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El género en serio

Cambio global, vida personal, luchas sociales

Raewyn Connell

Traducción de
Hugo Gutiérrez
Ariadna Molinari
Gloria Elena Bemal

Universidad Nacional Autónoma de México


Programa Universitario de Estudios de Género
México, 20 1 5
Traducción: Capítulos l, 2 y 3 , Hugo Gutiérrez. Capítulos 4, 5 y 6,
Ariadna Molinari. Capítulos 7 , 8, 9 y 10, Gloria Elena Bernal.

Diseño de portada: Alina Baraj as


Ilustración de portada: Francisca Álvarez Sánchez: Los incapaces

Primera edición en español: 20 1 5 , Programa Universitario


de Estudios de Género

D.R. © 20 1 5 Raewyn Connell


D.R. © 20 1 5 Universidad Nacional Autonóma de México
Programa Universitario de Estudios de Género
Torre II de Humanidades, 7º piso, Circuito Interior
Ciudad Universitaria, 045 10, México, D.F.

ISBN : 978-607-02-73 20-9

D.R. Derechos reservados conforme a la ley. Prohibida la reproduc­


ción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita
del titular de los derechos patrimoniales.

Impreso y hecho en México


,.

Indice

Agradecimientos ........................................ . ....................... . ............ 9


Prólogo. Emilia Perujo .................................................... ............... . 11
Prefacio a la edición mexicana . .................................................... 15
Prefacio ........................................................................................ 17

Primera parte. Dinámicas de género


1. La colonialidad del género . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
2. Cuerpos del Sur y discapacidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4 1
3. Noticias desde el frente de batalla: experiencias de
funcionarios del sector público con la reforma de género 59 .....

S egunda parte. Los hombres y las masculinidades


4. Cambio de guardia: hombres, masculinidades e igualdad
de género 83
S.
...............................................................................

Masculinidades en el sector de seguridad . .... ....................... 1 03


6. Crecer en masculino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121
7 . De las perspectivas del Norte a las del Sur en los estudios
sobre masculinidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 39
Tercera parte. Mujeres transexuales
8. Dos latas de pintura: una historia de vida transexual . . . . . . . . . 1 5 5
9. Excepcionalmente cuerdas: la psiquiatría y las mujeres
transe xuales . 1 75
........................ ................................................

10. Las mujeres transexuales y el pensamiento feminista . . . . . . . . . . 1 95

B ib liografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2 2 1
Agradecimientos

Q
uiero reconocer la publicación original del material incluido
en los siguientes capítulos del libro. El capítulo 1 no se ha
publicado antes; se basa en dos artículos de mi autoría, "Re­
thinking Gender from the South", Feminist Studies , 20 1 4 , vol. 40,
núm. 3, pp. 5 1 8-539, y "Meeting at the Edge of Fear: Theory on a
World Scale", Feminist Theory, 20 1 5 , vol. 1 6, núm. 1 , pp. 49-66. Ca­
pítulo 2: "Southem Bodies and Dissability: Re-thinking Concepts",
Third World Quarterly, 201 1 , vol. 32, núm. 8, pp. 1 369- 1 38 1 . Capítulo
3: "The Experience of Gender Change in Public Sector Organiza­
tions, G e nder Work and Organization, 2006, vol. 1 3 , núm. 5, 435 -45 2 .
Capítulo 4 : "Change Among the Gatekeepers: Men, Masculinities
and Gender Equality in the Global Arena, Signs : ]ournal of Women in
Culture and Society, 2005 , vol. 30, núm. 3, pp. 1 80 1 - 1 825. Capítulo 5 :
"Embodying Serious Power: Managerial Masculinities i n the Secu­
rity Sector", en Jeff Heam, Marina Blagojevic y Katherine Harrison
( eds . ) , Rethinking Transnational Men: Beyond, Between and Within
Nations, Nueva York, Routledge, 20 1 3 , pp. 45-58. Capítulo 6: "Ado­
lescencia en la construcción de masculinidades contemporáneas", en
José Olavarría (coord. ) , Varones adolescentes : género, identidades y
sexualidades en América Latina, Santiago de Chile, FLACSO, 2003 , pp.
53 - 67 . Cap ítulo 7: "Der Sprüng über die Kontinente hinweg: Über­
le gun gen zur Entwicklung van Erkenntnismethoden und Ansatzen
i n der M annlichkeitsforschung", en Brigitte Aulenbacher y Brigit
Riegraf ( eds . ) , Erkenntnis und Methode : Geschlechterforschung in Zei-
10

ten des Umbruchs, Wiesbaden, VS Verlag für Sozialwissenshaften,


2009, pp. 8 1 -99. Capítulo 8: "Two Cans of Paint: A Transsexual Life
Story, with Reflections on Gender Change and History", Sexualities,
2010, vol. 1 3 , núm. l, pp. 3 - 1 9. El capítulo 9 no se ha publicado antes.
Capítulo 1 0: "Transsexual Women and Feminist Thought: Toward
New Understanding and New Politics, Signs : ]ournal of Women in
Culture and Society, 20 1 2, vol. 3 7 , núm. 4, pp. 857-88 1 .
Mis agradecimientos para todos los entrevistados-compañeros
de equipo en las investigaciones incluidas en este libro y a los mu­
chos colegas que han trabaj ado conmigo en los proyectos relacio­
nados, y particularmente a Rebecca Pearse por su ayuda invaluable
para completar este manuscrito, y a Kylie Benton-Connell por su
apoyo esencial durante los años en que esto sucedió.
Prólogo

aewyn Connell (Sídney, 1 944) es una referencia compartida

R en el campo de los estudios sobre masculinidades alrededor


del mundo. Acompaña las primeras incursiones de estudiantes,
investigadores o curiosos de manera casi automática. Sus ideas han
permeado textos, aulas, foros y seminarios, discusiones y reflexiones
de una gran parte de la producción académica alrededor de las mas­
culinidades como campo de estudio desde finales del siglo pasado.
Al adentrarse más en dicho campo, es muy probable que se pro­
fundice también en el trabajo de la autora y lo que surge a partir de
este (críticas, retos teóricos específicos) . Conceptos analíticos como
dividendo patriarcal y, especialmente, masculinidad hegemónica han re­
basado las fronteras de los espacios de discusión académica y hoy
forman parte de un lenguaje cotidiano en torno a la desigualdad
Y las rela ciones de género. También han impactado en el trabajo
ap licado, en los proyectos de educación y trabajo con varones, y han
servido de puente para un diálogo necesario entre la academia y las
realidades sociales particulares. Aunque la organización social de la
masculinidad o el empleo de masculinidad hegemónica como término
hayan tenido ecos en tantos espacios, gran parte del valor de sus
ap ortaciones teóricas recaen en la concepción del género como un
e n tr am ado complej o de relaciones, como algo producido y produ­
c en te, con bases en la práctica y, por lo tanto, con posibilidades de
c a m bio. Connell concibe el género en una escala amplia en por lo
men os dos sentidos: en que no se trata de identidad individual y en
12

que, históricamente, las maneras en que se configura, practica, re­


produce o transforma están ligadas también a procesos globales que
involucran relaciones entre países, de dominación e intercambio
internacional, y resuenan en vivencias individuales locales.
El alcance y la recurrencia teórica a Connell reflejan tanto la
existencia de un interés crítico en diversas regiones del mundo como
el hecho de que un terreno de las ciencias sociales carecía -al me­
nos de manera sistematizada- de herramientas específicas, de un
lenguaje y un aparato teórico para abordar de cierta forma las relacio­
nes de género y poder: yendo y viniendo del centro a las periferias.
El impacto de Masculinidades cuando se publicó en inglés en 1 995
( en español en 2003 ) retrata estos intereses, carencias y necesida­
des. Por todos los esfuerzos e investigaciones que suscita, Masculi­
nidades puede considerarse la inauguración o el inicio formal de un
campo de estudio. Su lectura, relectura y crítica también reflejan
el iµterés dentro de los estudios de género por resolver los cuestio­
namientos y los retos específicos que presentan las masculinidades,
dando lugar y dialogando con muchas de las vertientes que hicieron
de los estudios sobre masculinidades un campo posible, y principal­
mente reconociendo que sin el recorrido teórico-práctico feminista,
ese entonces nuevo campo de estudio no podría tener lugar dentro
de las ciencias sociales. Ella misma lo dice en la introducción a este
libro: el género es un asunto extraño. Un asunto que obliga a anali­
zar muchos aspectos políticos de la vida social. Es un asunto central
en la producción de biografías explícitamente sexuadas, pero también
dentro de los corporativos, los programas institucionales, la discapa­
cidad, la guerra, la educación, la psiquiatría y las agencias de seguri­
dad. Esta compilación reúne diferentes textos de diversos temas en
tomo al género en un contexto global actual, caracterizado por las
diversidades locales de las relaciones de género.
De la misma manera en que el interés de la autora por el análisis
de género ligado con otros procesos sociales -tal vez el de estrati­
ficación de clase sea el más presente ( Ruling Class, Ruling Gender,
1 976)- ha acompañado su producción académica desde que ocupó
un puesto universitario por primera vez y fundó un departamento
de sociología. También su relación e interés por México ha acompa­
ñado su carrera desde la década de 1 970. Connell es parte del grupo
activista australiano Sydney Action for Juárez; su última visita al
norte del país como conferencista y su disposición a conversar die­
ron origen a la traducción de los textos que conforman este libro.
Prólogo 13

El género en serio . Cambio global, vida personal y luchas sociales sur­


ge de un interés de quien escribe esta introducción por hacer acce­
sibles a los lectores mexicanos los diversos temas sobre los que ha
reflexionado Raewyn Connell y que han impactado el campo de los
estudios sobre masculinidades en años recientes. Surge de preguntar
si no sería importante, además de discutirlos, poder leerlos en espa­
ñol, seguido del entusiasmo y generosidad de la autora para que así
fuera. Se publica también en un momento importante de su carrera:
el de su retiro de las aulas y su nombramiento como profesora emé­
rita por la Universidad de Sídney.
Los textos que se leen en este libro forman parte de un esfuerzo
p ara divulgar la obra de Connell fuera de Australia y más allá del
mundo angloparlante. Cuando se nos ocurrió, se estaba traduciendo
en Brasil con el mismo título. Decidimos formar parte de ese proyecto
con algunas especificidades para la edición mexicana. La edición final
comprende temas a los que ha dedicado su vida: el neoliberalismo,
las relaciones coloniales contemporáneas, la discapacidad, la educa­
ción, la transexualidad, todos alrededor del núcleo de las masculini­
dades dentro de las relaciones de género.
La propuesta para publicar El género en serio . Cambio global, vida
personal y luchas sociales llegó al Programa Universitario de Estudios
de Género de la UNAM en otro momento afortunado, cuando se pla­
neaba reeditar ese libro que serviría para consolidar un campo de
estudio años atrás, Masculinidades, a veinte años de su primera publi­
cac i ón en Australia y a doce años de su primera edición en México.
El género en serio tiene el objetivo de que la conversación siga.
Agradeciéndole, además de sus ideas, su generosidad e involucra­
miento, presentamos estos textos de Raewyn Connell con el afán de
continuar el diálogo con otras latitudes, un diálogo en el que ella ha
participado desde los comienzos de su carrera.

Emilia Perujo
Prefacio a la edición mexicana

e complace presentar este libro en su edición mexicana. He

M aprendido mucho de activistas, académicas y académicos a


lo largo del mundo hispanohablante: de sus escritos, sus
estrategias, y directamente en visitas, conferencias e intercambios en
línea . Esta fuente enorme de conocimiento y experiencia no es sufi­
cientemente conocida en el mundo angloparlante. Valoro la oportu­
nid ad de continuar con el vínculo y contribuir con nuevas ideas a
esta conversación.
Me complace mucho también que este libro se publique en Mé­
xico. V isité el país por primera vez hace mucho, en 1 970, y recien­
temente para apoyar el activismo y la actividad académica en tomo
a la violencia de género en la región de la frontera norte. Las mara­
villosas zonas rurales, la rica historia social y cultural, y las luchas
contemporáneas, tan duras como inspiradoras, todo hace de México
un l ug a r de continuo interés profundo para mí, como para muchos
o t ros.
La investigación social es una actividad profesional que exige ser
rea lizada con la calidad más alta posible. Pero también es mucho
más : un importante recurso para la lucha democrática, el cambio
i nst it ucional, y en última instancia para la supervivencia humana.
Las y los estudiantes, investigadores y activistas que he conocido en
el mu ndo hispanohablante comparten este punto de vista, y espero
que este libro pueda hacer una aportación valiosa a su trabajo.
16

Estoy escribiendo este texto en Australia, y ahora comienza a


volar hacia otros continentes. Hay experiencias comunes: órdenes de
género patriarcales, una historia colonialista y, más recientemente,
políticas y economías neoliberales. Hay diferencias obvias: el len­
guaje y la conformación étnica, la riqueza y las experiencias de vio­
lencia, entre otras. Hablar a través de estas diferencias no es simple.
Pero debe ser posible si hemos de acumular experiencias y tener
mejores oportunidades para enfrentar las grandes desigualdades y los
peligros emergentes de nuestro tiempo.

Raewyn Connell
Sídney, marzo de 20 1 5
Prefacio

l género es un asunto extraño. Es cosa de todos los días, de la

E experiencia de cada minuto, para toda la población. También es


tema de una biblioteca de teoría abstracta, controversias cientí­
ficas y confusión teológica. Algunas personas piensan que es comple­
tamente fijo, otras que es notablemente fluido. Algunos piensan que
está determinado por la anatomía, el cerebro o las hormonas; otros,
q u e existe primordialmente en el lenguaj e. El papa Benedicto de­
c laró recientemente que el género no existe en lo absoluto -lo que
tenemos es la ley divina y el excelente modelo de la familia sagrada.
En contraste, psicólogos y filósofos importantes han llevado al géne­
ro a convertirse en la base profunda de la identidad, el orden social
Y la comunicación.
No trataré de resolver estas discusiones, sin embargo, espero que
es te libro ayude a quien sea que las encuentre interesantes. Lo que es­
pero hacer es iluminar algunas partes de este gran terreno, y algunas
dinámicas de cambio que actualmente son importantes -para la vida
personal y para las sociedades contemporáneas. Uso las herramientas
de las ciencias sociales para entender lo que está pasando. Uso mi
propia experiencia de género y políticas sexuales para pensar qué es
lo que más importa, y hacia qué direcciones deberíamos procurar
g uiar el cam bio.
Este libro adopta una visión realista del género, como lo sugiere
s u t ítu lo. Entiendo el género ante todo como estructura, una dimen­
s ió n principal de nuestra vida social. Puede estar definido de muchas
18

maneras: como un papel, una identidad, una formación discursiva, una


clasificación de cuerpos, y más. Pero lo que hace que cualquiera de
sus definiciones importe en el mundo es lo que llevamos a cabo co­
lectivamente con esas identidades y clasificaciones. Lo que cuenta
son nuestras prácticas sociales -en instituciones como escuelas, fá­
bricas y prisiones, en las relaciones íntimas y la vida personal, en los
medios masivos, en intemet y en las iglesias y mezquitas.
Las prácticas sociales no ocurren sin que haya cuerpos. Las prác­
ticas sociales involucran manos para hacerlas, ojos para observarlas,
piel para sentirlas, cerebros para razonar y para sufrir. El género está
corporizado, y una parte central de esta corporización es el encuentro
sexual, los nacimientos y la crianza de hij as e hijos. No obstante, los
cuerpos humanos no existen fuera de la sociedad. Tal vez nunca lo
hayan hecho, ya que la historia entera de la evolución de los homí­
nidos involucra grupos sociales. Es cierto que hoy en día nuestros
cuerpos tienen género, crecen, florecen o se dañan, y a la larga mue­
ren, en ambientes sociales fuertemente estructurados.
El género, podríamos decir, es específicamente un asunto de cor­
porización social. Técnicamente, el género puede describirse como
la estructura de las prácticas corporales-reflexivas por medio de las
cuales los cuerpos sexuales se ven arrastrados hacia la historia ¡ Espe­
ro que los detalles de este libro aclaren esta definición oscura !
La mayoría de los capítulos informan acerca de investigaciones
sociales sobre cuestiones de género. Yo soy socióloga, con una expe­
riencia considerable en investigación empírica ( los detalles están en
mi página web, www.raewynconnell.net) . He hecho investigación
histórica, encuestas, estudios de historias de vida y estudios organi­
zacionales, y todos esos acercamientos pueden encontrarse en estos
capítulos.
La investigación social no es fácil -al menos no lo es hacerla
bien. La investigación en el campo o en la biblioteca lleva tiempo
y paciencia, requiere pensar detalladamente sobre las evidencias, y
también requiere imaginación y empatía. Es un proceso altamente
social en sí mismo, ya que el trabajo de campo significa interactuar
con participantes (en entrevistas, por ejemplo) que están regalando
su experiencia y conocimiento. Más allá, cualquier investigador de­
pende del trabajo que muchos otros investigadores han hecho, y la
mayoría de los nuevos trabajos en ciencias sociales se hacen en gru­
po, no los hacen personas aisladas. Esa ha sido mi práctica usual, y
Prefacio 19

estoy profundamente agradecida con los participantes de mis estudios


y con mis colegas investigadores a quienes menciono en los agrade­
ci mi entos y la bibliografía.
La investigación social, por más sólida que sea, es también un
ca o de contestación. Tenemos teorías y paradigmas antagónicos,
mp
y j erarquías de influencia y prestigio. Quizá la más importante de
estas j erarquías al producir conocimiento sea el dominio mundial
de las ciencias sociales de Europa y Estados Unidos. Como el brillan­
te filósofo africano Paulin Hountondj i ha señalado, existe una divi­
sión del trabajo mundial en las ciencias, donde la teoría ( incluyendo
la metodología) se produce principalmente en el Norte global. El
acomodo y los marcos del conocimiento se hacen en las universi­
dades, institutos de investigación, museos, corporaciones y bases
de datos de los viejos poderes coloniales, que son hoy los centros del
poder y la influencia global. Lo que se realiza en el Sur global es
sobre todo la recolección de datos, y aplicaciones prácticas del
conocimiento científico.
Esto es particularmente perturbador para las ciencias sociales, ya
que significa que las experiencias sociales y las prácticas de una mi­
no r ía privilegiada de la población mundial se vuelven la base de la
teoría, metodología y generalizaciones que dominan la producción
de conocimiento en el resto del mundo. Es un problema que se re­
conoce cada vez más. Yo he discutido sobre esto en Southem Theory,
argumentando que sí se produce teoría en el Sur global pero, hasta
aho r a, se la reconoce muy poco.
Creo que esto es un asunto fundamental en los estudios de géne­
ro. Entre los investigadores de género de Australia, Brasil, Sudáfrica
Y la India, los nombres de Simone de Beauvoir, Michel Foucault, Joan
Scott y Judith Butler son ampliamente conocidos, sus textos se estu­
dian a lo largo del mundo, y se realizan investigaciones siguiendo los
pa r adigmas de los estudios de género del Norte. Pero el pensamiento
b r illante y pionero de Heleith Saffioti, Teresita de Barbieri, Fatima
.
Mernissi, Bina Agarwal y Amina Mama -por mencionar unas po­
ca s- no se trata de la misma manera. Solamente se conocen en sus
p r op ias regiones, sus textos no se estudian en el resto del mundo,
no s e trat an como paradigmas para la investigación en el Norte. La
e x peri encia social poscolonial desde la que escriben está efectiva­
rne nte marginalizada, aunque de hecho concierne a la gran mayoría
d e qu ienes habitan el mundo.
20

Estoy escribiendo esto en Australia, donde se llevó a cabo la


mayor parte del trabajo empírico de este libro. Australia es un país
seco y poco poblado, hogar de una civilización indígena antigua.
Esta civilización se vio interrumpida por la conquista británica, y
la sociedad australiana moderna es el producto de ese colonialismo,
europeo al principio, pero crecientemente asiático. La colonia se
enriqueció del pastoreo y las minas de oro, atravesó un periodo de
industrialización de importación y movilización laboral, pero bajo
las normas neoliberales ha regresado a la minería, el pastoreo y la
agricultura para exportación a los mercados mundiales. Rica, cada día
más desigual, temerosa, patriarcal y profundamente racista, la socie­
dad australiana es sobre todo urbana, aunque su riqueza provenga de
la tierra.
En las ciudades principales, las tensiones del colonialismo, a pesar
del conservadurismo de la sociedad, han producido una cultura artís­
tica e intelectual muy viva -espero que parte de ella esté reflejada
en este libro. En las últimas generaciones ha habido un resurgimien­
to de lo indígena en el arte y los derechos a la tierra, un movimiento
feminista fuerte que logró metas importantes en el Estado ( aunque
ahora se encuentre en retroceso ) , y un movimiento lésbico-gay
que impulsó el debate público sobre la sexualidad.
En mi vida laboral como profesora e investigadora universitaria,
he procurado tomar en cuenta estos movimientos y las nuevas pers­
pectivas sobre el mundo que generan. También me he comprometido
políticamente con el movimiento obrero, el movimiento pacifista y
el feminismo. Eso ha tomado forma, por supuesto, a partir de mi pro­
pia experiencia social -en absoluto simple- como una trabajadora
intelectual que es una mujer blanca transexual con un trasfondo de
clase privilegiado ( especialmente en cuanto a los estudios) , en una
sociedad poscolonial remota y cambiante.
Mi experiencia, mi entorno y mis compromisos pueden detectarse
en los capítulos de este libro. Sin embargo, no es en ningún sentido
un libro autobiográfico, ni siquiera los capítulos sobre transexuali­
dad. Es un intento por crear conocimiento público -por presentar
evidencia, ofrecer conceptos y análisis que tengan algo de validez para
los lectores que no comparten mi biografía. De eso se tratan las cien·
cias sociales: de crear una forma de conocimiento que nos dé la opor·
tunidad de construir conocimiento colectivamente, y de tener la
oportunidad de conectarnos a través de distancias grandes.
Prefacio 21

M e complace mucho que se publique este libro, y estoy muy


agrad ec ida con los colegas que organizaron y terminaron la traduc­
ción . Esta es la primera edición del libro. Aunque la mayoría de
[ns ar tíc ulos ya fueron publicados en otros idiomas, todos fueron
ree scr itos para este volumen, y algunos no habían aparecido en nin­
gún id ioma antes. Espero que el libro pueda comunicarse desde el
océano Pacífico Sur.

Raewyn Connell
Sídney, marzo de 20 13
PRIMERA PARTE

Dinámicas de género
1. La colonialidad del género

l imperialismo global no ha dej ado cultura alguna intacta, ni si­

E quiera la cultura de los imperialistas. El encuentro colonial, que


continúa como el encuentro de las comunidades contemporá­
neas con el poder globalizado, es en sí mismo una fuente abundante
de dinámicas sociales, incluyendo la innovación intelectual. Este es
el territorio ahora explorado por varias disciplinas que proveen las
bases para investigar estos problemas: en la teoría producida en el
hemisferio sur (Connell 2007a; Meekosha 201 1 ); las tradiciones al­
ternativas en ciencia social (Alatas 2006; Patel 20 1 0 ) ; la sociología
poscolonial ( Bhambra 2007; Reuter y Villa 2010); el conocimiento
indígena (Odora Hoppers 2002 ); la psicología de la liberación (Mon­
t ero 2 007 ); el pensamiento decolonial (Quijano 2000; Mignolo 2007 )
Y otras más. Tal como María Lugones ( 2007 , 2 0 1 0 ) ha sostenido
reci ente mente, el sistema de género moderno está estrechamente
li gado a lo que Quijano denominó la colonialidad del poder. Es nece­
sar io volv er a reflexionar a fondo sobre las formas y las fuentes del
análisi s de género.

Anális is de género producido en el hemisferio norte


Y la dimensión global

En los últimos veinte años se ha vuelto común para los estudios de


gén ero angl ófonos reconocer temas globales. El número de ensayos
registrados en la base de datos ISI Web of Knowledge cuyos títulos o
=

res úmenes combinan el término "globalización" con el de "género"


c rec ió diez veces entre principios de la década de 1 990 y principios
de la década de 2000. Colecciones de estudios etnográfic os, históri-
26 D i n á m icas de género

cos o temáticos provenientes de todas partes de la periferia, como


Women's Activism and Globalization (Activismo y globalización de las
mujeres) (Naples y Desai 2002 ) y Global Gender Research {Investi­
gación global del género) ( Base y Kim 2009 ) , son ahora un género
editorial; del mismo modo lo son los estudios integradores y globales
del conocimiento, como Sexuality , Health and Human Rights (Sexua­
lidad, salud y derechos humanos) {Correa, Petchesky y Parker 2008) .
Los pensadores influyentes d e la metrópoli ahora intentan formular
sus análisis conceptuales a nivel mundial. Ej emplos destacados son
el argumento de Esther Ngan-ling Chow ( 2003 ) sobre el carácter
generizado de la globalización; la sociología de los procesos de género
en el capitalismo global, de Joan Acker ( 2004 ) ; la incorporación del
género en la política económica global, de Spike Peterson ( 2003 ) ;
e l análisis global del género y l a justicia social e n l a educación, de
Elaine Unterhalter ( 2007 ) ; las reformulaciones recientes de la epis­
temología feminista, de Sandra Harding ( 2008 ) ; y el análisis de las
relaciones de género, la militarización y la guerra, de Cynthia Cock­
bum ( 20 1 0 ) .
Estos estudios sobre el género global son esclarecedores y pro­
ductivos, pero contienen un problema de raíz. Acker ( 2004: 1 7 ) se
refiere --con razón- a "la investigación principalmente occiden­
tal sobre el género y la globalización". Esta permanece en el mundo
conceptual europeo de Marx, Foucault, de Beauvoir y Butler incluso
cuando habla acerca de la sexualidad en la India, la violencia en África
o las fábricas en México. Solo unas cuantas pensadoras feministas
del resto del mundo --que es la mayoría del mundo- son reconoci­
das en la metrópoli, tales como Nawal el Saadawi ( 1 99 7 ) de Egipto.
Se las respeta como voces activistas del Sur global, pero casi nunca
son tratadas como teóricas significativas. Si miramos hacia atrás en
la historia de la investigación de género, es claro que los datos ad­
quiridos por la conquista colonial europea y la dependencia posco­
lonial han sido muy importantes para los teóricos metropolitanos.
El famoso ensayo de Chandra Talpade Mohanty "Baj o los ojos de
Occidente" reveló la mirada colonial que construyó una imagen
falsa de la "mujer tercermundista". Pero incluso este ensayo subes­
timó la importancia del conocimiento proveniente de la periferia.
El mundo colonizado proveyó de materia prima a los debates femi­
nistas metropolitanos sobre el origen de la familia, el matriarcado,
la división del trabaj o por género, el complejo de Edipo, el tercer
género, la violencia masculina y la guerra, el matrimonio y el pa-
La colon i a l idad del género 27

ren tesco, el simbolismo del género y ahora, por supuesto, la glo­


ba liz ación. Textos feministas fundamentales, como Psicoanálisis y
feminismo, de J uliet Mitchell ( 1 97 4 ) , serían inconcebibles sin el co­
nocimiento colonial sobre el que Engels, Freud, Lévi-Strauss y otras
figuras poderosas de la metrópoli construyeron sus teorías. Entonces,
debe entenderse que el análisis de género participa en una econo­
mía política global del conocimiento. El análisis más penetrante de
la producción y la circulación del conocimiento a escala global lo
realizó el filósofo de África Occidental Paulin Hountondj i ( 1 99 7 ) .
L a división global del trabajo e n las ciencias ubica el momento de
la teoría en la metrópoli, mientras que la periferia global exporta los
datos e importa ciencia aplicada. Una circulación de trabaj adores
del conocimiento acompaña los flujos internacionales de datos, con­
ceptos y técnicas. Una de las partes más interesantes del análisis de
Hountondj i es su recuento de la actitud de los trabajadores del co­
nocimiento en la periferia global, que él llama "extraversión": el
depender de fuentes externas de autoridad intelectual. Esto se lleva
a cabo en prácticas tales como: citar solo teóricos metropolitanos,
acudir a la metrópoli para capacitarse, publicar en revistas académi­
cas metropolitanas, unirse a "universidades invisibles" centradas en
la metrópoli y actuar como informantes nativos para los científicos
metropolitanos interesados en la periferia.
La extraversión, en este sentido, está ampliamente diseminada en
los estudios de género, las universidades, las asociaciones profesio­
nales y las dependencias estatales de la periferia global. Los textos
metropolitanos que abordan el género se traducen y leen y son con­
siderados como autoridades constitutivas de la disciplina. Las inves­
tigadoras feministas de la periferia viaj an a la metrópoli para obtener
credenciales y reconocimiento. Se importan marcos completos, te­
rrenos de debate y problematizaciones.
Es odioso citar ej emplos particulares cuando hay tantos, pero
n ecesito dar algunos. El gran libro A Mulher na Sociedade de Classes
(Las mujeres en las sociedades de clase ) ( 1 969 ) , de Heleieth Saffioti,
fue un logro imponente pero delineado por el estructuralismo mar­
x ista de París. Los teóricos del género con los que Saffioti estableció
un diálogo fueron exclusivamente del Norte: Freud, Deutsch, Horney,
Mead y Friedan. En una reciente compilación de sus escritos, Marta
Lamas ( 201 1 ), una de las figuras principales del feminismo mexicano,
incluye un capítulo sobre "Género: algunas precisiones conceptua­
les y teóricas", y debate el tema ocupándose de escritos antropoló-
28 D i n á m icas de género

gicos del Norte global: Butler y Scott, y Bourdieu. Susie Tharu y


Tejaswini Niranjana, en "Problems For a Contemporary Theory of
Gender" ( 1 996 ) , definen los problemas de las políticas feministas
indias aplicando feminismo posmodemo de la metrópoli. Made in
India (Hecho en la India) (2004 ), de Supama Bhaskaran, un libro de­
finitorio que se ocupa de la diversidad sexual, aplica la teoría queer
de los Estados Unidos. ¡Yo misma no estoy exenta ! Género y poder
( Connell 1 987 ) , pese a usar múltiples ejemplos australianos, bien
pudo haber sido escrito en Londres; sus fuentes intelectuales princi­
pales son alemanas, francesas, británicas y estadounidenses.
Sin embargo, siempre hay una fricción entre las perspectivas inte­
lectuales creadas en los centros del imperio y las realidades sociales
y culturales del mundo colonizado y poscolonial. Esto se ha expe­
rimentado sobre todo más como una incomodidad que como un
problema teórico mayúsculo. Nelly Richard (2004 ), por ejemplo, al
importar pensamiento francés posmodemo al feminismo en Chile,
hace notar que estas ideas deben ser "repensadas" desde la periferia.
Desde mi punto de vista, este es un problema teórico mayúsculo,
y el repensar debe incluir una crítica y una transformación de los
marcos metropolitanos mismos. Los debates acerca del pensamiento
decolonial y el conocimiento indígena, pese a que rara vez han estado
fundados en el género, son vitales para el análisis de género. Nece­
sitamos pensar a fondo preguntas concernientes a la decolonización
del método (Smith 1999) tal como aparece en los estudios de género.

