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Derechos Conexos, Capítulo II De la Limitación a los Derechos Patrimoniales, Artículo 148
Apartado V:

Reproducción de partes de la obra, para la critica e investigación científica, literaria o artística.


Claudio Lomnitz

Modernidad indiana

Nueve ensayos sobre


nación y mediación en México

PLANETA
I ntroducción

Hay libros que, como Atenea, nacen enteros de las mentes de su autor.
Otros nacen con una imagen persistente y esquiva que el creador trata
de asir con sus palabras hasta que el libro queda escrito: Darwin perse­
guía la imagen de un árbol en las labores que condujeron a El origen de
las especies. También hay libros como éste, que se le revelan a su autor
cuando ya están terminados, sorprendiéndolo desprevenido.
Este libro nació en la estela de otro anterior, Las salidas del labe­
rinto, como una serie de ideas aparentemente discretas acerca de la
dimensión espacial de la esfera pública y de las implicaciones de
la llamada globalización para el nacionalismo mexicano y la cultura
nacional. Consta de nueve capítulos que escribí entre 1993 y 1996 y
que fui publicando en avenidas tan diversas que sólo un detective
acucioso podría reunirlos, pues unos aparecieron en México, otros en
Estados Unidos y en Europa y hay dos capítulos inéditos. Para compli­
car las cosas más, mis labores en estos pasados tres años fueron un
vaivén constante entre el ensayo crítico y el artículo de investigación
profunda, por lo cual algunos escritos aparecieron en periódicos en tan­
to que otros, incluyendo un artículo en alemán que ni yo puedo leer,
aparecieron en los más enrarecidos foros de la academia.
Esta forma de difundir —o difuminar— los trabajos reflejó el modo
en que los escribí: cada uno tuvo su pretexto. Sin embargo, de pronto
esta serie de escritos se me reveló como un caso de Nueve capítulos en
busca de un libro; todos forman parte de un proyecto: demostrar que es
necesario reformular la cuestión nacional en México a partir de una
comprensión cabal del vínculo entre nación y modernidad en nuestra
historia.
En los primeros ensayos de este libro pondero la necesidad y la
dificultad de reconstruir el nacionalismo en México. La necesidad se
impone por la ausencia de un verdadero proyecto de unión norteameri­
cana, y la dificultad estriba en que ninguno de los dos modelos princi­
pales para la nación mexicana, el nacionalismo revolucionario y el li­
beralismo clásico, se adecúa a la situación actual del país en la econo­
mía mundial. Así, dedico algunos esfuerzos a demostrar que la fórmula
nacional en México está en una crisis severa y critico algunas de las
soluciones más socorridas a esta crisis, como es la idea esencialista del
“México profundo”. Critico también la solución —tan atractiva como
fácil— que imagina la historia del país como una trayectoria que va
inexorablemente hacia la democracia y que representa al régimen
posrevolucionario como un mero paréntesis autoritario en la teleología
de la democracia.
En vez de estas posturas, los ensayos de investigación incluidos
en este libro construyen periodos y ofrecen precisiones sociológicas e
históricas a una serie de puntos: la sociedad civil no nació ayer, tiene
una existencia larga y compleja que puede apreciarse investigando la
historia de lo público y de las esferas públicas. Por otra parte, siguiendo
el tipo de análisis que desarrollé en Las salidas del laberinto, dediqué
esfuerzos para desarrollar elementos específicos de una geografía histó­
rica de la modernidad. Uno de los problemas principales de las utopías
modernas en este país —incluyendo aquellas que actualmente animan
el discurso político del poder— es que parten del discurso universalista
y uniformador que es premisa de todo liberalismo. Sin embargo, nunca
ha habido uniformidad en la aplicación de la ley ni en la extensión de
las instituciones estatales, y esto no por una serie de excepciones par­
ticulares, sino debido a las irregularidades sistémicas que han persisti­
do en el espacio político y social desde siempre.
Por ejemplo, en el siglo pasado la categoría de lo “indio” adquirió
la connotación de aquello o aquellos que están apartados de las institu­
ciones del gobierno y de la vida civil. Asimismo, en este siglo catego­
rías como las de “marginalidad social” o “sector informal” denotan
amplios espacios de reproducción social que están al margen de la rela­
ción entre lo público y lo privado, la cual rige al estado liberal. Así
como los indios tenían y tienen tierras comunales y una economía que
se escapaba de la contabilidad oficial, tenemos hoy “paracaidistas” cuya
producción económica y reproducción social se da al margen del orden
legal y requiere permanentemente de “coyotes”, “caciques”, “conec­
tes”, “palancas”, “padrinos”, “madrinas”, “chayotes”, “embutes”, “con­
fianzas”, etcétera.
Por ello, las grandes ideas que pretenden caracterizar lo público
en toda una época, como la idea de hacer más sobre la esfera pública
burguesa, o las ideas Foucault acerca del poder y del conocimiento
modernos, se presentan de manera sistemáticamente irregular en el es­
pacio nacional. Esta irregularidad no es una simple “imperfección” que

