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TEORICA SOBRE EL ESPACIO PUBLICO.

Cátedra D’Andrea-Gomez Diz- D’Andrea

Hoy estamos aquí para reflexionar juntos sobre el elemento fundamental, y yo diría,
irreductible, conformador de la ciudad: el ESPACIO PUBLICO. (diapo
1)

Y nos deberíamos preguntar cuál es el lugar que ocupa el espacio


público en un contexto urbano de múltiples transformaciones, ya
sean económicas, culturales, y sociales; con la aparición de nuevas
formas de organización real y hasta simbólica que evidencian una
manera diferente de vivir la ciudad y de relacionarse con ella.

No es únicamente una división jurídica entre el espacio privado y lo


que no lo es, ó lo que queda. Debemos comprender en primer lugar,
que el espacio público, urbano, es el que relaciona las arquitecturas.
Es algo más importante que un “vacío” entre ellas. Recordemos la
frase de Louis Kahn, (diapo 2) uno de los maestros de la segunda
generación de arquitectos del movimiento moderno, que decía que
“la calle es el primer estar de la ciudad, en donde las fachadas de las
casas son las paredes, y en donde el cielo es el techo”, frase que
reafirma el concepto de que, así como el espacio doméstico es el espacio de la necesidad (comer-
dormir-alimentarse-soñar-trabajar, etc) el espacio público es ,como lo entendían los griegos, el
ESPACIO DE LA LIBERTAD.

Haciendo un poco de historia, en la Grecia clásica, (diapo 3) los


espacios públicos más importantes eran el Agora y el Teatro, en uno
la palabra era muy importante, y en el otro, además de la palabra,
era importante la exhibición del cuerpo; dos de las condiciones que
todavía hoy perduran en la memoria de uso de los espacios
públicos.

Hoy, con el desarrollo de las nuevas comunicaciones informáticas


(tweeter, facebook, etc) deberíamos replantear nuevamente las
experiencias corporales y su relación con los espacios que
diseñamos, complementando aquellos usos. (diapo 4)

Siguiendo con Grecia, Aristóteles (diapo 5) fue el primero en


desarrollar una teoría del lugar, y concibió al universo como finito,
más allá de sus límites no existía ni tiempo, ni lugar, ni vacío. Ideas
que llegan hasta bien entrado el Medioevo.

Durante la baja y alta edad media la organización del espacio


público tiene más que ver con una organización señorial y feudal. A diferencia del Agora, el espacio
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público medieval no posee un marco arquitectónico que delimite su geografía. Las calles se
comunican con él y se interrelacionan las construcciones. La ciudad es una unidad compacta con
una trama que interrelaciona edificio, plazas y calles.

En el Renacimiento (siglo 17) (diapo 6) (con Descartes, Newton, los comienzos del racionalismo) se
pasa a una concepción del universo infinito y absoluto. Aparece el espacio cartesiano : absoluto,
infinito y tridimensional, basado en la geometría de Euclides.

El siglo 18, siglo de la Ilustración, es el momento en el que se incuban la mayor cantidad de ideas
para el desarrollo de la ciudad, que se verían en el siglo siguiente. Es el siglo del llamado
Empirismo, como corriente filosófica, y pensadores como Kant (diapo 7) definen al espacio y al
tiempo como categorías a priori del conocimiento, las cuales, junto al conocimiento empírico –a
través de la sensibilidad y la intuición- permiten el entendimiento
de los objetos.

Comienza a pensarse la ciudad,(diapo 8) racionalmente y de forma


variada y ordenada, para superar definitivamente la caótica ciudad
medieval. Se recurre a una metáfora médica para transformarla
apelando a cuestiones sanitarias, de orden social y de seguridad,
con medidas tales como sacar los cementerios fuera de la ciudad; la
creación de nuevas plazas para conseguir ventilación y asoleo; la
reorganización de los mercados; la instalación de fuentes y la
segregación de las calles para el tránsito de carruajes y peatones.
Es el siglo de la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, Jurgen Habermas nos habla de la idea de un estado
deliberativo reforzando la idea de un espacio público en el que los
sujetos (ojo, sólo sujetos cultos, con posibilidades, eruditos,
independientes, burgueses, liberales y democráticos) comparten y
dialogan cara a cara en un contexto de igualdad. Esta racionalidad en la convivencia, tiene efectos
directos sobre el diseño y el uso del espacio público, de la misma forma que necesita el ejercicio de
un poder de policía en el espacio público, que cuide dicha racionalidad.

