1) MATERIALES PARA LA PRIMERA CLASE
- EL NAUFRAGIO DE ODISEO
El poderoso Poseidón, que volvía de Etiopía, lanza a lo lejos sus
miradas desde lo alto de las montañas de Solimo; reconoce a Ulises
que navega sobre las ondas; la cólera se enciende en su alma:
entonces, agitando la cabeza, dice en el fondo de su corazón:
–¡Cómo!, por lo visto, los dioses han cambiado de resolución
en favor de Ulises, mientras yo me hallaba en medio de los etíopes;
helo aquí a punto de llegar al país de los feacios, donde su destino es
escapar a las prolongadas desgracias que le persiguen. Pero antes
quiero hartarle de males.
Acabando de decir estas palabras, reúne las nubes, trastorna
los mares, y sosteniendo en sus manos el tridente, excita el soplo
impetuoso de todos los vientos contrarios; bajo densas nubes
envuelve a la vez la tierra y las aguas; una densa noche cae de los
cielos. Con el Euro y el Noto se lanzan el violento Céfiro y el frío
Bóreas, levantando enormes olas. Ulises siente entonces que sus
rodillas tiemblan y su corazón desfallece; suspira y dice:
–¡Ay, desdichado de mí! ¡Qué nuevos tormentos me están
reservados! Tengo miedo de que la diosa Calipso no me haya dicho la
verdad, cuando me anunció que en el mar, antes de llegar a mi patria,
me vería abrumado de males; ahora se están cumpliendo todas sus
palabras. ¡Con qué espantosas nubes está Zeus oscureciendo el
vasto cielo, cómo agita las olas! Las tempestades de todos los vientos
se precipitan en el mar. Ahora se me ha asegurado una espantosa
muerte. ¡Tres o cuatro veces felices los hijos de Danao que
sucumbieron en las llanuras de Ilion, defendiendo la causa de los
Atridas! Pluguiera a los dioses que yo estuviera muerto, que hubiera
cumplido mi destino aquel día en el que numerosos troyanos dirigían
contra mí sus lanzas de cobre, alrededor del hijo de Peleo; el cual
acababa de expirar. Por lo menos entonces yo habría obtenido
exequias fúnebres, y los griegos habríanme colmado de gloria; hoy,
en cambio, mi destino es perecer con una muerte ignominiosa.
O poderoso Poseidon, que estava voltando da Etiópia, lança os
olhos de longe nas montanhas de Solimo; ele reconhece Ulisses
navegando nas ondas; a raiva inflama em sua alma: então,
balançando a cabeça, ele diz no fundo do seu coração:
–Como, aparentemente, os deuses mudaram sua resolução
em favor de Ulisses, enquanto eu estava no meio dos etíopes; aqui
ele está prestes a chegar ao país dos feácios, onde seu destino é
escapar dos infortúnios prolongados que o assombram. Mas
primeiro quero deixar você doente do mal.
Tendo acabado de dizer essas palavras, ele recolhe as
nuvens, derruba os mares e segura em suas mãos o tridente, excita
o sopro impetuoso de todos os ventos contrários; sob densas
nuvens envolve a terra e as águas; Uma noite pesada cai dos céus.
Com o Euro e o Noto, o violento Cephiro e o frio Boreas são
lançados, levantando enormes ondas. Ulisses sente então que seus
joelhos tremem e seu coração treme; suspira e diz:
-Oh, miserável! Que novos tormentos estão reservados para
mim! Receio que a deusa Calipso não me tenha dito a verdade,
quando me anunciou que no mar, antes de chegar à minha terra
natal, eu estaria cheio de males; agora todas as suas palavras estão
a cumprir-se. Com que nuvens espantosas está Zeus a obscurecer o
vasto céu, como agita as ondas! As tempestades de todos os ventos
precipitam-se no mar. Três ou quatro vezes felizes os filhos de
Danao que sucumbiram nas planícies de Ilion, defendendo a causa
das Atrides! Teria agradado aos deuses se eu estivesse morto, se
eu tivesse cumprido meu destino naquele dia em que muitos
troianos estavam dirigindo suas lanças de cobre contra mim, em
torno do filho de Pelé, que tinha acabado de expirar. Pelo menos
então eu teria obtido funerais, e os gregos teriam me enchido de
glória; hoje, por outro lado, o meu destino é perecer com uma morte
ignominiosa.
 Dichas estas palabras, una ola enorme cae sobre él desde
arriba, y precipitándose con furia, hace dar media vuelta al frágil
esquife. De pronto, Ulises va a parar lejos de la balsa, el timón se le
escapa de las manos. Un impetuoso torbellino de todos los vientos
mezclados rompe el mástil por el medio; la vela y las antenas son
arrastradas en el mar; el héroe mismo queda mucho tiempo sepultado
bajo las aguas; no puede elevarse por encima de las olas impetuosas,
porque su peso ha aumentado a causa de las preciosas vestiduras
que le dio la diosa. Finalmente logra emerger, y arroja de su boca la
onda amarga que corre en abundancia de su cabeza. Pero no se ha
olvidado de la balsa, a pesar de sus fatigas; se lanza en medio de las
olas y la agarra; luego se sienta en medio de ella para evitar la
muerte. La ola arrastra rápidamente de un lado a otro la ligera
embarcación. De la misma manera que el viento de otoño, a través de
los campos, se lleva ramitas que se enganchan unas con las otras, así
los vientos se llevan de un lado a otro en el mar la balsa de Ulises; tan
pronto el Noto la entrega a Bóreas, que la arroja a lo lejos, tan pronto
el Euro la cede al Céfiro, que la persigue con furia.
Entre tanto, la hija de Cadmo ve a Ulises, la bella Ino, que fue
en otro tiempo una mortal con voz humana, bajo el nombre de
Leucotea, y que ahora recibe los honores de los dioses en las olas del
mar. Se apiada del héroe, arrojado de acá para allá por la tempestad
[?].1
- LOS NAUFRAGIOS NARRADOS EN EL CORPUS DEL CURSO
Entonces, nos encaminamos hacia el Cabo de Buena Esperanza,
donde, gracias a Dios, arribamos luego de cierta enfermedad [?].
Hasta ahora solo nos hemos encontrado con un tiempo calmo, sin
embargo, tal como Dios quiso, en el momento en que avistamos St.
Lawrence [?], fuimos sorprendidos y dispersados por una gran
tormenta de viento que continuó con tal violencia durante varios días
que habíamos perdido toda esperanza de salvación, fuera de nuestra
1
Homero, Odisea (s. VIII a. C.), “Canto V”, vv. 281-335.
