Sei sulla pagina 1di 6

Paisajes de vida: Puná y el río Guayas no es Guayaquil

Esa tarde hacía frío. El día estaba nublado y el paisaje era grisáceo. La persona
encargada de la lancha llegó tarde ese día. Eran las 8.45 de la mañana. Mientras, nos
presentamos las personas que asistiríamos al viaje. Unos perros cuidaban el callejón. Ambos
eran muy cariñosos, demostraban que requerían atención y afecto. Así, mientras acariciaba a
Perrito 1, la otra perrita me observaba con ansias desde sus cadenas. Me acerco.
- Es traviesa. Siempre que puede se escapa al carril de la Metrovía y se acuesta. No la
puedo soltar porque sino me la matan. Ya así se me murió uno.
Perrita 2 me acaricia con desesperación. Ambos nos entendíamos bien. Su pelaje me deja un
olor fuerte, así que, cuando nos llaman para abordar la lancha, voy con el objetivo de enjuagar
mis manos en el río. Se lo consulto a Leyla, quien vive en Guasmo norte a unas cuatro casas
de distancia del Río Guayas, donde se observa un paisaje terrorífico de basura, envases de
espumaflex, fundas de plástico, botellas de gaseosas, restos de electrodomésticos, entre otros
tipos de desechos, ubicados a la orilla del río. Al río le dicen ría cuando queremos darle algo
de vida. La ría Guayas vive todos sus días con esa acumulación de desechos. Leyla me dice un
no rotundo, con una mirada de quien observa a un torpe. Me convenzo de que era estúpido,
subo la lancha y emprendemos el camino.

***
Los ojos se nos achinan cuando el viento de la lancha comienza a golpear nuestro rostro.
Al comienzo salpican gotas; luego el navío toma su rumbo y el viaje es más o menos estable.
Me pregunto si lo que nos espera observar es tan desolador como el clima de aquel momento.
El paisaje no hacía más que comprobar la realidad detrás de ese mismo río que el ciudadano
común se sienta a contemplar en el malecón: empresas privadas, drenajes que botaban
desperdicios al río, camaroneras, y varios terrenos que necesitan de ser desforestados para dar
paso a las construcciones que observamos. Se observan otros pequeños asentamientos humanos
como escuelas, poblaciones con casas de caña, fábricas, plantaciones. La mayoría parecen
deshabitados, a excepción de las poblaciones, lugares donde evidentemente existen personas
que trabajan día a día por continuar en condiciones distintas a las que proporciona la ciudad o
tan solo su cercanía. Alguien, al observar esto, dice algo como “me parece muy interesante
cómo la vida insiste en sobrevivir”. A mí me causa sospecha que sean casas de caña pero
tampoco es muy difícil de deducirlo;, en la misma Isla Puná nos contaron cómo hace algunos
años no tenían luz si no es cuatro horas al día, en el horario de 2 a 6 de la tarde. En el proyecto
de ciudad, sus poblaciones aledañas deben ser obligatoriamente desatendidas e incluso
discriminadas. Pero no es la única razón, gran parte de esa población se ve inducida a dejar sus
tierras, buscando fuera más oportunidades de trabajo, de educación, de salud, entre tantos
servicios básicos y derechos humanos indispensables, pero que, si somos sinceros, en todos
lados se vulneran de tal forma que el ciudadano sin los privilegios de clase y raza es quien
siempre termina siendo violentado.
Arribamos a Puerto Roma, un pequeño territorio donde viven alrededor de unas mil
personas y más, donde nos recibió quien se autodenominó como “La primera dama” de Puerto
Roma, para conversarnos un poco sobre el lugar donde creció. Al llegar, una de las imágenes
más fuertes fue la de un potrero a unos tres metros encima de la orilla, sostenido con troncos
de bambú y hechos de caña, donde se criaban cerdos y en donde se encontraba una señora
mayor, seguramente de unos más de 80 años, en el borde de esa construcción extraña donde
los alimentaba. Se movía despacio pero lo hacía con fuerza. Abajo de ella, un grupo de hombres
embarcaban unos cangrejos a una lancha, ya envueltos, seguramente con destino al Mercado
Caraguay donde se transportan todos los animales marinos (en gastronomía denominados
“mariscos”) productos de la pesca y la recolección que sustentan la alimentación y el comercio
de miles de guayaquileños e isleños. Esta es la principal fuente de ingresos del lugar según nos
contaron. En Puerto Roma se vivía tranquilo, observábamos a un grupo de chicos jugando al
fútbol y muchos niños en la calle en bicicletas o solo pululando. La señora nos contó que en el
lugar no habían muchos conflictos, que estaban solicitando una cancha de fútbol, que, ante una
propuesta de “reubicación” del gobierno, ella nos respondía que aquel era territorio ancestral y
que por ende los moradores no deseaban irse porque esta era la tierra de sus abuelos y donde
sus hijos crecían en paz. Le pregunté un poco más y me habló de que aquí crecieron las
generaciones de abuelos que les preceden, que esta es tierra de sus ancestros y que por están
indispuestos a abandonarla. En este lugar no solo viven sus pobladores…
Aún así, nos contó que antes existían 36 cantinas a lo largo de la pequeña parcela de
tierra que es Puerto Roma, que eso les trajo muchos problemas y violencia entre los pobladores,
pero que a medida que fueron cerrándose, la gente se integraba en la vida cotidiana, el trabajo
y la familia para lo que ya no necesitaban embriagarse. A mí me causó curiosidad que no
hubiese una biblioteca. Había una iglesia, una casa comunal, solicitaban una cancha, pero una
biblioteca… ¿en la imaginación de qué niño del lugar estaba pensar en un libro, en un gran
libro, sea largo o corto, donde se contengan las historias de su población y de su vida misma
o de lo que se le venga en gana escribir? No, en el proyecto de ciudad que se hizo en Guayaquil
tampoco se encontraba la cultura ni la educación de ningún sector. Lo importante, a la final,
era la imagen de campaña de Cynthia Viteri que encontrábamos en las fachadas de algunas
casas. Ah, y la iglesia.