En el siglo 19, (diapo 9) la revolución industrial hace explotar la ciudad medieval, se establece una
nueva relación entre el Estado y los ciudadanos, como consecuencia de las teorías liberales de
Adam Smith: la propiedad del suelo y de los bienes de consumo se convierten en capital y
mercancía; la exclusión y desigualdad de la fuerza del trabajo en
relación a la burguesía se traducen en contínuos focos de revueltas
sociales que hacen emerger respuestas funcionales en el diseño de
la ciudad; el Barón Haussman entrega lo que sería el modelo de
ciudad a imitar en toda Europa: la red viaria se ensancha
destruyendo barrios céntricos populares con innumerables
callejuelas; hay un cambio físico y de gestión en la nueva ciudad;
se produce una taxativa separación entre espacio público y espacio
privado; el espacio público es el lugar de representación del poder soberano, el XIX es un siglo que
marca un quiebre con la concepción tradicional de la ciudad, el marco ya no es el valor
arquitectónico del espacio, sino la organización urbana como conjunto, determinada por las
relaciones sociales y económicas.
2
Esta incipiente sociedad de masas (diapo 10) da como resultado que pensadores como Nietzsche,
Schopenhauer, y escritores como Dostoyevski, produzcan las primeras reflexiones que
desembocarán en lo que, en las primeras décadas del siglo XX, conoceríamos como
existencialismo, un movimiento filosófico, cuyo postulado
fundamental es el que establece que son los seres humanos, en
forma individual, los que crean el significado y la esencia de sus
vidas, contraponiéndose a las teorías abstractas y universales acerca
del ser humano.

Sin embargo, los conflictos entre "modernidad" y "tradición", o


entre "ciencia" y "sentimiento", eran los debates dominantes para la
reestructuración del espacio urbano en el siglo XIX. Por ejemplo, los orígenes culturales de la
transformación del centro de París se debían tanto a la tradición del pensamiento racional de la
Ilustración, como a las nuevas técnicas de transformación urbana creadas por arquitectos e
ingenieros. Las transformaciones urbanas del siglo XIX se caracterizaban por mostrar un interés
creciente en los nuevos problemas urbanos derivados de la industrialización. A partir de entonces
la formulación de la cuestión urbana deja de ser única ocupación de los arquitectos para
convertirse en terreno de encuentro para varias disciplinas donde la medicina, la estadística, la
economía, la topografía o la ingeniería se repartían un planteamiento científico que desembocó en
la formación del urbanismo moderno.

En las primeras décadas del siglo 20, en oposición al racionalismo y al empirismo, pensadores
como Piaget, (diapo 11) establecen la noción del espacio a partir de la experiencia. Es Heidegger,
quien introduce la problemática del habitar como crítica a la separación radical y futurista del
movimiento moderno, expresada en su famosa frase: “somos, en
tanto existimos; existimos, en tanto habitamos” y yo le agrego que al
habitar estamos construyendo cultura, y Gastón Bachelard, en su
“Poética del Espacio” reafirma esto al decir que no sólo es vivido en
su positividad sino en todas las parcialidades de la imaginación
(diapo 12)

Ya se teoriza a partir de los términos “espacio” y “lugar”, el primero


de carácter geométrico y abstracto y el segundo de carácter
antropológico ó existencial (rescatemos como ejemplo los textos de
Christian Norberg Schulz en “Espacio, Tiempo y Arquitectura”), los lugares de la arquitectura son
fenómenos concretos que afectan al ser de manera directa,
cualificando su identidad. (diapo 13)

Podemos nombrar también al antropólogo Marc Augé, famoso por


desarrollar la teoría de los “no lugares”, (ya la veremos más
adelante) pero que define la verdadera razón de ser del espacio
público: “así como la palabra se vuelve palabra cuando es hablada,
el lugar se vuelve lugar cuando es vivido”, imaginación.(diapo 13)

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El movimiento moderno le dio más énfasis al espacio urbano como construcción geométrica, hubo
un desmesurado interés por los objetos, resultado de esa aspiración de universalidad que
intentaba romper con las tradiciones propias imponiendo una suerte de “producción seriada” de
las ciudades. (diapo 14). Pero a partir de los 50´s, y en coincidencia
con la aparición de los pensadores que veíamos anteriormente, en
los congresos del CIAM, un grupo de arquitectos nucleados bajo el
nombre de Team X (Smithson, Bakema, Candilis, Woods, y luego se
suma Kenzo Tange, Louis Kahn) e individualidades como Aldo Rossi,
De Carlo y otros comienzan a cuestionar los postulados de los
maestros.

