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IVE – Ejercicios Espirituales 1

Segunda Semana

LA ENCARNACIÓN DEL VERBO

[101-109, 162]

En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu
Amor. Envía Señor tu Espíritu y serán creadas las cosas y renovarás la Faz de la tierra.

Oh Dios que habéis adoctrinado los corazones de tus fieles con las luces de tu Espíritu
Santo, danos a gustar todo lo recto y bueno según ese mismo Espíritu y gozar para siempre de
tus celestiales consuelos. Por Cristo Nuestro Señor, Amén

Ave María

San Ignacio de Loyola, ruega por nosotros

• Oración preparatoria: la de siempre.

Vamos a hacer ahora la meditación, la contemplación, sobre todo de la Encarnación del


Verbo de Dios. Lo presenta San Ignacio en el número 101 al 109, y también ahí mismo remite al
número 162. Esta meditación y todas las que siguen están muy relacionadas con el llamamiento
del Rey Eternal. Porque si este Rey Eternal nos puede decir, que para estar en la gloria con Él
tenemos que pasar sus sufrimientos y caminar sus caminos, tuvo que hacerse temporal, tuvo que
entrar en el tiempo. Lo que vamos a hacer ahora entonces, es comenzar a contemplar, a verla vida
de este Rey Eterno que nos llama a seguirlo en el tiempo, cuando irrumpió en el tiempo, y vivió
con los hombres y nos salvó.

Nuestra meta tiene que ser aquella frase de San Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive
en mí”, eso tenemos que buscar. Más que andar con debemos andar en. Hacernos uno con Cristo.
Él nos dijo: “Venid conmigo, trabajad como yo, seguidme en la pena”. ¿Qué significa todo eso?
Centrar la mirada, entonces, en nuestro Señor Jesucristo.

San Ignacio presenta esta contemplación con tres escenarios bien marcados:

I. La Trinidad, que mira al hombre, ese hombre que no tiene salvación; por
lo que decreta la Encarnación para salvarlo.
II. Otro escenario es lo que la Trinidad ve, es decir, el mundo y todas sus
gentes que pecan, que se condenan. También hay gente buena pero, antes de la
encarnación, ¡qué difícil vivir una vida virtuosa!, ¡qué difícil tener esperanzas de la
eternidad y vivir de acuerdo a eso! Entonces, el otro escenario es El mundo
III. Y el tercer escenario es La casa de la Virgen María en Nazaret, donde se
da la Encarnación.

P. Gustavo Lombardo
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Todo lo que hace San Ignacio es invitarnos a ver las personas, a escuchar lo que dicen,
mirar lo que hacen y reflectir, o sea, sacar provecho para mí mismo. Él va salteando, comenta los
tres lugares por separado. Yo, los uní, me pareció un poco más sencillo.

[102] “El primer preámbulo: El primer preámbulo es traer la historia de las cosas que
tengo que contemplar; que es aquí cómo las tres divinas personas miraban toda la planicie o
redondez de todo el mundo”.

Ya en el cuerpo de la contemplación de la meditación, va decir, “ver y considerar las tres


divinas personas, cómo en su solio real o trono de su divina majestad, cómo miran toda la haz y
redondez de la tierra y todas las gentes en tanta ceguedad, y cómo mueren y descienden al
infierno”; “Así mismo lo que dicen las divinas personas: hagamos redención del género humano”;
“mirar lo que hacen, así mismo lo que hacen las personas divinas, es a saber, obrando la Santísima
Encarnación”.

La petición que San Ignacio nos va mandar es en el número [104]: “será aquí demandar
conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga”.
“Conviene aquí notar- dice él- que esta misma oración preparatoria sin mudarla, como está dicha
en el principio, y en los tres preámbulos se han de hacer en esta semana y en las otras siguientes,
mudando la forma, según la subiecta materia”. [105]

La encarnación del hijo de Dios es una muestra más de la infinita misericordia de Dios que
quiere salvar al hombre caído en la más grande de las desgracias, que es el pecado.

Pensemos entonces cuando estemos contemplando la Trinidad, tratemos de ver eso que
meditaron hace unos días: la gran misericordia de Dios para decidir este acto, que es el más
grande, incluso mayor que la creación del mundo, la encarnación del Hijo de Dios.

