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El Activo Encanto de lo Libriano

Lo libriano alude a distintos planos al mismo tiempo:

.- Libra. Un signo del mandala de energías básicas y primordiales.

.- Venus. En el plano de la estructura de funciones planetarias.

.- La oposición. Si recorremos el zodíaco comenzando por Aries, en Libra nos


encontraremos con el primer signo que tiene a otro signo enfrente, opuesto. Libra es el
primer momento en el que el zodíaco se enfrenta a sí mismo.

.- La Luna Llena. Es la oposición del Sol y la Luna. En los ciclos de edad -organizados
a partir de septenios- hay un momento identificado como "la crisis de los 42 años" que
responde a un "momento de Luna Llena": los tránsitos de Júpiter, Saturno y Urano, y la
progresión de la Luna enfrenta a cada uno de ellos con su propia posición natal.
Diríamos que esos planetas están en fase de oposición, en fase de Luna llena, en fase de
VII.

El tono de la edad de 42 años es de oposición, de Luna llena, un tono que está asociado
a la posibilidad de poder enfrentarse con aquello que en algún momento se inició. Esta
capacidad de "oponerse a" se relaciona con la cualidad de lo que hoy se reconoce como
insight, y que no es otra cosa que aquello que entendíamos como darse cuenta. La fase
de oposición (o de Luna Llena o de VII) es un momento para darse cuenta, para ser
conscientes de la naturaleza de aquello que se inició en la conjunción (o Luna Nueva o
fase de I); es un momento especular, un momento espejo, que otorga la posibilidad de
verse a sí mismo. Todo momento que refiere a la Luna Llena, todo momento de
oposición, todo momento libriano, representa una oportunidad para verse, para darse
cuenta.

.- Casa VII. Las relaciones complementarias y la apertura a la vincularidad social.

Libra es un signo de modalidad cardinal. En el zodíaco hay tres ritmos: cardinal, fijo y
mutable. Lo cardinal refiere a una acción de impulso, de definición, de inicio; lo fijo
representa una acción de consolidación y sostenimiento; y lo mutable se caracteriza por
una acción adaptativa que desestabiliza para propiciar la generación de un movimiento
cardinal futuro.

La definición de la modalidad cardinal en términos de inicio, definición y arranque no


resulta difícil de asociar con lo ariano. Muchas veces se asocia rápidamente a Libra con
lo pasivo, con aquello que está a la espera, con lo dubitativo. Visto así, cuesta vincular a
Libra con la cardinalidad. Lo libriano es sumamente activo.

Consideremos lo libriano como disposición al encuentro, a la complementariedad, a


proponer y estimular el deseo del otro, llegar a otro. Hay un modo relacionado a la
omisión, a no explicitar, a dejar sugerido, que revela una alta dosis de provocación para
generar la manifestación de un deseo, de una decisión, de una iniciativa. En esto Libra
es cardinal: inicia relación. Provocar el vínculo implica que en Libra se inicie una
cualidad distinta en el proceso que se viene desarrollando. Si Libra es efectivo las
cosas no van a seguir como están, porque se inicia algo nuevo: la relación.

Libra es el signo cardinal de Aire. Cada modalidad rítmica tiene un signo de cada
elemento, y a Libra le corresponde la cardinalidad aérea. El Aire, además de
relacionarse con lo mental y la capacidad de objetivar, tiene que ver con lo vincular. En
Libra se activa –diríamos casi irresistiblemente- el encuentro y por eso se le adjudica la
regencia de Venus. Venus es regente de dos signos: Libra y Tauro. La diferencia entre
ambos modos de lo venusino es justamente la actitud activa o receptiva. Venus en Tauro
es un Venus de Tierra, esto es un Venus asociado al pulso de la absorción. Venus en
Libra es un Venus de Aire, esto es un Venus asociado al pulso de la manifestación.

Si Venus en Libra se vincula con la modalidad activadora del deseo, provocadora del
deseo y complementaria del deseo del otro, entonces Venus en Tauro aparecerá más
vinculado al disfrute sensual y la contemplación, un goce sensorial en el que no
necesariamente se significa un otro, una capacidad perceptiva y de satisfacción corporal
que no necesita vincularidad. Venus en Libra propicia la vincularidad. Resulta acaso
más abstracto que el Venus taurino, se relaciona con el arte pero no desde la labor del
artista (dimensión más taurina en tanto implica trabajar la materia y resultar en obra),
sino con la apreciación del arte, con la ponderación de hecho artístico.