Hacia un marco de análisis de género desde el hemisferio sur

Para realizar este cambio debemos mejorar la manera habitual de ha­


cer análisis de género. Gran parte de la investigación sobre género
se basa en un enfoque fundamentalmente estático y categórico. Bajo
este enfoque el género incluye dos categorías, lo masculino y lo fe­
menino, y hablar de género es hablar de las diferencias entre estas
categorías. Prácticamente, toda la investigación cuantitativa sobre
género, incluida la investigación sobre la política, asume tal enfoque.
La investigación biomédica usualmente ve el género como un asunto
de diferencia biológica reproductiva, aunque esto ahora es refutado
en la sociología de la salud ( Kuhlmann y Annandale 20 1 0 ). El
categorialismo también existe en las ciencias sociales, en la forma
de teoría de los roles sexuales, en la que dos categorías distintas son
estudiadas en términos de normas sociales.
La colo nia l idad del género 29

De manera similar, al pensar el significado político del análisis de


gén ero, necesitamos ir más allá de concepciones unitarias de un suje­
to fem inista. Tal concepción fue necesaria históricamente para esta­
ble cer la voz de las mujeres en arenas dominadas por suposiciones
y prácticas patriarcales. Julieta Kirkwood ofrece un recuento claro
de esto en su libro Ser política en Chile ( 1 986) . Sin embargo, una vez
establecida esta voz, ha sido sumamente importante reconocer la
diversidad de voces y experiencias dentro de la presencia política de
las mujeres. Ese ha sido el objeto de muchas luchas a lo largo de las
últimas tres décadas, con la práctica de la mayoría de los movimien­
tos feministas alrededor del mundo de evolucionar hacia la plurali­
dad y la inclusión. Otra diversificación de los estudios de género ha
contribuido a este cambio. Me refiero al incremento de la investiga­
ción sobre los hombres y las masculinidades, que es ahora un campo
floreciente de investigación y política alrededor del mundo, en el
que el hemisferio sur más remoto, incluidos Chile, Australia y Sudá­
frica, ha estado sumamente activo (por ejemplo, Olavarría 2009) .
Si las perspectivas metropolitanas van a ser confrontadas e n el
diálogo global que es el futuro de las ciencias sociales, debemos tener
una idea de los temas y los enfoques que cambiarán el análisis de
género. Algunos de estos ya son identificables.
El primer tema es el que Kirkwood analiza: la voz en las políticas
de género. La narrativa de esta autora sobre la voz política de las mu­
jeres en el Chile del siglo XX deja en claro que el establecimiento de
una presencia política, sus altas y sus baj as, estaba estrechamente re­
lacionado con los rasgos de la cultura política poscolonial y las formas
cambiantes en que la estructura socioeconómica chilena se articuló
con la economía y el orden político mundial. El establecimiento de
la voz es también una preocupación central para las políticas femi­
nistas del mundo árabe, si seguimos a Nawal el Saadawi ( 1 99 7 ) . En
Indonesia este ha sido el centro de una disputa prolongada y tur­
bulenta de gran envergadura y con múltiples vicisitudes ( Robinson
2009).
Estas disputas han sido necesarias, pues ni la revolución de clases
ni la descolonización acaban con las inj usticias de género. Lo que la
teoría de género aún no ha entendido del todo es que las dinámicas
de género adquieren formas específicas en los contextos coloniales y
poscoloniales porque, tal como sostiene Lugones ( 2007), están im­
bricadas con las dinámicas de colonización y globalización. Nunca
debemos olvidar que la gran mayoría de la población mundial vive
30 D i n á m icas de género

en sociedades con historias coloniales, neocoloniales y poscolonia­


les que han sido profundamente configuradas por dichas historias.
La metrópoli global es la excepción, no la regla.
El segundo punto emana directamente del anterior. La violencia
de género ha desempeñado un papel formativo en la configuración de
las sociedades coloniales y poscoloniales. La colonización en sí mis­
ma fue un acto marcado por el género, llevado a cabo por fuerzas tra­
baj adoras imperiales, abrumadoramente constituidas por hombres,
extraídas de ocupaciones masculinizadas, como la milicia y el co­
mercio transatlántico. La violación de las mujeres de las sociedades
colonizadas era parte cotidiana de la conquista. La brutalidad fue
incorporada a las sociedades coloniales, ya sea que estas fueran co­
lonias de población o colonias de explotación. La reestructuración
de los órdenes de género de las sociedades colonizadas era también
una parte normal de la creación de las economías coloniales, por
ejemplo, la incorporación de los hombres a las economías imperiales
como esclavos, sirvientes o mano de obra migrante en las plantacio­
nes y minas. Añádasele a eso la incorporación de las mujeres como
trabaj adoras domésticas, del campo o de las fábricas y, a su debido
tiempo, como consumidoras y amas de casa (Mies 1 986) , y tendre­
mos una idea de la magnitud de las consecuencias del poder colonial
en la historia mundial de las relaciones de género.
Esto no sucedió casual o automáticamente. Requirió un esfuerzo
cultural y organizacional por parte de los colonizadores y una res­
puesta activa por parte de los colonizados. A este respecto, pienso
que Lugones (2007) se equivoca al percibir los arreglos como algo
"impuesto" a los colonizados. Las respuestas activas que tuvieron las
mujeres en las regiones colonizadas son ahora ampliamente recono­
cidas por la historiografía feminista. Menos reconocidas en los aná­
lisis de género son las respuestas activas que tuvieron los hombres.
Ashis Nandy explora este tema. Su libro, El enemigo íntimo :
pérdida y recuperación del autogobiemo ( 1 983 ) , rara vez se cita en la
literatura de género, no obstante, es un estudio clásico de la cons­
trucción social de la masculinidad. Nandy rastrea cómo la presión
de la conquista británica y el régimen colonial reconstituyeron la
cultura india, incluyendo su orden de género. La respuesta a esta pre­
sión consistió en valerse de elementos específicos de la tradición india,
sobrevalorando la kshatriya o categoría guerrera, para justificar esen­
cialmente los nuevos patrones de masculinidad en un proceso mo­
dernizante. De modo igualmente importante, Nandy muestra cómo
La col o n i a l idad del género 31

el en cuentro colonial reconfiguró los modelos de masculinidad entre


l os co lonizadores. A medida que el régimen devino una estructura
gob ernante permanente durante el siglo XIX, emergió una cultura dis­
tin tiva que exageraba las jerarquías de género y edad. Esto produjo
c omo p atrón hegemónico una masculinidad simplificada, orientada
a la dominación y frecuentemente violenta que despreciaba la debi­

lidad y veía con suspicacia la emoción, preocupada por establecer y


v igilar las rígidas fronteras sociales.
Más recientemente, la creación de masculinidades y la negocia­
ción de las relaciones de género en las transiciones coloniales y pos­
coloniales han sido objeto de investigación exhaustiva en Sudáfrica
( Morrell 200 1 ; Epstein et al . 2004 ) . A riesgo de simplificar de más
un terreno de conocimiento complejo, diría que esta investigación
va lo suficientemente lejos como para establecer dos conclusiones
importantes. La primera es la gran diversidad de masculinidades que
están en construcción al mismo tiempo en un solo territorio nacio­
nal. La realidad del género poscolonial no puede ser capturada por
modelos generalizadores de hombría "tradicional" contra "moderna".
La segunda es cuán íntimamente se relaciona la creación de mascu­
linidades con las vastas y continuas transformaciones de la sociedad
como un todo. El género no se cuece aparte. El género está entrete­
j ido con la cambiante estructura de poder y con las modificaciones
en la economía, el movimiento de las poblaciones y la creación de
ciudades, la lucha contra el apartheid y el bandazo hacia el neolibe­
ralismo, los efectos institucionales de las minas, las prisiones, los
ejércitos y los sistemas educativos.
Esto nos conduce al tercer punto: dichos procesos son inheren­
t eme nte colectivos. No son fáciles de entender mediante el indivi­
dualismo metodológico o mediante un enfoque en la conciencia o
la identidad como aspectos del individuo. Incluso los famosos "tes­
timonios" de los individuos son importantes en gran medida porque
docu mentan la experiencia común de grupos, como los de las mujeres
d e los asentamientos mineros andinos. Más aún, estos procesos son
h istór icamente dinámicos. El género no implica un diálogo atempo­
ra l en tre lo biológico y lo simbólico. Implica vastos procesos forma­
ti vos ineludiblemente históricos, tanto creativos como violentos, en
l os c ua les cuerpos y culturas están igualmente en juego y se transfor­
ma n constantemente, en ocasiones hasta la destrucción.
Si esto es cierto a grandes rasgos, no lo es porque haya un solo
orde n de género en el hemisferio sur. De hecho, no lo ha habido
32 D inámicas de género

nunca: ni antes ni después de la colonización. En sf, el reconoci­


miento de la diversidad de los órdenes de género es una importante
consecuencia de los argumentos de las feministas del hemisferio sur
en foros tales como las conferencias mundiales sobre la mujer de la
ONU, desde la de la Ciudad de México en 1 9 7 5 hasta la de Beij ing
en 1 995 . La crítica a un universalismo irreflexivo en la teoría de
género producida en el hemisferio norte ha sido un tema persistente
en los estudios feministas africanos (Amfred et al. 2004 ), y los argu­
mentos se aplican también en el Sur global. Gradualmente se ha
aceptado que hay diferencias irreducibles entre las perspectivas femi­
nistas. Pero también se argumenta que el diálogo más allá de tales
diferencias es posible ( Bulbeck 1 998) . No solo el diálogo, sino la coo­
peración política activa más allá de las fronteras nacionales, así como
las concepciones del feminismo a escala global son elementos cada
vez más visibles de las políticas de género (Naples y Desai 2002 ) .
Chandra Talpade Mohanty ( 2003 ) resume atinadamente esto e n la
idea de "feminismo sin fronteras".
Por lo tanto, el análisis de género desde el Sur global plantea la
cuestión de la diversidad, la multiplicidad de formas de género, no
en el nivel del individuo (el sentido usual de interseccionalidad) ,
sino en e l nivel del orden de género y la dinámica de las relaciones
de género a escala social.

Pensar el género desde el hemisferio sur: algunos ejemplos

El carácter colectivo de la identidad es el tema de un ensayo de la es­


tudiosa de la cultura Sonia Montecino: "Identidades y diversidades
en Chile", publicado en 200 1 . Montecino es la autora del famoso
libro Madres y huachos ( 2007 ) , que explora la reconfiguración colo­
nial de la cultura en América Latina y la ideología del "marianismo"
que surgió de ahí. Esta formación cultural construye la identidad de
las mujeres bajo el modelo de la madre abnegada, especialmente la
madre de varones. En su ensayo "Identidades y diversidades", escrito
para una colección sobre cultura y desarrollo, Montecino sostiene
que en una sociedad influida por una poderosa ideología de la homo­
geneidad es difícil establecer las diferencias. Pero las diferencias sí
emergen, en actos de resistencia y reapropiación, y de hecho hay múl­
tiples identidades femeninas. El sujeto está en movimiento, no está
fijo. Montecino rastrea la dinámica mediante estadísticas económi­
cas, encuestas de opinión y materiales culturales.
La colonia l i dad del género 33

La incorporación del trabajo asalariado en la vida de las mujeres


-qu e oc urr ió antes en la clase trabaj adora que en la clase media­
romp e la ideología del marianismo. La entrada de las muj eres a la
esfera pública agudiza los temas de subordinación, por lo que la forma
Je las políticas de género cambia. Entre los privilegiados, donde mu­
cha de la labor reproductiva -el trabajo doméstico y el cuidado de
los niños- se delega a las mujeres de la clase trabaj adora, un patrón
más antiguo de trabajo femenino permite la modernización de las
relaciones de género entre la élite. Se abren fisuras sociales en la
ideología de género. Sin embargo, persiste una imagen genérica de las
mujeres como madres.
En un sentido más amplio, sostiene Montecino, las identidades
de género en América Latina se forman de la misma manera que las
identidades de clase, esto es, dentro de proyectos de cambio social.
Es importante ver cómo se forman las identidades colectivas en dife­
rentes movimientos de muj eres. Esta es también una historia com­
p lej a. Los movimientos feministas, desde los tiempos de la lucha
sufragista en adelante, han subrayado la igualdad y las diferencias de
sexo. Los movimientos para la supervivencia de las mujeres indíge­
nas asumen la existente división sexual del trabajo que combaten
los movimientos feministas. Los movimientos de protesta de ma­
dres (que se volvieron famosos durante las dictaduras) luchan por las
vidas de sus hijos y por los derechos humanos. Mientras que los mo­
vimientos feministas luchan por un cambio en las identidades y por
que las mujeres transiten hacia las esferas de acción de los hombres,
los movim ientos de protesta de las madres utilizan la legitimidad
cult ural que les confieren las antiguas identidades.
El activismo de las muj eres en contra de las dictaduras llevó a
la adopción de algunas demandas feministas por parte de las institu­
c i one s p olíticas dominantes. Pero la derecha política ganó terreno
par a oponerse a los cambios en las vidas de las mujeres bajo el argu­
me nto de que estos conducían a la inmoralidad y a la desintegración
s oc ial. Desde el punto de vista de Montecino, el resultado neto es
que han ocurrido cambios reales en la posición de las mujeres, par­
t ic ul ar me nte, mej or educación, familias más chicas y más trabaj o
re munerado. Pero las políticas públicas aún son dominadas por los
h o mb re s bajo el supuesto de que las mujeres son domésticas. Mon­
t e cino sug iere que una "modernidad conservadora" expresa bien el
do mi nio de la identidad de género.
34 D inám icas de género

La distinción regional del género se ha delineado con mayor


agudeza en el análisis de las relaciones de género en la India en el
libro de la historiadora Urna Chakravarti, Gendering Caste : Through
a Feminist Lens ( Casta generizada. A través de la lente feminista)
( 2003 ). Chakravarti retrata el sistema de castas de la India como una
estructura profundamente enraizada en los privilegios y la exclusión,
que combina la jerarquía de género, la propiedad de bienes, la ideo­
logía religiosa y la identidad social de una manera única. La casta es
un sistema jerárquico de grupos endógamos que hacen del matrimo­
nio exclusivo su institución clave. El control de la sexualidad de las
mujeres es por lo tanto crucial para el mantenimiento de los lina­
jes masculinos. Una ideología de "pureza", centrada en las mujeres
pero que también afecta a los hombres, provee la base cultural. Las
mujeres de las castas superiores se convierten en cómplices en este
sistema, dado que su aprobación de las disposiciones patriarcales es lo
que garantiza su acceso a los privilegios.
Chakravarti dedica un tiempo considerable a mostrar cómo sur­
gió este orden de género, a lo largo de un periodo histórico prolon­
gado y mediante pasos definidos. El sistema de castas se asociaba con
la consolidación de una economía agrícola ( los pueblos del bosque
estaban marginados de esta) y una estructura estatal justificada por
los intelectuales brahmánicos. Un orden social flexible permitía
cierta movilidad de castas y creó una retacería de castas distintas en
lugares diferentes del país. El colonialismo hizo, de manera directa,
muy poco para cambiar esto, dado que el régimen imperial británico
atrajo a las castas superiores hacia el estado colonial y les ofreció una
educación occidentalizada.
En este aspecto la dinámica es muy diferente a la del efecto de­
constructivo que de acuerdo con Laurie ( 2005 ) tuvo el poder global en
la experiencia sudamericana. No obstante, el sistema de castas siempre
fue impugnado. En sus primeras etapas fue combatido nada más y nada
menos que por Buda. En el periodo colonial tardío fue impugnado por
Phule, Ambedkar y otros que hablaron en nombre de los "intocables".
Pero el sistema aún es poderoso en la India poscolonial y se hace va­
ler mediante la violencia y la ideología: violencia dirigida en contra
de los hombres de las castas inferiores y de las muj eres que rompen
las reglas.
El control de la sexualidad es también un tema en el ensayo de
1 992, "Sobre la categoría género. Una introducción teórico-meto­
dológica", de la socióloga mexicana Teresita de Barbieri, publicado
La colo nia l idad del género 35

e n la Revista lnteramericana de Sociología. El enfoque metodológico


es, sin e mbargo, diferente. Este ensayo comienza con los movimien­
tos fem inistas y su hipótesis de que la subordinación de las mujeres
es una cuestión de poder, no una cuestión natural. Tras repasar a va­
ri as pensadoras feministas metropolitanas, de Barbieri establece una
línea de análisis que se centra en el control social sobre la capacidad
reproductiva de las mujeres y en la afirmación de los hombres de sus
derechos sobre la progenie. Esto la conduce hacia a una perspectiva
relacional del género, aunque es una perspectiva en la que las ca­
p acidades biológicas están en j uego: no es solo una perspectiva sin
cuerpo o puramente discursiva. De Barbieri ve la relación entre las
figuras culturales de la madre y el j efe de familia como el núcleo de
las relaciones de género en las sociedades latinoamericanas.
Pero la autora no tiene una visión binaria del género. Ella cier­
tamente destaca la significancia del ciclo de la vida de la familia que
le confiere una posición social distinta a las mujeres posmenopáusi­
cas. Abrevando del pensamiento feminista negro brasileño, explora
la interacción del género con la raza y la clase en una sociedad estrati­
ficada. Posteriormente complica más el retrato del orden de género
a l poner el acento en las relaciones entre los hombres: un tema que
p or entonces apenas empezaba a entrar en la teoría de género angló­
fona. De Barbieri también enfatiza las relaciones entre las muj eres
que se encuentran a sí mismas en posiciones de clase distintas, tales
como las relaciones concernientes al servicio doméstico. A la vez que
reconoce la dicotomía de madre vs. j efa de familia, de Barbieri va
más allá de ella para explorar la turbulencia de los intereses socia­
les que surgen en el orden de género. Cita como ejemplos casos
de hombres que apoyan el feminismo y de mujeres que apoyan el
patriarcado.
En una crítica explícita a las simplificaciones de los análisis de
g én ero metropolitanos, ubica las relaciones de género en el contex­
to de la crisis de la deuda pública latinoamericana y el impacto de la
reestructuración global sobre las clases populares. El resultado es un
retrato sofisticado, estructuralmente complejo del orden de género,
0 al menos tan diverso como -y podría decirse, más diverso aun

que- el modelo interseccional que estaba emergiendo en la metró­


po li en el momento en que su ensayo fue publicado.
Estos textos utilizan de manera sustancial aunque crítica la teoría
de la metrópoli global, y hacen uso tanto de las ideas como de los da­
tos de la periferia global. Son ampliamente materialistas pero no de
36 D inám i cas de género

un modo dogmático. Tienen un fuerte sentido de la interacción en­


tre las relaciones de género y la clase, y de las especificidades de la
India y Latinoamérica. Tratan la subjetividad de los actores y las
actoras en el contexto de la estructura y las dinámicas sociales, no
solo de identidades construidas discursivamente.
Temas similares emergen en discusiones sobre el "tercer género"
o sobre grupos involucrados en la transición de género, las cuales se
han puesto de moda en la teoría del género posestructuralista en el
Norte global. Hay una literatura de ese Norte global que tiende a
desdibuj ar las diferencias entre todos esos grupos, incluyendo a las
hijra de la India, las kathoey en Tailandia y los travestís de Sudaméri­
ca, para agruparlos en una categoría global transgénero (por ejem­
plo, Feinberg 1 996) . Sin embargo, existen estudios específicamente
enfocados en estos grupos, vistos en el contexto de los órdenes de
género locales, que refutan dicha visión.
Las hijra, por ejemplo, emergieron en una sociedad de castas y
tienen características similares a las de las castas, aunque por supues­
to no la de la capacidad para la endogamia ( Reddy 2006 ) . Tienen
un papel ritual en el acto de la bendición de los matrimonios, que
son importantes en el sistema regular de castas. Su historia es muy
distinta de la de los travestís en Argentina ( Femández 2004), un gru­
po que ha estado involucrado en arduas luchas por el espacio y el
reconocimiento público. Las modificaciones corporales que asumen
son también diferentes. Por su parte, las kathoey, una variante bien es­
tablecida de la masculinidad tailandesa, se vinculan estrechamente
con el teatro y el entretenimiento (Jackson 1 997 ) . El involucramien­
to en el tráfico sexual y un cierto grado de abyección en el orden de
género son elementos comunes, pero sería profundamente engañoso
equiparar a estos tres grupos con los grupos transgénero o transexua­
les de la metrópoli. Como lo demuestran trabajos recientes, los temas
acerca del imperialismo se pueden incorporar a la investigación acer­
ca de la transición de género, aunque no con las antiguas formas de
apropiación (Namaste 201 1 ) .

Género, colonialismo y neoliberalismo

Los análisis de género analizados en la sección anterior son ejem­


plos de lo que yo llamaría teoría producida en el hemisferio sur, más
que conocimiento indígena, puesto que se ocupan principalmente
La colonial i dad del género 37

d e la transformación de la sociedad y el conocimiento en el mun­


d o co lonizado y en el orden mundial creado por el imperialismo.
Cons ideremos por ejemplo la discusión de género y tierra de Marcia
L angton, una destacada intelectual aborigen de Australia, en su en­
say o "G randmother's Law, Company Business and Succession in
Ch anging Aboriginal Land Tenure Systems" ("La ley de las abuelas,
empresas y sucesión en los sistemas cambiantes de tenencia aborigen
de la tierra") ( 1 997 ) . En la antropología dominante, la cultura abo­
rigen australiana ha sido descrita como patrilineal y patriarcal; pero
esta versión proviene principalmente de antropólogos varones con­
vencidos de la inferioridad de las mujeres. Las mujeres han demos­
trado que sus derechos eran parte integral del sistema precolonial de
tenencia de la tierra, aunque con frecuencia de manera distinta, o
abarcando diferentes terrenos, a los derechos de los hombres sobre
la tierra.
En las condiciones de la conquista colonial violenta, y la presión
ex trema sobre la mayoría de las culturas aborígenes en el mundo
p oscolonial, este orden de tierra y género se vio severamente tras­
tornado. Pero los pueblos aborígenes lucharon con tenacidad para
sobrevivir. Langton sostiene que fueron las tradiciones y los víncu­
los de las mujeres con el lugar -"la ley de las abuelas"- los factores
de mayor resiliencia que resultaron cruciales para mantener unida
a la sociedad aborigen. Las muj eres más viej as se volvieron claves
para la supervivencia social. En la vida aborigen contemporánea, el
término "tiíta" (aunty ) es de gran respeto.
El énfasis de Langton en los derechos sobre la tierra es impor­
tante. La tierra es un tema casi ausente en la teoría de género pro­
ducida en el hemisferio norte ( con la salvedad del ecofeminismo)
y, en general, ausente de la teoría social del Norte en general. Sin
embargo, es un tema fundamental si se quiere comprender el colonia­
lis mo y el poder poscolonial. Bina Agarwal ( 1 994, 2003 ) ha hecho
más que nadie para mostrar su importancia y para hacer de la tierra
u n te ma importante en los estudios de género.
El concepto de Quij ano de la colonialidad del poder se aplica
e xp lícitamente tanto al periodo posterior a la descolonización formal
co mo al anterior a este. Un examen de la colonialidad del género
t ie ne que tomar en cuenta las continuidades históricas en el poder
g lob al entre la época colonial y la presente, pero no puede hacer eso
s uponiendo que las relaciones de poder son las mismas. Es necesario
consi derar la colonialidad del género tal y como opera en la era de
38 Dinám icas de género

las corporaciones transnacionales, el internet y las políticas neoli­


berales globales.
Existe ahora investigación empírica considerable de esta interac­
ción en sitios como las zonas francas industriales de procesamiento
de exportaciones del sur y sureste de Asia, el milagro económico del
sur de China, o las industrias maquiladoras del norte de México.
Los efectos de género son mucho más que económicos. Esto se vuel­
ve claro cuando reflexionamos sobre la conjunción tóxica del libre
mercado dominado por Estados Unidos, la migración laboral, el nar­
cotráfico, la corrupción, la pobreza y las culturas masculinas de la
violencia que han producido los feminicidios en Ciudad Juárez ( Do­
mínguez-Ruvalcaba y Corona 20 1 0 ) . La agenda del mercado global
y el debilitamiento de los sistemas de seguridad social estatal tienen
efectos complejos pero importantes sobre las relaciones de género,
tales como el declive en la viabilidad de las familias del tipo pro­
veedor/ama de casa de las clases trabajadoras y la reconstrucción de
los modelos culturales de la maternidad para incluir el sustento eco­
nómico de la familia (Connell 2009b) .
Los estudios de género han prestado menor atención a los gru­
pos privilegiados por las relaciones de género en las instituciones
más poderosas de la economía global neoliberal y el orden político.
En 2007, de las 500 corporaciones transnacionales más grandes, 2 %
tenía muj eres como directoras generales; lo que quiere decir que
98% tenía hombres en ese puesto. Se trata de un ámbito institucio­
nal fuertemente masculinizado, pero ¿de qué tipo de masculinidad
hablamos ? Tenemos un conocimiento en ciernes sobre el tema, a
partir de los estudios de relaciones de género entre los cuadros ge­
renciales de las corporaciones transnacionales y los negocios locales
involucrados en la economía internacional (Olavarría 2009) y estu­
dios más generales, como Ruling Class Men ( Hombres de la clase
dominante ) de Donaldson y Poynting ( 2007 ) . Contamos con es­
tudios sobre la construcción pública de la masculinidad en la polí­
tica neoliberal, como el estudio de Messerschmidt ( 2 0 1 0 ) de las
presidencias de Bush y el ataque estadounidense a lrak. Aún falta
mucho por hacer para ir llenando el retrato empírico, para vincular
estos estudios con la teoría y para vincular la teorización del género
con las visiones contemporáneas del neoliberalismo y el estado de
seguridad moderno.
Para estas tareas es importante darse cuenta de que el neolibera­
lismo, en todo el mundo, no es una cuestión del paquete de privati-
La colon i a l idad del género 39

z aci ón/desregulación en las economías del Norte global que permea


hast a el S ur global. El neoliberalismo primero consiguió un control
p olítico en el Sur, bajo la dictadura de Pinochet en Chile. Los pro­
gramas de aj ustes estructurales y la reconfiguración del mundo fi­
nanciero fueron contemporáneos de, no posteriores a, los regímenes
neoliberales de Thatcher y Reagan. El neoliberalismo visto desde el
S ur siempre ha supuesto el comercio mundial y las nuevas estrate­
gias de desarrollo impulsadas por el mercado, así como la privatiza­
ción y la desregulación en igual medida ( Dados y Connell 201 1 ) .
E l cambio hacia las estrategias d e desarrollo orientadas a l co­
mercio ha tenido relaciones complej as con los órdenes de género
locales. Al atraer a grupos nuevos de mujeres hacia las industrias de
exportación, ha creado algunas oportunidades para la autonomía eco­
nómica de las mujeres o al menos un distanciamiento de las normas
del modelo proveedor/ama de casa, que también ha creado una pre­
sión para el cambio en las masculinidades. La inversión pública en la
educación de las mujeres, como una estrategia para crear una fuerza
laboral más competitiva en los mercados mundiales, ha abierto ca­
minos hacia la educación superior y las ocupaciones profesionales
p ara las muj eres de las clases medias, aunque aún no en números
comparables a los de los hombres de las mismas clases medias. Aun
así, la creciente dependencia de los ingresos del mercado, más que la
redistribución vía el Estado, generalmente favorece a los hombres,
Y el sector de directivos de empresas transnacionales, como se ha
s eñalado, es un mundo altamente masculinizado en el que la riqueza
Y el p oder se acumulan en una escala sin precedente, sobre todo en
las m anos de los hombres.
Todavía estamos en una etapa inicial de comprensión de estas
d inámicas. Estamos también en una etapa temprana de reconstruc­
ción de la teoría de género a partir de las perspectivas del hemisferio
sur. Creo que ambas tareas están relacionadas, pues solo una teoría
de género que incorpore de manera sistemática la experiencia y el
pensamiento del mundo mayoritario será lo suficientemente pode­
rosa como para entender las dinámicas de género en una escala glo­
b al. Ta mbién creo que este trabajo tiene una importancia vital dado
qu e la construcción y la destrucción de las relaciones de género a
lo largo del mundo forman una parte significativa de los temas más
ap re m iantes de nuestro tiempo.
2. Cuerpos del Sur y discapacidad1

Ningún hombre es una isla, por sf misma completa;


cada cual es una porción del Continente; del todo, una pieza . . .
La muerte de quien sea algo me quita
pues es la Humanidad la que me implica.
Y por ello nunca inquieras por quién doblan las campanas;
están tañendo por ti.

so escribió el gran poeta inglés John Donne. Como sacerdote,

E Donne se preocupaba principalmente por las almas de sus lec,


tares. Pero sus palabras se aplican también a sus cuerpos, y a los
nuestros. Como seres corpóreos somos "del todo, una pieza", profun,
damente implicados en un todo más grande.
En este ensayo exploro la escala global de esta implicación co,
menzando por los conceptos fundamentales sobre la corporización y
la ubicación de la ciencia en la sociedad mundial. Posteriormente
reflexiono sobre las formas cambiantes en las que la discapacidad
está implicada en los procesos clave que han dado forma a la sacie,
dad mundial: colonización, capitalismo global y patriarcado. Final,
mente considero cuestiones sobre las políticas de la discapacidad y
de los impedimentos a escala mundial.

La corporización social y la ontoformatividad

En el pasado, las ciencias biomédicas y las ciencias sociales podían


proc ede r con una división del trabajo que simplemente separaba el
es tu dio de los cuerpos del estudio de los procesos sociales. De vez
en cuando había una disputa sobre qué era más importante, si la
"n aturaleza" o la "crianza" en los estudios sobre inteligencia o roles

1 El número de Third World Quarterly, de septiembre de 201 1 , en el que apa­


re ció este artículo, está dedicado a reflexionar acerca de la investigación sobre dis­
c apacid ad.
42 D i n á m icas de género

sexuales. Pero usualmente se pensaba que la determinación bioló­


gica era más importante. En la política sobre la discapacidad rei­
naba un paradigma biomédico y en gran medida aún prevalece. En
el reciente Informe mundial sobre la discapacidad ( OMS, 20 1 1 ) , por
ejemplo, las discapacidades se entienden esencialmente como hechos
físicos acerca de los cuerpos, con poca atención a los procesos socia­
les que los producen.
El enfoque socioconstruccionista de la discapacidad que desafió
al modelo biomédico en las décadas de 1 980 y 1 990 fue parte de una
reflexión más amplia acerca de los cuerpos y de la sociedad. Ideas
similares se estaban desarrollando en el feminismo, la sociología, los
estudios sobre la ciencia y la tecnología, los estudios culturales, la
salud pública, la investigación de la sexualidad y otros campos. Sur­
gieron cuestionamientos a los modelos biomédicos de causalidad, a
la clasificación ahistórica de los cuerpos y al poder profesional sobre
los grupos marginados. Se reconoció la capacidad de las estructuras
sociales y de los discursos culturales para clasificar y definir a los cuer­
pos y para configurar la experiencia corporal.
En especial, se ha demostrado exhaustivamente el poder de los
procesos sociales para crear jerarquías de los cuerpos, exaltando a al­
gunos y volviendo abyectos a otros ( Haug 1 987; Kirk 1 993 ; Soldatic
y Biyanwila 20 1 0 ) . A lo largo y ancho de los continentes y de los si­
glos, generalmente se ha considerado a la gente discapacitada como
indigna, obj eto de lástima y de repulsión, trágica o simplemente
desechable. Sin embargo, en algunas culturas se les han atribuido
poderes especiales para sanar como chamanes o iluminados. La gen­
te discapacitada, sujeta frecuentemente a la violencia y al abuso, se
puede integrar también en comunidades y se le puede otorgar un
estatus valioso ( Shuttleworth 2004 ) .
E l "modelo social" d e l a discapacidad s e construyó, principal­
mente por académicos británicos, como una forma de oposición al
dominio biomédico de la política de la discapacidad. Este modelo
sostenía que:

cualquiera que sea el impedimento individual o la diferencia aparente con res­


pecto a alguna "norma" socialmente aprobada, la capacidad de funcionar en
sociedad se determinaba primordi almente por el reconocimiento social de las
necesidades de los individuos y el suministro de ambi entes capacitantes ( Mee­
kosha 2004: 723 ) .
C uerpos del S u r y d i scapacidad 43

N o o bs tante, un fuerte énfasis en la determinación ocasionada por


l os sis tem as sociales también enfrenta problemas, especialmente
cuan do se traslada al Sur global. Desde el surgimiento reciente de
una p erspe ctiva de "estudios críticos de la discapacidad", se ven la
in ca pacidad y el impedimento como dimensiones importantes de
l a ex perie ncia vivida ( Meekosha y Shuttleworth 2009; Paterson y
H ughes 1 999 ) .
En la ciencia biomédica, como deja claro Krieger ( 2005 ) , hay
a hora evi dencia abundante y variada sobre la importancia de los
procesos sociales en la producción de consecuencias corporales, que
van desde las lesiones hasta las enfermedades crónicas. La biología y
l a sociedad no pueden separarse una de la otra, pero tampoco pueden
simplemente añadirse una a la otra. Debe reconocerse una interco­
nexión mucho más profunda y complej a. Roberts ( 2000) sintetizó
el tema en una palabra cuando habló de la "ca-construcción" de lo
biológico y lo social.
En una perspectiva de muy largo aliento, en algún punto de los
últimos 1 00,000 años, la historia social sustituyó a la evolución bio­
lógica como el principal proceso de cambio sobre la faz de la tierra.
Reconocer esto no nos lleva de vuelta a "la crianza vs . la naturaleza"
puesto que la historia social no es independiente de los cuerpos hu­
manos. Necesitamos un concepto, que yo llamo corporización social,
para referirnos al proceso colectivo y reflexivo que envuelve a los
cuerpos en la dinámica social y a la dinámica social en los cuerpos.
Cuando hablamos de "discapacidad" enfatizamos el primer lado de
l a corporización social: la forma en la que los cuerpos participan en las
dinámicas sociales; cuando hablamos de "impedimentos", enfatiza­
mos el segundo lado: la forma en la que la dinámica social impacta
e n los cuerpos.
Para entender la corporización social debemos reconocer la agen­
ci a de los cuerpos, no solo su materialidad como objetos, sino también
s u po der productivo en las relaciones sociales. La fertilidad, el parto,
el cre cim iento, el envejecimiento, el impedimento, la movilidad y
l a vul ne
rabilidad son importantes dentro de los procesos sociales, no
son condiciones externas que influyen sobre la sociedad desde otra
esfe ra de la realidad. Las clases específicas de los impedimentos pue­
de n con lle var significados muy distintos y dar pie a prácticas sociales
d '. fe re nt es. Esto se demuestra muy bien en el estudio de Berghs en
S i e rra Leona ( 20 1 1 ) donde el cuerpo amputado es un indicador de
un a his t oria nacional que implica violencia y tiene acceso a progra-
44 D inámicas de género

mas asistenciales, mientras que la discapacidad intelectual perma­


nece oculta del imaginario público.
Reconocer la historicidad de estas interacciones centra nuestra
atención en la dinámica social. Hay muchas teorías en las ciencias
sociales, algunas de ellas ciertamente muy influyentes, que son fun­
damentalmente estáticas en su perspectiva de los procesos sociales.
Estas incluyen a la sociología reproduccionista, la teoría performati­
va del género, la teoría de sistemas y la teoría del equilibrio econó­
mico ( Connell 1 996 ) . Para entender los procesos sociales a escala
mundial necesitamos algo diferente: un enfoque que se centre en el
carácter ontoformativo del proceso social.
Esto significa el poder de crear las realidades sociales a través del
tiempo histórico. Las estructuras sociales siempre están en proceso de
construcción, contradicción y transformación. Su poder como deter­
minantes de consecuencias corporales se reconoce, por ejemplo, en
el reciente reporte de la OMS sobre "determinantes sociales de la salud"
(coss 2008 ) . Su poder determinante deriva no de alguna magia de
sistemas, sino precisamente de la dinámica histórica en la que están
implicados.
La ontoformatividad del proceso social implica constantemente
la corporización social. Esta no es solo un reflejo, no es solo una repro­
ducción, no es solo una mención, se trata de un proceso que genera,
a cada momento, realidades históricas nuevas: nuevas posibilidades,
experiencias, limitaciones y vulnerabilidades hechas cuerpo para la&
personas involucradas. Necesitamos, entonces, entender la discapa­
cidad como emergente a través del tiempo. La gente discapacitada
está, verdaderamente, en un proceso político de redescubrimiento
de sus propias historias (Longmore y Umansky 200 1 ) .

