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ESCUELA

SEVILLANA DE PINTURA desde la Baja Edad Media, hasta el siglo XX

INICIO
Se remonta a la Baja Edad Media, localizándose, aparte los precedentes trecen:stas de los murales
ítalo-gó:cos de la Virgen de la An:gua de la catedral hispalense y la Anunciación de Santa María
de Arcos de la Frontera (Cádiz), en la decimoquinta centuria, integrados en las fórmulas del
go:cismo hispano-flamenco.

Juan Sánchez de Castro, tradicionalmente llamado «el patriarca de la pintura sevillana», y Juan
Núñez cons:tuyen, junto con otros no totalmente iden:ficados y con maestros anónimos como el
llamado Maestro de Zafra, el elenco de este primer momento pictórico sevillano. De esta época
hay menos documentación.

RENACIMIENTO.
Ar:sta de origen germánico, castellanizado Alejo Fernández (m. 1545), que aporta las fórmulas
ecléc:cas de la llamada por Lafuente Ferrari «pintura plateresca». Ar:sta de primer orden, deja
una serie de discípulos como su hijo Sebas:án Alejo y Juan de Zamora, y atrae a su círculo a
go:cistas rezagados como Cristóbal de Morales, Gonzalo Díaz y Nicolás Carlos, y anónimos como el
llamado de Moguer.

La plenitud del es:lo, esto es, el romanismo cincuecen:sta, la traen los flamencos Peter de
Kempener -castellanizado Pedro de Campaña- y Hernando de Esturmio, consolidándola el
italianizante Luis de Vargas (m. 1568) y su seguidor Pedro de Villegas Marmolejo. Sigue luego el
manierismo del úl:mo tercio del siglo que representan el portugués Vasco Pereira, Alonso
Vázquez (m. ca. 1626) y el tratadista Francisco Pacheco (1564-1654), algunos de los cuales, tanto
por cronología como por sus concesiones al naturalismo, pueden incluirse en la llamada
«generación de 1560». También uno de los autores más populares fue "Umberto Sánchez", que
pintó el destacado "Jardín de Fiestas", donde la fachada principal está ampliamente recargada con
mo:vos decora:vos procedentes de la inspiración en Roma.

SIGLO XVII
El siglo XVII nos trae el barroco con el triunfo del naturalismo, frente al idealismo manierista, la
pincelada suelta y otras muchas libertades esté:cas. En este momento, la escuela s. alcanza su
mayor esplendor, tanto por la calidad de las obras como por el rango primordial que muchos de
sus maestros :enen en la Historia del Arte. En tres periodos puede dividirse el desarrollo de la
pintura barroca hispalense: uno inicial con ar:stas de 'transición como Juan del Cas:llo(m. circa
1657), Antonio Mohedano (m. 1626), Francisco de Herrera el Viejo (m. 1656), en quien aparecen
ya muy manifiestos la pincelada rápida y el crudo realismo del es:lo, y el clérigo Juan de Roelas (m.
1625), introductor del colorismo a lo veneciano y verdadero progenitor del es:lo en la Baja
Andalucía.

La plenitud está cons:tuida por la obra de Francisco de Zurbarán (1598-1664), cuyo tenebrismo y
culto a la naturaleza muerta seducen a su hijo Juan de Zurbarán, a los hermanos Miguel y Francisco
Polanco, José de Sarabia (1608-69), Bernabé de Ayala (ca. 1600-72) y Jerónimo de Bobadilla entre
otros, así como por las de juventud de Alonso Cano (1601-67) y Velázquez (1599-1660), fundador
el primero de la escuela barroca granadina y afincado en la Corte, desde 1623, el segundo. Por
úl:mo, puede citarse, aunque a menor altura que los grandes maestros citados, a Sebas:án de
Llanos Valdés (ca. 1605-77) como perteneciente a este periodo.

