definitivamente
y nunca más habrían de recuperarse.
La Iglesia Ortodoxa Oriental. Esta Iglesia encontró un nuevo respaldo en el Gran Ducado de
Moscú. Liberado de la subordinación a los mongoles de la Horda de Oro (ahora musulmanes) hacia
el año 1400, el patriotismo ruso encontró su unidad nacional en torno a la religión cristiana. Cuando
cayó Constantinopla (la Segunda Roma), Moscú fue proclamada como la Tercera Roma, y su
gobernante recibió el título de Zar (César). Desde esta nueva capital se produciría un nuevo
movimiento de expansión cristiana hacia Oriente.
La Iglesia Católica Romana. Manifestó dos señales de nueva vida. Las voces que se levantaban
en rebelión contra Roma no eran sólo negativas y destructivas. Las enseñanzas de Wyclif viajaron
de Oxford a Praga y sus ideas se difundieron ampliamente por toda Europa. Wyclif y Huss abogaban,
entre otras cosas, por un retorno a la Biblia. Este énfasis fue por demás de significativo ya que
proveyó al período de la Reforma de uno de los secretos de su renovado vigor cristiano. Con la
invención de la imprenta, los libros pudieron ser leídos por un número mayor de personas, y esto
significó una rápida difusión de la Biblia y las nuevas ideas. Todo esto dio comienzo a un movimiento
de nueva vida en una cristiandad hasta entonces decadente, y habría de ser una de las razones del
próximo avance del cristianismo.
El cierre de Asia por los musulmanes afectó al comercio europeo e hizo necesaria la búsqueda
de nuevas rutas hacia Oriente. Antes de terminar este período esas rutas fueron halladas. España
envió a Colón en procura de Oriente por el oeste en 1492; Portugal envió a Vasco de Gama en
procura de Oriente por el sur, siguiendo el litoral africano, en 1497. Ambos esfuerzos representaban
a un mundo nuevo que se abría y ampliaba. Apareció también un nuevo celo cristiano en la vida y
la devoción de la cristiandad occidental. Bajo los auspicios de las mayores potencias de entonces,
España y Portugal, la Iglesia Católica Romana comenzó un nuevo y más amplio movimiento
misionero, siguiendo las nuevas rutas abiertas por los descubridores y conquistadores. Ésta llegará
a ser la expansión territorial más grande que experimentará cristianismo en todos los siglos hasta
entonces. Una nueva era estaba comenzando.
GLOSARIO
abuna: del árabe, que quiere decir “padre nuestro,” era el obispo o jefe de la Iglesia abisinia o etíope.
beneficio eclesiástico: cualquier cargo eclesiástico; renta anexa al mismo. Conjunto de bienes cuya
renta es propiedad de un clérigo que generalmente ostenta una dignidad eclesiástica
(frecuentemente canónigos); normalmente esta renta era vitalicia.
Camera: o Cámara Apostólica era el erario o tesoro de la Santa Sede y la junta que los administraba.
Estados Generales: nombre dado en Francia a las Asambleas generales de la nación que se
constituían con la nobleza, el clero y el tercer estado (estado llano) del reino, convocados por el rey
para tratar con él asuntos importantes concernientes al bien del Estado. Terminaron en 1789.
estamento: estrato social de carácter más cerrado y rígido que el de una clase social y menos que
el de una casta. La sociedad feudal de la Europa medieval constituyó el modelo primario del sistema
estamental. Los derechos y deberes de los miembros de un estamento estaban definidos por ley y
la pertenencia al mismo era principalmente de carácter hereditario. Sin embargo, existía alguna
posibilidad de movilidad ascendente, no tanto entre estamentos como dentro de los mismos,
debido a que cada uno incluía una amplia variedad de ocupaciones y niveles socioeconómicos.
flagelantes: grupos que en la Edad Media estaban bajo la influencia de una forma de histeria
religiosa y practicaban una penitencia rigurosa andando descalzos y azotándose el cuerpo hasta
sangrar. Su surgimiento estuvo ligado a épocas de plagas y hambrunas, especialmente la Peste
Negra de mediados del siglo XIII.
humanismo: término genérico que designa la actitud mental y espiritual de considerar al ser
humano como el eje esencial a cuyo alrededor gira la vida filosófica, literaria, artística, científica,
política y religiosa.
iglesia autocéfala: aquella iglesia nacional que forma parte de la Iglesia Ortodoxa Oriental y está en
comunión con Constantinopla, pero es gobernada por su propio sínodo nacional.
iglesia uniata: iglesia del rito oriental que, independientemente de mantener una serie de normas
propias en materia litúrgica y administrativa, aceptan la jurisdicción universal del Papa.
legado: representante que una suprema potestad civil o eclesiástica enviaba a otra. Un legado papal
era generalmente un cardenal enviado extraordinariamente por el Papa para que lo representara
cerca de un gobierno o en un Concilio.
mamelucos: del árabe “esclavo”. Eran descendientes de turcos de Rusia que habían sido vendidos
a Egipto. Muchos se hicieron soldados en el ejército egipcio y ascendieron en sus rangos. En 1250
derrocaron al sucesor de Saladino y establecieron un nuevo sultanato, que se extendió militarmente
por todo Egipto y Palestina, Siria y partes de Armenia.
pirámide social: estratos sociales concebidos como formando, aproximadamente, una pirámide,
con los estratos más bajos (que son los más numerosos) en la base y las clases altas (menos
numerosas) en la cúspide (la parte más estrecha).
prebenda: parte de la propiedad o de las rentas de una catedral o de una colegiata (iglesia colegial
atendida por un grupo de clérigos) asignada a una canonjía de esa catedral o colegiata.
UNIDAD 3
INTRODUCCIÓN
El período entre los años 1350 y 1500 se caracteriza por la segunda declinación en la historia del
cristianismo, debida en buena medida a los triunfos de los musulmanes en Asia Central y a la ruptura
del ordenamiento y equilibrio que caracterizó a la alta Edad Media en Europa occidental.
José Luis Romero: “Las postrimerías del siglo XIII señalan a un tiempo mismo la culminación
de un orden económico, social, político y espiritual, y los signos de una profunda crisis que
debía romper ese equilibrio. Quizá sea exagerado ver en las Cruzadas el motivo único de esa
crisis, que sin duda puede reconocer otras causas; pero sin duda son las grandes
transformaciones que entonces se produjeron en relación con ellas y en todos los órdenes
las que precipitaron los acontecimientos.”
Para la cristiandad en Occidente las cosas no fueron mejores. A principios del siglo XIV comenzó
un largo período de profundas crisis y graves conmociones, que se prolongarían hasta fines del siglo
XV. Los abusos de la Iglesia habían llegado a un nivel insoportable. El Cautiverio Babilónico de la
Iglesia, con el papado en Aviñón (Francia), entre los años 1305 y 1376, colocó a la Iglesia bajo el
dominio de Francia a pesar de su ideal de ser supranacional. Este escándalo fue seguido por otro
peor entre 1378 y 1415, conocido como el Gran Cisma o Cisma Papal, cuando hubo dos papas, uno
en Aviñón y el otro en Roma, y los nuevos países se ponían de parte de uno u otro conforme con sus
intereses políticos o económicos. Además, a la crisis eclesiástica se agregaron en estos dos siglos
diversos flagelos, como sequías, inundaciones y epidemias. Fueron tiempos difíciles en los que la
Peste Negra, la Guerra de los Cien Años, el ataque de los turcos otomanos a Europa y otros conflictos
políticos, sociales y económicos llevaron a un estado de caos e incertidumbre.
La Peste Negra fue una de las causas más importantes que provocaron la crisis del siglo XIV. Esta
pandemia de peste bubónica fue traída de Oriente en naves genovesas, que arribaron a Mesina en
1347. La enfermedad se expandió con rapidez por el continente europeo, favorecida por el mal
estado sanitario y el hacinamiento en los centros urbanos, y en menos de tres años produjo la
muerte de más de veinticinco millones de personas. En algunos lugares de Europa la población
disminuyó en dos tercios, con lo cual hubo una reducción drástica de la mano de obra y grandes
extensiones de tierra quedaron sin cultivar. Hubo también una baja de los precios agrícolas y
aumentaron los gastos de explotación. La falta de mano de obra, las malas cosechas y la carencia de
recursos y reservas hicieron que aumentara la escasez, el hambre, la depresión económica y los
conflictos sociales. El flagelo de la Peste Negra recién declinó en el año 1351. No es de sorprender,
entonces, que se oyeran voces de protesta y rebeldía, especialmente en los países enemigos de
Francia, como en Oxford con Juan Wycliff y en Praga con Juan Huss.
Un nuevo y poderoso factor se agregaba a los muchos que querían romper el viejo sistema
feudal y la opresión del papado romano, llegando a amenazar la unidad de la cristiandad: el
creciente sentido de nacionalismo. En el camino de esta creciente tendencia siguió un período de
Concilios, en el que pareció abrirse un proceso de desarrollo hacia una cristiandad unida bajo la
dirección del Papa y un Concilio, que representaría los diversos intereses nacionales. Pero para 1459
el Papa había hecho de esto algo imposible. Al frustrarse la posibilidad de un cambio gradual no
quedó otro camino que el de la revolución, y la Reforma fue esa revolución.
A comienzos del siglo XIV, el Imperio Bizantino, que había estado ligado a la Iglesia Griega por
unos mil años, disminuyó rápidamente frente a la agresividad de los turcos otomanos. Los monarcas
bizantinos intentaron unirse a Occidente en contra de la amenaza turca. Incluso estuvieron
dispuestos a poner a un lado las diferencias teológicas y la autonomía religiosa y reconocer la
primacía del obispo de Roma a fin de conservar su independencia política. Los líderes religiosos
orientales, especialmente los monjes, no pudieron ver la amenaza política y militar que
representaban los turcos otomanos y continuaron sosteniendo sus costumbres religiosas. En
algunos casos, prefirieron capitular ante los turcos antes que aceptar las costumbres religiosas de
Occidente. Mientras tanto, los turcos avanzaban inexorablemente en sus conquistas: en 1326
capturaron Brusa, en 1329 tomaron Nicea y en 1337 Nicomedia.
Los intentos del emperador Andrónico III (1328–1341) y más tarde de Ana de Saboya, que actuó
como regente en lugar de su hermano Juan V Paleólogo (1341–1391), para tratar de resolver el
cisma entre Oriente y Occidente fueron en vano. Juan I viajó a Italia en procura de ayuda, pero fue
apresado como deudor en Venecia. Su hijo, Manuel II Paleólogo (1391–1425) también visitó
Occidente y rogó la ayuda del Papa contra los turcos. Logró que los occidentales tomaran conciencia
del peligro y enviaran un ejército a los Balcanes, que fue derrotado.
En 1397 los turcos sitiaron Constantinopla, que se salvó porque Timur o Tamerlán el tártaro
(1336–1405) los atacó en el Este y en 1402 el sultán fue derrotado y capturado por los mongoles de
la Horda de Oro. Timur era un oficial militar turco de fe musulmana en la región cercana a
Samarcanda al servicio del khan mongol, que se hizo del poder con la caída de los mongoles
occidentales. A partir de 1365 comenzó a tomar el control de los territorios mongoles y en unas
pocas décadas llevó a sus ejércitos a través de Irán, India, Mesopotamia, Siria, Anatolia y Georgia.
Desde Rusia hasta la India la gente sufrió bajo uno de los regímenes más terroríficos de toda la
historia humana, al punto que se lo conoció como Azote de Dios y Terror del Mundo. Sus matanzas
redujeron sensiblemente la población en Asia central. Cristianos, musulmanes e hindúes padecieron
bajo la brutalidad extrema de sus conquistas. Las iglesias cristianas en el Este sufrieron serios golpes
con las invasiones de Timur, y los que escaparon de la masacre terminaron siendo absorbidos por
el islamismo.
Sin embargo, en 1413 el dominio de Timur fue quebrado y los turcos otomanos se recuperaron
para continuar con sus avances hacia Constantinopla. Frente a la amenaza turca, los bizantinos
procuraron reestablecer las relaciones con Occidente. En 1439, en el Concilio de Florencia, se
discutió la unión de la Iglesia de Oriente y la Iglesia de Occidente. Se lograron acuerdos en cuanto al
uso de la cláusula filioque en el credo occidental, las doctrinas de la Eucaristía y el Purgatorio, e
incluso el primado del Papa. El 6 de julio de 1439, el papa Eugenio IV y el emperador oriental Juan
VIII Paleólogo (1425–1448) ratificaron el Decreto de Unión, y todos los padres conciliares se
arrodillaron delante del Papa reconociéndolo como primado y cabeza de la Iglesia. Los delegados
de las principales iglesias orientales, incluyendo a las Iglesias Armenia, Jacobita, Etíope, Siria, Caldea
y Maronita, suscribieron el Decreto de Unión. No obstante, la delegación oriental que había
acordado la unión fue recibida con gritos y pedradas por el pueblo de Constantinopla. Los patriarcas
de Alejandría, Antioquía y Jerusalén repudiaron el Concilio de Florencia y el Decreto de Unión. Con
la caída de Constantinopla en 1453, el acuerdo quedó en letra muerta.
Decreto de Unión: “ ‘Alégrense los cielos (Laetentur caeli) y gócese la tierra’ (Sal. 96:2; Vulg.