Perspectivas del Sur para entender a la sociedad

Las ciencias biomédicas y las ciencias sociales, como las conocemos


hoy en día, se construyeron en la metrópoli global: el grupo de países
capitalistas ricos de Europa Occidental y Norteamérica que ante­
riormente eran los centros de los imperios ultramarinos y que ahora
son el "centro" de la economía global.
No solamente fue este el sitio donde histór icame nte las ciencias
adquirieron su forma moderna, la metrópoli cont inúa siendo el centro
de la actividad científica actual mente. Aquí es donde se encuentran
C uerpos del Sur y d i scapacidad 45

la s u niversidades y los centros de investigación más prestigiosos del


m u nd o , de donde proviene la mayor parte del financiamiento para
la ci en cia, donde ocurren la mayoría de las innovaciones metodoló­
gi cas y en donde tienen su sede casi todas las revistas científicas de
v anguard ia.
Pa ra los científicos que trabaj an en otras partes del mundo, el
c en tro continúa siendo importante. La mayoría toma sus conceptos,
m étodos y problemas de la metrópoli, muchos van a la metrópoli a
c a p acitarse o a realizar investigación avanzada y tienen carreras fuer­
temente configuradas por sus conexiones con esta. Hountondj i ( 2002 )
denomina "extroversión" a este estado de las cosas, mientras que
Alatas ( 2006) lo llama "dependencia académica".
Esto generalmente no se considera problemático. Se cree que la
ciencia es universal, por lo que se supone que sus conceptos y mé­
todos tienen aplicación en cualquier lado. Si este fuese el caso, de
dónde venga la ciencia no importa.
Pero para un creciente número de académicos, sí tiene impor­
tancia (Chakrabarty 2000; Mohanty 2003 ; Connell 2007a; Harding
2008 ) . La ciencia no es algo que exista fuera de la cultura y de la
sociedad que la produce. Las teorías que surgen en la metrópoli glo­
bal están condicionadas por las perspectivas del mundo de las que se
disp one en la metrópoli, en las circunstancias históricas bajo las que
los científicos metropolitanos trabaj an en el momento. Por ejem­
p l o, las formas estáticas y reproduccionistas de las ciencias sociales
mencionadas anteriormente surgieron entre los intelectuales de la
m et rópo li que estaban observando problemas internos de su socie­
dad sin referencia alguna a su posicionamiento global.
Debemos cambiar esto. La primera razón es que una forma de
con ocim iento universal no puede basarse únicamente en la experien­
c i a d e una minoría privilegiada. Según los cálculos más generosos,
la metrópoli representa menos de una sexta parte de la población
mundial. La gran mayoría de la población discapacitada -80% se­
gú n un cálculo (OMS 2003 )- vive en el Sur global. Una segunda
ra zó n es que un proy ecto intelectual que se segrega a sí mismo de la
mayoría de las culturas del orbe, y de muchos de sus intelectuales más
creat ivos, se empobrece a sí mismo radicalmente. Esa no es una bue­
na b ase para enfrentar los problemas sobrecogedores de la sociedad
m undial actual.
Podemos ir más allá de los límites del pensamiento metropolitano
de diversas maneras. Una forma es nombrar y desentrañar los tipos de
46 D inám icas de género

pensamiento metropolitano en los que están subsumidos los poderes


globales de la metrópoli. Este es el proyecto de los "estudios posco­
loniales", cuya contribución más famosa es el libro Orientalismo, de
Said ( 1 978).
Una segunda manera es valorar las formas de conocimiento no
occidental que escaparon de la destrucción de los poderes de la me­
trópoli global y aprender de ellas. Este es el proyecto del "conoci­
miento indígena", que implica debates acerca de la articulación de
los sistemas de conocimiento indígenas y metropolitanos ( Odora
Hoppers 2002 ).
Un tercer camino es examinar las formas de conocimiento que
surgieron entre los intelectuales de las sociedades colonizadas en res­
puesta al poder metropolitano. Este es el proyecto que he denomi­
nado "teoría producida en el hemisferio sur" (Connell 2007a).
Dicha teoría saca provecho de una prolífica literatura producida en
la periferia global acerca de la experiencia de los colonizados y las
dinámicas del neocolonialismo y la globalización contemporánea.
Estos argumentos generales se aplican a los estudios sobre discapa·
cidad, como lo demuestra Meekosha ( 20 1 1 ). Dado que la mayoría de
las personas discapacitadas del mundo viven en la periferia global,
el reconocimiento de sus experiencias debe modificar la forma de los
estudios sobre discapacidad. Como campo de conocimiento, los es­
tudios sobre discapacidad tienen el mismo enfoque del Norte global
que tienen otros campos de las ciencias humanas. Los estudios sobre
discapacidad también tienen la necesidad de renovarse al trasladar­
se tanto empírica como conceptualmente a una escala global.
Tal renovación requiere una convergencia entre el argumento
acerca de la corporización social y el argumento acerca de las pers­
pectivas del Sur global. Necesitamos analizar la corporización social
a escala mundial y reconocer la ontoformatividad de la práctica so­
cial corporizada a escala mundial, y debemos hacer esto bajo la guía
de las perspectivas del Sur global.

La conquista y sus consecuencias: la política global


del impedimento

Por más de cuatro siglos, los reinos militarizados y las repúblicas de


Europa Occidental, Europa del N orte y el Atlántico Norte, anterior·
mente un puesto de avanzada de la cultura asiát ica del Mediterráneo,
C uerpos del Sur y d i sca pacidad 47

0 , p an dieron su alcance político y económico hacia,América y Asia


d el Sur, el mundo árabe, Asia del Este, Australia y Africa, hasta que
vi rt u almente todo el mundo había sido atraído hacia su órbita.
Los historiadores han demostrado que el imperialismo "occi,
dental" fue un proceso desigual y turbulento ( Bitterli 1 989) . En algu,
n os lugares se destruyó casi por completo a las sociedades indígenas
( po r ejemplo en La Española, Nueva Inglaterra, Tasmania) . En otros
se alc anzó un mayor acoplamiento (por ejemplo en Indonesia o la
India ) . De cualquier modo, en cada continente hubo violencia ma,
siva. Las nuevas tecnologías trajeron muerte y mutilación a los co,
Ionizados: el navío de línea artillado, la descarga de mosquete, la
ametralladora, el obús y el bombardero. Recordamos el horror del
at a que aéreo a Guernica gracias a Picasso, pero el bombardeo a civi,
les empezó de hecho mucho antes en las colonias donde Inglaterra,
Esp aña y Francia utilizaron la aviación para bombardear a los suje,
tos coloniales rebeldes tan solo diez años después del famoso primer
vuelo de los hermanos Wright (Lindqvist 200 1 ) . Los británicos deno,
minaban a esto "control aéreo".
La violencia en el mundo colonizado alcanzó un clímax en la
época final de los imperios formales durante las guerras de indepen,
dencia en América, Vietnam y Argelia y en la partición de la India,
pero no paró con la independencia. Las intervenciones violentas de
los poderes neocoloniales han continuado en Vietnam, Palestina,
Afganistán, Chechenia, Centroamérica e lrak. Muchos Estados pos,
c oloniales se vieron envueltos en golpes de Estado, guerras civiles
o guerras fronterizas por el control del legado colonial, frecuente,

mente con apoyo y armas de los poderes metropolitanos. Estos in,


c lu ye n a Pakistán, África Central y las dictaduras latinoamericanas
del Cono Sur.
No quiero insistir en la violencia, pero tiene que reconocerse el
grado que ha alcanzado. Una de las dinámicas claves en la construc,
ción de la sociedad mundial fue la corporización social del poder: un
despliegue de fuerza que, además de dejar discapacitados a los indivi,
duos, discapacitó colectivamente a poblaciones enteras. Se justifica
que Meekosha ( 2 0 1 1 ) señale que el "sufrimiento social" producido
p o r l a colonización es una preocupación necesaria para los estudios
de l a discapacidad a escala mundial.
Critical Events ( 1 995 ) , el extraordinario estudio de Das sobre la
v i olen cia de la partición en la India, demuestra cómo el sufrimiento
s o c ia l no fue aleatorio, sino estructurado por divisiones etno,relig io,
48 D inám i cas de género

sas y relaciones de género. Los cuerpos de las mujeres se convirtie­


ron en el terreno donde los grupos opuestos de hombres luchaban
por poder y venganza. En otros escenarios, los cuerpos de las mujeres
han sido el terreno para depositar la culpa por el sufrimiento social;
por ej emplo, al hacer responsables a las madres indígenas por los
impedimentos de los niños, incluyendo el síndrome alcohólico fetal
( Salman 2007 ) .
Aunque l a violencia directa fue e l proceso más espectacular, no
fue el único que produjo impedimentos. Una parte fundamental de
la colonización fue adquirir el control sobre la tierra: ya fuera des­
plazando a las poblaciones indígenas de sus territorios ancestrales o
convirtiéndolas en fuerza de trabajo despojada en ellos. El libro de
Plaatje ( 1 9 1 6 ) , Native Life in South Africa (Vida indígena en Sudá­
frica) , es el testimonio clásico de este proceso. En otros casos, como
la expansión hacia el oeste en Estados Unidos, el despojo fue más
absoluto. Las poblaciones, aún traumatizadas por estos eventos y por
los desastres subsecuentes (como el robo de los niños, la reubicación
forzada, y las viviendas insalubres, que fue la experiencia de muchas
comunidades indígenas en Australia) , son propensas a altas tasas de
enfermedades crónicas, como diabetes, otitis media, enfermedad he­
pática, y a niveles de violencia que producen discapacidades.
A través de historias muy complejas, que serán conocidas para
los lectores de la revista Third World Quarterly, la conquista y el des­
pojo han producido poblaciones sin tierra, muchas de las cuales se
han movido hacia asentamientos irregulares alrededor de las ciuda­
des desbordadas. Tal vez un millardo de personas a nivel mundial
tienen actualmente un acceso muy precario a un ingreso, seguridad,
educación o servicios de salud. Muchas de las personas discapaci­
tadas de las que se habla en este número especial se encuentran
entre los pobres sin tierra y constituyen una parte extremadamente
vulnerable de la población.
La conquista colonial, que acarreó crisis a los órdenes sociales
en los que la corporización había sido organizada y que creó nuevas
jerarquías de los cuerpos { tales como la jerarquía racial del imperia­
lismo de finales del siglo XIX ) , cambió las formas en las que la dife­
rencia corporal, el impedimento y la capacidad fueron construidas
socialmente. Los significados religiosos y culturales de la discapaci­
dad, las solidaridades aldeanas y de parentesco, las formas de ganarse
la vida y las tradiciones local es de apoyo estaban en juego y eran
susceptibles de ser trastornadas.
C uerpos del S u r y discapacid ad 49

E l modelo médico de la discapacidad emergente en el mundo


del tlántico Norte se exportó a las colonias. Al estar ligado a la
A
c ult u ra de los colonizadores, el modelo era susceptible de entablar
una re lac ión antagónica con los saberes indígenas acerca de los

c uerp os (G ilroy 2009) . Los debates contemporáneos sobre los sabe­


res indígenas, sus racionalidades y sus relaciones fluctuantes con la
c i en c ia "occidental" ( Hountondj i 1 997 ) son, por lo tanto, relevan­
tes p ara cualquier proyecto de empoderamiento de los grupos disca­
p acit ados en la periferia global.

El capitalismo global y sus consecuencias

Durante el siglo XX se terminaron los sistemas coloniales ultrama­


rinos (aunque el colonialismo de asentamientos terrestres de Rusia
y de Estados Unidos permanece ) . El sistema de imperios en com­
petencia se sustituyó por una economía corporativa mundial con
múltiples centros, con mercados internacionales integrados y flujos
masivos de capital. Se creó un sistema internacional de estados cu­
yos principales componentes eran las organizaciones de las Naciones
Unidas, como el Banco Mundial y la Organización Mundial de la
S alud, así como un aparato internacional militar/policial/de seguri­
dad centrado en Estados Unidos. Algunos de los antiguos estados
i m p eriales continuaron siendo influyentes, bajo formas nuevas. Va­
rios de ellos se fusionaron en la Unión Europea, y los Estados Uni­
dos e mergieron en la década de 1 990 como la única superpotencia
m ilitar.
De sde sus etapas tempranas de capitalismo agrícola y mercantil,
e l nuev o orden económico dependió de la regulación y la destrucción
Je los cue rpos. Esto se hizo evidente con la "revolución industrial" de
l os siglos XVIII y xrx. La situación de la clase obrera en Inglaterra en 1 844
,
Je Engels, es el más famoso de una serie de informes que documenta­
ro n el trabajo extenuante pero férreamente controlado en las fábri­
c as que contaban con máquinas de vapor, las minas de carbón que
al i me ntab an a las primeras, las viviendas atestadas y las ciudades
i n du str iales contaminadas que las rodeaban.
. El pro ceso de extraer ganancias del trabajo de otras personas,
i ns ti tucionalizado a gran escala en el capitalismo, fue también una
fo rma de corporización social y se estructuró de manera significa tiva
confo rme al género. Los cuerpos de los hombres de las clases traba-
50 D inám i cas de género

j adoras se consumían -se estresaban, se lastimaban o se desgasta­


ban- en un proceso que construye la masculinidad hegemónica e n
la comunidad de las clases trabajadoras y simultáneamente genera
ganancia para el empleador ( Donaldson 1 99 1 ) .
El capitalismo creó tipos de mano de obra, en las minas y las plan­
taciones, en las que tales procesos exhibieron su mayor ferocidad: la
esclavitud transatlántica, la mano de obra migrante para servidum­
bre y el trabajo indígena forzado. La magnitud de las muertes y la
discapacidad producida en una empresa colonial como las minas de
plata de Potosí en Los Andes, una fuente principal de la riqueza real
española, fue peor que en cualquiera de las fábricas de Engels.
El capitalismo global ha reemplazado esos tipos de mano de obra
por el trabajo libre, pero en circunstancias en las que muchos están
desesperados por obtener un ingreso. Una "carrera hacia el abismo"
en industrias que se desplazan internacionalmente, tales como la in­
dustria del vestido y del ensamblado de microprocesadores, da como
resultado salarios ínfimos, largas j ornadas de trabajo y condiciones
de trabaj o perniciosas para la salud. Las maquiladoras del norte de
México y sus competidoras en Tailandia, Vietnam y el sur de China
son ejemplos bien conocidos. El sufrimiento social producido por esta
forma de desarrollo industrial va más allá de los problemas de salud
industrial. En el norte de México, para dar un ejemplo, el sufrimiento
social incluye la brutalidad atroz de los feminicidios en Ciudad Juárez
( Ravelo Blancas 20 1 0 ) .
Mientras tanto, los regímenes neoliberales, cuya lógica deriva
de la competencia global, han debilitado a los sindicatos que pudieran
brindarles protección a tales trabaj adores. También han debilitado,
por presiones del FMI o por iniciativas de la clase gobernante local,
los sistemas de asistencia social que protegen a los trabajadores, cuyos
cuerpos muestran las consecuencias de esto. La agenda del neolibe­
ralismo, que busca expandir el alcance del mercado y contraer el
papel del Estado, se percibe ahora en todas las áreas del servicio
público. La agenda neoliberal ha impactado los servicios de atención
a la discapacidad j unto con los otros servicios, al propugnar la pri­
vatización, fomentar los servicios con ánimo de lucro, destacar la
competencia e imponer controles indirectos en nombre de la rendi­
ción de cuentas.
En un nivel cultural más profundo, el orden capitalista establece
una frontera entre dos categorías de cuerpos: aquellos cuyo trabajo
genera ganancias y aquellos cuyo trabajo no lo hace. Por supuesto
C uerpos del S u r y d i scapacidad 51

que siempre ha habido diferencias en cuanto a las contribuc iones que


[a s di sti ntas personas aportan a la producción social y el consumo,
p ero la mayoría de las culturas reconoce que casi la totalidad de los
rn ie mbros de la comunidad hacen algún tipo de contribución, sean
j óv en es o viejos, fuertes o no. En el capitalismo, donde el valor se
ll efi ne taj antemente por el dólar, la productividad es un concepto que
s olo ap lica a los trabajadores insertos en la economía monetaria.
Esto configura el entendimiento de la discapacidad. La dismi­
n uci ón de la productividad en el mercado laboral o la exclusión del
mercado laboral se convierten en formas clave para definir a los dis­
capacitados. Bajo los regímenes de programas asistenciales a cambio
Je trabajo que proclaman poner fin a la asistencia paternalista y a la
dependencia -re-regulando de hecho la relación entre la asisten­
cia social y el mercado laboral-, algunos cuerpos discapacitados
se definen como "capaces para el trabajo" [work-able] , y otros, como
merecedores de asistencia social ( Soldatic y Meekosha 201 2 ) . Per­
mitir la participación en el mercado de trabaj o se convierte en una
forma clave de tratamiento o rehabilitación. Para hacer respetar esta
perspectiva de la discapacidad se requieren niveles de vigilancia cre­
cientes. La globalización del capitalismo neoliberal ha extendido esta
lógica de la discapacidad a lo largo del mundo.
El capitalismo es un sistema dinámico. Ha atravesado diferentes
eta p as de crecimiento, de la mercantil a la industrial, y las econo­
m ías más ricas ahora se llaman frecuentemente posindustriales. El
c apita lismo asume diferentes formas: en la China comunista es sim­
b ió tico con una dictadura de partido, en Estados Unidos y la India
con oligarquías populistas, en Arabia Saudita con un patriarcado puri­
tan o, en Escandinavia con una democracia social en aprietos. Y con­
ti n úa evolucionando.
Entre los puntos de crecimiento del capitalismo están las nuevas
fo rmas de obtener una ganancia de los cuerpos: la biotecnología y
otras más. Existe la "economía de los tej idos biológicos" internacio­
nal (Waldby y Mitchell 2006 ) que incluye el embarque de sangre
Y ó rganos de cuerpos de individuos del tercer mundo a cuerpos de
i n di vidu os del primer mundo. Hay una mercantilización y redefini­
ci ó n de los cuerpos de las mujeres en los medios electrónicos globa­
l e s , vía la pornografía, la celebridad y la industria de la belleza. Esta
úl t i ma es también globalizante: actualmente tiene presencia en al­
gu nos p aíses en desarrollo bajo la forma de la industria de la cirugía
cos mé tica (Aizura 2009 ) .
52 D inámicas de género

Tanto la economía de los tej idos biológicos como la redefinición


de los cuerpos tienen efectos sobre la discapacidad: la primera al
manufacturar literalmente cuerpos impedidos en la periferia global
( los "donantes") y la segunda al hacer circular fantasías del cuerpo
perfecto y al incitar el deseo entre los ricos globales para comprar
la perfección. Ambos producen, como el lado oscuro de la búsqueda
de la salud y el ser deseable, una categoría de gente basura (para usar
una expresión indígena australiana) , que puede ser vista como des­
preciable y desechable.

El patriarcado global moderno y sus consecuencias

Uno de los mayores efectos del colonialismo y la globalización fue


transformar los órdenes de género de las sociedades colonizadas. La
mano de obra colonial fue segregada conforme al género. Los misio­
neros y los gobiernos destruyeron las costumbres locales que ofen­
dían sus propias normas. El poder y la riqueza metropolitana crearon
su propia presión normativa en nombre de la modernización. En un
influyente estudio, Mies ( 1 986) rastreó la construcción de las normas
del modelo proveedor/ama de casa alrededor del mundo como un
efecto del colonialismo. En la era poscolonial, los medios globales
hacen circular las imágenes "occidentales" de lo sexualmente desea·
ble a una escala monumental. Las corporaciones transnacionales con­
tinúan utilizando mano de obra segregada conforme al género, con
la frecuente creación de patrones de empleo nuevos para las mujeres
más jóvenes.
El género es una estructura de relaciones sociales en la cual las
capacidades reproductivas de los cuerpos humanos se insertan en la
historia y en la que todos los cuerpos, sean fértiles o no, se definen por
su relación en la arena reproductiva (Connell 2009 ) . Como todas
las formas de corporización social, esto ocurre de diferentes maneras.
Sin embargo, la mayoría de los órdenes de género son patriarcales, es
decir, construyen privilegios para los hombres y subordinación para
las mujeres, como grupos. Y dado que los órdenes de género locales se
han subsumido en la economía global, el patriarcado modernizado
se ha vuelto internacionalmente hegemónico.
Los órdenes sociales patriarcales tienden a definir a las mujeres
en términos de su capacidad de apareamiento, para decirlo sin rodeos .
Las muj eres se valoran como madres o madres potenciales, particu-
C uerpos del S u r y discapacidad 53

ta rmen te de varones. Esto puede desembocar en fuertes restricciones a


la s ex ual idad y movilidad de las mujeres. Chakravarti ( 2003 ) mues­
r r a cómo el sistema de castas de la India, como una jerarquía de grupos
c n d ógamos, hace que el control de la sexualidad de las mujeres sea
vi t a l y crea una obsesión con la pureza. En contraste, en la cultura
d e m asas del Norte global hay un despliegue obsesivo del atractivo
hete rosexual de las mujeres jóvenes en su punto de máxima fertili­
d ad . Esto es la cultura de la celebridad impulsada por los medios, la
porn ografía y la industria de la "belleza".
La corporización social incluye el impacto del colonialismo y el
neoco lonialismo en el proceso reproductivo mismo. El síndrome al­
cohólico fetal es un ejemplo de esto: el impedimento se produce más
frecuentemente entre grupos étnicos indígenas y subordinados; no
es solo el alcohol el que produce el patrón del impedimento, sino el
a lcohol aunado a las penurias sociales y económicas (O'Leary 2004).
Las guerras neocoloniales y la economía neocolonial dejan un lega­
do de anomalías congénitas: en Vietnam, como resultado de quími­
cos defoliantes; en lrak, con las municiones de uranio empobrecido
utilizadas por las fuerzas armadas estadounidenses; en las maquilado­
ras , con los contaminantes presentes en la manufactura.
La definición patriarcal de las mujeres en términos de su ca­
pacidad reproductiva puede conducir a consecuencias funestas. El
Fondo para la Infancia de las Naciones Unidas ( UNICEF ) estima que
e n las regiones del Sur global en las que la pobreza y las costumbres
locales conducen a matrimonios precoces, al menos dos millones de
niñas han sido discapacitadas como resultado de la fístula obstétrica
( citado en Frohmader y Meekosha 20 1 2 ) . Las mujeres que están dis­
capacitadas de otras formas pueden ser percibidas como susceptibles
de un a fertilidad peligrosa y algunas son sujetas a esterilización for­
zada o al aborto (Centro de Derechos Reproductivos 20 10).
Donde hay escasez de comida, las mujeres son más propensas a
reci bir menos alimento que los hombres. Las mujeres discapacitadas
son más propensas a encontrarse en estado de pobreza que los hom­
b res y son menos propensas a recibir educación y a contar con un
t rab aj o remunerado. En los sitios donde los hijos son más valorados
que las hijas, puede ser que se mate o se deje morir de hambre a las
be bés o -ahora los milagros de la medicina moderna permiten
de te cta rlas antes de nacer- sean abortadas como fetos. El uso de
l os cuerpos de las mujeres como un terreno para los confl ictos de los
hombres ya se ha mencionado. La violencia en contra de las mujeres
54 Dinám icas de género

discapacitadas se ha documentado tanto en el Norte como en el Sur


global (Women with Disabilities Australia 2007 ) .
Frecuentemente s e entiende e l "género" como sinónimo d e "mu­
jeres", pero los hombres también están implicados en las relaciones
de género y los patrones de masculinidad se construyen mediante la
corporización social (Connell 2005 ) . Ya he mencionado la forma en
la que el trabajo fabril se vincula con la masculinidad de las clases
trabaj adoras. La violencia castrense también está determinada por
el género (Cockbum 20 1 0 ) : implica patrones específicos de mascu­
linidad y la creciente destrucción mecanizada de los cuerpos de los
hombres. La guerra en la metrópoli no solo dejó una larga estela de
lesiones físicas entre los hombres, sino también discapacidad psicoló­
gica, alcoholismo y violencia doméstica. Es probable que las guerras
de conquista y los conflictos civiles en la periferia acarreasen conse­
cuencias similares.
Sobre todo, el significado de género es el patrón de las relaciones
sociales que involucran tanto a las muj ere s como a los hombres. Los
órdenes de género patriarcales asignan a las mujeres la mayor parte
del trabajo de cuidados. Por ejemplo, las mujeres realizan, de manera
informal, la mayor parte del trabajo de cuidado para la epidemia de
VIH/sida en el África subsahariana, incluso las mismas mujeres que
viven con VIH ( véase Evans y Atim, 201 1 ) . Con frecuencia las mu­
jeres tienen que convertirse en proveedoras, además de cuidadoras.
Hay otras dinámicas determinadas por el género presentes en la epi­
demia, principalmente en las relaciones heterosexuales en donde la
pobreza y la dependencia de las muj eres o la violencia y el derecho
que poseen los hombres crean vías mayores para la propagación del
virus a mujeres más jóvenes ( Epstein et al. 2004 ) . Hay también una
dinámica de género en los servicios profesionales de cuidado, a
medida que la enfermería, por ejemplo, se convierte crecientemente
en una profesión globalizada (Wrede 20 1 0 ) .

Conclusión: encuentros corporizados e n una escala global

He tratado de demostrar que los procesos y estructuras sociales cono­


cidos se deben entender como corporizados y que el destino de los
cuerpos se tiene que entender a través de las dinámicas sociales. Esto
es más fácil de comprender en el nivel local, donde contamos con
estudios vívidos y muy focali zados acerca de los procesos de género
C uerpos del S u r y d i sca pacidad 55

c orpori zados y d e los procesos d e clase, con todas sus profundas con­
tradi cciones (por ejemplo, Messerschmidt 2004 ) . Pero esto también
se ap lica a escala mundial, donde tenemos que pensar acerca de un
gran número de cuerpos y en dinámicas sociales de una complej idad
i nti m idante.
Las ciencias sociales y las humanidades se han ocupado dema­
si ado de las realidades, redes e identidades virtuales. Al abrir nuevas
p erspect ivas para los dilemas de la corporización, los estudios sobre
dis cap acidad pueden mostrar el camino que otros ámbitos podrían
segu ir.
Los estudios sobre discapacidad en la metrópoli combatieron muy
poderosamente el modelo médico al priorizar la experiencia de los
discapacitados. Trataron a las personas mismas como fuente de auto­
ridad. Hacer esto a escala mundial es, por sí mismo, un movimiento
transformativo: se visibilizan nuevos actores sociales, se formulan
nuevas preguntas sobre la producción de la discapacidad. Se incor­
poran al crisol cuestiones relativas a la estrategia.
Por ejemplo, el papel del Estado ha sido un tema importante en
el trabajo social y científico sobre la discapacidad en la metrópoli.
El Estado es clave para el poder de los modelos médicos: ha sido el
proveedor de servicios y ha definido o negado derechos. En los en­
fo q ues posestructuralistas, las percepciones sobre la discapacidad se
han visto a través de los lentes de la gubemamentalidad y la nor­
matividad (Tremain 2005 ) . El uso del poder estatal siempre ha sido
cuestionado en los estudios acerca del neoliberalismo.
Los temas acerca de la discapacidad y el Estado adquieren una
fo rma distinta con relación al Estado internacional y poscolonial. Las
N aci ones Unidas han sido la sede de las declaraciones de derechos
claves a nivel mundial, incluidos los derechos de los discapacitados.
Pero las acciones de las Naciones Unidas implican coaliciones ines­
t ables de gobiernos, burocracias y organizaciones no gubernamenta­
l es. En los países en desarrollo -dada la propensión de las élites
l o ca l es a rechazar los regímenes de derechos humanos al conside­
rarl os imposiciones neocoloniales, y la disposición de los poderes
metropolitanos de atropellar los derechos humanos en busca de ga­
n anc ias económicas y seguridad- es frecuente que sean las ONG y
no los Estados quienes promuevan las agendas de derechos. Pero in­
cl us o las ONG más influyentes (Oxfam, por ej emplo ) están constre­
ñ idas por el ambiente neoliberal que las financia y permeadas por las
c u lt uras profesionales del Norte global.
56 D inám i cas de género

Es también probable que la política entre los grupos de discapa ­


citados adquiera, en el Sur global, formas distintas de aquellas que son
conocidas en el Norte global. Esto no es solo una cuestión de cul­
turas diferentes. Como subrayé arriba, la historia de la corporización
social en el mundo colonizado es diferente. Las estructuras econó­
micas contemporáneas y los niveles de los recursos son otros, como
lo son también las oportunidades políticas y las necesidades. Para citar
solo un ej emplo, considérense las escasas perspectivas de la política
identitaria en la China contemporánea. Las jóvenes madres abo­
rígenes --cuyas experiencias con el síndrome alcohólico fetal en
Australia documentó Salmon ( 2007 )- fueron capaces de hacer uso
del modelo médico; y lo mismo se dice de las movilizaciones de las
personas discapacitadas en China. En algunos contextos la acción
prioritaria para beneficiar a los grupos discapacitados es simplemente
detener la violencia; ese sería el caso en el Congo en la actualidad. En
otros contextos, la reforma a la vivienda sería la acción más urgente.
También es probable que los recursos disponibles para los gru­
pos discapacitados difieran de aquellos disponibles en la metrópoli.
Los países de la periferia podrían poseer recursos importantes. Algu­
nos, como el caucho y el petróleo, los hacen vulnerables a la inter­
vención destructiva: el Congo es el ej emplo clásico; N igeria es el
contemporáneo. Pero también hay recursos sociales, mecanismos lo­
cales de asistencia, que pudieron haber sobrevivido a los trastornos
de la historia reciente. La sociedad de la aldea tenía su propia bru­
talidad, y su propia manera de evaluar a las personas enfermas, que
podía dar como resultado el descuido o el infanticidio de los niños
discapacitados. Pero también protegía a algunos y ha tenido una
cierta resiliencia. También la tienen los asentamientos irregulares de
las nuevas megaciudades. Pueden mantenerse recursos sociales -ha­
bilidades, costumbres, parentescos, redes, entendimientos cultura­
les- a los que puedan recurrir las personas discapacitadas.
Las comunidades locales son capaces de cambiar la cultura y
de inventar nuevas estrategias. Un ejemplo es el creciente número de
familias de la clase trabajadora en la India que ha cambiado las di­
visiones del trabajo de acuerdo con el género conforme se han pre­
sentado oportunidades de trabajo para las mujeres. El conocimiento
social indígena puede evolucionar, y la política de la discapacidad
puede hallar aquí recursos que no están disponibles en la metrópoli
o en las agencias internacionales.
C uerpos del Sur y discapacidad 57

Uno de los puntos más importantes es trascender las maneras de


co mpre nder la discapacidad de la metrópoli y los modelos metro­
p ol ita nos de la política de la discapacidad. El mundo colonizado
y p os co lonial tiene recursos intelectuales. Tiene ideas, principios,
ag en das de investigación, formas artísticas y religiones que pueden
ahonar a las luchas para superar la marginalidad, prevenir daños y
hace r escuchar la voz de los grupos discapacitados ( veáse De Clerck,
20 1 1 ) .
Empecé con una cita de un escritor cristiano. M e gustaría fina­
l izar con un escritor musulmán y con un principio islámico. El es­
crito r es el sociólogo y teólogo Ali Shariati, quien habla del islam
como una religión comprometida socialmente:

El islam es una religión realista y ama la naturaleza, el poder, la belleza, la


riqueza, la prosperidad, el progreso, y la realización de las vidas de todos los
hombres. Su Profeta es un hombre de vida, política, poder e incluso belleza.
Su libro, más que preocuparse por la metafísica y la muerte, habla acerca de la
naturaleza, la vida, el mundo, la sociedad y la historia [ . . . ] Invita a las personas
a rendirse a sí mismas ante Dios e insta a la rebelión en contra de la opresión,
la injusticia, la ignorancia y la desigualdad (Shariati 1 986: 43-4 ).