El Team X desarrolla una propuesta que podría resumirse en 3


grandes principios (diapo 15):

el principio de Asociación, opuesto al esquema funcional de la carta de Atenas, proponiendo 4


categorías de agrupamiento de gente: la casa –no como máquina de habitar, sino como lugar del
habitar en su aspecto heideggeriano-, la calle –no como corredor
circulatorio, sino como lugar de encuentro social-, el distrito –
definido como un espacio dentro de la ciudad donde las personas
comparten algunas cosas entre sí-, y la ciudad –definida como una
comunidad intelectual que necesita elaborar una conciencia de
comunidad-;

el principio de Identidad, (diapo 16) a diferencia de Rossi –que


relaciona la memoria colectiva y la identidad con los monumentos
históricos- el Team X desarrolla el concepto de identidad, no como
permanencia del pasado, sino como construcción de una ciudad
nueva; el principio de Flexibilidad, (diapo 17) que plantea que el
fenómeno esencial de la ciudad no es el crecimiento, sino el cambio;
debiendo diseñar estructuras urbanas dispuestas para crecer y para
cambiar.-

De la misma manera, Aldo Rossi, (diapo 18) uno de los teóricos más
importantes de los últimos tiempos, en su ensayo de 1966, “La
imagen de la ciudad”, establece el concepto de “ciudad análoga”,
reivindicando el papel de la memoria colectiva en el diseño de la
ciudad. Y da cuenta de los 3 elementos que, según él, conforman las
ciudades: la trama, el tejido y los monumentos. Esta separación
entre monumentos y tejido es la gran diferencia con el movimiento
moderno. La revalorización del monumento como hito privilegiado
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para definir la imagen y carácter de la ciudad tiene consecuencias teóricas trascendentales e
implica una visión de la ciudad opuesta a la del Movimiento Moderno.

Pero en la teoría de Rossi - la ciudad conformada por repetitivo tejido residencial y singulares
elementos primarios-, los edificios públicos que surgen en las periferias de toda ciudad -fábricas,
hospitales, escuelas, bancos, etc, es decir, parte de lo que se ha denominado los equipamientos del
poder, no responden en su forma a la idea de singularidad de los monumentos.

A partir de los ochenta, (diapo 19) suceden algunos acontecimientos importantes que afectan los
sistemas culturales y sociales existentes, y con ellos, la noción que se tenía del espacio público y de
la arquitectura: la caída del muro de Berlín, el triunfo del
Capitalismo como teoría aceptada, las proclamas de Fukuyama (ya
en los 90) sobre el fin de la historia, la propalación de la muerte de
las ideologías, filósofos como Lyotard que comienzan a hablar de la
cuestión posmoderna, la globalización informativa, la aparición de
las corporaciones como verdaderos artífices del poder compitiendo
con los estados; en definitiva todo lo que hoy llamamos
“neoliberalismo”.

En arquitectura se profundiza la puesta en duda de los cánones del movimiento moderno, y surge
lo que se denominó “posmodernismo” (diapo 20) –que comenzó rescatando los regionalismos y
los localismos que definían cada lugar, pero luego desembocar en
una exacerbación de un “passeismo” (expresión francesa que
significa la recuperación de formas arquitectónicas de épocas
pasadas) pintoresquista.

Todo lo expuesto está provocando una crisis del espacio público


(diapo 21). Lo que ocurre es que el concepto de crisis del espacio
público es insuficiente para encerrar lo que sería la profunda
mutación material y simbólica que el neoliberalismo ha empujado.
El espacio público se ha transformado en espacio de consumo,
hemos pasado del espacio público a un espacio de los lugares.

Hoy sufrimos la imposición de los intereses particulares del mercado


por sobre las necesidades colectivas, que no tienen el soporte de un
control urbanístico (diapo 22). La ciudad se ha convertido en un
fondo para la aparición de arquitecturas autónomas sin necesidad
de responder al lugar en donde se insertan. Hay una relación entre
aquél urbanismo del movimiento moderno, pero que era
presentado como un hecho artístico, ideológico y contestatario, y la
idea actual de la ciudad de objetos propuestos por el mercado, con
una ideología mercantilista. Ya no es el sujeto el que desea, es el
objeto el que seduce: somos a través de las cosas.