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se resuelva diciendo “México es un país autoritario, no tiene ni tuvo
nunca una esfera pública burguesa” ni “México se modernizó de mane­
ra tan imperfecta que aquí el panóptico del poder moderno nunca se
desarrolló plenamente: por eso no hay una cultura cívica liberal”. No se
resuelve porque, aunque ambas afirmaciones son verdaderas a un nivel
de abstracción muy alto, esconden tanto como lo que revelan.
En México ha habido esferas públicas burguesas, campesinas y
proletarias, ha habido formas de publicidad monárquicas y republica­
nas, liberales y autoritarias. Ha habido también mucha modernidad,
modernidad como proyecto utópico, como práctica institucional y como
método para construir sujetos sociales. El problema no es la existencia
o inexistencia de la esfera pública o de instituciones disciplinarias mo­
dernas (como la escuela o la cárcel), sino comprender los modos en que
las prácticas e instituciones de la esfera pública y de la modernidad
cultural se articulan con otra serie de prácticas e instituciones dentro de
un espacio nacional que ha estado siempre fragmentado, tanto desde un
punto de vista económico como cultural. Por eso, este libro trata sobre
las mediaciones culturales de la modernidad.

1. Modernidad y modernización

¿A qué nos referimos cuando hablamos de modernidad? En este libro


estaré hablando de varios fenómenos. Primero, está lo que llamaremos
“modernidad cultural” y que, siguiendo a Max Weber y a Jürgen
Habermas, entenderemos como un régimen social en que la ciencia y el
arte no están subsumidos a una moralidad políticamente reinante, es
decir, a un régimen en el que existe cierta libertad y autonomía tanto
para el desarrollo del pensamiento como para su expresión pública. Es
obvio que la tal modernidad cultural tiene una historia compleja en
México: no la tuvimos durante Ja época colonial, ya que la ciencia y el
arte de esa época estaban sometidas a la vigilancia de la iglesia; des­
pués de la independencia, el rezago científico y la dependencia cultural
de nuestras élites hicieron que el desarrollo de las ciencias y de las artes
dependiera en alto grado de la acción positiva del estado, lo que tam­
bién le dio formas particulares a las instituciones culturales del país.
El segundo sentido de modernidad cultural que me importa desta­
car es el de un régimen en que existe una división clara entre lo público
y lo privado y en el que idealmente se da una esfera pública que se
concibe como un espacio de discusión y crítica al estado desde una
serie de derechos y espacios individuales en los que éste no debe tener