Para Shariati, el principio teológico fundamental de la unidad e in­


di v isibilidad de Dios ( tawhid) tiene corno corolario la unidad de la
raza humana y un poderoso principio de igualdad. N ingún humano
tiene el derecho de erigirse en dios sobre los otros humanos. Y nin­
gún hombre, o mujer, es una isla . . .
3 . Noticias desde el frente de batalla:
experiencias de funcionarios del sector
público con la reforma de género1

Introducción

l activismo feminista en las pasadas tres décadas ha tenido un

E impacto profundo aunque desigual en la cultura contemporá­


nea, particularmente en el Estado. A lo largo de estas décadas
ha habido un debate feminista intenso acerca de la naturaleza del Es­
tado moderno y sobre cómo --o si es que de algún modo- las muje­
res podrían participar ( Borchorst 1 999; MacKinnon 1 989; Watson

1 990 ) .
El Estado es un tema en la política de género, tanto porque las
instituciones estatales están profundamente inmersas en el orden

1 Este ensayo se basa en la investigación realizada como parte del proyecto


" I g ual dad de género en las dependencias públicas" ( IGDP) . Agradezco tanto a los
mie mbros de las cinco dependencias del sector público que me brindaron su tiempo,
su info rmación y su confianza como a los muchos colegas que han colaborado a lo
l argo de este
proyecto: los coinvestigadores, los representantes de nuestros socios
i n du str ial es y el personal del proyecto. Quienes han estado más involucrados en
es t a par te
del proyecto son los coinvestigadores Toni Schofield y Sue Goodwin,
� in tegrantes del personal del proyecto Kathy Edwards, Celia Roberts, Virginia
atson y Juli an Wood, nuestras socias industriales Philippa Hall y Jennifer Perry,
Y l s fu nci onarios de las dependencias públicas a quienes lamentablemente no pue­
o
do nombrar debido a los acuerdos de confidencialidad. El proyecto IGDP recibió
fin anci ami ento principalmente del Australian Research Council, y fondos para so­
c ios industr iales de dos dependencias gubernamentales de Nueva Gales del Sur, así
co m o con tribuciones en especie de siete dependencias gubernamentales de Nueva
c_:Ja le s del Sur y de la Universidad de Sídney. Las opiniones aquf expres adas son
un 1came nte las de la autora y no reflejan necesariamente los puntos de vista de nin­
!.(U n a de las dependencias participantes.
60 D i n á m icas de género

de género como porque el poder estatal tiene cierta capacidad para


configurar las relaciones de género a gran escala. Las organizaciones
estatales, incluidos los parlamentos, las cortes, las fuerzas militares y
las dependencias civiles, son por sí mismas inequitativas en cuanto
al género y son, por lo tanto, objetivos directos de reforma. La Pla­
taforma de Acción adoptada en la Conferencia Mundial sobre la
Mujer, celebrada en Beij ing en 1 995, advirtió la insuficiente repre­
sentación de las mujeres en casi todos los niveles de gobierno: "En
el mundo, solo 1 0% de los escaños de los órganos legislativos y un
porcentaje inferior de los cargos ministeriales están ocupados por
mujeres". Las políticas estatales, como aquellas que definen los regí­
menes de bienestar social, dan cuerpo a las configuraciones de géne­
ro y estructuran las relaciones de género en los mercados laborales, los
lugares de trabajo y los hogares (Connell 200 1 ; O'Connor, Orloff y
Shaver 1 999; Naciones Unidas 200 1 : 1 09- 1 1 0 ) .
Por lo tanto, no resulta sorprendente que los movimientos femi­
nistas en diversos países se hayan ocupado del Estado y que frecuen­
temente hayan buscado trabaj ar desde su interior. La idea de crear
un "Estado amigable para las mujeres", un término introducido en
la década de 1 980, ha tenido gran atractivo, aunque su éxito es muy
debatido. Durante la década de 1 990 la estrategia para la "incorpo­
ración" de la igualdad de género se volvió influyente a nivel inter­
nacional. Los intentos para reformar las configuraciones de género
continúan por parte de los organismos internacionales, así como por
parte de los nacionales y locales ( Borchorst y Siim 2002a; Breines,
Gierycz y Reardon 1 999; Mackay y Bilton 2000; Stetson y Mazur
1 995 ) .
E l feminismo australiano, que surge e n u n país famoso por su
"talento para la burocracia", ha sido uno de los líderes en los inten­
tos para lograr la reforma a través del Estado. Una campaña de mu­
chos años para hacer judicialmente exigible la igualdad salarial se
amplió en las décadas de 1 970 y 1 980 con demandas por la igualdad
plena en los lugares de trabajo, asistencia infantil financiada por el
Estado, el resarcimiento de las desigualdades en la educación pública
y los servicios de salud, así como la eliminación de la discriminación
en la vivienda, el sistema bancario y otros sectores de la economía. En
las mismas décadas, un número creciente de feministas australianas
trabaj ó desde dentro de las estructuras estatales. A estas el movi­
miento de muj eres de base las denominó "femócratas", un término
a la vez j ocoso y crítico. A pesar de la crítica, las femócratas pronto
Noticias desde el frente de batalla 61

c on si gu ieron l a creación de unidades de equidad d e género e n mu­


c h as in stancias de gobierno, con lo que consiguieron visibilid ad en
J os de bates sobre la política y empuj aron medidas para la igualdad
d e op ort unidades y en contra de la discriminación. La barrera que
i m pe día a las mujeres acceder a los altos cargos gubernamentales
se rom pió;
por ejemplo, el número de mujeres en el sector público
d e l Ser vicio Civil de Alta Dirección de Nueva Gales del Sur había
au me ntado a 20% para finales de la década de 1 990 y se ha incre­
mentado nuevamente desde entonces ( Eisenstein 1 996; Franzway,
Courty Connell 1 989; O'Donnell y Hall 1 988; ODEOPE 1 999 ) .
Tales cambios n o han sido fáciles. Como l o demuestran las en­
trev istas de Eisenstein ( 1 996) con las femócratas australianas, las
iniciativas de reforma de género frecuentemente encontraron resis­
tencia por parte de los hombres en los partidos políticos y en la buro­
cracia, y en algunas ocasiones también por parte de las mujeres. El
trabajo pionero de Yeatman ( 1 990) mostró que las medidas para la
igualdad de oportunidades se introdujeron en un contexto de refor­
ma al sector público que tenía otras agendas poderosas, por lo que
los efectos de la equidad de género han sido complicados debido
a los recortes, el corporativismo y las nuevas técnicas de adminis­
tración pública. En algunas áreas de la política pública australiana
-educación, salud y derecho familiar son las más conspicuas-- hubo
una muy notoria contraofensiva de los "derechos de los hombres" en
la década de 1 990 en contra de las medidas diseñadas para benefi­
c iar a las mujeres y a las niñas. La llegada de un gobierno federal de
derecha en 1 996 llevó al retiro del financiamiento a las organizacio­
nes de muj eres y al desmantelamiento de mucha de la maquinaria
nacional para la equidad de género. En los años recientes, la política
d e eq uidad de género ha dependido mayoritariamente de las enti­
d ades estatales, que tienen un poder considerable dentro de la cons­
titución federal australiana (Eisenstein 1 996; Lingard y Douglas 1 999;
S chofi eld 2004; Yeatman 1 990) .
La reforma de género se h a sostenido tanto por e l esfuerzo con­
t i nuo de las reformadoras dentro de la burocracia como por el apoyo
P o pul ar fuera de ella. El apoyo a la equidad de género -al menos
como principio-- ha crecido históricamente y se encuentra ahora
a mplia mente difundido tanto entre los hombres como entre las mu­
i e res en la mayoría de los países desarrollados. Entre los datos de la
e nc uesta nacional australiana, Baxter ha encontrado un apoyo mayo­
r it ar io a las medidas de flexibilidad en el lugar de trabajo, un resul-
62 D inámicas de género

tado ampliamente confirmado por la investigación de Pocock sobre


la conciliación entre trabajo y vida personal, aunque ambas autoras
advierten un factor de conservadurismo de género en la ideología
popular acerca de la familia ( Baxter 2000; Mohwald 2002; Pocock
2003 ) .
Dada la importancia del sector público en la reforma de género
y la turbulencia de esta historia, es importante saber lo que ha sig­
nificado la reforma de género dentro de las dependencias guberna­
mentales mismas. ¿Qué ha pasado en "el frente de batalla" cuando
las personas que laboran en el sector público se han topado con los
programas introducidos por las feministas o introducidos por pre­
siones feministas ? Este es el problema del que se ocupa este ensayo,
utilizando datos recolectados en un estudio reciente de equidad de
genero en el sector público en Nueva Gales del Sur (NGS ) .
El ensayo buscará analizar primero dos cuestiones objetivas: ¿qué
saben los trabaj adores del sector público de las iniciativas de refor­
ma de género ? y ¿qué tanto las apoyan ? Las evidencias respecto a es­
tos dos temas conducen a otras dos preguntas: ¿cuál es la postura de
los hombres del sector público en el proceso de reforma de género ?
y ¿cómo se han vuelto rutinarias las iniciativas feministas dentro
de las dependencias del sector público ? Tras intentar responder estas
preguntas, consideraré las implicaciones para la reforma de equidad
de género en general.
El estudio se fundamenta en un modelo relacional de género que
considera que las posiciones de mujeres y hombres están constitui­
das por una estructura compleja de relaciones sociales: relaciones de
poder, relaciones económicas, relaciones emocionales y culturales.
Tal enfoque del género hace posible ver a las organizaciones como
las portadoras mismas de los patrones de género, cada una institu­
cionalizando una cierta división del trabajo de acuerdo con el género,
una cierta definición cultural de hombría y feminidad, etc. El patrón
continuado de las relaciones de género en una organización puede
llamarse su "régimen de género". Es poco probable que esto sea
simple porque los procesos sociales construyen configuraciones de
género múltiples. En cualquier organización habrá más de una forma
de masculinidad y más de una forma de feminidad, aunque es proba­
ble que ciertos patrones sean hegemónicos. Por lo tanto, no podemos
esperar un patrón único de política de género dentro del Estado, sino
que estaremos buscando la diversidad de respuestas a la reforma de
género (Acker 1 990; Connell 2002) .
Noticias desde el frente de batalla 63

El e studio

E l p royec to "Igualdad de género en las dependencias públicas" ( IGDP )


fu e un a iniciativa conjunta del gobierno estatal de NGS e investiga­
dore s universitarios, un programa multiestudio que pretendía ofrecer
daros e ide as para un nuevo entendimiento acerca de la equidad de

g éne ro. ( Para otros informes del programa véase Schofield y Good­
win 2 006, Connell en prensa. ) Los datos contenidos en este ensayo
pro vienen de las entrevistas llevadas a cabo durante un estudio de
ca mpo de regímenes de género en sitios de trabajo específicos.
El estudio examinó diez sitios: dos en cada una de las cinco depen­
den cias. Las dependencias participantes fueron tanto dependencias
cent rales como dependencias ejecutivas. El estudio comprendió una
variedad de industrias y funciones gubernamentales, incluyó tanto
constituciones departamentales como corporativas, y varió notoria­
mente en tamaño y organización interna. En cada dependencia se
escogió un sitio encargado de la administración central o de los pro­
cesos de elaboración de políticas y otro sitio más directamente in­
volucrado con la operación o la prestación del servicio. Este estudio
reflej a en un grado razonable la diversidad organizacional dentro del
sector público de NGS.
El trabajo de campo se llevó a cabo de mayo de 200 1 a octubre
de 2002. Buscamos entrevistar a personas de todos los niveles organi­
z a c ionales dentro de cada sitio y de los principales grupos ocupa­
cionales en su interior. Las entrevistas focalizadas cubrieron cuatro
dime nsi ones de las relaciones de género en el lugar de trabajo (divi­
sió n del trabajo, autoridad, catexis y simbolismo; para las definiciones
v é ase Connell 2002 ) y también exploraron la conciliación entre tra­
baj o y vida personal, trayectorias profesionales y programas de equi­
d ad de género. Se preguntó a las personas participantes lo que sabían
ac erc a de los programas de equidad de género, así como sus perspec­
t i vas respecto de los temas de equidad de género y muchas dieron
e x plicaciones detalladas de sus experiencias y problemas.
Las entrevistas hicieron hincapié en las prácticas y las experien­
ci as, no solo en las actitudes. La mayoría de las entrevistas duraron
e ntre 40 y 80 minutos, y se grabaron con el consentimiento de los
Part ic ipantes. Se completaron y transcribieron 1 07 entrevistas. Dado
que el balance de género en los sitios de trabajo pequeños varía
co n siderablemente, no se hizo ningún intento para entrevistar igual
n ú mero de muj eres y de hombres en cada sitio, pero se entrevistó
64 D inámicas de género

a algunos hombres y a algunas muj eres en todos los lugares, lo que


arrojó un total de 58 mujeres y 49 hombres. En dos sitios, un inves­
tigador pasó aproximadamente tres semanas como observador.
Las transcripciones se sometieron a un proceso de análisis com­
plejo y cuidadoso. Se resumió e indexó cada entrevista, de acuerdo
con el marco conceptual. El mismo plan de indexación se aplicó
a las notas de campo de los observadores. Se escribió un inform e
exhaustivo para cada uno de los diez sitios, que resumía e ilustraba la
evidencia aportada por los participantes. Los borradores del informe
del sitio se discutieron con los representantes de las dependencias
involucradas para corregir errores y, posteriormente, los trabajó el
comité de dirección del estudio. En estas reuniones, empezaron a
emerger las comparaciones entre los sitios. Se escribió entonces un
informe general sobre el estudio y este también se trabaj ó con los
representantes de las dependencias.
Por acuerdo con las dependencias participantes, los informes muy
detallados del sitio continúan siendo confidenciales, pero son la base
para los que se publicaron del estudio como un todo. En este ensayo
no se nombran ni los sitios ni los participantes y se omiten los datos
de identificación. No obstante, el argumento se ajusta a la evidencia
y a la interpretación establecida en los reportes detallados de los sitios.
Por lo tanto, nuestra información no se asemej a a la de una encuesta
transversal, sino que incluye narrativas y recuentos contextualiza·
dos en un conjunto de lugares de trabajo con diferentes regímenes
de género.

Conocimiento acerca de la reforma de género

Hay una clara conciencia entre nuestros participantes de que la vida


en el sector público ha cambiado en el lapso de la última generación.
El emblema del cambio es el creciente número de mujeres en posi·
dones de altos cargos de dirección. Como lo describe un participante
del Sitio 3, en una dependencia de recursos humanos:

Si tú anuncias ahora un puesto de trabajo [en esta dependencia) hay realmente


una presencia muy fuerte de mujeres en el campo. Y yo creo que hay tantas
mujeres, desempeñándose con tanta fuerza, que sabes que hay una masa críti·
ca. Uno puede decir que no están hasta arriba [es decir, en los puestos superio·
res] pero hay un proceso evol utivo, y una masa crítica tan grande que, tarde
o temprano, digo, estamos em pe z ando a verlo en cierta medida ahora en el
Noticias desde el frente de batal la 65

se ctor púb lico. Hay una cantidad monstruosa de mujeres en trabajos de Direc­
c ió n G eneral y Subdirección General. Yo creo que es un proceso inevitable.

H a y en to nces un reconocimiento ampliamente difundido de algún


ti p o d e éx ito de las reformas de género. ¿Qué pasa con los programas
re a le s ? Algunas medidas de reforma de género son bien conocidas en
to d os los sitios. Se mencionan frecuentemente cuatro: el programa
Vocera de desarrollo de personal, diseñado específicamente para mu­
j e res; las reglas de igualdad de oportunidades en el nombramiento
y l a p romoción; el horario de trabajo flexible, mejor conocido como
l as medidas "amigables para la familia", y los procedimientos de
denuncia de acoso sexual.
En las entrevistas individuales, también se mencionaron una gran
variedad de medidas, algunas propias de ciertas dependencias. Las
medidas incluyen: una guardería, una norma en contra de la porno­
grafía en el lugar de trabajo, un programa de mentaría para mujeres,
permisos parentales, una política de representación de género equi­
tativa en los consejos consultivos, un programa de capacitación para
personas seleccionadas conforme al mérito, el reacondicionamiento
Je los edificios que contaban con baños para un solo sexo, una estra­
tegia específica a favor de las muj eres por parte de la dependencia,
u n p rograma enfocado a mujeres pertenecientes a grupos étnicos es­

pec íficos, programas de género específicos para la juventud, un pro­


grama de equidad de género multifocal para toda la dependencia y
el P l an de Acción para las mujeres de todo el sector.
Estas "menciones" por parte de los trabajadores de base reflejan
el a lcance y la diversidad del reciente esfuerzo para promover la equi­
dad de género en el sector público de NOS . Provienen de una amplia
ga ma de participantes y de todos los sitios de trabajo. Este descubri­
mi en to debería complacer a las defensoras de la equidad de género.
Parece haber un alto nivel de reconocimiento de ciertos programas
i mp ortantes y una amplia difusión de otras iniciativas.
Sin embargo, también debe decirse que el conocimiento acerca
de estos programas es extremadamente dispar. En algunos sitios, por
ej e m plo el 8 y el 9, hay un alto nivel de conocimiento, tanto de los
deta lles de los programas como del principio de equidad de género.
En otros sitios, por ej emplo el 2 y el 6, se mencionan menos pro­
g ra mas y con menor detalle. Al parecer, esto depende tanto de la
ma yor intensidad del debate sobre género en c i ert as de p e nd e nc i as
como del trabajo espe cífico que se ha hecho en sitios particulares.
66 Dinám icas de género


El Sitio 8, por ej emplo, se ocupa de cuestiones de políticas en un a
dependencia en la que la reforma de género se ha debatido canden ­
temente en los años recientes. En contraste, el Sitio 2 realiza una
labor técnica en una dependencia de infraestructura que ha sido rees­
tructurada sin aspavientos y en donde los temas de género, aunque
ciertamente presentes, están apagados. Estos contrastes pueden, por
lo tanto, reflej ar las subyacentes distinciones de clase entre profesio­
nistas y trabaj adores manuales, así como el curso de la reforma de
género en dependencias específicas.
También hay grandes diferencias entre los individuos en un mis­
mo lugar de trabajo. Algunos participantes tienen un conocimiento
sofisticado y minucioso de los temas de equidad de género. Otros solo
tienen una conciencia vaga y estereotipada. Es significativo, aunque
difícilmente sorprendente , que el conocimiento de las medidas de
equidad de género sea generalmente mayor entre las mujeres que en­
tre los hombres.
Hay también un nivel de conciencia significativo, en diversos
sitios, de un programa de equidad de género que no existe. Un par­
ticipante en el Sitio 10, una dependencia central, resaltó que: "Es
realmente importante poner atención al hecho de que la equidad de
género no quiere decir que uno le dé un puesto a una mujer cuando
ella no cuenta con el mismo mérito que tiene un candidato varón".
Pero esto es justamente lo que un número de participantes en
otros sitios cree que sí pasa en el sector público hoy en día. Un nú><­
mero de participantes argumentaron, y algunos afirmaron saberlo por
experiencia propia, que hay un "sesgo" a favor de las mujeres en los
nombramientos, particularmente en los nombramientos de posicio­
nes directivas. Ellos piensan que la posición de las muj eres se ha
mejorado mediante "artilugios" que socavan la selección conforme
al mérito. Eso lo creen principalmente los hombres. Algunos recono­
cen que las mujeres estaban en desventaj a en el pasado, pero piensan
que ahora el péndulo se ha inclinado demasiado en la otra dirección .
La conciencia de las medidas de equidad de género no parece
depender mucho de las actividades educativas o de extensión for­
mal. Al preguntarle qué programas formales o estrategias habían sido
puestas en operación en el Sitio 3 y tras pensarlo detenidamente,
un director solo pudo decir el nombre de una empleada que había
asistido a un curso de desarrollo profesional para muj eres. Los par­
ticipantes en el Sitio 8, una agencia reguladora donde el nivel de
conciencia de género es bastante elevado, no pudieron recordar
Noticias desde el frente de b ata l la 67

,1 ct i vid ades de capacitación formal al respecto. Un participante en


e l S it io 2, donde el nivel de conciencia es menor, sí recordó una
ac
t i vid d de capacitación, y su testimonio da cuenta de la ineficacia
a
Je esta:

Creo que nos dieron una plática como de una hora hace cinco años, por ins­
truc c iones de la IOEA [Igualdad de oportunidad en el empleo y antidiscrimi­
nación) . Una ley nueva que había salido. Y básicamente aparecieron unas
personas con un fólder grande y apantallante y con un montón de folletos muy
v istosos, y nos dieron uno a cada uno y escribieron unas cosas en el pizarrón.
Para entonces había 1 5 tipos en el cuarto y, ya sabes, empezaron las típicas fra­
ses ingeniosas y las bromas y eso. Pero en realidad no nos hizo cambiar, porque

como que no trabajábamos con ninguna mujer [ . . . )

E l involucramiento real en los procesos de equidad de género pare­


cería ser una fuente más provechosa de entendimiento que una "ins­
trucción" como la antes referida. Una de las razones por las que las
mujeres generalmente conocen más las medidas para la equidad de
género es porque hay mayor probabilidad de que las hayan utilizado.
Casi todas las participantes que han hecho uso de las políticas de
a b o flexible fueron mujeres. En el Sitio 9, las tres personas que
tr aj
uti l izaron semanas laborales de cuatro días fueron mujeres. En el
Sitio 2, una mujer utilizó la opción de 90% de asistencias y otra mujer
usó la semana laboral de tres días. Este es el comentario de un direc­
tor sobre este tipo de participación en el Sitio 3, que refleja tanto
e l car ácter rutinario de estas medidas en cuanto derecho como los
te mas organizacionales que aún deben ser resueltos:

Otra empleada tiene un hijo que acaba de empezar la escuela, y eso le implica
a ella diferentes exigencias de tiempo. Ella ha negociado una carga de trabajo
<le j ornada parcial, en términos de horas. Pero la presión del trabajo implica
que su aportación aquí se vea comprometida [ . . . ) ha resultado ser muy difícil
para todos.

Excepto en una dependencia, solo participaron mujeres en las reu­


n i on es del programa de Vocera. Ese hecho ciertamente fue tema de
q u eja para algunos hombres. Las mujeres eran el objetivo de ciertos
Programas, como un programa de mentaría para ellas. Se recurrió
con escasa frecuenc ia a los procedimientos de denuncia de acoso
se x ual, pero en todas las ocasiones que escuchamos que se utiliza­
ron, fu eron esgrimidos por las mujeres.
68 Dinámicas de género

Hay entonces, a lo largo de los lugares de trabajo y los grupo5


dentro de esos lugares, una disparidad considerable sobre el conoc i.
miento de las medidas de reforma de género existentes. La amp lia
división de género respecto al conocimiento de la reforma de género
es predecible, pero aun así es perturbadora. En la medida en que la
consecución de la equidad de género depende de ganar el apoyo de
los hombres (Connell 2005a), aún hace falta una condición impor.
tante: el conocimiento básico de la estrategia entre los partidarios
potenciales.

Apoyo a la reforma de género

Los programas y las medidas de equidad de género no solo son cono­


cidos y usados de manera desigual, son también desigualmente acep·
tados. Los programas mencionados en la sección anterior empezaron
a separarse en grupos, en términos de aceptabilidad. En especial hay
una división principal entre programas "amigables para la familia"
-por ej emplo, las jornadas de horario flexible y las disposiciones
de permisos parentales- y los programas que podrían denominarse
programas de "impulso" a las mujeres, como el programa de menta­
rías, el programa de Vocera, y otros programas de capacitación.
Los programas amigables para la familia son ampliamente apo­
yados y raramente criticados. Esto parece ser una constante entre
los distintos grupos étnicos, clases y dependencias representados en
nuestras entrevistas. Las medidas amigables para la familia conoci­
das por los participantes incluyen las jornadas de horario flexible, el
permiso de maternidad, la posibilidad de trabaj ar una jornada par­
cial y la posibilidad de trabaj ar desde la casa ( al menos parte de la
jornada) . Los horarios flexibles son populares. Como una persona
con hijos del Sitio 7 expresó: "Es excelente, perfecto para mí". Las
actitudes favorables hacia las disposiciones de flexibilidad de hora­
rio entre nuestros participantes cazaron con aquellas de la encues ta
nacional reportada por Baxter ( 2000) .
En contraste, los programas de impulso a las mujeres son contro­
versiales. Algunos participantes los apoyaron y otros los criticaron .
Adicionalmente, hay una crítica aguda por parte de varios partic i ­
pantes hacia las medidas d e acoso sexual, al c onsiderar que puede
abusarse de estas fácilmente, y hacia el sup uesto "sesgo" a favor de las
mujeres en los nombramien tos de puestos directivos.
Noticias desde el frente de batal la 69

El principal motivo de crítica es que las medidas de impulso ofre­


cen u n beneficio para un grupo de trabajadoras que no está disponible
,ara el o tro grupo de trabaj adores. Algunos participantes afirmaron
�¡ue l os programas de corte feminista son injustos porque excluyen
a l os hombres y que la equidad solo se consigue si se ofrecen progra­
mas equi valentes para los hombres. Un segundo motivo de crítica es
q ue las medidas de impulso son divisivas, que insisten en una sepa­
ra ció n e ntre mujeres y hombres. La tesitura de estas respuestas se
re ílej a bien en una entrevista con un hombre en el Sitio l, una depen­
dencia de infraestructura, que comenta sobre el programa de Vocera:

Probablemente la única cosa que me molesta un poco es este Foro de las Mu­
jeres, o como sea que se llame. Creo que de verdad deberían deshacerse de eso,
y tener un foro como en el que estamos ahora [ . . ] en donde todos estemos
.

incluidos. Y sería bueno tener a todos ahí, y no sentirse como si fueras un


visitante porque eres un hombre o que las mujeres sientan que son visitantes
porque son mujeres. Creo que eso genera ese tipo de sentimientos a veces.

Esta crítica puede tener eco entre personas que de ninguna manera están
em p eñadas en una política de contraofensiva, quienes de hecho pue­
d e n estar fuertemente convencidos de la equidad de género. Tómese
en cuenta, por ej emplo, a la directora que dice: "Yo no me veo a mí
mis m a como mujer o como blanca". Ella es tanto mujer como blanca.
Al hacer esta afirmación no está negando su identidad, sino diciendo
con convicción que el género y la raza deberían ser irrelevantes en la
v i da organizacional. Muchos participantes de muchos sitios estarían
de acuerdo. Uno debería tratar a las personas como individuos, no
co m o miembros de una categoría. Desde una posición como esta, los
programas categoriales de impulso serían de una legitimidad dudosa,
mien tras que las políticas flexibles de empleo tendrían sentido, dado
q ue a mplían las opciones de las que disponen los individuos.
La mayor parte de las críticas provienen de los hombres, pero de
n i ng una manera todas ellas. La crítica más poderosa a los procedi­
rn i e ntos de denuncia de acoso sexual en todo el estudio provino de
un a mujer aborigen. No todos los hombres son críticos; en efecto,
h ay u n número significativo de hombres que respaldan con firmeza
t a nto las medidas de equidad de género como los princip ios. En casos
c o mo el del Sitio 1 0, una dependencia central con una alta propor­
ci ó n de profesionistas, parece que la equidad de género se ha vuelto
P a r t e integral de un respaldo más amplio a la j usticia social y a las
70 D i námicas de género

medidas de igualdad, tan común entre hombres como entre mujeres


en este sitio de trabajo.
Como se ha dicho más arriba, en su mayoría son las mujeres quie­
nes utilizan de hecho las políticas de empleo flexible amigables para
la familia. Esto no se debe a preferencias individuales, sino a que la
división del trabajo conforme al género en las familias australianas,
y específicamente en las familias de nuestras participantes, continúa
haciendo del trabajo doméstico y el cuidado de los hij os una labor
predominantemente femenina. Los hombres australianos como gru­
po han hecho poco en los años recientes para incrementar su con­
tribución al cuidado de los hijos y al trabajo doméstico ( Dempsey
1 997; Pocock 2003 ) . Podemos concluir que las medidas de equidad
de género que encuentran mejor aceptación son aquellas que refuer­
zan el orden de género existente en la sociedad, al responder a las
necesidades inmediatas de las muj eres en tanto esposas y madres.
Las medidas de equidad de género que hallan menor aceptación son
aquellas que confrontan o perturban el orden de género existente, al
responder a los intereses de largo plazo de las mujeres en ese terreno.

Temas de hombres

Estos patrones de conocimiento, apoyo y oposición apuntan clara·


mente a los problemas relativos a las posiciones generizadas de los
hombres en las dependencias del sector público. Hay un reconocí·
miento internacional creciente de que las políticas de equidad de
género en el pasado se enmarcaron de formas que condujeron a pro·
blemas sobre los hombres y los muchachos, y que tenemos que repen·
sar la relación de los hombres con los procesos de equidad de género
(Connell 2005a; Comisión de las Naciones Unidas sobre el Estatus
de las Mujeres 2004 ) .
Hallamos pocos discursos explícitos d e "contraofensiva" en
nuestras 49 entrevistas con hombres. Reservas, dudas y calificado·
nes acerca de los programas de equidad de género fueron las posturas
más comunes. En cierta medida esta moderación pudo haber sido
reflejo del diseño del estudio: no estábamos trabaj ando en lugares
en donde actualmente hay un conflicto de género grave. Pero escu·
chamas muchas historias, tanto de los hombres como de las mujeres,
acerca de tales conflictos en el pasado. Cierta mente hubo algunas
opiniones críticas acerca de temas de géne ro expresadas por los
Noticias desde el frente de batalla 71

lw in bres que, de haber estado e n un ambie nte más privado, hubie­


ni n p od ido derivar en una contraofensiva.
E n e l otro extremo, algunos hombres que en el estudio respalda­
n 111 fue rtemente las medidas de equidad de género procuraban asumir

u n co mp romiso con la equidad de género tanto en su vida privada


e ( Hno en su lugar de trabajo. El funcionario encargado de las denun­

c ias de acoso del Sitio 4, al que se hace referencia más adelante, es


u n e e mplo de los hombres que participan en el trabajo de equidad
j
de género. El espectro de respuestas entre los hombres de este estudio
e s típ ico del rango de las opiniones reveladas tanto en estudios sobre

las i d eolog ías de género de los hombres en las sociedades occidenta­


l e s como en la diversidad de los "movimientos de hombres" con sus
diferentes programas (Newton 2005 ; Zulehner y Volz 1 998) .
Es poco probable que los hombres s e vuelvan una fuerza unida
por la equidad de género, tanto por esta diversidad de opiniones
rnmo porque tienen colectivamente mucho que perder en términos
de ventaj a material. Pero algunos grupos particulares de hombr�s, y
ciertos hombres en particular, ofrecen recursos para la reforma de
género. En algunos sitios encontramos hombres en puestos directi­
vos que habían procurado orientar a las mujeres y promover una cul­
tura de equidad de género en sus unidades. Los hombres --en ciertos
ámbitos de sus vidas, como las relaciones con sus hijos- incluso
pudieron tener una ganancia significativa a partir de la reforma de
g énero.
Los hombres también se beneficiaron en el lugar de trabajo. Por
ej e mplo, una consecuencia del éxito de la equidad de género en el
trabajo es que las mujeres, una vez que ascienden a puestos de alto
nivel , están en posición tanto de orientar a los hombres como de
o ri en tar a las otras muj eres. Algunas muj eres en puestos directivos
en tre nuestras participantes ya estaban haciendo eso y algunos de los
h ombres participantes en el estudio estaban recibiendo ese tipo de
apoyo. L os temas implicados en la orientación a los hombres por parte
de mu eres, las formas de hacerlo bien y los temas de capacitación
j
r ela cionados son todos dignos de atención.
Podemos esperar complicaciones a partir del involucramiento de
los h o m bres en los procesos de equidad de género, puesto que uno
de l os descubrimientos clave de la investigación moderna sobre los
h o mbres y el género es que hay múltiples patrones de masculinidad
( Connell 200 5c ) . Una fuente significativa de divers idad son las tra ­
d i c io nes étnicas, que van desde las patriarcales hasta las igualitar ias
72 D inám i cas de género

( Da 2004 ). Como se nos dijo en más de un sitio, las construcciones de


masculinidad étnicamente específicas pueden ser un problema para
los trabajadores del sector público. Esto puede surgir en las relaciones
de las dependencias con la comunidad; un ejemplo local perturbador
es la interacción entre la policía de Sídney y la juventud libanesa mas­
culina ( Collins et al. 2000). El tema también puede surgir dentro de
los lugares de trabajo del sector público. Aquí, por ejemplo, se pre­
senta a una muj er del Sitio 5 que reflexiona acerca de las razones
para lps buenas relaciones de género en el lugar de trabajo:

Creo que las relaciones están cultural y étnicamente prejuiciadas. Porque ade­
más de A, los hombres en este lugar, ya sabes, uno es de [un pafs europeo), uno
es de [un pafs asiático], B es de [un pafs asiático], y uno es gay. Asf que es como
si no . . . ellos son tipos de hombres totalmente distintos con quienes trabajar.
No estoy segura de cómo sería eso con algún sujeto de tipo machín.

Es casi seguro que la pluralidad de masculinidades crecerá en la medi­


da en que la diversidad de la fuerza de trabaj o en el sector público
crezca. Por el momento, en la medida en que las políticas de género
se dirigen a los hombres en su conjunto, lo hacen categóricamente:
al poner a todos los hombres juntos en un cajón y a todas las mujeres
juntas en otro. Con la diversidad social creciente esto se volverá aún
más inadecuado de lo que es ahora como un modo de pensar acerca
de los temas de género.

