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LA EUCARISTÍA

La Fuente de la Misericordia

La Encarnación ansiaba que Jesús se quedara con nosotros hasta el fin


de los tiempos en la Eucaristía. Por este milagro, el más grande de Su
amor, Jesús permanece con nosotros bajo la forma de pan y vino, no
solamente para nuestra alimentación espiritual, sino también para que
nosotros le hagamos compañía a Él.

La Eucaristía es lo esencial de la devoción a la Divina Misericordia y


muchos de los elementos de la devoción son eucarísticos en su esencia
(particularmente la imagen, la coronilla a la Divina Misericordia y la
Fiesta de la Misericordia). La imagen, con sus rayos rojo y pálido,
presenta al Señor Jesús Eucarístico, cuyo Corazón ha sido atravesado y
que ahora derrama Sangre y Agua como una fuente de misericordia para
nosotros. Es la imagen del regalo expiatorio de misericordia dado a
nosotros por Dios y hecho presente en cada Santa Misa.

Varias veces en su Diario, Santa Faustina escribe haber visto los rayos
rojo y pálido proceder no de la imagen, sino de la Santa Hostia. Y una
vez, mientras el sacerdote exponía el Santísimo Sacramento, ella vio que
los rayos de la imagen traspasaron la Hostia y de ahí se difundieron hasta
que cubrieron al mundo entero (Diario, 441). Así mismo, deberíamos ver
con ojos de fe, en cada Hostia, al Salvador Misericordioso derramándose
como una fuente de misericordia para nosotros.

Este concepto de la Eucaristía como una fuente de gracia y misericordia,


se encuentra no solamente en el Diario de Santa Faustina, sino también
en las enseñanzas de la Iglesia... La Iglesia enseña claramente que todos
los demás sacramentos están dirigidos hacia la Eucaristía y sacan su
fuerza de ella.

Por ejemplo, en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, leemos:

"Sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia


como de su fuente".
Y, en una nota en el Catecismo del Concilio de Trento, a los sacerdotes
se les anima:

"comparen la Eucaristía a una fuente y los demás sacramentos


a riachuelos. Porque verdadera y necesariamente se debe
llamar a la Santa Eucaristía la fuente de todas las gracias,
conteniendo de una manera admirable, la fuente misma de
dones y gracias celestiales y al Autor de todos los sacramentos,
a Cristo nuestro Señor, de quien, como de Su fuente, procede
todo lo que hay de bueno y perfecto en los demás
sacramentos".

No nos sorprende, entonces, que Santa Faustina le tuviera tanta


devoción a la Eucaristía y en su Diario escribiera de ella de una forma
muy poderosa:

-Un gran misterio se hace durante la Santa Misa... Un día


sabremos lo que Dios hace por nosotros en cada Santa Misa y
qué don prepara para nosotros en ella. Sólo Su amor divino
puede permitir que nos sea dado tal regalo... Una fuente de
vida que brota con tanta dulzura y fuerza... (Diario, 914).

-Todo lo bueno que hay en mí es gracias a la Santa Comunión


(Diario, 1392). Aquí [en la Santa Comunión] está todo el secreto
de mi santidad (Diario, 1489). Una sola cosa me sostiene y es la
Santa Comunión.

-De ella tomo fuerza, en ella está mi fortaleza. Temo la vida si


algún día no recibo la Santa Comunión... Jesús oculto en la
Hostia es todo para mí... No sabría cómo glorificar a Dios si no
tuviera la Eucaristía en mi corazón (Diario, 1037).

-Oh Hostia Viva, mi única Fortaleza, Fuente de Amor y de


Misericordia, abraza al mundo entero, fortifica a las almas
débiles. Oh, bendito sea el instante y el momento en que Jesús
nos dejó Su misericordiosísimo Corazón (Diario, 223).
Presencia – Encuentro

En la Eucaristía el cristiano se encuentra con Jesús presente real y


substancialmente. En la consagración el pan y el vino se convierten en el
Cuerpo y la Sangre de Cristo. En la Eucaristía se hace presente, ante
todo, el misterio pascual de Cristo que Él mismo anunciaba con su
enseñanza y anticipaba con sus actos.