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injerencia. Este ideal, que Habermas llama la “esfera pública burgue­
sa”, supone una oposición entre estado y sociedad civil en que la socie­
dad civil tiene un espacio de autonomía frente al estado y cuenta con
mecanismos para supervisar y modificar sus acciones. Evidentemente,
este tipo de organización cultural está muy acotada históricamente, aun
en Europa y Estados Unidos, donde un aspecto clave de la llamada
“posmodemidad” corresponde al hecho de que la invención de nuevos
medios de publicidad (en el sentido de “hacer público”), especialmente
la televisión, ha transformado el tipo de comunicación característica de la
esfera pública burguesa, llevando, para unos, a una sociedad de masas
que ha perdido aspectos claves de la promesa liberadora de la moderni­
dad y, para otros, a una sociedad mediatizada en que la crítica se da en
otros planos y dimensiones.
Un tercer aspecto clave de la modernidad que no tiene que ver con
la organización social del régimen es la modernización. Este aspecto,
que tiene más resonancia con el uso coloquial de la palabra “moderno”,
se refiere al proceso continuo de generar y asimilar formas de produc­
ción y de consumo que están a la vanguardia de la tecnología y del
gusto, tal y como estos se construyen en el sistema mundial.
Es importante recalcar que, tanto a nivel de los actores individua­
les como a nivel de regímenes enteros, la modernización puede
conseguirse sin modernidad cultural. Por ejemplo, un sirviente que no
tiene una esfera de vida privada propia —puesto que forma parte de
una casa donde su patrón puede mandar las 24 horas y donde su trabajo
no tiene una descripción formal— puede, sin embargo, comprarse unos
zapatos tenis último modelo y cortar el césped con una podadora Black
and Decker. Este sujeto no forma parte de una modernidad cultural,
pero sí participa de la modernización. Por otra parte, sabemos que exis­
ten regímenes enteros que han conseguido industrializar e introducir
formas de consumo modernas sin que exista una esfera pública burgue­
sa. Así, por ejemplo, una española franquista alguna vez dijo: “Antes
de Franco, no teníamos frigoríficos.” En Rusia y en China la industria­
lización la hicieron los comunistas y, en Chile, el “neoliberalismo” eco­
nómico fue impulsado por un régimen militar que simpatizaba bien
poco con la modernidad cultural.
Es también indispensable reconocer que la modernización no es
tan sólo un fenómeno económico. A diferencia de lo que creyeron mu­
chos liberales latinoamericanos desde el siglo pasado, la moderniza­
ción trae siempre consecuencias culturales. Esta dimensión cultural de
la modernización tiene dos aspectos principales, uno ligado a la pro­
ducción y el otro al consumo. Los cambios tecnológicos requieren y
generan transformaciones culturales. Un ejemplo muy socorrido de esto

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lo ofrece Charles Chaplin en su película Tiempos modernos, donde
muestra cómo la producción en masa y la propiedad privada de los
medios de produción convierten al reloj (un elemento de la moderniza­
ción) en el peor capataz, el cual reduce al individuo a ser parte de una ma­
sa uniforme regida por una máquina. La película comienza con una
gigantesca toma de un reloj con su segundero corriendo en tiempo real,
y luego sigue con un rebaño de ovejas al que se superpone la imagen de
los obreros entrando a la fábrica. También la computadora, el teléfono
y, en realidad, todo gran cambio tecnológico modemizador genera cam­
bios culturales importantes, incluso a nivel de la conformación cultural
de la persona.
Un segundo aspecto cultural de la modernización se relaciona con
el consumo. Consumir un artefacto moderno es un acto que se inserta
en un sistema de distinciones culturales complejo y cambiante, ya que
no todos tienen los recursos para adquirir los productos más avanzados
o que están de moda. Por ello, consumir una hamburguesa en McDo­
nald’s no significa lo mismo en Chicago que en México o la Plaza Roja
de Moscú. No se puede pretender que la modernización deje cultural­
mente intacta a una sociedad, así como tampoco puede suponerse una
homogeneización simple del mundo a través de la diseminación de ar­
tefactos muertos.
Resumiendo, hay tres aspectos principales que nos conciernen en
el análisis cultural de la modernidad. Los primeros dos tienen que ver
con la arquitectura de los regímenes nacionales y son, a saber, la rela­
ción que guarda el régimen político con la producción científica, tecno­
lógica y artística y la forma en que se construye lo público y su relación
con la esfera privada. El tercer aspecto es la cultura de la moderni­
zación, cultura cuyos ritmos de innovación son intrínsecamente
transnacionales y cuya forma se relaciona, por un lado, con el impacto
cultural que tienen los cambios en las técnicas y relaciones sociales de
producción y, por el otro, con la relación que guarda la modernización
con la creación de distinciones sociales a través del consumo.