En segundo lugar nos invita San Ignacio a ver la tierra, “cómo las tres divinas personas
miraban la planicie o redondez de todo el mundo llena de hombres…” [106] “El primer punto es
ver las personas, las unas y las otras; y primero las de la haz de la tierra, en tanta diversidad, así en
trajes como en gestos, unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos llorando y
otros riendo, unos santos y otros enfermos, unos naciendo y otros muriendo, etc.”; “oír lo que
hablan las personas sobre la haz de la tierra, es a saber, cómo hablan unos con otros, cómo juran y
blasfeman, etc.”; “mirar lo que hacen las personas sobre la haz de la tierra, así como herir, matar,
ir al infierno, etc.”

Tratar de ver, entonces, imaginarnos toda la humanidad necesitada de la Redención,


necesitada de una intervención de Dios que la salve, que la saque del pozo de la cual ella misma
había caído. De todos modos, lo que más hay que imaginar es la guerra, el odio entre los hombres
porque faltaba la salvación que venía de Dios. Imaginemos qué hubiésemos encontrado en la
tierra antes del diluvio, qué hubiésemos encontrado antes de la destrucción de Sodoma y
Gomorra; pensemos en las guerras mundiales; pensemos en el mundo como está ahora, no hace
falta tanta memoria, pensar cómo están las cosas ahora, cómo está el mundo alejado de Dios.

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San Pablo en la Carta a los romanos, capítulo 1, dice: “Habiendo conocido a Dios, no le
glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, antes bien, se ofuscaron en sus razonamientos y su
insensato corazón se entenebreció, jactándose de sabios se volvieron estúpidos y cambiaron la
gloria del Dios incorruptible por una representación de hombre en forma corruptible, de aves, de
cuadrúpedos, de reptiles. Por eso Dios los entregó a las apetencias de su corazón, hasta una
impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos. A ellos que cambiaron la verdad de Dios por la
mentira y adoraron y sirvieron la criatura en vez del creador que es bendito por los siglos. Amén.”

Quizás que en ésta −así como decíamos con la meditación de Cristo Rey, que se nos hacía
difícil imaginarnos y tener algunos valores igual que San Ignacio− se nos hace más fácil a nosotros,
quizás, imaginarnos un mundo pecador, que a San Ignacio en ese tiempo. Porque
lamentablemente justo ahí, en la época de San Ignacio, empieza la primera gran revolución, la
primera gran revuelta en contra de la iglesia, Lutero y demás. Después la revolución francesa,
después el comunismo, el liberalismo. Son 4 siglos de lucha contra Dios y su ungido. Por eso
imaginar un poco el mundo como está y veremos mucho más que antes, quizás, la necesidad de la
redención. Que si bien Cristo ya ha venido al mundo, mientras que la gente no tome contacto con
su voluntad, con su inteligencia, con Jesucristo, para ellos es lo mismo.

El último escenario que nos pone San Ignacio es Nazaret: [106] “ver a Nuestra Señora y al
ángel que la saluda, reflectir para sacar provecho de la tal visita”; [107] “Y después lo que hablan
el ángel y Nuestra Señora; y reflectir después para sacar provecho de sus palabras”; [108] “Y así
mismo lo que hacen el ángel y Nuestra Señora, es a saber, el ángel haciendo su oficio de legado, y
Nuestra Señora humillándose y haciendo gracias a la Divina majestad, y después reflectir para
sacar algún provecho de cada cosa de estas”.

Monseñor Fulton Sheen hablando de Nuestro Señor Jesucristo, ni bien comienza el


hermoso libro de “La vida de Cristo” que escribió, muestra que una cosa que distingue a Nuestro
Señor de todas las gentes de todos los tiempos es que Nuestro Señor fue preanunciado; nadie, ni
Confucio, ni Buda, ni Mahoma, ni cualquier otra persona en la historia fue preanunciada. Y es
justamente una de las cosas que nos hablan de la divinidad de Nuestro Señor. Como el carnet, dice
¡acá estoy yo!, yo soy el anunciado. No solamente por el Antiguo Testamento, que es donde están
mucho más claras las profecías, incluso hablando del Antiguo Testamento como libro histórico. Si
bien es cierto que se ve mucho más claro el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo, sin embargo
en ninguna otra persona se pueden haber cumplido todas las cosas que dice el Antiguo
Testamento, sino en Jesús.