***
Cada vez que recaigo en esto prefiero observar a la naturaleza. El resto del viaje, e
incluso un poco antes, fue una hermosa observación de los mangles asentados a la orilla del
río. El manglar es un bioma formado por árboles de tres a cuatro metros de altura regularmente
que son muy tolerantes a las sales existentes en la zona intermareal cercana a la desembocadura
de cursos de agua dulce, es decir, entre el ecosistema donde los ríos y los mares se encuentran,
o en general los ecosistemas salinos. Tienen raíces muy largas que parecen bifurcaciones de
cuerdas, de senderos que se interconectan, que se enredan y se refugian en el mar. Tienen una
apariencia escabrosa según los parámetros de las películas de Hollywood; los árboles que por
la noche dan susto en el bosque. Pero este es el discurso que se nos vendió de la naturaleza, un
lugar escabroso al que debemos repudiar. Mery me preguntó qué era lo que se veía colgado en
ellos, que parecía basura pero que especulé era alguna plaqueta con el nombre de la especie o
del conjunto de especies que veíamos. Los manglares son hábitat de aves migratorias y de
peces, moluscos, y crustáceos que pasan gran parte de su vida ahí hasta que en cierto punto se
movilizan a orillas donde terminan siendo capturados para el consumo alimenticio humano. No
quito mi atención del manglar y pienso que ni la neblina, ni lo contaminado del río le quita lo
hermoso que se ve ese lugar donde fácilmente, siendo pez o siendo ave, podría ir, migrar,
quedarme, disfrutar la vida entre la complejidad de las ramas. A la final, ¿no es esta otra
población del territorio de Guayaquil?