2. La mediación cultural de la modernidad

Entendida de esta forma tan compleja, es evidente que “la moderni­


dad” no es simplemente algo que se alcanza o no se alcanza. Hay as­
pectos del concepto que se relacionan con un régimen cultural muy
específico y otros aspectos que son parte intrínseca del dinamismo
innovador del capitalismo en el mundo. En este sentido, la modernidad
puede ser simultáneamente una meta que está siempre a nuestro alcance

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y un pasado que simplemente no fue el nuestro. No obstante, la com­
plejidad de los fenómenos en cuestión no termina ahí de modo alguno,
pues está en la naturaleza de la modernidad el hecho que, desde los
inicios de la era moderna en el mundo, durante el siglo xvi, México
haya tenido aspectos, momentos y situaciones modernas mezclados con
otros que no lo eran.
Por ejemplo, la cerrazón política e ideológica de la contrarreforma
española no impedía que el estado español intentara mantener la tecno­
logía de navegación, de impresión o de fabricación de textiles a la par
con las que se usaban en Inglaterra, Flandes o Francia. Por lo contrario,
cada uno de los principales regímenes ideológicos que se han implanta­
do en la historia de México, desde el de los Austrias y el de los Borbones
hasta los de conservadores y liberales en el siglo pasado, desde el régi­
men porfiriano al de los sonorenses y al del Partido revolucionario
institucional (pri), todos han buscado modernizar selectivamente, pro­
curando modernidad en unos ramos y no en otros, transformando algu­
nas instituciones públicas y no otras.
Estas actitudes selectivas hacia la modernidad responden no sólo
a los intereses de los grupos dominantes en cada uno de estos regíme­
nes, sino también a las diversas limitaciones económicas que tuvieron
para implementar la modernidad en el espacio político que pretendían
controlar, limitaciones que frecuentemente se traducían en estrategias
modemizadoras diferenciadas por regiones. Así, por ejemplo, Yucatán,
que fue una periferia económica durante el periodo colonial, mantuvo
el sistema de encomiendas (que es un sistema de producción feudal)
hasta fines del siglo xvm, en tanto que en el Bajío se dio una agricultura
capitalista basada en una clase de peones asalariados desde el siglo
xvn. Otro ejemplo: la educación pública rural durante el porfiriato ten­
dió a ser controlada por élites locales, por lo cual las escuelas —que
eran concebidas como agentes clave para modernizar a los sujetos so­
ciales— se establecieron predominantemente en las cabeceras munici­
pales, por lo cual los niños de ranchos y rancherías quedaban sistemá­
ticamente fuera de aquel proyecto modemizador.
Considerando todo esto, ¿a qué rango de fenómenos nos referi­
mos al hablar de mediaciones de la modernidad? En términos genera­
les, cualquier apropiación de la ideología de la modernidad por un
régimen o por actores sociales específicos que piensan aplicarla selec­
tiva y parcialmente se considerará una mediación de la modernidad,
ya que el actor social en cuestión utiliza la utopía abstracta de la mo­
dernidad para implementar políticas híbridas que modernizan y
desmodernizan a la vez. En lo que sigue detallaré algunas de las formas
principales de mediación que se tratan en este libro.