Esa apertura vincular excede lo estrictamente relacionado a la pareja. La disposición a la


complementariedad abarca todo tipo de relación y, en realidad, inaugura la dimensión
de lo social. Tanto el zodíaco como la rueda de casas, desde la fase I (Aries o casa I)
hasta la fase VI (Virgo o casa VI) desarrollan un proceso que es el del individuo en la
conformación y manifestación de su identidad y conciencia de sí mismo. Ahora, en
Libra se inicia el proceso de apertura y contacto con lo social, proceso que luego se
desarrolla a lo largo del recorrido por todo el hemisferio superior. Algo debe ocurrir con
el yo -la identidad autoreferida- en ese momento libriano a partir del cual ya empiezan a
aparecer los otros.
Cada signo tiene asociado a su cualidad, además de un planeta regente, un planeta en
caída y otro en exaltación. El planeta regente de Libra es Venus, pero Saturno se
encuentra en exaltación. En principio, Saturno suena muy frío para la energía libriana,
sin embargo la comodidad saturnina en la cualidad de Libra tiene que ver con esta
dimensión social que se abre allí, con la respuesta a normas, a ciertos patrones, como lo
presupone la ponderación libriana: existe un fiel, un centro de referencia. Este patrón de
referencia generalmente gira en torno a convenciones sociales, sean más o menos
regresivas o progresivas.

Y un cierto grado de relación que implica un compromiso. Tanto en Libra como en casa
VII, la palabra responsabilidad o compromiso no resulta ajena. En general no nos gusta
asociar esas palabras a los vínculos y preferimos identificarnos con una actitud más
libre, con la creencia de elegir con libertad y sin condicionamientos nuestras relaciones.
Compromiso o responsabilidad queda automáticamente asociado a aburrimiento,
imposición, restricción.

Sin embargo, responsabilidad y compromiso en absoluto tienen necesariamente que


ver con imposición o condicionamiento alguno, sino que pueden verse asociados a
madurez y a cualidades saturninas como conciencia, tiempo y capacidad de respuesta
a expectativas sociales.

En este punto cabe preguntarnos si acaso el malentendido acerca de lo libriano no lo


aporta el yo. Con una mala traducción de lo libriano en beneficio del ego o del yo
personal se distorsiona completamente, no sólo la percepción de la cualidad libriana,
sino la correcta apreciación de todo el hemisferio zodiacal que se inaugura en Libra.

El cuadrante Libra, Escorpio y Sagitario (en otro plano, casa VII, casa VIII y casa
IX) nos habla del yo en interacción vincular activa, mientras que Capricornio,
Acuario y Piscis (Medio Cielo, casa XI y casa XII) abre una dimensión de
trascendencia del yo. Ambos cuadrantes conforman el hemisferio social.

En Libra el equilibrio es ideal, no existe en la realidad. Y constantemente inestable. No


es verdad que cuando están en equilibrio "los dos platillos de la balanza estén quietos",
sino que deberán estar oscilando mínimamente, de forma casi imperceptible pero
constante, perpetua. La condición de equilibrio fijo, estable, inamovible es propia del
peso, de la gravedad taurina, y en verdad no se trata de equilibrio sino de estado de
reposo. Mientras que el Venus taurino se asocia al reposo, al peso de la sustancia, el
Venus libriano resulta inquieto, aéreo.
Lo que me complementa no es lo similar a mí, sino lo diferente. El verdadero vínculo es
con lo diferente, no con lo igual. Si los vínculos se establecen con similares, entonces
no son más que una prolongación de mí mismo, una prolongación del yo. Por eso, quien
sufre en Libra o en casa VII es el ego personal. Es el ego el que no quiere admitir la
evidencia de que para que mi identidad profunda se siga revelando es necesario
desidentificarme progresivamente con aquello que creo ser. La enseñanza en Libra
consiste en reconocer que no se trata de que "yo estoy con otro" u "otro me sirve como
complemento", sino que hay una dimensión del ser que tiene en Libra la
oportunidad de manifestarse a partir de ser con otro. Si no estuviera con ese otro,
esa cualidad del ser no se revelaría. Y esa cualidad revelada ya no me pertenece, sino
que es la cualidad del vínculo, es la identidad de la relación.

Hay un vínculo de casa VII y otro de casa V. En casa VII la relación revela una
dimensión nueva y desconocida en los individuos a partir de haber establecido ese
vínculo; ese espacio interno que se abre ya no queda encerrado en una circulación con
ese otro, sino que es una dimensión que excede a uno y otro en tanto individuos.

