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Cuando sufrimos un trauma infantil o una herida emocional, el niño que aún vive
dentro de nosotros, continúa respondiendo como si estuviera en peligro, por lo que
nos impide dar respuestas adaptativas, adecuadas a nuestra edad y nivel de
madurez. En práctica, ante determinadas situaciones, ese niño asustado, humillado
o abandonado, toma el control. Por supuesto, en esos casos, puede hacer más daño
que bien.
Para comprender el efecto que los traumas infantiles tienen en nuestra vida como
adultos, debemos adentrarnos en la teoría del apego. Según esta, para entender el
tipo de relaciones que establecemos en la adultez, es imprescindible mirar hacia
atrás, hacia las relaciones que establecimos con nuestros padres o figuras
importantes.
Por supuesto, los traumas infantiles no son un fardo que debemos arrastrar por
siempre, pero es importante aprender a reconocerlas porque solo de esa forma,
podremos sanarlas y continuar adelante.
Las heridas infantiles que más duelen en la adultez
2. El abandono. Los niños necesitan a otras personas para crecer, solo a través de
ese contacto se forma adecuadamente su personalidad. Sin embargo, si sus padres
siempre han estado ausentes, aunque sea desde el punto de vista emocional, ese
niño se sentirá abandonado, no tendrá un apoyo a quien recurrir cuando lo necesite.
Por eso, las personas que han vivido experiencias de abandono en su infancia,
suelen ser inseguras y desarrollan una dependencia emocional, basada en un
profundo miedo a que les vuelvan a abandonar. En el fondo, no han logrado
deshacerse de ese trauma infantil, y lo siguen reviviendo en sus relaciones
cotidianas.
4. La injusticia. Hace poco se descubrió que los niños muy pequeños, de apenas 15
meses, ya tienen un sentido de la justicia lo suficientemente desarrollado como para
catalogar una situación como desigual o igualitaria. Por eso, recibir una educación
en la que han sido víctimas de injusticias constantes, lacera profundamente su “yo”,
transmitiéndoles la idea de que no son merecedores de la atención de los demás.
Un adulto que sufrió injusticias de niño puede convertirse en una persona insegura
o, al contrario, en alguien cínico que tiene una visión pesimista de la vida. Debido a
ese trauma infantil, esta persona tendrá problemas para confiar en los demás y
establecer relaciones porque, inconscientemente, piensa que todos le tratarán mal.
5. La traición. Una de las cosas que no perdonan los niños, es haber sido
traicionados, sobre todo por sus padres. Sin embargo, se trata de una situación
bastante común ya que muchos padres hacen promesas que luego no cumplen. De
esta forma, generan en el niño la idea de que el mundo es un sitio poco fiable. Sin
embargo, si no logramos confiar en las personas, nos convertimos en ermitaños,
aislados del mundo, que nunca podrán lograr nada y que se sentirán profundamente
solos. Estas personas normalmente se comportan de manera fría, intentan construir
un muro en sus relaciones interpersonales y no dejan que los demás entren en su
intimidad.
El hecho de que las personas en las que debías confiar te hayan defraudado, no
significa que todos lo harán. Para construir relaciones sólidas, es necesario dejar
entrar a los demás en tu vida y confiar en ellos. Solo cuando eres capaz de
entregarte, los demás se entregarán a ti.