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3. El nacionalismo como instrumento de mediación
En los últimos quince años ha habido, en las ciencias sociales, un resur­
gimiento del tema del nacionalismo. Como siempre, resulta difícil des­
enmarañar las causas de este resurgimiento, pues en el mundo se han
dado casi simultáneamente una revitalización de los nacionalismos y
una serie de innovaciones en las teorías, métodos y conocimientos empí­
ricos de las ciencias sociales. Sin embargo, independientemente de si la
causa del interés viene por la creciente importancia del “etnicismo”
como ideología política o si viene por los frutos que para la compren­
sión del nacionalismo han prometido los análisis de los mitos, del ri­
tual, de la narrativa, de la economía política y de la geografía, lo cierto
es que la temática del nacionalismo se ha desarrollado con velocidad y
diversidad asombrosas en los últimos años.
Para efectos de este libro, quiero señalar sólo algunos aspectos de
este desarrollo. Primero, en el plano de la economía política, Wallerstein
argumentó convincentemente que el dinamismo inicial del capitalismo
en Europa dependió de manera crucial de la competencia entre estados,
los cuales fueron desarrollando ideologías nacionales poco a poco. Es
decir, parece que la existencia de varios estados en competencia fue
una condición para el desarrollo del capitalismo desde el siglo xvi y, sin
duda, lo sigue siendo hasta la fecha. La tesis es que el dinamismo del
capitalismo depende de que los factores de la economía no sean controla­
dos por ninguna comunidad política. Es la competencia entre estados la
que obliga a los gobiernos a otorgar movilidad a los capitales. En este
sentido, los intereses colectivos en tomo a un estado, que son un aspec­
to fundamental del nacionalismo, son también parte esencial del
capitalismo como sistema (aun cuando reconozcamos que el capitalismo
no es el único sistema capaz de generar nacionalismos).
Segundo, desde que Benedict Anderson escribió su ya clásico li­
bro Imagined Communities, se acepta el hecho de que el nacionalismo
es una ideología comunitaria que funciona dentro de un imaginario en
que el mundo es visto como un conjunto de naciones que funciona den­
tro de un mismo marco histórico y que a su manera cada nación busca
lo mismo, a saber, “el progreso”, entendido éste, según la tradición
utilitaria de Bentham, como la maximización progresiva del bienestar
del individuo promedio. Es por ello que diversos autores han insistido
en que existe un tipo de historia que caracteriza al nacionalismo mo­
derno: una historia que traza los orígenes míticos de una nación y apun­
ta siempre a la coincidencia entre soberanía y progreso, es decir, a una
armonía teórica entre nacionalidad y modernidad.11

1Ver, por ejemplo, Duara (1995).

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En tercer lugar, tenemos a los críticos literarios que, como Homi
Bhabha, se han abocado a investigar las formas en que se narra la idea de
lo nacional en diferentes contextos. Este aspecto del problema es im­
portante pues, al reconocer que la nacionalidad implica la construcción
social de una comunidad en busca del progreso, la cuestión de cómo se
cuenta esa comunidad, de cómo es figurada en el lenguaje, de cómo
se utiliza retóricamente, adquiere suma importancia.
En Las salidas del laberinto pretendí abrir una cuarta línea de
investigación en tomo a lo nacional, dedicada a explorar la relación
que guarda el nacionalismo con la producción cultural en el espacio
nacional. Esta veta de investigación se ha volcado hacia el estudio de la
geografía cultural de lo nacional, y busca describir cómo la heteroge­
neidad cultural que es característica de todo país se articula con los
discursos nacionalistas. La geografía cultural de lo nacional que inicié
en Las salidas del laberinto, la cual prosigo en la tercera parte de este
libro, propone una forma de aproximarse a los modos en que la repro­
ducción social en el espacio nacional se relaciona con el nacionalismo.
Esta aproximación busca mostrar la “polifonía” del nacionalismo como
ideología, es decir, busca descifrar sus múltiples sentidos y “sinsentidos”
en un espacio culturalmente diverso.
De estas cuatro líneas de investigación sobre el nacionalismo y lo
nacional se desprenden claramente tres hechos: primero, que, desde el
punto de vista del sistema mundial, existe una relación de interdepen­
dencia entre la modernización y un mundo dividido en estados nacio­
nales; segundo, que los estados nacionales han inventado historias en
las que existe una relación de identidad perfecta entre la soberanía na­
cional y la procuración del progreso colectivo; tercero, que estas narra­
tivas nacionales se utilizan de maneras sistemáticamente distintas den­
tro del espacio nacional, ya que este espacio es social y culturalmente
heterogéneo y mantiene relaciones diferenciales con “el progreso”.
Dada esta interdependencia conflictiva entre modernización y
estado nacional, no debe sorprender el relieve en que pongo a la nacio­
nalidad en este libro. La nación es un filtro ideológico que sirve princi­
palmente para mediar la modernidad, para aplicarla selectivamente o
para defenderse selectivamente de ella. La supuesta identidad perfecta
entre soberanía y progreso colectivo no ha sido nunca más que un ideal:
los diversos proyectos nacionales siempre abogan por modernidades
selectivas, escondiendo sus preferencias particulares tras las faldas de
aquel universalismo utilitario llamado “el bien público”.
Este libro reúne varios ensayos dedicados a las formas en que
diversos nacionalismos han buscado mediar a la modernidad en Méxi­
co. De estos ensayos se desprenden elementos empíricos y teóricos para

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el estudio del nacionalismo como forma de mediación, pero también
espero que dejen en claro una posición política, a saber, que la valora­
ción que se le da al nacionalismo no debe concebirse en abstracto (“el
nacionalismo es bueno o es malo”): el reto político estriba en realizar
valoraciones de nacionalismos que correspondan a las posibilidades
reales que tienen colectividades específicas en momentos históricos
concretos.

