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Algunas consideraciones sobre la prevención y el manejo de conducta en niños con síndrome de

Down

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Autora: Patricia Obregón, Psicóloga

Fuente: Avances, publicación de la Corporació S. de Down de Bogotá, Abril 1998.

Publicado en Paso a Paso, Vol. 8, No. 6 (Nov./Dic. 98)

Es innegable la importancia que tiene para el niño el conocimiento de la existencia de límites en su


comportamiento como requisito básico para su adaptación e integración dentro de un medio
social cualquiera.

Es indudable también que entre más temprano se enfrente el niño con el problema de las normas
y la exigencia de acatarlas, mayores serán sus habilidades de interacción con otros y mejores los
resultados en el aprendizaje, dado el impacto que el factor conductual ejerce en estos procesos.
Una evidencia difícilmente debatible es que los niños desobedientes, rebeldes y disruptivos son
poco productivos en las situaciones de aprendizaje y encuentran poco gusto de estar en ellas.

A menudo se olvida que las dificultades comportamentales que aparecen en los niños en los
primeros años deben ser manejadas oportunamente, ya que con el tiempo se tienden a agravar o
a volver crónicas, existiendo mayores complicacines en la posibilidad de modificarlas.

Los niños no nacen sabiendo la forma cómo comportarse, ellos aprenden las conductas que les
ayudan a obtener lo que quieren y necesitan de los otros. Lamentablemente hay niños que en la
relación con sus padres y familiares empiezan a encontrar en los comportamientos inapropiados la
mejor forma de satisfacer sus demandas y exigencias.

Se olvida también cómo los niños requieren tener pautas y parámetros para sentirse seguros y la
implicación que tiene la capacidad de seguir reglas en el desarrollo y formación de una autoestima
positiva. No hay nada que produzca más inseguridad a un niño que un ambiente donde no existen
límites claros o éstos se cambian continuamente o donde es imposible predecir la reacción o
respuesta de los otros.
En los niños con retardo mental, este tipo de consideraciones son igualmente válidas. Sin
embargo, en la práctica, se evidencian algunas dificultades en los maestros y padres de familia
para enseñarle a los niños normas y límites en su comportamiento.

Muy frecuentemente se subestiman las capacidades para entender e infringir las reglas y existe
por lo general más benevolencia cuando de juzgar sus conductas se trata. Hay a veces temor y
ansiedad de que los procedimientos que se utilicen puedan ser nocivos para ellos. En otros casos
los sentimientos de culpa y la necesidad de sobreprotección hacen que se amplien los límites de
tolerancia ante los comportamientos inadecuados, entendido éstos como los comportamientos
que perturban a los otros o que están por debajo de las capacidades y expectativas del niño, si se
tiene en cuenta su nivel de desarrollo.

Si se piensa por un momento en las habilidades y comportamientos que debe lograr el niño en
edad preescolar se verá como en el desarrollo y adquisición de los mismos interactúan la madurez
biológica y la conducta. En efecto, aparte de los logros académicos propiamente dichos
(preescritura, prelectura, prematemáticas, área perceptual, habilidades motores gruesas y finas,
etc.), existen otros objetivos no menos importantes que incluso, en algunos casos, constituyen la
base de los logros académicos. Tales objetivos se pueden resumir como sigue:

1. Autonomía en la ejecución de las rutinas básicas (control de esfínteres, alimentación, vestido,


aseo y orden).

2. Autonomía en las conductas y hábitos necesarios para el trabajo en aula (atención, seguimiento
de instrucciones, capacidad para permanecer sentado durante la ejecución de las actividades,
iniciar y terminar una actividad, manejar los cambios de clase o de actividad, etc.).

3. Desarrollo de habilidades sociales y comunicativas que faciliten la interacción con el medio


(adaptación a diferentes ambientes y personas, acatar normas y límites, manejar la frustración,
mostrar una intención comunicativa –oral o gestual- compartir espacios y objetos con otros,
respetar el turno, etc.)

