Sei sulla pagina 1di 4

El AMOR DE DIOS: 1 juan 4:7 -12.

7
Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es
nacido de Dios, y conoce a Dios.
8
El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.
9
En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo
unigénito al mundo, para que vivamos por él
. 10En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos
amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.
11
Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.
12
Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y
su amor se ha perfeccionado en nosotros.

El verbo `ahab designa el amor sexual (Os 3.1), paternal (Gn 25.28), de amistad (1 S
16.21) y del prójimo (Lv 19.18), que incluye al compatriota y al extranjero que habita en
Israel (Lv 19.34). Se exhorta a ayudar y perdonar al enemigo personal (Éx 23.4s; Pr 25.21),
pero no se habla de amarle. Los profetas utilizan el término  («misericordia» en
RV, amor compasivo) para describir la relación que Dios demanda entre su pueblo,
particularmente con los pobres y desamparados (Os 6.6; cf. Is 1.17; Ez 18.12ss; Am 2.6).
El Antiguo Testamento declara que el hombre debe amar a Dios en respuesta al amor de
este: debe ser un amor total y pleno (Dt 6.5), rendido solo a Él y expresado en servicio,
obediencia y reverencia (Dt 10.12s; 11.13; Is 56.6). La profesión de ese amor a menudo
inicia la alabanza en los Salmos (18.1; 73.25; 116.1; cf. Lm 3.24).
El amor de Dios por el hombre raramente se expresa en el Antiguo Testamento con los
términos amar () o amor (); más bien se habla de la
 («misericordia», «fidelidad activa»),  («favor», «gracia») o
 («misericordia», «compasión»). Este amor se expresa sobre todo en los
actos históricos por los que Dios eligió, creó, libertó y guió a su pueblo. Nace de la pura
misericordia divina (Dt 4.37; 7.7; 10.15; Jer 12.7–9; Is 54.5–8; 2 Cr 20.7). Es
misericordioso: salva, socorre, corrige (Dt 23.5; Is 43.25; Sal 86.5; Is 63.9). Oseas,
Jeremías y Ezequiel utilizan los símiles del esposo y del padre para destacar la fidelidad de
Dios y la infidelidad y desobediencia del pueblo.
Rara vez menciona el Antiguo Testamento el amor de Dios por los israelitas, y cuando
lo hace es en el contexto de las promesas futuras, como en Is 2.2–4; Miq 4.1–4; Jer 12.15;
Jon 4.11. Igualmente escasas son las referencias al amor por todas las criaturas (véase, sin
embargo, Sal 145.9). Aunque el amor de Dios está dirigido primordialmente al pueblo, no
falta en la relación de Dios con el individuo, como se ve en varias oraciones personales de
los salmos (40; 42; 51; 130), con respecto a personas en particular (2 S 12.24s; 1 R 10.9;
Sal 127.2) o a categorías de personas (Pr 15.19; Dt 10.18; Pr 22.11, LXX).
Todas las relaciones que el Antiguo Testamento menciona se profundizan y llevan a
cabo en el Nuevo Testamento.
Jesús resume la Ley en el mandamiento del amor a Dios y al prójimo (Mt 7.12; 22.34–
40), pues ambos están estrechamente vinculados (1 Jn 3.14–22; Mt 5.45). El amor a Dios y
al prójimo debe ser activo y concreto (Mt 5.38–47; 7.21; 25.34–36). La noción del prójimo
se ensancha para incluir a todo el que tiene necesidad (Lc 10.29–37) y específicamente al
enemigo (Mt 5.44; 18.22–25). La línea de los profetas señala que este amor al prójimo tiene
prioridad sobre los deberes religiosos y la observancia del sábado (Mt 5.23s; 9.13; Mc 3.1–
6). De ese amor total, desinteresado y abnegado, Jesús ha dado el ejemplo perfecto (Jn
10.11; 15.13; 1 Jn 3.16).
El amor de Dios también forma parte de la enseñanza de Jesús (Mt 6.24; 22.37). Debe
ser total y sin reservas (Mt 6.24ss; Lc 17.7ss; 14.26ss). Pablo destaca que es la respuesta al
amor de Dios hacia el hombre y la consecuencia de este (Gl 2.20; 1 Jn 3.1; 4.10, 11, 17,
19).
Este amor de Dios ha hallado su perfecta manifestación y realización en Jesucristo. En
su enseñanza señala la universalidad (Mt 5.45; 6.25–32) e infinitud (Mt 18.12s) del amor de
Dios. Pero es sobre todo en la muerte y resurrección de Cristo donde Dios ha puesto en
acción su amor para nuestra redención (Ro 5.8; 8.32; Tit 3.4). La muerte voluntaria de
Jesús es obra del amor del Padre y del Hijo (Ro 5.6; Flp 2.8). Por eso Pablo no distingue el
amor de Dios del de Cristo (Ro 5.15; 2 Co 8.9; Gl 1.6). El amor de Dios escoge a las
personas (Ro 1.17; Col 3.12) y los llama. Derrama su Espíritu en los corazones de los
creyentes (Ro 5.5), realiza en los amados la purificación, la santificación, la justificación (1
Co 6.11; 2 Ts 2.13), la renovación interior (Tit 3.5; Ro 6.4; 8.2; 13.8; Gl 5.13). El amor es
el don supremo del Espíritu (1 Co 13) y el resumen de toda la Ley (Ro 13.8; Gl 5.13).
Cuando interpretamos la expresión cumbre de Juan: «Dios es amor», debemos recordar que
las características del amor manifestadas en la Escritura son: personal, voluntario, selectivo
(es el fundamento de la elección), espontáneo, fiel a su pacto, justo (y exige justicia),
exclusivo (demanda una respuesta total) y redentor.
Todos creen que el amor es importante, pero por lo general pensamos que solo es un
sentimiento. En realidad, el amor es una elección y una acción, como lo muestra 1 Corintios
Dios es la fuente de nuestro amor: nos amó de tal manera que sacrificó a su Hijo por
nosotros. Jesucristo es nuestro ejemplo de lo que significa amar; cada cosa que Él hizo en
su vida y en su muerte fue amor supremo. El Espíritu Santo nos da el poder para amar; Él
vive en nuestro corazón y nos hace más semejantes a Cristo. El amor de Dios siempre
implica una elección y una acción, y nuestro amor debe ser como el de Él. ¿De qué forma
reflejan su amor a Dios las decisiones que toma y las acciones que realiza?
Juan dice: «Dios es amor» no dice «Amar es Dios». Nuestro mundo, con su visión trivial y
egoísta del amor, ha tergiversado esas palabras y ha contaminado nuestra comprensión del
amor. El mundo piensa que amor es lo que nos hace sentir bien, y está dispuesto a sacrificar
principios morales y los derechos de los demás a fin de obtener dicho «amor». Pero en
realidad eso no es amor, sino todo lo contrario al amor; es egoísmo. Y Dios no es esa clase
de «amor». El verdadero amor es como Dios: santo, justo y perfecto. Si de veras
conocemos a Dios, debemos amar como Él ama.
Jesucristo es el Hijo unigénito de Dios. Aunque todos los creyentes son hijos de Dios, solo
Jesucristo vive en esa relación de unidad (véase Juan 1.18; 3.16).