95:2). Porque la pared intermedia de separación, que estaba dividiendo a la Iglesia oriental
y occidental, ha sido quitada y han retornado la paz y la concordia, con Cristo, la piedra
angular, que ha hecho de ambos uno … Porque, he aquí, después de un largo período de
división y discordia los padres occidentales y orientales se han expuesto a los peligros de
[viajar por] mar y tierra y, no escatimando esfuerzos, se han congregado gozosa y
ansiosamente en este santo concilio ecuménico, deseando esa unión muy sagrada y por la
restauración del viejo lazo de caridad … Porque los latinos y los griegos se han congregado
en un santo sínodo ecuménico y se han aplicado con fervor de modo que, entre otras cosas,
ese artículo concerniente a la piadosa procesión del Espíritu Santo pueda ser diligentemente
discutido y determinadamente examinado … Por lo tanto, en el nombre de la Santa Trinidad,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, con la aprobación de este santo y universal concilio de Florencia,
definimos que esta verdad de la fe sea creída y recibida por todos los cristianos, y que todos
hagan así su profesión, que el Espíritu Santo es eternamente del Padre y del Hijo y que en
su ser él tiene su sustancia y su naturaleza del Padre y del Hijo juntos y de ambos
eternamente como si procediese de un principio y de un origen único … Además, definimos
que la explicación de aquellas palabras ‘y del Hijo’ (filioque) ha sido legal y razonablemente
agregada al símbolo, por declarar la verdad y bajo la compulsión de la necesidad … Además,
definimos que la santa sede apostólica y el pontífice romano tienen la primacía en todo el
mundo, y que el pontífice romano es el sucesor del bendito Pedro, príncipe de los apóstoles,
y el verdadero vicario de Cristo, la cabeza de toda la Iglesia, y que se destaca como el padre
y maestro de todos los cristianos … En adición reafirmamos la posición de los otros
patriarcas venerables decretada en los cánones; el patriarca de Constantinopla como
segundo después del santísimo pontífice romano, en tercer lugar Alejandría, en cuarto
Antioquía, y Jerusalén quinta en orden, esto es salvaguardando todos sus derechos y
privilegios.”
Desde Occidente se enviaron refuerzos para enfrentar a los turcos en los Balcanes y en sus
ataques contra Constantinopla, pero fueron aplastados. En 1453 griegos y latinos entraron a Santa
Sofía para participar de la misa por última vez. El emperador Constantino XI Paleólogo (1448–1453)
salió de esa misa sólo para encontrar la muerte en las calles de la ciudad, con su espada en la mano,
mientras exclamaba: “¡Moriré junto a mi ciudad! ¡Dios no permita que viva como un emperador sin
imperio!”
Steven Runciman: “La tragedia fue final. El veintinueve de mayo de 1453, una civilización
fue borrada irrevocablemente. Había dejado un legado glorioso en la erudición y el arte;
había levantado a países enteros de la barbarie y había dado refinamiento a otros; su
fortaleza y su inteligencia había sido por siglos la protección de la cristiandad. Por once siglos
Constantinopla había sido el centro del mundo de la luz. La brillantez rápida, el interés y la
estética de los griegos, la orgullosa estabilidad y la competencia administrativa de los
romanos, la intensidad trascendental de los cristianos del Oriente, fundidos en una masa
fluida y sensible, ahora fueron adormecidos. Constantinopla iba a transformarse en la sede
de la fuerza bruta, de la ignorancia, de una magnífica falta de buen gusto. Sólo en los
palacios rusos, sobre los que voló el águila de dos cabezas, la cresta de la Casa de los
Paleólogos, vegetó algún vestigio de Bizancio por algunos siglos más.”
Los nestorianos casi desaparecieron de Oriente con la caída del Imperio Mongol. La invasión de
Timur hacia fines del siglo XIV terminó con los últimos focos de nestorianos, incluso en Mesopotamia
y el Curdistán. En el siglo XV, el patriarcado nestoriano se hizo hereditario. Sólo en el sur de la India
sobrevivieron algunas comunidades nestorianas.
Los jacobitas monofisitas, con su patriarca en Antioquía, también sufrieron con la desaparición
del Imperio Mongol en Persia, Mesopotamia y Asia Central. El islamismo los diezmó, incluso en Siria
donde eran más numerosos. A las consecuencias de las presiones externas se agregaron las
divisiones internas entre patriarcas rivales. Para cuando se resolvió el cisma, a fines del siglo XV, la
comunidad jacobita había quedado reducida a unos pocos centenares de individuos.
El cristianismo armenio también enfrentó dificultades hacia fines de la Edad Media. Después del
dominio mongol, Armenia se dividió en muchos señoríos bajo control de armenios, turcomanos y
curdos. Éstos sufrieron las invasiones de Timur, y muchos armenios emigraron a otras regiones.
Después de la muerte de Timur, buena parte de Armenia fue gobernada por turcomanos hasta que
a comienzos del siglo XVI pasó a manos persas. Todo esto resultó en la división de la cristiandad
armenia. Algunos permanecieron ligados a Roma (como iglesia uniata), con lo cual conservaron sus
tradiciones pero reconociendo la supremacía del Papa. La mayoría permaneció alejada de Roma y
sumida en luchas intestinas, por momentos muy violentas. Durante dos siglos, la Iglesia Armenia
padeció de circunstancias escandalosas muy parecidas a las vividas por la Iglesia Latina en Occidente
durante el siglo XIV. Finalmente, a mediados del siglo XV se logró establecer el patriarcado armenio
en Echmiadzin, cerca del monte Ararat, pero no se puso fin a los conflictos ocasionados por las
ambiciones del clero armenio.
Maghakia Ormanian: “En la primera mitad del siglo XV, la Iglesia Armenia se encontraba en
un estado de gran confusión. El reino [armenio] de Cilicia [Asia Menor] había desaparecido
definitivamente (1375); la ciudad de Sis, sede del patriarcado, había caído en poder de los
egipcios … La sede patriarcal había perdido su fuerza y su esplendor. La propaganda del
catolicismo romano se ejercía con éxito en Cilicia, gracias a la actividad de los misioneros
franciscanos. Al mismo tiempo, los dominicos trabajaban para convertir la Gran Armenia.…
Un número considerable … deplorando el estado lamentable de su Iglesia, decidieron tomar
medidas radicales para mejorar la situación y poner orden. Como se habían dado cuenta de
que no existía ya razón ni utilidad para mantener alejada de su sede primitiva a la residencia
patriarcal, se pensó en establecerla de nuevo en Echmiadzin, a causa de la seguridad
relativamente superior que gozaba esa ciudad bajo la dominación persa … Desde el
patriarca Grigor Djelalbeguian (1443), la sede de Echmiadzin fue presa de alteraciones y
disturbios interiores y exteriores que duraron hasta la elección de Moisés III de Tathev
(1629).”
No fue mejor la suerte de la Iglesia Copta en Egipto, que sufrió severas restricciones y
persecuciones a lo largo de los primeros cuatro siglos de dominación islámica. No podían construir
templos, tenían que pagar mayores impuestos, no podían casarse sin autorizacón y estaban
totalmente al margen de la vida política y social en Egipto. Con el tiempo, los cristianos tuvieron que
vivir juntos en barrios separados cerca de sus templos. En el siglo VIII se impuso el árabe como
lengua oficial de los dominios islámicos y la lengua copta quedó en desuso. El copto se conservó
sólo en la liturgia, pero los textos teológicos tuvieron que ser traducidos al árabe. La Iglesia Copta
continuó deteriorándose bajo el gobierno de los mamelucos musulmanes, y desde 1517 bajo el
dominio turco otomano. Estas dificultades redujeron el número de cristianos, muchos de los cuales
se hicieron musulmanes por conveniencia.
Con el advenimiento de los mamelucos (1260), los cristianos nubios volvieron a sufrir
persecución. Muchos se vieron forzados a abandonar sus hogares y villas o a retirarse a regiones
más remotas donde había comunidades monásticas. Finalmente, en 1323 los mamelucos instalaron
a un rey musulmán en la región norte del país y le impidieron al patriarca de Alejandría enviar
sacerdotes a Nubia, con lo cual las iglesias quedaron sin liderazgo. La última evidencia de
comunidades cristianas en la región viene de mediados del siglo XV. Después de eso, Nubia parece
haberse transformado en una región totalmente musulmana.
En Etiopía, el cristianismo se desarrolló bastante aislado del resto del mundo hasta el siglo VII,
cuando el mar Rojo se transformó en un lago árabe, y las rutas marítimas a la India quedaron
totalmente bajo el control musulmán. No obstante, los árabes no invadieron el reino de Axum, en
buena medida debido a que los etíopes habían alojado y ayudado a refugiados musulmanes durante
las persecuciones en días de Mahoma. La cabeza de la Iglesia Etíope (conocido como abuna) era
nombrada por el patriarca de Alejandría y su credo era no calcedónico. Con la invasión árabe a
Egipto (siglo VII), el nombramiento de abunas se hizo más difícil, dejando acéfala a la Iglesia etíope
por largos períodos de tiempo. En el siglo IX el reino etíope se expandió hacia el sur y con ello
también se desarrolló el trabajo misionero cristiano, especialmente en manos de comunidades
monásticas.
Las presiones políticas de los mamelucos se hicieron sentir en el reino cristiano de Etiopía en el
siglo XIII, que respondió con un avivamiento de su identidad política, cultural y religiosa, fundándose
en sus lazos históricos con el judaísmo. La capital del reino se trasladó de Axum a Adefa (más al sur),
se construyeron numerosos templos, los monarcas tomaron la conducción de la Iglesia Etíope y el
cristianismo se expandió por toda la región sur de Etiopía. Este proceso es conocido como el
Avivamiento Salomónico, en referencia a la relación de Salomón con la reina de Saba. La fuente más
importante de esta tradición es el Libro de los reyes, que ofreció la base ideológica para la idea de
la nación etíope como legítima sucesora de Jerusalén, lo cual fortaleció su identidad religiosa frente
al Islam. Los reyes etíopes se consideraban descendientes de Salomón y miembros de la casa de
David, reclamo que ningún musulmán egipcio podía hacer en el siglo XIII en cuanto a Mahoma o sus
descendientes. Así, pues, mientras el cristianismo desaparecía definitivamente de Nubia y las
iglesias coptas experimentaban serias restricciones de parte de los mamelucos, en Etiopía el
cristianismo estaba firme y se expandía notablemente durante el siglo XIV a pesar de que el país
estaba rodeado por todos lados por Estados musulmanes.
A medida que el papado fue aumentando su ambición de poder y autoridad mundanos, también
se fue incrementando la resistencia de emperadores, reyes y príncipes a tales pretensiones. Hubo
cuatro pasos en este proceso de deterioro de las pretensiones papales: la opresión de la Iglesia; el
cuestionamiento al papado por su corrupción; el Cautiverio Babilónico de la Iglesia; y el Gran Cisma
papal. Todo esto llevó finalmente al intento de resolver estos problemas mediante la convocación
a Concilios reformadores.
_ La opresión de la Iglesia
La opresión política. Después del año 1215, el poder papal comenzó a decaer, en buena medida
debido a los mismos factores que lo ayudaron a crecer. Los príncipes comenzaron a ver en la Iglesia
a un poder secular más, lleno de equivocaciones e inconsistencias, y en competencia con sus propias
aspiraciones hegemónicas. Las Cruzadas y la Inquisición despertaron en muchos serios interrogantes
en cuanto a la autoridad de la Iglesia y del Papa, y la capacidad de éste para gobernar a toda la
cristiandad, como pretendía.
Entre estos métodos utilizados, cabe enumerar los siguientes: (1) Anatas: una anata era la
entrega a Roma del total de las ganancias de un obispo o abad durante el primer año de su ministerio
en un lugar. La palabra viene del latín annata y esta voz se deriva del latín annus, año. Era una
especie de impuesto eclesiástico que consistía en la renta o frutos correspondientes al primer año
de posesión de cualquier beneficio o empleo en la Iglesia. (2) Colaciones: una colación era la práctica
de cambiar de lugar a un obispo o abad a cargos vacantes. Esto se hacía frecuentemente porque
representaba más anatas para el Papa. (3) Preservaciones: una preservación era la reserva de los
mejores y más rentables oficios eclesiásticos para el uso del Papa. El Papa enviaba un sacerdote en
representación suya y guardaba para sí los fondos correspondientes. (4) Expectativas: consistían en
la práctica de vender los cargos eclesiásticos al mejor postor, antes de que el puesto estuviera
vacante. Se trataba de una especie de compra a futuro que se daba en Roma a una persona para
obtener un beneficio o prebenda eclesiástica, cuando ésta quedara vacante. (5) Dispensas: una
dispensa era el perdón de las violaciones a la ley canónica mediante el pago de dinero. Se trataba
de un privilegio o excepción graciosa de lo ordenado por las leyes generales; y más comúnmente
era concedido por el Papa o por un obispo. (6) Indulgencias: eran la obtención de la remisión de las
penas “temporales,” incluidas las del Purgatorio, trasladando a favor de uno o de un ser querido
muerto los méritos excedentes de los santos, mediante el pago de una cierta cantidad de dinero.
De este modo, consistía en la remisión que hacía la Iglesia de las penas debidas por los pecados,
usando su supuesta autoridad de “atar y desatar” y de perdonar pecados. (7) Simonía: se refería a
la venta de los oficios eclesiásticos. Era simplemente la compra o venta deliberada de cosas
espirituales, como los sacramentos y sacramentales, o de las cosas temporales inseparablemente
anexas o relacionadas con las espirituales, como las prebendas y los beneficios eclesiásticos. (8)
Nepotismo: era el nombramiento de familiares para cargos eclesiásticos hereditarios. (9)
Recomendaciones: era la práctica de pagar un impuesto anual al papado a cambio de un
nombramiento provisional que rendía algún beneficio, como una canonjía. (10) Diezmo: era cobrado
por los obispos y el clero parroquial sobre los frutos del campo, la mercadería, y las obras
artesanales. El sostén del clero se devengaba en parte del mismo.
“En las ciudades nacieron las órdenes mendicantes, las universidades y la dialéctica tomista.
Ninguna de ellas resistió la seducción del fruto prohibido. Contemporáneas de las comunas
y de las corporaciones de oficio, de la época de la expansión de la economía mercantil y de
los pasos iniciales de la técnica aplicada a la producción, no se sustrajeron a los cambios
sociales, y si promulgaron como normas de vida la pureza evangélica, también se
embriagaron con el logos griego en su forma aristotélica y lo acoplaron a la teología.”
_ El cuestionamiento al papado
Después de Inocencio III la Iglesia Occidental entró en una situación caótica. Sus sucesores
procuraron acrecentar el poder y el prestigio de la Iglesia, convertida por el régimen teocrático en
una verdadera potencia universal. Mientras el Papa hacía esfuerzos por traer el reino de Dios a la
tierra, autotitulándose “Vicario de Cristo” y presentándose como un poder político más, sus
pretensiones eran severamente resistidas por muchos príncipes, que ahora contaban con mejores
recursos para enfrentarlo.