Jesús me permitió entrar en el Cenáculo – escribió Santa Faustina sobre


la institución de la Eucaristía – y estuve presente durante lo que sucedió
allí. Sin embargo, lo que me conmovió más profundamente fue el
momento antes de la consagración en que Jesús levantó los ojos al cielo
y entró en un misterioso coloquio con su Padre. Aquel momento lo
conoceremos debidamente sólo en la eternidad. Sus ojos eran como dos
llamas, el rostro resplandeciente, blanco como la nieve, todo su aspecto
majestuoso, su alma llena de nostalgia. En el momento de la
consagración descansó el amor saciado, el sacrificio completamente
cumplido. Ahora se cumplirá solamente la ceremonia exterior, la
esencia está en el Cenáculo (Diario 684).

En cada Eucaristía se hace presente este acontecimiento excepcional en


la historia de la humanidad, en que el Hijo de Dios muriendo en la cruz
salvó al mundo; amó hasta el extremo a los hombres y se dejó en el
Sacramento del Altar. Es un acontecimiento absolutamente singular –
según nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica – también:

“porque todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego


pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo,
por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues
(…) domina todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente
presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección
“permanece” y atrae todo hacia la Vida” (Catecismo de la Iglesia
Católica 1085).

La Eucaristía permite a las personas de todos los tiempos y todas las


áreas geográficas, participar en este único misterio pascual de Cristo,
sobrepasar el espacio y el tiempo para llegar a Cristo en el
acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección.
Para Santa Faustina cada Eucaristía era un encuentro personal con
Jesús, una participación en Su pasión, muerte y resurrección. Más de
una vez, experimentó de modo místico la presencia real de Jesús, en la
que antes solamente creía fuertemente.

“Hoy durante la Santa Misa vi a Jesús crucificado. Jesús estaba


clavado en la cruz y entre grandes tormentos. Mi alma fue
compenetrada de los sufrimientos de Jesús, en mi alma y en mi cuerpo,
aunque de modo invisible, pero igualmente doloroso. Oh, qué misterios
tan asombrosos ocurren durante la Santa Misa (…). Con qué devoción
deberíamos escuchar y participar en esta muerte de Jesús” (Diario 913-
914).

La Eucaristía une el cielo y la tierra. En esta liturgia participa la Iglesia


peregrinante y también la Iglesia celeste. Por lo tanto, durante la Santa
Misa, Santa Faustina veía también a la Madre de Dios, a los santos (por
ejemplo a San Ignacio de Loyola) y a los espíritus celestiales que adoran
a Dios incesantemente. Durante la Santa Misa, antes de la elevación –
apuntó en el Diario – aquel espíritu empezó a cantar estas palabras:
“Santo, Santo, Santo”. Su voz era como miles de voces, imposible
describirlo. De repente mi espíritu fue unido a Dios, en un momento vi
la grandeza y la santidad inconcebibles de Dios y al mismo tiempo
conocí la nulidad que soy. Conocí más claramente que en cualquier otro
momento del pasado, las Tres Personas Divinas: el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. (Diario 472).

Santa Faustina, a través de sus experiencias místicas, nos ayuda a ver en


la Eucaristía la presencia viva de Jesús, a sentarnos con Él a la mesa del
Cenáculo y a seguirlo al Gólgota, para, al pie de la cruz, dejarnos salvar,
liberar del mal, fortalecer en el bien y caminar hacia la resurrección. Esta
posibilidad del encuentro con el Dios vivo en la Eucaristía, es un don
inexpresable del amor misericordioso de Jesús. Este don no puede
merecerse; el hombre solamente puede abrirse a él y acogerlo cuando va
a la santa Misa para encontrarse con su Creador y Salvador.