Tendo dito estas palavras, uma enorme onda cai sobre ele
de cima, e correndo com fúria, ele vira o frágil esquife ao redor. De
repente, Ulisses pára longe da jangada, o leme escorrega das suas
mãos. Um turbilhão impetuoso de todos os ventos mistos quebra o
mastro no meio; a vela e as antenas são arrastadas para o mar; o
próprio herói está há muito enterrado debaixo das águas; não pode
elevar-se acima das ondas impetuosas, porque o seu peso
aumentou por causa das preciosas vestes que lhe foram dadas pela
deusa. Finalmente ele consegue emergir, e joga fora de sua boca a
onda amarga que corre abundantemente de sua cabeça. Mas ele
não esqueceu a jangada, apesar de sua fadiga, ele se joga no meio
das ondas e agarra-lo, então ele se senta no meio dela para evitar a
morte. A onda arrasta rapidamente o barco da luz de um lado para o
outro. Da mesma forma que o vento de outono, através dos campos,
carrega galhos que estão engatinhados uns com os outros, assim os
ventos são carregados de um lado para o outro no mar a jangada de
Ulisses; assim que Noto o dá a Boreas, que o joga fora, assim que o
Euro o dá ao Zephyr, que o persegue com fúria.
Enquanto isso, a filha de Cadmo vê Ulisses, o belo Ino, que
já foi um mortal com voz humana, sob o nome de Leucotea, e que
agora recebe as honras dos deuses nas ondas do mar. Tende
piedade do herói, atirado para trás e para a frente pela tempestade
[...].
Depois fomos para o Cabo da Boa Esperança, onde, graças a Deus,
chegamos depois de uma certa doença [...]. Até agora só nos
encontrámos num tempo calmo, mas, como Deus quis, no momento
em que vimos São João Baptista, pudemos ir ao Cabo da Boa
Esperança, onde, graças a Deus, chegámos depois de uma certa
doença [...]. Lourenço [...], fomos surpreendidos e dispersos por uma
grande tempestade de vento que continuou com tanta violência
propia comprensión, tanto si hubiéramos caído sobre el suelo o las
rocas, desconcertados en la noche, sin tener el más mínimo socorro
de luz, muy asustados y ansiosos de que llegara el día y también de
alcanzar tierra: para nuestro bien, esto sucedió demasiado rápido.
Alrededor del primero de octubre [de 1589], nuestros miedos nos
hicieron olvidar cuánto tiempo pasó con certeza. Al amanecer
divisamos tierra, pero no la que conocíamos. El territorio parecía alto y
rocoso, el mar continuaba tormentoso y turbulento a tal punto que
parecía que no había esperanza de salvación sino esperar perecer en
cualquier momento.
Cuando nos acercamos a la orilla, y al percibir que no había
ninguna seguridad en la nave, ya que nos dimos cuenta que
rápidamente sería despedazada, el Capitán, mi amo y otros fueron a
la chalupa pensando de ese modo salvar sus vidas, inmediatamente
después todos los marineros se lanzaron al agua creyendo que irían a
salvar sus vidas nadando. Solo yo, la hija de mi amo, las dos criadas y
la negra quedamos a bordo porque no sabíamos nadar; pero los que
nos dejaron, también debieron haberse quedado con nosotros, ya que
vimos a la mayor parte de ellos morir; nosotros ya estábamos listos
para seguir su fortuna. Pero Dios quiso salvar nuestras vidas, como si
fuese por milagro, aunque aún nos queda más de qué afligirnos. Pues
cuando nos dirigimos contra los riscos, nuestro barco, luego de
aguantar dos o tres golpes contra las rocas, quedó quebrado y casi
hundido en las aguas, tuvimos muchas complicaciones estando
nosotros sobre el bauprés, que al estar roto, era conducido por las
olas dentro de una corriente de agua que desembocó en un pequeño
río que, por estar rodeado de rocas, quedaba al resguardo del viento,
de modo que tuvimos la oportunidad de llegar a tierra (aunque casi
ahogados) los cuatro, además de la negra. Cuando llegamos hasta
arriba de un risco pudimos observar, para nuestro terror, el miserable
naufragio [?].2
2
Neville, Henry, La isla de los Pines (1668). En: Margarit, L. y Montes, E. (comps.), Textos utópicos en la Inglaterra del siglo XVII. Tomo I. Buenos
Aires: Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 2014, p. 85s.
durante vários dias que perdemos toda a esperança de salvação,
para além da nossa própria compreensão, quer tivéssemos caído no
chão ou nas rochas, perplexos à noite, sem a mínima ajuda de luz,
muito assustados e ansiosos pelo dia que viria e também para
chegar à terra: por nossa causa, isto aconteceu demasiado
depressa. Por volta do dia primeiro de outubro [1589], nossos medos
nos fizeram esquecer com certeza quanto tempo passou. Ao
amanhecer, vimos terra, mas não a que conhecíamos. O território
parecia alto e rochoso, o mar continuou a ser tempestuoso e
turbulento a tal ponto que parecia não haver esperança de salvação,
mas esperança de perecer a qualquer momento.
Quando nos aproximamos da costa, e percebemos que não
havia segurança no navio, pois percebemos que ele seria
rapidamente destruído, o Capitão, meu mestre e outros foram para a
chalupa pensando assim para salvar suas vidas, logo depois todos
os marinheiros saltaram para a água acreditando que iriam e
salvariam suas vidas nadando. Só eu, a filha do meu senhor, as
duas criadas e a negra ficaram a bordo porque não sabíamos nadar;
mas aqueles que nos deixaram também deveriam ter ficado
conosco, pois vimos a maioria deles morrer; já estávamos prontos
para seguir a sua fortuna. Mas Deus queria salvar as nossas vidas,
como que por milagre, embora ainda tenhamos mais para sofrer.
Pois quando fomos contra as falésias, nosso barco, depois de
suportar dois ou três golpes contra as rochas, foi quebrado e quase
afundado nas águas, tivemos muitas complicações sendo no
gurupés, que foi quebrado, foi conduzido pelas ondas em um riacho
de água que correu para um pequeno rio que, sendo cercado por
rochas, foi protegido do vento, de modo que tivemos a oportunidade
de chegar a terra (embora quase afogado) os quatro, além do preto.
Quando chegamos ao topo de um penhasco pudemos observar,
para nosso terror, o miserável naufrágio [...].
A los doce grados dieciocho minutos de latitud, nos encontramos con
una segunda tormenta, que nos llevó hacia el oeste, con la misma
intensidad que la anterior, y nos alejó tanto de la ruta comercial
humana, que si lográbamos salvarnos de morir en el mar, con toda
probabilidad, seríamos devorados en tierras de salvajes y no
podríamos regresar a nuestro país.
