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La enamorada maldita

Ariadna Monserrath Chávez Marín

Un intento de construir un retrato de la vejez, así como de lo que esto conlleva, es como se
podría definir el nuevo libro de Rosa Montero. La escritora, a través de una novela llena de
digresiones innecesarias y de una prosa llevadera, nos conduce por la vida de Soledad, una
señora de 60 años que, al terminar con su antiguo novio, decide gastar una cantidad
exorbitante en un prostituto llamado Adam, a quien se refiere como “el gigolo”. A partir de
este suceso se narran las peripecias, temores, angustias y dolores por los que pasa nuestra
protagonista, continuamente desdichada y que en cada página hace una profunda reflexión
sobre el paso del tiempo y la añoranza que tiene por la juventud. La obsesión de Soledad se
vuelve algo que se ve en cada instante y de cuyo énfasis en la obra no se puede rehuir.
Este libro se puede considerar como un retrato de la vejez, pero también de la locura, del
dolor y de los temores que invaden a cada persona, a cada hora. Nuestro personaje es alguien
humano y real, tan lleno de defectos e inseguridades, que siento que la autora no sabiendo de
qué agarrarse, aprovechó estas características y las exprimió cuanto pudo. Tiene en su obra
un personaje que podría causar empatía, pero le sobrecarga de características tan innecesarias
y cuyo fin es causar pena, que el objetivo de la obra se pierde, o al menos, consigue que se
vea poco claro.
El libro se interrumpe continuamente, por no decir desmesuradamente, con digresiones
sobre “autores malditos” cuya significación guarda una estrecha relación con la vida de
Soledad. Tanto así, que para la mitad del libro uno ya conoce lo que le aguarda al personaje
sin necesidad de leer más.
La obra se centra en los pensamientos de Soledad, dándoles tanto énfasis que con ello
consigue opacar a los demás personajes, dotándolos de tan pocos detalles que no llegan a
vislumbrarse como personas completas. Incluso Adam, el gigolo a quien Soledad ama, tiene
tan pocas apariciones en las cuales solo se centran en el sexo y su profesión como posible
criminal. Aun así, Soledad le ama, y mantiene con él una serie de visitas en las cuales la
relación de cliente y trabajador toma énfasis.
He dicho ya que Soledad es un personaje tan humano y tan real, que con el pasar de las
hojas, se alcanza a vislumbrar como un ente que no es meramente ficción, sino una persona
cualquiera, del mundo real. Soledad es el retrato de todos los estereotipos que sobre ella
recaen, no sólo por ser mujer, sino por ser una mujer vieja. La diferencia que en este libro
hace sobre hombres y mujeres es visible, haciendo que la carne adquiera tonos críticos hacia
la sociedad. La Rosa Montero que conocemos, aquella que lucha por el empoderamiento de
la mujer, queda retratada de una manera increíble en el libro. La sociedad, siempre dispuesta
a marcar la diferencia entre los dos sexos, se ve representada de tal manera que todos los
prejuicios plasmados en el libro pueden verse en la realidad. Nuestra protagonista es una
mujer de 60 años que no le ha apetecido tener hijos y que por tomar esa decisión es juzgada
duramente, llegando a tal grado que para ella decir que no quiere tener hijos, representa una
serie de dificultades pues sabe que esto le acarreará otras tantas preguntas. Y a pesar de este
toque, especial sin duda, que le ha conferido Rosa montero a la obra, también nuestra
protagonista se ve privada de consideración hacia las otras mujeres, criticándolas duramente
por el mejor hecho de ser más jóvenes y bellas. Sororidad no creo que sea una palabra que
forme parte del vocabulario de nuestra protagonista y, son precisamente estas incongruencias
las que se hallan en Soledad, las que la hacen adquirir una personalidad feliz, pero también
triste; valiente, pero cobarde; joven, pero vieja.
Rosa Montero no solo hace un retrato de la desigualdad que existe, sino que también le
confiere cierta importancia a las enfermedades mentales sobre las que tanto estigma se tiene.
El libro nos lleva en un recorrido que nos muestra, con su característica crudeza, las
condiciones que antes estaban tangibles en los psiquiatras. La gemela de nuestro personaje:
Dolores, está internada en un psiquiatra, y habla de su proceso y como sus locuras hicieron
internarla en un hospicio. Rosa Montero se queda en un vago intento de retratar lo que es esa
locura, esos fervientes pensamientos que llevan a uno hacia un hospital mental; y aunque el
intento de la autora es tangible, pienso que se pudo ahondar más en el término o, al menos,
en los protagonistas de sus historias, siendo éste uno de los temas principales de la obra.
“Locura” es una palabra que podría representar a la perfección el contenido de esta obra, pues
está tangente en cada palabra, en cada pensamiento y en cada acción de nuestro personaje
principal.
El libro es un testigo implacable que con sus rudas palabras y rápido ritmo nos lleva a
través de lo que significa envejecer y la perdida de aquel tesoro que tanto se añora, que es la
juventud; hace también un profundo análisis a lo que es una vida sin amor, y de cómo una
persona que parece tenerlo todo en la vida, pronto se ve levantada y con la vaga sensación de
que, en realidad, todo aquello que ha hecho, no ha valido para tanto. Rosa Montero nos
arrastra a una historia que va en busca de hallar significado, significado a la vida, significado
al amor y significado a la locura. Sus personajes principales: Soledad y Adam, son las dos
representaciones de vejez y juventud, al principio chocando con sus respectivas diferencias
y uniéndose tan sólo por el deseo carnal, pero conforme avanza el libro, estos dos se ven
reconciliados de una manera nostálgica. Y esto, el final del libro, es lo que más cabe destacar.
Si bien es cierto que el final de la obra es brusco y rápido, mostrando así una evolución de
Soledad que es casi imposible de creer, también es necesario recalcar que el final no debe
tomarse más que como una reconciliación de dos etapas de la vida: una fuertemente peleada
con la otra, una muerta de la envidia por el florecimiento de la otra, y por supuesto, de su
plenitud; una aborrecida por la idea de la muerte que la otra etapa representa, una rehusada a
llegar hacia la otra, pero que inevitablemente, las dos llegan a unirse en un punto en el que el
retorno no existe. Y es en este punto de inflexión, cuando la reconciliación es inevitable y su
encuentro se ve dividida por una fina línea de la cual no se vislumbra gran cosa, que la
juventud desaparece, para que así la vejez, aquella de la que se tiene tanto miedo, tome forma
por sí sola y florezca, sin miedos, temores, angustias o preocupaciones.

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