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¿Existe algo que resista al embate del tiempo?

Ejercicios Comunión y Liberación Universitarios


Segunda Asamblea

El Quisco, sábado 27 de abril del 2019

E se domani – Mina Mazzini.


Il popolo canta – C. Chieffo.
Razón de vivir – Víctor Heredia

P. Julián: Adelante.

Camilo: Yo quería contar una cosa que pensaba hoy durante el silencio. Yo
pensaba que la respuesta a esta pregunta es aún más certeza que viene hacia mí con un
rostro que muchas veces es un amigo. Contaré un hecho que me paso esta semana: El otro
día fui a conversar con un amigo que tenía problemas en su casa cuya raíz de estos
problemas eran causado por él, porque está en un momento complicado y hacía que en su
casa ocurriera ciertas cosas, y el problema aun mayor era que no se estaba dando cuenta
de lo que estaba pasando. Entonces tomé la decisión de ir a conversar con él, y en resumen,
corregirlo. Lo que más me sorprendió no fue la conversación en sí, sino una cosa que me
dijo al final, que fue agradecerme porque fui a ayudarlo y que esta es la modalidad de
nuestra amistad entre nosotros y que si bien, era muy complicado lo que yo había dicho,
porque siempre es complicado decir algo así, él me agradecía antes que cualquier otra cosa,
y me contaba que para él el encuentro con Cristo había sido algo que ocurrió esa noche
cuando fui a hablar con él. Lo que siempre mantenía en toda su historia –que es grande- era
esa caricia de Cristo hacia él, a través de un rostro concreto, un amigo que lo ayuda, lo
corrige y lo acompaña. En resumen, para mí la respuesta a esta pregunta es lo que él me
decía, la fascinante y constante vista de este Rostro en una persona.

Gracias.

Alejandra: una de las grandes preguntas o de las grandes inquietudes que tenía
cuando llegué acá era el sentirme culpable. Para contextualizar un poco, aún tengo mucha
familia en Venezuela –abuelos, primos muy jóvenes, tíos jóvenes- que están viviendo
situaciones muy complejas y muy tristes. Le comentaba al padre Julián en la mañana que,
pensando en la pregunta -¿hay algo que resiste el paso del tiempo?- me llegaba a la cabeza
que de las cosas que resisten al tiempo son los deseos del corazón. Siempre he sentido, desde
muy chica, el deseo de vivir intensamente la vida, y cuando estaba en Venezuela no era de
interiorizar qué cosas me pasaban o como lo que hacemos acá; el deseo que tenía cuando
vivía en mi país era el deseo de supervivencia, ¿Qué comeré mañana? ¿A dónde iré mañana?
¿Qué pasara conmigo mañana? ¿Llegaré viva a mi casa, por lo menos?, eran esas las
preguntas que tenía y lo que me mantenía «viva» -y con mucho miedo-. Cuando se me dio la
oportunidad de poder venir a Chile estaba aliviada porque había logrado hacer lo que
mucha gente no pudo -tengo familiares que tampoco pudieron-, y cuando conocí el
movimiento, sobre todo estos últimos meses después de que me reintegré, que han sido todos
llenos de vivencias y experiencias y que me han hecho muy feliz, pensaba que por fin estaba
cumpliendo mi deseo de encontrarle a mi vida un sentido. Pero era imposible no sentir culpa,
remordimiento, porque, si bien yo estoy bien, mi familia lo está pasando mal. Esto me hizo
sentir egoísta y pensé: «los he abandonado a todos por seguir un deseo mío». Yo vivo todo
esto, ellos no lo pueden vivir. Me llena de impotencia. Un amigo me escribe y no tengo qué
decirle. Ellos me escriben diciendo «Ale, está todo mal, estamos apenas sobreviviendo con
lo que tenemos» y me encontraba con que no les podía decir nada, no tenía cómo enfrentarme
a ellos ¿Qué les podía decir? hablarle de lo que yo estaba viviendo me hacía sentir
arrogante, egoísta. Entonces pensaba que tenía que abandonar mis deseos, si tenía a mi
familia y amigos sin la posibilidad de seguir los suyos, y empezó una lucha en mi mente muy
fuerte porque si vivo mi vida, siento que los traiciono; si no cumplo con mis deseos por culpa,
me traiciono a mí misma.