Nos hallábamos en esta angustiosa situación y el viento aún
soplaba con mucha fuerza, cuando uno de nuestros hombres gritó
«¡Tierra!». Apenas salíamos de la cabina, deseosos de ver dónde nos
encontrábamos, el barco se encalló en un banco de arena y se detuvo
tan de golpe, que el mar se lanzó sobre nosotros, y nos abatió con tal
fuerza, que pensamos que moriríamos al instante. Ante esto, nos
apresuramos a ponernos bajo cubierta para protegernos de la espuma
y de los embates del mar.
[?]
A pesar de que, al parecer, el viento empezaba a ceder un
poco, el barco se había encajado tan profundamente en la arena, que
no había forma de desencallarlo. De este modo, nos hallábamos en
una situación tan desesperada, que lo único que podíamos hacer era
intentar salvar nuestras vidas, como mejor pudiéramos. Antes de que
comenzara la tormenta, llevábamos un bote en la popa, que se
desfondó cuando dio contra el timón del barco. Poco después se soltó
y se hundió, o fue arrastrado por el mar, de modo que no podíamos
contar con él. Llevábamos otro bote a bordo pero no nos sentíamos
capaces de ponerlo en el agua. En cualquier caso, no había tiempo
para discutirlo, pues nos imaginábamos que el barco se iba a
desbaratar de un momento a otro y algunos decían que ya empezaba
a hacerlo.
En medio de esta angustia, el capitán de nuestro barco echó
mano del bote y, con la ayuda de los demás hombres, logró deslizarlo
por la borda. Cuando los once que íbamos nos hubimos metido todos
dentro, lo soltó y nos encomendó a la misericordia de Dios y de aquel
tempestuoso mar. Pese a que la tormenta había disminuido
considerablemente, las gigantescas olas rompían tan
descomunalmente en la orilla, que bien se podía decir que se trataba
de Den wild Zee, que en holandés significa tormenta en el mar.
A doze graus dezoito minutos de latitude, encontrámos uma
segunda tempestade, que nos levou para oeste, com a mesma
intensidade que a anterior, e nos afastou tanto da rota do comércio
humano que, se conseguíssemos salvar-nos de morrer no mar,
muito provavelmente, seríamos devorados em terras selvagens e
não poderíamos regressar ao nosso país.
Estávamos nessa situação angustiante e o vento ainda
soprava muito forte, quando um de nossos homens gritou "Terra!
Assim que saímos da cabine, ansiosos para ver onde estávamos, o
navio encalhou em um banco de areia e parou tão repentinamente
que o mar se jogou sobre nós, e nos atingiu com tanta força que
pensamos que morreríamos instantaneamente. Perante isto,
apressamo-nos abaixo do convés para nos protegermos da espuma
e das investidas do mar.
[?]
Embora o vento parecesse estar começando a ceder um
pouco, o barco tinha ficado tão profundamente enraizado na areia
que não havia como soltá-lo. Estávamos numa situação tão
desesperada que tudo o que podíamos fazer era tentar salvar as
nossas vidas o melhor que pudéssemos. Antes da tempestade
começar, tínhamos um barco na popa, que foi desviado quando
bateu no leme do barco. Pouco depois, ele se soltou e afundou, ou
foi arrastado pelo mar, por isso não podíamos contar com ele.
Tínhamos outro barco a bordo, mas não nos sentimos capazes de o
pôr na água. Seja como for, não houve tempo para discutir o
assunto, porque imaginámos que o navio ia desmoronar-se de um
momento para o outro e houve quem dissesse que já estava a
começar a fazê-lo.
No meio desta angústia, o capitão do nosso navio tomou
conta do barco e, com a ajuda dos outros homens, conseguiu
deslizá-lo ao mar. Quando os onze de nós estávamos todos lá
dentro, ele libertou-a e confiou-nos à misericórdia de Deus e àquele
mar tempestuoso. Embora a tempestade tivesse diminuído
consideravelmente, as ondas gigantescas estavam quebrando tão
mal na costa que se podia dizer que era Den wild Zee, que em
holandês significa tempestade no mar.
 Nuestra situación se había vuelto desesperada y todos nos
dábamos cuenta de que el mar estaba tan crecido, que el bote no
podría soportarlo e, inevitablemente, nos ahogaríamos. No teníamos
con qué hacer una vela y aunque lo hubiésemos tenido, no habríamos
podido hacer nada con ella. Ante esto, comenzamos a remar hacia
tierra, con el pesar que llevan los hombres que van hacia el cadalso,
pues sabíamos que, cuando el bote llegara a la orilla, se haría mil
pedazos con el oleaje. No obstante, le encomendamos
encarecidamente nuestras almas a Dios y, con el viento que nos
empujaba hacia la orilla, nos apresuramos a nuestra destrucción con
nuestras propias manos, remando tan rápidamente como podíamos
hacia ella.
No sabíamos si en la orilla había roca o arena, ni si era
escarpada o lisa. Nuestra única esperanza era llegar a una bahía, un
golfo, o el estuario de un río, donde, con mucha suerte, pudiéramos
entrar con el bote o llegar a la costa de sotavento, donde el agua
estaría más calmada. Pero no parecía que tendríamos esa suerte
pues, a medida que nos acercábamos a la orilla, la tierra nos parecía
más aterradora aún que el mar.
Después de remar, o más bien, de haber ido a la deriva a lo
largo de lo que calculamos sería más o menos una legua y media, una
ola descomunal como una montaña nos embistió por popa e
inmediatamente comprendimos que aquello había sido el coup de
gráce. En pocas palabras, nos acometió con tanta furia, que volcó el
bote de una vez, dejándonos a todos desperdigados por el agua, y
nos tragó, antes de que pudiésemos decir: «¡Dios mío!».
Nada puede describir la confusión mental que sentí mientras
me hundía, pues, aunque nadaba muy bien, no podía librarme de las
olas para tomar aire. Una de ellas me llevó, o más bien me arrastró un
largo trecho hasta la orilla de la playa. Allí rompió y, cuando comenzó
a retroceder, la marea me dejó, medio muerto por el agua que había
tragado, en un pedazo de tierra casi seca. Todavía me quedaba un
poco de lucidez y de aliento para ponerme en pie y tratar de llegar a la
tierra, la cual estaba más cerca de lo que esperaba, antes de que
viniera otra ola y me arrastrara nuevamente. Pronto me di cuenta de
que no podría evitar que esto sucediera, pues hacia mí venía una ola
Nossa situação tinha se tornado desesperada, e todos nós
percebemos que o mar era tão grande, que o barco não podia
suportar, e inevitavelmente nos afogaríamos. Não tivemos nada a
ver com uma vela e mesmo que tivéssemos, não poderíamos ter
feito nada com ela. Sabíamos que quando o barco chegasse à costa
haveria mil pedaços da ondulação. No entanto, recomendamos
nossas almas a Deus com fervor e, com o vento nos empurrando
para a praia, nos apressamos para a nossa destruição com nossas
próprias mãos, remando o mais rápido que pudemos para ela.