Los reyes y los reinos. En la segunda mitad del siglo XIII, Francia e Inglaterra entraron en una era
de organización interior, que trajo como resultado mayor estabilidad. Mientras tanto en Italia,
incluidos los estados pontificios, reinaba el desorden y la anarquía. La política papal a lo largo del
siglo XIV quedó definitivamente orientada hacia Francia al nombrarse a cardenales franceses para
la Curia. Finalmente, Roma cedió poder a los franceses y cayó bajo su control.
José Luis Romero: “El siglo XIII es, pues, un período de organización de los reinos de Francia
e Inglaterra, de estabilización, aunque presenta caracteres opuestos en ambos casos.
Inglaterra marchó desde un régimen monárquico bastante centralizado—impuesto tras la
conquista normanda—hacia una monarquía limitada por un parlamento que representaba
a la nobleza y a la burguesía. Francia, en cambio, marchó desde una monarquía feudal hacia
un régimen cada vez más centralizado, gracias a la coalición de la corona y los burgueses.”
Los papas y el papado. Mientras los monarcas aumentaban su poder y sus reinos crecían en su
identidad nacional, los papas y el papado iban menguando en su influencia. La cúspide de esta
decadencia y cuestionamiento al papado se dio con Bonifacio VIII (1294–1303). Bonifacio era
pariente de Inocencio III, amante de la erudición, asociado a la fundación de varias universidades,
pero con demasiadas ambisiones, y muy duro en sus pretensiones y con poco tino político. Tuvo
graves conflictos con los reyes de Francia e Inglaterra, a quienes quiso manejar a su gusto. Pero
éstos lo resistieron. Deseoso de conservar la autoridad del pontificado sobre los poderes laicos, se
vio envuelto en un serio conflicto con Felipe IV el Hermoso, rey de Francia. En un plazo de siete años,
el Papa y el rey tuvieron varios choques.
Influido por los jurisconsultos de su tiempo (los legistas), que propugnaban el absolutismo
monárquico, Felipe IV dispuso afirmar la autoridad real, para lo cual gravó con pesadas cargas los
bienes eclesiásticos. Ante esta actitud, el Papa contestó con la bula Unam Sanctam (noviembre de
1302), por la que prohibía al clero pagar impuestos sin su consentimiento y afirmaba las
pretensiones papales de autoridad suprema en el mundo. El conflicto se agravó poco tiempo
después, con el nombramiento del legado pontificio, el obispo Bernardo Saiset, que el rey de Francia
se negó a reconocer con el apoyo de los Estados Generales. El rey hizo arrestar al legado papal y lo
acusó de traición, violando así las provisiones de la ley canónica. Entonces, Bonifacio VIII excomulgó
a Felipe IV y relevó a sus súbditos de todo juramento de obediencia. Para vengarse, el monarca
francés inició una campaña de calumnias contra el Papa y se dispuso a atentar contra él. Después
de acusarlo de hereje y de varios delitos, Felipe envió a una pequeña tropa, bajo el mando del legista
Guillermo de Nogaret y con el apoyo de la familia romana de los Colonna, para capturar al Papa.
Éstos entraron al territorio pontificio y sorprendieron a Bonifacio VIII en su residencia de Anagni
(1303). El Papa fue tomado prisionero y fue objeto de vejámenes, pero a los tres días logró escapar,
liberado por el pueblo. Pero no pudo reponerse del atentado y falleció al mes siguiente, poniendo
fin al período de los grandes papas. Era evidente que los tiempos habían cambiado.
Bula Unam Sanctam: “Que hay una santa iglesia católica y apostólica somos impelidos a
creer y sostener por nuestra fe—esto es lo que firmemente creemos y abiertamente
confesamos—y fuera de esto no hay ni salvación ni remisión de pecados … La Iglesia
representa un cuerpo místico, y de este cuerpo Cristo es la cabeza … A esta Iglesia
veneramos y a esta sola … En esta Iglesia y en su poder hay dos espadas, a saber, una
espiritual y una temporal … Tanto la espada espiritual como la material, por lo tanto, están
en poder de la Iglesia, la última realmente para ser usada para la Iglesia, la primera por la
Iglesia; la primera por el sacerdote, la otra por la mano de reyes y soldados, pero según la
voluntad y con la conformidad del sacerdote.
Además, es adecuado que una espada esté bajo la otra, y la autoridad temporal esté
sujeta al poder espiritual … Por lo tanto, quienquiera que resista a este poder, ordenado por
Dios, resiste a la ordenanza de Dios, a menos que haya dos comienzos [es decir, dos
principios], como imagina el maniqueo … Además, proclamamos, declaramos y
pronunciamos que es absolutamente necesario para la salvación de todo ser humano estar
sujeto al pontífice de Roma.”
La idea de nacionalidad. Aparece en toda Europa un sentimiento de “nacionalidad” y de cierto
orgullo por la independencia de cada país. Una autoridad centralizadora y absolutista como el
papado, que pretendía ser supranacional o universal, debía buscar otro camino para sus
pretensiones. La época del esplendor del papado y el comienzo de su decadencia está marcada por
la humillación de que fue objeto Bonifacio VIII; con él termina el período de los grandes Papas.
Éste es el nombre del período en el que el papado instaló su sede en Aviñón (Francia), desde el
año 1305 hasta el 1377. El sucesor de Bonifacio VIII fue Benedicto XI, quien murió envenenado al
año siguiente. Entonces Felipe IV hizo valer su influencia en el Sacro Colegio y logró que fuera elegido
Papa el arzobispo de Burdeos, Bertrand de Got, quien asumió con el nombre de Clemente V (1305–
1314). Clemente V, que era un hombre de grandes fallas morales y débil de carácter, ordenó a nueve
franceses como cardenales. Con esto se inició la decadencia del pontificado, y el Papa dejó de ser
árbitro indiscutido de todos los problemas, para transformarse en rival o aliado de los soberanos,
según les conviniera a estos últimos. Para complacer a Felipe IV, el Papa abandonó Roma y
finalmente trasladó su corte a Aviñón (1309), donde permanecerían sus sucesores por casi setenta
años.
El conflicto entre Felipe y Bonifacio fue un episodio más en la larga lucha de la Iglesia con los
soberanos. El traslado de la sede pontificia a Aviñón perjudicó la libre acción de los pontífices y
favoreció la influencia creciente de la monarquía francesa en las cuestiones eclesiásticas. A lo largo
de todo el siglo XIV estos hechos fueron fruto y consecuencia de diversos conflictos políticos,
sociales y eclesiásticos.
Conflictos políticos. Todos estos cambios fueron severamente criticados por muchos, porque la
Iglesia quedó sometida a los dictados de la política francesa. Esto produjo gran descontento y
preocupación en el mundo cristiano, especialmente en Italia, donde se insistía en que Roma había
sido siempre la sede pontificia y el colegio de cardenales había estado compuesto normalmente por
italianos. Para muchos, el Papa no era otra cosa que un prisionero de los franceses. De allí el nombre
de Cautiverio Babilónico o Cautiverio de Aviñón.
A estos hechos dramáticos se agregaron otros, como las guerras que se produjeron a lo largo
del siglo XIV. Al llegar al límite de sus posibilidades fiscales, los Estados tendieron a pensar que la
solución a sus problemas residía en aumentar su territorio con la anexión de zonas más débiles. La
expresión más acabada y trágica de esta política fue el antagonismo entre Francia e Inglaterra por
el control de Flandes y su comercio. La alianza inglesa con los flamencos irritó sobremanera a los
reyes de Francia. Otra causa de conflicto fue la situación de Guyena, única posesión feudal que los
ingleses tenían en Francia.
La hostilidad entre los dos reinos estalló en ocasión del reclamo dinástico de Eduardo III de
Inglaterra por la corona de Francia, a través de su madre, que era hija de Felipe el Hermoso. Los
franceses rechazaron el reclamo de Eduardo III, adoptando una resolución por la que se establecía
que las mujeres no tenían derecho a reinar en Francia y por lo tanto no podían transmitir por
herencia la corona (ley sálica). El conflicto llevó finalmente al estallido de la Guerra de los Cien Años
(1337–1453) entre Francia e Inglaterra.
Este conflicto entre las dos coronas más importantes de la cristiandad alentó los sentimientos
antipapales especialmente en la segunda nación. La guerra se inició con triunfos ingleses y finalizó
con victorias francesas. Un personaje clave para el logro de las victorias francesas fue una joven
campesina llamada Juana de Arco (1412–1431). Juana nació en la aldea de Domremy (Lorena) y era
hija de un matrimonio humilde. A los trece años tuvo diversas visiones celestiales y oyó voces que
la animaban a libertar a Francia de los ingleses. A pesar de la negativa de sus padres, Juana resolvió
visitar al capitán francés, que se opuso a su intervención. Ante la decisión de Juana de entrevistar al
rey, Baudricourt le facilitó caballos y una escolta de seis hombres. Vistiendo una armadura, la joven
anduvo once días y atravesó sin ningún incidente más de cien leguas de territorio enemigo, para
arribar a Chinón, donde residía Carlos VII, el Delfín. El monarca aceptó el desafío de Juana y la
autorizó a salir al campo de batalla. Juana se propuso atacar la ciudad de Orleáns, uno de los últimos
baluartes ingleses en territorio francés, y logró su rendición. A éste le siguieron otros triunfos, que
permitieron a Carlos VII trasladarse a Reims, en cuya catedral fue coronado rey de Francia.
Posteriormente, Juana cayó prisionera de los borgoñeses, cuando trataba de liberar la ciudad
de Compiegne. Fue entregada a los ingleses por 10.000 francos de oro, ante la indiferencia de Carlos
VII. En diciembre de 1430 fue trasladada a Ruán y juzgada por la Inquisición, que la acusó de
hechicería. Finalmente, por haber usado ropas masculinas fue condenada por hereje a prisión
perpetua. Sus enemigos le hurtaron sus ropas mientras dormía y le dejaron sólo una vestimenta
masculina. La joven se cubrió con ellas y entonces fue declarada relapsa (reincidente) y condenada
a morir en la hoguera. El 25 de mayo de 1431 fue conducida al cadalso levantado en la plaza de
Ruán. El papa Benedicto XV canonizó a Juana de Arco en 1920.
Conflictos socioeconómicos. Los problemas económicos y los conflictos políticos hicieron mella
sobre el tejido social. El siglo XIV fue notable por los levantamientos de campesinos, las luchas
urbanas, la insurrección de la burguesía, las protestas de trabajadores textiles, además de tumultos,
motines y guerras civiles. Los burgueses culpaban a los nobles por los fracasos militares y les
perdieron el respeto que tradicionalmente les habían tenido. En Francia, comenzaron a exigir que
se les permitiera controlar el uso del dinero que pagaban como impuestos y reclamaron una mayor
participación en el gobierno. Los soldados franceses que habían sido derrotados por los ingleses en
la batalla de Poitiers (1356) comenzaron a asolar los campos y provocaron la indignación de los
campesinos, que se lanzaron al asalto de los castillos y los campos sembrados. Los jacques, como se
les llamó, cometieron toda suerte de crueldades contra la nobleza, hasta que fueron reducidos y
castigados con mayor crueldad.
Además, a mediados del siglo XIV, toda Europa se vio sacudida por un repentino desastre
demográfico, debido al estallido de una plaga de peste bubónica. La disminución de la población en
razón de la “muerte negra,” como se la denominó, fue tan grande que la estructura social, política,
cultural y religiosa fue conmovida. La curva de la población, que había estado levantándose
firmemente desde mediados del siglo X, de pronto de niveló y probablemente declinó incluso antes
que la peste bubónica se llevara a un cuarto de la población de Europa. Las ciudades ya no
construyeron nuevos suburbios y murallas, y es probable que el volumen del comercio internacional
fuese realmente menor en 1400 que en 1300, al menos al norte de los Alpes. Ciertamente la tierra
dejó de cultivarse en Inglaterra y Alemania, como han mostrado los estudios estadísticos. Esto
parece haber sido causado conjuntamente por el agotamiento del suelo y la declinación drástica de
la población.
Sobre los problemas que la peste bubónica trajo consigo se añadieron los consecuentes a la
primera gran crisis bancaria en la historia europea. Los bancos florentinos habían sobrextendido el
crédito a las monarquías de Inglaterra, Francia y el reino de Sicilia para el pago de sus guerras,
préstamos que estos reinos no pudieron devolver. Esto generó una profunda crisis de confianza. El
colapso de los bancos tuvo un impacto en la manufactura y el comercio, que se nutrían del crédito
extendido para aumentar sus operaciones y transacciones.
Conflictos eclesiásticos. Si bien durante buena parte del siglo XIV Francia pudo controlar al
papado al mantener su sede en Aviñón, no todos en el reino consideraban que esto era una
bendición. También en Francia hubo oposición al papado francés, especialmente de aquellos que
con sus impuestos debían mantener dos cortes: la de Francia y la de Aviñón. De todos modos, la
corte papal en Aviñón funcionaba con más eficiencia que la Curia romana. Era una estructura más
centralizada, con treinta cardenales residentes, que superó a Roma en la actividad misionera y la
diplomacia. Pero se mostraba más como una corte mundana, centrada en el poder, la ley y el dinero,
que en el cumplimiento de un fin espiritual.
Petrarca: “Aquí [en Aviñón] reinan los sucesores de los pobres pescadores de Galilea. Han
olvidado absolutamente sus orígenes … [es] Babilonia, el centro de todos los vicios y el
sufrimiento … no hay piedad, ni caridad, ni fe, ni reverencia, ni temor de Dios, nada que sea
santo, nada justo, nada sagrado. Lo único que se oye o se lee tiene que ver con la perfidia,
el engaño, la dureza del orgullo, la desvergüenza y la orgía desenfrenada … en resumen,
todas las formas de la impiedad y el mal que el mundo puede mostrar se reúnen aquí … Aquí
se pierden todas las cosas buenas, primero la libertad y después sucesivamente el reposo,
la felicidad, la fe, la esperanza y la caridad.”
El sexto Papa francés en Aviñón fue Urbano V (1362–1370), un benedictino de origen noble.