***

Llegamos a Puná y lo primero que hicimos fue dirigirnos hacia la escuela de los niños
llamada “Cacique Tumbalá”. En el camino del muelle hacia la escuela nuestra primera
impresión fue intensa: las personas nos observan fijamente y con un rostro desconfiado. En ese
primer momento comenzamos a caer en cuenta: éramos los extranjeros, los extraños de aquel
lugar, éramos los que, si no nos atrevíamos a dar el saludo a todos y cada una de las personas
por las que pasábamos a su lado, seríamos clasificados inmediatamente como visita no grata
por la mirada de los pobladores. No saludar es grosero. Lo descubres cada vez que vas a un
pueblo que no es la ciudad. Y no hablo de los pueblos turísticos (el turismo es una gran
industria irresponsable donde lo único que termina sucediendo es que se burdelizan las
comunidades y su bienestar): la Isla Puná no es un lugar turístico, según me informó una de las
personas con quien conversé, apenas cuenta con uno que otro hostal que él me proporcionaba
solo por especular, porque la verdad no recordaba ninguno y quienes reciben en el lugar a los
turistas ahí son los pobladores. En la ciudad, acostumbramos a no saludar a nadie debido al
exceso de gente con la que colisionamos en las calles; digo colisionar porque el choque de los
espacios reducidos, del transporte público del día a día en las horas picos donde debes atravesar
una masa corporal para ocupar un puesto pequeño, no deja ningún deseo de saludar a nadie.
Pero en Puná era distinto. Ahí o saludabas, o te saludaban ya siendo tú un invasor que llega a
territorios ajenos sin la pequeña voluntad tan solo de ser amable.
En ese trayecto, se encontraban unos tres niños jugando al trompo. Ramiro, nuestro
profesor del Taller de Crónicas, les preguntó que cuál era el fin de la técnica que usaban que
además era muy buena y que seguro muchos de nosotros hicimos cuando éramos niños y los
celulares aún no colonizaban nuestro espacio exterior donde el jugar es nuestro deber como
niños. Los niños no supieron responderle pero se reían. Habían muchos niños en la calle, como
en Puerto Roma, y muchos utilizaban bicicletas que, junto con las motos que usaban los adultos,
eran al parecer el medio de transporte utilizado por las personas de la isla. Las motos las traen
en gabarras de la ciudad y se utilizan además como medio de transporte para ir a las otras
comunidades de las islas. Por unos cincuenta centavos o un dólar, tenías un aventón a la
comunidad aledaña y por algo más podrías darte una vuelta.
En la escuela nos encontramos con un montón de niños que, con el tiempo y la
confianza, comenzaban a correr revoltosamente y sonreían con alegría. Su situación como
población que vitalizaba la isla (pues los encontrábamos atendiendo las tiendas, ocupando las
calles, debajo de las piedras) era curioso, porque, junto con los perros a montón con quiénes
jugaban, eran un sector poblacional del cual causa interés saber sus condiciones de vida. No
obstante, esa información no la conseguimos, pero logramos jugar con unos cuántos, y en un
momento tuvimos el gusto de compartir con los hijos del cuidador de Chocolate, el cerdo.