Não sabíamos se havia rocha ou areia na costa, se era
íngreme ou lisa. Nossa única esperança era chegar a uma baía, a
um golfo, ou ao estuário de um rio, onde, com sorte, poderíamos
entrar de barco ou chegar à costa de sotavento, onde a água seria
mais calma. Mas não parecia que tivéssemos essa sorte porque, à
medida que nos aproximávamos da costa, a terra parecia ainda mais
assustadora que o mar.
Depois de remar, ou melhor, drifting ao longo do que nós
calculamos que seria mais ou menos uma liga e meia, uma onda
enorme como uma montanha bateu-nos da popa e imediatamente
percebemos que este tinha sido o golpe de misericórdia. Em suma,
ele nos atacou com tanta fúria, que virou o barco de uma vez por
todas, deixando-nos todos dispersos pela água, e nos engoliu, antes
que pudéssemos dizer: "Oh, meu Deus!".
Nada pode descrever a confusão mental que senti quando
afundei, pois apesar de ter nadado muito bem, não consegui me
livrar das ondas para apanhar ar. Um deles levou-me, ou melhor,
arrastou-me um longo caminho até à praia. Lá se quebrou e, quando
começou a recuar, a maré me deixou, meio morto da água que eu
havia engolido, num pedaço de terra quase seco. Eu ainda tinha um
pouco de lucidez e encorajamento para me levantar e tentar chegar
à terra, que estava mais perto do que eu esperava, antes que outra
onda chegasse e me arrastasse novamente. Eu logo percebi que eu
não poderia impedir que isso acontecesse, por uma onda tão grande
como uma montanha e tão furiosa como um inimigo contra quem eu
não tinha nem os meios nem a força para lutar estava vindo para
mim. O meu objectivo era suster a respiração e, se pudesse, tentar
tan grande como una montaña y tan furiosa como un enemigo contra
el que no tenía medios ni fuerzas para luchar. Mi meta era contener el
aliento y, si podía, tratar de mantenerme a flote para nadar,
aguantando la respiración, hacia la playa. Mi gran preocupación era
que la ola, que me arrastraría un buen trecho hacia la orilla, no me
llevase mar adentro en su reflujo.
La ola me hundió treinta o cuarenta pies en su masa. Sentía
cómo me arrastraba con gran fuerza y velocidad hacia la orilla, pero
aguanté el aliento y traté de nadar hacia delante con todas mis
fuerzas. Estaba a punto de reventar por falta de aire, cuando sentí que
me elevaba y, con mucho alivio comprobé que tenía los brazos y la
cabeza en la superficie del agua. Aunque solo pude mantenerme así
unos dos minutos, pude reponerme un poco y recobrar el aliento y el
valor. Nuevamente me cubrió el agua, esta vez por menos tiempo, así
que pude aguantar hasta que la ola rompió en la orilla y comenzó a
retroceder. Entonces, me puse a nadar en contra de la corriente hasta
que sentí el fondo bajo mis pies. Me quedé quieto unos momentos
para recuperar el aliento, mientras la ola se retiraba, y luego eché a
correr hacia la orilla con las pocas fuerzas que me quedaban. Pero
esto no me libró de la furia del mar que volvió a caer sobre mí y, dos
veces más, las olas me levantaron y me arrastraron como antes por el
fondo, que era muy plano.
La última de las olas casi me mata, pues el mar me arrastró,
como las otras veces, y me llevó, más bien, me estrelló, contra una
piedra, con tanta fuerza que me dejó sin sentido e indefenso. Como
me golpeé en el costado y en el pecho, me quedé sin aliento y si, en
ese momento, hubiese venido otra ola, sin duda me habría ahogado.
Mas pude recuperarme un poco, antes de que viniese la siguiente ola
y, cuando vi que el agua me iba a cubrir nuevamente, resolví
agarrarme con todas mis fuerzas a un pedazo de la roca y contener el
aliento hasta que pasara. Como el mar no estaba tan alto como al
principio, pues me hallaba más cerca de la orilla, me agarré hasta que
pasó la siguiente ola, y eché otra carrera que me acercó tanto a la
orilla que la que venía detrás, aunque me alcanzó, no llegó a
arrastrarme. En una última carrera, llegué a tierra firme, donde, para
mi satisfacción, trepé por unos riscos que había en la orilla y me senté
flutuar para nadar, segurando a respiração, em direcção à praia. A
minha grande preocupação era que a onda, que me arrastaria uma
boa distância até à costa, não me levasse para o mar no seu refluxo.
A onda afundou-me a 30 ou 40 pés na sua massa. Eu me
sentia arrastar com grande força e velocidade em direção à margem,
mas segurei a minha respiração e tentei nadar para a frente com
todas as minhas forças. Eu estava prestes a explodir por falta de ar,
quando senti que eu estava subindo, e com muito alívio descobri que
meus braços e cabeça estavam na superfície da água. Apesar de só
ter conseguido ficar assim durante cerca de dois minutos, consegui
recuperar um pouco e recuperar a respiração e a coragem. A água
me cobriu novamente, desta vez por menos tempo, então pude me
segurar até que a onda se rompeu na praia e começou a recuar.
Depois nadei contra a corrente até sentir o fundo debaixo dos meus
pés. Fiquei parado por alguns momentos para recuperar o fôlego,
quando a onda recuou, e depois corri para a costa com a pouca
força que me restava. Mas isso não me libertou da fúria do mar que
voltou a cair sobre mim e, mais duas vezes, as ondas me levantaram
e me arrastaram como antes pelo fundo, que era muito plano.
A última das ondas quase me matou, porque o mar me
arrastou, como as outras vezes, e me carregou, ao contrário, me
bateu, contra uma pedra, com tanta força que me deixou sem
sentido e indefeso. Desde que bati de lado e no peito, fiquei sem
fôlego, e se outra onda tivesse chegado naquele momento, sem
dúvida eu teria me afogado. Mas eu consegui me recuperar um
pouco antes da próxima onda chegar, e quando vi que a água iria
me cobrir novamente, decidi segurar um pedaço de rocha com toda
a minha força e segurar minha respiração até que ela passasse.