Logró consolidar las posesiones del papado en Italia gracias al talento militar y político del cardenal
español Gil de Albornoz. En 1367 decidió regresar a Roma, donde permaneció por tres años, pero
luego volvió a Aviñón, donde murió. Su sucesor fue Gregorio XI (1370–1378), sobrino de Clemente
VI, quien era un especialista en derecho canónico. Animado por cartas de Catalina de Siena, se
instaló en Roma a principios de 1377, cuando sólo le quedaba un año de vida. Para entonces, los
cardenales estaban divididos. La mayoría eran franceses (11 de 16) y estaban a favor de Aviñón
como sede, pero la elección del nuevo Papa debía hacerse en Roma.
El pueblo de Roma demandó que un italiano ocupara el trono papal. Pero el nuevo Papa no fue
romano ni francés, sino napolitano, y asumió con el nombre de Urbano VI (1378–1389). Urbano VI
era un déspota brutal, autoritario y cruel, que no hizo nada por volver a Aviñón a pesar de haber
prometido hacerlo. En razón de esto, los cardenales franceses declararon que su elección no era
válida, y eligieron a un Papa francés, Clemente VII (1378–1394), quien se trasladó a Aviñón. Urbano
VI se resistió diciendo que todo era ilegal, se rehusó a reconocer a Clemente VII como Papa, y ordenó
nuevos cardenales en lugar de los que lo habían depuesto. Así comenzó el Gran Cisma Papal.
Nuevamente, la cristiandad occidental quedó dividida en dos bandos, que acataban
respectivamente la autoridad de los pontífices establecidos en Roma y Aviñón.
_ El Gran Cisma Papal (1378–1417)
Dos Papas. Había, pues, dos papas: uno italiano en Roma y uno francés en Aviñón, cada uno con
su colegio de cardenales. La cristiandad occidental se dividió tomando partido por uno u otro. El
Papa romano (Urbano VI) fue reconocido por Italia, Inglaterra, la mayor parte de Alemania,
Escandinavia, Hungría, Bohemia, Flandes, Países Bajos y Portugal. El Papa francés (Clemente VII) fue
seguido por Francia, Escocia, Saboya, Austria y el resto de Alemania. La elección se hizo sobre
premisas nacionalistas y factores políticos, frustrándose así el ideal de una Iglesia universal por
encima de los intereses nacionales. Ninguno de los dos papas estaba dispuesto a renunciar, porque
ambos afirmaban haber sido elegidos canónicamente. La mayoría de los cardenales estaba
preocupada y ansiosa por poner fin a este escándalo.
GREGORIO XI (1370–1378)
Terminó con el Cautiverio Babilónico pero Después de tres años de guerra contra quienes
provocó el Cisma al separar a los cardenales respaldaban a Urbano VI, se mudó a Aviñón en
franceses y elegir a otros. 1381.
Varias soluciones. Se ensayaron diversos caminos para la solución del Gran Cisma. Una de las
propuestas fue per viam facti o de los hechos consumados. Ambos partidos intentaron primero
presentar pruebas positivas arguyendo su legitimidad a través de declaraciones. Luego, apelaron al
anatema, la propaganda, la intriga e incluso la violencia. Clemente VII intentó esta solución por el
camino de la fuerza; pero no le dio resultado. Los teólogos y juristas de la Universidad de París en
1394 propusieron otros tres caminos. Dos de ellos apelaban a la buena voluntad de los dos papas.
Se trataba de la vía cessionis, según la cual uno o ambos papas debían renunciar al papado. La
segunda propuesta era la vía compromissi, según la cual ambos papas se reunirían acompañados de
sus respectivos cardenales para discutir las razones que se alegaban; quien mejores razones tuviese
sería reconocido como Papa por toda la Iglesia. La tercera solución presentada por los eruditos de
París preveía la convocación de un Concilio universal que prescindiera de los dos papas en litigio.
Ésta era la vía concilii. Finalmente, ésta fue la idea que prevaleció, es decir, la idea de resolver el
Gran Cisma por medio de un Concilio de todos los obispos.
M. David Knowles: “La desconfianza hacia el Papa y los cardenales, así como el nacionalismo
naciente—excitado por la hostilidad que reinaba entre Inglaterra y Francia—, condujeron a
dos innovaciones importantes. Primero se discutía y votaba por grupos nacionales. Luego
fueron admitidos muchos teólogos que no eran obispos. Esto aseguró una posición fuerte a
los universitarios, que sostenían la supremacía del Concilio sobre el Papa y la necesidad de
celebrar Concilios periódicos. Pedro de Ailly, ya cardenal, era un ‘conciliarista’ extremo.
Gerson, más conservador, proponía una reforma limitada.”
A partir de Constanza, la cristiandad romana tenía una vez más una sola cabeza. El Cisma había
terminado formalmente, pero la autoridad papal estaba muy deprimida. De ahora en adelante,
según las decisiones del Concilio, el Papa tendría el poder ejecutivo de la Iglesia, pero sería regulado
por un cuerpo legislativo (Concilio), que se reuniría regularmente y representaría los intereses de
toda la cristiandad. Martín V prometió convocar a otro Concilio cinco años más tarde, en
cumplimiento de la resolución del propio Concilio de Constanza de tener Concilios regulares. El
Concilio de Constanza logró la transformación del papado de una “monarquía absoluta” a una
“monarquía constitucional.”
Concilio de Pavía (1423). Fue convocado por Martín V, conforme con lo resuelto en Constanza,
pero contra su voluntad, ya que él era de la idea de un papado absolutista. La asistencia fue pobre
debido a la peste. Fue trasladado a Siena y fue aplazando su conclusión. Sin haber logrado concluir
nada ni resolver nada significativo, el Concilio fue disuelto en 1424 por Martín V. La responsabilidad
del fracaso recayó sobre el Papa y esto aumentó el descontento.
Concilio de Basilea (1431–1449). Fue convocado por Martín V, que falleció dos meses más tarde,
y fue sucedido por Eugenio IV (1431–1447). A este Concilio asistieron menos participantes, menos
obispos y más universitarios, y su desarrollo fue más complejo que el de Constanza. La mayoría de
los padres conciliares eran adversos a la supremacía papal y sostenían que el Concilio general poseía
una autoridad superior a la del Papa. El Concilio tuvo cuatro propósitos. (1) Encaró las reformas
administrativas y morales que no se concretaron en Constanza, ordenando la realización de sínodos
anuales en cada diócesis y cada diez años un Concilio general, entre otras medidas. (2) Inició las
gestiones tendientes a la reunión de la Iglesia Latina y la Iglesia Griega, esta última amenazada por
los conquistadores turcos otomanos. (3) Tomó medidas respecto a las revueltas religiosas en
Bohemia (movimiento husita), logrando vencerlas. (4) Consolidó la paz entre los príncipes cristianos.
El fracaso de todos estos concilios se debió a la falta de unidad en los motivos y propósitos
(cuestiones políticas, intereses personales, ideales nacionalistas, etc.); a la solución parcial de
Constanza, que declaró todo terminado sin resolver nada; y, al antagonismo por el poder papal,
pues ningún Papa estaba dispuesto a renunciar a sus privilegios. No obstante, una nueva fuerza se
estaba manifestando en estos Concilios: la idea de nacionalidad. Este sentimiento iría aumentando
hasta la Reforma, y sería un factor importantísimo en su logro.
El retorno de la sede papal a Roma y el fracaso de los Concilios reformadores dieron lugar al
surgimiento de un nuevo tipo de papas en el trono de San Pedro. Su mentalidad, ambiciones,
conducta y realizaciones estuvieron fuertemente afectadas por los vaivenes de la política de Italia y
el desarrollo del Renacimiento Italiano. Desde un punto de vista religioso, el papado alcanzó durante
la segunda mitad del siglo XV y comienzos del XVI su punto espiritual y moral más bajo.
M. David Knowles: “En lo que concierne al papado, el período se caracterizó esencialmente
por el hecho de que la Santa Sede estuvo cada vez más implicada en las violencias políticas
de Italia y los eclesiásticos italianos participaron en lo que se llama el Renacimiento Italiano.
Estos dos factores iban a disminuir la fuerza espiritual y moral de la curia y a aminorar
notablemente su prestigio.”
Hacia mediados del siglo XV, los papas le imprimieron al papado todos los rasgos que habrían
de caracterizarlo hasta el advenimiento de la Reforma: intrigas políticas, objetivos temporales,
corrupción, relajación moral, preocupaciones dinásticas, ambiciones desmedidas, indiferencia
pastoral, falta de espiritualidad y abandono de todo ideal religioso.
La eliminación del peligro turco otomano. Los Papas Renacentistas empeñaron, en más de una
ocasión, todo su entusiasmo en preparar una Cruzada contra los turcos. Pero los príncipes cristianos
no respondieron e hicieron fracasar sus planes. Nadie tenía interés en encarar una nueva Cruzada
religiosa. El resultado de esto fue que los turcos avanzaron sobre Europa y en 1453 tomaron
Constantinopla. El papa Nicolás V (1447–1455), más erudito y humanista que clérigo, hizo de Roma
la capital del Renacimiento Italiano, pero no movió un dedo para detener el avance demoledor de
los turcos sobre Constantinopla.
El último emperador bizantino, Constantino XI había logrado renovar la unión con la Iglesia
Romana (1452) por medio del cardenal Isidoro de Kiev. Pero los Occidentales no prestaron a los
bizantinos la ayuda que necesitaban contra los turcos. Después de las victorias de Warna (1444) y
de Merli (1448), los turcos estrecharon cada vez más su cerco sobre Constantinopla. Los turcos
favorecieron la ruptura de relaciones entre la Iglesia Griega y la Iglesia Romana. Un sínodo celebrado
en Constantinopla rompió formalmente con Roma (1472). En 1459 Rusia se separó de
Constantinopla, y Moscú empezó a llamarse “la Tercera Roma.”
Calixto III (1455–1458), el primer Papa de la familia de los Borgia, fue un jurista y guerrero
español, que tuvo como único propósito de su pontificado la cruzada contra los turcos. Envió
legados y predicadores por toda Europa. Pero ya había pasado mucho tiempo desde las primeras
Cruzadas. El nacionalismo con sus intereses particulares hacía tiempo que se había apoderado de
Europa. Sólo Hungría apoyó el proyecto de Cruzada y sus ejércitos lograron un resonante triunfo
sobre los turcos en Belgrado (1456). Al año siguiente, una escuadra naval, enviada por Calixto III
logró también una victoria sobre los turcos. Pero estas victorias no tuvieron el resultado deseado,
porque Venecia entró en relaciones con los otomanos, e hizo con ellos un pacto de no agresión. No
obstante, Calixto III invirtió enormes sumas de dinero en la guerra contra los turcos.
Pío II (1458–1464), un Papa humanista, continuó los esfuerzos por frenar el avance turco sobre
Europa. En 1458 reunió un encuentro de príncipes europeos en Mantua, en el que se decidió una
guerra de tres años contra los turcos, pero sin resultados prácticos. Ante la imposibilidad de librarse
del peligro turco por las armas, Pío II cambió de estrategia. Escribió una carta al sultán Mahoma II
exhortándolo a abrazar la fe cristiana. Nicolás de Cusa (1400–1464) intentó allanar las dificultades
doctrinales entre el islamismo y el cristianismo a través de una obra titulada Cribatio alchorani. Pío
II terminó por organizar una campaña naval contra los turcos, colocándose él mismo al frente de la
escuadra, pero cayó enfermo y murió en 1464.
Sixto IV (1471–1484), un hombre de origen modesto pero bien formado teológicamente, quiso
transformar a la monarquía pontificia en una gran potencia italiana e intentó una nueva Cruzada
contra los turcos. En 1473 envió cinco legados por toda Europa a predicar la Cruzada y a recoger los
diezmos impuestos para el mismo fin. Pero los príncipes no respondieron y el clero no entregó los
diezmos. La escuadra naval consiguió conquistar Esmirna, pero las disensiones entre venecianos,
napolitanos y pontificios hicieron fracasar la empresa. En 1480 los turcos conquistaron Otranto, y
con ello lograron una cabecera de playa para la conquista de Italia y de Roma misma. Al año
siguiente, una nueva flota que el Papa logró reunir, reconquistó la ciudad.
Nicolás V (1447–1455)
Pío II (1458–1464)
Paulo II (1464–1471)
Sixto IV (1471–1484)
Alejandro VI (1492–1503)
La reforma de la Iglesia. A lo largo de la Edad Media se fue oyendo el clamor por una reforma in
capite et in membris (desde la cabeza hasta los miembros), y esto se agudizó en los siglos XIV y XV,
pero sin mayores resultados. Desde la muerte de Calixto III (1458) no se verá una tentativa sincera
de reforma. Pío II intentó favorecer algunos procesos de cambio, pero sin mayores efectos. Durante
su pontificado se rodeó de amigos entregados a la reforma de la iglesia, como Domingo Domenichi
y Nicolás de Cusa. Ambos redactaron ciertos proyectos, para cuyo estudio y aplicación el Papa
constituyó una comisión de reforma. Pero la Cruzada contra los turcos le impidió poner por obra las
disposiciones que ya tenía proyectadas. A partir de Sixto IV, la Curia pontificia entró en una profunda
decadencia moral.
La teoría conciliar. Las ideas conciliaristas de la supremacía del Concilio sobre el Papa habían
sido defendidas abiertamente en Basilea con fuerte apoyo de eclesiásticos de renombre, como
Nicolás de Cusa. Estas teorías fueron resistidas por los Papas y finalmente derrotadas por teólogos
papistas. El papa Pío II había militado en el partido conciliarista de Basilea en su juventud, como
secretario de Félix V. Pero poco a poco fue cambiando de actitud, hasta que en 1444 confesó sus
errores y en 1463, siendo ya Papa, publicó una bula (Exsecrabilis) en la que se retractaba de sus
ideas conciliaristas y reafirmaba la supremacía pontificia.