(NOTA POLÍTICA: nunca, jamás, decir cerdo será un insulto más que dar nombre a una
especie animal).
***
Chocolate es un cerdo que vive con tres niños y su cuidador, señor amable cuyo nombre
no recuerdo y quien además de contarnos la historia de Chocolate, nos trajo tres estrellas de
mar en un balde a petición de los niños y de nuestra curiosidad. En ese lapso, Leyla se puso a
tapar en el arco y los niños se emocionaban a su alrededor. A la llegada de las estrellas, las
sacamos del balde y comenzamos a observarlas y a tocarlas.
- Papá, ¿podemos llevarnos las estrellas a casa?
- No, ve, no seas torpe, no ves que ellas están vivas.
Las estrellas no pueden estar mucho tiempo fuera del agua porque se comienzan a asfixiar.
Sentimos sus branquias (dermales), que parecían pulpa de maracuya, que palpitaban y se
recogían si las tocabas. Observamos una extremidad rota de una, no supimos si fue torpeza
nuestra o ya se encontraba así. Pero sabemos que las estrellas se regeneran en poco tiempo. Las
devolvimos antes de que sucediera algo trágico y comenzaron a moverse en el agua, asumí que
estaban nadando contentas de estar de vuelta en el agua de su ecosistema.
Pero Chocolate es distinta, reacciona y lleva una vida diferente. Tiene nueve meses y
una piel con el color de ese dulce que se realiza a partir del cacao. Chocolate vivía amarrada
—al igual que la perrita 2 del comienzo del viaje— lo cual le imposibilitaba transitar
libremente, con lo cual su cuidador se justificaba diciendo que era traviesa y que si la soltaban
iría por ahí corriendo a pelearse con los perros. Todo un combate entre especies. Pero, ante mi
curiosidad, lo más interesante fue cuando le pregunté qué iba a suceder con ella, si la iban a
matar para cocinarla o la iban a tener de mascota. Él me respondió:
- Nosotros ya nos hemos encariñado con él. Él es muy travieso, cuando sube la marea
corre por donde puede y se baña contenta. Nosotros no queremos venderlo, es lindo,
lindo, no ve cómo juega todo el tiempo con mis niños, ellos la tratan bien, saben que
tiene vida. El problema es que de aquí me están dando 300 dólares por ella. Y yo luego,
si no la vendo, ¿cómo sustento a mi familia?, su alimentación, sus costes. Nosotros aquí
vivimos de la pesca pero yo también me dedico a su crianza. Así mismo ya se nos
llevaron otro que queríamos un montón. Pero a este no queremos venderlo, nos hemos
encariñado con él y estoy buscando la forma de conseguir el dinero por otros medios
para que se quede con nosotros. Es lindo el Chocolate, tenerlo como mascota como
quien dice, ¿qué le parece?
Chocolate juega con sus hijos y se baña en el mar cuando sube la marea y está contenta. Él,
que primero sospechaba de mí, a medida que acariciaba su dura piel, me tomó el cariño
suficiente para luego acercarse a mí por su cuenta y restregárseme en la pierna, acariciándome,
buscando mi mano cariñosa que la imaginaba bañándose contenta en el mar y peleando con los
perros, siempre en juego, como los niños, o como lo hacemos nosotros cuando somos niños y
también somos animales.

***

Ramiro se acerca a un señor que se encontraba tejiendo una red de pescar. Nos acercamos en
grupo. Automáticamente, el señor se ha convertido en un objeto de turismo. En un lugar al que
mirar y tocar con un palito para que, en vez de demostrarnos si está vivo o no, nos cuente su
vida. Ramiro le hace unas cuántas preguntas sobre la técnica y el señor le responde como un
autómata Nadie más pregunta nada, pero somos alrededor de quince personas rodeando a un
señor que hace el trabajo de su día a día. Paisaje turístico, exotización, qué tantas cosas que si
se hubiese acercado solo una persona hubiese sido distinto. Nos despedimos y el señor hace
como un “ya, ya chao”. Nuestra visita no le sumó ni le restó, pero observé su indiferencia,
observé su repulsión (¿es esto una clasificación occidental si me atrevo a decir que observé en
ese gesto un síntoma de existencialismo social?), observé que nuestro acercamiento era
estúpido y agresivo.