Diego Velázquez. En los años que pasó en su ciudad natal se conver:rá en el mejor representante
del naturalismo, a pesar de su juventud. Sus trabajos se caracterizan por las tonalidades oscuras -
empleando negros y pardos- y el realismo con el que representa tanto a las figuras como a los
objetos que les rodean. La temá:ca no es muy variada, interesándose por asuntos religiosos,
escenas de la vida co:diana y retratos, siendo una de las etapas más produc:vas del genial
maestro.
La principal aportación de Francisco de Zurbarán a la pintura española del Barroco será el reflejo
de la vida, las creencias y las aspiraciones de los ambientes monás:cos, para los que el pintor
realizó prác:camente toda su obra. Su es:lo se mantuvo prác:camente invariable, desarrollando
el naturalismo tenebrista para crear escenas cargadas de verosimilitud, en la que los santos se
presentan ante el espectador de la manera más realista. Por esta razón Zurbarán es el pintor de los
hábitos. Esta inmovilidad fue durante varias décadas el secreto de su éxito.

Bartolomé Esteban Murillo es quien mejor representa el nuevo lenguaje de la fe, a cuyo servicio
puso su par:cular sensibilidad inclinada a valores dulces y amables. Con una facilidad portentosa
creó una pintura serena y apacible, como su propio carácter, en la que priman el equilibrio
composi:vo y expresivo, y la delicadeza y el candor de sus modelos, nunca conmovidos por
sen:mientos extremos. Colorista excelente y buen dibujante, Murillo concibe sus cuadros con un
fino sen:do de la belleza y con armoniosa mesura, lejos del dinamismo de Rubens o de la
teatralidad italiana.

Herrera el Mozo transformará la escuela sevillana al aportar lo aprendido en Italia, interesándose
por el espacio y por las representaciones triunfantes y fogosas. Herrera proclama un nuevo
barroco, decora:vo y apasionado, al usar fuertes contrastes de composición, tonos y luces para
crear un todo efec:sta, donde una técnica también nueva, de pincelada agilísima y deshecha, sirve
magistralmente a esas mismas búsquedas.

La duc:lidad de lenguaje de Valdés Leal le permi:ó superar su inicial falta de personalidad para
crear un es:lo que fue mejorando progresivamente a lo largo de su vida, tanto en calidad técnica
como en contenido expresivo. Fue sin duda un ar:sta de su :empo, preocupándose por el
movimiento, por la riqueza de color y por la variedad composi:va, u:lizando una pincelada fluida
con la que intensificaba la expresión de sus personajes y la vibración lumínica de sus obras. Sin
embargo, estas cualidades quedaron en ocasiones mermadas por la negligencia y el descuido de su
ejecución, en los que cayó por la necesidad de trabajar deprisa para cobrar pronto la no excesiva
remuneración que recibía por sus obras.

SIGLO XVIII
El siglo XVIII representa, siguiendo la tónica nacional, un momento de decadencia para la escuela
pictórica sevillana. Nota caracterís:ca es el culto a la tradición murillesca que representan Alonso
Miguel de Tovar (1678-1758) y Bernardo Lorente y Germán, fallecido éste al mediar la centuria; tal
culto es alternado con el cul:vo de la pintura mural, ya iniciado en el siglo anterior por Valdés Leal
y sus seguidores, que llevan a cabo, sin abandonar la de caballete, Domingo Marnnez, Juan de
Espinal, Pedro Tortolero y Francisco Preciado de la Vega (m. 1789), fundador este úl:mo de la
Escuela Española de Bellas Artes de Roma. La acción cultural del despo:smo ilustrado se hizo
realidad con la fundación de la Escuela de las Tres Nobles Artes, que si bien con:nuó la tradición
murillesca, representó el comienzo de una renovación que había de cosechar sus frutos en la
posterior centuria con el advenimiento del roman:cismo.