Pero también en el paganismo se esperaba la venida de un Salvador. Tácito, hablando en


nombre de los antiguos romanos, nos dice: “La gente se hallaba generalmente persuadida,
basándose en las antiguas profecías, de que el oriente había de prevalecer y de que de Judea había
de venir el dueño y el soberano del mundo”. Suetonio al relatar la vida de Vespaciano da cuenta así
de la tradición romana: “Hubo en todo el oriente una antigua y constante creencia de que con el
apoyo de profecías, indudablemente ciertas, los judíos habrían de alcanzar el sumo poder”. La
China se hallaba en el mismo estado de expectación, pero debido a que se encontraba en la otra

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parte del mundo, ellos hablaban de occidente. Los anales del celeste imperio contienen ésta
declaración (los anales son como unas cartas anuas que relatan las cosas que pasaban año por año
en el reino): “En el año 24 de Chao Wang, de la dinastía de Cheou, el día 8 de la cuarta luna,
apareció una luz por el lado del sudoeste que iluminó el palacio del rey. El monarca, sorprendido
por tal resplandor, interrogó a los sabios. Ellos le mostraron libros en los que se indicaba que este
prodigio significaba la aparición del gran Santo de occidente, cuya religión había de introducirse en
el país de ellos”.

Los griegos también lo esperaron. Esquilo en su Prometeo escribe 6 siglos antes de la


venida de Cristo: “No esperes que llegue un fin para esta maldición, hasta que venga Dios para
tomar sobre su cabeza los dolores de tus propios pecados, a modo de expiación”.

Y para nosotros más conocido todavía, los magos venidos de oriente, estaban esperando a
un Salvador, a un Rey, a un Señor. Este hecho distingue a Nuestro Señor Jesucristo de todos los
hombres que existieron y existirán en la historia: Él fue preanunciado.

El segundo hecho, dice Monseñor Fulton Sheen, que lo distingue a Jesucristo del resto de
la humanidad, es que dividió a la historia en dos. A esto no lo pudo hacer absolutamente nadie
tampoco. Ahora cualquier persona por más hereje, apóstata, atea, anticristiana, anticatólica que
sea, tiene que decir que está en el año 2009, le guste o no le guste.

Y el tercer hecho que le separa de todas las demás personas es el siguiente: “Cualquier
otra persona vino a este mundo para vivir, mientras que Él vino para morir. La muerte fue para
Sócrates piedra de tropiezo, puesto que interrumpió su enseñanza. Más para Cristo la muerte fue
la meta y el cumplimiento del propósito de su vida, el oro que Él estaba buscando. Pocas palabras o
acciones suyas resultan inteligibles si no se hace referencia a su cruz. Se presentó a sí mismo más
bien como Salvador que simplemente como Maestro. Nada significaba enseñar a los hombres a ser
buenos, a menos que Él les diera también poder ser buenos después de rescatarlos de la frustración
de la culpa”.

Y lo que se propone monseñor Fulton Sheen con este libro es mostrar cómo la Cruz se
encuentra presente en todos los misterios de la vida de Nuestro Señor. Y él dice algo bien
existencial que tiene que ayudarnos también y que mucha gente lo dice de otro modo, y meditó
muchos años de lo que escribió en este libro, muchísimos años, pero más que eso, le ayudó el
haber pasado una prueba muy grande. ¿Cuánta gente dice lo mismo? que recién conocen bien a
Jesucristo cuando sufren algo por Él, voluntariamente o aceptando lo que la Providencia haya
marcado para su vida. Tratar entonces de darnos cuenta de que estamos meditando lo más
importante que ha ocurrido en toda la historia y que va a ocurrir por los siglos de los siglos: Dios
que irrumpe en el tiempo, el acto de amor más grande que Dios hizo por nosotros.

Santo Tomás en la Suma teológica cuando se pregunta el porqué de la Encarnación, los


motivos de conveniencia que la razón humana puede descubrir; dice: “el bien es difusivo de sí”, o
sea, todo el que tiene un bien quiere comunicarlo a los demás. Si uno está muy contento quiere
comunicar esa alegría a los demás; si uno es muy sabio y tiene algo de virtud, quiere comunicar

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esa sabiduría a los demás; si uno conoce la verdad sobre el Evangelio, quiere comunicarla. Y Dice:
“la comunicación más grande que se puede hacer del bien es la que hizo Dios encarnándose, se dio
todo entero al hombre”.