Esto significa que hay ocasiones en las que puede afirmarse con seguridad que un niño cuenta con
la madurez necesaria para realizar una tarea (control de esfínteres, seguimiento de instrucciones,
realización de las actividades de principio a fin, comprender una regla, etc.), pero que existen
interferencias conductuales que afectan o impiden su ejecución. En estos casos, no es que el niño
no pueda o no tenga la habilidad necesaria para mostrar un adecuado desempeño; el problema es
que no quiere hacerlo porque no han sido manejados apropiadamente los límites ni el control
sobre sus impulsos. Por ejemplo, el niño que se resiste a realizar una actividad en el momento en
que se da la orden o instrucción, si bien sabe con claridad lo que tiene que hacer, o el que hace
una pataleta porque tiene que esperar su turno o porque tiene que compartir juguetes o
materiales de trabajo con otros.

Las preguntas que surgen a continuación son entonces ¿cómo hacer para que los niños acepten y
acaten las normas?, ¿cómo desarrollar su capacidad para seguir y aceptar una serie de límites y
reglas en su comportamiento?, ¿cómo enseñarle al niño a comportarse de acuerdo a las
demandas y exigencias de cada situación?, ¿existen diferencias significativas en el manejo
conductual que debe hacerse en un niño con deficiencia cognitiva?

Para contestar estas preguntas partimos de la consideración de que los niños con retardo mental
son esencialmente similares a los otros niños. Tanto unos como otros comparten las mismas
necesidades básicas de afecto, seguridad, aprobación o disciplina, y sus comportamientos se
forman y se mantienen por los mismos principios. Sin embargo, no es menos cierto que cada
individuo con o sin retardo es único y diferente.

Ahora bien, lo que sí es cierto es que generalmente se demoran más en aprender los hábitos, las
habilidades, los conceptos y las conductas necesarias. Para que estos aprendizajes se den, se
necesita dedicación, tiempo, esfuerzo y persistencia por parte de las personas que rodean al niño
y que son significativas para él. Aún más, se requiere tener claridad en las expectativas que se
tienen con el niño y convicción de que la posibilidad de hacerlas reales es un proceso que debe
iniciarse desde sus primeros años.
Los problemas conductuales no aparecen de la noche a la mañana: éstos empiezan a gestarse en
forma gradual, de ahí la importancia de prevenirlos oportunamente. Oelwein (1988) resume las
condiciones necesarias para el logro de este objetivo:

1. Tener expectativas realistas. Esto significa que la exigencia que se le hace al niño debe estar
acorde con su nivel de desarrollo. El presionarlo para que muestre comportamientos más maduros
puede ser una causa de las dificultades de conducta. Lo mismo opera a la inversa, es decir, cuando
permitimos que el niño continúe mostrando conductas que son típicas de etapas anteriores,
impidiendo su crecimiento personal.

2. Planear para el éxito. Cualquier tarea o conducta que el niño deba aprender o cualquier
situación nueva que deba enfrentar debe planearse de forma tal que el resultado sea exitoso. Las
actividades deben ser interesantes y significativas y deben partir de lo que el niño puede hacer.

Por ejemplo, si el niño tiene una cita médica y la espera es prolongada, los comportamientos
inadecuados pueden prevenirsellevando un juguete o realizando algunas actividades que sean de
su interés. Si lo que tiene el niño que hacer es enfrentar una situación nueva, es conveniente
prepararlo, explicarle con anterioridad qué es lo que va a ocurrir y el comportamiento que se
espera de él (descrito preferiblemente en los términos más concretos posibles). Igualmente, se
deberá evaluar si la actividad o situación a la que queremos exponerlo es adecuada para él,
teniendo en cuenta el atractivo que puede revestir, el tiempo que le implica estar quieto, etc. (por
ejemplo llevarlo de compras, al banco o a un restaurante en el que el servicio es demorado).

3. Hacer positivas las interacciones. Cuando el niño es muy pequeño es frecuente observar que
cualquier logro, por mínimo que sea, es ampliamente estimulado y reconocido; no obstante, con
el correr del tiempo esta práctica tiende a perderse. Es importante que el niño reciba mensajes
positivos sobre él mismo o sobre las cosas que hace, si bien es cierto que tales mensajes se deben
“dosificar” para que sigan conservando su poder reforzante.
Debemos asegurar también que los estímulos que reciba sean tanto por las cosas que ha hecho
bien como por el simple hecho de ser el niño quien es. Esta aclaración es importante hacerla ya
que si el niño sólo obtiene gratificaciones por las cosas que hace, desarrolla en efecto buenos
comportamientos y habilidades, pero una baja autoestima (“Sólo vales en la medida que hagas las
cosas bien”). Contrariamente, el estar elogiándolo contínuamente, independientemente de las
cosas que haga, lleva al desarrollo de una buena autoestima, pero a comportamientos
inadecuados sumados a un pobre desarrollo de habilidades.