Los temas propios de la casa V son la autoexpresión, la manifestación creativa, el


animarse a mostrarse y expresarse. Tradicionalmente se la asocia con los niños, con el
juego y también con los amantes y, n este sentido, con la experiencia del
enamoramiento. A diferencia de la casa VII, los vínculos que establezco desde V, antes
que complementarios, son autoconfirmatorios. Narcisistas. Tiene que ver con aquellos
vínculos en los que me siento atraído por personas que me devuelven lo que quiero
confirmar de mí mismo. En realidad, aquí no hay mucha tolerancia a lo diferente y son
vínculos inconscientemente egoístas. Aquí aquella cualidad saturnina que
adjudicábamos a la vincularidad libriana (por extensión a casa VII) no se encuentra tan
cómodamente expresada. El sentido de responsabilidad desdibuja la pasión del
enamoramiento.

Saturno en Leo no experimenta una cualidad afín. No está cómodo, está en detrimento.
La cualidad leonina resulta muy incómoda para la experiencia humana de la función
saturnina.

Si Venus es energía de receptividad, de respuesta amorosa y disposición al encuentro,


Marte es energía de definición, autorreferencia, autodeterminación, capacidad agresiva.
Es capacidad de acción.

Venus y Marte forman un par indisoluble. No es posible desarrollar una función sin que
al mismo tiempo se desarrolle la otra. Ejercer una actitud receptiva de encuentro va a
provocar que alguien intente o se sienta seducido a ese encuentro; si soy muy mandado
e intrusivo buscaré encontrar aquello que me recepcione y me encuentre. No es posible
imaginar la expresión de una de estas funciones sin que también aparezca una
manifestación complementaria de la otra. Una expresión venusina tiene su
correspondiente manifestación marciana complementaria.

Lo libriano-venusino genera una acción por omitir, por no hacer, por dejar un espacio
vacío de disponibilidad.

Cuando están heridos de amor, las mujeres se cuentan lo que les pasa, hablan sobre lo
que sienten, mientras que los varones se juntan y permanecen callados, comparten lo
que les pasa no hablando.

El desafío venusino es el de aceptar lo diferente, y eso es lo que realmente permite


inaugurar otra dimensión vincular, pasar a otra cosa. Si sólo acepto los vínculos que me
confirman, los vínculos con iguales, voy a permanecer en la zona canceriana-leonina del
mandala, la zona de la pertenencia e identidad personal.

Para la astrología esotérica, el regente de Libra es Urano. La astrología con la que


comúnmente trabajamos –exotérica- trata sobre el yo, el protagonista es la identidad
personal que va atravesando por las diferentes experiencias de la vida. En astrología
esotérica el centro no está en el yo individual, sino en la vida que se manifiesta a
través de los seres individuales, la humanidad que se revela a través de los individuos;
el centro está en la humanidad, en lo humano, no en el ser individual. Por eso, el
verdadero desafío libriano para el yo separado es aceptar la desidentificación personal
que el vínculo complementario con otro provoca, aceptar que la naturaleza de la
complementariedad me vincula con lo que es diferente a mí. Encontrarse con otro es
encontrarse con la humanidad, con todo-lo-humano-que-no-soy-yo; si me encuentro
con lo similar, me encuentro con el mismo recorte de lo-humano-que-soy-yo, y en ese
encuentro la humanidad no crecerá mucho.

Sacándolo del nivel de vínculos de pareja, el encuentro de dos personas que comparten
la misma raza, la misma religión, el mismo estilo de vida, la misma visión del mundo,
no representa un avance significativo para la conciencia humana. La humanidad
progresa en el encuentro de aquellos que provienen de culturas totalmente distintas, con
concepciones del mundo diferentes.

Lo que sistemáticamente hemos venido repitiendo como humanidad es la exclusión del


diferente. En el siglo XX resultó evidente que nuestro modo vincular es de
exterminio del diferente. Y tocamos el límite de que exterminar al diferente implica
poner en peligro la continuidad de la vida en el planeta, y acaso este límite represente
una presión a favor de un tipo de vincularidad más incluyente. Aceptar al diferente
como constitutivo de la misma humanidad que me recorre es un tipo de conciencia
bastante inédita en la humanidad, un tipo de conciencia esotérica (por definición,
"oculta") que corre el centro de lugar.

