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LA TRASCENDENCIA DE HÉCTOR Y AQUILES

Hablar sobre La Ilíada es aludir ya de alguna manera a lo trascendente, ya que este gran
poema épico fue escrito hace más de dos mil años en la antigua Grecia y ahora lo leemos
gente de todo el mundo, por lo que es evidente que ha logrado traspasar las fronteras del
tiempo y del espacio, pero hablemos ahora ya no del mundo real, sino de lo que ocurre en la
ficción en este caso.

De todos los aspectos que pueden analizarse de esta epopeya, existe uno en específico que
atrae fuertemente mi atención y es el que me dispongo a desarrollar en este momento. Me
refiero a la forma en que dos de los héroes principales, Héctor y Aquiles, consiguen
trascender, es decir, alcanzar la anhelada gloria durante la guerra en Troya.

Pero, ¿qué implicaba alcanzar la gloria en el antiguo mundo griego? Puedo decir que esto
conllevaba ser recordado por siempre, vivir eternamente en la memoria de los hombres por
haber llevado a cabo acciones nobles, acciones que van acorde a la justicia y al valor. Por lo
tanto, trascender en este sentido tiene que ver con el honor, con la eternidad y con el
destino.

Tanto Héctor como Aquiles alcanzaron la gloria. Sin embargo, cada uno de ellos lo hizo en
un momento distinto de la batalla y también de un modo particular, pero el destino de
ambos estuvo estrechamente ligado, puesto que Aquiles no renunció a la cólera sino hasta
que recibió la noticia de que Patroclo había sido herido de muerte por una lanza que arrojó
el mismo Héctor, y éste pereció defendiendo a su pueblo y luchando dignamente contra el
propio Aquiles frente a las murallas de Troya.

Desde el primer canto Aquiles escucha de labios de su propia madre qué es lo que le depara
el porvenir, y en varios pasajes de cantos posteriores estos mismos vaticinios se reiteran,
aunque de diferente modo. Entre todos esos pasajes hay uno en que podemos apreciar cómo
el propio héroe griego refiere el dilema que tiene que enfrentar respecto a su destino, lo
cual resulta sumamente interesante.
Mi madre, Tetis, la diosa de argénteos pies, asegura que a mí dobles Parcas me van llevando
al término que es la muerte: si sigo aquí luchando en torno a la ciudad de los troyanos, se
acabó para mí el regreso, pero tendré gloria inconsumible; en cambio, si llego a mi casa, a
mi tierra patria, se acabó para mí la noble gloria, pero mi vida será duradera y no la
alcanzaría nada pronto el término que es la muerte. (Homero 278).

Aquiles tiene la posibilidad de elegir y esto representa una cuestión profundamente


relevante en cuanto al hecho de trascender. En el momento en que el héroe griego vuelve a
tomar las armas nos damos cuenta de la decisión que ha asumido, por lo que esta resolución
está íntimamente relacionada con la voluntad y la conciencia, nadie lo obliga y él conoce
perfectamente las consecuencias.

Así que conseguir la gloria se convierte en una decisión y esto no descarta la influencia de
los dioses, puesto que ellos siempre están atentos a lo que sucede con los hombres, siempre
están ahí, pero no para forzar sino para ayudar y proteger, pues la gloria no sería genuina si
algún héroe la buscara por cualquier clase de imposición.

En el caso de Aquiles, ningún dios, ningún hombre lo obligó a morir joven en la batalla, es
cierto que lo impulsa la muerte de Patroclo, pero aun así él seguía teniendo la posibilidad
de retornar a su patria y nadie se lo iba a impedir. No obstante, a través de sus acciones nos
percatamos de la decisión que asume y del destino que le espera.

De semejante manera ocurre con Héctor, ya que en el momento en que Aquiles acude a las
murallas de Troya y lo llama para pelear con él y vengar la muerte de Patroclo, al héroe
troyano también se le abren dos posibles caminos, aunque de modo distinto a como acaeció
en la situación de Aquiles.