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Volviendo a las teorías de Marc Augé, en las sociedades modernas
se están generando cada vez con mayor velocidad, “no lugares” –
(diapo 23) sitios por quien nadie siente un apego especial y no
funcionan como puntos de encuentro a la manera tradicional-,
dados por 3 causas:

1) abundancia de espacio,

2) abundancia de signos (sobre-exposición informativa), y

3) abundancia de individualización (los espacios públicos y semipúblicos son vistos no como un


espacio social sino como áreas a explotar de manera individual. Estos “no lugares” son
aeropuertos, hoteles, centros comerciales, etc; donde la gente pasa un tiempo variable con un fin
determinado, pero que no son equivalentes a la plaza como centro social de la comunidad.

Hoy debemos defender la idea que, como manifiesta Jordi Borja, “el espacio público es la ciudad”;
el espacio público como expresión del lugar de la ciudadanía, es un hecho colectivo.

No podríamos entender Bs.As. sin el eje Avenida de Mayo y sólo con


sus edificios, la Costanera Sur sólo con el actual museo de
telecomunicaciones (la ex-cervecería Munich de Andrés Kalnay), el
eje Cabildo-Barrancas-Juramento sólo con “la redonda”, y otros
casos más. Al definir la ciudad se habla de espacios públicos
significantes, no de edificios u obras aisladas. Es decir que hablamos
de espacios físicos, simbólicos y políticos interactuando con edificios
significantes.

La ciudad no son sólo los objetos (diapo 24) sino que son los acontecimientos. Como ejemplo
podemos decir que nadie hubiese imaginado un santuario en donde estaba el boliche Cromagnon,
un caso donde el acontecimiento reatribuye un nuevo sentido al lugar; ni tampoco nadie hubiese
imaginado un centro cultural en la exESMA.

Ahora bien, esta noción de centros significativos que arrastramos


desde la creación de las ciudades en la historia, a partir del
crecimiento poblacional, la irrupción de los medios de transporte, la
presión que ejerce el sector terciario privado (áreas administrativas,
servicios y comunicaciones) en el centro de la ciudad desplazando
usos que no pueden competir económicamente con aquellos, hace
imperioso (diapo 25) generar nuevos centros significantes, re-
significar los espacios públicos en los diferentes barrios de la ciudad
contra la segregación y la privatización dada por una arquitectura de productos. Se necesitan
iniciativas que potencien la diversidad y eviten las zonificaciones propuestas por el urbanismo
neoliberal.

Es decir, los barrios deberían funcionar con nuevas centralidades que amplíen su significado.
Necesitamos una versión más poética de la ciudad. La literatura es la rama que más ha entendido
este requisito, aunque el urbanismo actual ó las intervenciones privadas aún no verifiquen dicho
requerimiento. Es necesario un nuevo marco regulatorio que potencie esas nuevas ideas.
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Borges, en su “Fundación Mítica de Bs As” define a Bs As por sus propias experiencias, a través de
sus lugares (Plaza de Mayo, Recoleta, Dársena Sur, etc), de sus sitios (su azotea, su vereda, la larga
calle de casas bajas, el centro secreto de las manzanas, lo que ocultan sus fachadas, etc), de sus
cosas (un árbol de la calle Junín, una puerta donde esperó algo, un espejo en un hall de entrada);
es decir que no solo de lugares está hecho el habitar, sino fundamentalmente de habitantes.
Alejandro Dolina, en sus “Crónicas del Ángel Gris” define al barrio de Flores a través de sus
habitantes, por ejemplo Manuel Mandeb. Cortázar pregunta qué es un puente, y se responde: un
puente es una persona cruzando el puente, se pregunta Qué es una ciudad? Un lugar con mucha
gente.

Para que el espacio público pueda contener el habitar urbano, hay que diseñarlo poéticamente.
Unir el campo del espacio físico conformado (natural y artificial) –es decir la urbe dura y única-, con
la ciudad como lugar de vivencias.

Hoy son necesarias nuevas tipologías de espacio público. (diapo 26) Juan Pablo Bonta explica que
el espacio público, urbano, al tener presencia de valores, significados y connotaciones culturales;
en su diseño es necesario tener en cuenta a los componentes –significado, significante, emisor,
receptor, códigos- y las funciones del lenguaje arquitectónico, en
relación al espacio, en sus aspectos referenciales, emotivos,
poéticos, fácticos y metalingüísticos.

