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Rubén Darío, de la estética al interior

En este ensayo expondré los rasgos de la poesía de Rubén Darío, a partir de los recursos retóricos hasta
el contenido profundo, a fin de mostrar que no fue un poeta puramente preocupado por las cuestiones
estéticas como algunos llegaron a asegurar. Para llevar a cabo mi propósito utilizaré el poema que abre
su obra maestra Cantos de vida y esperanza, el cual es conocido por las palabras iniciales “Yo soy
aquel”, con el fin de exaltar las virtudes formales, pero más aún las de su propia sensibilidad y con ello
revelar la riqueza exterior e interior de su poesía.

Ahora bien, es preciso recordar las cualidades fundamentales del Modernismo, por tanto
podemos decir que estos escritores inevitablemente tomaron elementos de la tradición europea, hallaron
inspiración en los movimientos literarios que les precedieron, específicamente los más cercanos a su
época, sin embargo todo fue mezclado con la riqueza de las culturas hispanoamericanas, lo que provocó
que los rasgos de la cultura europea, incluso otros tomados de las culturas orientales, ya que no se
limitaban a lo que procedía de Europa, formara una visión nacida propiamente en América, pero con un
nuevo prestigio y un indudable tono universal. Los escritores, como afirma José Emilio Pacheco en la
Antología Modernista, no anhelaban ser modernistas sino que ellos solamente querían ser poetas.

Esta manera de entender el arte y la sensibilidad del escritor, tenía un marcado individualismo,
pues se intentaba ser auténtico pese a todo, no obstante se buscaba la sinceridad y no el egoísmo como
es el caso de Darío, esto puede observarse claramente en las cualidades particulares que distingue cada
manifestación del Modernismo que tuvo lugar en los países hispanoamericanos. Las obras están llenas
de símbolos, alusiones a la mitología griega y latina, referencias al mundo europeo, reyes, princesas,
castillos, elementos de la mitología nórdica, visiones de la cultura oriental, la vida contemporánea de
París especialmente, pero sobre todo la sensibilidad profundamente propia de cada escritor, todo
expresado de un modo jamás visto antes, el cual podremos comprender mejor en el poema ya dicho.

Esta singular forma de escribir tiene sus primeros destellos en los escritos periodísticos y
poéticos José Martí y Manuel Gutiérrez Nájera, No obstante encuentra su éxtasis en el ingenio de Rubén
Darío, quien en cada una de sus obras infunde una luz renovada en las palabras y con ello revoluciona la
lengua castellana.
Esto podemos apreciarlo con mayor precisión en Azul y Prosas profanas, sin despojar de su
mérito a sus demás obras, sin embargo, indudablemente de Cantos de vida y esperanza podemos afirmar
que alcanzó lo más alto del Modernismo a través de la pluma del más encumbrado poeta modernista,
puesto que además de la originalidad de la estética y las figuras retóricas, aquí Darío logra expresarse
con la más honda sinceridad, lo cual hace de estos poemas un monumento magistral a la sensibilidad
humana. Veamos ahora el poema de Darío que confirmará todo lo que acabo de referir:

Yo soy aquel que ayer no más decía


el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.

El dueño fui de mi jardín de sueño,


lleno de rosas y de cisnes vagos;
el dueño de las tórtolas, el dueño
de góndolas y liras en los lagos;

Y muy siglo diez y ocho y muy antiguo


y muy moderno; audaz, cosmopolita;
con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,
y una sed de ilusiones infinita.

Yo supe de dolor desde mi infancia;


mi juventud..., ¿fue juventud la mía?,
sus rosas aún me dejan su fragancia,
una fragancia de melancolía...1

En estas primeras estrofas advertimos que se trata de cuartetos, puesto que todos los versos son
endecasílabos y la rima es consonante, aunque encadenada, y al leerlos escuchamos un ritmo sumamente
armonioso, lo cual manifiesta el oído excepcional del poeta. Respecto al fondo del poema es notable la
alusión que hace a dos de sus dos obras anteriores más reconocidas Azul y Prosas profanas, luego
tenemos una confesión que el yo lírico evoca desde la juventud, sus sueños de poeta, su audacia para
1
Rubén Darío, Azul y Cantos de vida y esperanza. P. 339.
escribir al estilo modernista y dos de sus influencias literarias más importantes: Victor Hugo y Verlaine,
en quienes resalta su particular manera de escribir, al primero lo considera fuerte y al segundo ambiguo.
Vemos, pues, esas ilusiones de joven mezcladas con una cierta melancolía cuya causa nos va revelando
durante el desarrollo del poema.