4. Mediación, institución y conocimiento

El primer lugar en que buscaremos mediaciones selectivas y mañosas


de la modernidad será, entonces, en el nacionalismo mismo. Sin em­
bargo, esta tarea es mucho más compleja de lo que parece, ya que el
imaginario nacional no se encuentra tan sólo en enunciados explícitos
o en manifiestos ideológicos, sino que se desarrolla también de manera
implícita pero importantísima en las disciplinas que buscan ampliar o
modificar la estructura institucional del estado. Estas disciplinas, llámen­
se historia, antropología, estadística social, sicología social, economía,
ingeniería o geografía, son interesantes no sólo desde el punto de vista
cultural, sino también porque iluminan la evolución de las técnicas
mismas del poder del estado y de las instituciones modernas.
La segunda parte de esta Modernidad indiana explora parcial­
mente algunos de estos puntos a través de juicios muy parciales a la
historia de los censos, la historia de la antropología y la de los museos.
Ninguno de los tres ensayos que forman esta sección pretende ser una
verdadera historia, sino que cada una trata de presentar una óptica
novedosa para desarrollar esas historias. Cada uno de estos tres ensa­
yos se aboca a un aspecto distinto del problema de la modernidad mexi­
cana, pero los tres comparten una mirada de larga duración, la cual
parte del periodo colonial.
El ensayo sobre los censos muestra qué hay de estado en la histo­
ria de la estadística social e introduce uno de los temas centrales de este
libro, la evolución de lo público, ya que en México las estadísticas fue­
ron secretos de estado, base crítica para imaginar a la nación, carta de
presentación ante aquellos a quienes Juan Alvarez llamó los “pueblos
civilizados del mundo”, e instrumento de instituciones no gubernamen­
tales para controlar a los gobiernos. A través de una breve inspección
de esta historia de la estadística social, el ensayo presenta algunos de
los aspectos centrales de la evolución de la modernidad en nuestro país:
la construcción de un imaginario nacional, la transformación de la idea
de lo público y de su relación con el estado, la construcción de un poder

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central efectivo, y algunos de los cambios que se han efectuado en las
técnicas para representar la opinión pública.
El ensayo sobre antropología es un intento de mostrar cómo la
propia disciplina en que yo fui formado ha tenido un lugar interesante
en las formas en que se media y mediatiza la modernidad. La vieja idea de
que la América es un mundo maravilloso que, para ser comprendido,
demanda la suspensión de todo juicio racional y de todo prejuicio ad­
quirido encontró en la antropología, con su método de observación par­
ticipante, una ciencia humana que la representara. Por ello se pueden
examinar algunos aspectos de la trayectoria de esa disciplina mirando
la forma en que antropólogos hemos mediado entre un mundo experi­
mentado y otro de ideas recibidas. De paso, este ejercicio sugiere algu­
nos cambios en la relaciones entre los intelectuales y lo público a lo
largo de nuestra historia.
Por último, el brevísimo ensayo sobre los museos del futuro pro­
pone una salida práctica a uno de los conflictos básicos de la actividad
científica, que es cómo presentar las visiones de la realidad que tienen
mayor crédito sin hacerlas aparecer como verdades trascendentes e in­
dependientes de los intereses históricos que conforman la curiosidad
científica. La solución que propongo es que el museo — o el conjunto de
museos de una ciudad— busque convertirse en un artefacto parecido a
la llamada “máquina brechtiana”, es decir, que presente a las verdades
científicas con sus remiendos visibles. Así evitaríamos tanto la banali-
zación como la deificación del conocimiento científico, y lograríamos
tal vez generar una conciencia de las formas en que el conocimiento ha
sido en sí mismo una forma de mediar nuestra modernidad.