Por eso dice en Juan 3, 16: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único”. Y fue
además cuando Dios mostró su poder de modo insuperable.

Santo Tomás cita a Damaseno (II, q1, a1.) “En la Encarnación el poder y la virtud de Dios
fue infinita pues no hay nada más grande que Dios se haga hombre”; (la potencia velvirtusdicit:
“infinita, quia nihil est maius Quam Deum fieri homen”). Nada hay más grande que eso.

“Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada
Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la
virgen era María. Y entrando, le dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo." Ella se
conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: No temas
María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un
hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor
Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su Reino no
tendrá fin. María respondió al ángel: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le
respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
eso el que ha de nacer será Santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha
concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque
ninguna cosa es imposible para Dios. Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según
tu palabra. Y el ángel dejándola se alejo". (Lc. 1,26-38).

Tres veces dice san Ignacio, escuchar lo que dicen y reflexionar, mirar lo que hacen y
reflexionar. Estar ahí como un esclavito indigno, como va a decir él. El acto de humildad que Dios
nos muestra en la Encarnación es infinito. Un ejemplo, un poco para niños, por si no se les ocurrió,
que les puede servir: imagínense que tenemos que transformarnos en una hormiga sin dejar de
pensar. O tenemos que transformarnos en una laucha, que es más asqueroso, y vivir con las
lauchas, y morir por las lauchas. Las lauchas nos matan, y eso que nos hacemos lauchas para
ayudarlas a ellas, nos matan. Bueno, eso no es nada, absolutamente nada, comparado con la
Encarnación, porque siempre estamos hablando en el plano de las creaturas, y en la Encarnación
es Dios el que entra en la creación.

Decía Juan Pablo II en el mensaje para la vigésima Jornada de los jóvenes en Colonia:
“¿Quién podría haber inventado un signo de amor más grande? Permanecemos extasiados ante el
misterio de un Dios que se humilla para asumir nuestra condición humana hasta inmolarse por
nosotros en la cruz. En su pobreza, vino para ofrecer la salvación a los pecadores. Aquel que -como
nos recuerda san Pablo - siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis
ricos por su pobreza (2Cor 8,9). ¿Cómo no dar gracias a Dios por tanta bondad condescendiente?”

Y en la Encarnación está clarísimamente presente la cruz de Nuestro Señor. La carta a los


hebreos pone en boca de Nuestro Señor Jesucristo al encarnarse, palabras sacrificiales. Hablando

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del Antiguo Testamento, dice el Verbo: “Sacrificios y ofrendas para el pecado no te agradaron,
pero me has dado un cuerpo y es aquí Señor que vengo a hacer tu voluntad”.

Todo lo del Antiguo Testamento no podía salvar el hombre, por eso Dios en su infinita
sabiduría se ingenia para salvarnos de otro modo. El Verbo toma un cuerpo para ofrecerlo en
sacrificio redentor: “He aquí que vengo Dios a cumplir tu voluntad”. Desde ese momento de la
Encarnación, hasta el “Todo está consumado” de la Cruz, Cristo cumplió exactamente lo que su
Padre quería, y ya desde el primer momento aceptó el último momento, el más difícil, el de la
Cruz. Por eso sin lugar a duda que está presente en la Encarnación la cruz de Cristo.

Y también está presente en la Virgen. En el momento de la Encarnación, se da un


desposorio entre la humanidad y Dios. Y en ese desposorio la Virgen es la que da el
consentimiento de parte de toda la humanidad. Y en un desposorio, para que sea válido, las dos
personas tienen que aceptar el contrato matrimonial tal cual es, conociendo a la otra persona,
conociendo lo que implica el matrimonio. Si falta conocimiento de alguna cosa importante del
matrimonio, se pude quedar nulo. Por eso la Virgen cuando dijo Fiat, no solamente dijo Fiat a la
Encarnación, sino que dijo también Fiat a la cruz. ¿Cómo Dios le va a hacer aceptar algo que ella
no sabía? Su entendimiento, su fe, era grandísima. La Virgen aceptó en la Encarnación la cruz, la
muerte en Cruz de su hijo. Incluso la Virgen sabía, como los mayores en el Antiguo Testamento
saben, diferenciar los menores y los mayores, la fe de los del antiguo testamento en la que tenían
algunos y en la que tenían otros. Había quienes ya en el Antiguo Testamento sabían que Dios iba a
ser hombre.