***

Eleuteria Solis tenía setenta y cinco años. Su brazo estaba enfermo y no lograba tratar
aún su enfermedad si no es con medicina que de a poco dejaba de funcionarla. Era más conocida
como la partera de esa zona de Puná, como la partera Panita. Aprendió observando los partos
que hacía su abuela cuando chica, cuando se asomaba entre los huequitos de las paredes de
caña para observar por qué gritaban tanto las chicas. Vivía con 1 gato y dos perros que
controlaba con un palo, pero cuidadosamente. A ella le dolía no solo su cuerpo, que no podía
tratar a causa del pésimo sistema de salud que tienen en la isla, sino también su historia, la de
los maridos que le pegaron para luego irse, factor que observó reproducido en casi la mayoría
de las muchachas a las que ayudó a nacer; le dolía su hijo preso por ser acusado de vender
droga, cuando lo que hacía era vender piercings; le dolía no saber escribir ni leer a causa de
que sus padres la amenazaban con que le iba a enviar cartas a su enamorado. Ella vivía sola
porque sus 16 hijos habían hecho familia por su cuenta. Vivía sola y enferma y el único hijo
que la ayudaba estaba presos. Sus gatos y sus perros, ¿serán suficiente para darle el valor de la
vida? Ella lo guardaba en su rostro, hermoso, ameno, acogedor, pero triste, pero que se
desdibujo una vez nos despedimos y volvió a entrar a su casa, sola, pensando en su historia, la
de sus hijos, la de su isla.

***

Llámemoslo mar o como querramos. Pero el planeta tierra está compuesto de un 70 %


de agua de la cual el 96 % se encuentra en los mares. Nos encontramos en la playa de Puná,
que era un pedacito de tierra mínimo al lado del pavimento y en frente de las camaroneras.
Discuto con Mery porque escupo en la arena y a ella le parece que afectará a algo en el
ecosistema de la playa. Existen los biodesechos, que son los desechos que se producen en el
cuerpo, o a partir de los distintos cuerpos entre los seres vivos de la naturaleza y que son
producto del ciclo alimenticio de cada ser vivo y que fácilmente, por los elementos que
compone, se disuelven en los distintos ecosistemas degradándose fácilmente y muchas veces
fertilizando o aportando en algo a la tierra o mar que lo acoge. Entro al mar a lavar mi amuleto,
la mariquita (una variedad de escarabajo) que llevo en mi pecho encerrada en una luna que
brilla en la oscuridad y que me protege siempre que la cargo conmigo. Salgo, y hundo mi pie
en algo. Meto la mano y saco. Es una funda de basura de plástico, que a medida que saco la
mano se desenvuelve de la arena y sale. Todas, y cada una de las fundas u objetos de plástico
que nosotros utilizamos, van a parar al mar o a grandes amontonaderos de desechos donde
después son quemados y expulsan carbono (que contiene un montón de sustancias tóxicas como
monóxido de carbono, dióxido de azufre, material particulado, metales pesados, dioxinas,
furanos y CO2) que contamina la capa de ozono y contribuye al cambio climático. El día gris
que vivimos en aquel viaje no fue coincidencia. Piso esa basura y me siento incómodo de no
pisar la arena. Pienso en la historia que nos contó después una compañera, sobre el sujeto de la
isla que se enfrentaba con sus conciudadanos donde todos los días iban con fundas gigantes de
desechos plásticos a botarlas al río. El se ponía ahí para impedir que lo hicieran, peleaba con
las personas, y la gente de la isla comenzó a decir que estaba loco, que era un loco por hacer lo
que hacía. Al señor lo tildaron de loco por defender el río pero yo creo que él estaba
defendiendo que las estrellas marinas que observamos no se asfixien en una funda de plástico.
Creo que él había visto la playa, llena de desechos que no pertenecían a ella. Me senté y observé
con decepción el horizonte. Pensé en el paisaje del río Guayas al lado de la casa de Leyla. La
isla Puná pertenece a Guayaquil, sin duda. Respiré. El mismo paisaje gris los envuelve. El de
un proyecto político donde, en nombre de un progreso o de una ciudad, los ecosistemas son
condenados a la muerte y al olvido. En el río Guayas no se baña nadie. Y en el mar de Puná,
como me comentó una chica con quien logré conversar un poco
- para que me voy a meter al mar si eso a la final ya está feo y aburrido.

Volvimos a la lancha todos casi en silencio. Había una sensación extraña que se nos
había quedado más allá del pecho.

Potrebbero piacerti anche