5. Geografía histórica de lo público

La tercera y última parte de este libro está compuesta por tres capítulos
largos de investigación que buscan aumentar nuestra comprensión de
la mecánica de la mediación cultural en el espacio nacional. Los tres
artículos versan sobre temas tratados en los ensayos anteriores, pero
presentan datos históricos y sociológicos detallados y proponen enfo­
ques concretos para tratar estas problemáticas. Son, en términos gene­
rales, trabajos que buscan cimentar propuestas conceptuales en terre­
nos explorados con todo el instrumental académico.
Tal vez deba aclarar en este punto que no comparto la hostilidad
que muchos intelectuales de hoy tienen hacia el trabajo académico
acucioso, así como evidentemente tampoco comulgo con quienes me­
nosprecian al ensayo. Lo malo es cuando no se hace una cosa ni la otra.

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Cuando se tiene una propuesta interpretativa seria, no queda más que
ponerla a prueba haciendo intentos francos por investigar en detalle los
asuntos, aclarando siempre las fuentes y limitaciones del estudio.
El primer ensayo de esta tercera parte presenta elementos para
una geografía histórica de los intelectuales a través de un estudio deta­
llado de intelectuales en un municipio. Este estudio propone elementos
para realizar una geografía del silencio en México. Pienso que una geo­
grafía de esta clase sustituye la idea esencialista del “México profun­
do”, que tanta resonancia ha tenido en fechas recientes. Una geografía
de los intelectuales es una tarea importante para comprender la socio­
logía y la historia de la opinión pública pues, como queda demostrado
en la segunda parte de este libro, ésta siempre ha estado mediada por
portavoces, sean estos intelectuales o sean intermediarios políticos. En
ese capítulo traté de especificar las bases cambiantes del poder de re­
presentación de diversas clases de intelectuales de provincia y muestro
que no siempre ni en todas partes ha habido individuos que puedan
clasificarse socialmente como intelectuales, lo cual nos permite fundar
una geografía histórica del silencio.
El segundo capítulo está dedicado a los modos en que las relacio­
nes centro/periferia se construyen, cambian y se utilizan para crear dis­
tinciones en sociedades locales. El pueblo de Tepoztlán ofrece un cam­
po ideal para explorar esta temática porque ha sido estudiado en detalle
a lo largo de este siglo. Existe además un archivo bastante rico que se
extiende desde el siglo xvi hasta el presente. En su conjunto, estos da­
tos arrojan luz no sólo sobre la historia de la distinción social al interior
del pueblo, sino que también aclaran la relación recíproca que guardan
la antropología, los aparatos estatales de producción de conocimiento y
las formas en que se construyen identidades en la sociedad local. Más
aún, el capítulo es útil para nuestro estudio de las mediaciones de la
modernidad porque los discursos que organizan al mundo con metáfo­
ras de centro y periferia, de modernidad y atraso, no son simplemente
imposiciones desde “el centro” sino que tienen un alto grado de utili­
dad en las sociedades locales, de manera que nociones tan grandilo­
cuentes como “modernidad”, “tradición” o “atraso” se adhieren a sig­
nos de uso cotidiano para construir mundos sociales que tienen cierta
vida propia.
El último capítulo del libro propone una teoría acerca de la rela­
ción que guardan el ritual político y los espacios de discusión pública,
y desarrolla elementos para una geografía de las esferas públicas y del
ritual político en México. Este trabajo avanza sobre las ideas propues­
tas en el capítulo que propone una geografía del silencio, mostrando
concretamente las maneras en que se articula culturalmente la opinión

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pública nacional a través de rumores, rituales y discusiones abiertas en
espacios discretos. Al igual que los otros dos artículos de esta tercera
parte, este trabajo sigue desarrollando el tipo de geografía cultural que
propuse en Las salidas del laberinto, y muestra que la modernidad cul­
tural no sólo es un sistema polifónico y heterogéneo, sino que su falta
de uniformidad ha sido resuelta a nivel sistémico mezclando formas de
representación de lo público propios de la modernidad burguesa con
otras que pertenecen a una tradición vital y cambiante cuyas raíces se
remontan al barroco colonial.

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