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Espacio plástico clásico e ilusionismo

Una idea planteada constantemente por los historiadores del arte, y de la imagen en sí, es la que
propone que la imagen se desarrolla en una escala evolutiva; un recorrido no solo cronológico,
sino literal, en el que se busca algo. Una búsqueda que cambia de nombre, quizá, pero que tiene
como base, una relación del ojo y la consciencia humana, con la realidad, y el mundo físico. Este
entendimiento puede desprenderse – y no debería-, del contexto, de los momentos sociales,
políticos, económicos, y culturales, en los que se ha visto fuertemente afectada la relación del
hombre con la imagen.
Esta búsqueda se llamó en un principio, mímesis.
La relación del hombre con su entorno era canalizada visualmente en pinturas y esculturas que
tenían como fin máximo el parecido a la realidad, este parecido marcaba que tan bien logradas
estaban las piezas. Aquí el pintor no tenia nombre, no era un artista, era una habilidad y una
mano que lograba un efecto “ideal”.
Sin embargo, la realidad plasmada por las pinturas, sin importar que tan exacta fuese, no lograba
perdurar, es decir, la ilusión generada por esta se terminaba después de unos instantes. Esta
ilusión puede entonces ser semejante a una ventana, o mejor, un espejo, tras el cual que se abre
un paralelismo entre el observador, la realidad que conoce, y un tercero, lo que ve – y no ve- en
la pieza. Este último, presenta una mirada que si bien busca la misma representación de la
realidad, tiene en sí algo “único”, algo que viene de la mano del artista.
El espacio plástico de la pintura cambiará con a aparición de la cámara oscura, se complejizará.
Su tecnificación hasta la modernidad, podría ser otro de estos procesos evolutivos. Éste se liga a
la búsqueda de representar, y la desdobla.
La cámara obscura fue primero descubierta como fenómeno óptico en la antigüedad, y luego
usada como medio en sí mismo para la creación de imágenes. Si bien estas imágenes superaban
toda clase de mimesis lograda por la pintura, significaban una variante añadida, es decir, un
objeto interpuesto entre el observador – fotógrafo- y lo observado. Un intermediario entre el ojo
y la realidad.
Tras la invención formal y universalización de la fotografía, se “aceptó” la veracidad de lo
representado, pero siempre con cierto margen de incertidumbre - Aunque veamos a la persona
conocida retratada en una fotografía, y sepamos que es la misma, siempre la imagen en papel
mantendrá un halo de misterio, de tiempo y espacio detenidos, de nuevo, de espejo o ventana-.
Hay siempre en esta percepción de espacio contenido dentro del arte, algo de siniestro.
El papel del artista ha estado desde siempre afectado por esto. Si bien ganó libertades – en
muchos casos absurdas-, y espacios – literales y no literales-, la imagen, y lo bello que puede o
no haber en ella – belleza entendida ampliamente- , siempre estará sometido a ser un acto de
ilusionismo.

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