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SEXUALIDAD EN EL CRISTIANISMO

1. Sexo y persona

Si reservamos una lección especial para la ética de lo sexual, no es por pensar que los pecados
sexuales son los más graves ni los más importantes. No se trata del primer mandamiento de la
Ley, sino del séptimo. Santiago y Juan, más aún que Pedro y Pablo, dan la mayor importancia a
los pecados contra el amor: el odio, la falta de compasión, los pecados de la lengua, la
explotación. Su relevancia, que le hace merecedor de una lección especial, proviene sobre todo
del tabú, del mito y de la propaganda de que está rodeado hoy, aparte de su peculiaridad como
pecado contra el cuerpo propio, que profana el templo del Espíritu Santo (1.a Cor. 6:18-21).

El sexo ha estado revestido siempre de un tabú especial, que se ha expresado:

En los cultos fálicos al misterio de la fertilidad, con la consiguiente sacralización del sexo.
En los castigos al cuerpo, de acuerdo con el concepto maniqueo de materia, con lo que el sexo
aparecía como algo sucio de por sí. La nulificación actual del sexo ha llegado a extremos que
hubiesen resultado increíbles para los mismos paganos sensuales de la antigua Roma. No hay
apenas anuncios en los medios de información, que no contengan algo, a veces muy solapado, de
incitación a lo sexual. Esto ya es, de por sí, una aberración sexual y una explotación de un
instinto que resulta tanto más morbosa cuanto más se canaliza la atención hacia algo que está
creado para una función normal.

Es preciso tener en cuenta que el sexo no es como una "isla" dentro de la personalidad humana,
sino algo muy entrañable en que se manifiesta, quizá más que en ningún otro aspecto de la vida,
el rumbo total de la persona, y, en especial, su egocentrismo o su alocentrismo, es decir, su
sentido de comunidad. No olvidemos que el sexo, como todo otro aspecto de la conducta, se
ejercita con el cerebro; en otras palabras, lo psicológico tiene mucha más importancia en
cualquier acto sexual que lo fisiológico (comp. ya Gen. 2:25 con 3:7).

2. Lo instintivo y lo ético en el sexo

Dios creó el sexo, no sólo como instrumento de procreación, sino para que también en él tuviese
expresión la "ayuda idónea" y la mutua compenetración espiritual y afectiva entre varón y mujer.
En cuanto instinto, su impulso y urgencia son primordiales, pero no superiores a la del instinto de
conservación, puesto que la incitación sexual cede ante el hambre, la sed o el miedo a perder la
vida, etc. Sin embargo, está más sometido a represiones; de ahí que una falsa idea sobre el sexo,
inducida en el hogar, en el colegio, etc. ocasione neurosis, complejos, etc. No se olvide la
interacción glandular, que desde la mente pasa, muchas veces inconsciente o
subconscientemente, al hipotálamo y, desde allí, a las glándulas suprarrenales y sexuales; con lo
cual, el sexo está relacionado, no sólo con la Psicología, sino también con la Endocrinología.

El hecho de que el sexo esté conectado directamente con el éros, o amor sensual, y aun con la
epithymía, o amor de concupiscencia, no excluye la actuación de la philía o amor de amistad, ni
aun del agápe o amor de pura generosidad. Más bien hemos de decir que, para ser
fisiológicamente deleitante y para ser éticamente perfecto, requiere la conjunción de todos ellos.
En especial, podemos asegurar que el amor sexual alcanza su perfección placentera y su
continuidad fiel en el amor de entrega al otro, mientras que el egoísmo lo echa a perder en todos
los aspectos, dañando lo íntimo de la persona y su vida de relación.

3. Los pecados sexuales

Los principales son:

Adulterio. Además del simbolismo espiritual, que aludía a la infidelidad de Israel, marchando
tras otros dioses, a pesar de que tenía a Yahveh por Marido (Is. 54:5), está el adulterio carnal,
directamente prohibido en el 7° mandamiento de la Ley. En las épocas de mayor impiedad de
Jerusalén y de Judá, se nos dice en Jer. 5:8: "Como caballos bien alimentados, cada cual
relinchaba tras la mujer de su prójimo" (comp. con Jer. 13:27). El término griego "moichéia" =
adulterio, juntamente con el verbo adulterar y el nombre adúltero, sale en el N.T., más de 30
veces y significa el adulterio carnal, con la excepción de Sant. 4:4, en que el contexto indica
claramente el adulterio espiritual.

Fornicación ("pornéia"). Sale en el N.T., unas 28 veces y tiene un sentido más genérico. El lugar
más relevante, que ya ha sido comentado en otro lugar, es 1.a Cor. 6:12-20, donde el Apóstol
enfatiza la gravedad de este pecado, en especial para el creyente, porque al pecar contra su
propio cuerpo, profana el templo del Espíritu Santo. En Gal. 5:19, encabeza los pecados del área
del sexo. En siete u ocho lugares, casi todos ellos en Apocalipsis, tiene sentido espiritual (v. las
alusiones a la Gran Ramera en Apoc. 14:8; 17: 2-4; 18:3; 19:2).