La reforma hecha rutina

Dados los sentimientos encontrados acerca de los programas de la


reforma, podríamos esperar un rango de actitudes hacia el feminis·
mo como un movimiento activista, y eso es lo que encontramos .
Algunos participantes piensan que las feministas tienen "algo que
demostrar" en contra de los hombres, están "cegadas" en su apoyo
a las mujeres, o son arribistas: "Debo decir que estoy preocupado
por las mujeres que hacen carreras aprovechándose del hecho de ser
muj eres. Yo solo seguí adelante e hice el trabaj o". Puede que las
feministas hayan tenido razón hace algún tiempo, pero "han exage ­
rado las cosas, sabes . . . yo misma creo que es estúpido".
Estos dos comentarios provienen de un hombre y una muj er en
el mismo sitio de trabaj o. Aquí el feminismo se ve como divisivo.
Noticias desde el frente de batal la 73

A l t e r na tivamente,
podría pensarse en él co mo una distracción de
ot ros t em as de igualdad, tal como argumenta un director de alto nivel:

Tú puedes ser una chica de Abbotsleigh [una escuela privada de élite] y en­
volv erte en la bandera de la acción afirmativa y muy fácilmente sobrepasar al
hombre aborigen de Wilcannia [un pueblo del interior remoto y semiárido de
Australia) [ . . ] La acción afirmativa es una filosofía egocentrista de la clase
.

media o al menos esa es la forma en la que tiende a practicarse en el sector


p úblico.

Pe ro entre nuestros entrevistadas también hubo fuertes partidarias del


feminismo, especialmente algunas mujeres mayores que habían par­
t i c ipado activamente en las campañas para lograr la remuneración
igual para hombres y mujeres o para levantar las barreras a la promo­
c ió n en el sector público. Algunas de las mujeres han reflexionado
profundamente sobre los problemas estratégicos de la reforma de
género, como esta participante del Sitio 10:

E l género e s una cosa interesante, sabes. Porque, por u n lado intentamos una
sociedad sin género, todos somos iguales. Pero por el otro, hay todas estas cosas
constantes que dicen que las mujeres no son iguales a los hombres. Es un dilema
interesante. Porque en el ambiente de trabajo intentamos ser iguales, pero la
cultura de la comunidad es tan opresiva para las mujeres, sabes, y coloca a las
mujeres como objetos sexuales. Y eso es muy difícil de combatir.

En tre las mujeres más jóvenes en ocasiones escuchamos el argumento


"No soy feminista pero . . . ". Estas son mujeres que dan por sentada
la equ idad de género. Piensan que el feminismo es anticuado, pero
pen sarían que las mujeres que dependen de los hombres son más an­
ti c uadas aún.
Sin embargo, a medida que los programas de equidad de género
se desarrollan, las actitudes personales hacia el movimiento feminista
impo rtan menos, dado que la reforma se institucionaliza en la for­
ma de mecanismos administrativos habituales. En el mismo sitio en
d onde un empleado salió con la típica frase de "han exagerado las
cos as", había una familiaridad considerable con (y una aprobación
gen e ral de) la remuneración equitativa, las medidas de permisos de
matern idad, los procesos de igualdad de oportun idades en el empleo y
ant id iscriminación ( IOEA ) , las medidas antidiscrimi nación y el pro ­
g ra ma de Vocera. Parte del personal en este sitio ha tomado cursos
74 D inám icas de género

de capacitación pertinentes, algunos sabían dónde hallar las políti­


cas relevantes en los sitios web y otros sabían bastante acerca de la
historia de la equidad de género. En este sitio, los procedimientos
de equidad de género se han vuelto parte del mobiliario de la ins­
titución.
Al ser cuestionado acerca de la conciencia de la gente respecto
de la diferencia de género, un participante del Sitio 7 respondió:

Probablemente no mucha, creo, en el sector público. Porque te lo han repeti·


do una y otra vez con directrices, políticas, procedimientos, así que probable­
mente ya no lo notas tanto. Y como al ser la persona que se supone que debe
estar transmitiendo este mensaje a la gente, creo que de cierta manera sientes
como si tuvieras que modelar algún tipo de comportamiento.

En tales entornos --en términos del marco conceptual delineado al


principio de este ensayo-- los procesos de equidad de género se han
convertido en parte del régimen de género de la organización. La
"organización atravesada por el género" incorpora la equidad de gé­
nero (o al menos ciertas partes de la agenda de equidad de género)
en sus rutinas, de modo que el proceso de reforma no se ve como una
esfera de acción independiente.
Existen límites al proceso de convertir la reforma en rutina. Las
reglas pueden seguirse sin un compromiso organizacional profundo,
tal como un participante del Sitio 4, una dependencia de recursos
humanos, advirtió:

Tenemos un funcionario encargado de substanciar las denuncias de acoso, y en


esta [unidad) el funcionario es un hombre. Yo solía tener ese trabajo y ahora
él lo tiene, y está haciendo un buen trabajo. Así que ahí lo tiene, existe, y la
dependencia sí crea una conciencia. Pero no creo que realmente la haya: creo
que solo la hay en la superficie. Creo que es solo de aparador. No creo que sea
a nivel sistémico [ . . ]
.

También hay diferencias muy considerables entre los lugares de tra­


bajo en cuanto al grado en que se ha institucionalizado la reforma de
género. En el sitio mencionado anteriormente puede que sea parte
del mobiliario, y en el Sitio 4 es posible creer que, como nos dijo otro
participante, 90% de los problemas de género del sector público ya
se han solucionado. Pero también visitamos un sitio en donde, para
los hombres casados de la clase trabaj adora que formaban la ma­
yoría de la fuerza de trabajo, la equidad de género era una remota
Noticias desde el frente de batal la 75

ir i or i dad de los directivos sin ningún interés local; y un sitio en


�!ionde, pa ra las mujeres casadas de la clase trabaj adora que formaban
t
L na y oría
de la fuerza de trabajo, la flexibilidad amigable para la
fo tn ili a era vital, pero todos los demás componentes de la agenda de
e <.I u i dad de género parecían irrelevantes.

I m pl icaciones para la reforma de género

C o mo se afirmó en la introducción, el Estado es una arena crucial


para a l reforma de equidad de género. En Australia el sector público
es, en relación con su tamaño, un empleador más importante de mu­

j eres que el sector privado. El Estado ha sido más eficaz para promo­
ver a las mujeres a altos cargos y es, por supuesto, el sitio del poder
para crear reglas que abarquen a toda la sociedad, como las leyes con­
ra
t la discriminación.
Los datos de este estudio ofrecen cierto tipo de aliciente para
aquellas personas que libraron las batallas por la reforma de género.
L a equidad de género como principio es ampliamente aceptada a lo
largo del sector público de NOS. (Nuestras entrevistas se hicieron
con la profundidad suficiente para aseguramos de que esta no es solo
una opinión superficial.) Los programas principales son ampliamen­

te conocidos entre la fuerza laboral, hay un fuerte apoyo para algunos


de ellos y al menos apoyo parcial para los otros. Las mujeres general­
mente consideran al sector público como un buen empleador. Aque­
llas que están interesadas en la promoción de sus carreras sienten
que tienen oportunidades y aquellas que quieren flexibilidad debido a
s us obligaciones familiares generalmente pueden obtenerla. Los hom­
hres se encuentran divididos en sus opiniones respecto a la agenda de
l a refo rma, pero hay poca evidencia de una fuerte contraofensiva
Je su parte hacia esta, y algunos hombres son partidarios reales de la
eq uidad de género.
Sin embargo, el estudio también indica problemas significativos
e n e l frente de batalla para la estrategia de equidad de género actual.
L o s programas más importantes son ampliamente reconocidos, pero
e l c on ocimiento detallado de estos es muy dispar. Muchos de los par­
t i c i pant es tienen un conocimiento vago, en el mejor de los casos, y
en algu nos otros hay una franca desinformación, tal como la creen­
c i a de que hay una política actual para privilegiar el nombramiento
d e muj eres sobre hombres mejor calificados.
76 Dinámicas de género

Tal vez un problema más serio para la estrategia de equidad de


género son los distintos niveles de apoyo a los programas de pro­
moción de las mujeres y los programas amigables para la familia. El
problema principal aquí es que, debido a que las muj eres son quie­
nes principalmente usan las medidas amigables para la familia, la
"equidad de género" en el trabajo refuerza la inequidad de género
en el hogar. ( Para el resultado "familiar" de esto véanse los datos en
Bittman y Pixley 1 997; Pocock 2003 . ) La reforma en el lugar de
trabajo se convierte en un mecanismo para la reproducción de la
estructura de inequidad en las relaciones de género en un contex­
to más amplio (Connell 2005b). Mientras tanto, los programas de
promoción, que confrontan directamente las relaciones de género
desiguales en el lugar de trabajo, atraen un nivel más elevado de crí­
ticas y reciben un menor nivel de apoyo. No sería sorprendente des­
cubrir a algunos ministros o directores evadiéndolas. En efecto, en
las últimas etapas del proyecto IGDP, al menos una de las depen­
dencias hizo exactamente esto: convirtió el programa de Vocera en
un programa de desarrollo para todo el personal sin ningún tipo de
racionalidad de género.
Otro problema estratégico es la relación de las medidas de equi­
dad de género con los hombres. De acuerdo con nuestras entrevistas,
solo unos cuantos hombres solicitan las medidas de empleo de ho­
rario flexible para ellos mismos. Algunos hombres son fuertes parti·
darios de la equidad de género, pero como grupo tienen un nivel más
bajo de conocimiento acerca de los programas de equidad de género
y son menos propensos a apoyarlos. No obstante, los hombres par­
ticipan en la implementación de las políticas de equidad de género,
tanto aquellas que operan dentro de las organizaciones del sector
público (tales como la igualdad de oportunidades en el empleo) como
las que se dirigen hacia la comunidad externa. El apoyo o la falta de
apoyo a estas medidas por parte de los hombres es crucial para su efec­
tividad. Se puede pensar, según nuestras evidencias, que para muchos
hombres es más fácil moverse hacia prácticas de género neutrales en
el lugar de trabajo que contemplar cambios en la división del trabaj o
doméstico en el hogar.
Es importante considerar formas de involucramiento de los hom·
bres para e l apoyo a la equidad de género. Esto sería más factible
si las personas que diseñan las reformas de género consideraran su
impacto tanto en los hombres como en las muj eres y buscaran las
maneras en que las reformas pudieran mej orar tanto las vidas de los
Noticias desde el frente de bata l la 77

h o rn b res y los niños como de las mujeres y las niñas. Un ejem plo
c l á s ico se presenta en los dilemas de la conciliación entre trabajo y
v i da personal que involucra la responsabilidad de los hombres como
p a d res en relación con sus trabajos. Una masculinidad que valore
e l i n vo lu cramiento de los hombres con los niños se puede apoyar
m edia nte políticas de equidad de género bien diseñadas. Entre nues­
tros pa rticipantes de NOS, las mujeres fueron quienes principalmente
uti l i za ron el permiso parental. Sin embargo, unos cuantos hombres
Lid s e c tor público de NOS también lo utilizaron y muchos más hubie­
ra n podido hacerlo. En el resto del mundo hay modelos de permisos
p a re ntales que tienen un buen nivel de aceptación tanto de los pa­
d res como de la madres. Al revisar las experiencias escandinavas de
l a reforma de género, Holter ( 2003 : 1 26 ) señala:

El "experimento" nórdico ha demostrado que una mayoría de hombres puede


cambiar sus prácticas cuando las circunstancias son favorables [ . . . ] Cuando
las reformas o las políticas de apoyo están bien diseñadas y enfocadas hacia un
proceso cultural de cambio en marcha, el apoyo activo de los hombres por
un estatus de equidad de género se incrementa.

El proceso central que hemos observado en este estudio es hacer


r utinarias las iniciativas feministas: las consecuencias en el frente de
batalla de la larga lucha de los movimientos de mujeres en la arena
estatal (Curthoys 1 988; Eisenstein 1 996) . Para aquellos que ven el
feminismo básicamente como un movimiento personal y social, el ha­
ce r que las iniciativas sean rutina contradice la esencia del cambio.
A un así, el hacerlas rutinarias es la clave para la reforma de género
a gran escala si el cambio llega a ocurrir mediante la agencia del
Es tad o. La trascendencia de este proceso burocrático se demuestra
en n uestras propias entrevistas, donde la participación de nuestros
e ntrevi stados en los programas de reforma de género dentro de las
J e pe nd encias parece ser una influencia clave para la comprensión de
los te mas de género.
En una sección anterior señalé algunos límites a la efectividad
J e las medidas de equidad de género que devienen rutinarias: un dife­
ren te grado de asimil ación entre los diversos sitios y políticas dis­
t i n ta s, y dependencias que acompañaban los movimientos sin un
c o mpromiso real de cambio. Ante la ausencia de un resurgimien­
to i mportante del activismo social en los mov imientos de mujeres, es
importante hacer más efectivas las medidas de equ idad rutinarias.
78 Dinám icas de género

Un ejemplo tiene que ver con los problemas de conocimiento


dispar. Las medidas de equidad de género específicas pueden tener
efecto sin tener un reconocimiento extendido. Pero no hay duda de
que una comprensión y un reconocimiento más amplios incremen­
tarán la efectividad de la gama de políticas y programas de equidad de
género como un todo. Por lo tanto sería útil definir el nivel básico
de conocimiento acerca de las medidas de equidad de género que
los trabaj adores del sector público deben tener, y desarrollar técni­
cas --especialmente la educación en el lugar de trabajo-- mediante
las cuales este nivel pueda alcanzarse universalmente.
Otro ej emplo tiene que ver con la desviación hacia un enfoque
de "neutralidad de género" en los programas de la reforma. El am­
plio rechazo a la acción afirmativa, observado en las críticas hacia
los programas de promoción de las muj eres, hace que un enfoque
de neutralidad de género sea la versión de reforma de género más
sencilla de implementar. Puede que ya se hayan alcanzado algunos
límites de la utilidad de esta estrategia sin género. Reflexionar sobre
este asunto, encontrar nuevas formas de "reintroducir el género" en
la reforma de género puede ser crucial para encontrar una salida al
punto muerto de las medidas "amigables para la familia", y encontrar
mejores maneras de comprometer a los hombres en las estrategias de
equidad de género.
Por "reintroducir el género" a la reforma de género quiero decir
reorientar la atención hacia las relaciones de género que constituyen los
grupos destinatarios de la política de equidad de género. Como Scho­
field ( 2004) sostiene en política de salud, son estas relaciones las que
definen los problemas a los que las políticas de género pueden y de­
ben abocarse. En lugar de replegarse hacia una política de neutralidad
de género única necesitamos reconocer las situaciones específicas en
las que se encuentran los grupos de hombres y mujeres, no solo en sus
lugares de trabajo, sino en el contexto más amplio de sus vidas. De­
bemos reconocer, por ejemplo, las diferentes configuraciones de los
temas de género que enfrentan las mujeres casadas que tienen pesa­
das obligaciones en el cuidado de los hijos; las de las mujeres profe­
sionistas solteras que están construyendo carreras gerenciales; las de
las mujeres indígenas que administran los programas de apoyo para
sus comunidades; las de los hombres de la clase trabajadora que en­
frentan la destrucción de sus identidades laborales y de su seguridad
( todas estas situaciones que se presentaron en el curso del estudio
IGDP ) .
Noticias desde el frente de bata l l a 79

Con se mej ante enfoque podemos enfren tar, en vez de evadir, las
í c a s de "inj usticia" que se levantan en contra de los programas de
cr ti
ro in oci ón de las mujeres y mostrar cómo, en el contexto de las
rela­
�i t
111es de género, tales medidas incrementan la justicia en el lugar de

t rah aj o .
También podemos mostrar cómo las políticas de equidad
d g ner , aunque se ocupan sobre todo de las inequidades que opri­
e é o
!ll e n a las muj eres, pueden lógicamente ocuparse asimismo de las
d ifi c u lt ad es que afectan a los grupos de hombres.
La rel evancia del Estado en todo el proceso de la reforma de géne­
ro req u i ere que pensemos, con más cuidado de lo que lo han hecho
us u a l me nte los discursos sobre políticas públicas, acerca de la gente
que constituye el personal de las dependencias estatales. Necesitamos
e x am inar sus posiciones en las relaciones de género y los compromi­
sos c read os por sus situaciones. Este estudio ha demostrado el impacto

de las pasadas luchas de género sobre la actual fuerza laboral del sec­
tor públ ico y ha rastreado algunos de los dilemas que enfrentan los
i n tegrantes de esta fuerza laboral actualmente. Espero que también
haya de mostrado -en este momento histórico extraño, cuando el
apoyo formal a la equidad de género nunca ha sido mayor, pero las
med idas específicas son frecuentemente atacadas y las dependencias
de equ idad de género reciben fuertes presiones-, que aún hay posi­
b i l idades prácticas de crecimiento e innovación en la estrategia de la
reforma de género.
SEGUNDA PARTE

Los hombres y las masculinidades


4. Cambio de guardia: hombres,
masculinidades e igualdad de género

Introducción

a igualdad entre hombres y mujeres ha sido un principio legal

L internacional desde la Declaración Universal de los Derechos


Humanos de 1 948, y cuenta con gran apoyo en muchos países.
N o obstante, la idea de que los hombres desempeñan un papel espe­
cífico respecto a este principio apenas emergió hace poco.
Fueron las mujeres quienes introdujeron la igualdad de género a
l a agenda de las políticas públicas, y la razón para hacerlo era bastante
obvia: son ellas quienes están en desventaj a debido a los principales
patrones de desigualdad de género y quienes, por lo tanto, pueden
ex igir la reparación del daño. Sin embargo, también los hombres es­
tán implicados. Caminar hacia una sociedad con igualdad de género
req uiere modificaciones institucionales profundas, así como cambios
en la v ida cotidiana y la conducta personal, por lo que es necesario
u n apoyo social generalizado.

Asi mismo, cuando se trata de intereses económicos, poder po­


l ít i co, autoridad cultural y medios de coerción que las reformas de
géne ro intentan cambia r, las desigualdades de género reflej an en la
a ct uali dad que los hombres (o, por lo regular, grupos específicos de
h o mb res) controlan la mayoría de los recursos que se requieren para
i mple mentar las exigencias de j usticia de las muj eres. Los hombres y
l os ni ños son, en muchos y muy importantes sentidos, guardianes de
l a p ue rta hacia la igualdad de género, y la p regunta estratégica es si
e s tán dispuestos a abrirla para dar paso a grandes reformas.
84 Los hombres y las mascu l i n idades

En este ensayo se hace un repaso del surgimiento de la discusión


mundial sobre las reformas de igualdad de género y el papel de los
hombres, y se evalúan las posibles estrategias de reforma que los in­
volucran a ellos. Para esto es necesario examinar cómo se perciben
hombres y niños, las políticas de los "movimientos masculinos", los
intereses divididos de hombres y niños en las relaciones de género ,
y las evidencias surgidas a partir de la investigación sobre la conflic­
tiva y cambiante construcción social de las masculinidades.
Este texto surge a partir de mis propias investigaciones y de prác­
ticas en materia de creación de políticas públicas. Entre 2003 y 2004
estuve implicada en las discusiones de la ONU sobre "el papel de los
hombres y los niños en el logro de la igualdad entre los géneros".
Dichas discusiones culminaron en un encuentro en 2004 del que
surgió el primer documento a nivel mundial sobre políticas al res­
pecto, cuyos detalles comentaré más adelante.

Hombres y masculinidades en el orden mundial de género

En los años noventa del siglo pasado, en la metrópoli mundial, hubo


una oleada de preocupación popular por los hombres y los niños. El
poeta estadounidense Robert Bly publicó un libro titulado Iron ]ohn:
una nueva visión de la masculinidad ( 1 990) , que se convirtió en un
éxito de ventas e inspiró una serie de imitaciones. El libro de Bly se
popularizó porque ofrecía soluciones simples, en lenguaje profético,
a los problemas que inquietaban cada vez más a la cultura.
Algunos otros problemas específicos de hombres y niños también
atrajeron la atención pública en países acaudalados. Las respuestas
de los hombres al feminismo y a las políticas de i�aldad de género
han sido motivo de debate en Alemania y Escandinavia (Metz-Goc­
kel y Müller 1 985; Holter 2003 ) , mientras que en países anglófonos
ha habido menor entusiasmo por la "nueva paternidad" y ciertas du­
das sobre si hay auténticos cambios en el involucramiento de los hom•
bres al interior de la familia ( McMahon y Patton 1 999 ) . Ha habido
una angustia colectiva respecto al supuesto "fracaso " escolar de los
niños, así como también han surgido propuestas para la creación
de programas especiales para varones ( Frank y Dav idson 2007 ) . La
violencia que ejercen los hombres hacia las muj eres ha sido sujeta
a intervenciones prácticas y debates extensos (Heam 1 998) , y la re­
lación de los hombres con la ley está sie ndo cuestionada ( Collier
Cambio de guardia 85

7 ¡ O). A sim ismo, las cuestiones de salud masculina cada vez se discu­
;cnO más desde una perspectiva de género (Hurrelmann y Kolip 2002 ) .
Aunado a estos debates ha habido un desarrollo notable de inves­
r ü ; aci ones sobre las identidades y prácticas de género de los hombres,
L�s m asc u l inidades y los procesos sociales a través de los cuales se
c n n str uyen estas últimas. Se han creado revistas académicas para in­
\'c sti gacio nes especializadas, se han organizado múltiples congresos
y se ha i n crementado el número de publicaciones sobre el tema a
n i vel internacional. Asimismo, hoy en día contamos con una com­
pre ns i ón científica más sofisticada y detallada de las cuestiones de
] ns h o mbre s, la masculinidad y el género (Connell 2005 ) .
Esta serie de inquietudes está presente a nivel mundial. Los de­
hates sobre violencia, patriarcado y formas de cambiar la conducta
Je los hombres se han suscitado en países tan distintos como la India,
Alemania, Canadá y Sudáfrica. Las cuestiones de sexualidad masculi­
na y p a t e rnidad han sido discutidas e investigadas a lo largo y ancho

J e América Latina. En Japón, por su parte, se estableció un centro de


h ombres con un programa específico de reformas en donde se han
re al i zado congresos, y los debates mediáticos sobre los patrones tradi­
ci o nales de masculinidad y vida familiar continúan ahí (Menzu Sen­
ta 1 99 7 ). Incluso hubo un "seminario itinerante" sobre hombres,
masculinidades e igualdad de género que recorrió India (Roy 2003 ) .
E l esfuerzo científico también h a sido mundial. Literalmente,
e n cada continente las investigaciones han documentado construc­

ci o ne s muy diversas de la masculinidad, y la primera síntesis global


-e n fo rma de manual internacional de investigación sobre hom­
b res y masculinidades- se publicó en 2005 (Kimmel, Hearn y Con­
n ell 2005 ) . La rápida internacionalización de estos debates refleja el
h echo --c ada vez más reconocido por el pensamiento feminista­
J e ue las relaciones de género en sí mismas tienen una dimensión
q
i n t ernacional, pues el cambio en las relaciones de género se da a nivel
mu nd ial, aunque no siempre en la misma dirección ni al mismo ritmo.
Las dinámicas del orden mundial de género afectan a los hom­
bres con tanta profundidad como a las mujeres, aunque este hecho
ha s ido menos discutido. Estudios como el trabaj o etnográfico de
M a tt he w Gutmann ( 2002 ) , realizado en comunidades mexicanas
P o b re s, exhiben a detalle que las vidas de grupos específicos de hom­
bres están determinadas por las dinámicas económ icas y políticas
q u e operan en todo el m undo. Los distintos grupos de hombres ocu­
P an posiciones muy diferen tes en estas dinámicas, y no hay una sola
86 Los hombres y las mascu l i n idades

fórmula para explicar la intersección entre "hombres y globaliza­


ción". Sin embargo, lo que sí hay es una polarización cada vez mayor
entre hombres en el ámbito mundial. Los estudios sobre hombres de
clases dominantes ( Donaldson y Poynting 2007 ) evidencian que hay
una minoría privilegiada con sorprendente riqueza y poder, mientras
que cifras mucho mayores de hombres enfrentan pobreza, despla­
zamiento cultural, alteración de las relaciones familiares y renego­
ciación forzada de los significados de masculinidad.
Las masculinidades son patrones de prácticas de género construi­
dos socialmente, que se crean a través de un proceso histórico con
dimensión internacional. Ahora es evidente que la antigua investi­
gación "etnográfica" que ubicaba los patrones de género solo en un
contexto local es incompatible con la realidad. Por otro lado, in­
vestigaciones históricas, como el estudio que realizó Robert Morrell
( 200 1b) de las masculinidades de los colonizadores en Sudáfrica y
el estudio de los colonizados llevado a cabo por T. Dunbar Moodie
( 1 994 ), muestran cómo la cultura con perspectiva de género se crea
y se transforma en relación con la economía internacional y el siste­
ma político imperante. No hay razón entonces para no pensar que
este principio es asimismo aplicable a las masculinidades contempo­
ráneas.

Cambios en el terreno: el lugar de hombres y niños en los debates


sobre igualdad de género

En los documentos nacionales e internacionales sobre políticas pú ­


blicas relacionadas con la igualdad de género, las muj eres son el
tema del discurso político. Las instituciones o agenci �s que formulan,
implementan o monitorean las políticas de género por lo regular
tienen nombres que las mencionan a ellas, como "Departamento de
la Mujer", "Agencia para la Igualdad de las Mujeres", "Centro Pro·
vincial de las Mujeres" o "Comisión sobre la Condición de la Mujer" .
Dichos organismos tienen la obligación clara de actuar a favor de
las mujeres, pero no tienen una obligación igual de clara en cuanto
a los hombres. Los principales documentos sobre políticas públicas
relacionadas con igualdad de género, como la Convención de Na­
ciones Unidas sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discrimi­
nación contra la Mujer, no suelen considerar a los hombres como
grupo y rara vez discuten sobre ellos en términos concretos.
C a mbio de guardia 87

N o o bstante, los hombres aparecen como trasfondo a lo largo


ll e estos
documentos. En toda declaración sobre las desventaj as que
i:i Llc c en las mujeres existe una comparación implícita con los hom­
:, rc s c o m o miembros del grupo privilegiado. En discusiones sobre
\·i ol cia contra las mujeres, está implícito, y a veces explícito, que
en
lt lS hom bres son los perpetradores. En debates sobre género y VIH/
s i da , suele interpretarse que los hombres son el problema al ser por­
ra d ores y transmisores de la infección.
Cuando los hombres solo están presentes como categoría de fon­
dn en los discursos políticos sobre mujeres, es difícil plantear cues­
t i t m es so bre los intereses, los problemas o la diversidad de hombres
y niños. Esto solo podría hacerse desde una postura agresiva que
reafirme los "derechos de los hombres" o de plano desde fuera de la
infraestructura de género.
Por lo tanto, se puede afirmar que la estructura misma de las po­
líticas de igualdad de género abrió el hueco para la creación de polí­
t icas antifeministas. Los oponentes al feminismo descubrieron que
l os asuntos de hombres y niños eran terreno fértil, lo cual se ve con
mucha claridad en Estados Unidos, en donde autores como Christi­
n a Hoff Sommers ( 2000 ) , bajo la pretensión de defender a niños y
h om bre s , acusan amargamente al feminismo de ser injusto. Este tipo
de ideas no ha impulsado el surgimiento de un movimiento social,
a excepción de un movimiento a pequeña escala ( aunque activo y
e n ocasiones violento) de defensores de los "derechos paternos" en
casos de divorcio. Sin embargo, sus argumentaciones sí han atraído
co n fuerza a los medios masivos neoconservadores, los cuales les han
d a do difusión internacional.
Al gunos legisladores han intentado abarcar esta división refor­
i n ul a n do las políticas de igualdad de género como políticas paralelas
ra ra h o mbres y muj eres. Por ej emplo, en Australia se agregó un
d ocu mento sobre la "salud de los hombres" a otro sobre la "salud de
las muj eres" ( Schofield 2004 ) . En el mismo tenor, en algunos siste­
tn as edu cativos se ha incorporado una "estrategia para la educación
de l o s niños" a la "estrategia para la educación de las niñas" ( Lin­
ga rd 2003 ) .
Es to evidencia lo amplio que es el alcance de las cuestiones de
gé n e ro. Sin embargo, esta postura simplista podría debilitar el razo­
n a mie nto de las políticas originales, pues con facilidad dej a fuera
el ca rá cter relacional del género y, por lo tanto, tiende a redefinir
a muj eres y hombres, o a niñas y niños, como meros segmentos de
88 Los hom bres y las masc u l in i dades

mercado diferentes. Irónicamente, es posible que dicha postura ter­


minara promoviendo una mayor segregación de género, en lugar de
combatirla.
Por otro lado, incorporar los problemas de los hombres a la es­
tructura existente de políticas para las mujeres podría también de­
bilitar la autoridad que estas últimas han logrado conseguir en ese
terreno político. Por ejemplo, en el campo del género y desarrollo,
existen especialistas que argumentan que "incorporar a los hombres"
--en un contexto en donde estos siguen ostentando casi toda la au­
toridad económica e institucional- terminaría por socavar, en lugar
de impulsar, las iniciativas de igualdad de género (White 2000 ) .
E l papel d e hombres y niños e n relación con l a igualdad d e géne­
ro empezó a problematizarse en los debates internacionales durante
la década de los noventa (Valdés y Olavarría 1 998; Breines, Connell
y Eide 2000 ) , y el cambio se hizo evidente en la Cuarta Conferencia
Mundial sobre la Mujer, celebrada en Beij ing en 1 995 . El párrafo 25
de la Declaración de Beijing comprometió a los gobiernos participan­
tes a "alentar a los hombres para que participen plenamente en to­
das las acciones encaminadas a garantizar la igualdad". La detallada
Plataforma de acción que acompañaba la declaración replanteaba el
principio de repartición de poder y responsabilidad entre hombres
y mujeres, y argumentaba que las problemáticas de las mujeres solo
podían resolverse "en colaboración con los hombres" para alcanzar
la igualdad de género (párrs. l, 3 ) . La Plataforma de acción puntuali­
zaba también áreas específicas en donde era necesario y posible que
hombres y niños se involucraran: educación, socialización durante la
infancia, cuidado de hijos e hij as y trabajo doméstico, salud sexual,
violencia de género y equilibrio entre responsabilidades laborales y
familiares (párrs. 40, 7 2 , 83b, 1 07c, 1 08e, 1 20, 1 79 ) .
Los gobiernos participantes siguieron una línea similar e n l a vigé­
sima tercera sesión especial de la Asamblea General de Naciones
Unidas en el año 2000, cuya intención era hacer un repaso de la
situación cinco años después de la controvertida conferencia de Bei­
j ing. La Declaración política de dicha sesión subrayó aún más la res­
ponsabilidad de los hombres: " [Los países miembros de N aciones
Unidas] hacemos hincapié en que los hombres deben participar en
la promoción de la igualdad entre los géneros y compartir con las
mujeres esa responsabilidad" (párr. 6 ) . Los hombres seguían estando
al margen de un discurso político concerniente a las muj eres; no
obstante, la iniciativa de 2003-2004 fue un intento por cambiar esta
Cambio de g uard ia 89

. . 1 c i ón , para poner bajo el reflector el papel de los hombres en las


s i n1 '
�o l ít i cas de igualdad de género.

