Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Ahora bien, “figura” en la época (alrededor de 1600), como bien lo dice Melchora Romanos
en su ensayo La composición de las figuras en El mundo por de dentro, significa sujeto
ridículo o estrafalario, en el caso de Quevedo, al menos para este Sueño, no será así. El viejo
(Desengaño) guiando al joven lo dice del siguiente modo:
(…) yo te llevaré a la calle mayor, que es a donde salen todas las figuras, y allí verás juntos
los que por aquí van divididos sin cansarte; yo te enseñaré el mundo como es, que tu no
alcanzas a ver sino lo que parece.
“Figura” no tomará la forma de un sujeto en particular sino más bien de una apariencia. Es
decir, como ya lo mencionamos anteriormente, el Sueño a referirnos se centra en la hipocresía
de la que todos somos víctimas, por tanto, Quevedo evidencia la imposibilidad de manifestar
esta hipocresía en un sujeto en particular, y lo hace en apariencias que sugieren la
característica a tratar en los personajes. Veamos por ejemplo lo siguiente:
¿No ves los viejos hipócritas de barbas, con las canas envainadas en tinta, querer en todo
parecer muchachos? ¿No ves a los niños preciarse de dar consejos y presumir de cuerdos?
Surge entonces la siguiente duda, si de acuerdo con Lázaro Carreter en Sobre la dificultad
conceptista menciona que la creación poética tradicional y su estética que se basa en una
serie de elementos subordinados que nos dan el conocimiento de forma directa ahora se ve
reemplazada por un tejido de relaciones que llevan al conocimiento del objeto mediante una
visión refleja, ¿no sería esta resignificación del término “figura” algo propio de la estética
emergente? Si bien asumimos que esto es así, no creo que, en Quevedo, que hace estas
alteraciones de sentido de forma intencional, sea un accidente la relación directa con la
hipocresía en este texto.
Quien no ama con todos sus cinco sentidos una mujer hermosa, no estima a la naturaleza su
mayor cuidado y su mayor obra. (…) ¡Qué ojos tan hermosos honestamente! ¡Qué mirar tan
cauteloso y prevenido en los descuidos de un alma libre! ¡Qué cejas tan negras, esforzando
recíprocamente la blancura de la frente! ¡Qué mejillas, donde la sangre mezclada con la
leche engendra lo rosado que admira! ¡Qué labios encarnados, guardando perlas, que la
risa muestra con recato! ¡Qué cuello! ¡Qué manos! ¡Qué talle! Todos son causa de
perdición, y juntamente disculpa del que se pierde por ella.
Y echo de ver que agora no sabes para lo que Dios te dio los ojos ni cual es su oficio. Ellos
han de ver y la razón ha de juzgar y elegir; al revés lo haces o nada haces, que es peor. Si te
andas a creerlos padecerás mil confusiones (…)
En otras palabras, lo que dice el Desengaño al joven es: si bien el lector debe situarse en la
caverna platónica, debe comprender que lo que ve son simples sombras, que esas sombras
no son la realidad per se, aunque sí son el vehículo para conocer, lo que ellas, o bien el poeta,
busca comunicar.
Pero debe resaltarse un elemento más de la intención de la obra, pues como lo dice Lázaro
Carreter, estas relaciones son hechas para conocer el objeto, no describirlo ni mostrarlo. Es
por lo anterior, que creo fundamental para Quevedo la importancia del conocimiento mismo.
Se hace más manifiesto en esta cita:
¡Que es ver una fea o una vieja querer, como el otro tan celebrado nigromántico, salir de
nueva de una redoma! ¿Estaslas mirando? Pues no es cosa suya. Si se lavasen las caras no
las conocerías.
Es de esta forma que podríamos concluir en que este Sueño para Quevedo es una manera de
guiar al lector no solo de forma moral, sino en la lectura misma, en el mecanismo del
conocimiento; vemos aquí una suerte de filosofía al mejor estilo Quevediano.
Podríamos ponernos en la tarea, que tan bella sería, de encontrar todas estas redes que el
poeta nos tejió, e incluso en el camino podríamos tejer unas cuantas, pero así como decimos
que el concepto es un acto del entendimiento que exprime la correspondencia entre los
objetos, pues asimismo a la hora de exprimir una naranja con toda la fuerza de nuestras manos
(que es con ellas que teje el poeta) no sabemos para dónde saldrá el jugo, el poeta no sabe,
en gran medida, en qué terminará ese tejido ni nosotros dónde los nuestros.