No podemos escuchar esto que tú nos dices, Alejandra, sin entender todo el drama
que cuentas. Porque una experiencia dolorosa como dejar la propia tierra te permite
comprender, comprenderte a ti misma, lo que deseas, lo que te duele, lo que anhelas, esto te
ha hecho preocupar mucho más por gente tuya, que a lo mejor no hubiese pasado si no
hubieras tenido que vivir esta experiencia. La mayoría de nosotros tenemos las familias más
o menos juntas, y no experimentamos este drama y estos sentimientos que tú expresas.
Esta mañana te comentaba que el dolor que uno puede sentir por ver a tantas
personas que quieres sufriendo lo que ustedes han sufrido necesita una cosa muy importante,
es la primera cosa que podemos hacer por aquellos a quienes nosotros queremos y es darle
esperanza. Sin esperanza, uno no tiene ganas de luchar. Hace unos pocos años en Brasil por
donde yo vivo, hubo unas inundaciones muy grandes en Petrópolis, entonces le propuse al
CLU que durante el carnaval fuéramos a ayudar a reconstruir la ciudad. Una parte de la
ciudad había quedado inundada y había muerto muchísimas personas. Llegamos ahí y nos
ofrecieron una parroquia para ver cómo nos organizábamos, fuimos unos cuarenta con
algunos albañiles que sabían un poco más. Entonces, cuando los bomberos y los equipos
salieron y pudimos empezar a ayudar, yo fui a hablar con el alcalde de uno de los poblados
que había quedado inundado de barro hasta los tejados -muchas personas murieron ahogadas
en el barro dentro de las casas- con la idea de empezar a ayudar a los más débiles. Me parecía
que era la cosa que mejor podíamos hacer. Entonces nos juntamos y dijimos «somos un grupo
de universitarios dispuestos a trabajar en lo que haga falta, limpiar casas, sacar agua,
reconstruir, lo que sea ¿por dónde empezamos?» y nos dijo: «pasará mucho tiempo hasta que
veamos reconstruido esto, hay que empezar por un lugar que nos de esperanza, arreglen la
iglesia, límpienla». Yo, en lo último que pensaba era en limpiar la iglesia, pensaba en limpiar
la casa de una anciana. Para ellos no era que les pareciera bien que empezáramos por los más
pobres sino que dijeron «si no tenemos un lugar de esperanza, nosotros no podemos luchar
por reconstruir esta ciudad» cuando la vida aprieta, cuando la situación se pone difícil, el
lugar para empezar es qué esperanza podemos dar a alguien para que siga luchando en
circunstancias difíciles.
Los que nosotros estamos viendo aquí también es un problema político, el
encuentro no es un asunto solamente religioso, es un asunto que afecta todo lo humano
porque es la esperanza de los hombres. La cosa es que alguien pueda, mirando, comunicar
una esperanza al otro que le permita poder atravesar circunstancias que son inesperadas.
Entonces yo veo, Alejandra, es que estos sentimientos que tú tienes, nos obligan a nosotros
a decir, ¿con qué esperanza yo vivo? Y este es el punto en cómo esta pregunta « ¿Qué resiste
al paso del tiempo?» se hace importante también, porque ¿qué resiste para que yo pueda dar
esperanza a los míos que pasan una situación difícil? ¿Qué resiste para que yo pueda
colaborar y construir? Nuestra vida no puede evitar la pregunta ¿Cómo puedo ser yo más útil
al mundo? Es imposible que uno se haga esta pregunta y no intuya que él puede tener una
utilidad, cada uno de nosotros tiene una utilidad en el mundo ¿cuál es la mía?
Ahora que están en la universidad no pueden evitar esta pregunta.
Queremos organizar una peregrinación anual para los universitarios de américa
latina, como se hace en Europa, porque Giussani pensó que cuando uno entra en la
universidad o sale de la universidad, necesita preguntarse ¿Cómo puedo ser yo más útil al
mundo? Porque a veces uno se pone a pensar ¿Cuánto ganaré? ¿Conseguiré pagar mis
cuentas? Y otras mil cosas que son normales, pero uno a veces piensa que el horizonte de la
persona es uno mismo y eso es agobiante. Si uno piensa así se muere, porque si nunca hay
suficiente dinero para pagar las cuentas, uno va a estar preocupadísimo siempre y la vida se
le irá por pagar unas cuantas cosas. Haciéndonos estas preguntas queremos mirar el mundo
