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CREER EL CREDO
CREEMOS EN EL ESPÍRITU SANTO1
EL ESPÍRITU, ACTUALIZACIÓN DE LA SALVACIÓN DE JESÚS
Cuando Jesús se despedía de los suyos en la última cena, les dijo, entre otras pa-
labras de consuelo, “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora os serían
una carga demasiado pesada. Cuando venga el Espíritu de la verdad, os conduci-
rá hacia la verdad plena”. (Jn 16, 12). Esto quiere decir que la revelación de Dios
y su obra salvadora no están acabadas del todo con Jesús:
En la misma despedida de la última cena Jesús nos dijo también esto sobre su Es-
píritu: “Él os recordará - os actualizará - todo lo que yo os he dicho.” El Espíritu ni
ofrece ni añade una nueva revelación, distinta o más elevada que la de Jesús, pero
actualiza lo que nos enseñó Jesús y hace que lo podamos aplicar en las renovadas
circunstancias en las que nos vamos encontrando. No vivimos solamente del recuer-
do del pasado, del recuerdo de las palabras y ejemplos que nos dejó Jesús. Vivimos
de la acción actual y permanente del Espíritu que Jesús prometió que nos enviaría a
fin de darnos luz y fuerza para hacer lo que pide el Reino que Él inauguró.
Así pues, Jesús no es solamente como uno de los grandes maestros de la antigüe-
dad - un Sócrates o un Buda - que dejaron un conjunto de principios o normas
de vida que después sus discípulos procurarán seguir. Jesús nos deja su Espíritu,
fuerza de Dios mismo que actúa en nosotros y nos hace capaces de comprender
lo que Dios quiere de nosotros y de ponerlo en práctica. En la catequesis tradi-
en el Concilio Vaticano II, expresaba de para darnos testimonio del amor salvador
esta manera su fe en la acción del Espíritu: del Padre. Pero no se acabó todo con
aquel don: Dios sigue actuando y haciendo
“Soy un hombre de esperanza porque creo efectiva la salvación a través del Espíritu. El
que Dios es nuevo cada mañana. Porque Espíritu es como el don intrínseco de Dios
creo que Él crea el mundo en este mismo a cada época, a cada sociedad, a cada
instante. No lo creó en un pasado lejano, cultura, a cada persona. Los seres huma-
ni lo ha perdido de vista desde entonces. nos estamos sometidos a condiciones de
Lo crea ahora mismo. Por tanto, hace falta espacio y de tiempo, de evolución históri-
que estemos dispuestos a esperar lo ines- ca y cultural. Jesús vivió en Palestina, en
perado de Dios. Los caminos de la provi- tiempo del emperador Augusto, pero su
dencia son habitualmente sorprendentes. obra salvadora no queda circunscrita a
No somos prisioneros de algún determinis- aquel espacio y a aquel tiempo. Nosotros
mo, ni de los oscuros pronósticos de los no vivimos sólo del recuerdo de lo que Él
sociólogos. Dios está aquí, cerca nuestro, hizo entonces. Vivimos de la fuerza viva y
imprevisible y amante. Soy hombre de es- transformadora del mismo Jesús, que se
peranza, y no por razones humanas o por nos va dando con su Espíritu. Podríamos
optimismo natural, sino sencillamente por- decir que el Espíritu es como la continua-
que creo que el Espíritu Santo actúa en la ción transtemporal de la acción salvadora
Iglesia y en el mundo, incluso allí donde es de Jesús. No es la misma realidad que
ignorado. Soy hombre de esperanza por- Jesús, porque Jesús era Dios-hombre cir-
que creo que el Espíritu Santo es siempre cunscrito a un tiempo. El Espíritu es como
Espíritu creador. Cada mañana da, a quién la fuerza divina, la plenitud de Jesús, que
lo sabe acoger, una libertad fresca y una sigue actuando en todos los tiempos.