Como o mar não era tão alto quanto era no início, porque eu estava
mais perto da praia, continuei até que a próxima onda passou, e
corri outra corrida que me levou tão perto da praia que a que estava
atrás de mim, embora me atingisse, nunca me arrastou. Numa última
corrida cheguei ao continente, onde, para minha satisfação, subi
alguns penhascos na costa e sentei-me na grama, fora da altitudes
en la hierba, fuera del alance del agua y libre de peligro.
Encontrándome a salvo en la orilla, elevé los ojos al cielo y le
di gracias a Dios por salvarme la vida en una situación que, minutos
antes, parecía totalmente desesperada. Creo que es imposible
expresar cabalmente, el éxtasis y la conmoción que siente el alma
cuando ha sido salvada, diría yo, de la mismísima tumba.3
El viaje fue muy dichoso, y solo pocos marinos se vanaglorian de
haber hecho uno así para la misma época. Pues ya se podía divisar a
lo lejos el Cabo de Buena Esperanza, y aún no habíamos sufrido la
menor lluvia, tormenta o mal tiempo. El capitán del barco nos
ilusionaba con que, como máximo en tres o cuatro días, atracaríamos
allí y podríamos descansar en tierra firme por algunos días. Solo que
el cálculo pecaba de optimismo, y el destino había decidido algo
completamente distinto para nosotros, pues al mediodía siguiente el
cielo se cubrió por doquier de nubes negras, el aire se puso espeso y
lóbrego, y finalmente comenzó a llover, pero no con gotas, sino en
torrentes que caían encima nuestro; y prosiguió así, sin
interrupciones, hasta la medianoche. Mas las nubes, que colgaban
muy bajo sobre nosotros, no parecían haberse liberado de su carga
principal, ni se habían apaciguado, cuando se levantó un viento
huracanado tan violento, que, creo yo, en medio de su espantoso
bramido no se habría oído ni siquiera el estrépito de un cañón. Me
parecía que este poder invisible, por momentos, debía arrastrar
nuestro barco, en el lapso de una hora, a lo largo de muchísimas
millas; pero luego parecía que el mismo se quedaba quieto en un sitio,
y era girado en el mar como si se tratara de un trompo, y más tarde
las asombrosas olas nos elevaban hasta la altura de las nubes, para
arrojarnos, acto seguido, en un instante, a las fauces abiertas del
abismo. Una nueva lluvia, mucho más intensa que la anterior, vino a
unirse, para nuestra aún mayor desgracia, a los vientos huracanados
y, para decirlo brevemente, parecía como si todos los enemigos y
perseguidores de los navegantes se hubieran decidido a incentivar
3
Defoe, Daniel, Vida y aventuras de Robinson Crusoe (1719). Buenos Aires: CEAL, 1982, pp. 48-52.
da água e livre do perigo.
Seguro na praia, eu ergui meus olhos para o céu e agradeci
a Deus por salvar minha vida em uma situação que, minutos antes,
parecia completamente desesperada. Penso que é impossível
expressar plenamente o êxtase e o choque que a alma sente
quando foi salva, diria eu, da própria sepultura.
A viagem foi muito afortunada, e apenas alguns marinheiros se
gabaram de ter feito um para o mesmo tempo. O Cabo da Boa
Esperança já podia ser visto à distância, e ainda não tínhamos
sofrido a menor chuva, tempestade ou mau tempo. O capitão do
navio estava nos iludindo que, em três ou quatro dias no máximo,
atracaríamos lá e poderíamos descansar em terra firme por alguns
dias. Só o cálculo era otimista, e o destino tinha decidido algo
completamente diferente para nós, pois ao meio-dia do dia seguinte
o céu estava coberto por toda parte com nuvens negras, o ar tornou-
se espesso e sombrio, e finalmente começou a chover, mas não
com gotas, mas em torrentes caindo sobre nós; e assim continuou,
sem interrupção, até a meia-noite. Mas as nuvens, que pairavam
muito abaixo de nós, não pareciam ter sido liberadas de sua carga
principal, nem se acalmaram, quando surgiu um furacão tão violento,
que, creio eu, no meio de seu rugido espantoso, nem mesmo o
rugido de um canhão teria sido ouvido. Parecia-me que esse poder
invisível, às vezes, era para arrastar nossa nave, no espaço de uma
hora, por muitos quilômetros; mas então parecia que ela estava
parada em um lugar, e foi virada no mar como se fosse um topo
giratório, e mais tarde as ondas surpreendentes nos elevaram até a
altura das nuvens, para nos jogar, então em um instante, nas
mandíbulas abertas do abismo. Uma nova chuva, muito mais intensa
que a anterior, veio juntar-se, para nosso maior infortúnio, aos
ventos do furacão e, resumindo, parecia que todos os inimigos e
perseguidores dos navegadores tinham decidido encorajar nossa
perdição da maneira mais horrenda.
nuestra perdición de la manera más horrenda.
Se suele decir que cuanto más duran la desgracia y el destino
adversos, tanto mejor aprende uno a afrontarlos; pero no puedo
recordar en lo más mínimo que este haya sido el caso para nosotros.
Por el contrario, debo reconocer que, tras haber pasado dos noches y
tres días y medio sintiendo tanto miedo, nuestro valor se deshizo por
completo, en la medida en que la noche, que caía encima nuestro una
vez más con truenos y rayos, no nos prometía ni consuelo ni
esperanza. Concordia y yo éramos, presumiblemente, quienes peor
nos hallábamos, pues no solo no habíamos dormido ni un instante
desde el comienzo de la tormenta, sino que además nos sentíamos
tan débiles y mareados que ya ni siquiera podíamos sostener la
cabeza en alto, y parecía como si las tripas fuesen a salírsenos del
cuerpo.