Exsecrabilis: “Ha surgido en nuestro tiempo un abuso execrable, del que no se había oído
en edades anteriores, es decir, que algunos hombres, imbuidos con el espíritu de rebelión,
pretenden apelar por un concilio futuro al pontífice romano, el vicario de Jesucristo, a quien
en la persona del bendito Pedro se le dijo, ‘Alimenta a mis ovejas’ y ‘Todo lo que atares en
la tierra será atado en el cielo’; y esto no por un deseo de un juicio más sano sino para
escapar de los castigos de sus errores. Cualquiera que no sea totalmente ignorante de las
leyes puede ver de qué manera esto contraviene los cánones sagrados y cuán perjudicial es
esto para la cristiandad. Y, ¿no es simplemente absurdo apelar por lo que ahora no existe y
cuya fecha de existencia futura se desconoce? Por lo tanto, deseando expulsar de la Iglesia
de Dios este veneno pestilente y tomar medidas para la seguridad de las ovejas confiadas a
nuestro cuidado, y para proteger al rebaño de nuestro Salvador de todo lo que pueda
ofender … nosotros condenamos apelaciones de este tipo y las denunciamos como erróneas
y detestables.”
La promoción y aplicación de la teoría conciliar fue resistida por los papas porque iba contra sus
intereses. Pero el período conciliar tuvo tres consecuencias sobre el papado. Primero, fueron los
príncipes quienes cosecharon los beneficios de la agitación antipapal y conciliarista. Los derechos y
privilegios papales no se vieron limitados, pero fueron transferidos a los príncipes, o se repartieron
y negociaron con ellos. Segundo, el gobierno papal fue reorganizado como resultado de los concilios.
Para confrontar a los príncipes de igual a igual, el papado necesitaba de nuevos órganos de gobierno
(maquinaria diplomática, recursos financieros), es decir, una nueva Curia, más eficiente. Y, tercero,
la cancillería y la camera, que habían sido los vehículos principales del gobierno papal desde el siglo
XII, dejaron de ocupar la posición central que habían tenido. Nuevos oficios y oficinas, directamente
relacionados con el Papa ocuparon su lugar (secretario personal, secretario de estado, Signatura,
nuncios). Al tratar con los príncipes como iguales, los papas mismos se condujeron como príncipes
mundanos.
Las nuevas corrientes culturales. A partir del siglo XIV se fue afirmando poco a poco una nueva
corriente cultural y espiritual: el humanismo. El humanismo tuvo su origen en Italia, desde donde
se expandió a toda Europa. Su iniciador fue Petrarca (1304–1374), el cual tuvo un gran precedente
en Dante Alighieri (1265–1321), autor de la Divina Comedia. Los centros humanistas más
importantes estaban en Italia, como Florencia, Roma, Nápoles y Mantua. Papas como Nicolás V,
Sixto IV, Julio II y León X favorecieron a los humanistas y a los artistas. Cuando el Renacimiento
comenzó a tomar vuelo y a modificar la sociedad, especialmente en Italia, el papado no pudo
abstraerse de su influencia. Por el contrario, algunos papas se transformaron en celosos promotores
del mismo. Nicolás V había sido un erudito y humanista destacado antes de acceder al trono papal
y una vez en el mismo, hizo todo lo posible por transformar a Roma en la capital cultural de Italia.
Se rodeó de un grupo de notables eruditos, como Poggio, Filelfo y Lorenzo Valla. Además,
emprendió dos proyectos de importancia. El primero fue el de transformar la pequeña biblioteca
pontificia en una gran colección de manuscritos latinos y griegos, y así fundó la famosa Biblioteca
Vaticana. El segundo fue el de reconstruir San Pedro, el Vaticano y la misma ciudad de Roma con
una magnificencia inigualada.
El papa Sixto IV fue también un generoso mecenas para los artistas renacentistas. Hizo construir
una capilla que lleva su nombre, la Capilla Sixtina, y para decorarla reclutó una pléyade de genios:
Ghirlandaio, Botticelli, Perugino, Pinturicchio y Melozzo da Forli. Hizo construir también varias
iglesias.
Los Papas del Renacimiento aumentaron el prestigio y la riqueza externa del papado, tan
maltrecho desde el cautiverio de Aviñón y casi moribundo durante el Cisma de Occidente. Pero la
decadencia interna creció de un modo alarmante y hasta límites casi inverosímiles durante la
segunda mitad del siglo XV y principios del siglo XVI. A lo largo de este período hubo un notable
incremento en tres formas de actividad papal: el tráfico de indulgencias, el arbitraje papal en
cuestiones internacionales, y la elaboración de un sistema de nombramientos u otorgamientos
papales de beneficios eclesiásticos. Como expresión de estas acciones, surgieron algunos de los
problemas que más afligieron a la Iglesia institucional, entre ellos los siguientes.
Nepotismo. Los papas de la baja Edad Media llegaron a considerar que todas las posiciones
jerárquicas en el clero de la Iglesia de algún modo les pertenecían y que era su derecho designar
para las mismas a quienes ellos quisieran. Ya en 1335, Benedicto XII afirmaba: “Nos reservamos para
nuestra propia ordenación, disposición y provisión todas las iglesias patriarcales, arzobispales y
episcopales, todos los monasterios, prioratos, dignidades, rectorías y oficios, todas las canonjías,
prebendas, iglesias y otros beneficios eclesiásticos, con o sin cura de almas, ya sean seculares o
regulares, de todo tipo, vacantes o a hacerse vacantes en el futuro, incluso si han sido o deben ser
cubiertos por elección o en alguna otra manera.” No es extraño, pues, que sobre esta base, los papas
hayan favorecido a familiares y amigos especialmente con aquellos puestos eclesiásticos que eran
más rentables.
La preferencia de los papas por los propios parientes, a los que llenaban de riquezas y colmaban
de cargos y de honores eclesiásticos sin tener en cuenta la dignidad moral ni la eficiencia de
gobierno, fue una verdadera plaga durante este período. El papa Calixto III hizo cardenal a su sobrino
Rodrigo Borgia, quien llegaría a ser Papa como Alejandro VI. El nepotismo del papa Sixto IV fue
probablemente el más escandaloso de todo el período. En la primera promoción de cardenales
(1471) concedió el capelo cardenalicio a dos sobrinos y más tarde hizo cardenales a otros cuatro
familiares, todos ellos indignos de ocupar un ministerio religioso y desprovistos de toda vida
espiritual. Al resto de su familia lo dotó de altos cargos y lo enriqueció a costa de los bienes de la
Iglesia.
Corrupción. Las debilidades morales de algunos papas fueron muy graves y escandalizaron a
toda la cristiandad. Con el papa Sixto IV, que había sido general de los franciscanos, comenzó la
época más desastrosa del papado después del siglo de hierro de la Iglesia (siglo X). Los papas se
convirtieron en príncipes seculares, entregados totalmente a la política y la corrupción. Entre otras
acciones, Sixto IV fue quien autorizó a los Reyes Católicos de España a implantar la Inquisición en
todo ese país (1478), con todas las consecuencias que ello tuvo para los judíos y los musulmanes, y
más tarde, para los protestantes. Calixto era español y le dio al papado del siglo XV sus rasgos más
funestos.
La corrupción de la Curia se incrementó con el ascenso al trono papal de Inocencio VIII (1484–
1492). Un colegio de cardenales completamente mundanalizado lo eligió Papa, en una elección que
no estuvo exenta de simonía. Un hijo suyo se casó con una hija de Lorenzo el Magnífico (Medici), y
las bodas se celebraron en el Vaticano con un lujo y derroche propios de un sultán. La corrupción y
compra de cargos en la Curia fueron frecuentes, y abundaron las bulas falsas y los privilegios falsos.
En 1489 se descubrió un tráfico ilegal de documentos papales, vendidos a buen precio por los
empleados de la Cancillería. Las finanzas pontificias llegaron a tal grado de corrupción, que fue
necesario empeñar la tiara pontificia y una buena parte del tesoro de San Pedro. El colegio
cardenalicio estaba plagado de parientes y partidarios, y compuesto por hombres ambiciosos y
ricos, divididos en bandos que prolongaban las intrigas pontificias en la ciudad y sus alrededores.
Por otro lado, Inocencio VIII fue responsable de una brutal caza de brujas a manos de la Inquisición,
que ocurrió a partir de la publicación de una bula suya (1484) en la que denunciaba fenómenos de
brujería y alertaba sobre su multiplicación por toda Europa, especialmente en Alemania.
Probablemente, de todos los papas renacentistas, ninguno fue tan corrupto como Rodrigo
Borgia, quien ascendió al trono de Pedro con el nombre de Alejandro VI (1492–1503), cuando tenía
más de sesenta años. Su elección fue escandalosamente simoníaca, porque directamente compró
el papado, y toda su vida y ministerio papal continuó siendo escandalosa. Había sido nombrado
cardenal por su tío, el Papa español Calixto III (1456), de quien recibió toda suerte de prebendas que
le producían notables ganancias. Llevó una vida de lujo oriental y siendo cardenal tuvo tres hijos con
una mujer romana desconocida, además de varios otros hijos con otras mujeres. Muchos de estos
hijos llegaron a ocupar lugares en la jerarquía de la Iglesia o recibieron títulos de nobleza.
Mundanalización. Los papas de este tiempo fueron más bien príncipes seculares que pastores
de almas. Algunos llegaron a considerar los estados y territorios de la Iglesia como propiedad
personal, de la que podían disponer a su antojo, incluso utilizando la guerra a favor de sus intereses.
Alejandro VI gobernó la Iglesia como si fuese un principado personal. Se lo consideraba un hombre
amable, genial y sumamente hábil para la política. Pero también demostró ser capaz de cometer
cualquier intriga o crimen contra quienquiera que se interpusiera a su interés personal o el de sus
hijos. Así es como entró en conflictos con los príncipes italianos, el rey de Francia, el emperador, el
rey de España e incluso el sultán turco. Designó a su hijo Juan como duque de Gandía, y le concedió
el ducado de Benevento, que pertenecía a los Estados Papales. Con su hijo César Borgia, a quien
nombró cardenal, usurpó la administración de los Estados Papales, encarceló, asesinó y envenenó
a todos los que se opusieron. Se sospechaba incluso que César había asesinado a su hermano Juan,
para ocupar su lugar. La hija preferida de Alejandro VI fue Lucrecia Borgia, una mujer que heredó la
afección de su padre por el escándalo y las intrigas, a las que agregó varios matrimonios y divorcios.
Otros papas se destacaron más por ser humanistas, más interesados en las artes y el
engalanamiento de sus palacios que en el cuidado de la Iglesia. Nicolás V invirtió grandes sumas de
dinero en la restauración de iglesias y en la compra de códices para la Biblioteca Vaticana, de la que
fue fundador. Su sucesor, Calixto III, favoreció también a humanistas como Lorenzo Valla, Eneas
Silvio Piccolomini (futuro papa Pío II) y otros. Con el papa Paulo II (1464–1471), sobrino de Eugenio
IV, un estupendo economista y un autócrata moderado, se profundizó el proceso de
mundanalización de la corte pontificia. El Papa se granjeó la antipatía de algunos humanistas, pero
agradó al pueblo de Roma por sus carnavales y su política de construcción. Paulo II se mostró más
interesado en la gastronomía exquisita, la moda lujosa y las fiestas suntuosas que en la
administración de la Iglesia.
MOVIMIENTOS DE REFORMA
_ Antecedentes medievales
El deseo de reforma. El deseo de una reforma de la Iglesia estaba bien generalizado durante el
siglo XV, pero tenía antecedentes en muchos individuos y grupos disidentes a lo largo de toda la
Edad Media. En general, estas manifestaciones de protesta anhelaban un cristianismo más auténtico
y fiel al Nuevo Testamento, pero también expresaban los reclamos de los sectores sociales más
oprimidos y que más sufrían los cambios que se estaban produciendo en la sociedad feudal.
Lógicamente, estos disidentes y rebeldes fueron considerados como herejes, especialmente por los
líderes eclesiásticos de su tiempo, que eran los principales custodios del sistema. La historia de estos
“reformadores” no es fácil de recuperar, pero la fe de casi todos ellos fue heroica, estuvieron
dispuestos a sufrir por su causa y es apasionante recordarlos.
La mayoría de estos disidentes medievales afirmaban creencias ortodoxas, pero sus reclamos
estaban ligados a cuestiones sociales y especialmente religiosas. A medida que la Iglesia se sumergía
en el paradigma de cristiandad, se institucionalizaba y entraba en competencia con los señores de
este mundo por el poder político y económico, la disidencia se fue generalizando. Para el siglo XII,
los cimientos sociales de la Iglesia se vieron sacudidos como consecuencia de las pestes y hambrunas
recurrentes, que desataron despertares místicos y sociales contra la jerarquía eclesiástica y contra
los grandes señores, seculares y eclesiásticos, a quienes se culpaba de provocar la ira de Dios con
sus atropellos, desmanes y vicios.
Un ejemplo de estos estallidos fueron los flagelantes de los siglos XI al XIV, que recorrían en
bandas los campos y ciudades de Francia, Italia, el norte de España, Flandes, Hungría e Inglaterra.
Así como se desgarraban el cuerpo a latigazos, estos exaltados se apoderaban también de los bienes
de la Iglesia, golpeaban o mataban a los sacerdotes y asaltaban casas y castillos. Otro ejemplo era
el caso de los bogomilas, que en el siglo X introdujeron a Bulgaria desde Oriente ideas maniqueas,
como arma ideológica de lucha de los siervos contra los señores. Sus creencias y prácticas se
difundieron entre siervos y artesanos de Rusia meridional, el resto de los Balcanes, Italia del norte
y el mediodía de Francia. En este último lugar, sus libros y ritos fueron traducidos a la lengua
vernácula. En 1167 se realizó cerca de Tolosa un concilio al que asistieron delegados bogomilas de
los Balcanes, que sostenían una actitud radicalmente anticlerical.
De las herejías dualistas, la más difundida y persistente fue la de los cátaros o albigenses. Los
cátaros ya eran conocidos en el sur de Francia en 1022, en el norte de Italia alrededor del 1032, y se
hicieron numerosos en Provenza alrededor del 1200. El papa Inocencio III lanzó contra ellos la
Cruzada Albigense, que comenzó con la excomunión del conde Raimundo VI de Tolosa (1207) y
continuó con una guerra, la predicación de los dominicos y finalmente la aplicación de la Inquisición.