4. Dar soporte. Es una forma de reconocer los sentimientos del niño cuando hace alguna demanda
que no se puede complacer o tiene alguna dificultad en la realización de una tarea (“Sé que tienes
muchas ganas de que te compre ésto, pero ahora no tengo dinero.” “Sé que estás molesto porque
no pudiste salir al parque, pero ya es demasiado tarde”). Este tipo de afirmaciones con frecuencia
son suficientes para prevenir la aparición de una rabieta o cualquier otro comportamiento
inadecuado.

5. Establecer reglas y límites. Las reglas son de extrema importancia para organizar el ambiente del
niño y regular su comportamiento teniendo en cuenta las necesidades de las personas que están
alrededor y las demandas propias de la situación. En la medida de lo posible, los niños deben
participar en la construcción de las reglas sabiendo cual es el sentido de las mismas. Son asimismo
una guía que les permite saber, por sus propios medios, si se están o no comportando
apropiadamente. Los límites definen la linea entre lo que es y no es aceptable y al contrario de las
reglas, son de tipo específico. El establecimiento de límites es un elemento indispensable para que
el niño pueda aprender los comportamientos que son apropiados de acuerdo a los valores de sus
padres.

Inicialmente, es recomendable que tenga pocos límites y que aprenda a mantenerse dentro de
ellos. Una vez que los maneje, podrán ir agregándose en forma gradual otros nuevos. Se debe
tener siempre en cuenta que entre más competente sea un niño para vivir dentro de límites,
mayor libertad e independencia tendrá para manejar su ambiente.

6. Determinar las consecuencias por exceder los límites. Las reglas y los límites no tienen ningún
sentido si no hay consecuencias por su incumplimiento. Estas deben estar claramente definidas y
utilizarse consistentemente para que el niño pueda entender la relación entre su comportamiento
y lo que ocurre después.
Hay consecuencias que nada tienen que ver con el resultado de la acción del niño como, por
ejemplo, no ver televisión por haber hecho una rabieta. Sin embargo, éstas pueden ser efectivas
cuando la consecuencia es algo molesto para él o supone perder la oportunidad de hacer algo
gratificante. A este nivel es importante recordar que la definición de “lo molesto” o “lo
gratificante” es específico para cada niño.

Las consecuencias naturales y lógicas son más convenientes para que el niño entienda el resultado
de sus acciones y se dan como resultado natural por la infracción de una regla o límite. Las
consecuencias naturales requieren sólo del adulto el estar ahí para garantizar que éstas ocurran.
Por ejemplo, si el niño no va a comer a la hora que se le dice, entonces no comerá porque ya pasó
la hora, o tendrá que comer sin la compañía de nadie. Las consecuencias lógicas requieren la
intervención del adulto para hacerlas efectivas. Por ejemplo, “Si empiezas a correr en la calle te
tendré que llevar de la mano”. “Si no puedes estar sin molestar a tus hermanos, tendrás que pasar
un rato sólo en tu cuarto,” etc.

7. Ser consistentes. Esta es la pieza clave en el manejo del comportamiento. Se debe ser
consistente desde que ocurre por primera vez el comportamiento inadecuado, actuando siempre
de manera inmediata, en forma calmada pero firme. Entre más rápidamente el niño aprenda la
conexión entre su comportamiento y la consecuencia, más rápidamente aprenderá la conducta
deseada.

Estas ideas están orientadas a la prevención de las dificultades conductuales. La experiencia y el


sentido común nos muestran que son tan efectivas en el niño normal como en el niño con
necesidades especiales. Sin embargo, es para el adulto que rodea al niño al que se dirige la mayor
exigencia pues implica de parte de él contar con el tiempo y la dedicación permanentes para
poner en práctica estas recomendaciones.

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