I nt e reses
divididos: apoyo y resistencia

L a p ro ble matización mundial de los hombres y las masculinidades


t i e ne algo sorprendente, pues en muchos sentidos la posición de
esro s no ha cambiado mucho. Los hombres siguen representando la
ex te nsa mayoría de los ejecutivos en las corporaciones, los profe­
s i o n istas de alto nivel y los poseedores de cargos públicos. En el
m u ndo , nueve de cada diez puestos de los gabinetes gubernamen­
ta les son ocupados por hombres, y casi la misma proporción ocupa
tanto las curules parlamentarias como la mayoría de los puestos más
altos en agencias internacionales. En conjunto, los hombres reciben
cas i el doble de ingresos que las muj eres, además de que disfrutan el
beneficio de las labores domésticas no remuneradas, por no mencio­
nar el apoyo emocional que brindan las mujeres.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo incorpora
con frecuencia una selección de estadísticas de esta naturaleza a su
i nforme anual sobre desarrollo humano en el mundo, y la combina
con un "índice de desarrollo humano relativo al género" y una "me­
d i c ión del empoderamiento de género". El resultado es apabullante:
un a tabla de países clasificados en términos de igualdad de género
que demuestra que la mayoría de los países del mundo está lejos de
alcanzar dicha igualdad. Está claro que, a nivel mundial, los hom­
bres t ienen mucho que perder en la búsqueda de igualdad de géne­
ro, pues, en su conjunto, ellos siguen recibiendo los dividendos del
patriarcado.
Ahora bien, esta forma de visualizar la desigualdad podría estar
o c u l tando tanto como lo que revela. Las relaciones de género tienen
rnú lt iples dimensiones, y los patrones de desigualdad en cada una de
e l l as pueden ser distintos. Si miramos por separado cada una de las
sube stru cturas de género, encontraremos un patrón de ventajas para
l os ho mbres, como también un patrón aledaño de desventaj as o
t o x icidad (Connell 2003 ) .
Por ejemplo, e n relación con la división sexual del trabajo, los
hombres colectivamente perciben el grueso de los ingresos en la eco­
nomía de mercado , además de que ocupan muy buena parte de los
Puest os gerenciales. Sin embargo, también aportan la fuerza de tra-
90 Los hombres y las masc u l i n i dades

bajo en muchas ocupaciones riesgosas, sufren la mayoría de los acci­


dentes industriales, pagan la mayor parte de los impuestos y están bajo
una mayor presión social de mantenerse empleados. En el terreno del
poder, son en su mayoría hombres quienes controlan las institucio­
nes de coerción y los medios para ej ercer violencia, pero también
son los principales blancos de violencia militar y ataques delictivos,
así como más hombres que mujeres son encarcelados y ejecutados.
Podríamos hacer un balance de los costos y beneficios para los
hombres según el actual orden de género, pero resultaría engañoso.
En términos amplios, las desventajas son las condiciones de las venta·
j as. Es decir, ciertos hombres no pueden retener el poder estatal sin
que otros hombres se conviertan en agentes de la violencia, como
tampoco pueden ser los beneficiarios del trabajo doméstico y de cui­
dados que realizan las mujeres sin que otros tantos hombres pierdan
la conexión íntima con sus hijos pequeños.
Asimismo, es importante recordar que los hombres que reci­
ben la mayoría de los beneficios y aquellos que pagan los costos no
son los mismos individuos. Como dice el dicho, los generales mueren
en sus camas. A escala mundial, los hombres que se benefician de la
riqueza corporativa, la seguridad física y los costosos sistemas de salud
pertenecen a un grupo muy distinto al de aquellos que aran la tierra
y excavan minas en los países en desarrollo. La clase, la raza y las
diferencias nacionales, regionales y generacionales atraviesan la ca­
tegoría "hombre", y determinan que la distribución de las ganancias
y los costos de las relaciones de género sean muy desiguales entre los
mismos hombres. Tampoco es sorprendente entonces que los hom­
bres respondan de formas muy diversas a las políticas de igualdad de
género.
Sin duda, hay un historial considerable de apoyo a la igualdad de
género por parte de los hombres. Intelectuales decimonónicos, como
Said Ahmad Khan, en la India, y John Stuart Mill, en Gran Bretaña,
defendieron la emancipación de las mujeres y su acceso a la educa­
ción. Muchas de las victorias históricas de los movimientos de mu­
jeres se han conseguido en alianza con hombres que en su momento
ostentaban la autoridad política u organizacional. Por ejemplo, la
introducción de medidas de igualdad de oportunidades laborales en
Nueva Gales del Sur, Australia, fue posible gracias al sólido apoyo
de dos hombres: el primer ministro y el líder de la comisión de refor­
ma del sector público ( Eisenstein 1 996) .
Cambio de g uardia 91

Lhoseseajem p los más prominentes de activis mo organizado entre


favor de la igualdad se han dado en el campo de la vio­
r
ho�¡.1 Je gé nero . La campaña del lazo blanco, la cual tiene fines de
lene - .,
edu c ac i ó n pu'bl't� a para hombres y n mos, surg10 en e anad a, y l uego se
' .

. e r n aci onaltzo. . Estos esfuerzos comenzaron en los noventa, y hoy


t
: d ía e x i s ten grandes campañas internacionales de investigación y
acc i ón s ob re el tema de la violencia. Los maestros del sexo mascu­

lino ta
mbién han desempeñado un papel activo en la creación de
p rog r a m as educativos para niños y hombres jóvenes con la inten­
ó
c i den apoyar la igualdad de género.
¡ Qué hay de las opiniones más generalizadas ? Encuestas de inves­
tig i ón europeas revelan que no hay consenso entre hombres ni a
ac
favor ni en contra de la igualdad de género. En ocasiones surge un
pat rón tripartito, en el que una tercera parte de los hombres apoya
el c a m b i o hacia la igualdad, una tercera parte se opone, y una ter­
cera parte se mantiene indecisa o neutra ( Holter 1 99 7 : 1 3 1 - 1 3 4 ) .
No obstante, l a evidencia proveniente d e las encuestas e n Estados
Uni d os, Alemania y J apón muestra una tendencia a largo plazo de
apoyo c reciente a la igualdad de género, en particular por parte
de las generaciones más jóvenes ( Mohwald 2002 ) .
Ex iste también evidencia significativa de l a resistencia d e hom­
bres y niños al cambio en las relaciones de género. Las investiga­
cio nes revelan niveles sustanciales de duda y oposición, en especial
e n tre ho mbres de mayor edad. El trabajo de investigación en lugares
de t ra b aj o y contextos corporativos gerenciales ha documentado
m uch os casos en que los hombres mantienen una cultura organi­
za c i onal altamente masculinizada que es inhóspita para las mujeres.
E n a l gu nos casos hay una oposición activa a las medidas de igualdad
de gé nero , y en otros se perciben esfuerzos muy sutiles para socavar­
las ( Co llin son y Heam 1 996 ) . La investigación en las escuelas tam­
b i én h a e ncontrado casos de varones j óvenes que ejercen control
de l a v ida social informal, y dirigen su hostilidad contra las niñas y
con t ra aqu ellos niños que consideran diferentes ( Holland, Ramaza­
nog l u , Sh arpe y Thomson 1 998) .
Alg unos hombres aceptan el principio de cambio, pero en la
Pr ác ti c a siguen comportándose de formas que preservan las desi­
� u a l<lades
de género. En las sociedades con una fuerte segregación
e gé n ero , para los hombres p uede resultar difícil ident ificar alter­

�<l ti vas o entender las experie ncias de las mujeres ( K andiyoti 1 994;
u l !e r 2 00 1 ; Meuser 2003 ) Otro tipo de oposición al cambio, más
.
92 Los hombres y las masc u l i n i dades

común entre hombres que trabaj an en empresas o en el gobierno,


rechaza las medidas de igualdad de género porque en general rechaza
toda acción gubernamental que promueva la igualdad, a la vez que
defiende la acción irrestricta del mercado.
Las razones de los hombres para resistirse incluyen el dividendo
patriarcal ya discutido y las amenazas a la identidad que conlleva el
cambio. Si las definiciones sociales de masculinidad hacen hincapié
en la figura del prooeedor y del hombre fuerte, entonces ellos podrían
sentirse ofendidos por el progreso profesional de las mujeres, puesto
que los hace parecer menos dignos de respeto.
La resistencia también puede significar una defensa ideol ó gi·
ca de la supremacía masculina. Las investigaciones sobre violencia
doméstica sugieren que los agresores suelen tener posturas muy con·
servadoras sobre el papel de la mujer en la familia ( Ptacek 1 988). En
muchas partes del mundo hay ideologías que justifican la supremacía
del hombre con base en la religión, la biología, la tradición cultural
o la misión organizacional ( como en el caso de la milicia) . Es un
error considerar que estas ideas son meramente tradicional.es y, por lo
tanto, anticuadas; pueden modernizarse y renovarse de forma activa.

Bases esperanzadoras

Los debates públicos sobre niños y hombres suelen no ser conclu­


yentes; sin embargo, j unto con las investigaciones, han logrado im·
portantes avances para hacer añicos una creencia generalizada que
ha entorpecido las reformas de género. Se trata de la creencia de
que los hombres no pueden cambiar su comportamiento, de que "los
muchachos siempre serán muchachos", de que la violación, el sexis·
mo, la brutalidad y el egoísmo forman parte de la naturaleza de los
hombres.
Hoy en día tenemos suficientes ejemplos documentados sobre la
diversidad de masculinidades existentes y la capacidad de hombres y
niños para promover la igualdad de género. Por ejemplo, investiga·
ciones chilenas de historias de vida han demostrado que no hay una
masculinidad chilena unitaria. Aunque el modelo hegemónico está
bastante difundido entre los distintos estratos sociales, hay bastan·
tes hombres que se distancian de él, además de una insatisfacción
significativa con los roles tradicionales ( Valdés y Olavarría 1 998).
Cambio de g uard ia 93

Sí hi en los muchachos en las escuelas suelen exhibir un patrón


d (tl•l�L- u li ni dad
dominante o hegemónico, por lo regular también
e
�. .

e tros patrones, algunos de los cuales implican mayor


e re s n tan o
� �Jllad en tre géneros y relaciones respetuosas con las mujeres jóve­
,gu H ·1 y in ve stigaciones muy interesantes en Gran Bretaña, por
0es '
, �r lo , que muestran cómo los muchachos encuentran y exploran

��e l os a lt erna tivos de masculinidad conforme van creciendo (Mac


0 Ghaill 1994; O'Donnell y Sharpe 2000) .
ª Las investigaciones psicológicas y pedagógicas muestran que exis­
te ci e r ta flex
ibilidad personal frente a los estereotipos de género. Los
hom h re s y niños pueden utilizar estratégicamente definiciones con­
venc i o nales de masculinidad, en lugar de dejarse dominar de mane­
ra ríg ida por ellas. Incluso es posible educar a los niños (y las niñas)
sobre cómo hacerlo en las escuelas, como lo han demostrado expe­
rimentos australianos en salones de clases ( Davies 1 993 ; Wetherell
y Ed l e y 1999 ) .
Qu izá la acción social más amplia que involucra a los hombres
en l a s reformas de género se ha suscitado en Escandinavia. Entre
las demostraciones más impresionantes de la voluntad de los hom­
bres po r modificar las prácticas de género, se incluyen los altos índices
de ac epta ción de las estipulaciones sobre el permiso de paternidad.
0v te Holter
s in condensa las investigaciones y las experiencias prác­
tic as e n una declaración fundamental:

El "experimento" nórdico ha demostrado que una mayorfa de hombres puede


cambiar sus prácticas cuando las circunstancias son favorables [ ] Cuando las
. . .

reformas o las políticas de apoyo están bien diseñadas y dirigidas hacia el pro·
ceso cultural continuo de cambio, el apoyo activo de los hombres a la igualdad
de género se incrementa (Holter 2003 : 1 26).

� c l a ro que muchos grupos de hombres son capaces de promover la


�1ua ld ad las reformas de género. Sin embargo, ¿cuáles son las posi­
Y

s
�� razones para el cambio que perciben ? Las primeras afirmaciones
°1 ia n dar por sentado que los hombres tenían el mismo interés que
: lll uj e res por escapar de los roles de género restrictivos (véase Pal­
e e l 972 ) . No obstante, las experiencias posteriores no confirman
s
n ta P o s tu ra, aunque es un hecho que niños y hombres tienen razo-
es u t
s s anc iales para apoyar el cambi o.
b En pri mer lugar, los homb res no son individuos aislados. Hom­
re s Y n i
ños establecen relaciones sociales, muchas de ellas con mu-
94 Los hombres y las mascu l i n i dades

j eres y niñas: esposas, parej as, madres, tías, hij as, sobrinas, amigas,
compañeras de clase o de trabajo, colegas, vecinas, etcétera. La ca·
lidad de vida de cada hombre depende en gran medida de la calidad
de dichas relaciones; por lo tanto, podríamos hablar de un interés
relacional en la igualdad de género.
Por decir algo, grandes cantidades de hombres son padres, y al·
rededor de la mitad de su descendencia son niñas. Algunos de ellos
son cabeza de familia monoparental y están profundamente impli·
cados en los cuidados, lo que demuestra de manera definitiva que
los hombres también tienen capacidad de cuidar ( R isman 1 986).
Incluso muchos hombres con relaciones heterosexuales intactas
tienen relaciones estrechas con sus hijos e hij as, y las investigado·
nes psicológicas han demostrado que estos vínculos son funda·
mentales ( Kindler 2002 ) . Asimismo, en varias partes del mundo, los
hombres jóvenes exploran patrones de paternidad con mayor nivel
de involucramiento (Olavarría 200 1 ) . Para muchos hombres, la ne·
cesidad de garantizar que sus hij as crezcan en un mundo que l es
ofrezca seguridad, libertad y oportunidades para desarrollar sus ta·
lentos es razón suficiente para apoyar la igualdad de género.
En segunda instancia, los hombres también pueden querer evi·
tar los efectos tóxicos que el orden de género tiene sobre ellos. Hace
varias décadas, J ames Harrison ( 1 978) hizo una advertencia nota·
ble: "Peligro: el rol de género masculino puede ser dañino para la
salud". Desde entonces, las investigaciones sanitarias han documen·
tado problemas específicos de hombres y niños, entre ellos la muerte
prematura por accidentes, homicidios y suicidios; las lesiones labo·
rales; mayores niveles de abuso de drogas, en particular alcohol y
tabaco; y, en algunos países, una cierta reticencia a buscar ayuda
médica cuando se necesita. De hecho, los intentos de reafirmar una
masculinidad dominante y firme no han hecho más que reforzar al­
gunas de estas prácticas tóxicas ( Hurrelmann y Kolip 2002 ) .
Las presiones sociales y económicas que experimentan los hom·
bres para competir en el trabajo, extender el horario de trabajo re·
munerado e incluso aceptar un segundo empleo están entre las más
poderosas limitaciones para lograr una reforma de género. El deseo
de alcanzar un mejor equilibrio entre trabajo y vida personal es bas­
tante generalizado entre los hombres que trabajan. Por otro lado, en
los lugares donde las tasas de desempleo son elevadas, la falta de
un trabajo remunerado puede ser una presión dañina para aquellos
hombres que han crecido con la expectativa de convertirse en pro·
Cambio de g uard ia 95

. o r e s d e l hogar. Esta, por ejemplo, ha sido una problemática de


cJ

v� e ro i mp o rtante en Sudáfrica después del apartheid. Con lo ante­
g� e n m ente, abrir caminos económicos alternos e inclinarse hacia
ri o
:
lo l e
u l os de bates alemanes han denominado "masculinidades mul-
c i o na l es " p od na 1 a a me1orar e 1 b 1enestar
, ayud ar e n gran med'd '
.

cio p
de l ti s h o m bres (Widersprüche 1 998; Morrell 200 1 a ) .
E n t erc er lugar, los hombres podrían apoyar l a reforma d e géne­

ro p c o ns
or iderarla relevante para el bienestar de la comunidad en
la q u e viv en. En situaciones de pobreza masiva y desempleo genera­
li za d o --c o mo en ciudades de países en vías de desarrollo-- , la flexi­
bi l idad en la división sexual del trabajo puede resultar crucial para la
s u p e rviv enc i a de los hogares. La película de Rahul Roy Sund.er Nagri
(La be lla c i udad) ofrece un ejemplo asombroso de este dilema entre
las fa m i li as de clase trabajadora en la India.
Quitarle rigidez a las masculinidades también podría brindar be­
neficios en términos de seguridad. Como argumenta Cynthia Cock­
bu r n ( 20 1 0 ) , las relaciones de género se vinculan causalmente con
l a m il ita r i zac ión y la guerra. Y tanto hombres como mujeres están
inte resados en lograr la paz.
Por último, los hombres podrían apoyar la reforma de género por­
que la i gua l d ad de género se deriva de sus propios principios polí­
t icos o é t i c os : convicciones religiosas, socialistas o democráticas.
J. S . Mill defendía la igualdad de género con base en principios
li b e r al es clásicos; Ali Shariati, por su parte, lo hacía con base en
p r in cipios coránicos. En pocas palabras, la idea de la igualdad de los de­
rec h o s h uma nos sigue teniendo credibilidad entre grupos grandes
d e h ombres .

B ases desal entadoras

La d i v e rsi d ad de hombres y masculinidades se refleja en la variedad


d e m ov i m i e ntos de hombres . Un estudio realizado en Estados Uni­
d o s e nc on t ró que hay múltiples movimientos -con distintas mo­
�i va cio nes- para reformular la masculinidad, y que operan en los
ª1nhito s de la igualdad de género, los derechos de los hombres y las
i d e nt ida des étnicas o religiosas ( Messner 1 997 ) . Por lo tanto, no
ex i ste una postura política unificada entre los hombres ni un repre­
s e n t a nt e autorizado de sus intereses.
l a experiencia más no table de un grupo de hombres organi­
z a d o s en tomo a cuestio nes de género y políticas sexuales es la de
96 Los hombres y las mascu l i n i dades

los hombres homosexuales, quienes unen fuerzas en campañas en


contra de la discriminación, en el movimiento de liberación gay y
en respuestas comunitarias a la pandemia de VIH/sida. Los hombres
gay son pioneros en áreas como el cuidado comunitario de los enfer­
mos, la enseñanza comunitaria de prácticas sexuales responsables, la
representación en el sector público y la superación de la exclusión
social (Kippax et al. 1 993 ; Altman 1 994 ) . Aunque cada vez hay ma­
yor tolerancia, los hombres homosexuales con frecuencia enfrentan
oposición, e incluso violencia extrema, por parte de otros hombres.
Existen movimientos explícitamente reaccionarios, aunque por
lo regular no tienen suficiente influencia. Los hombres que se mani­
fiestan en tanto hombres para oponerse a las mujeres tienden a ser
considerados irascibles y fanáticos. Sin embargo, lo que sí es mucho
más fundamental para la defensa de la desigualdad de género son
los movimientos e instituciones en donde se promueven de manera
directa los intereses de los hombres, como las iglesias, las organiza­
ciones étnicas, los partidos conservadores y los movimientos nacio­
nalistas.
Un caso particularmente importante de política de género in­
directa es el neoliberalismo, la ideología económica dominante de
nuestros tiempos. En principio, el neoliberalismo es neutro, el indi­
viduo no tiene género, y el mercado le da ventaj as al emprendedor
más avispado, no a hombres o mujeres como tal. No obstante, el
neoliberalismo no busca la j usticia social en relación con el género.
En Europa oriental, tras la restauración del capitalismo y la llegada
de las políticas neoliberales se dio un intenso deterioro de la posi­
ción de las mujeres. En países occidentales acaudalados, desde la
década de los ochenta, el neoliberalismo ha combatido el Estado de
bienestar, del cual dependen muchas más mujeres que hombres; ha
apoyado la desregulación de los mercados de trabajo, lo que ha pro­
vocado una mayor precarización del trabajo hecho por mujeres; ha
reducido el empleo en el sector público, el sector de la economía
en donde predominan las mujeres; ha reducido los índices de tribu­
tación personal, que son la principal fuente de los impuestos que se
transfieren a programas para mujeres; y ha asfixiado la educación pú­
blica, que es para las mujeres el principal camino hacia el mercado
laboral. Curiosamente, en ese mismo periodo se ha observado una
expansión de los intereses de defensa de los derechos humanos, lo
cual representa en términos generales una ventaja para la lucha por
la igualdad de género.
Cambio de g uard ia 97

E l n e oliberalismo puede funcionar como una forma de política


111 a sc u l in ista, sobre todo debido al poderoso papel que desempeña el
s t ado en el orden de género. El Estado constituye las relaciones de
E
ré n ero de distintas formas, y todas sus políticas de género afectan a
o s hombre s. Muchas políticas dominantes (como las que atañen a la
r
ecnn o mía y la seguridad) conciernen sustancialmente a los hombres
n d e fi end en los intereses de los hombres sin reconocerlo ( Bezanson
y Lu xt on 2006 ) .
L o a n terior pone los reflectores sobre u n reino d e políticas insti­
on
t u c i a l es en las que están en juego los intereses de hombres y muje­
re s, pero sin la publicidad generada por los movimientos sociales. Las
in stit uciones públicas ( Schofield y Goodwin 2005 ) , las empresas
p r ivadas (Connell 20 1 0b) y los sindicatos ( Franzway 200 1 ) son si­
tios re conocidos de poder masculinizado y de luchas por la igualdad
J e gén ero En cada uno de ellos es posible hallar algunos hombres
.

com pro met idos con la igualdad de género, pero en cualquier caso
la s uya es una postura asediada. Para lograr avances en materia de
igualdad de género, es fundamental contar con el apoyo de hombres
en las al tas esferas del poder, el cual no siempre se otorgará de forma
fidedigna.
Una razón por la cual es difícil ampliar la oposición de los hom­
b res al s e x i smo es por el papel que desempeñan los hombres alta­
mente conservadores como autoridades culturales y gerenciales. Las
agru p aciones religiosas más poderosas del cristianismo, el islamismo
Y el b ud i smo son controladas por hombres que muchas veces exclu­
y e n por completo a las mujeres. La iglesia católica, por ejemplo, se
n ieg a enérgic amente a ordenar mujeres sacerdotes, e incluso el papa
ha d en u nci ado el concepto mismo de género. De igual modo, las
or gan izaciones mediáticas transnacionales, como el imperio mediá­
ti co M u rdoch (Fox ) , desempeñan un papel activo en la promoción
de l a id eología conservadora de género.
Los hombres y sus intereses también son centrales dentro del
cre ci e nte ámbito del deporte comercial. El negocio de los deportes
-c uy o i nterés está puesto en los atletas de sexo masculino; en la
c el e b raci ón de la fuerza física, la dominación y el éxito competiti­
v o ; en la mercantilización de los comentaristas y ej ecutivos, y en
l a marg inación y ridiculización constante de las muj eres- se ha
c onve nido en un sitio cada vez más importante de representación
Y d efi nic ió n de géne ro. No se trata del patriarc ado tradicional; se

trata d e algo nuevo, de fundir los cuerpos ejemplares con la cultura


98 Los hombres y las masc u l i n i dades

empresarial. Michael Messner ( 2002 ) , uno de los principales soció­


logos del deporte, formula bien este efecto al afirmar que los depor­
tes comerciales definen la renovada centralidad del hombre y una
versión particular de la masculinidad.
En todo el mundo, los movimientos explícitamente reacciona­
rios tienen una importancia limitada, pero aun así grandes canti­
dades de hombres participan en la preservación de la desigualdad
de género, defendiendo el patriarcado de forma difusa. También hay
grandes cantidades de hombres que apoyan el cambio, pero articular
dicho apoyo implica nadar a contracorriente. Este es el contexto
político con el cual deben lidiar las nuevas iniciativas de igualdad
de género.

Rumbos para el progreso: una estrategia mundial

Invitar a los hombres a ponerle fin a los privilegios masculinos y a


reconstruir las masculinidades para fomentar la igualdad de género
les resulta a muchas personas un proyecto extraño o hasta utópico.
No obstante, ya está en marcha. Muchos hombres alrededor del mun­
do se están involucrando en las reformas de género por las razones
positivas aquí descritas.
La diversidad de masculinidades complica el proceso, pero es
también un factor importante. A medida que esta diversidad se vuel­
ve más conocida, tanto hombres como niños pueden identificar con
más facilidad el rango de posibilidades que tienen frente a ellos, al
tiempo que se va volviendo menos probable que hombres y mujeres
piensen que las desigualdades de género perdurarán para siempre.
Asimismo, se va haciendo posible identificar grupos específicos de
hombres que podrían unirse para conformar alianzas por el cambio.
Las políticas públicas que promueven la igualdad de género se
fundamentan en la idea de una alianza entre hombres y muj eres.
Sin embargo, algunos grupos dentro del movimiento feminista, en
particular aquellos interesados en combatir la violencia ejercida por
hombres, muestran reticencia a colaborar con ellos o ven con mucho
escepticismo su voluntad de cambiar. Otras feministas argumentan
que las alianzas entre mujeres y hombres son posibles, e incluso cru­
ciales. En algunos movimientos sociales, como el ecologista, existe
una fuerte ideología de género e igualdad, así como un ambiente fa.
C a m b i o de g u a rdia 99

\·t ir ab l e para que los hombres apoyen la reforma de género (Connell


7 Q0 5 c ; Segal 1 997 ) .

En los gobiernos locales y nacionales, las alianzas prácticas en­


r r c m u j e res y hombres son fundamentales para lograr reformas como
l as normas de igualdad de oportunidades laborales. Aun cuando se
r ra ta de lidiar contra la violencia que ejercen hombres contra muje­
re s , h a h abido colaboración entre grupos de mujeres y de hombres,
p or ej emplo, en la labor preventiva. Este tipo de cooperación puede
se r fuente de inspiración para los grupos de base y una demostración
pote nte del interés que comparten mujeres y hombres en la cons­
t ru cció n de una sociedad pacífica y equitativa ( Pease 1 997 ) . Este
co n cepto de alianza es importante en sí mismo para conservar la
autonomía de los grupos de mujeres, prevenir la tendencia de que un
grupo hable por los demás y definir un papel político de los hombres
4ue t en g a cierta dignidad y pueda atraer un apoyo generalizado.
Dado el espectro de políticas de la masculinidad, no es posible
esperar que haya consenso a favor de la igualdad de género. Lo que
sí es po sible es que el apoyo hacia la igualdad de género se vuelva
hegemónico entre los hombres. En ese caso, serían los grupos que
apoyan la igualdad quienes determinarían las prioridades en la dis­
cusión pública de las vidas de los hombres y los patrones de mascu­
lini dad.
Existe ya un sustancial cambio cultural hacia la conciencia his­
tú rica del género, hacia la conciencia de que las costumbres de gé­
ne ro surgieron en momentos específicos y que siempre se las podrá
t ransformar a través de acciones sociales. Lo que se requiere ahora
es un s entido de agencia generalizado entre los hombres, una sensa­
ción de que esta transformación es una propuesta práctica en la cual
s í pueden participar.
D esd e este punto de vista, el periodo de sesiones de la Comisión
sobre la Condición Jurídica y Social de la Mujer de Naciones Unidas
ce l ebrado en 2004 fue sumamente interesante. Esta comisión, que
d at a de la década de 1 940, es una de las más antiguas de Naciones
U n i das. Como comité permanente de la Asamblea General, sesiona
u na vez al año y discute dos temas principales cada vez. Para el pe­
r i odo d e 2004, uno de los temas definidos era "el papel de los hom­
b re sy l o s niños en el logro de la igualdad entre los géneros". A modo
de preparación, la Di visión para el Adelanto de la Muj er, sección de
l a Secretaría de Naci ones Unidas que sostiene a la Comisión, rea­
l i zó cierta labor prelim inar. La División celebró, en j unio y julio de
100 Los hombres y las mascu l i n i dades

2003 , un seminario mundial en línea sobre el papel de los hombres


y los niños, y en octubre de ese mismo año convocó a una reunión
internacional de expertos en la materia, celebrada en Brasilia.
Durante las sesiones principales de la Comisión, hay una pre·
sentación del trabajo preliminar de la División, y las delegaciones
de los 45 países miembros, las agencias de N aciones Unidas y mu·
chas de las organizaciones no gubernamentales que asisten a ellas
dan sus declaraciones iniciales. Hay una apretada agenda de even·
tos paralelos organizados en su mayoría por ONG , aunque algunos
de ellos son conducidos por delegaciones o agencias de N aciones
Unidas. Y hay también un proceso diplomático, en el cual las dele·
gaciones oficiales negocian un borrador de documento a la luz de las
discusiones dentro de la Comisión y de las posturas de sus gobiernos
respecto a las cuestiones de género.
Es un proceso politizado, inevitablemente, que puede fracasar.
En 2003 , por ejemplo, la discusión de la Comisión sobre la violencia
contra las mujeres llegó a un punto muerto. En 2004 quedó claro
que ciertas ONG participantes no estaban contentas con que el foco
de atención estuviera en los hombres y los niños, pues algunas de
ellas se aferraban a un discurso en donde los hombres eran exclusi·
vamente perpetradores de violencia. No obstante, tras dos semanas de
negociaciones, las delegaciones lograron un consenso sobre una
declaración política, conocido como "Conclusiones consensuadas" .
Este documento, que reafirma el compromiso con la igualdad de
las mujeres y reconoce el potencial de acción de hombres y niños,
hace recomendaciones específicas en campos políticos como la edu·
cación, la parentalidad, los medios de comunicación, el mercado
laboral, la sexualidad, la violencia y la prevención de conflictos .
Dichas propuestas no tienen validez en términos de derecho inter·
nacional, pues el documento es en sí una serie de recomendaciones
para los gobiernos y otras organizaciones. Sin embargo, fue el primer
acuerdo internacional de su clase que trató sistemáticamente a los
hombres como agentes en los procesos de igualdad de género. Asi·
mismo, sentó las bases para discusiones futuras sobre la igualdad de
género, al presentarla como un proyecto positivo para los hombres.
Un recuento de estas discusiones, así como ejemplos de acciones
emprendidas en todo el mundo, está disponible en un documento
con amplia distribución que se titula El papel de los hombres y los niños
en el logro de la igualdad entre los géneros ( División para el Adelanto
de la Mujer 2005 ) .
Cambio de g uardia 101

E l proceso de Naciones Unidas se vincula con las posibilidades


,o� ,- 1· a l es y culturales que han surgido a raíz de las últimas tres déca-
�Lis de políticas de género entre los hombres. La igualdad de género
i: s una empresa que puede ser creativa y satisfactoria para ellos; es
u n proyecto que reconoce los elevados principios de la justicia so­
c i a l ; prom ueve mejores vidas para las muj eres que les importan a
l o s hombres y, a largo plazo, da pie a mejores vidas para la mayoría
di: l o s hombres. Este puede y debe ser un proyecto que genere ener­
gía, que halle su expresión en la vida cotidiana y en las artes, pero
ra mbié n en las políticas formales, y que pueda alumbrar todos los
as p e ctos de las vidas de los hombres.
5 . Masculinidades en el sector de seguridad

Introducción

Q
uienes plantearon el cuestionamiento sobre la relación entre
masculinidad y procesos sociales mundiales -imperialismo,
colonialismo y relaciones de poder contemporáneas- fue­
ron escr itores del hemisferio sur -Paz ( 1 950), Fanon ( 1 95 2 ) y sobre
todo Nandy ( 1 983 ) . En este artículo examino una pequeña parte de
es t e tema a través de una tecnología de investigación proveniente del
hemisferio norte y de algunas conclusiones tomadas de investigacio­
nes internacionales en ciencias sociales sobre la masculinidad, la cual
se ha consolidado como un campo en sí mismo dentro de los estu­
d ios de género.
En los estudios sobre masculinidades, durante mucho tiempo, ha
h a h i d una línea de interés en las masculinidades de las élites (Co­
o
ll inson et al . 1 990; Mulholland 1 996; Donaldson y Poyting 200 7 ) .
Es t o e s consecuencia d e l a inquietud feminista acerca d e l a relación
en tre hombres, masculinidad y poder, pues tiene sentido examinar
la s p r á c ti c as de género en situaciones en las que se concentra el
pod er social . Hemos aprendido de estudios de caso, como el que
hi zo Me sserschmidt ( 1 99 7 ) sobre el conflicto gerencial previo al
e s s t re
d a del transbordador espacial, a estar al tanto de las diferencias
en tr e l os patrones de masculinidad de las élites y las posibilidades
d e camb i o.
Reconocer la importancia de las corporaciones transnacionales
Y l os merc ados mundiales en las sociedades contemporáneas deriva
e n un a inquietud esp ecífica sobre la configuración de las masculi­
n id ad es en los nivel es gerenciales de la econo mía corporativa en
condiciones de globali zación neoliberal (Waj cman 1 999; Braedle y
104 Los hombres y las mascu l i n i dades

y Luxton 20 1 0b ) . Hooper ( 2000 ) , al trabajar con representaciones


mediáticas, y Connell y Wood ( 2005 ) , al trabaj ar con información
biográfica, sugieren de distintas formas que pueden estar surgiendo nue­
vos patrones de masculinidad hegemónica en la economía mundial.
La economía mundial no es solo una estructura de inversión e
intercambio, sino que también tiene un sistema de aplicación de la
ley o, en términos neoliberales, de seguridad. Las fuerzas policiacas y
militares son los componentes más evidentes de este sistema, pero
también existen fuerzas de seguridad corporativas o privadas que
superan en número a las fuerzas de seguridad estatales en muchos paí­
ses. Se han realizado estudios detallados sobre la construcción de la
masculinidad en la milicia y la policía ( Barret 1 996; Agostino 1 998),
que nos dan puntos de partida útiles, pues los órganos de adminis­
tración transnacionales no pueden ser comprendidos de manera ade­
cuada si no se incluye a los directivos de este sector.
Este artículo utiliza un enfoque biográfico ( Plummer 2001 ) y regis­
tra un análisis minucioso de un grupo pequeño de entrevistas biográ­
ficas a directivos intermedios de servicios de seguridad australianos,
en el contexto de un estudio multinacional de masculinidades en el
sector gerencial (Olavarría 2009; Connell 20 1 0a; Taga et al . 2010 ) .
Se grabó el audio de entrevistas que cubrían el historial personal y pro­
fesional, así como el proceso laboral actual y las relaciones en el lugar
de trabajo de directivos pertenecientes a distintas industrias en dos
ciudades australianas entre mayo de 2006 y j ulio de 2007. Siete de
ellos pertenecían a servicios de seguridad; dos trabaj aban en el sec­
tor privado, dos en la policía y tres en cada una de las tres fuerzas
armadas del país. Las entrevistas cubrían antecedentes familiares y
educativos, profesión, vida laboral actual y situación familiar, rela­
ciones de género en el lugar de trabaj o y el hogar, y perspectiva
social general.
Luego se transcribieron las entrevistas y se prepararon estudios
de caso confidenciales para cada participante por separado, antes de
este intento de síntesis del grupo. El estudio se basa en un método
de análisis de caso (discutido en Connell 20 1 0b ) . Las entrevistas
dieron cuenta de la carrera profesional de los participantes, pero
también indagaron en su trabajo y prácticas familiares actuales. Esto
aportó suficientes detalles para poder estudiar las dinámicas de for­
mación de género tanto en el nivel individual como en el colectivo.
Para los fines de este trabajo, se usan seudónimos de los nombres de
los individuos y de las organizaciones para las que trabajan.
Masc u l inidades en el sector de segu ridad 1 05

l 0egocio de la seguridad pública y privada


E

(_} e rard es un directivo a nivel nacional de una de las empresas de se­


r u ri d ad más grandes de Australia, y su entrevista revela mucho sobre
fa i n d us t r i a
en la que se desenvuelve. La empresa posee una extensa
fu e r z a laboral que percibe salarios bajos; es la escoria de la sociedad,
seil. a l a Gerard en algún punto. Las compañías que emplean a estos
ho mbres buscan firmar contratos con otras empresas o autoridades pú­
h l ic as que operan instalaciones o realizan eventos públicos. Las
e mpres as de seguridad concursan por el trabajo y calculan los pre­
c ios c n base en los contratos industriales celebrados con los sindi­
o
cat os que determinan los sueldos.
La plantilla de empleados que se presenta a trabaj ar en las se­
des es l a base del negocio. La empresa de servicios de seguridad es
una e spec i e de negocio de trabajo físico temporal que les ahorra a
otras empresas la molestia de contratar y entrenar a su propio perso­
na l de seguridad o de limpieza. El margen de ganancia es bajo, así
como la lealtad corporativa, y hay una gran rotación de personal. Este
negocio exuda un aire de turbulencia, al cual Gerard parece estar
bien co a s tumbrado. Debido a su formación militar, subraya que la ru­
d e za y l a energía son dos de las cualidades más valiosas en la vida.
Noel, otro directivo a nivel nacional que trabaj a en el sector
p rivado, aporta detalles más concretos sobre la fuerza de trabajo:

Está todo el personal responsable de la seguridad en museos y conciertos y


eventos así. Luego está la gente de paso, que son una gran parte [ . . . ] Luego están
los de electrónica, que es la gente que instala las cámaras y demás. Luego es­
tán los responsables de la seguridad de los sistemas tecnológicos, la gente que
instala y monitorea los sistemas bancarios y cosas por el estilo. También está la
gente que vende y suministra e instala barreras para eventos, etc. Es un trabajo
log ístico pesado [ . . . ] Además, hay un montón de personal en los aeropuertos.
Ellos colaboran con la seguridad en todos los aeropuertos regionales, como
seguro ya sabes, y esa es una tarea inmensa que estamos ayudando a cumplir.
Luego tienes la punta del iceberg que la gente suele asociar con el trabajo de
seguridad privada, que son los patrulleros y los guardias de edificios y hasta los
cadeneros en las discotecas.