El amor explica (1) por qué Dios crea: como Él ama, crea personas para amarlas; (2) por
qué Dios se interesa: como las ama, se interesa en las personas pecadoras; (3) por qué
tenemos libertad para escoger: Él espera una reacción de amor de nuestra parte;. (4) por qué
Cristo murió: su amor por nosotros hizo que buscara una solución al problema del pecado;
y (5) por qué recibimos vida eterna: su amor es una expresión eterna.
Nada pecaminoso ni perverso puede existir en la presencia de Dios. Él es absolutamente
bueno. Él no puede pasar por alto, tolerar ni excusar el pecado como si no se hubiera
cometido. Él nos ama, pero su amor no lo convierte en una persona de moralidad
indiferente. Por lo tanto, si confiamos en Cristo, no tenemos que sufrir el castigo de
nuestros pecados (1 Pedro 2.24). Podemos ser absueltos (Romanos 5.18) por su sacrificio
expiatorio.

Si a Dios nadie lo vio jamás, ¿cómo podremos conocerlo? Juan expresa en su Evangelio:
«El unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer» (Juan 1.18).
Jesucristo es la perfecta manifestación de Dios en forma humana y se ha revelado a
nosotros. Cuando nos amamos unos a otros, el Dios invisible se revela a los demás, por
medio de nosotros, y se perfecciona su amor. Algunas personas disfrutan de la compañía de
los demás. Hacen amistad con los extraños con facilidad y frecuencia, y están rodeados de
muchos amigos. Otras personas son tímidas o reservadas. Tienen pocos amigos y se sienten
incómodas cuando hablan con personas que no conocen o se mezclan entre la multitud. Las
personas tímidas no tienen que ser extrovertidas a fin de amar a los demás. Juan no dice a
cuántas personas debemos amar sino cuanto debemos amar a las personas que ya
conocemos. Nuestra tarea es amar con fidelidad a las personas que Dios nos ha dado para
amar, sean dos o doscientos. Si Dios ve que estamos listos para amar a otros, Él se
encargará de traerlos hacia nosotros. Por muy tímidos que seamos, no debemos temer al
mandamiento del amor. Dios nos da la fortaleza para hacer lo que nos pide.

1. Dios te amó primero


1 JUAN 4:10. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en
que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados

Dios tomó la iniciativa al enviar a su Hijo a morir en la cruz. No solo eso, sino que Dios
estaba pensando en ti cuando envió a Jesús. Él te conoce y te ama desde siempre.

2. Dios es tu amigo
JUAN 15:13. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.

Jesús quiere ser tu amigo más cercano. Él te ama tanto que decidió morir para salvarte.

3. El amor de Dios es incondicional


ROMANOS 5;8. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros.
Dios te ama aunque conoce todas tus faltas. Su amor no tiene límites. Él está listo para
perdonarte y restaurarte. Solo tienes que aceptar su petición de amistad.

4. Más grande que el amor de una madre


ISAIAS 45:19. ¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del
hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti.

El amor de Dios es mayor que el de la madre más amorosa del mundo. Aunque nunca hayas
conocido el amor de tus padres terrenales, puedes conocer el gran amor de Dios.

5. Eres hijo de Dios.


1JUAN 3:1. Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de
Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él.

Al aceptar el amor de Dios en tu vida, pasas a pertenecer a la familia de Dios, con todos los
privilegios de un hijo amado.

6. Jesús dio todo


2 CORINTIOS 8:9. Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor
a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis
enriquecidos.

Jesús dejó toda su gloria en el cielo y sufrió mucho por amor a ti. Jesús consideró que todo
eso valía la pena porque te ama. El amor de Dios te da mucho valor.

COMPARTIR

Potrebbero piacerti anche