Entonces, la Virgen sabía, no sabía que Ella iba a ser, por eso todas las preguntas, pero
tenía fe de que Dios iba a hacerse presente en la historia, de ese modo, encarnándose. También
podemos meditar, contemplar la fe de la Virgen. San Agustín dice que la Virgen primero recibió al
Verbo en su inteligencia por la fe, y después en su seno por la Encarnación. A ella también Dios le
pidió algo para encarnarse, no solamente su consentimiento, sino también su fe, que creyera que
ella era la elegida. Y comenzar a contemplar a Cristo con la Virgen desde este momento; “En el
momento en que María pronuncio la palabra Fiat o Hágase, sucedió algo más grande -dice Fulton
Sheen- que el Fiat lux (hágase la luz) de la creación, ya que la luz que ahora estaba haciéndose no
era el sol sino el Hijo de Dios en la carne. Al pronunciar María su Fiat, consumó todo el papel propio
de la femineidad, el de ser portadora de los dones que Dios hace al hombre. Hay una receptividad
pasiva en la cual la mujer dice Fiat al cosmos al participar de su ritmo, Fiat al amor del hombre en
el momento en que lo recibe y Fiat a Dios cuando recibe el Espíritu.

De la misma manera que la caída del hombre fue un acto libre, así también la redención
había de ser libre. Lo que llamamos Anunciación fue en realidad la petición que Dios hizo a una
creatura para que le diera su libre consentimiento de ayudarle a incorporarse a la humanidad”.

Meditar, reflexionar el misterio de la libertad humana, ¡Qué grande es la libertad humana!


Nada más grande ha creado Dios, decía San Alberto Hurtado: “¿Cómo puede ser que Dios respete
la libertad del hombre, en esto tan importante, de la Encarnación de la redención?”

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Y reflexionar. También así va a respetar y respeta nuestra libertad. Si yo le digo que no a


Dios, es un No y listo. Y Dios es omnipotente y podría hacer lo que quisiera, pero respeta ese No, y
ese puede ser nuestro peor desenlace, porque que respete nuestro No significa que nos alejamos
de Él. Entonces ver qué cosa grande tenemos en nuestras manos, que es el decir Sí a Dios o el
decir No a Dios. Ver también cómo de ese Sí o de ese No que dijo la Virgen dependía tanto bien
para toda la humanidad; y cómo cambiando lo que haya que cambiar, de mi Sí o de mi No
depende el bien de mucha gente, de muchas almas.

Reflexionar entonces en uno mismo el ejemplo de la Virgen, las promesas; o cómo le


ilumina el entendimiento más claramente el ángel; el acto de amor infinito de Dios al encarnarse
por obra y gracia del Espíritu Santo; cómo la Virgen le cree a Dios de que sin concurso de varón iba
a dar a luz. Y reflectir nosotros cuántas veces nos cuesta creer lo que Dios nos pide, creer que nos
puede hacer santos a pesar de nuestra debilidad, creer que tiene una gran obra para nosotros.

Fray Petit de Murat decía que no debería llamarse cristiana la persona que no se
asombrara del misterio de la Encarnación. Hagamos de cuenta que no conocemos nada de la
Encarnación, y asombrémonos de esta realidad ¿Cómo puede ser que Dios se haga hombre para
morir por mí? ¡Es ilógico! Pero es ilógico entre comillas, porque está de fondo el amor de Dios.
Una vez una persona me decía: “No puedo creer todo lo que me dice, me parece demasiado lindo,
demasiado hermoso, demasiado utópico. ¿Cómo todo va a cerrar así?, ¿Cómo va a ser tan bueno
Dios?”. Eso en cierta manera tenemos que llegar a pensar, a creer y a darnos cuenta al meditar la
Encarnación.

Un pagano, Celso, discutía en su tiempo contra Orígenes, hablando de la encarnación y


puesto en ridículo decía: “¿Qué sentido puede tener para un dios un viaje como ése? ¿Sería para
saber lo que pasa entre los hombres? ¿Pero no lo sabe todo? ¿Es que, a pesar de su poder divino,
es incapaz de mejorarlos sin tener que enviar a alguien corporalmente, para que lo haga?”