Noel señala que esta industria ha ido creciendo muy rápido. En todo
el p aís , la industria de la seguridad contrata alrededor de 200,000
Pe rsonas, muchas de las cuales trabajaban antes en la policía o co­
rno gu ardias en las pri siones. Esto le agrada a Noel, pues "tienen un
1 06 Los hombres y las masc u l i n i dades

vínculo con la ley y el orden, y esa es la mentalidad adecuada para


parte del trabajo que hacemos".
Gerard estuvo en el ej ército. Noel menciona que el sector pri·
vado recluta miembros de la policía. Otro entrevistado se cambió del
negocio a la marina, y otro de la marina a la policía. Existe una red de
conexiones que hace sensato considerar que tanto el trabajo privado
como el público pertenecen al mismo sector de la seguridad. Sin duda
hay diferencias dentro del sector en cuanto a la construcción de la
masculinidad, respecto a lo cual nos alerta el estudio que realizó Ba­
rrett ( 1 996) sobre la marina estadounidense. Hoy en día, las fuerzas
militares australianas, después de años de recortes, son organizaciones
pequeñas y muy bien estructuradas, que se guían por normas y proce·
dimientos formales, y no se asemejan al trabajo físico temporal des·
crito por Gerard. La policía está en medio, pues también se rige por
reglas formales, pero está más abierta a la comunidad, en parte debi­
do a estrategias contemporáneas de mantenimiento del orden.
Todas ellas tienen que ver con el uso organizado de la fuerza. Pe·
ter, superintendente de la policía que es excepcionalmente reflexivo
sobre su trabajo -una especie de intelectual orgánico del sector de
la seguridad-, señala que la policía australiana porta armas de fuego.
Peter solo recuerda haber sacado su arma dos veces en toda su carre·
ra, fuera de la temporada que pasó con el grupo de Armas Especiales.
Para él, el buen trabajo policial se basa en el despliegue de la fuerza
que deriva en la negociación. No obstante, como también señala en
algún punto de la entrevista, "somos una fuerza que está activa todo
el día, todos los días", y el principal servicio que ofrece es "el poli
uniformado en camioneta".
La policía y la milicia son la punta del iceberg del poder estatal,
cosa que los directivos saben. En dos de las entrevistas realizadas, una
a un policía y otra a un militar, se señaló que una persona que se
echa para atrás ante la violencia no es útil en la línea de combate de
su organización. No es casualidad que ambos comentarios se hayan
hecho durante discusiones sobre la presencia de las muj eres en sus
organizaciones.

Trabajo gerencial: cuestiones prácticas de la organización de la fuerza

En comparación con los directivos del sector financiero entrevista·


dos ( Connell 20 1 0a ) , los del sector de seguridad exhiben un mar·
Mascu l i n idades en el sector de seg uridad 1 07

. . 1 cJo d es apego hacia la tecnología. Algunos incluso expresan una


l<

n pu l
: sió n marcada hacia las tecnologías d e l a información, como el
t vistado que comenzó a preocuparse por el futuro de la milicia la
e n re
r i mera vez que conoció a un general que tenía una computadora en
�u e scritorio. La mayoría son usuarios competentes de tecnologías de
1
¡, c omun icación, como Peter, un superintendente de la policía, quien
e s t i ma que "recibes un promedio de 1 50 correos electrónicos dia­
r io s ; so n una pesadilla, así que por lo regular intento sacármelos de
en c ima lo más rápido posible". Y los oficiales de la milicia están fa­
mi l iar izados con los canales de comunicación encriptados que usan
s u s s erv icios para operar, pero hasta ahí llega su pericia tecnológica.

N inguno de ellos implementa tecnologías de la información y la co­


m unicación a su trabajo gerencial, contrario a lo que se observa en
e l s e c to r de las finanzas y de las consultorías empresariales.
En otros aspectos, su proceso laboral es como el de directivos de
otros sectores económicos. Trabajan horas extras y están muy centra­
dus en su trabajo. Noel señala que intenta irse de la oficina antes de
l as 7 p. m., "porque de otro modo el trabajo te despoj a de tu vida".
Aun así, su jornada laboral de diez horas tiene prioridad por encima
de su vida familiar, lo que implica que el despojo ya ha ocurrido. Este
es u n problema crónico en la vida organizacional australiana y es un
factor decisivo en las inequidades de género (Connell 2005b).
El "día cualquiera" que describieron todas las personas entrevis­
ta das fue bastante similar. J ack, un oficial de mediano rango, tiene un
p ue sto a dministrativo en una de las fuerzas armadas y su día laboral
es bast an te largo. Muy temprano, dej a a sus hijos en casa de una ve­

c ina que los lleva a la escuela; luego trabaja durante todo el día, a tal
grado que almuerza y toma café en su escritorio. Para cuando llega a
c as a , ayuda a su esposa a darles de cenar a sus hijos y los arropa en la
c a m a , exhausto. Escribe y contesta gran cantidad de correos electró­
n i c os, y señala que "también tenemos otros mecanismos de comuni­
cació n , el mejor es el teléfono". No hay indicación de que haga uso
d e bases de datos ni de programas computacionales complejos.
· J ack se reúne con un grupo de sus subalternos directos: menciona
'1 c i n co de ellos en la entrevista, cada uno se encarga de una de las
o p e rac i ones en el exterior que Jack es responsable de supervisar. Asi­
rn i smo, debe lidiar a diario con las unidades externas. Es un proceso
l a b o r al complejo. En palabras de Philippa, otra oficial militar de me­
d ia no rango: " Hay un montón de cosas que hacer, y debes ser capaz
de pasar de una a otra con facilidad " . También es un trabaj o muy
1 08 Los hombres y las mascu l in idades

acelerado. "Las mañanas pueden ser bastante frenéticas, dependien·


do de los problemas que hayan surgido en el transcurso de la noche
anterior."
La especialidad de Philippa, el personal laboral, no es tan excep·
cional como se podría creer. La imagen pública de los servicios de
seguridad está muy concentrada en la primera línea, en el "poli en
camioneta". Peter es un directivo que se preocupa por el efecto que
tiene en los jóvenes policías "esa popular imagen que ven en la mal­
dita televisión". La realidad de su trabajo como jefe de línea es dis·
tinta; con exageración sardónica, afirma pasar 80% de su tiempo
resolviendo asuntos de recursos humanos y solo 1 0% en crímenes.
En el sector privado, la vida puede ser un poco distinta; la enorme
fuerza laboral poco entrenada e inestable que describe Gerard requie·
re mucha gestión.
Se debe tener en cuenta que el sector de seguridad consiste en
el uso y el despliegue de la fuerza, y que, como bien lo sabe Peter,
hay mucha publicidad y presión política respecto a su función. Las
mecánicas del trabajo gerencial de este sector pueden parecerse a
las de otros, pero la esencia de lo que hacen los directivos aquí es
bastante peculiar. Peter ofrece un detalle revelador en su entrevista:
el departamento de policía ha importado "el sistema de gestión de
desempeño" del sector privado, lo cual hace enoj ar al personal y
ha derivado en muchas quejas. Esta técnica de gestión del personal
complica, en lugar de facilitar, la labor de Peter de dirigir una fuerza
funcional para mantener a raya el crimen en su distrito.
Will, directivo de fuerzas armadas de rango ligeramente mayor,
desempeña un papel estructuralmente similar cuando se trata de orga·
nizar la contribución de su fuerza a la realización de operaciones o
ejercicios conjuntos. Es una labor compleja y estresante que implica
negociación, calendarización y coordinación de actividades en todos
los niveles de la organización para lograr que la gente, las máquinas
y los suministros converj an en el lugar correcto, a la hora exacta .
Quizá un "director de eventos" civil haga lo mismo, pero el trabajo
de Will es proporcionar la fuerza organizada que exigen las estrate·
gias militares de sus superiores. É l también ha enfrentado, en pue s·
tos previos, los problemas de dirección de personal que inquietan a
Peter y a Philippa.
Mascu l i n idades en el sector de seg uridad 1 09

as formas de la globalización
L

f)ue na p arte del trabajo descrito por Peter y Gerard parece ser com­

p l e t a mente local y no tener un alcance siquiera nacional. No obstan­


te , en las vidas laborales de todos los directivos del sector de seguridad
es d n presentes las relaciones globales en distintas medidas.
Están presentes, en primer lugar, en los antecedentes organizacio­
na l cs y personales. Por ej emplo, el padre de Noel fue un empresa­
r io extranjero que migró a Australia; por esa razón, en su j uventud
Noel t rabajó en el negocio de las importaciones y exportaciones.
Re cientemente, en una feria de comercio, Noel identificó a varios de
los "actores internacionales". Dado su interés por la tecnología, se­
ñ a l a que los gadgets suelen ser diseñados en Estados Unidos y lamen­
ta que en Australia "estamos muy atrasados en comparación con
Eur opa y el Reino Unido", por ejemplo, en la cantidad de cámaras
de vigilancia en las calles. Esto implica que Noel entiende la metró­
po l i mundial como fuente del liderazgo en su industria, aun si esta
no influye mucho en su trabajo diario. Gerard, por su parte, tuvo un
vínculo mucho más directo. Fue enviado por una compañía de segu­
ridad multinacional para dirigir y expandir las operaciones a otro país,
como parte de la estrategia de crecimiento internacional de la em­
p resa. Más tarde, lo enviaron de vuelta a casa cuando los altos directi­
vos modificaron la estrategia y decidieron que cada unidad nacional
de la empresa transnacional fuera dirigida por gente local.
En el sector público se observan conexiones similares. Peter fue
e nvi ado a Estados Unidos para hacer un entrenamiento con el FBI.
Dix on discute cómo la policía australiana se compara con las fuerzas
p oli ciacas del Reino Unido y de Estados Unidos, y señala vínculos
más directos :

Sí, hacemos montón de investigaciones a través del Reino Unido desde la


sede central, a través de la Asociación de Jefes de la Policía del Reino Uni­
do, Y de Estados Unidos. De hecho, cada año traemos expertos desde Estados
Unidos para que hablen con nuestros hombres. También hemos estudiado la
policía canadiense y la de Hong Kong.

D i xon reconoce que su vinculación internacional es selectiva, "sobre


todo con fuerzas pol iciacas occidentales". Esto es aún más evidente
e n las fuerzas arm adas, las cuales se vinculan operativamente con
las fuerzas armadas estadounidenses y, hasta cierto punto, con las bri-
1 1O Los hombres y las masculinidades

tánicas. Will, un alto mando militar con vistas a ser ascendido al


rango más alto, no solo ha estado vinculado en términos de entrena·
miento con ambos servicios, sino que también ha dirigido un ejer·
cicio conj unto con fuerzas estadounidenses desde una base militar
norteamericana (a la que Australia le pagaba una renta) .
Estas conexiones existen e n parte debido a que Australia ha de­
pendido históricamente del Reino Unido y de Estados Unidos, pero
también en parte porque hoy en día las cuestiones de seguridad se
consideran materia internacional. Las empresas de Gerard hacen di­
nero vendiendo sus servicios a otras compañías, muchas de las cua·
les son transnacionales. De hecho, comenta que ofrecen servicios de
seguridad a una de las "siete hermanas mayores" del sector petrole­
ro internacional: "Hablamos no solo de protección de bienes, sino
también de gente, y de aseguramos de que la gente pueda moverse por
el mundo y operar en todo el mundo en un ambiente lo más seguro
posible". Esa gente de la que habla son los directivos y técnicos pe·
troleros. Para lograrlo, es indispensable conocer y comprender am·
bientes hostiles, como Papúa Nueva Guinea. La compañía de Gerard
también colabora con el sector turístico internacional. Su empresa
tiene, o tenía, contratos para ofrecer servicios de seguridad en varios
aeropuertos en toda Australia, así como contratos para garantizar la
seguridad de algunas aerolíneas internacionales.
La vigilancia local que practica Peter parece estar muy distancia·
da de los problemas mundiales. M ientras los directivos de organis·
mas transnacionales se desplazan a otros países, Peter "camina por la
comunidad" dos o tres veces por semana, tanto en el distrito carpo·
rativo como en los suburbios. Sin embargo, Peter también enfrenta
la globalización. En algunos pasajes fascinantes de su entrevista hace
un recuento detallado de los grupos étnicos de migrantes en Sídney
y sus distintas relaciones con la fuerza policial. De las dos minorías
más grandes de un distrito que alguna vez encabezó, la vietnamita y
la libanesa, esta última -implicada en muchas más revueltas socia­
les en los últimos años- era la que estaba mejor representada en la
policía. La razón que da Peter para ello es que la comunidad vietna·
mita, al igual que la china, no considera que el trabajo policial sea
una ocupación valiosa, mientras que la comunidad libanesa sí.
Peter, en su papel de guardián del orden social, se ve atraído de
esa forma hacia el mundo de la migración internacional y las dife­
rencias culturales. Compara a los grupos de inmigrantes recientes y
no asimilados con los antiguos migrantes de Europa del Sur y del Este,
Mascu l i n idades en el sector de seg uridad 111

nrrc los cuales se incluía su propio padre, quien quería integrarse a


�1 t l ura australiana (es decir, a la cultura dominante blanca) . Peter
c i r
,cí\ala. con mayor exactitud, que los grupos de inmigrantes recientes
�;;r:í n muy divididos, en particular los musulmanes: está la mayoría
r r n q ui l a que quiere establecerse y seguir adelante, y la "fracción
:i

d u ra en e l fondo" ( la triple metáfora es quizá señal de su preocu­


p ac i ón al respecto) , que genera problemas y a cuyos miembros los
111 usul manes moderados no quieren criticar, aunque ellos también
cs r :í n divididos. Y el problema se complica por el uso que hacen los
pol íticos del discurso racial.
La compleja sociología étnica que hace Peter se compara con las
pnsruras geopolíticas sofisticadas de dos de nuestros oficiales de la mi­
l i c i a a ustraliana. Will, cuyo papel organizacional ya ha sido descrito,
n o es bajo ninguna circunstancia un autómata acrítico. Ya avanzada
la e n t ev ista, habló sobre la noción del "choque de civilizaciones"
r
y s ut l me nte expresó su respaldo: hay cierto choque entre "la mo­
i
dernidad y el capitalismo comercial occidentales", y "el mundo islá­
m i co en particular", pero no se debe exagerar. Will vivió en un país
con mayoría musulmana cuando estuvo destinado en el extranj ero.

J ack, un oficial del mismo nivel pero de otro servicio, hizo un análisis
m:í s a g u do Es muy consciente de que el gobierno australiano inten­
.

rrí n g o c iar el apoyo de Estados Unidos al involucrarse en la inva­


e
sión Irak.a Asimismo, considera que las principales amenazas están
su rg iendo en el Medio Oriente a causa de la turbulencia causada
e n mayor parte por Israel; por lo tanto, con cierto humor, culpa al
Rei no Unido por haber creado el Estado judío. Jack habla también
soh re el trasfondo intelectual del trabajo militar. Tiene libros en su
ofic ina y se mantiene al tanto de las discusiones actuales sobre la
n a t uralez a cambiante de la guerra entre los "pseudo-Clausewitz", a
yui e nes no tiene en muy alta estima.
P odrían darse más ej emplos, pero estos bastan para mostrar que
l o s prob le mas mundiales están presentes en forma de asuntos inte­
l e c t u a le
s y operativos para nuestros entrevistados, así como en el
te l ó n de fondo organizacional. Todos los oficiales del ej ército que
e n t re v ist amos han estado destinados en el extranjero, y uno de ellos
est uvo muy involucrado en la preparación de las fuerzas australianas
Pa ra despliegue foráneo. Al igual que Peter con su entrenamiento
su

e n el FBI y Gerard con sus contratos con grandes compañías petrole­


ras , ll os también están implicados de forma directa en la coordina­
e

ción de la seguridad mundial por el Estado, cuya intención es proteger


1 12 Los hombres y las masc u l in i dades

el mundo capitalista liberal y a sus élites de las amenazas externas y


de las perturbaciones internas.
Para poder hacerlo en términos prácticos, se requiere tener un
enfoque local. Algunas teorías sobre la globalización, en especial las
que exploran Hardt y Negri en Empire ( 2000 ) , consideran que el po·
der mundial está radicalmente separado de las sociedades locales y
no está mediado. Los detalles del aparato de seguridad internacional
demuestran lo contrario. Basta recordar el hincapié que hizo Gerard
en la comprensión puntual de ambientes peligrosos, como el de Papúa
Nueva Guinea, o el conocimiento detallado de grupos étnicos de
Peter y su interés por caminar por su distrito. El oficial implicado en la
preparación de fuerzas que se desplegarán en el extranj ero tiene
la misma visión, y se encarga de que el comandante de cada fuerza
interventora estudie la zona de antemano: "Quiero que tú, como
dirigente, vayas a Afganistán y eches un vistazo para asegurarte de que
lo que le pides a tu gente que haga es apropiado dadas las circunstan·
cias". En términos prácticos, los servicios de seguridad en sí mismos
son importantes mediadores entre el poder mundial y las poblaciones.

La corporización de lo masculino y sus tensiones

La mediación se mete incluso bajo la piel. Peter es, en muchos se nti·


dos, un burócrata con una carga excesiva de trabajo. Tuvo un puesto
previo como comandante de área, tan estresante y sedentario que
Peter subió de peso y siempre se sentía cansado. En esa ocasión, actuó
de forma deliberada para "romper el ciclo" y recuperar su condición
física, ejercitándose a diario en el gimnasio. Hemos oído historias si·
milares de parte de directivos de otras industrias, pero en el sector
de seguridad hay un detalle más:

Aunque era un trabajo de oficina, la realidad es que cada vez que sales a dar una
caminata te cruzas con delincuentes. De hecho, hace como unos cuatro años
tuve que someter a un tipo que traía un arma en un estacionamiento. Por el
simple hecho de traer uniforme se espera que hagas cienas cosas, así que creo
que tenemos la responsabilidad de mantenemos un poco en forma.

La mayoría de las personas entrevistadas mencionó la cuestión de la


condición física, y casi todas mencionaron la posibilidad de tener con·
frontaciones o combates. La presencia física del "poli uniformado en
camioneta", el soldado en patrulla o el guardia en camioneta blinda·
M ascu l i n i dades en el sector de seg uridad 1 13

1 e s bás icamente de lo que se trata el sector de seguridad. Y, cuando


�srL os d irectivos hablan de presencia física, el género es el eje de la
conv e rs ac ión Uno de los directivos del sector privado expresa por
.

l u é l a s mujeres no quieren entrar a él, a pesar de la escasez de recur-


l .
sLis h u m anos en l a md ustna:
.

Los empleos para el transporte de dinero han aumentado mucho en los últi­
mos diez años, y es sorprendente la cantidad de dinero que hay para transpor­
tar. Sin duda es un trabajo potencialmente peligroso, y de nuevo descubres que
hay muy, muy pocas mujeres que querrían estar dentro de las camionetas blin­
dadas. Luego está el trabajo tecnológico [ . . . ] Ese es primordialmente masculi­
no [ . . ] La industria de la seguridad está cambiando, pero hay muchos trabajos
en l os que te toca caminar solo por un callejón oscuro a las tres de la mañana.
.

A muchas mujeres no les gustaría hacerlo. A muchos hombres tampoco les


gusta, pero se aguantan y lo hacen.

Y un oficial del ejército habla sobre la igualdad de oportunidades:

Sostengo la postura de que hay tres cosas que los soldados deben ser capaces
de hacer, sin importar su sexo. Deben ser físicamente capaces de concluir el
trabajo, ser intelectualmente capaces de realizarlo y estar psicológicamente
preparados para él. Ahora bien, si hay una mujer que sea físicamente capaz de
cargar 70 kilos sobre la espalda y marchar 40 kilómetros, si tiene la capacidad
intelectual para tomar decisiones y dirigir a la gente al mismo tiempo que
realiza esa actividad, y está psicológicamente dispuesta a matar a otros seres
humanos para protegerse y proteger a su equipo, entonces bien podría ser co­
mandante de sección de la infantería. Sin embargo, hasta el momento no es
probable que haya muchas mujeres que quieran hacerlo o que puedan hacerlo.

N o h ay muchos hombres que quieran o puedan hacerlo, pero esa no


s e c o ns ide ra una razón para dudar de su capacidad para entrar a la
i n fa ntería. Tampoco los soldados marchan 40 km diarios con 70 kg a
c ue st as y pelean al mismo tiempo; si tuvieran que hacerlo, al coman­
d a nte en jefe lo correrían, con toda razón.
La violencia corporizada y el género masculino se funden de ma­
n e ra efe ctiva en la imaginación de estos hombres (y de muchos otros,
Por s upuesto ) . Sabemos, gracias a un extenso corpus de investigacio­
nes, que las experiencias corporales de los hombres son importantes
P a ra s u sentido de quiénes son, y que hay una negociación constante
d e es tas experiencias ( por ejemplo, Hall et al . 2007 ) . Por lo tanto,
n o es sorprendente que varios de nuestros entrevistados insistan en
lj ue s u participaci ón temprana en deportes fue una preparación im-
1 14 Los hombres y las masc u l inidades

portante para el trabajo que desempeñan en el sector de seguridad .


Dixon, por ejemplo, recuerda sus días como estudiante: "Para ser fran·
co, de los últimos dos años en la escuela pasé más tiempo haciendo
deportes que cualquier otra cosa". Jugó todas las modalidades, formó
parte de un grupo de j óvenes entusiastas de los deportes y parece
haber llegado al margen de los deportes de élite: "Creo que eso pro­
bablemente me preparó mucho más que la policía para el contacto
físico cuando estás frente al crimen y tienes que lidiar con autén­
ticos criminales. Pero también te aporta habilidades de interacción
cuando te enfrentas a un equipo de trabajo". Dixon cree en el tra­
bajo policial presencial, no a control remoto ni mediado por la tec­
nología. Un detalle revelador es que está completamente a favor de
la policía en bicicleta y le reconoce haber disminuido los crímenes
relacionados con drogas en un distrito del cual él era responsable.
Sin embargo, la masculinidad rotundamente corporizada está en
constante riesgo de lesiones y colapsos, como sabemos gracias a estu­
dios sobre otras ocupaciones, como el trabajo en el sector de la cons­
trucción ( Paap 2006 ) . Uno de nuestros entrevistados carga a cuestas
las consecuencias a largo plazo de una lesión deportiva. La confron­
tación y el combate son para los jóvenes; incluso los hombres de me­
diana edad están demasiado viejos para eso. Algunas de las personas
entrevistadas son conscientes de ello y sienten cierta vergüenza de
los empleos de oficina y los aumentos de peso. Gerard, el más gran­
de del grupo, quizá lo compensa un poco manteniendo una imagen
excepcionalmente ruda y enérgica.
El problema es aún más agudo para las mujeres del grupo. Phili­
ppa nunca ha j ugado rugby, pero su hij o s í. Del grupo de personas
entrevistadas, es la más calificada y se ha especializado en una rama
de apoyo del servicio. Ella también tiene recuerdos vívidos de la cor­
porización deportiva de la masculinidad. En el campo de entrena­
miento de oficiales, a ella y a otras reclutas se les exigió que nadaran
con el atuendo de entrenamiento físico, que era pantalones cortos
y camisetas. Luego tuvieron que marchar frente a un grupo de hom­
bres, quienes, como era de esperarse, miraron con luj uria a las muje­
res con camisetas moj adas (paradigma sexista de la cultura playera
australiana) . Philippa protestó y logró detener la práctica. En pocas
palabras, ha enfrentado situaciones de corporización contradictoria
en un ambiente altamente masculinizado y ha debido negociar para
sobrellevar las dificultades.
Mascu l i n i dades en el sector de seg u ridad 1 15

Cambiar las relaciones de género

C omo describen Gerard y Noel, la industria de la seguridad privada


e s un bastión de la masculinidad a la viej a usanza, con organizacio­
nes j erárquicas y una fuerza de trabajo y una cultura ocupacional
a lt a mente masculinizadas, que emprende labores con altos niveles
d e r i e s go y confrontación física. En este mundo, las muj eres están
ex cl uidas o son marginales, y solo pueden entrar en él con muchas
ll ific ultades.
Sin embargo, esta situación no es estática. A medida que el sec­
tor de seguridad se ha ido reestructurando y expandiendo, el orden de
género más amplio ha ido cambiando a su alrededor. Gerard bromea
con que algunas de sus opiniones de derecha "deben ser señal de la
edad" , y dice que le da gusto dej arle asuntos como la igualdad de
o portunidades y el cuidado infantil dentro de la industria "a una
generación más joven". Dixon, quien realizó sus rondas de práctica
policial en áreas peligrosas de la zona urbana, recuerda la cultura ocu­
p ac io na l masculina con cierta nostalgia:

Solías trabajar; cada tres semanas, trabajabas siete días en el tumo nocturno, y
luego de esos siete días de trabajo nocturno podías irte al bar y tomar un trago
y comer algo, hablar sobre lo que había ocurrido y ponerte al corriente con los
chismes de los polis de los otros tumos que trabajaban en el resto de la ciudad.
Eran buenos tiempos, porque podías compartir experiencias.

No obstante, reconoce que esos buenos tiempos se han acabado. Will,


como parte de la milicia, es aún más enfático respecto al cambio:

Mientras he estado ahí, se ha ido haciendo cada vez menos orientado hacia los
hombres. ¡A qué me refiero ? Supongo que a la mentalidad masculina de un
mundo de hombres, porque, seamos francos: muchas de las cosas militares im­
pulsadas por la testosterona son así, atraen más a hombres que a mujeres. Creo
que hemos llegado a entender que el punto de vista femenino es tan valioso
como cualquier otro.

E n las entrevistas salen a relucir dos dinámicas de cambio. La pri­


rnera son las reformas organizacionales que se han ido abriendo paso
h acia el sector públ ico australiano en la última generación ( véase el
estudio del sector público de Nueva G ales del Sur reportado en Con­
ne ll 2007b ) . Las norm as de igualdad de oportunidades y de combate
1 16 Los hom bres y las mascu l i n idades

a la discriminación resultan ahora muy familiares, y todos los direc .


tivos del sector público entrevistados para este estudio las conocen
y las implementan. Otra cosa notable es que este grupo de directivos
militares y policiacos también las respalda, contrario a lo habitual en
la cultura ocupacional tradicional y en la corporización convencio­
nal del trabaj o de seguridad ya analizado. Las personas entrevi s t a­
das no solo repiten el discurso oficial, sino que muestran interés en
él y no dudan en criticar a las autoridades cuando se trata de otras
cuestiones.
La segunda dinámica de cambio es la mayor agencia de las muje­
res. Las mujeres han ido presentándose en números cada vez mayores
para entrar a las fuerzas armadas (aunque no así a los servicios de segu­
ridad privada) . Philippa fue una de ellas: proveniente de una familia
de clase obrera, llegó hasta la universidad, estudió negocios, dirigió
una pequeña empresa y, después de un conflicto en su lugar de traba­
jo, fue a una oficina de reclutamiento en donde la recibieron con los
brazos abiertos. Una vez en la carrera militar, Philippa ha impulsado
mayores cambios, como en el episodio de las camisetas mojadas y
en otras situaciones. Philippa es una de las modernizadoras que está
impulsando cambios organizacionales.
La mayor agencia de las mujeres también se observa en la vida
doméstica, y la presión resultante para que los hombres cambien tam·
bién es visible en muchas de nuestras entrevistas. Pero no en todas:
los directivos del sector privado han mantenido el patrón proveedor/
ama de casa caracterizado por las largas jornadas de trabajo geren·
cial, y Gerard es brutalmente claro respecto al lugar en el que eso
deja a las mujeres:

Como directivo en el negocio de la seguridad, estás de guardia las veinticuatro


horas del día, los siete días de la semana. Pero así es la vida. Y a las esposas no
les gusta, pero las esposas tienen que aprender a vivir con ello. Y a ti te roca
recordarles cada tanto quién es quien está poniendo la comida en la mesa.

Sin embargo, los directivos del sector público no se expresan de es ta


forma. Jack, por ejemplo, está casado con una profesionista que gana
un salario comparable al suyo. Ambos comparten el trabajo domés·
tico y, dado que tienen que criar tres hijos en estas circunstancia s ,
es obvio que experimentan cierto estrés. Después de llevarlos a la
cama, "para las 8 de la noche estamos muertos y nos tiramos en el
sofá, o como zombis prendem os la tele Y nos mete mos a la cama" .
Masc u l i n idades en el sector de seg uridad 1 17

L os o t ro s oficiales, tanto de la policía como de la milicia, también


p a rec e n haber negociado los roles de género respecto al trabajo do­
méstico y la crianza de las hij as y los hijos.

La configuración de las masculinidades

Va rias de las personas entrevistadas hablan de los métodos de induc­


c ión c on que las entrenaron para sus trabajos, cuya estructura también
la s i n dujo no muy sutilmente hacia una masculinidad jerárquica,
fís icame nte extenuante y localmente hegemónica. Jack, por ejem­
plo, d e scribe la vida en el instituto de entrenamiento de oficiales de
s u s e r v i cio. Todo estaba sumamente regulado, incluyendo las horas

de t r a bajo, la forma de vestir y hasta los atuendos que se usaban en


clases. Asimismo, la estructura era muy jerárquica: se hacía hincapié
en la antigüedad, así que, a medida que avanzaban en sus estudios,
los estudiantes iban adquiriendo poder, al cual denominaban "lideraz­
go", sobre sus compañeros más jóvenes. Para cuando terminaban, ya
habían sido aculturados. Jack recuerda que, después de la graduación,
"anhelaba dar órdenes", lo cual confirmó su elección de carrera. Para
él, se t rató de la experiencia que representó su paso a la adultez.
Este intenso régimen formativo es una impresionante obra de
ingeniería institucional que implica cierto patrón de corporización
q u e es también un mecanismo de hegemonía cultural:

Se fomentaba abiertamente la realización de deportes en equipo. Si no juga­


bas algún deporte en equipo, te miraban mal. Pero el deporte en equipo por
excelencia era el rugby. Si no lo jugabas, como que no entrabas dentro de la
jerarquía. Por el contrario, si participabas, te daba una especie de empujón en
el escalafón.

D e h e c h o , Jack no jugó rugby, pero era sumamente bueno para otros


d e po rtes. El lado tóxico de tales regímenes era el bullying -"me mo­
l ía n a palos, al menos durante los primeros malditos doce meses . .
ca da noche me tocaba una paliza", relata Gerard- y el acoso se­
.

xu a l, sobre el cual habla Philippa.


N o obstante, no hay que pensar que esto tuvo como resultado
u na masculinidad rígida y autoritaria, o que, cuando sí fue ese el caso,
esa s personas fueron quienes avanzaron en el escalafón. El tono pre­
d o mi nante en esta serie de entrevistas fue la masculinidad pragmá-
1 18 Los hom bres y las mascu l i n idades

tica, enfocada a cumplir con el trabaj o, pero abierta al cambio y la


negociación. En varias de estas entrevistas se percibe cierta indife­
rencia, lo cual es notable en particular en las organizaciones cuyo
trabajo implica una carga de violencia. Sin embargo, no hay dud a
alguna de que la cultura ocupacional de los servicios de seguridad se
está reconfigurando poco a poco, aunque de forma más evidente en
el sector público que en el privado.

