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Reflexiones sobre el silencio masónico

Al Oriente de Montevideo, al 15to. día del décimo mes del 6014 de la Verdadera
Luz.

V.·. M.·., H.·. Prim.·. Vig.·., H.·.Seg.·.Vig.·.

HH.·. que ocupais un sitial en el Or.·. por vuestros cargos y dignidades

QQ.·. HH.·. todos:

El silencio del Aprendiz


La primera etapa del aprendizaje masónico está signada por el silencio como
medio hábil de lograr una atmósfera de trabajo adecuada y una herramienta eficaz
para el desarrollo intelectual y cultivo de la mente. Es una herramienta hábil como
un inductor hacia la calma interna necesaria para contrarrestar la ansiedad y la
prisa impuesta desde las tentaciones del mundo profano.

Los Hermanos Aprendices, dedicados a la talla y desbaste de la piedra bruta


en silencio, somos símbolo vivo y operante de quien trabaja en la construcción de
su propia perfección, de quien busca alcanzar los más altos principios
intelectuales, morales y sociales que modelen nuestro carácter plenamente,
puesto que esta actitud implica una buena cuota de fuerza de voluntad para
contener nuestra necesidad natural de polemizar y expresar nuestros pareceres.
El silencio nos dará la paciencia necesaria para la resolución de problemas, nos
dará la posibilidad de elección de la palabra precisa cuando se nos habilite el uso
del verbo, nos dará la posibilidad de brindar una respuesta adecuada, inteligente,
fraterna, libre de egoísmos, de falacias y ofensas pero sí cargada de luz.

La dualidad del silencio


Por su funcionalidad, el silencio de los Aprendices debe verse desde la
dualidad que tantas veces se presenta a nuestros aún ignorantes ojos. Una
primera acepción: como silencio para escucharse a sí mismo, pues los ruidos
del mundo profano nos dispersan y nos apegan a lo superficial; sin que podamos
lograr profundizar en los conocimientos ni en la observancia de la naturaleza.
Aprendiendo a escucharnos, los Hermanos Aprendices aprenderemos a darle a
nuestras palabras el sentido profundo y correcto que una persona cultivada ha de
tener, cuando adquiramos la facultad del verbo no parlotearemos, sino que
diremos palabras con profundo sentido.

Una segunda acepción: como silencio para escuchar al otro; porque al no


participar, con palabras en Logia, de los debates sobre las planchas buriladas y
los temas propuestos, los Hermanos Aprendices nos centraremos y nos
concentraremos en la escucha reflexiva. De este modo, las palabras de nuestros
Hermanos no se perderán en nuestras cabezas, sino que serán asimiladas,
analizadas e incorporadas a nuestra “Tabla rasa”, como quien guarda en un baúl
el conocimiento que nos ha de dar luz y grandeza a nuestra alma: el insumo
necesario al crecimiento de nuestro intelecto y la virtud a nuestra persona. Podría
decirse que, mientras nuestros Hermanos hablan, los Hermanos Aprendices
participamos en el diálogo del taller por medio de nuestro silencio; pero no de un
silencio por imposición, un silencio por ignorancia o un silencio por desinterés…
Todo lo contrario: se trata de un silencio fértil que nos ayuda a desarrollar nuestro
conocimiento, nuestro ser, nuestra conciencia y, en cierta manera, también es un
silencio activo porque toma nota, piensa, da fruto. Como vemos, el silencio se nos
puede presentar dualmente entre un silencio pasivo y un silencio activo.

Origen del silencio masónico


Históricamente, en la comunidad filosófico-educativa que significó la Escuela
Pitagórica (sabido era una escuela Iniciática), sus discípulos se distinguían en tres
grados, siendo el primero el acústico, así llamado para aprender a silenciar la
mente, en el cual se imponía un período de noviciado de tres años, en donde se
les admitía como oyentes, observando un silencio absoluto, como método de
asimilación de conocimientos y adquisición de mesura, como instrumento para el
desarrollo de la razón y meditación. Posiblemente sea este el origen del periodo
de aprendizaje adoptado por los masones como método.