Héctor está ahí, escuchando los gritos del héroe griego que lo nombra, la gente que lo
quiere le ruega que no salga, Helena, Andrómaca, Príamo y Hécuba, todos le suplican que
se quede donde allí, a salvo detrás de las murallas que lo resguardan, sobre todo sus padres
intentan persuadirlo, pero no lo logran y esto podemos apreciarlo en el siguiente pasaje que
lo ilustra claramente.
Así lloraban los dos y se dirigían a su hijo con insistentes ruegos; mas no convencían el
ánimo de Héctor, que aguardaba firme al monstruoso Aquiles, que ya se acercaba. (Homero
541).

Advertimos aquí que Héctor podía desatender los gritos de Aquiles y permanecer en la
ciudad de Troya sin correr ningún peligro, los que lo querían le rogaban, pero jamás lo
forzaron a quedarse con ellos. Asimismo, los dioses tampoco aparecieron en ese instante
para imponerle alguna de las dos posibilidades, sino que él mismo reflexiona sobre lo que
sería mejor respecto a su honor y a su destino y al igual que el héroe griego asume una
decisión que eventualmente le concederá la gloria. En otro pasaje podemos hallar otros
elementos que reafirman lo ya dicho y aportan algo más.

Ahora sé que tengo próxima la muerte cruel; ni está ya lejos ni es eludible. Eso es lo que
hace tiempo fue del agrado de Zeus y del flechador hijo de Zeus, que hasta ahora me han
protegido benévolos; mas ahora el destino me ha llegado. ¡Que al menos no perezca sin
esfuerzo y sin gloria, sino tras una proeza cuya fama llegue a los hombres futuros! (Homero
548).

Podemos hacer aquí varias observaciones, ya que estas palabras de Héctor confirman lo que
he referido anteriormente. Su muerte es inminente e irremediable en ese momento exacto y
eso es agradable para Zeus y Apolo, ¿por qué? Precisamente porque los dioses anhelan que
los hombres alcancen la gloria, pero saben que no cualquiera puede hacerlo y los héroes
tienen lo necesario para lograrlo, por eso los protegen en esa búsqueda, pero nunca
violentan su voluntad.

Otro aspecto que hay que resaltar es el valor con el que ambos héroes toman una
determinación definitiva y combaten ante el enemigo, sin retroceder, sin darse nunca por
vencidos. En esto estriba el honor que está constituido por acciones nobles, acciones que
tanto Héctor como Aquiles realizan antes de probar la muerte, aunque el último momento
resulta singular, pues como nos dice Emilio Crespo Güemes “es en sus postreras hazañas
donde más sobresale el fulgor de los héroes”. (63).
Por lo tanto, podemos afirmar que si bien la trascendencia en este caso consiste en alcanzar
la gloria, trascender implica elegir libremente un destino glorioso y además ser consciente
de la decisión que se asume. Después de esto vienen las acciones nobles, la justa forma de
luchar, el valor ante los riegos inevitables y por último el eterno recuerdo de los hombres
venideros.

Desde luego jamás podemos dejar de lado a los dioses, quienes en toda esta búsqueda,
acorde a la resolución, protegen a los héroes, los alientan a seguir adelante porque en el
fondo los aman y procuran su bien. Ante esto el propio Emilio Crespo asegura que “tanto
Patroclo como Sarpedón y Héctor, que son muy amados por Zeus, hallan la muerte; y
también es inminente el destino que Aquiles mismo ha elegido, la vida breve y gloriosa en
lugar de la larga y oscura” (62).

Finalmente, ambos héroes, aunque de manera distinta, consiguen la gloria y logran


trascender, ir más allá de los límites de su cultura y de su época, y con ello se revisten de
una especie de aura inmortal que se asemeja a la naturaleza de los dioses, ya que ellos viven
en un estado glorioso, como en un constante trascender que no tiene fin ni retroceso.

Juan de Dios Hernández Gómez.

Homero. “Introducción”. La Ilíada. Madrid: Gredos, 1996. Impreso.

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