la pintura román:ca sevillana del siglo XVIII y XIX


En el reinado de Fernando VII se advierte en Sevilla la ac:vidad de un modesto grupo de pintores
neoclásicos, entre los cuales destaca Juan de Hermida (al que se cita, pero no he encontrado obra),
no precisamente por su clasicismo sino por ser el primero que, con discreta técnica prac:có una
pintura de carácter costumbrista. Además también se pueden incluir a los siguientes, con obras
importantes:

Antonio Cabral Bejarano (1798-1861). Figura dominante en el panorama de la pintura román:ca
sevillana. En su taller de pintura se formaron numerosos pintores, como sus propios hijos:
Francisco Cabral y Aguado Bejarano y Manuel Cabral y Aguado Bejarano, los hermanos Gustavo
Adolfo Bécquer y Valeriano Bécquer o Manuel Barrón, entre otros.

José Domínguez Bécquer (1805-1841). Representó diferentes escenas de carácter popular, también
prac:có el retrato, la pintura religiosa, el dibujo y la acuarela. Fue padre del célebre poeta Gustavo
Adolfo Bécquer y el pintor Valeriano Domínguez Bécquer y también primo Joaquín Domínguez
Bécquer reconocido pintor costumbrista.
Joaquín Domínguez Bécquer (1811-1871), pintor costumbrista. Fue el no del poeta Gustavo Adolfo
Bécquer y del pintor Valeriano Domínguez Bécquer así como primo del también pintor
costumbrista José Domínguez Bécquer, con quién colaboró en muchas obras.

Valeriano Domínguez Bécquer (1833-1870). Pintó escenas costumbristas y retratos. Estudió con su
no el pintor Joaquín Domínguez Bécquer. Pese a su escasa obra, es uno de los pintores más
caracterís:cos del costumbrismo román:co. Fue hijo del pintor José Domínguez Bécquer, sobrino
del también pintor Joaquín Domínguez Bécquer y hermano del famoso poeta Gustavo Adolfo
Bécquer. También pintó notables retratos y caricaturas e ilustraciones junto a su hermano Gustavo
Adolfo que también hizo sus pinitos en la pintura.

José Roldán y Marnnez (1808-1871), es considerado uno de los pintores más representa:vos del
roman:cismo sevillano. Su obra está dedica principalmente a la realización de retratos y a la
pintura de temas costumbristas. Su arte estuvo muy influenciado por la figura de Murillo, tanto en
la selección de temas como en la técnica pictórica y el colorido. Representó con frecuencia en sus
lienzos niños de la calle, mendigos y pilluelos, tal como ocurría en la pintura española del siglo
XVII.

Andrés Cortés y Aguilar (1815-1879), pintor fundamentalmente costumbrista. Fue alumno de la


Escuela de Bellas Artes de su ciudad natal y perteneció a la Real Academia de Bellas Artes de Santa
Isabel de Hungría. Fue un pintor versá:l en todo, su obra abarca desde el paisaje al bodegón,
desde el retrato al paisaje de género. A pesar de ser un trabajador incansable, actualmente es
poco conocido a nivel popular.

José María Romero y López (1815-1880), fue un pintor román:co que desarrolló su ac:vidad
arns:ca en la ciudad de Sevilla, en la que se cree que nació y murió, aunque no existe constancia
documental. Destacó como retra:sta, especialmente de niños, aunque también realizó obras de
temá:ca religiosa, campo en el que se le considera un con:nuador de Murillo.

Manuel Barrón y Carrillo (1814-1884). Máximo exponente y, posiblemente, mejor representante


del paisajismo román:co andaluz y sevillano. Sus destacables paisajes le dieron notoria fama. Por
ellos Barrón ostenta un importante reconocimiento, siendo considerado por tanto un excelente
paisajista. Famosos son aquellos que dedica a los entornos urbanos, paisajes en los que pinta
figuras humanas dando a estas obras un toque escenográfico y costumbrista. Estudiaría en la
Escuela de Bellas Artes de Sevilla, así como en la escuela de Antonio Cabral Bejarano, donde
además ejercería posteriormente la docencia, siendo un insigne profesor para las asignaturas de
dibujo del yeso, perspec:va y paisaje.