Silencio como virtud


Para aprender a callar, hay que ser consciente de nuestras flaquezas… ¡vaya
que resulta a veces difícil encontrar nuestro silencio interior! De esa dificultad
deriva sin duda la mayoría de los vicios del ser humano; pues la palabra resulta
ser la consecuencia directa de nuestros pensamientos, la expresión audible de
nuestros sentimientos y pareceres. La mejor palabra es aquella que es breve y
concisa, la sabia, la que transmite la verdad, la que persigue el bien. Aprender a
hablar poco, lo justo y suficiente, significa en el masón en general, no sólo en el
Aprendiz, la fuerza de voluntad, el carácter templado, el dominio de sí mismo, la
elevación de su espíritu.
Muchos podrán ver una contradicción entre el principio masónico de ser
“libres pensadores” y este silencio metódico. Sin embargo, nosotros los masones
hemos de ver este silencio impuesto como el medio idóneo para lograr
precisamente esa libertad de pensamiento no infectada de vicios profanos, no
influida por el pequeño mundo exterior gobernado por el egoísmo, la falta de
profundidad en los conceptos, la vergonzante superficialidad con que se convive
día a día y la falta de comprensión para ver más allá de nuestras narices. Es por
eso que buscar la luz interior, buscar la luz del conocimiento es poder ver más allá
del árbol que nos impide ver el bosque. El Silencio del Aprendiz está lejos de
constituir una medida limitante o autoritaria, tendiente a frustrar o disminuir al
recién iniciado; al contrario, es un instrumento educativo, de formación iniciática,
que por tanto debe asumirse con plena conciencia de sus beneficios.

La Masonería nos enseña a darle justo valor al silencio. Es por lo expresado


que hay que distinguir entre unos y otros silencios. No debemos jamás confundir el
silencio elevado a virtud, enseñado y practicado en la masonería, con aquel otro
silencio que es impuesto por la fuerza y que nace del temor; y que, valiéndose de
la represión amordaza, no deja expresar libremente nuestros pensamientos y le
arrebata al hombre una de sus más preciadas conquistas: la libertad de expresión.
Tampoco es pertinente concebir en el espíritu masónico aquel silencio que puede
contribuir a encubrir malas acciones o pensamientos torcidos.

El silencio practicado con una actitud iniciática se eleva al rango de virtud,


pues gracias a él es posible aprender a ser prudente, diligente, moderado y
discreto, observar constructivamente las faltas y ser indulgente con las fallas y
aprovechar los aciertos de los demás para bien propio y colectivo.

El silencio en Logia
Obviamente que el silencio no es virtud propia del Hermano Aprendiz, es una
virtud que ha de adquirirse y guiar toda nuestra vida masónica. No en vano una de
las primeras acciones solicitada por nuestro Venerable Maestro al estar en Logia,
cuando inicia los trabajos, es meditar en silencio, solamente escuchando una
tenue melodía…. ¿Por qué?… La respuesta es sencilla: el silencio nos lleva a
adentrarnos en un estado que nos transporta más allá de lo que perciben nuestros
sentidos; nos ayuda a abrir nuestro corazón y nuestro intelecto, para recibir los
mejores frutos de la espiritualidad y del conocimiento.

El silencio solicitado al inicio de toda tenida permite nuestra unión mística y la


posibilidad de enlazar las mejores energías que deben ser utilizadas en nuestros
trabajos. El estar en silencio al abrirse los trabajos, nos está aislando de
preocupaciones externas y establece en nuestra mente las condiciones del
silencio interior, tan necesarias para absorber las enseñanzas de la Orden. El
silencio nos permitirá desarrollar con mayor claridad las ideas y los conceptos que
exponemos en las tenidas.

La palabra y el silencio, como en la música, deben ser usados con orden,


ritmo y armonía. Cuando un Hermano hace uso del verbo, los demás Hermanos
deben escuchar en silencio, con atención y actitud respetuosa, receptiva y
fraternal; lo que ayuda también a preparar una recreación ordenada y consciente.

Antes de clausurar los trabajos, el Venerable Maestro nos recuerda nuestra


promesa de silencio sobre lo percibido por nuestros sentidos a lo largo de la
Tenida. Esto, desde luego no sólo debe tomarse en sentido literal, sino también en
sentido alegórico y simbólico.