Inmundicia ("akatharsía"). Sale en el N.T., unas 12 veces, pero tiene un sentido más genérico
todavía; aunque en ciertos lugares, como Rom. 1:24; Gal. 5:19; Ef. 4:19; Ef. 5:3 (comp. con vers.
18); Col 3:5, parece apuntar hacia la homosexualidad (ciertamente en Rom. 1:24, por el contexto
posterior). En Rom. 1:26, el Apóstol lo califica como páthe atimías = pasiones de deshonra, es
decir, pasiones deshonrosas para el ser humano. Pablo comienza describiendo el vicio en la
mujer, de la que se espera más delicadeza, pero da más detalles acerca del vicio en los hombres.
La semejanza de terminología en Col. 3:5: "...impureza, pasiones desordenadas, malos deseos..."
("akatharsían, páthos, epithymían kakén..."), parece apuntar al mismo vicio. (G. Thibon dice
que la malicia del hombre, como ser racional, consiste en codiciar a otra, no porque sea mujer, sino
porque es otra (complejo de don Juan), mientras que, por ejemplo, un perro, guiado por el instinto, no va
a otra perra por ser otra, sino por ser perra.

Incesto (fornicación con parientes próximos). El N.T., menciona sólo el caso de Corinto (1.a
Cor. 5:1), atribuyéndole una gravedad extrema. En el A.T., se menciona con todo detalle el caso
de Lot y sus dos hijas (Gen. 19:30-38). A pesar de la buena intención de éstas, que se habían
quedado sin sus prometidos (vers. 14) y perdían la esperanza de la maternidad, y de la
inconsciencia de Lot, a quien sus hijas habían embriagado, lo nefando de su descendencia se
manifiesta en dos nombres malditos en la historia de Israel: Ammón y Moab.

La llamada "sociedad permisiva" contribuye en gran manera a que los alicientes pecaminosos y
las ocasiones peligrosas de pecados sexuales se multipliquen. Las crecientes insatisfacciones de
la vida conyugal, la inmodestia de la mujer en miradas, gestos, posturas y desnudeces (V. 2.a
Sam. 11:2); la familiaridad que el trabajo, las diversiones y, en general, la vida social de hoy
fomenta entre los sexos; revistas en los kioskos, grandes anuncios en los muros de las ciudades
(y en el Metro), anuncios en la Televisión; todo ello contribuye a suministrar más y más
combustible a la pasión sexual. Es cierto que la mujer, en su afán legítimo de mostrarse lo más
atractiva posible, no se percata a veces del incendio que levanta (no olvidemos los ocultos
manejos del subconsciente), pero es preciso que toda mujer creyente reflexione sobre ello. No
vale el recurso de decir: "Que no miren", puesto que la naturaleza caída inclina a centrar el foco
de la atención precisamente en los objetos prohibidos. (La Biblia no menciona por su nombre la
masturbación o pecado solitario. 2.a Ped. 2:10ss, con su paralelo Jud. w. 10-13, parecen incluirlo,
aunque no puede afirmarse rotundamente que traten de ello. De todos modos, no cabe duda de
que entra dentro de la categoría de impureza sexual. Su gravedad e importancia ética depende del
motivo psico-fisiológico; no es lo mismo una descarga de plétora en un sanguíneo exuberante
que la actitud autista e introvertida de un sentimental. La timidez sexual y una incorrecta
represión por parte de padres y educadores pueden favorecer este vicio. Se ha comprobado que
los monos se masturban cuando sienten mucho miedo).

4. Motivaciones positivas en la ética sexual

La Ética cristiana no puede limitarse a los aspectos negativos y a una detallada exposición de
pecados, sino que ha de acometer la tarea positiva de apuntar los remedios. Tres motivos
principales nos ayudarán a resistir el peligro y la tentación y a comportarnos debidamente en esta
materia:

La norma suprema del cristiano es el amor. Si hay amor verdadero hacia nuestro prójimo, no
podremos desear cosa alguna que le profane, que le degrade, que le explote sexualmente, que
arruine su condición moral y espiritual. Aun los más degenerados reaccionarían con ira si
supiesen que lo que ellos intentan, lo intentan otros con su madre, su esposa, su hermana, su
hija... Apliquemos la "Regla de Oro" a cada caso, y no seamos egoístas.

La condición de miembros del Cuerpo de Cristo y de templos del Espíritu Santo añade un
elemento de primera categoría a nuestra motivación en materia sexual. En su comentario a 1.a
Cor. 6:15-16, E. Trenchard hace notar lo curioso de la cita de Gen. 2:24 por parte de Pablo en
este lugar, como indicador de que "la degradación de "lo mejor" viene a ser "lo peor"
“...constituye una especie de sacrilegio". La condición de la Iglesia como Esposa de Cristo
confiere un mayor motivo de pureza en la total consagración al Señor que todo creyente ha de
ofrecer a Dios, haciéndola manifiesta en su propio cuerpo (Rom. 12:1, comp. con 2.a Cor. 11:2).

CUESTIONARIO:
1. Importancia del sexo dentro de la personalidad humana.
2. Impulso instintivo y comportamiento ético en lo sexual.
3. ¿Es incompatible el éros con el agápe?
4. Principales pecados sexuales.
5. Pecaminosidad de la incitación de la moda, del arte, del anuncio, etc.
6. Motivaciones positivas para formar criterios cristianos y estimular una conducta santa en esta
materia.

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