a lo grande ¿cómo puedo ser yo más útil al mundo? Y la primera cosa que nosotros podemos
hacer es comunicar una esperanza que haya venido a nuestro encuentro, como decía Camilo.
Saber que no es una lucha o una fuerza, sino una cosa que nos ha venido, sería
esperanza para tu gente allí también, y para que uno pueda pensar a la hora de usar sus
talentos incorporando esta pregunta: ¿cómo poder ser útil al mundo?, porque eso es lo que
permite también ensanchar el corazón, tenemos familia pero también tenemos al mundo.
Tienes a tu familia, pero también tienes esta gran familia que te ha acogido. Uno se da cuenta
que la gran familia supera a veces los vínculos de la sangre. Nosotros no nos ceñimos a los
vínculos de sangre. San Pablo decía «no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni
mujer -ya era bien moderno-, todos somos uno en Cristo Jesús». Saber esto, que tú necesidad
es también la mía, a mí me ensancha el corazón, me larga el corazón, así como los amigos
alargan las preguntas, también alargan el corazón, la capacidad de amar. Para permitir que
alguien más entre a tu corazón hay que ensancharlo, porque si no se nos queda pequeño, solo
con lo que uno decide a su medida.
Lo que hacemos estos días es una contribución al mundo, no es una contribución
espiritual para quienes tienen algunas curiosidades religiosas, así estamos cerca de la
parroquia, del movimiento, sino que es un deseo de responder al mundo en lo que más
necesita, porque es el gran problema del hombre. Para salir de Venezuela, para luchar en
cualquier circunstancia, si no hay esperanza, no hay nada que hacer.
Seguro que muchos habrán leído una obra de Viktor Frank, –porque ha muerto
hace poco– fue un hombre que vivió en un campo de concentración alemán, recién casados
los arrestaron y los separaron a él y a su esposa inmediatamente. Al terminar, él se salvó pero
nunca supo más de ella. Frankl dice que la gente que más resistía en el campo de
concentración alemán no eran los más fuertes, a las torturas psicológicas y las humillaciones
los primeros que caían eran los más fuertes. Habían dos tipos de personas que resistían:
aquellos que tenían a alguien que les quería y esperaban volver a verle, aquellos que creían
en Dios, sabían que la vida era más que la locura que veían delante de ellos. Él cuenta que
estaba muy enamorado de su esposa y prácticamente pudo vivir la vida familiar algunos
meses, y lo que a él le sostuvo todo el tiempo que estuvo en el campo de concentración
alemán fue el deseo de volver a ver a su esposa –que nunca más volvió a ver-. Siendo un
hombre frágil, con problemas de salud fue eso lo que lo sostuvo. Cuando acabó la guerra, se
dio cuenta de que a su esposa no la encontraban, la dieron por muerta, y decidió salir a
caminar por un sitio cerca del campo de concentración donde la esposa estuvo, caminando
lleno de nostalgia, Frankl cuenta que vio que un campesino labrando la tierra se encontró un
pendiente de mujer y él le pidió que se lo enseñara y se dio cuenta que era uno de los
pendientes de su mujer. Él le había dado de regalo un joya que era una bola del mundo
pequeña con todos los países en plata, el orfebre había tallado una joya única. Él decía –no
lo diré de manera textual porque ahora no recuerdo- «el pendiente me vino a decir cómo mi
esposa me había salvado de la muerte en el campo de concentración porque había pensado
permanentemente en ella». Tener un amor y acreditar en Dios, se dio cuenta él que en la
psiquiatría era el punto fundamental. Revoluciona la psiquiatría que había dicho Freud,
diciendo que el hombre no se mueve por el eros y por el thanatos -que era lo que Freud decía
que movían al hombre-, sino que los mueve la búsqueda de un sentido, lo que mueve al
hombre de verdad es el sentido de la vida, si él no hubiera tenido esto, no hubiera sobrevivido
al campo de concentración. Lo que el hombre busca es el significado, es lo que al hombre
mueve. No es un asunto de filósofos, es lo que mueve al hombre cuando la vida la aprieta de
verdad y cuando la vida se empieza a hacer superficial.

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