Francisco Cabral y Aguado Bejarano (1824-1890). Su producción arns:ca está compuesta


principalmente por temas costumbristas andaluces, retratos, temas religiosos y copias de las obras
de Murillo. Hijo del pintor Antonio Cabral Bejarano y hermano del también pintor Manuel Cabral y
Aguado Bejarano.

Manuel Cabral y Aguado Bejarano (1827-1891). Es uno de los mejores representantes del
costumbrismo andaluz dentro del roman:cismo español. Hijo del pintor Antonio Cabral Bejarano y
hermano del también pintor Francisco Cabral y Aguado Bejarano.

José Jiménez Aranda (Sevilla 1837-1903). Es uno de los más destacados representantes de la
pintura andaluza del siglo XIX. Sus escena costumbristas y retratos son de verdadero mérito. Su
formación transcurre en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla y sus primeras creaciones se
iden:fican con el costumbrismo de la época, aunque pronto destaca por sus cualidades como
dibujante. En 1871 se instaló en Roma, donde conoció a Fortuny. Fue amigo de Joaquín Sorolla, al
que influyó en su obra.
Luis Jiménez y Aranda (1845-1928). Pintor costumbrista, hermano de los también pintores
arns:cos José y Manuel Jiménez Aranda, este úl:mo poco conocido. Se especializó en la pintura
histórica, aunque también cul:vó la costumbrista, ambas con un es:lo verista y de gran acento
dibujís:co que revela la gran influencia de su hermano José.

José Villegas Cordero (1848-1921). Se dedicó a la pintura de historia, costumbrista y de casacones.


Formado primero en el taller sevillano del pintor José María Romero, y en la Escuela de Bellas
Artes de Sevilla, completó su aprendizaje junto a Eduardo Cano de la Peña. Una vez concluidos sus
estudios, el joven ar:sta viajó a Madrid, donde conoció personalmente a Fortuny, lo que le hizo
interesarse por la pintura de género.

José García Ramos, (1852-1912). Se trata de un pintor costumbrista perteneciente a la escuela


decimonónica sevillana y uno de sus máximos exponentes. Su dibujo es grácil y su pincelada
colorista. La mayoría de sus obras reflejan la vida diaria de la Sevilla de finales del siglo XIX. Fue
discípulo de José Jiménez Aranda. También influyo en su obra Fortuny.

Gonzalo Bilbao Marnnez (1860-1938), considerado como uno de los mejores pintores
impresionistas sevillanos, también prac:có durante años el costumbrismo y la temá:ca de historia
principalmente. Se inicia desde niño en el dibujo alentado por José Jiménez Aranda. Fue maestro
de Alfonso Grosso Sánchez.

Diego López García (1876) , fue un pintor que se dedicó al retrato y a plasmar escenas
costumbristas andaluzas de su época.

DEL ROMANTICISMO A LA ACTUALIDAD


El roman:cismo tuvo un gran desarrollo en la escuela sevillana, y una duplicidad de orientación. La
primera, que entronca con la escuela madrileña, está representada por los grandes retra:stas
Antonio María Esquivel (1806-57) y José Gu:érrez de la Vega (m. 1865), y la segunda por el
delicioso costumbrismo de José Domínguez Bécquer (m. 1841), Valeriano Domínguez Bécquer, (v.;
m. 1870) y Joaquín Domínguez Bécquer(m. 1879); así como por Manuel Rodríguez Guzmán (m.
1866) y Manuel Cabral y Aguado Bejarano (m. 1891), exponentes todos de esa pintura rebelde a
los academicismos puristas en la que, ciertamente y pese a las influencias extranjeras que pueda
tener, se con:ene la esencia del mejor roman:cismo español. El paisajista Manuel Barrón es un fiel
representante del roman:cismo, con :ntes costumbristas, en la escuela sevillana.