Por eso nosotros con la fe que tenemos, tenemos que admirarnos una y otra vez. Tenemos
que entender porque la Iglesia nos pide, nos recomienda, la tradición de que se rece tres veces al
día el Ángelus. Juan Pablo II, en el libro Don y Misterio, haciendo una referencia a la Encarnación
dice: “Y en este momento entendí porque la Iglesia nos pide esto, que todos los días, tres veces nos
acordemos del gran misterio de la Encarnación”.

Y preguntarnos también cómo estamos rezando el Ángelus; si estamos concentrándonos,


pensando en lo que estamos rezando. Tenemos la oportunidad de meditar por un minuto, dos
minutos, tres minutos, durante tres veces al día, este gran misterio y a veces se nos pasa sin que
nos diéramos cuanta, pensando en una cosa u otra. ¡Cuánto hay para aprender del Ángelus! Todo
lo que estamos diciendo se aprende ahí. El amor de Dios para con el hombre, la fe de la Virgen, el
aceptar la voluntad de Dios. Cómo tiene que iluminar ese momento del día concreto que estoy
viviendo, la alegría que tiene que venirnos a nosotros por este misterio de la Encarnación.

En segundo lugar el hecho de tender a la santidad, de que es posible la santidad. También


el misterio de la Encarnación tiene que iluminar eso. ¿Cómo voy a dudar de que yo puedo llegar a
ser santo?, ¡si para eso Dios se hizo hombre! Algún problema hay, si yo pienso eso, tengo algún

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error teológico, algún juicio propio, no entiendo quien es Dios, no entiendo la Encarnación, algo
me pasa.

El Padre Alberto Hurtado hablando de las exigencias de la Encarnación, perfilándolo sobre


todo al amor al prójimo, decía: “Es necesario, pues, aceptar la Encarnación con todas sus
consecuencias, extendiendo el don de nuestro amor no sólo a Jesucristo, sino también a todo su
Cuerpo Místico. Y este es un punto básico del cristianismo: desamparar al menor de nuestros
hermanos es desamparar a Cristo mismo; aliviar a cualquiera de ellos es aliviar a Cristo en persona.
Cuando hieren uno de mis miembros a mí me hieren; del mismo modo, tocar a uno de los
hombres es tocar al mismo Cristo. Por esto nos dijo Cristo que todo el bien o todo el mal que
hiciéramos al menor de los hombres a Él lo hacíamos. Cristo se ha hecho nuestro prójimo, o mejor,
nuestro prójimo es Cristo que se presenta bajo tal o cual forma: paciente en los enfermos,
necesitado en los menesterosos, prisionero en los encarcelados, triste en los que lloran. Si no lo
vemos es porque nuestra fe es tibia. Pero separar el prójimo de Cristo es separar la luz de la luz.
El que ama a Cristo está obligado a amar al prójimo con todo su corazón, con toda su
mente, con todas sus fuerzas. En Cristo todos somos uno. En Él no debe haber ni pobres ni ricos, ni
judíos ni gentiles, afirmación categórica inmensamente superior al «Proletarios del mundo, uníos»,
o al grito de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Nuestro grito es: Proletarios y
no proletarios, hombres todos de la tierra, ingleses y alemanes, italianos, norteamericanos, judíos,
japoneses, chilenos y peruanos, reconozcamos que somos uno en Cristo y que nos debemos no el
odio, sino que el amor que el propio cuerpo tiene así mismo.
¡Que se acaben en la familia cristiana los odios, prejuicios y luchas!, y que suceda un
inmenso amor fundado en la gran virtud de la justicia: de la justicia primero, de la justicia
enseguida, luego aún de la justicia, y sean superadas las asperezas del derecho por una inmensa
efusión de caridad.” (S. Alberto Hurtado, Un fuego que enciende otros fuegos, pp. 177-178)

[109] “Coloquio : En fin, hace de hacer un coloquio, pensando lo que debo hablar a las tres
personas divinas o al Verbo eterno encarnado o a la Madre y Señora nuestra pidiendo según que
en sí sintiere, para más seguir e imitar al Señor nuestro, así nuevamente encarnado, diciendo un
Pater noster”.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

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