Vivir de la Eucaristía

Santa Faustina prolongaba su encuentro con Jesús eucarístico durante


todo el día: Oh Jesús, cuando vienes a mí en la Santa Comunión, Tú que
te has dignado morar con el Padre y el Espíritu Santo en el pequeño
cielo de mi corazón, procuro acompañarte durante el día entero, no te
dejo solo ni un momento (Diario 486). Trataba de acompañar a Jesús
también cuando estaba trabajando o estaba en compañía de otras
personas.

En la vida espiritual de Santa Faustina, los frutos de la Eucaristía fueron


proporcionales a los esfuerzos y los preparativos para cada Santa
Comunión. Trataba no solamente de vivir en el estado de gracia
santificante, sino que vivía también todos los acontecimientos y las cosas
de cada día en presencia Divina, uniéndose a Jesús que moraba en su
alma. Incluso cuanto estaba enferma, se levantaba temprano para
meditar todavía antes de la Santa Misa y prepararse así para ella (cfr.
Diario 802). El encuentro con Jesús en la Eucaristía estaba en el centro
de cada día, porque, según dijo, era el momento más solemne de su vida.
Esperaba este momento cada día y agradecía a la Santísima Trinidad por
cada Santa Comunión (cfr. Diario 1804). Confesó con sinceridad que si
no tuviera la Eucaristía, no tendría la fuerza para seguir el camino que
Dios le había trazado (cfr. Diario 91, 1037).

Pasaba mucho tiempo adorando al Santísimo Sacramento: Pasaré


todos los momentos libres a los pies del Maestro oculto en el
Santísimo Sacramento. Él me enseña desde los años más
tiernos (Diario 82)- escribió.

Iba ante el sagrario SIEMPRE, en los momentos de alegría y de tristeza


para compartir con Jesús toda su vida. Recuerdo – dijo – que recibí luz
en la mayor abundancia durante la adoración de media hora que hacía
todos los días durante la Cuaresma, postrándome en cruz delante del
Santísimo Sacramento. En aquel tiempo me conocí más
profundamente a mí y a Dios (Diario 147). Jesús la animaba a meditar
sobre Su amor en el Santísimo Sacramento. AQUÍ ESTOY ENTERO
PARA TI, CON EL CUERPO, EL ALMA Y LA DIVINIDAD (Diario
1770) – le aseguró. Cuando no podía ir a la capilla, adoraba a Jesús en su
alma. Que felicidad la de tener el conocimiento de Dios en el corazón y
vivir con Él en una estrecha intimidad (Diario 1135) – dijo.

Santa Faustina expresó su amor a la Eucaristía, como un don


inconcebible del amor misericordioso de Dios al hombre, también con el
predicado que agregó a su nombre. Firmaba sus apuntes: Sor Faustina
del Santísimo Sacramento, dando así prueba de su gran amor a la
Eucaristía.

De la “Fuente” a la vida

La misericordia no es un añadido en la vida de la Iglesia y de los


cristianos; es parte integrante de nuestro ser y de nuestra misión, que
brota de la Eucaristía, manantial permanente del amor y de la
misericordia de Cristo hacia todos. Cristo nos apremia a vivir desde Él y
con Él la misericordia en nuestro tiempo. Nuestra misericordia arraiga
y se alimenta en el amor de Dios a la humanidad manifestado y ofrecido
en Cristo-Eucaristía; es su prolongación necesaria y tiene una
preferencia especial por los más pobres de pan, de cultura y de Dios.
Cada cristiano y cada comunidad eclesial han de poner en práctica y no
pueden descuidar el servicio de la caridad. Hagamos de nuestra vida una
existencia eucarística; es decir, una ofrenda de amor a Dios, que se haga
servicio de amor a los hermanos en las obras de misericordia.

“¡En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y el hombre,


la felicidad.” (S JPII)

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