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RELATO EN PRIMERA, SEGUNDA Y TERCERA PERSONA CON EL MISMO PROTAGONISTA

Este es un ejemplo sencillito, sin muchas florituras que se me ocurrió primeramente para el
ejercicio de primera, segunda y tercera persona. Uso el mismo protagonista:

PRIMERA PERSONA:
No sabía cómo iba a acabar todo aquello, pero mi compañero estaba en peligro, y no podía dejar
que pagase por mis propios errores con su vida. Así que me adentré en la densa niebla vespertina
de la estación de ferrocarril, en dirección al túnel. Un olor dulzón a sangre y vísceras provenía del
mismo, inundando mis fosas nasales, abriéndose paso hacia mi cerebro, a estas alturas paralizado
por el miedo. Mis músculos estaba rígidos y un sudor frío recorría mi espalda. Allí dentro, en la
más opresiva oscuridad, un rugido gutural reverberaba en un eco terrorífico.

La razón me decía que no continuase. Ya no podía hacer nada por aquel desdichado. El
experimento no había resultado como yo había esperado, y ahora una terrible bestia amenazaba a
la ciudad entera, por mi culpa. No. Debía continuar hasta las últimas consecuencias, aunque mi
vida acabase en manos de aquella nauseabunda criatura. No había alternativa.

Unos pasos se escucharon al final del túnel, mientras mis pies avanzaban dubitativos, y mis manos
empuñaban con fuerza aquel frío trozo de hierro, que había tomado momentos antes. Finalmente,
al doblar un recodo me encontré frente a frente con aquel perverso y deforme ser. Y habría jurado
que me sonreía, con sus fauces desencajadas y cubiertas de sangre. Era la hora de la verdad.

SEGUNDA PERSONA:
No sabes cómo acabará todo eso, pero tu compañero está en peligro y no puedes dejar que pague
por tus errores con su vida. No sería justo. Así que te adentras en la densa niebla vespertina de la
estación de ferrocarril, en dirección al túnel. Un olor dulzón a sangre y vísceras proviene del
mismo, inundando tus fosas nasales, abriéndose paso hacia tu cerebro, a estas alturas paralizado
por el miedo. Sientes cómo tus músculos están rígidos y un sudor frío recorre tu espalda. Allí
dentro, en la más opresiva oscuridad, un rugido gutural reverbera en un eco terrorífico.

La razón te dice que no continúes, que no se puede hacer ya nada por ese pobre desdichado. El
experimento no ha resultado como te habías esperado, y ahora una terrible bestia amenaza a la
ciudad entera, por tu culpa. No. Debes continuar hasta las últimas consecuencias, aunque tu vida
acabe manos de aquella nauseabunda criatura. No hay alternativa.

Unos pasos se escuchan al final del túnel, mientras tus pies avanzan dubitativos, y tus manos
empuñan con fuerza aquel frío trozo de hierro, que habías tomado momentos antes. Finalmente,
al doblar un recodo te encuentras frente a frente con ese perverso y deforme ser. Y podrías jurar
que te está sonriendo, con sus fauces desencajadas y cubiertas de sangre. Es la hora de la verdad.
TERCERA PERSONA:

El profesor desconocía cómo iba a acabar todo aquello, pero su compañero estaba en peligro, y no
podía dejar que pagase por mis propios errores con su vida. Así que se adentró en la densa niebla
vespertina de la estación de ferrocarril, en dirección al túnel. Un olor dulzón a sangre y vísceras
provenía del mismo, inundando sus fosas nasales, abriéndose paso hacia su cerebro, a estas
alturas paralizado por el miedo. Sus músculos estaba rígidos y un sudor frío recorría su espalda.
Allí dentro, en la más opresiva oscuridad, un rugido gutural reverberaba en un eco terrorífico.

La razón le decía que no continuase. Que ya no podía hacer nada por aquel desdichado. El
experimento no había resultado como el profesor había esperado, y ahora sentía que una terrible
bestia amenazaba a la ciudad entera, por su culpa. No. Debía continuar hasta las últimas
consecuencias, aunque su vida acabase en manos de aquella nauseabunda criatura. No había
alternativa.

Unos pasos se escucharon al final del túnel, mientras sus pies avanzaban dubitativos, y sus manos
empuñaban con fuerza aquel frío trozo de hierro, que había tomado momentos antes. Finalmente,
al doblar un recodo se encontró frente a frente con aquel perverso y deforme ser. Y hubiese
jurado que le sonreía, con sus fauces desencajadas y cubiertas de sangre. Era la hora de la verdad.

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