El señor Van Leuven y Anton Plürs no podían interrumpir su
muy agrio –y, en última instancia, sin embargo, inútil– trabajo en el
barco sino para visitarnos cada tanto por un minuto, más allá de que
no era posible proporcionarnos alivio alguno, o aunque sea algunas
horas de calma. Tan pronto como la tormenta amainó tan solo un
poco, oímos un terrible estrépito en el barco; pero nada nos
preocupaba ya, porque nuestros sentidos ya se habían preparado a
esperar con paciencia el lamentable final de nuestras vidas. Y, una
vez que hubimos pronunciado las piadosas palabras: Concédanos
Dios su gracia, ahora todos hemos de morir, perdimos tanto yo como
Concordia la razón, de forma tal que yacíamos allí desmayados. Pero,
aún en mi situación de debilidad, llegué a percibir cómo el barco se
estrellaba al parecer contra una piedra, pues se oyeron horrendos
crujidos y golpes; y la popa, en la que nos hallábamos, debía estar
hundida muy profundo bajo el agua, pues la misma llenaba más de la
mitad de nuestra recámara. Mas de súbito el agua volvió a refluir, y
todo quedó dado vuelta, en tanto el piso se había tornado una pared
lateral, y nosotros, los dos enfermos, habíamos sido arrojados a un
rincón. No sé ya qué ocurrió conmigo, pues o bien me desmayé o bien
me acometió un intenso sueño, y solo pude despertar al día siguiente,
cuando mi débil cuerpo se halló recostado sobre un banco de arena y
bajo el sol.
Diz-se muitas vezes que, quanto mais tempo durar o
infortúnio e o destino adverso, melhor se aprende a enfrentá-los;
mas não me lembro, no mínimo, de que tem sido esse o caso para
nós. Pelo contrário, devo admitir que, tendo passado duas noites e
três dias e meio em tal medo, nossa coragem foi completamente
desvendada, já que a noite, que mais uma vez caiu sobre nós com
trovões e relâmpagos, não nos prometeu conforto nem esperança.
Concordia e eu éramos, presumivelmente, os piores, pois não só
não tínhamos dormido um único momento desde o início da
tempestade, mas também nos sentimos tão fracos e tontos que não
podíamos sequer manter nossas cabeças erguidas, e parecia que
nossas entranhas iriam sair de nossos corpos.
Os senhores deputados Van Leuven e Anton Plürs não
puderam interromper o seu trabalho azedo - e, em última análise,
inútil - no navio, mas visitar-nos de vez em quando durante um
minuto, para além do facto de não ter sido possível dar-nos qualquer
alívio, ou mesmo algumas horas de calma. Assim que a tempestade
diminuiu um pouco, ouvimos um rugido terrível no navio; mas nada
mais nos preocupava, porque os nossos sentidos já se tinham
preparado para esperar pacientemente pelo fim lamentável das
nossas vidas. E uma vez que nós dissemos as palavras piedosas,
concedei-nos a Deus sua graça, agora todos nós devemos morrer,
nós perdemos tanto eu quanto Concordia a razão, de modo que nós
ficamos lá inconscientes. Mas, mesmo na minha situação de
fraqueza, cheguei a perceber como o navio aparentemente caiu em
uma pedra, pois fissuras e golpes horrendos foram ouvidos; e a
popa, na qual estávamos, deve ter sido afundada bem fundo sob a
água, pois ela encheu mais da metade de nossa câmara. Mas de
repente a água voltou a correr e tudo foi virado de cabeça para
baixo, pois o chão tinha-se tornado uma parede lateral, e nós, as
duas pessoas doentes, tínhamos sido atirados para um canto. Eu
não sei mais o que aconteceu comigo, porque ou desmaiei ou caí
num sono intenso e só no dia seguinte pude acordar, quando o meu
corpo fraco estava num banco de areia e debaixo do sol.
Foi algo realmente extraordinário para mim ver o sol no céu
claro, e sentir a sensação mais agradável dos meus membros se
 Me resultó algo realmente extraordinario el ver el sol en el
cielo despejado, y el sentir la más agradable sensación de que mis
miembros se restablecían ante el contacto con sus cálidos rayos. Me
incorporé, giré en torno mío, y me horroricé mucho al no ver allí a
ningún ser humano más allá de Concordia, el señor Van Leuven y el
capitán del barco, Lemelie, que dormían no lejos de mí. Detrás de
ellos, un enorme peñasco. Hacia un lado, la popa del barco encallado,
y luego nada más que bancos de arena, agua y cielo. En la medida en
que el lado sobre el que me hallaba recostado –y mis ropas– estaba
aún muy frío y mojado, me di vuelta de cara al sol, y volví a caer en un
profundo sueño, del que me despertó el señor Van Leuven, cuando ya
empezaba a atardecer.4
La tempestad duraba ya seis días; el séptimo su furia parecía
aumentar aún, y la madrugada nos alcanzó sin que se vislumbrara
una esperanza, pues nos habíamos alejado tanto de la ruta correcta
que a bordo nadie sabía dónde nos hallábamos. Los tripulantes
estaban agotados por el trabajo y la vigilia. Los astillados mástiles
fueron arrojados al mar; aparecieron varias vías de agua y la nave
comenzó a anegarse.
-Hijos queridos -dije a mis cuatro niños, que se abrazaban a
mí, aterrados-. Dios puede salvarnos; para El nada es imposible.
En ese momento, por sobre el bramido, de las olas, oyóse
gritar: "¡Tierra, tierra!", e instantes después la nave chocó con una
roca con tal violencia que todos fueron arrancados de su sitio; siguió
un crujido tremendo, como si el barco se despedazara; el agua entro
por todos lados; comprendimos que la nave había encallado y que no
resistiría mucho tiempo más. El capitán ordenó a sus hombres que
sacaran los botes sin perder tiempo. Esos sonidos penetraron en mi
corazón como una puñalada.
-Estamos perdidos -exclamé, y los niños estallaron en
penetrantes gritos.
4
Schnabel, J. G., La isla Felsenburg (1731). Buenos Aires: Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 2017,
pp.164-166.
recuperando do contato com seus raios quentes. Levantei-me, virei-
me e fiquei muito horrorizado por não ver nenhum ser humano além
de Concordia, Sr. Van Leuven, e o capitão do navio, Lemelie, que
dormiu não muito longe de mim. Atrás deles, uma rocha enorme. De
um lado, a popa do navio encalhado, e então nada além de bancos
de areia, água e céu. Como o lado em que eu estava deitado - e
minhas roupas - ainda estava muito frio e molhado, virei-me para
encarar o sol e caí num sono profundo, do qual o Sr. Van Leuven me
acordou quando começava a escurecer.
A tempestade já tinha durado seis dias; ao sétimo dia a sua fúria
parecia aumentar ainda mais, e a aurora chegou até nós sem
esperança à vista, porque nos tínhamos afastado tanto do caminho
certo que ninguém a bordo sabia onde estávamos. A tripulação
estava exausta do trabalho e da vigília. Os mastros estilhaçados
foram lançados ao mar; vários cursos d'água surgiram e o navio
começou a inundar.
Queridos filhos," eu disse aos meus quatro filhos,
abraçando-me, aterrorizado. Deus pode nos salvar; para Ele nada é
impossível.