Tras él, la pintura de historia que inicia Eduardo Cano de la Peña (1823-97) y que, por la huella que
desde su cátedra de la Academia de Bellas Artes ejerció el maestro, aparte el espejuelo de las
Exposiciones Nacionales, se prolongó hasta bien entrado el siglo actual y que, en generaciones
diferentes, pueden representar José María Rodríguez de Losada (m. 1896) y Virgilio Maooni (m.
1923). Le siguen la de género al es:lo fortuniano con José Jiménez Aranda(1837-1903) y el
realismo de su hermano Luis, para alcanzar el modernismo con gran parte de la obra de José
Villegas Cordero (m. 1921). Por úl:mo, forman el elenco de la generación de fin del s. XIX el
costumbrista José García Ramos (m. 1912), el paisajista y gran acuarelista Emilio Sánchez
Perrier (m. 1907) y otros. Pero la figura más representa:va de esta generación transicional
es Gonzalo Bilbao (m. 1938), que supo fundir magistralmente el realismo hispano con las
influencias del impresionismo francés; maestro, desde su cátedra de Colorido de la Escuela de
Artes y Oficios, de una generación que integran, como figuras más representa:vas, Alfonso Grosso,
especializado en interiores conventuales; San:ago Marnnez Marnn, paisajista influido por Sorolla,
el extremeño Eugenio Hermoso y el gran retra:sta Miguel Ángel del Pino Sardá. Paralelo a Bilbao y
docentes como él en la citada Escuela de Artes y Oficios, están José Arpa Perea, José Rico
Cejudo y Manuel González Santose, fallecidos todos en la primera mitad del s. XX.

La presencia en Sevilla del gibraltareño Gustavo Bacarisas (1873-1971) renovó el panorama


arns:co hispalense de los años de la Exposición Iberoamericana con el colorismo caracterís:co del
citado maestro. De ella se beneficiaron muchos de los ar:stas citados y en ella se formó, como
discípulo directo de Bacarisas, Juan Miguel Sánchez Fernández, que después triunfaría como
muralista. A esta generación, donde cabe agrupar también al dibujante Juan Lafioa, sigue otra, que
recoge los nombres de José Marnnez del Cid, Sebas:án García Vázquez y Eduardo Acosta, aún
ac:va tanto en lo profesional como en lo docente y de la que han desaparecido figuras como Juan
Rodríguez Jaldón y Rafael Cantarero.

Tras la Guerra de 1936-39, la pintura sevillana adquirió nuevos bríos con la fundación de la Escuela
de Bellas Artes de S. Isabel de Hungría, en la que profesaron Alfonso Grosso, Sánchez Fernández
y José María Labrador, y que actualmente cuenta con docentes en ella formados, como Miguel
Pérez Aguilera, Miguel Gu:érrez Fernández, Francisco Maireles Vela y Armando del Río. De sus
aulas han salido numerosos pintores que laboran hoy en las más dispares tendencias arns:cas y
que, como Federico Delgado Mon:el y Cristóbal Toral, integran las filas de avanzados movimientos
vanguardistas. Fruto de la labor renovadora de la Escuela fue la creación, en 1949, de la llamada
«Joven Escuela Sevillana de Pintura», por desgracia disuelta muy pronto, formada por Antonio
Milla, Ricardo Comas, Emilio García, Pepi y Loly Sánchez y los citados Delgado Mon:el y A. del Río y
a la que, entre otros, se unieron Carmen Laffón y José L. Mauri. Esta labor con:nuó luego y es bien
fecunda en la actualidad como lo demuestran los nombres de J. A. García Ruiz y Francisco García
Gómez, docentes ambos en el citado centro, Ascensión Hernán Catalina, Roberto Reina, José L.
Pajuelo, Luis Montes, Álvarez Gámez, Barba Robles, Huguet Pretel, Lourdes Cabrera e Isabel
Gisbert. Por úl:mo, nombres como San:ago del Campo, Adelaida González Vargas, Justo Girón,
Juana Mangas, Teresa Duclós, Antonio Agudo y Juana Pueyo.

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