Enrique de Lausana (m. 1149). Fue discípulo de Pedro de Bruys y era un ex-monje y teólogo
benedictino. Predicó la vida ascética (pobreza y penitencia) y negó la validez de los sacramentos
administrados por sacerdotes indignos. Atacó la corrupción del clero y se opuso al pago de los
diezmos y las ofrendas a la Iglesia. Predicó en diversas partes del sur de Francia y fue declarado
hereje por el Concilio de Tolosa (1119). En 1135, después de ser tomado prisionero por el obispo de
Arlés, logró escapar y continuó su predicación. Uno de sus más encarnizados opositores fue
Bernardo de Clairvaux, quien fue enviado a combatir su predicación. Enrique fue arrestado y murió
en Tolosa en 1149.
Pedro Valdo (¿ –1217). Era un rico comerciante de Lión, que en 1176 abandonó sus bienes,
dejándolos a los pobres, y se dedicó a predicar. Un año más tarde ya tenía un grupo de seguidores,
que se autodenominaban los “pobres de espíritu” o “pobres de Lión.” Apelaron al Tercer Concilio
de Letrán (1179) solicitando permiso para predicar y aprobación para una traducción de la Biblia al
francés, pero se les negaron ambas cosas. Valdo, que era muy obstinado, consideró la negativa como
la voz del hombre contra la voz de Dios, y continuó predicando con sus compañeros. Por su
desobediencia fueron excomulgados, pero esto les valió nuevos adeptos. Fueron condenados como
herejes por el Cuarto Concilio de Letrán (1215).
Sus ideas más importantes fueron las siguientes. (1) La Biblia, especialmente el Nuevo
Testamento, era la única regla de fe y práctica, por eso la aprendían de memoria. (2) Rechazaban
como antibíblicas las misas y las oraciones por los muertos, y negaban el Purgatorio y los méritos de
los santos. (3) Defendían la predicación laica de hombres y mujeres y criticaban el uso del latín en
el culto. (4) Proclamaron el bautismo de creyentes. Los valdenses lograron sobrevivir en los valles
alpinos de Francia e Italia. Más tarde se convirtieron al calvinismo y continúan hoy como una
denominación evangélica reconocida.
_ Precursores de la Reforma
Juan Wyclif (1329–1384). Era un inglés educado en Oxford, donde alcanzó renombre como
erudito. Allí enseñó filosofía y teología. Escribió mucho sobre la Iglesia y el Estado, sobre lo que
estaba mal en ambas esferas y cómo corregirlo. Basaba su enseñanza en la idea de lo que llamaba
el “dominio de la gracia” que, según él, significaba que toda propiedad o poder venía de Dios y
quedaba en el ser humano utilizarlos correctamente, porque si eran usados mal se perdían.
“Correctamente” significaba de acuerdo con la Ley de Dios, tal como se la encuentra en la Biblia. Si
se usaba correctamente lo que Dios había dado al ser humano, entonces se estaba bajo el “dominio
de la gracia.”
Sus ideas parecían inofensivas y ortodoxas, pero había en sus escritos una severa crítica a los
abusos de la Iglesia, su riqueza, los impuestos papales que drenaban a su país y la misma autoridad
papal. Gente de todo tipo y clases sociales escuchaba con interés la prédica de Wyclif, porque
expresaba muchos de sus propios sentimientos. Muchos estaban de acuerdo con él en que la
religión de la Biblia era muy diferente de la que tenían a su alrededor. Las noticias de esto llegaron
a Roma y el Papa (Urbano V) envió instrucciones al arzobispo de Canterbury y al obispo de Londres
para que advirtieran al rey (Eduardo III) y a los nobles contra Wyclif, y que lo arrestaran y enviaran
a Roma para ser juzgado (1377). Pero Wyclif tenía amigos poderosos y era la figura universitaria más
notoria en Oxford. Por eso no se tomó ninguna medida hasta 1382, cuando el arzobispo de
Canterbury condenó su enseñanza. Wyclif se retiró de Oxford para ir a Lutterworth como párroco,
donde murió en paz en 1384.
Las ideas más revolucionarias de Wyclif tenían que ver con la Iglesia y la Biblia. En cuanto a la
Iglesia, su modelo era la iglesia del Nuevo Testamento. Por eso, el poder temporal y las riquezas
eran una ruina para la Iglesia, y el Estado debía incautarse de las posesiones eclesiásticas y contribuir
con un subsidio para el sostenimiento del culto y del clero. Al producirse el Gran Cisma de Occidente,
Wyclif se declaró no solamente en contra de los dos papas, Urbano VI y Clemente VII, sino en contra
del papado en cuanto institución. Según él, la verdadera Iglesia era la “elegida” y estaba constituida
por aquellos que habían sido predestinados por Dios para ser salvos. En contraste con la Iglesia
visible (jerarquía y fieles), esta elección era invisible y sólo Dios la conocía. Ningún ser humano, ni
siquiera el Papa “conoce si es de la Iglesia o si es un miembro del Diablo.” Además, Wyclif afirmaba
que Cristo era la única cabeza de la Iglesia. En consecuencia, la excomunión del Papa sólo afectaba
a aquél que ya había sido excomulgado por Dios. Por otro lado, todos los fieles eran sacerdotes y no
sólo aquellos que formaban parte del clero. Respecto a los sacramentos, Wyclif negó la
transubstanciación, si bien creía en la presencia real de Cristo, aunque no “materialmente o
corporalmente.” También condenó a la confesión como una institución diabólica, rechazó el celibato
sacerdotal y monacal como inmoral y nocivo para la Iglesia, y combatió las indulgencias, el culto de
los santos y las misas por los difuntos.
En cuanto a la Biblia, Wyclif tenía el más alto concepto de ella como la Palabra inspirada de Dios.
La contribución más positiva y permanente de Wyclif tuvo que ver precisamente con la Biblia, a la
que consideraba como autoridad final para la doctrina y la práctica cristianas. Para Wyclif, la Biblia
era la única fuente de la revelación. Por eso era importante que todos pudieran leerla y estudiarla
en su propio idioma. Entre los años 1382 y 1384 se hizo una traducción de la Vulgata al inglés, en la
que Wyclif tuvo una participación importante. Esta versión bíblica tuvo una gran circulación y ejerció
una importante influencia en el pueblo inglés.
Según él, la Biblia debía ser predicada al pueblo. Todavía no había imprenta y para llevar el
evangelio al pueblo, Wyclif comenzó a enviar a sus seguidores como predicadores, vestidos de
campesinos, con un báculo en la mano y de dos en dos. Estos predicadores llevaban copias de
pasajes bíblicos, que leían a las multitudes y luego los enseñaban de memoria. En el año 1408 el
arzobispo de Canterbury condenó las doctrinas de Wyclif y su traducción de la Biblia, y prohibió la
predicación sin licencia episcopal. Algunos seguidores de Wyclif, llamados “lolardos”, fueron
quemados, pero la semilla ya había sido sembrada. El pueblo ya sabía lo que era tener la Biblia en
su propio idioma.
Juan Huss (1373–1415). Bohemia (República Checa) era un estado eslavo dentro del Sacro
Imperio, en el que comenzó un movimiento de reforma similar al de Wyclif, caracterizado por un
retorno a la Biblia. El movimiento de renovación espiritual estuvo también acompañado de un
avivamiento del espíritu nacional. Al fundarse la Universidad de Praga (1348) llegaron, con algunos
profesores franceses, las ideas de reforma del clero, para terminar con los abusos en la Iglesia. Los
obispos en el país eran casi todos alemanes y no cumplían con el deber de la residencia, es decir, la
Iglesia checa estaba casi sin pastores.
Juan Huss era un sacerdote educado en la Universidad de Praga, donde llegó a ser profesor de
filosofía (1396) y más tarde rector (1402). Huss se transformó en el líder de dos movimientos: la
reforma religiosa y el nacionalismo checo. Huss era un gran predicador, que declaraba el señorío de
Cristo y no el de Pedro, y que de esta manera se opuso a todo lo que consideraba antibíblico en el
papado y en la Iglesia. El movimiento husita fue ayudado por los acontecimientos en Inglaterra, ya
que por el casamiento del rey inglés (Ricardo II) con una princesa de Bohemia (Ana), en 1382, se
iniciaron relaciones académicas entre las universidades de Oxford y Praga, la más importante del
Imperio. En Oxford los estudiantes checos recibieron la gran influencia intelectual y reformadora de
Wyclif y los lolardos. Huss mismo siguió la mayor parte de las doctrinas de Wyclif.
Mientras Huss estaba preso en Constanza, en Praga sus seguidores se dividieron en dos partidos:
uno aristocrático, conocido como los utraquistas, y el otro más radical y democrático conocido como
los taboritas. Los utraquistas contaban con el apoyo del rey Wenceslao y los nobles. Eran partidarios
de la comunión bajo las dos especies del pan y del vino (sub utraque specie) en la celebración de la
eucaristía. Los taboritas tomaron su nombre de la ciudad de Tabor, y vencieron a los ejércitos
papales que intentaron una Cruzada contra ellos (decretada por una bula del papa Martín V en
1420). Del movimiento husita se desarrolló, a partir de mediados del siglo XV, la Unitas Fratrum,
que absorbió lo más importante del movimiento husita, y llegó a ser la antecesora espiritual del
movimiento moravo posterior.
Alfred Weber: “Las guerras taboritas de los husitas no hubieran podido, a pesar de las
oposiciones nacionales, encender aquel indomable fanatismo que no dejó respirar a la
Alemania del sur durante diecisiete años y que, al mismo tiempo, la empapó con ideas
husitas, si no hubiera sido porque allí y entonces actuó eficazmente la primera gran fusión
de la voluntad popular de libertad con un mundo de ideas, revestido de ropaje religioso,
que se proyectó sobre aquel afán de liberación.”
Por otro lado, todos estos movimientos buscaban reformar a la Iglesia, que como institución
estaba sumida en la crisis más profunda de toda su historia hasta aquel momento. Pero hacia fines
del siglo XV todas las esperanzas de una Iglesia mejor terminaron por desvanecerse. Como vimos,
en 1493, Rodrigo Borgia, un hombre irreligioso e inmortal, tomó la corona pontificia con el nombre
de Alejandro VI. Roma se encontró nuevamente en manos de un principado italiano, gobernada por
un príncipe mundano y necesitada de una profunda limpieza. El trabajo reformista de Nicolás II,
León IX, Gregorio VII o Inocencio III fue como si no hubiese existido nunca. Pero, ¿quién iba a hacer
ahora la limpieza? La baja condición moral de la Iglesia y el papado, y el crecimiento de la disidencia
y el nacionalismo demandaban la voz y la acción de un reformador. El mundo estaba preparado para
la llegada de Martín Lutero.
RETROCESO EN ORIENTE
Hemos visto también la oportunidad que perdió el cristianismo durante el imperio de los Khanes
mongoles (1269–1294), y cómo las provincias occidentales de este imperio se hicieron musulmanas.
A fines del siglo XIII, otras tribus turcas, al mando de Otmán u Osmán, invadieron nuevamente Asia
Menor y después de destruir a los selyúcidas, ocuparon sus territorios y dejaron constituido un
imperio que se llamó otomano u osmanlí y que se caracterizó por su ferocidad y su fanatismo
religioso. Hacia 1368, con la expulsión de los mongoles de China por la dinastía Ming, los extranjeros
se vieron forzados a emigrar hacia Occidente y por segunda vez el cristianismo desapareció de la
China.
El avance turco otomano fue detenido por la invasión de los mongoles tártaros procedentes de
Asia Central, cuando un musulmán conocido como Tamerlán o Timur tomó el poder (1370). Sus
ejércitos saquearon toda Asia destruyéndolo todo, al punto que redujeron su población. Sometieron
todo el Cercano Oriente, Irán, Rusia, norte de India, incluso atacaron a los turcos otomanos, a
quienes vencieron en la batalla de Angora (1402). Los que escaparon de la masacre fueron
absorbidos por el Islam.
_ La caída de Constantinopla
A pesar del avance otomán, la vida religiosa de los Balcanes no decayó demasiado. En la segunda
mitad del siglo XIV la Iglesia Búlgara experimentó un avivamiento notable, con un aumento de la
literatura cristiana en idioma eslavo, bajo el patriarca de Constantinopla. La Iglesia Ortodoxa de
Servia también experimentó avivamiento al constituirse en patriarcado bajo el reinado del rey
Dushan. Bajo el dominio otomano, la Iglesia Servia se transformó en el símbolo del nacionalismo
servio. En Albania, por el contrario, la población se convirtió al islamismo.
Constantinopla se salvó del saqueo otomano en el siglo XIV porque Tamerlán, como vimos,
invadió Asia Menor y destruyó al Estado otomano. Les llevó cincuenta años a los turcos recuperarse,
pero después de la muerte de Tamerlán lo lograron. Obtenida su independencia, se dispusieron a
continuar con su política expansiva. En 1453, el sultán Mahoma II puso sitio a Constantinopla. La
lucha duró dos meses y finalmente la ciudad sucumbió bajo los otomanos. El emperador
Constantino XI luchó hasta el último momento pero cayó junto con su Imperio.
El último baluarte cristiano en Oriente, que había sobrevivido como capital del Imperio Romano
cristiano, estaba ahora en manos musulmanas al igual que las poblaciones cristianas del sudeste de
Europa. Este estado de cosas se mantuvo en algunos casos hasta fines de la Primera Guerra Mundial,
en 1918. La capital cristiana de Constantino cambió su nombre por el de Estambul y su templo más
extraordinario, la Iglesia de Santa Sofía, fue transformada en mezquita. El dominio de los otomanos
sobre toda la península Balcánica y Asia Menor provocó, directa o indirectamente gran cantidad de
transformaciones en todos los órdenes de la vida, y por ello este acontecimiento ha sido tomado
como punto de partida de una nueva edad histórica.
VITALIDAD EN OCCIDENTE
Los “mil años de incertidumbre,” que van del 500 al 1500, muestran cómo la idea de
“cristiandad” llegó a ser el principio unificador de Europa occidental en lugar del Imperio Romano.