El silencio en la Cadena de Unión crea una atmósfera cálida, de vinculación


fraternal, que va fortificando nuestros lazos, a medida que la practicamos juntos y
en armonía.

El silencio en el rito de la iniciación


Retrotrayendo el tiempo a nuestra iniciación, es bueno recordar que el silencio
resulta clave en el rito; desde que somos vendados y llevados al cuarto de
reflexión, se nos enseña que sólo a través de la contemplación se puede acceder
a las primeras verdades. Verdades que es necesario desentrañar poco a poco y a
través del crecimiento interior. La Ley Iniciática del Silencio comienza cuando
siendo profanos entramos a la Cámara de la Reflexión; donde permanecer solos,
rodeados de símbolos, frases y palabras, y se nos estimula a penetrar en nuestro
interior.

De igual forma, cuando prestamos juramento, adquirimos la obligación de


callar, especialmente cuando se nos indica que no debemos revelar los secretos
de la orden ni la palabra enseñada al mundo profano. Allí, el silencio simboliza la
discreción y la disciplina del Masón, así como su lealtad frente a sí mismo y sus
hermanos. Para ser más elocuente, transcribo un viejo adagio que resulta claro
sobre el punto: “los labios de la sabiduría están mudos fuera de los oídos de la
comprensión”; por ello, el buen masón prefiere que le corten la garganta antes que
romper su silencio.

El silencio como conducta


El alcance de nuestra palabra, producto de nuestros pensamientos, resulta
clave en la construcción del templo interior, a través del pulimento de la Piedra
bruta. Lo mejor es callar si aun no sabemos cómo y cuándo hablar. Es mejor
callar, hasta que aprendamos la importancia de utilizar la palabra de una forma
consciente, mesurada y sabia. Es mejor callar cuando no estemos seguros de
poder dominar la pasión como detonante de nuestros pensamientos; y así no
avasallar, herir, dañar al otro y seguramente dañarnos a nosotros mismos. Es
mejor callar cuando no estemos preparados para aceptar nuestra misión. Es mejor
callar cuando se empieza a caminar por senderos desconocidos.

Aldo Lavagnini en su Manual del Aprendiz nos dice: «La disciplina del silencio
es una de las enseñanzas fundamentales de la Masonería. Quien habla mucho,
piensa poco, ligera y superficialmente. Generalmente, su visión de las cosas será
estrecha e inflexible; y por consiguiente, no tendrá elementos para valorar nuevas
ideas u horizontes. Por eso, la Masonería busca que sus adeptos se hagan
mejores pensadores que oradores.«

El silencio como vía hacia los logros


Los más grandes logros del pensamiento humano han sido fruto, sin duda, de
una investigación nacida en el silencio interior de su creador. Como ejemplo, sólo
citare dos casos significativos: el de Miguel de Cervantes Saavedra, quien recluido
en un calabozo, escribió las páginas de su inmortal Don Quijote de la Mancha,
aunque el mismo dijo que ésa no era su mejor obra. Otro ejemplo es Beethoven,
quien aislado en su mundo interior, en el silencio forzado de su sordera, concibió
maravillosas obras musicales, para algunos jamás igualadas.

Seguramente, el silencio tiene muchos otros significados en ritos especiales y


en otros grados masónicos, pero aún no estamos preparados los aprendices para
develar estos nuevos “misterios”, ya habrá tiempo de ir aprendiéndolos a lo largo
de nuestro camino hacia la luz, en forma lenta pero segura.

No quiero terminar este trabajo sin antes citar algunas frases célebres que
ilustran el valor del silencio.

“No es necesario decir todo lo que se piensa, lo que sí es necesario es


pensar todo lo que se dice.” (Quino)

“Más vale permanecer callado y que sospechen tu necedad, que hablar y


quitarles toda duda de ello.” (Abraham Lincoln)
“Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio.”
(Proverbio hindú)

“Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras.” (William
Shakespeare)

Esto es todo lo que tengo que decir, Venerable Maestro.

Gracias, queridos Hermanos.

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