nueva provisión de gozo y de confianza. Yo
creo en las sorpresas del Espíritu Santo. El DOS IMÁGENES: LUZ Y FUERZA
Concilio fue una de ellas, y el Papa Juan
también. Era algo que no esperábamos. En el Nuevo Testamento encontramos dos
¿Quién se atrevería a decir que la imagi- maneras de expresar la acción continua-
nación y el amor de Dios se han agotado? da del Espíritu “que renueva la faz de la
Esperar es un deber, no un lujo. Esperar tierra”. En los textos de Joan que hemos
no es soñar. Es el medio para transformar mencionado, el Espíritu aparece mas bien
los sueños en realidad. Felices los que tie- como iluminador: es el que nos conduce a
nen la audacia de soñar y están dispuestos la verdad plena, el que nos recuerda o nos
a pagar el precio para que sus sueños se hace conocer en profundidad el sentido de
conviertan en realidad en la historia de los la realidad. En cambio Pablo presenta al Es-
hombres.” Card. Suenens, ¿Hacia un nue- píritu mas bien como una fuerza vital que
vo Pentecostés?, Bilbao, 1968. nos transforma, nos hace superar las propias
limitaciones y el propio pecado, libera nues-
Jesús fue el don de Dios que vino a no- tra libertad esclavizada por nuestras codicias
sotros en una época y un lugar concretos y nos hace capaces de trascender nuestra
“Soy un hombre de esperanza
porque creo que Dios es nuevo
cada mañana. Porque creo que Él
crea el mundo en este mismo instante”
condición humana pecadora hasta con- igual que antes, empujados solamen-
vertirnos en hijos y herederos de Dios: te por los deseos naturales. Vivimos la
vida del Espíritu. La vida natural nos
“Vosotros no vivís de acuerdo con los conduce a la muerte, pero si vivimos
deseos terrenales, sino de acuerdo con según el Espíritu, “si con el Espíritu
e ‘Espíritu, porque el Espíritu de Dios ha- hacemos morir las obras terrenales,
bita en vosotros, y si alguno de vosotros viviremos”, porque todos los que son
no tuviera el Espíritu de Cristo, no sería llevados por el Espíritu de Dios son ver-
de Cristo. Pero si Cristo está en vosotros, daderamente hijos de Dios. La función
aunque vuestro cuerpo tenga que mo- del Espíritu es, pues, situarnos en una
rir por culpa del pecado, el Espíritu os nueva relación con Dios, la de hijos. No
da la vida, ya que Dios os ha justifica- solamente nos hace exclamar “Abba,
do. Y si habita en vosotros el Espíritu de Padre” con la boca, sino que nos da la
aquél que resucitó a Jesús de entre los confianza de ser incondicionalmente
muertos, también, gracias a su Espíritu amados como hijos, cosa que implica
que habita en vosotros, aquél que resu- la esperanza de resurrección.
citó a Cristo de entre los muertos dará
la vida a vuestros cuerpos mortales. Así Ahora bien, esto exige que nos deje-
pues, hermanos, nosotros tenemos una mos guiar por el Espíritu. Por eso es
deuda, pero no con los deseos terrena- necesario que vivamos en continuo
les para que tengamos que vivir según discernimiento de espíritus; exami-
esos deseos. Si vivierais así, moriríais; en nando si nos dejamos llevar sólo por
cambio, si por el Espíritu hacéis morir las nuestros deseos terrenales, o si nos
obras terrenales, viviréis. Todos los que dejamos conducir por lo que el Espíri-
son guiados por el Espíritu de Dios son tu nos indica al recordarnos lo que dijo
hijos de Dios. Porque vosotros no habéis e hizo Jesús. El Espíritu es luz y fuerza
recibido un espíritu de esclavos que os que nos ayuda a ser seguidores de Je-
haga volver a caer en el temor, sino el Es- sús. Pero debe ser libremente acogido
píritu que nos ha hecho hijos y que nos y aceptado. Por eso nos recomendará
hace exclamar: « Abba, Padre!». Así el San Pablo: “No sofoquéis el Espíritu
Espíritu mismo se une a nuestro espíritu en vosotros” (1 Te 5,19). Porque, fi-
para dar testimonio que somos hijos de nalmente, en la vida cristina se trata
Dios” (Rm 8, 9ss). solamente de vivir “no de acuerdo con
los deseos terrenales, sino de acuerdo
Hay algo de nuevo que nos ha venido con el Espíritu”, que nos remite cons-
por Cristo y el Espíritu. Ya no vivimos tantemente a lo que Jesús dijo e hizo.