Naquele momento, acima do rugido das ondas, houve um
grito, "Terra, terra", e momentos depois o navio bateu numa rocha
com tanta violência que todos foram arrancados do lugar; seguiu-se
um tremendo esmagamento, como se o navio estivesse se
separando; a água veio de todos os lados; entendemos que o navio
havia encalhado e não resistiria por muito mais tempo. O capitão
ordenou aos seus homens que retirassem os barcos sem perder
tempo. Esses sons penetraram no meu coração como uma facada.
-Estamos perdidos", exclamei, e as crianças explodiram em
 Entonces me recobré y procuré reanimarlos observando que el
agua no nos había alcanzado aún, que estábamos cerca de la costa y
que la Providencia socorrería a los valientes.
-Quédense donde están mientras yo voy a ver qué conviene
hacer -agregué.
En cuanto subí a cubierta, me derribó una ola, seguida por
otra y otra. Manteniéndome en pie como pude, miré a mi alrededor:
ante mis ojos se presentaba una escena de total desastre; el barco
estaba destrozado por todas partes, y en un costado se abría una
hendidura. La tripulación colmaba los botes, que ya no podían
contener a nadie más, y los últimos en subir a ellos cortaban las
sogas, disponiéndose a partir. Casi frenético, les rogué que se
detuvieran y nos llevaran a nosotros también, pero fue en vano, pues
el bramido del mar impidió que me oyeran.
Abatido y desolado al perder toda posibilidad de ayuda
humana, tenía aún el deber de presentarme sereno ante mi familia.
[?]
[Tras pasar la noche a bordo], recibimos con júbilo el primer
resplandor que penetró por una pequeña abertura de la ventana. La
furia de los vientos comenzaba a amainar; el cielo recobraba su
serenidad y en mi corazón latía la esperanza al contemplar el
horizonte, ya teñido por el sol. De este modo reanimado, hice que mi
esposa e hijos subieran a cubierta.
-Hijos míos, recorramos el barco, a ver qué encontramos que
nos sea útil para llegar a tierra.
Entonces todos se dispersaron, entusiasmados, mientras yo
me apresuraba a examinar con que contábamos en cuanto a
provisiones y agua potable. Mi esposa y mi hijo menor fueron a ver los
animales, a los que hallaron en un lastimoso estado, medio muertos
de hambre y de sed. Fritz se dirigió a la sala de armas, Ernest al
camarote del carpintero y Jack a la cabina del capitán [?].
Poco a poco, mi pequeño grupo fue reuniéndose de nuevo a
mi alrededor. Fritz traía consigo dos escopetas, un poco de pólvora y
munición contenida en frascos de cuerno, y algunas bolsas de balas.
Ernest mostraba su sombrero lleno de clavos, y traía en las manos
una hachuela y un martillo. Mi esposa anunció:
gritos penetrantes.
Então eu me recuperei e tentei reanimá-los, observando que
a água ainda não tinha chegado até nós, que estávamos perto da
costa e que a Providência ajudaria os valentes.
-Fique onde está enquanto eu vou e veja o que deve ser
feito", acrescentei.
Assim que subi ao convés, uma onda me derrubou, seguida
de outra e outra. Parado o mais que pude, olhei à minha volta: diante
dos meus olhos havia uma cena de desastre total; o navio estava
estilhaçado por toda parte, e de um lado uma fenda se abriu. A
tripulação encheu os barcos, que já não podia conter mais ninguém,
e os últimos a chegar neles cortar as cordas, preparando-se para
sair. Quase freneticamente, implorei-lhes que parassem e nos
levassem também, mas foi em vão, porque o rugido do mar os
impediu de me ouvir.
Desanimado e desolado quando perdi toda possibilidade de
ajuda humana, ainda tinha o dever de me apresentar sereno diante
da minha família.
[?]
Depois de passar a noite a bordo, recebemos com alegria o
primeiro brilho que penetrou através de uma pequena abertura na
janela. A fúria dos ventos começava a diminuir, o céu recuperava a
sua serenidade e a esperança batia no meu coração enquanto eu
contemplava o horizonte, já tingido pelo sol. Desta forma,
reanimado, fiz a minha mulher e os meus filhos subirem ao convés.
-Meus filhos, vamos viajar de barco, para ver o que podemos
encontrar que nos será útil para chegar à terra.
Depois, todos eles se dispersaram, entusiasmados,
enquanto eu me apressei a examinar o que tínhamos em termos de
abastecimento e água potável. A minha mulher e o meu filho mais
novo foram ver os animais, que encontraram num estado miserável,
meio mortos de fome e sede. Fritz foi para a sala de armas, Ernest
para a cabine do carpinteiro e Jack para a cabine do capitão [...].
Pouco a pouco, o meu pequeno grupo voltou a reunir-se à
minha volta. Fritz trouxe com ele duas espingardas, alguma pólvora
e munições contidas em potes de chifre, e alguns sacos de balas.
 -Por mi parte no traigo nada, pero debo comunicar algunas
buenas noticias. Encontré a bordo una vaca preñada. Les acabo de
dar comida y agua y creo poder conservarlos vivos.
-Todo esto es admirable -dije a mis jóvenes ayudantes-; pero
tengan la bondad de explicarme cómo llegaremos a tierra y si han
descubierto los medios para ello.
-No creo que sea muy difícil -declaró Jack-. Fíjense en esas
grandes tinas... Podemos subir uno a una de ellas, y flotar hasta la
costa.
-Me parece que vale la pena probar la idea de Jack -exclamé.
[?].
No tardé mucho en obtener ocho tinas. Luego recobrarnos
fuerzas con vino y bizcochos. [?] Luego pusimos debajo un segundo
y un tercer rodillos, aplicamos la palanca y vimos con gran alegría que
nuestra balsa bajaba al agua con tal velocidad que, de no habérselo
impedido la cuerda, se habría internado en el mar.
Entonces, todos quisieron subir a las tinas, y los niños
comenzaron a disputarse el primer puesto. Me apoderé de dos postes
de igual longitud, que antes sostenían las velas del barco. Subiendo a
la embarcación, instalé uno en la popa y otro en la proa, de modo tal
que nos permitía hacerlos girar a derecha o izquierda a voluntad. Para
mantener firmes los postes o canaletes, introduje la punta de cada
uno en la piqueta de un barrilito de coñac [?].