Los espacios públicos deberían estructurarse de modo que


produzcan efectos que impacten en los sentidos de los usuarios.
Deberían tener una delimitación clara, y contar con espacios de
transición a los espacios vecinos. El espacio público debe
complementar la presencia de quietud con puntos de interés que
doten de movimiento a dicho espacio. En definitiva, habría que
estructurarlo equilibrando todas las tendencias direccionales
(horizontales y verticales), y relacionarse a un centro que produzca
el equilibrio del sistema. (ver en la historia el ejemplo de Piazza
Navona de Borromini) (diapo 27)

Según E.Hall el espacio público, urbano, (diapo 28) debería


contemplar los requerimientos del hombre de un espacio con esferas para la intimidad, la
sociabilidad, el trabajo, los juegos, los ritos; tanto en el aspecto visual como en el de los otros
sentidos. (No dejen de leer un artículo del M.Sabugo sobre la
identificación olfativa de determinados barrios, aparecido en el
libro “La ciudad y sus Sitios”).

Pero el espacio público debe ser, ante todo, democrático. Debe


tender fundamentalmente a la mezcla social y garantizar, en
términos de igualdad, su apropiación por parte de los diferentes
colectivos sociales, culturales, de género y de edad, que habitan la
ciudad. Por lo general nos movemos en un espacio público desigual, atravesamos espacios
engañosamente públicos (parques enrejados, centros comerciales controlados por cámaras de
seguridad, calles y plazas con domos de seguridad) cada vez más nos movemos con libertad en el
único espacio que nos queda: nuestras casas. Democratizar el espacio público es generar sentido
de pertenencia, y supone dominio público, uso social colectivo y multifuncionalidad. “Supone
integrar las dos ciudades existentes: la ciudad formal, estática y completa; y la ciudad informal,
7
dinámica y en constante cambio” (La ciudad formal está dada por las personas que tienen bienes, y
la ciudad informal es la formada por aquellos que carecen de bienes).

Las ciudades actuales parecen olvidar aquella imagen de la ciudad como espacio público; (diapo
29) la segregación social y funcional, las áreas fragmentadas, el tránsito y la seguridad, son las
asignaturas pendientes para el diseño urbano. La ciudad está sufriendo un proceso negativo
basado en 3 aspectos: 1) una tendencia a la disolución por la
desigualdad en las intervenciones realizadas, 2) una fragmentación
por criterios funcionalistas, y 3) una privatización dada por la
aparición de ghettos según clases sociales y la sustitución de las
calles, las plazas y el mercado por la aparición de centros
comerciales, que produce claros costos sociales en términos de
acceso democrático, produciendo exclusiones sociales y
acrecentando las desigualdades.

Esto podría sonar como una declamación voluntarista, como una utopía hoy irrealizable, como un
no ver la realidad; pero aquí me gustaría citar a J.Nouvel, quien ante una pregunta similar contestó:
“soy realista, pero estando en la realidad, soy idealista”. Entendamos que la ciudad es URBS,
concentración de población, y CIVITAS, cultura y comunidad; pero también es POLIS, lugar de
poder, lugar de expresión de los grupos de poder y de los marginados, es decir que también el
espacio público es el espacio de los conflictos.

Hoy asistimos a un fenómeno, como define J.Borja, de agorafobia urbana. Se teme al espacio
público, porque aparece sólo como un elemento funcional, como un residuo entre edificios y
calles, como un lugar dominado por las supuestas clases peligrosas de la sociedad. Pero para
empezar a resolver estos dilemas, hay que hacer espacios públicos de calidad, multifuncionales y
que acepten la diversidad, hay que resolver nuevas centralidades, hay que hacer ciudad en la
ciudad.

Si se pierden los espacios de interacción social, los lugares donde se construye identidad colectiva,
también aumenta la inseguridad.

Desde mediados de la década del 90 (diapo 30) algunos sociólogos urbanos hacen hincapié en la
importancia del concepto de “capital social”, consistente en la idea de reconstruir formas de
cooperación basadas en el espíritu cívico, como una manera de disminuir tendencias a la
disgregación social, aumentando la eficiencia de la acción colectiva.
Y esto cómo se relaciona con el tema del espacio público? De 2
maneras, una consistente en acentuar el sentido de pertenencia e
identidad espacial y social que trascienda lo individual, y otra
consistente en lograr un alto grado de confianza colectiva. Esto
puede verse en algunos barrios de la capital federal como por
ejemplo Palermo viejo, la Boca, San Telmo. No sucede así con zonas
como Caballito, Villa Urquiza, Flores, etc. en las cuales dicha
identificación espacial no se verifica. Igualmente hay barrios en donde se produce una
identificación negativa que va en detrimento del sentido de pertenencia.