Ahora, esta distancia interna en lo humano tiene que ver con una distancia que se
reproduce en cada uno de nosotros: la diferencia de géneros, el desencuentro masculino-
femenino. Este es un desafío que nos alcanza a todos: comprender
complementariamente al otro sexo. Si bien hoy se puede percibir la necesidad de
reunir con una calidad de integración distinta la complementariedad masculino-
femenino, hasta ahora no hemos sabido expresarla más que en modos muy polarizados.
No ha habido mucha predisposición a comprender al otro sin juicio. Esta comprensión
es aún una deuda en la humanidad y en cada uno de nosotros. Los grandes
antagonismos entre religiones, entre concepciones ideológicas del mundo y de la vida,
tienen su raíz en escisiones entre el principio masculino y el femenino, escisiones
sobre las que sombriamente se estructuran cada una de ellas, pero que son proyectadas
sobre algún otro "demonizado". Las grandes religiones se basan en una escisión entre el
principio masculino y el femenino.

Ahora, consideremos los ejes angulares (I-VII y IV-X). Históricamente, en nuestra


cultura los vínculos complementarios de VII tuvieron, hasta hace muy poco tiempo,
un enorme condicionamiento de IV. Los vínculos matrimoniales se definían en
términos de conveniencia social, eran decididos por las familias antes que por la
voluntad de los cónyuges (de hecho, en muchas culturas hoy sigue siendo
preponderantemente así). Así, la casa VII quedaba connotada como dependencia atávica
con aquello que la tradición familiar imponía.

El siglo XX inaugura la posibilidad de generaciones que se animan a elegir desde la


voluntad individual las relaciones complementarias. Sin embargo, vemos que la
aparente elección desde mí mismo, desde mi libertad individual, es una elección
desde V, desde una necesidad confirmatoria del ego que se crea una fantasía
romántica de complementariedad.

En verdad, la VII es consciente de la X. Aquí podríamos aplicar el método tradicional


de casas derivadas, y considerar que la casa X "es la cuarta casa desde la VII", es decir
que el vínculo complementario generado en VII tomará forma definida en X.

Al ser el primer sector del hemisferio social, lo que ocurre en VII es consciente de una
aspiración de culminación, culminación que no es un fin personal, sino un fin social. En
la VII existe la posibilidad de ser consciente de que el vínculo genera algún tipo de
logro o hecho social. Es consciente, por ejemplo, del potencial de generar una familia,
de generar progenie. La apreciación vincular desde VII y consciente de X no considera
el tema hijos como fatalidad. Para quién sí suele ser una fatalidad es para el vínculo de
V, esto es un tipo de vínculo que aspira a mantenerse en la zona del mandala signada
por la experiencia individual y que por eso proyecta en el hemisferio social pura
imposición, deber ser o un compromiso responsable con la sociedad que anula la
vitalidad.

En astrología esotérica Capricornio es el signo del iniciado, esto es de aquel que es


consciente de su misión en el mundo, de que su acción en el mundo no tiene que ver con
el yo, sino con un servicio al mundo.

El que desde VII no es consciente de X es porque no entiende la VIII. Se queda trabado


en la VIII, en el conflicto, y entonces renuncia. El conflicto debe generarse, la VIII es
una necesidad natural luego de haberse producido el encuentro con el otro
diferente en VII. Es necesario que haya un momento de tensión, tensión que será
muerte, muerte del yo. En general, el vínculo de V se plantea el encuentro de VII,
pero ante la tensión de VIII renuncia o intenta volver a la V. El vínculo de V se
plantea la complementariedad más profunda propia de VII, pero ante la tensión de VIII
regresa a la fantasía romántica de V, no alcanza la construcción vincular de X. Es allí
cuando esta dimensión de X puede llegar forzada, como hecho externo que exige
hacerse responsable; puede llegar, por ejemplo, con la llegada inesperada de un hijo del
cual el vínculo "debe" hacerse cargo. Así, ya no es una conciencia que se amplia y
naturalmente se expresa a través de un hecho social.

Este llegar a X en forma forzada se hace desde IV-V, no desde VII. Y así la X se
transforma en mera formalidad institucional, imposición social.

Como vemos, hay en VII una dimensión muy profunda, y no es fácil encontrar
relaciones que la reflejen auténticamente. En este sentido, las relaciones de VII de
nuestros abuelos estaban absolutamente condicionadas por la IV y una modalidad
de X determinada por la preservación de la tradición y sus costumbres. Es
significativo que las relaciones de complementariedad estén culturalmente
asociadas a conceptos como "matrimonio" y "patrimonio", conceptos que aluden a
"madre" y "padre", a IV y a X. Creo que todos percibimos estos criterios como una
interferencia, como una imposición de la estructura social que impide la vivencia
más profunda y auténtica de lo vincular. También podemos ser testigos de vínculos
de VII que surgen de fantasías de V. Pero, siempre presionados por la identidad por
pertenencia o la autoafirmación individual. Lo que realmente resulta poco verificable es
la posibilidad de una vincularidad de VII desde una identidad que se revela, no en el yo,
sino en el nosotros.