Potro sin freno se lanzó mi instinto,


mi juventud montó potro sin freno;
iba embriagada y con puñal al cinto;
si no cayó, fue porque Dios es bueno.

En mi jardín se vio una estatua bella;


se juzgó mármol y era carne viva;
una alma joven habitaba en ella,
sentimental, sensible, sensitiva.

Y tímida ante el mundo, de manera


que, encerrada, en silencio, no salía
sino cuando en la dulce primavera
era la hora de la melodía...

Hora de ocaso y de discreto beso;


hora crepuscular y de retiro;
hora de madrigal y de embeleso,
de «te adoro», de «¡ay!», y de suspiro.2

En estas siguientes estrofas observamos la referencia hacia los excesos de su juventud, desde
luego, ya naturales de la edad y esa afirmación de que Dios lo protegía. Después el yo lírico nos muestra
un joven que se creyó fuerte, duro como el mármol y luego descubrió en su interior una sensibilidad
profunda y una timidez que se desvaneció ante su encuentro con el amor. Es realmente interesante el
último verso de la octava estrofa, pues vemos las atrevidas licencias poéticas que se toma el poeta, las
cuales logra de maravilla, lo mismo pasa con ese verso que dice: “Sentimental, sensible, sensitiva.”
2
Ibidem. P. 340.
Y entonces era en la dulzaina un juego
de misteriosas gamas cristalinas,
un renovar de notas del Pan griego
y un desgranar de músicas latinas,

Con aire tal y con ardor tan vivo,


que a la estatua nacían de repente
en el muslo viril patas de chivo
y dos cuernos de sátiro en la frente.

Como la Galatea gongorina


me encantó la marquesa verleniana,
y así juntaba a la pasión divina
una sensual hiperestesia humana;

Todo ansia, todo ardor, sensación pura


y vigor natural; y sin falsía,
y sin comedia y sin literatura...:
si hay un alma sincera, esa es la mía.

Estas estrofas nos revelan cómo surge la inclinación del poeta por la cultura griega y latina,
después insiste con su gusto a la obra de Verlaine y además su admiración por los versos de Góngora.
Sin embargo nos encontramos otra vez con ese ardor de la juventud que si fue excesivo él mismo lo
reconoce y lo reafirma con el último verso de la décimo segunda estrofa, en la cual enaltece
indudablemente su sinceridad.

La torre de marfil tentó mi anhelo;


quise encerrarme dentro de mí mismo,
y tuve hambre de espacio y sed de cielo
desde las sombras de mi propio abismo.
Como la esponja que la sal satura
en el jugo del mar, fue el dulce y tierno,
corazón mío, henchido de amargura
por el mundo, la carne y el infierno.

Mas, por gracia de Dios, en mi conciencia


el Bien supo elegir la mejor parte;
y si hubo áspera hiel en mi existencia,
melificó toda acritud el Arte.

Mi intelecto libré de pensar bajo,


bañó el agua castalia el alma mía,
peregrinó mi corazón y trajo
de la sagrada selva la armonía.3

En estas estrofas podemos ver un cambio trascendental por medio de la evocación que el yo
lírico hace de su propia juventud, pues luego de esa vida apasionada que lo llenó de sombras y amargura
como él mismo lo expresa, agradece a Dios que haya puesto el arte en su camino, lo cual refleja un
símbolo de salvación. Y las consecuencias de ese venturoso encuentro las hallamos en la estrofa décimo
sexta, en la cual advertimos que sus pensamiento se volvieron elevados, su inspiración se despertó y en
su búsqueda vislumbró lo sagrado de la naturaleza.

¡Oh, la selva sagrada! ¡Oh, la profunda


emanación del corazón divino
de la sagrada selva! ¡Oh, la fecunda
fuente cuya virtud vence al destino!

3
Ibidem. P. 341.
Bosque ideal que lo real complica,
allí el cuerpo arde y vive y Psiquis vuela;
mientras abajo el sátiro fornica,
ebria de azul deslíe Filomela

Perla de ensueño y música amorosa


en la cúpula en flor de laurel verde,
Hipsipila sutil liba en la rosa,
y la boca del fauno el pezón muerde.

Allí va el dios en celo tras la hembra


y la caña de Pan se alza del lodo:
la eterna vida sus semillas siembra,
y brota la armonía del gran Todo.4

Vemos aquí mejor detallado ese encuentro del poeta con la parte más pura de su propia
naturaleza, lo cual le hace darse cuenta del poder de la inspiración poética. Entonces se siente como en
una especie de éxtasis, en el cual siente que Dios lo ha levantado de una vida vana para vivir otra mejor,
llena de eternidad y de armonía como se puede apreciar en los últimos versos de la vigésima estrofa.

