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En los primeros cinco meses de 2019 la economía costarricense continuó enfrentando condiciones
difíciles, tanto externas como internas.
En este entorno, los bancos centrales de los países avanzados hicieron una pausa en la
“normalización”1 de su política monetaria, lo cual redujo la presión al alza sobre las tasas de
interés internacionales.
Por su parte, el Índice de Confianza del Consumidor, elaborado por la Escuela de Estadística de la
Universidad de Costa Rica, evidenció en febrero de 2019 una recuperación con respecto al valor
registrado en noviembre del año pasado, que es el más bajo desde que inició la encuesta. Sin
embargo, esta mejora resultó frágil, pues el indicador volvió a caer en mayo, aunque sigue siendo
mejor en comparación con el dato de noviembre de 2018. Además, tanto en febrero como en
mayo, el índice se mantuvo en niveles considerados pesimistas.
En el caso de las expectativas de los empresarios, los resultados son mixtos. El Índice Global de
Expectativas Empresariales correspondiente al segundo trimestre de 2019, calculado por el
Instituto de Investigaciones en Ciencias Económicas de la Universidad de Costa Rica se situó en
50,3 (en una escala de 0 a 100), lo que significó un aumento de 2,4 puntos con respecto al
trimestre anterior. Sin embargo, las expectativas sobre el empleo mostraron un resultado
negativo, situación que no había ocurrido antes para un segundo trimestre.
Por otro lado, la Encuesta Trimestral de Negocios realizada por la Unión Costarricense de Cámaras
y Asociaciones del Sector Empresarial Privado, correspondiente al segundo trimestre de 2019,
mostró variaciones negativas con respecto a la encuesta anterior, evidenciando menor optimismo
de este grupo.
Los bajos niveles de confianza de los empresarios y consumidores son coherentes con la continua
desaceleración de la actividad económica, que inició en setiembre de 2015, y con el alto nivel de
desempleo, que lleva ya una década de rondar el 10 por ciento, y que ha aumentado
recientemente.
La producción, medida con la tendencia ciclo del PIB real, siguió desacelerando en el primer
trimestre del presente año, si bien a menor ritmo en comparación con los trimestres previos, lo
cual ubicó el nivel del producto por debajo de su potencial.
Este resultado se explica tanto por factores externos como internos, entre ellos: a) el menor ritmo
de crecimiento económico en los principales socios comerciales; b) la caída en los precios de
algunos de nuestros principales productos agrícolas de exportación (en especial, la piña); c) el
aumento en el precio del petróleo; d) la recesión económica y las tensiones sociales en Nicaragua,
que incidieron en la reducción de las exportaciones hacia ese país y al resto de Centroamérica; e)
los choques climáticos que afectaron adversamente la actividad agrícola y f) los bajos niveles de
confianza de los consumidores y empresarios.
En este contexto, la inflación general se mantuvo en niveles bajos, incluso –durante el primer
trimestre-- por debajo del límite inferior del rango meta establecido por el BCCR (3% ± 1 p.p.),
aunque en abril y mayo retornó a dicho rango. Por su parte, la inflación subyacente se mantuvo
durante los primeros cinco meses del año en curso en el rango meta.
Las proyecciones del Banco Central, basadas en su modelo macroeconómico, indican que la
inflación general y la subyacente se mantendrían contenidas en torno al valor medio del rango
meta (3,0%) en lo que resta de 2019 y en el 2020.
Estas proyecciones incorporan la mejor información disponible a junio de 2019. No obstante,
existen riesgos provenientes del contexto internacional e interno que, de materializarse, podrían
desviar la inflación de la proyección central.
Entre los principales riesgos para el contexto externo están: a) un crecimiento mundial menor al
previsto; b) una mayor volatilidad en los precios internacionales de las materias primas, en
especial el petróleo; y c) una intensificación del conflicto político en Nicaragua.
Por otra parte, los principales riesgos internos son: a) un déficit fiscal mayor al previsto, que afecta
la confianza en los mercados financieros; b) tensiones sociales que conlleven a la suspensión de
servicios públicos; y c) choques de oferta no anticipados, relacionados especialmente con
condiciones climáticas adversas.
En la actualidad, el modelo de pronósticos sugiere que los riesgos para la inflación están sesgados
a la baja; es decir, en el balance, los riesgos a la baja superan a los riesgos al alza.