Occidente era el centro de toda actividad cristiana, dado que Oriente estaba prácticamente en
manos musulmanas. Hacia fines de estos mil años comienzan tres movimientos nuevos, que
produjeron profundos cambios en las vidas de los pueblos y de la Iglesia de Europa occidental.
Nuevo saber. Avivamiento del saber o Renacimiento son los nombres que se han dado a este
fenómeno. El redescubrimiento de la cultura greco-latina estimuló, primero en Italia y luego en el
resto de Europa, el surgimiento de un nuevo arte manifestado en la pintura, la arquitectura, la
escultura y la literatura. Los eruditos se interesaron por el estudio de la historia, la crítica histórica
y literaria, y la investigación e invención científica.
La mística alemana tuvo en este período su desarrollo literario más pleno. Una de sus
características más importantes fue una lucha intensa en la vida presente por trascender lo humano,
y lograr un estado de perfecta unión y comunión con Dios. La doctrina fundamental de los místicos
era el carácter absoluto de Dios y la insignificancia humana. Sus más excelsos representantes, la
mayor parte de ellos frailes dominicos, procuraron formular las vías para alcanzar una comunión
con Dios perfecta. Entre ellos cabe mencionar a Juan Ruysbroeck (1293–1381), Meister Eckhart
(1260–1327) y Juan Taulero (1300–1361). Sin embargo, la obra más difundida fue la Imitación de
Cristo, de Tomás de Kempis (1380–1471), una de las grandes obras devocionales de todos los
tiempos.
Albert Henry Newman: “Los escritos y sermones de los místicos alemanes hicieron una
profunda impresión sobre las mentes de un gran número de cristianos. Comparativamente
pocos fueron conducidos al extremo de la contemplación mística al cual llegaron los líderes.
Pero una fuerte corriente de una vida cristiana celosa, en oposición al cristianismo exterior
y formal que prevalecía, surgió de estos hombres y fue perpetuada por sus escritos. No fue
todavía una manera totalizadora de ver al cristianismo. Sin embargo, fue muy efectivo en
su oposición al formalismo muerto en el que el cristianismo había caído.”
El idealismo literario alcanzó su más alta expresión con dos autores italianos, Dante Alighieri y
Francisco Petrarca. En Dante Alighieri todo era medieval: su concepción del futuro del ser humano,
su fe en Dios, su noción política, y su amor sublimado a las más altas esferas. Dante escribió un
tratado, De monarquía, a favor de una monarquía universal encarnada en los emperadores
germánicos, y un tratado teológico de profunda raíz escolástica. Pero su obra más importante fue
la Divina Comedia (1307), poema de carácter alegórico, en el que personificaba al alma humana que,
guiada por la razón (representada por Virgilio) conocía el mal, los vicios y sus diversas
manifestaciones, así como los castigos de sufrían en el Infierno quienes se dejaron arrastrar por
ellos. Arrepentida, el alma era llevada al Purgatorio, donde se purificaba y conseguía la perfección
antes de que por la gracia y la teología (representada por Beatriz) pudiera conocer el misterio de la
Trinidad y la felicidad de contemplar a Dios. En esta obra, las ideas teológicas, las ciencias y la poesía
alcanzan un grado sublime. La obra representa el espíritu humanista cristiano del siglo XIII.
El otro escritor destacado fue el poeta y humanista Petrarca. Escribió Secretum, posiblemente
inspirada en las Confesiones de Agustín de Hipona, y Los triunfos, que es una visión alegórica
típicamente medieval. Petrarca escribió en latín y en lengua vernácula, y con su trabajo inició la
poesía renacentista e influyó sobre toda la lírica europea moderna.
La invención de la imprenta en 1450 permitió a más personas participar de este nuevo saber.
Los navegantes competían unos con otros en sus viajes de exploración y descubrimiento. Todo esto
elevó el nivel de educación y conocimientos y aumentó el interés de las personas por el mundo.
Todo esto resultó sumamente amenazador para la Iglesia y el papado, que a lo largo de los siglos se
habían considerado los únicos poseedores y administradores de la verdad y, en consecuencia, de la
educación.
Paul Johnson: “De esta forma, el Nuevo Saber chocó por primera vez con la Iglesia
establecida. Pero el conflicto era inevitable. Ahora, los hombres podían estudiar los textos
griegos y hebreos originales, y compararlos con la versión recibida en latín y considerada
sacrosanta durante siglos en Occidente … Cuando los hombres comenzaron a mirar los
textos con criterios diferentes, advirtieron muchas cosas que los incomodaron o
entusiasmaron. El mensaje del Nuevo Saber de hecho era éste: gracias a la acumulación del
saber alcanzaremos una verdad espiritual más pura.”
Nuevas tierras. En Europa misma, los Reyes Católicos (Isabel de Castilla y Fernando de Aragón)
lograron la reconquista total de su territorio en España de manos de los musulmanes (1492), a
quienes expulsaron al igual que a los judíos. Los que se quedaron fueron obligados a hacerse
cristianos. La victoria definitiva de la Reconquista no sólo significó la integración territorial de la
Península Ibérica sino también la configuración territorial de la Europa cristiana. La cristiandad
europea occidental por fin contaba con un territorio sin la presencia de pueblos con una fe diferente
o ajena al cristianismo.
Fuera de Europa, en el siglo XV los europeos navegaron hacia el sur de África y Asia por primera
vez. A fines de este siglo y comienzos del siguiente los marinos europeos descubrieron el continente
americano y las islas del Pacífico. Pronto se inició el comercio con estos territorios, hasta que esto
se transformó en la actividad más importante. El avance de los europeos sobre nuevas tierras de
ultramar fue posible gracias a varios desarrollos técnicos importantes durante el siglo XV. La
cartografía mejoró notablemente gracias al cambio revolucionario provocado por Nicolás Copérnico
(1473–1543), quien rechazó la tradicional comprensión “geocéntrica” del universo y planteó su
teoría “heliocéntrica.” Entre otras cosas, ésta cosmovisión le quitó a la astrología, muy popular por
aquel entonces, todo fundamento.
A partir de aquí y debido a la influencia que la “revolución copernicana” tuvo sobre los marinos
portugueses y españoles, o al menos aquéllos al servicio de la Península Ibérica, comenzó la
búsqueda comprobatoria de las teorías expuestas sobre la esfericidad de la Tierra, por diferentes
estudiosos, escritores y cartógrafos. Cristóbal Colón no fue ajeno a la literatura de la época. Pero
recién en el primer viaje de circunnavegación iniciado por Magallanes y llevado a feliz término por
Elcano, pudo afirmarse fehacientemente que la Tierra era una esfera.
Nueva vida. Después del 1200 comenzó a sentirse la necesidad de una profunda renovación en
la Iglesia occidental. Monjes y frailes, laicos y rebeldes, teólogos y oficiales de la Iglesia trataron de
reformarla. Se lograron algunos cambios importantes, pero quedaron pendientes muchos
problemas serios. Al fin de los mil años, en diferentes lugares y por diferentes razones, mucha gente
todavía veía la necesidad de una reforma en la Iglesia. Los caminos que se ensayaron para lograrlo,
como vimos, fueron diversos. Algunos optaron por el levantamiento social y violento; otros
siguieron el camino de la protesta religiosa y la disidencia. Todos los sectores sociales estuvieron
involucrados en los procesos de cambio y sintieron la necesidad de vitalizar a una Iglesia que parecía
moribunda. Desde sus filas, hubo quienes propusieron los caminos del conciliarismo, el misticismo
y el humanismo, como vías posibles para darle a la Iglesia una vida nueva, y esto preparó el camino
para el período de reformas que vendría a partir del siglo XVI.
William H. McNeill: “El conciliarismo, el misticismo y el humanismo cristiano contribuyeron
de diversas maneras a la Reforma Protestante: el conciliarismo atacando la monarquía papal
e insistiendo en que los laicos debían participar con el clero en el gobierno de la Iglesia; el
misticismo recalcando la posibilidad de un acercamiento individual a Dios sin la mediación
de los sacerdotes; y el humanismo por su crítica racionalista y a menudo aguda de los abusos
constantes que ocurrían en la Iglesia. Ciertamente ya reinaba un vago descontento con la
Iglesia, y cuando el papado volvió a entronizarse en Roma, se enredó en la política italiana
y no se ocupó seriamente de la Reforma, el camino quedó allanado para que la personalidad
de Lutero hiciese explotar el descontento latente.”
Sociales:
Económicas:
- Búsqueda de nuevas rutas de comercio, por el cierre del mar Mediterráneo, aparición de
empresas, bancos y casas de cambio, principio de la economía capitalista (capitalismo
comercial).
Políticas:
Técnicas:
- Desarrollo de las lenguas vernáculas y las controversias religiosas por la traducción de la Biblia
y la predicación al pueblo en su lengua.
Religiosas:
_ Nuevas modalidades
Estos tres movimientos (nuevo saber, nuevas tierras, nueva vida) determinaron las nuevas
modalidades que la Iglesia habría de asumir en la nueva edad, la Edad Moderna. El Renacimiento
llevó a la gente a pensar acerca del mundo, la historia de su país y en sí mismos de una manera
nueva, y esta nueva manera de pensar afectó su fe. El segundo movimiento puso a los europeos en
contacto con cinco continentes y numerosos pueblos, y esto abrió el camino para pensar en una
Iglesia realmente “mundial”, pero al mismo tiempo llevó a la dominación colonial de la mayor parte
del mundo por los europeos occidentales. El tercer movimiento llevó a la división de la Iglesia en
Europa occidental y al desarrollo de diversos intentos reformistas.
De todos los factores apuntados, posiblemente el más importante como gestor de profundos
cambios en la cristiandad occidental fue el humanismo. Partiendo de la base de que los valores
humanos constituyen el centro fundamental de la sociedad, los humanistas proyectaron su atención
sobre la antigüedad clásica y se dedicaron al estudio del ser humano y de su obra. Estaban decididos
a encontrar los ideales o modelos de las formas humanas, literarias, artísticas, históricas, filosóficas
y religiosas, que les sirvieran de ejemplo y paradigma para promover una educación y un estilo de
vida humanístico y cristiano. En general, sus intenciones no eran meramente académicas, sino que
procuraban la defensa del ser humano ante la amenaza que representaba para su libertad moral y
espiritual, la excesiva preponderancia de los valores secundarios: económicos, políticos o biológicos.
Por cierto, los humanistas aspiraban también a liberar a la fe cristiana de toda opresión clerical,
eclesiástica y dogmática.
El humanismo fue una revuelta contra muchos aspectos del pensamiento y la sociedad
medieval. Los humanistas consideraban que la cultura de la Edad Media era obsoleta e inadecuada.
El centro de la vida se había desplazado del campo a la ciudad. La economía natural antigua basada
sobre el trabajo de la tierra había sido suplantada por una nueva economía que se nutría del
comercio, la artesanía y una población urbana. El capitalismo comercial estaba naciendo y los
burgueses urbanos estaban reemplazando a la nobleza como líderes de la comunidad. Al irse
complicando cada vez más las bases materiales de la estructura social, los ideales tradicionales
comenzaron a sufrir un profundo proceso de transformación. Por ello mismo, los humanistas
admitían la necesidad de liberar a la Iglesia de las superestructuras mundanas e históricas que
parecían deformarla, y querían desatar a la cultura cristiana de sus vínculos con las deformaciones
provocadas por la filosofía medieval (escolástica) y las supersticiones. Para ello, procuraron formular
una síntesis de la cultura clásica, preferentemente de orientación platónica, con el cristianismo. En
este sentido, los humanistas fueron la partera de una nueva cultura, la cultura del Renacimiento, y
de una nueva Iglesia, la Iglesia de la Reforma.
Este resultado inesperado y desafortunado, que separó a los protestantes y los católicos, no
sólo fue irreversible, sino que más tarde continuó con su proceso divisionista con el surgimiento del
denominacionalismo (a partir de la segunda mitad del siglo XVIII). Esto, a su vez, llevó bastante más
tarde a otro movimiento que procuró reunir la Iglesia dividida sin lograrlo: el movimiento ecuménico
(segunda mitad del siglo XX).
_ El segundo retroceso
Hacia el año 1500 terminaron los “mil años de incertidumbre” con un futuro que no era menos
incierto. Alguien contemplando la realidad del cristianismo en el mundo al filo del año 1500 y
proyectando su mirada hacia atrás a los diez siglos precedentes y hacia delante al futuro que podía
anticiparse, hubiese visto un panorama oscuro y deprimente. Si bien aquí y allí habría descubierto
algunas luces brillando con pálido esplendor, el conjunto se le habría presentado desolador, tanto
en Oriente como en Occidente.
La Iglesia Ortodoxa Oriental. Mientras España era poco a poco recuperada totalmente para el
cristianismo a través de los largos y penosos años de la Reconquista, la Iglesia Oriental sufría los
estragos producidos por el Islam. Para el año 1500 los turcos otomanos musulmanes ya habían
cruzado a Europa y habían colocado una cuña en la cristiandad europea, que todavía avanzaría más
en las primeras décadas del siglo XVI. Constantinopla ya había caído en el año 1453 y se perdió de
manera definitiva para la fe cristiana. Sin el Imperio Bizantino que la había sostenido, la Iglesia de
Oriente estaba maltrecha y sólo habría de encontrar vitalidad y fuerza en Rusia y a través del
movimiento monástico que se desarrolló allí.
La Iglesia Católica Romana. Para el año 1500 esta Iglesia acababa de dividirse debido a conflictos
de tipo nacional. El nacionalismo era ahora el nuevo factor perturbador y todavía habría de
ocasionar mayores problemas para la institución eclesiástica. Poco a poco el papado iba perdiendo
poder e influencia sobre los nuevos reinos nacionales, que se tornaron cada vez más absolutistas y
seculares. Las cumbres de prestigio y poder de poco tiempo atrás se habían perdido definitivamente
y nunca más habrían de recuperarse.
La Iglesia Ortodoxa Oriental. Esta Iglesia encontró un nuevo respaldo en el Gran Ducado de
Moscú. Liberado de la subordinación a los mongoles de la Horda de Oro (ahora musulmanes) hacia
el año 1400, el patriotismo ruso encontró su unidad nacional en torno a la religión cristiana. Cuando
cayó Constantinopla (la Segunda Roma), Moscú fue proclamada como la Tercera Roma, y su
gobernante recibió el título de Zar (César). Desde esta nueva capital se produciría un nuevo
movimiento de expansión cristiana hacia Oriente.