El alma que entra allí debe ir desnuda,


temblando de deseo y fiebre santa,
sobre cardo heridor y espina aguda:
así sueña, así vibra y así canta.

Vida, luz y verdad, tal triple llama


produce la interior llama infinita;
el Arte puro como. Cristo exclama:
Ego sum lux et veritas et vital

4
Ibidem. P. 342.
Y la vida es misterio; la luz ciega
y la verdad inaccesible asombra;
la adusta perfección jamás se entrega,
y el secreto ideal duerme en la sombra.

Por eso ser sincero es ser potente:


de desnuda que está, brilla la estrella;
el agua dice el alma de la fuente
en la voz de cristal que fluye d’ella.5

En esta parte del poema, el yo lírico refiere que ante su encuentro con el arte, lo sagrado de la
naturaleza y la parte más pura de sí mismo, tuvo una transformación que de cierto modo fue dolorosa,
pero ese dolor purificaba, pues era como contemplar su propio interior con una claridad pasmosa, lo cual
le era difícil y al mismo tiempo le parecía bellísimo. Después apreciamos que en sus adentros halló el
arte como una llama y lo compara con Cristo haciendo alusión directa a su célebre frase que en este caso
aparece en latín, lo cual vuelve muy interesante la rima. Enseguida se da cuenta de que el hombre no
puede penetrar hasta la más profundo de la perfección y lo ideal, sin embargo afirma que lo mejor es ser
sincero, lo cual expresa con la metáfora de la estrella y otra aún más brillante que podemos observar en
los dos últimos versos de la vigésima cuarta estrofa.

Tal fue mi intento, hacer del alma pura


mía, una estrella, una fuente sonora,
con el horror de la literatura
y loco de crepúsculo y de aurora.

Del crepúsculo azul que da la pauta


que los celestes éxtasis inspira;
bruma y tono menor ––¡toda la flauta!
y Aurora, hija del Sol––¡toda la lira!

5
Idem.
Pasó una piedra que lanzó una honda;
pasó una flecha que aguzó un violento.
la piedra de la honda fue a la onda,
y la flecha del odio fuese al viento.

La virtud está en ser tranquilo y fuerte;


con el fuego interior todo se abrasa;
se triunfa del rencor y de la muerte,
y hacia Belén..., ¡la caravana pasa!6

En estas últimas estrofas vemos que la transformación se consuma en la dicha plena del poeta,
quien ante ese encuentro ya referido cumple el anhelo que tenía en su alma. En esta especia de
renacimiento, el yo lírico se muestra como uno antes del arte puro y otro después, advierte que esa virtud
que ha adquirido, ese fuego interior, como él mismo dice, es tan fuerte que puede vencer el odio, el
rencor y la muerte y concluye con una verso extraordinario más por la sensibilidad que por la retórica, el
cual hace referencia al libro de crónicas del propio Darío y que, en el sentido del poema, luego de hacer
una comparación del arte con lo divino en cuanto al significado de la ciudad de Belén, termina
afirmando que lo importante es ser pacífico y fuerte por el propio poder interior y mientras el poeta se
encamine hacia lo elevado, lo demás poco importará.

Finalmente, podemos apreciar que todo el poema entero es un reflejo de la vida del propio
Rubén Darío, sin embargo el yo lírico se concentra particularmente en el alma, en lo interior, lo cual da
un sentido más profundo al poema e infunde una sensibilidad más conmovedora a los recursos retóricos.
Podemos ver una transformación más que nada psicológica del poeta, desde la juventud hasta la
madurez, definitivamente provocada por el arte, lo que despierta su inspiración y lo hace descubrir la
parte más pura de su alma y la belleza de la naturaleza. Podemos advertir también que esa
transformación fue dolorosa en cierto modo pero al final lo llenó de dicha y de anhelos por ir en pos de
lo sublime y olvidarse de la vano. Con esto se confirma claramente que la poesía de Darío no es rica tan
sólo en lo estético, sino también en la parte interna donde está la esencia pura de la sensibilidad poética.
Juan de Dios Hernández Gómez.

6
Ibidem. P. 343.
Bibliografía:

Martínez, José María, “Estudio preliminar” en Rubén Darío, Azul y Cantos de vida y esperanza, Cátedra,
España, 2006.

José Emilio Pacheco, “Prólogo”, Antología del Modernismo, UNAM, México, 1982.

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