Colectivamente hoy existe la percepción de que algo está fallando en nuestra


modalidad vincular complementaria. Ya no son los padres los que definen el
vínculo, pero también estamos aprendiendo a desconfiar de que nuestras pasiones
románticas o atracciones eróticas resulten satisfactoriamente complementarias.
Creo que la mayoría de nosotros podemos compartir la percepción de la necesidad de
resignificar nuestros vínculos de VII, darles una orientación, un sentido en dirección a
una complementariedad más vital, plena, real, sin apelar a recursos fantásticos o
idealistas que, en realidad, son trucos del yo.

Abrirnos a un vínculo complementario es abrirse a una conciencia social. Todo vínculo


tiene un eco -un fin- social. Todo vínculo plasmará una forma en el mundo. Esa forma
consolidada no será "mi" plasmación, no será un logro individual, sino que será una
experiencia humana plasmada en el mundo.

Luego de Capricornio llegarán los momentos acuarianos y piscianos. Allí surge la


conciencia de seres en red. No somos individuos aislados, sino seres individuales que
estamos interrelacionados y que constituimos un todo, la comunidad humana. La
disolución del ego en Piscis es proporcional a la aparición de la percepción sensible de
que la humanidad es un todo vital con el planeta, el planeta mismo es un ser viviente
que constituimos en tanto microorganismos funcionales a esa entidad viva. Y acaso allí
nuestra conciencia incluso pueda ampliarse y alcanzar la percepción del planeta, no sólo
como unidad vital, sino como integrante de una unidad mayor que es el Sistema Solar,
que a su vez es unidad funcional de un todo más amplio que es la galaxia... y así al
infinito. Pero antes de llegar a estos planos de percepción (acceder a ellos rápidamente
resultaría sospechoso) empecemos por la casa VII.

En verdad, el trabajo empieza en el vínculo complementario: despertar en vínculo la


conciencia de que mi expresión revela la integración a una totalidad mayor, la
comunidad social, y que en verdad es la vida experimentándose a través de esa
complementariedad particular. Ese proceso vital se va desarrollando muy concretamente
en nuestros costosos vínculos de pareja, en las tensiones con nuestros otros asociados.

Olvidar ese ámbito concreto de labor podría llevarnos a la fantasía de ser monjes
aislados. Seguramente un verdadero monje no está desconectado de esta percepción,
porque desarrollar sensibilidad espiritual no es aislamiento.
Esta conciencia universal aceptaría que el individuo aprende acerca del misterio de lo
vincular peleándose con su pareja, discutiendo con los socios, experimentando
sensaciones de mutua invasión con allegados. No creo que adquirir esta conciencia
implique eliminar el conflicto, sino dar a ese conflicto un sentido que trasciende el nivel
del ego.

Si en el momento del conflicto –casa VIII- algo del yo no muere, el vínculo no se


desarrolla.

La aceptación es una clave: la aceptación del conflicto, no su rechazo o proyección. Si


yo me comprometo en VII porque creo que es "el paraíso", en verdad estoy más
próximo a una fantasía de V que a un compromiso de VII. Si acepto la tensión vincular
acaso pueda lograr percibir que atravesar el conflicto es parte del proceso vincular y que
allí se revelará una vitalidad que amplía y expande mi conciencia.

Cuanto más joven, menor disposición a dar tiempo de proceso a los vínculos y mayor
anhelo a fundirme en la pasión. El tiempo implica que la pasión inmediata se frustra,
pero también abre la posibilidad a que el proceso genere otras delicias futuras. En el
tiempo puede haber sabiduría. Saturno exaltado en Libra. Al mismo tiempo que me
permito ir explorando la relación, también voy descubriendo qué se provocó en mí. Si el
vínculo se agota rápidamente en una descarga de intensidad erótica y pasional, nunca
llego a conocer qué dimensión abre en mí.

Bibliografía de referencia

Rudhyar Dane, Zodíaco, el Latido de la Vida, Ed. Obelisco, Barcelona (España), 1982.
Rudhyar Dane, Las Casas Astrológicas, Ed. Kier, Buenos Aires (Argentina), 1990.
Ruperti Alexander, La Rueda de la Experiencia Individual, Luis Cárcamo Ed., Madrid
(España), 1986.

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