Hecho esto, buscamos algunos remos para el viaje que
decidíamos intentar. Al amanecer, todos estábamos despiertos y
alerta. Concluida nuestra oración matinal, anuncié:
-Lo primero por hacer es alimentar bien a cada uno de los
pobres animales que han quedado a bordo. Después les dejaremos
alimento suficiente para varios días. No podemos llevárnoslos, pero
quizá consigamos volver en su busca. Quiero que nuestro primer
cargamento consista en un barril de pólvora, tres escopetas y tres
carabinas, con todas las municiones y balas que podamos llevar; dos
pares de pistolas de bolsillo y uno de pistolas grandes, sin olvidar un
molde para forjar proyectiles; cada niño, y también la madre, debe
tener una bolsa para llevar la caza. Una vez que todo estuvo
preparado, nos introducimos valerosamente uno en cada tina.
Ernest mostrou seu chapéu cheio de pregos, e carregou em suas
mãos um machado e um martelo. A minha mulher anunciou:
-Não trago nada, mas tenho boas notícias para dar.
Encontrei uma vaca grávida a bordo. Só lhes dei comida e água e
acho que posso mantê-los vivos.
Tudo isso é admirável - disse aos meus jovens assistentes -,
mas, por favor, explique-me como chegaremos a terra e se você
descobriu os meios para isso.
-Não acho que seja muito difícil", disse Jack-. Olha para
aquelas banheiras grandes... Podemos subir um deles e flutuar até à
costa.
-Acho que vale a pena tentar a ideia do Jack–, exclamei.
Não demorei muito para conseguir oito banheiras. Depois
recuperámos a nossa força com vinho e biscoitos. Então pusemos
debaixo de um segundo e um terceiro rolos, aplicamos a alavanca e
vimos com grande alegria que a nossa jangada descia à água com
tal velocidade que, se não tivesse sido impedida pela corda, teria
entrado no mar.
Então todos queriam entrar nas banheiras, e as crianças
começaram a competir pelo primeiro lugar. Apreendi dois postes de
igual comprimento, que anteriormente seguravam as velas do barco.
Subindo ao barco, instalei um na popa e outro na proa, para que
pudéssemos virá-los para a direita ou para a esquerda à vontade.
Para manter os postes ou calhas firmes, eu inseri a ponta de cada
um na palheta de um barril de conhaque [...].
Tendo feito isso, procuramos alguns remos para a viagem
que decidimos tentar. Ao amanhecer, estávamos todos acordados e
alerta. No final da nossa oração da manhã, anunciei:
-A primeira coisa a fazer é alimentar bem cada um dos
pobres animais deixados a bordo. Então vamos deixar-lhes comida
suficiente para vários dias. Não podemos levá-los connosco, mas
talvez possamos regressar em busca deles. Quero que o nosso
primeiro carregamento consista num barril de pólvora, três
espingardas e três carabinas, com todas as munições e balas que
pudermos transportar; dois pares de pistolas de bolso e um par de
pistolas grandes, sem esquecer um molde para forjar projécteis;
 En el momento de nuestra partida, los gallos y gallinas se
pusieron a si advirtieran que los abandonábamos. Esto me sugirió la
idea de llevarnos los gansos, patos, pollos y palomas. Dicho y hecho,
ejecutamos este plan. Pusimos en una tina diez gallinas, así como un
gallo viejo y otro joven [?].
Al acercarnos a la costa [con las tinas convertidas en balsas],
su tosco perfil se suavizó mucho; ya los peñascos dejaron de parecer
una sola cadena indivisa. Fritz, que con sus ojos de halcón ya
divisaba algunos árboles, anunció que eran palmeras. Ernest comentó
con alegría que ahora obtendría cocos mucho más grandes y mejores
que los europeos. Por mi parte, lamenté en voz alta no haber traído un
largavista que, según sabía, se hallaba en la cabina del capitán. Pero
entonces Jack sacó del bolsillo uno pequeño, que me ofreció con
expresión de triunfo.
Llevándomelo al ojo, advertí que la costa presentaba ante
nosotros un aspecto desierto y salvaje,pero que hacia la izquierda la
escena era más acogedora. Cuando intenté guiar en esa dirección,
una corriente nos arrastró irresistiblemente hacia la costa rocosa y
yerma.
Poco después divisamos un pequeño espacio abierto entre las
rocas, cerca de la boca de una ensenada, hacia donde se dirigieron
todos nuestros gansos y patos. Cautelosamente, toqué tierra por fin
en un punto en que la costa se alzaba sobre el agua más o menos a
la misma altura que nuestra balsa, y donde al mismo tiempo aquella
bastaba para mantenernos a flote.
Pusimos toda nuestra atención en descargar la embarcación.
Luego buscamos un sitio conveniente para instalar una tienda a la
sombra de los peñascos, y una vez que descubrimos uno, pusimos
manos a la obra.5
5
Wyss, Johann David, El Robinson suizo (1812). [Versión extraída de Internet]
cada criança, e também a mãe, deve ter um saco para levar a caça.
Uma vez que tudo estava pronto, corajosamente colocamos um em
cada banheira.
No momento da nossa partida, os galos e galinhas
começaram a avisar-nos de que os estávamos a abandonar. Isto
sugeriu-me a ideia de levar os gansos, patos, galinhas e pombos
connosco. Dito e feito, executámos este plano. Colocamos dez
galinhas numa banheira, bem como um galo velho e um galo novo.
À medida que nos aproximávamos da costa [com as
banheiras transformadas em jangadas], o seu perfil rugoso tornou-se
muito mole; as rochas já não pareciam uma única corrente indivisa.
Fritz, que com seus olhos de falcão já podia ver algumas árvores,
anunciou que eram palmeiras. Ernest comentou com alegria que
agora ficaria muito maior e melhor cocos do que os europeus. Pela
minha parte, lamentei em voz alta que não tinha trazido uma visão
longa que, como eu sabia, estava na cabine do capitão. Mas então
Jack tirou um pequeno do bolso dele, que ele me ofereceu com uma
expressão de triunfo.
Levando isso aos meus olhos, notei que a costa parecia
deserta e selvagem para nós, mas à esquerda a cena era mais
acolhedora. Quando tentei conduzir nessa direcção, uma corrente
arrastou-nos irresistivelmente para a costa rochosa estéril.
Pouco depois vimos um pequeno espaço aberto entre as
rochas, perto da boca de uma enseada, para onde foram todos os
nossos gansos e patos. Cautelosamente, eu finalmente fiz landfall
em um ponto onde a costa subiu acima da água na mesma altura da
nossa jangada, e onde, ao mesmo tempo, foi suficiente para nos
manter a flutuar.
Dedicamos toda a nossa atenção a descarregar o barco.
Então procuramos um lugar conveniente para montar uma barraca à
sombra das rochas, e quando descobrimos uma, começamos a
trabalhar.