Los movimientos sociales y participativos, participando democráticamente en la gestión y


concreción de proyectos, programas, o sea ejerciendo ciudadanía; la revalorización del lugar del

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espacio público, del ambiente urbano, de la dialéctica barrio-ciudad; pueden ser el punto de
partida del urbanismo del siglo 21.

La relación que se establece con los espacios públicos puede ser un factor importante en los
procesos de integración y convivencia social y de formación de identidad en el interior de la
sociedad urbana.

Para terminar, y sin que sea posible ni aconsejable dar recetas para el diseño del espacio público, sí
podemos establecer algunos criterios (diapo 31) –que serán valorados según la posición personal
de cada uno- generales y algunos más específicos relacionados con nuestro lenguaje de
arquitectos, que nos permitan resolver de manera más o menos
eficaz el problema del diseño. Entre los más generales diríamos que
no deberíamos hacer un proyecto para resolver sólo un problema,
sino que deberíamos incluir en vez de excluir la mayor cantidad de
variables que permitan solucionar varias cuestiones. Por ejemplo, si
intervenimos realizando una vía de comunicación peatonal entre
dos elementos significativos, pensemos que además deberá generar
a partir de ella los espacios de transición hacia otros elementos
menos significantes pero igual de importantes.

En una intervención, deberíamos diseñar primeramente el espacio público, articulando ejes de


continuidad física y simbólica entre las nuevas intervenciones y la ciudad existente. Asimismo,
debemos comprender qué, independientemente de para qué es diseñado un espacio público, su
uso puede ser diferente a partir de los distintos niveles de apropiación simbólica y real que hagan
los habitantes, y de las características físicas de los mismos. Fíjense sino el uso de la Plaza de Mayo,
que nace como un lugar de intercambio comercial, y se transforma en un espacio de manifestación
social colectiva y de evidenciación de conflictos; algunos sectores de los bosques de Palermo que
nacieron como lugares de esparcimiento en contacto con la naturaleza y hoy son utilizados como
lugares de reunión con espectáculos musicales y artísticos de diversas tribus urbanas.

Es decir que cada sector urbano a diseñar, debe caracterizarse por su escala, por su vinculación al
resto de la ciudad, su diseño, su materialidad, por las posibilidades de intercambio social que
propone; si esto, además, coincide con el imaginario de cada uno de nosotros, ese espacio público
será apropiado por el conjunto de la sociedad, y esta apropiación empieza a verificar el vínculo
“habitante-territorio” generando identidad.

Otro criterio a tener en cuenta es la necesidad de contemplar diversidad en los usos a implantar,
por ejemplo, zonas de oficinas con plantas bajas destinadas a la instalación de bares, galerías de
arte, espacios de manifestación artística; evitar la zonificación que fragmenta, incorporar siempre
la posibilidad de hacer vivienda -un área urbana sin vivienda no es ciudad- con criterios de mezcla
social evitando los guettos sociales.

De la misma forma, habrá que tener en cuenta el diseño del borde entre las diferentes
intervenciones, con el fin de profundizar la capacidad de sutura del mismo. Sin reflexión y acción
sobre los espacios de transición entre las nuevas intervenciones y la ciudad existente, se
fragmenta la ciudad, produciendo el deterioro del capital social.

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Respetar la historia del lugar, su trama, la tradición cultural del urbanismo de cada lugar. Por
ejemplo, en ciudades como Bs As, con una cuadrícula tan potente, no se pueden desarrollar
proyectos basados en enormes torres aisladas rodeadas de estacionamientos y espacios verdes
enrejados, esto es ir en contra de la identidad del lugar, es ir en contra del sentido de pertenencia
que experimenta el ciudadano ante una ciudad como la nuestra; es decir que hay que (diapo 32)
comprender que la ciudad es el lugar de los intercambios y de las identidades, del encuentro y del
conflicto, de la diversidad y de lo homogéneo; la ciudad es contradictoria en sí misma, al albergar
multitud de situaciones y acontecimientos; y precisamente es esa
su riqueza, lo que tenemos que entender, explotar y contribuir con
nuestras intervenciones. La calle, la plaza, el parque, son , en
definitiva, las palabras con las que escribimos la ciudad, y , aún en
esta época de problemas e histerias, (diapo 33) podemos
parafrasear a Woody Allen diciendo: “es una locura vivir en Buenos
Aires, pero existe otra locura peor: no vivir en ella”

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