La Iglesia Católica Romana. Manifestó dos señales de nueva vida. Las voces que se levantaban
en rebelión contra Roma no eran sólo negativas y destructivas. Las enseñanzas de Wyclif viajaron
de Oxford a Praga y sus ideas se difundieron ampliamente por toda Europa. Wyclif y Huss abogaban,
entre otras cosas, por un retorno a la Biblia. Este énfasis fue por demás de significativo ya que
proveyó al período de la Reforma de uno de los secretos de su renovado vigor cristiano. Con la
invención de la imprenta, los libros pudieron ser leídos por un número mayor de personas, y esto
significó una rápida difusión de la Biblia y las nuevas ideas. Todo esto dio comienzo a un movimiento
de nueva vida en una cristiandad hasta entonces decadente, y habría de ser una de las razones del
próximo avance del cristianismo.
El cierre de Asia por los musulmanes afectó al comercio europeo e hizo necesaria la búsqueda
de nuevas rutas hacia Oriente. Antes de terminar este período esas rutas fueron halladas. España
envió a Colón en procura de Oriente por el oeste en 1492; Portugal envió a Vasco de Gama en
procura de Oriente por el sur, siguiendo el litoral africano, en 1497. Ambos esfuerzos representaban
a un mundo nuevo que se abría y ampliaba. Apareció también un nuevo celo cristiano en la vida y
la devoción de la cristiandad occidental. Bajo los auspicios de las mayores potencias de entonces,
España y Portugal, la Iglesia Católica Romana comenzó un nuevo y más amplio movimiento
misionero, siguiendo las nuevas rutas abiertas por los descubridores y conquistadores. Ésta llegará
a ser la expansión territorial más grande que experimentará cristianismo en todos los siglos hasta
entonces. Una nueva era estaba comenzando.
GLOSARIO
abuna: del árabe, que quiere decir “padre nuestro,” era el obispo o jefe de la Iglesia abisinia o etíope.
beneficio eclesiástico: cualquier cargo eclesiástico; renta anexa al mismo. Conjunto de bienes cuya
renta es propiedad de un clérigo que generalmente ostenta una dignidad eclesiástica
(frecuentemente canónigos); normalmente esta renta era vitalicia.
Camera: o Cámara Apostólica era el erario o tesoro de la Santa Sede y la junta que los administraba.
Estados Generales: nombre dado en Francia a las Asambleas generales de la nación que se
constituían con la nobleza, el clero y el tercer estado (estado llano) del reino, convocados por el rey
para tratar con él asuntos importantes concernientes al bien del Estado. Terminaron en 1789.
estamento: estrato social de carácter más cerrado y rígido que el de una clase social y menos que
el de una casta. La sociedad feudal de la Europa medieval constituyó el modelo primario del sistema
estamental. Los derechos y deberes de los miembros de un estamento estaban definidos por ley y
la pertenencia al mismo era principalmente de carácter hereditario. Sin embargo, existía alguna
posibilidad de movilidad ascendente, no tanto entre estamentos como dentro de los mismos,
debido a que cada uno incluía una amplia variedad de ocupaciones y niveles socioeconómicos.
flagelantes: grupos que en la Edad Media estaban bajo la influencia de una forma de histeria
religiosa y practicaban una penitencia rigurosa andando descalzos y azotándose el cuerpo hasta
sangrar. Su surgimiento estuvo ligado a épocas de plagas y hambrunas, especialmente la Peste
Negra de mediados del siglo XIII.
humanismo: término genérico que designa la actitud mental y espiritual de considerar al ser
humano como el eje esencial a cuyo alrededor gira la vida filosófica, literaria, artística, científica,
política y religiosa.
iglesia autocéfala: aquella iglesia nacional que forma parte de la Iglesia Ortodoxa Oriental y está en
comunión con Constantinopla, pero es gobernada por su propio sínodo nacional.
iglesia uniata: iglesia del rito oriental que, independientemente de mantener una serie de normas
propias en materia litúrgica y administrativa, aceptan la jurisdicción universal del Papa.
legado: representante que una suprema potestad civil o eclesiástica enviaba a otra. Un legado papal
era generalmente un cardenal enviado extraordinariamente por el Papa para que lo representara
cerca de un gobierno o en un Concilio.
mamelucos: del árabe “esclavo”. Eran descendientes de turcos de Rusia que habían sido vendidos
a Egipto. Muchos se hicieron soldados en el ejército egipcio y ascendieron en sus rangos. En 1250
derrocaron al sucesor de Saladino y establecieron un nuevo sultanato, que se extendió militarmente
por todo Egipto y Palestina, Siria y partes de Armenia.
prebenda: parte de la propiedad o de las rentas de una catedral o de una colegiata (iglesia colegial
atendida por un grupo de clérigos) asignada a una canonjía de esa catedral o colegiata.
SINOPSIS CRONOLÓGICA
1337–1453 Guerra de los Cien Años.
CUESTIONARIOS DE REPASO
1. “Un nuevo y poderoso factor se agregaba a los muchos que querían romper el viejo sistema feudal
y la opresión del papado romano.” ¿Cuál era?
2. Menciona diez métodos usados por la Iglesia Romana para obtener los recursos necesarios.
3. ¿Con qué reyes tuvo conflictos el papa Bonifacio VIII? ¿Qué hicieron éstos?
4. ¿Cuál es el nombre del período histórico en el que el papado instaló su sede en Aviñón (Francia)?
5. ¿Qué dos cosas hizo Clemente V que le valieron una crítica severa?
6. ¿Quién fue el Papa que por primera vez pensó en trasladar la sede papal de Aviñón a Roma?
7. Explica con tus propias palabras cómo la elección papal de 1377 llevó a lo que se conoce como
Gran Cisma de Occidente.
8. ¿Qué países reconocieron al Papa de Roma y cuáles al Papa de Aviñón durante el Gran Crisma, y
por qué razón?
9. Menciona dos profesores universitarios que sugirieron cómo podía terminarse con el Gran
Crisma. ¿Qué sostenían?
10. Indica la fecha de los siguientes Concilios: Pisa, Constanza, Pavía, Basilea, Ferrara-Florencia.
22. ¿Qué tribu musulmana causó la pérdida más grande de territorios cristianos? ¿Qué tipo de
ejército tenían?
23. ¿Por qué Constantinopla no cayó bajo los turcos otomanos cuando esta tribu cruzó de Asia a
Europa en 1356?
24. ¿Por qué afirma el autor que entre los años 500 y 1500 Occidente fue el centro de toda actividad
cristiana?
25. ¿Qué tres tipos de movimientos produjeron profundos cambios en las vidas del pueblo y la
Iglesia en Europa occidental a fines de la Edad Media?
2. “Los tiempos habían cambiado.” ¿Qué quiere decir el autor con esta expresión?
9. “El movimiento husita fue ayudado por los acontecimientos en Inglaterra.” Describe estos
acontecimientos.
1. Explica con tus propias palabras qué entendía Wyclif por “dominio de la gracia.”
2. Wyclif consideraba a la Biblia “como autoridad final para la doctrina,” aun por sobre la Iglesia.
¿Qué pensaban las autoridades eclesiásticas de su día acerca de esta convicción? ¿Cuál es tu propia
opinión?
3. En días de Wyclif, muchas personas se sentían insatisfechas con la Iglesia y procuraban cambiarla
de alguna manera. ¿Cuál es la mejor manera de demostrar la desaprobación hacia el estado de la
Iglesia? ¿Abandonarla o procurar cambiarla desde adentro? Presenta razones para tu respuesta.
4. Explica la afirmación del autor, cuando dice: “El trabajo reformista de Nicolás II, León IX, Gregorio
VII o Inocencio III era como si no hubiese existido nunca.” ¿Se puede afirmar que el trabajo de
muchos grandes cristianos ha sido inútil?
5. En un párrafo breve presenta tu propia evaluación del impacto del humanismo sobre el
cristianismo.
TRABAJOS PRÁCTICOS
Lee y responde:
“La caída de Constantinopla en 1453 produjo el fin de todo imperio cristiano en su forma
bizantina. La caída del Imperio Mongol en China aproximadamente un siglo antes produjo un fuerte
movimiento nacional contra las religiones foráneas, y así el segundo eclipse del movimiento
cristiano allí. Por todas partes en Asia los gobernantes mongoles experimentaron conversiones a
gran escala a la fe islámica de la mayoría de sus súbditos en el siglo XIV. Los cristianos fueron
generalmente los perdedores en las consecuencias de estas conversiones. El reinado breve pero
sangriento de Timur Lenk aceleró la declinación rápida de las iglesias a través de Asia central, Persia
y Mesopotamia. El surgimiento de los otomanos en Anatolia disminuyó todavía más la presencia
cristiana en Asia occidental.
Después de 1453, el patriarca ecuménico quedó sujeto a los gobernantes otomenos, que eran
musulmanes. En Europa oriental, Serbia, Bulgaria, Macedonia y Grecia fueron todas puestas
también bajo el gobierno otomano. El efecto sobre las iglesias en estas regiones no sólo fue limitar
su acceso al poder sino disminuir su número a través de guerra y conversión. La única excepción
entre las iglesias en la familia de la ortodoxia bizantina fue Rusia, que pronto iba a ser proclamada
como una Nueva Constantinopla e incluso la Tercera Roma. Junto con el reino de Etiopía, Rusia fue
el único Estado fuera de Europa occidental a fines del siglo XV donde reyes cristianos ejercieron el
gobierno político.
Después de mil quinientos años, el movimiento cristiano se encontró en una situación más bien
desproporcionada. La mayoría de los cristianos del mundo residía en la Europa occidental. La cultura
dominante de Europa occidental era virtualmente sinónimo de la cristiandad latina. Las instituciones
sociales y políticas estaban conformadas por la gente de la Iglesia. Los ejércitos occidentales
marchaban a favor de impulsos cristianos tanto como políticos y nacionales. Estos mismos ejércitos,
acompañados de frailes y seguidos por mercaderes, pronto iban a esparcirse por todo el mundo en
la nueva fase de expansión cristiana que acompañó al colonialismo europeo.”
- ¿Cuáles han sido las consecuencias de las circunstancias políticas que se describen en estos
párrafos sobre el desarrollo del testimonio cristiano hasta el presente?
- ¿Hasta qué punto la cristiandad ortodoxa rusa expresó un carácter fuertemente nacional y cuán
significativa fue en preservar esa identidad nacional hasta nuestros días?
- ¿Qué ventajas o desventajas puedes mencionar en relación con el hecho de que para el año 1500
el cristianismo estaba representado mayormente por la cristiandad latina?
Lee y responde:
Haec Sancta: “Primero [este Concilio] declara que, reunido legalmente en el Espíritu Santo,
constituyendo un concilio general y representando a la Iglesia Católica militante, ostenta poder
directamente de Cristo; y que cada uno de cualquier estado o dignidad que sea, incluso papal, está
obligado a obedecerlo en aquellas cosas que pertenecen a la fe, y a la erradicación del dicho cisma,
y para la reforma general de la dicha Iglesia de Dios en cabeza y en miembros. Ítem, declara que
quienquiera, de cualquier condición, estado o dignidad que sea, incluso papal, que contumazmente
se niegue a obedecer los mandados, leyes u ordenanzas o preceptos de este santo sínodo, o de
cualquier otro concilio que sea que se reúna conforme a la ley, en relación de lo anterior o de
asuntos pertenecientes a ellos, hecho o para hacerse, estará sujeto a un castigo bien merecido, a
menos que se arrepienta, y será debidamente castigado, incluso teniendo que recurrir a otros
apoyos de la ley, si eso es necesario.”
Frequens: “La realización frecuente de concilios generales es una manera preeminentemente buena
de cultivar el patrimonio de nuestro Señor … El descuido de los concilios, por otro lado, esparce y
promueve los males anteriores. Esta conclusión es puesta bajo nuestras narices por el registro de lo
que ha ocurrido en el pasado y por las reflexiones sobre la situación presente. Por esta razón por un
edicto perpetuo, establecemos, promulgamos, decretamos y ordenamos que el primero tendrá
lugar en cinco años inmediatamente después del final de este concilio, y el segundo en siete años
de ese concilio que siga inmediatamente; y después ellos tendrán lugar de diez a diez años por
siempre.”
- El Concilio de Constanza, apoyado por todas las potencias europeas, resolvió la crisis del Gran
Cisma deponiendo a los tres papas y nombrando a Martín V. El Concilio afirmó su postura “conciliar”
a través del decreto Haec sancta y en Frequens intentó asegurarse la realización futura de concilios.
¿Cuán efectivos resultaron estos concilios en resolver los problemas que afligían a la Iglesia en aquel
tiempo?
TAREA 3:
Copia o calca un mapa que incluya Europa, Cercano Oriente y norte de África, y marca en él las
siguientes ciudades: Alejandría – Antioquía – Aviñón – Basilea – Canterbury – Constantinopla –
Constanza – Florencia – Jerusalén – Kiev – Mesina – Moscú – Nápoles – Nicea – Nicomedia –
Novgorod – Otranto – Oxford – París – Pisa – Praga – Roma – Ruán – Tolosa.
DISCUSIÓN GRUPAL
1. ¿Pueden pensar en algún invento del siglo XX o XXI que haya ejercido una influencia tan grande
sobre la expansión del cristianismo, como la que tuvo la introducción de la imprenta en Europa en
el siglo XV? ¿Hay alguna relación entre el desarrollo tecnológico y científico y el progreso del
cristianismo?
2. “El Renacimiento llevó a la gente a pensar acerca del mundo, la historia de su país y en sí mismos
de una manera nueva, y esta nueva manera de pensar afectó su fe.” ¿Cómo la afectó, positiva o
negativamente? Algunos cristianos han dicho que la Iglesia no tendría que haberse identificado con
el Renacimiento, porque estaba basado sobre las ideas paganas de la antigua Grecia y Roma. ¿Cuál
es la opinión de ustedes?
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