Conclusión

Al comienzo de este artículo mencioné a los intelectuales del hemis ­


ferio sur que plantearon cuestionamientos sobre la relación entre
las masculinidades y el poder mundial. Los hallazgos aquí plantea ­
dos llenan una esquina de este enorme rompecabezas y sugieren al­
gunas ideas para abordar los problemas más apremiantes.
Como ya se señaló, en estas entrevistas se observan algunos de
los cimientos locales de las estructuras mundiales. El poder global
está mediado, y su protección requiere una fuerza de trabaj o que
debe ser organizada y puesta en marcha, lo que requiere un cimiento
tanto institucional como tecnológico. Los directivos de las fuerzas
de seguridad policiacas, militares y privadas que entrevistamos están
haciendo ese trabajo para aquello que Will denomina "la moder­
nidad y el capitalismo comercial occidentales", y dicho trabajo no
podría hacerse sin la intervención de personas como él.
Las dinámicas visibles en el estudio involucran el género, la cla­
se y la identidad étnica. No obstante, al poco tiempo nos llevan más
allá del marco de interseccionalidad tan popular en fechas recien tes
en las ciencias sociales. Observamos que los servicios de seguridad
masculinizados son una de las bases generizadas del orden capitalista
internacional, y en ese sentido vemos que la clase (en todo el mun·
do) está constituida por el género, en lugar de atravesarlo.
Ahora bien, la clase es también una dinámica efectiva en este
contexto. Cinco de los siete participantes provienen de familias de
clase obrera, y los otros dos, de sectores modestos de la clase med ia
australiana. Sus antecedentes son muy distintos a los de directivos de
otros sectores, muchos de los cuales provenían de fa milias notable·
mente más privilegiadas. El sector de seguridad les ofrece a algunos
hombres de clase obrera, y a muy pocas muj eres de la misma clas e
social, la capacidad de escalar, como h a ocurr ido en casos bastan te
Mascu l i n idades en el sector de seg uridad 1 19

o c id os de la milicia estadounidense. No obstante, también po­


c , 1 11

d r íamos decir que la modernidad y el capitalismo comercial occi­

cl e n t a le s reclutan a la carne de cañón entre los ciudadanos menos


i i vi eg iados. La capacidad de escalar es limitada, y solo una de cada
¡r l
� i e t e personas tiene la oportunidad de convertirse en alguien que, en
¡i :i l a h r as de Gerard, "pueda moverse por el mundo y operar en todo
e l m u n d o" en un "ambiente lo más seguro posible" creado por los
p ro pios servicios de seguridad.
Lo que sí tienen es cierto tipo de poder: poder de verdad, que impli­
ci Jesde armas de alto calibre hasta técnicas de vigilancia y autoridad
l e g a l . Es un error creer que las instituciones que movilizan la fuerza
Jeh e n se r operadas por masculinidades violentas o extremas. Como
ya se d is cutió, las masculinidades visibles en estos estudios de caso
son so b re todo pragmáticas y moderadas, y están abiertas a la nego­
c i ac ión y al cambio. Sin duda existen otras formas de masculinidad
en el sector de la seguridad, pero es importante señalar que las mascu­
l i n i J a d e s pragmáticas también son pragmáticas respecto al uso de la
fuerza . No descartan la violencia, pero pretenden controlarla y usar­
la de mane ra estratégica, equilibrio que depende de las y los direc­
t ivos. Uno de los momentos iluminadores durante las entrevistas
t i c u r rió cuando Peter expresó su enojo hacia los jóvenes policías
a gresiv os que se exceden y se van a los golpes. Asimismo, dijo admi­
ra r a l as muj eres dentro de la fuerza que son capaces de mantener
u n a s i t ua ción bajo control sin ej ercer violencia. No obstante, tam­

h i én mencionó que debe mantener feliz a la fuerza laboral masculi­


n i z aJ
a y mantener a flote la policía del área como organización, con
t u d o y e l despliegue permanente del poli uniformado en camioneta.
El difícil equilibrio entre un régimen con igualdad de oportuni­
dade s y sus beneficios y la masculinización tradicional de la fuerza se
u hs e r va de distintas maneras a lo largo de estas entrevistas, y está
f r te men
ue te enraizado en el orden de género. El género es, en el
n i v e l más básico, una serie de acuerdos sociales que rodean las dife­
re n c i a s re productivas entre cuerpos; una especialización masculina
e n l a v i ol enci a no es parte necesaria de ello, pero se ha vuelto his­
t ,'i r i camente una
cualidad muy extendida de los órdenes de género,
en Particular en el mundo creado por el imperialismo moderno. El
I tn p acto combinado del feminismo moderno ( que
opera sobre todo
: i t r a vés del Estado ) y el individua lismo neoliberal (que opera sobre

tl ldo a través del merc ado ) debilita las culturas ocupacionales gene­
r i z a das de antaño. No obstante, la necesidad que tiene el capitalis-
1 20 Los hombres y las mascu l i n idades

mo de protección, cumplimiento de la ley y orden social, prev aleee


y hasta aumenta, como sugiere el crecimiento reciente del sector de
seguridad privada.
Dos posibles soluciones a este dilema están implícitas en nue8•
tras entrevistas. Una es el desarrollo de una masculinidad organi­
zacional en el sector de seguridad que se configure libre de cuerpos
sexuados y que pueda ser ejecutada por mujeres. La segunda es una
desgenerización del uso de la fuerza, lo que implica que los servj.
cios de seguridad deben encontrar otras bases de acción y solidaridad
distintas al género; quizá la clase o la identidad étnica. Sin embargo,
sería necesario ir más allá de las experiencias de las y los direc tivos
contemporáneos para hallar soluciones a los conflictos mundiales y
locales que no involucren la fuerza en absoluto.
6. Crecer en masculino

n los debates públicos sobre masculinidad, algunas de las proble­

E máticas más prominentes se relacionan con la juventud. Vio­


lencia de pandillas, deserción escolar, suicidio juvenil, muertes
por accidentes automovilísticos, paternidad adolescente; todos estos
temas despiertan el interés de los medios masivos de comunicación
y a veces suscitan respuestas por parte del gobierno. Asimismo, entre
l os libros más vendidos de psicología popular están los de consej os
sob re cómo criar a los varones.
La mayoría de estos discursos se basan en posturas muy estereoti­
pa das de la masculinidad y la adolescencia. Según la visión conven­
c ional, niños y niñas tienen una naturaleza psicológica distinta, y la
adolescencia es la etapa en que la masculinidad interior de los mu­
c hachos se abre paso hacia la luz. El "correr riesgos" motivados por
l a testosterona se vuelve habitual; de ahí los altos índices de acciden­
tes automovilísticos. El deseo sexual masculino encuentra su expre­
sión en la atracción natural hacia las muchachas y en la indagación
s exual. La energía masculina se expresa a través de los deportes, las
p ele as y los problemas escolares.
Como mostré en "Cambio de guardia", en la actualidad hay su­
fi c ie n tes investigaciones -algunas centradas en los jóvenes- que
cues tionan las posturas estereotipadas y esencialistas de la masculini­
dad. A continuación reuniré los hallazgos de estas investigaciones
P a ra rep ensar las nociones de adolescencia y masculinidad.
1 22 Los hom bres y las mascu l i n idades

Adolescencia

El concepto de adolescencia fue introducido hace un siglo en las ciencias


sociales hegemónicas por G . Stanley Hall ( 1 904 ) , quien la concebía
como una etapa determinada por la biología de un ciclo consolidado
de desarrollo humano. Más o menos por las mismas fechas, Freud
trató la adolescencia como una etapa específica de desarrollo psico­
sexual. Desde entonces, la corriente psicoanalítica dominante ha pro­
movido la idea de que existe una secuencia normativa del desarrollo
(véase Silverman 1 986 ) .
Los psicólogos más influyentes de mediados de siglo XX s e distan­
ciaron del determinismo biológico, mas no de la noción de etapas.
El psicoanalista Erik Erikson ( 1 950) presentaba la adolescencia como
una etapa de crecimiento en la que sobresalían los problemas de "iden­
tidad". El gran psicólogo cognitivo suizo Jean Piaget trataba la ad o ­
lescencia como la etapa culminante del desarrollo intelectual, como
el momento en el que predominan las "operaciones formales" que
transforman la capacidad que tiene el individuo en crecimiento de
interactuar con el mundo y comprenderlo ( Inhelder y Piaget 1 958).
Muchos textos de psicología popular han tomado prestada esta
idea de secuencias de desarrollo fij as. Según ellos, la adolescencia es
una etapa necesaria para la consolidación de la masculinidad, razón
por la cual los muchachos necesitan que los hombres adultos los
sometan a una "iniciación" para garantizar que harán las cosas bien.
Esto no es más que un sinsentido, una excusa mal disfrazada para
faltarles al respeto a las mujeres y para promover masculinidades
sumamente convencionales. Sin embargo, durante la adolescencia
sí hay crecimiento, y los jóvenes tienen cierto tipo característico de
encuentros con el orden social.
Las chicas y los chicos en crecimiento son creadores activos de
sus propias vidas, tanto en el nivel individual --como sugiere Paul
Willis ( 1 990)- como de forma colectiva. No solo están involucra·
dos en el aprendizaj e de roles y en ser "socializados" de manera pas i·
va. Al mismo tiempo, su actividad es sin duda una práctica soc ia l.
Las actividades de los y las jóvenes adquieren significado a partir de
cierto marco social ( lenguaj e, recursos materiales, es tructura socia l,
instituciones ) , y pueden estar bastante constreñidas por él. Es to
lo ilustra de maravilla el libro Becoming Somebody (Con virtiéndose
en alguien) , de Philip Wexler ( 1 992 ) , un excele nte ( aunque ahora
algo olvidado) estudio etnográfi co de la juventud en las preparato·
C recer en mascu l i no 1 23

1, es t adounidenses. Dicha investigación muestra la feroz abrasión


�� l )'LJ que pueden sufrir los jóvenes, sobre todo aquellos en situa­
C l. ',1
11 ll e p obreza, al estar sometidos a las presiones de una institución
u r , i r i t ar ia.

ª U n a de las circunstancias más importantes de las vidas de la


c n e j oven
r es el orden de género en el que viven. Las masculini­
�a,lcs se van construyendo con el tiempo a través de los encuentros
de las p ersonas jóvenes con un sistema de relaciones de género. Sa­
ben10 s que los órdenes de género difieren entre sociedades y entre
g ru p o s sociales, y que van cambiando con el paso del tiempo. lnevi­
tah lc mente habrá gran diversidad de experiencias entre las personas
jó,· e nes, así como de masculinidades que se van moldeando.
Dado que las masculinidades son las configuraciones de las prác­
ticas asociadas con la posición social de los hombres, las historias de
vida de los varones son el principal lugar social de construcción de la
mas c ulinidad. No obstante, también es posible que mujeres y niñas
se involucren en prácticas definidas socialmente como masculinas,

como lo demuestra el conmovedor recuento que hace Amanda Swarr

( 20 1 2 ) de las masculinidades lésbicas en Sudáfrica. Además, también


es p o s i ble que los muchachos se involucren en prácticas -y adquie­
ran ca racterísticas- socialmente definidas como femeninas. Esto es

de esperarse cuando existe una relación estrecha entre los varones


Y s u s m adres durante el crecimiento. Un excelente estudio realizado
p or F rosh, Phoenix y Pattman ( 2002 ) en Londres reveló que los
h o mb res adolescentes que viven en la ciudad indican tener cercanía
e m oc ional con sus madres con mayor frecuencia que con sus padres.
Es to s re sultados coinciden con encuestas realizadas en Australia du­
r an te la década de 1 950 y 1 960, las cuales mostraban que las madres
fi g ura b an más que los padres como las personas más influyentes en las
v i d a s de los adolescentes de ambos sexos (W. F. Connell et al . 1 95 7 ,
l 9 7 5 ) . Las posibles complej idades de género suelen volverse reales,
como se observa en las historias de vida de los adolescentes margi­
nados en Australia que fueron entrevistados por Wayne Martina y
M a ri a Pallota-Chiarolli ( 2003 ) .
Las vidas y emociones d e los muchachos adolescentes s e trasla­
P an e nto nces con las de muj eres de la misma edad. Sin embargo,
cuando la ideología de género de una sociedad insiste en marcar una
d i fe re n cia absoluta entre masculinidad y feminidad, se crea un di­
l ema d el desarrollo. U na solución común, aunque no la única, es
1 24 Los hombres y las masculinidades

exagerar la representación de la masculinidad como una forma de


"marcar la diferencia".

Cuerpos jóvenes

La adolescencia es una cuestión de corporización social. Los cambios


físicos durante la pubertad solían ser las cualidades principales de la
adolescencia según los libros de texto, y había un cuidadoso cálculo
de la edad promedio -y de la amplia variación de edad- de la me·
narquia y el desarrollo testicular. En estos mismos libros de texto se
aprende sobre el "crecimiento acelerado" durante la adolescencia, la
aparición de vello púbico y los cambios hormonales. Estos son los
cambios que los recuentos esencialistas de la adolescencia enfatizan,
de ahí que la adolescencia se entienda popularmente como el periodo
en el que las hormonas enloquecen y hacen que los muchachos se
salgan de control.
Es un hecho que los cambios físicos importan, mas no determinan
por completo cómo se vive la adolescencia. Se trata más bien de cómo
las prácticas sociales se engarzan con los cambios y las diferencias
corporales, y les imprimen significados sociales a los eventos bioló­
gicos.
Entre los hombres adolescentes, la experiencia sexual suele ser
fuente de orgullo y una manera de reclamar el honor masculino. No
obstante, una gran cantidad de adolescentes no pasan por eso. La
encuesta nacional estadounidense para actualizar el famoso informe
Kinsey descubrió que la edad promedio de la primera relación sexual
es de alrededor de 1 8 años ( Laumann et al . 1 994 ) . Una encue sta
nacional australiana más reciente descubrió que la edad promedio
de la primera relación sexual vaginal era de 1 8 años en mujeres y de
1 7 en hombres (Rissel et al. 2003 ) . En estos países desarrollados, la
primera relación sexual suele ocurrir hacia el final de la adolescen·
cia, no al principio.
Sin embargo, las cosas pueden ser distintas en otros países. Incluso
en estas dos encuestas, hay diferencias entre clases sociales y ge ne·
raciones; en Australia, por ejemplo, la edad promedio de iniciación
sexual ha ido disminuyendo. La noción del despertar sexual adoles·
cente está bastante generalizada, pero en realidad abarca experien·
cias muy diversas. Por ejemplo, el sociólogo australiano Terry Leahy
( 1 99 2 ) exploró la experiencia muy estigmatizada de las relaciones
C recer en mascu l i no 1 25

h' 111l l 1 se xuales intergeneracionales que los medios de comunicación


. ciertos políticos horrorizados califican como pedofilia. Leahy entre­
}· i 'ttí hombres que fungieron como la contraparte joven de dichas
'
a

t: Í ,1 c i ones y descubrió que muchos de ellos no se conciben como víc­


�i in as , sino que de hecho consideran que su experiencia fue positiva,
Li i n t e rpretan a través del discurso del despertar adolescente.
y Leahy también encontró entre los entrevistados un concepto de
01 a s culi nidad que incluía el derecho al placer sexual, idea que tam­
b i é n es posible encontrar entre varones jóvenes heterosexuales. En
u n r erturbador estudio sobre adolescentes canadienses violentos de
e n t re 1 3 y 1 7 años, Mark Totten ( 2000) halló que los jóvenes que gol­
pea n a sus novias por lo regular creen en su derecho a hacerlo por ser
hombres, en las divisiones de género rígidas y en la subordinación
"
n a r ural" de las mujeres al deseo masculino. Lo más probable es que
h ay a n aprendido esa ideología de género patriarcal y autoritaria del
rache o de sus pares masculinos, o de ambos.
La ideología popular trata la heterosexualidad entre adultos como
a l go "natural". De hecho, devenir heterosexual implica un aprendi­
zaj e complejo sobre cómo lidiar con parejas potenciales, cómo pen­
sa r a cerca de uno mismo y cómo aprender técnicas sexuales. Devenir
heterosexual requiere marginar todas las otras posibilidades sexuales,
en p articular el erotismo homosexual. En este punto coinciden el

famoso estudio etnográfico de Máirtín Mac an Ghaill ( 1994) sobre "la


co nst rucción del hombre" en una escuela secundaria británica y el
am p l io análisis de entrevistas realizadas por Wayne Martina y Maria
Pall o tta- Chiarolli ( 2003 ) a jóvenes australianos. La heterosexualidad
se a pren de, y, para los muchachos, este aprendizaje es un ámbito im­
P0 r tan te de la construcción de la masculinidad.
Sin e mbargo, hay otros ámbitos de construcción de la masculi­
ni d a d. La otra práctica corporal que hoy en día es casi tan importan­
t e como la sexualidad para estos fines es el deporte (Messner 2002 ;
H e rt
u a Roj as 1 999 ) . El deporte competitivo en equipo es una prác­
r 1 ca soc ial moderna distintiva que está dominada por hombres y en
d cu a l se observa una fuerte segregación por género. Deportes como

e l fu tbo l americano son sumamente populares, y en ellos participan


gr a ndes cantidades de muchachos adolescentes. Esta recreación del
cornba t e ritualizad o de cuerpos se les presenta a muchísimos jóve­
nes c omo espacio de camaradería masculina, fuente de identidad,
<t re na de competencia por el prestigio y posible futuro profesional.
1 26 Los hombres y las mascu l i n idades

En realidad son muy pocos los hombres que logran empre nder
una carrera deportiva profesional, y quienes lo hacen tienen altas pro·
habilidades de padecer enfermedades crónicas en el futuro (Messner
1 992 ) . La práctica deportiva por lo regular conlleva lesiones, y a ello
se suma la presión social que soportan los hombres j óvenes de mos·
trarse duros, negar el dolor y j ugar a pesar de estar lesionados. Esto
obliga a los deportistas a desconectarse de su experiencia corporal
(White et al . 1 995 ) y contribuye a un creciente problema de salud
masculina que es la tendencia a negar la enfermedad y a no aprove·
char los servicios de salud de atención primaria. En la edad adulta,
la mayoría de los hombres ni siquiera obtienen los beneficios del
ejercicio, pues muchos se vinculan con el deporte solo como e spec·
tadores, principalmente a través de medios televisivos.
Investigaciones realizadas en los sectores salud y educativo han
generado gran cantidad de información sobre cómo los años de la
adol e scencia son formativos para otro tipo de prácticas corporales:
consumo de alcohol y violencia, entre otras. Algunas de estas inves·
tigaciones minimizan la dimensión de género, como los estudios so·
bre bullying en las escuelas. No obstante, hay otros estudios sobre
violencia en la j uventud que enfatizan esta dimensión de género y
consideran que la labor educativa en cuestiones de masculinidad es
crucial para la prevención (Wolfl 200 1 ) .
E n l a adolescencia, l a concretización d e l a masculinidad toma
nuevas formas y avanza en dirección a patrones de adultez. Ahora
bien, no se trata de un proceso estandarizado que siga un camino pre·
determinado. Las prácticas corporales, como los encuentros sexuales
y los deportes, se convierten en importantes mecanismos de diferen·
ciación entre niños y hombres j óvenes, en lugares de consolidación
de las masculinidades hegemónicas y subordinadas.
Irónicamente, las prácticas corporales que suelen adoptar los mu·
chachos que se precipitan a alcanzar la adultez y adquirir pre stigio
masculino entre sus pares son aquellas que tienen efectos más tóxi·
cos en sus cuerpos: tabaquismo, imprudencia al volante, viole ncia
física y sexo sin protección. En un contexto de pobreza comunitaria
y una creciente prevalencia del VIH, como se observa en el estudio
etnográfico de Katharine Wood y Rachel Jewkes ( 200 1 ) realizado
con jóvenes xhosa en Sudáfrica, las consecuencias pueden ser leta·
les, no solo para los muchachos, sino también para las j óvene s que
forman parte de sus vidas.
C recer en masc u l ino 1 27

poder y seducción del mundo adulto

mundo adulto se presenta ante la gente joven como algo estable­


El
c i J o , como un universo ya conformado, y no como el producto de
� u s p rop ias prácticas y deseos. Los poderes ejercidos en este mundo
-d Estado, el mercado, el capital empresarial- están al alcance
de l a m ano, al estar menos mediados que en la infancia. Al mismo
r ie tn p o, también las libertades y placeres de la vida adulta están más
,l isp o n i b les .

Los niños y niñas conocen por primera vez el Estado corporizado


e n d sistema escolar, que en los países ricos ocupa la mayor parte del

,l ía de l a mayoría de la población desde la mitad de la infancia hasta


la ad olescencia tardía. Los poderes coercitivos del Estado se vuelven
evidentes cuando los adolescentes entran en conflicto flagrante con
la escuela, lo cual es mucho más común en el caso de jóvenes de cla­
se obrera, y más frecuente en hombres que en mujeres. Por ejemplo,
en e scuelas públicas de Nueva Gales del Sur, los varones en edad

escolar fueron objeto de 85% de las acciones disciplinarias rigurosas


e n 1 998, y las cifras más altas se presentaron en barrios populares

( Sydney Morning Herald, 22 de marzo de 1 999 ) . De hecho, muchas


personas jóvenes simplemente no consideran que el tiempo que pa­
san en l
a escuela sea productivo.
Por lo tanto, muchos encuentran una solución en la entrada al
mu ndo laboral. Entre más pobre sea la comunidad, más probable
es que sus adolescentes se incorporen tempranamente al mercado
lab oral. En donde existe un mercado laboral formal con una fuerte
s e g r egación de género, los jóvenes de clase obrera pueden asimilar
l a masculinidad al participar de la "cultura obrera", descrita por Paul
W i !l is ( 1 979 ) en el contexto de una población industrial británica
h ace una generación. Sin embargo, la consolidación del neolibera­
l i smo en todo el mundo y la migración del campo a la ciudad han
l ln p uls ado en muchos países el crecimiento a gran escala del trabajo
i n fo rm a l. El trabajo informal suele caracterizarse por la segregación
J e gé ne ro; por ejemplo, es más probable que sean los muchachos y
no la s m uchachas quienes entren en las filas del sector del mercado
l a b oral informal que consiste en narcomenudeo y hurtos a pequeña
e s c a l a. Esta división sexual del trabaj o se reflej a en cifras mucho
%1yore s de arresto y condena de hombres adolescentes (por ej em­
P lo, en las cortes de N ueva G ales del Sur, 88% de las condenas a
1 28 Los hombres y las mascu l i n idades

personas jóvenes fueron impuestas a varones: Bureau of Crime Sta·


tistics and Research 200 2 ) .
Los adolescentes también s e familiarizan con el mundo empre·
sarial como consumidores. De hecho, en los países ricos es el prin·
cipal medio de encuentro con la economía. Las y los adolescentes
se han convertido en un sector de mercado significativo que consu·
me moda, música, revistas, entretenimiento, aparatos electrónicos
-como teléfonos celulares- y hasta vehículos. El popular libro de
Naomi Klein No logo ( 200 1 ) documenta con cuánto cuidado las em·
presas estadounidenses monitorean e intentan manipular los cambios
de estilo entre adolescentes.
Muchos de estos productos, aunque no todos, están generizados;
esto quiere decir que se producen y publicitan de formas distintas
según estén enfocados a muj eres u hombres adolescentes. La publi­
cidad crea imágenes llamativas de adolescentes saludables y sin preo·
cupaciones que se divierten según su sexo con productos apropiados
para su género. De ese modo, el consumo masivo se convierte en un
nicho para la reproducción de una dicotomía de género normativa.
No obstante, también puede ser el medio para circular las innova·
dones en el tema. De hecho, un interesante y divertido estudio reden·
te interpreta la inmensa popularidad de los Beatles como vehículo
para la popularización de nuevos modelos de masculinidad en los años
sesenta (King 20 1 3 ) .
Alcanzar l a adultez también ofrece nuevas posibilidades de inti·
midad. A pesar de que existen ciertas teorías sociológicas sobre las
relaciones "fluidas", la intimidad sigue estando en gran medida es·
tructurada por el género (Jamieson 1 99 8 ) . Investigaciones previas
sobre la adolescencia en países del primer mundo encontraron un
patrón sólido de cambio: en la adolescencia temprana, la amistad
suele darse por lo regular entre personas del mismo sexo, aunque con
el tiempo se van haciendo más comunes las amistades entre mujeres
y hombres (Connell et al . 1 97 5 : 2 1 0 ) .
N o hay datos e n estudios recientes que contradigan l o anterior,
el cual parece un patrón plausible para un orden de género con
familias basadas en parej as adultas heterosexuales que prohíben la
sexualidad en los menores de edad. En dicho orden de género, la ado­
lescencia es el periodo en el que las parej as heterosexuales se vuel­
ven el patrón normativo en la vida social juvenil.
No obstante, como lo demuestran Martina y Pallotta�Chiarolli
( 2003 ) , normativo no es por ningún motivo sinónimo de univer·
C recer en mascu l i n o 1 29

il. Están surgiendo también otros patrones de sexualidad: gay, ase,


�s;u ;i l , i nc ierto, polimorfo. Sin embargo, las parej as heterosexuales
�t i n las que se forman con mayor frecuencia y las que representan
bu e na parte de la actividad sexual hacia el final de la adolescencia.
En muchos contextos culturales, desde Gran Bretaña hasta Chile, la
p a t e rn i dad
es importante para las definiciones dominantes de mas,
c u l i n i dad en la edad adulta, por lo que muchos hombres jóvenes
as p i ran a ser padres como parte importante de su futuro (Frosh et al.
200 2 ; Olavarría 200 1 ) .
Algunos adolescentes se vuelven padres y madres casi inmedia,
r a m en te después de empezar a tener relaciones sexuales. La atención
se rij a sobre todo en la "maternidad adolescente'', pero los hombres
j 6ve nes también están implicados. Hay algunas evidencias estudia,
Jas de padres adolescentes, que ponen de manifiesto las distintas reac,
c iones que tienen estos frente al embarazo de su parej a: van desde
e l so b resa lto y la confusión, el rechazo y los intentos de huir de la
res p o n sabilidad, hasta el involucramiento activo en el rol paterno
( M assey 1 99 1 ) . En Brasil, se ha desarrollado un tipo de educación
comunitaria entre los padres muy jóvenes para incrementar el inte,
rés que tienen en su pareja y su bebé, y así ir cambiando los patrones
con ve ncionales de comportamiento masculino (Lyra 1 998) .

Puntos de partida y proyectos

Lo s padres adolescentes del estudio de Massey son jóvenes negros,


pr o veni entes de un sector de la sociedad estadounidense que es
el princ i pal blanco del racismo, que exhibe altos índices de pobreza
Y v i o l e n c i a , y cuya edad promedio de iniciación sexual es la menor
d e to das . Por lo tanto, es probable que los jóvenes implicados en el
est u d io construyan su primer encuentro sexual en condiciones de
P r i vac i ón y tensión social, muy distintas a las de los adolescentes
Pud iente s de raza blanca de ese mismo país.
En i nvestigaciones recientes se han hecho muy evidentes la di,
s
Ve r idad de gente j oven, las distintas situaciones que enfrentan y
l a variedad y comp lej idad de las masculinidades que construyen.
U n ej e mp lo represen tativo, tomado de la sociología educativa, es el
estud io a gran escala de estudiantes irlandeses de nivel secundaria
realiz ado por Kathle en Lynch y Anne Lodge ( 2002 ) . Las autoras de,
rnue stran la importancia continua de las inequidades de clase, pero
1 30 Los hombres y las mascu l i n idades

también revelan inequidades en términos de religión, sexualid ad


etnicidad y género. Martina y Pallotta-Chiarolli ( 2 003 ) titul an �
segunda sección de su libro sobre hombres jóvenes "Masculinidades
diversas", y categorizan la diversidad en términos de sexualidad, d is.
capacidad, etnicidad, raza y región a lo largo y ancho de Australia.
Existen, pues, razones sólidas para subrayar las distintas circuns.
tancias sociales en las cuales las personas jóvenes se relacionan con
el orden de género y emprenden la formación de sus masculinidades.
Por su parte, sus proyectos de masculinidad enfrentan reacci ones
distintas de las autoridades e instituciones.
En este sentido, los muchachos afrocarib ¿ños en Inglaterra (O'
Donnell y Sharpe 2000) enfrentan fuertes abusos policiacos y pre ­
juicios sociales. En algunos casos, estos jóvenes desarrollan una fuer­
te identidad étnica y de género que es al mismo tiempo defensiva y
agresiva. Como lo demuestra Ann Ferguson ( 2000) en el caso de mu­
chachos afroestadounidenses, la interacción entre prej uicio racial,
abuso policial y autoridad escolar, por un lado, y la formación activa
de la masculinidad, por el otro, conduce a muchos de estos jóvenes
hacia un sendero de conflictos. Las reacciones disciplinarias a su com­
portamiento descontrolado pueden tener consecuencias sociales y
educativas devastadoras.
Hay también jóvenes que enfrentan poderes aún más coercitivos.
Por ejemplo, los jóvenes palestinos bajo la ocupación israelí crecen
en condiciones en donde las fuerzas de ocupación con frecuencia
golpean a los hombres jóvenes y\ adolescentes, y hasta llegan a dis­
pararles. La ocupación ha destruido buena parte del marco previo de
autoridad social del pueblo palestino; por lo tanto, en ese con tex to
la resistencia y la masculinidad se entretejen. Alcanzar la hom bría
es un proyecto que se define dentro de la colectividad de los mu ­
chachos a través de las protestas, el encarcelamiento y la viol encia
( Peteet 2000 ) . Es claro que se gestaron procesos similares entre los
varones sudafricanos en la lucha contra el apartheid ( Xaba 200 1 ) ,
pues es probable que estos surj an en cualquier lugar en donde los
hombres adolescentes se adhieran a movimientos de resistencia o a
fuerzas o ejércitos paramilitares.
En una inusual investigación realizada en Australia, Mike Do­
naldson ( 2003 ) ha examinado la construcción de la masculinidad en
las circun stancias contrarias: en familias muy adine radas. Aun qu e
crecer en medio de mucha ri queza ofrece gran abundancia mate ri a l
y cierto sentido de pertenen cia , no es algo pre cisa mente favorab le .
C recer en mascu l i no 131

fn r r e la s
presion � s que soportan los jóv � n� s acaud�lados está? el
,
¡ .;[ a m e nto emocional de los padres, un reg1men deliberado de en­
i
� t; r c c i m i e nto", una sensación de distanciamiento del resto de la so­
c icLlad y la dificultad para entablar relaciones cercanas y confiables.
Par t e de esta formación proviene de escuelas privadas de élite.
p r o ye cto de las familias adineradas de conservar su riqueza y la
El
c o n s t ru cc i ón de las masculinidades de sus hijos varones se entrete­
jen en instituciones que propagan las divisiones sociales. Este pro­
c eso es bastante evidente en el magnífico estudio histórico que hace
R o hert Morrell de los jóvenes de Natal en From Boys to Gentlemen
( D e n i ños a caballeros ) ( 200 1 b ) . En la región pastoril de esta colo­
n i a sudafricana, los terratenientes británicos crearon un sistema de
e scuelas secundarias para varones. A través de un régimen jerárqui­
co y c r uel, dichas escuelas definieron una masculinidad dominante

orientada al privilegio y la violencia. Este patrón de género se exten­


d i ó a toda la sociedad blanca colonizadora y contribuyó al manteni­
m i e nto de la dominación racial y la jerarquía de clase durante varias
generaciones.
Ahora bien, no todos los muchachos son cómplices de proyec­
tos de esta naturaleza. De particular interés es la documentación
que h a c e Mac an Ghaill de la experiencia de jóvenes homosexuales.
Par a e llos, el proyecto de formación de la masculinidad está más ex­
pl ícitame nte sexualizado, puesto que la cultura heteronormativa los
defi ne como desviados. En este caso, la falta de apoyo institucional
para la construcción de la masculinidad es notable: la escuela no tie­
n e c abi da para la "masculinidad gay" en su repertorio cultural. Otros

e st u d i os sobre la construcción de la sexualidad gay, como el nota­


h l e es tudio australiano de historias de vida realizado por Gary Dowsett
( 1 9 9 6) y la información recopilada por Martino y Pallotta Chiarolli
( 2003 ) confirman la falta de apoyo en el ámbito escolar. Y la juven­
,

t u d g a y requ ie re apoyo, pues la evidencia apunta hacia la homofobia


g e nera liz ada entre los compañeros de escuela, especialmente entre
l os d e s exo masculino (véase Lynch y Lodge 2002: 136- 1 38 ) . Las nor­

tn as a n ti d i scriminaci ó n rara vez se implementan o supervisan.

C ul tu ras juveniles , preparatorias y trabajo juvenil

Cuando las respuestas colectivas de la gente j oven sobresalen y toman


f( lrrn as simbólicas -vestimenta, habla, diversión o sensación de soli-
1 32 Los hombres y las mascu l i n idades

claridad distintivas-, es común hablar de "subculturas juveniles" (o


simplemente "culturas j uveniles") . Esta idea fue desarrollada por un
grupo muy creativo de sociólogos británicos en la década de 1970
( Hall y Jefferson 1 9 7 5 ; Willis 1 9 7 7 ; Robins y Cohen 1 97 8 ) . En sus
descripciones resaltan patrones muy marcados de masculinidad que
suelen ser enérgicos, combativos, antiautoritarios y homofóbicos.
Hay un énfasis en la "dureza" masculina, cierto desprecio hacia las
mujeres y rabia contra las clases más privilegiadas, la cual suele ex·
presarse en forma de abuso sexual o de género.
Las culturas j uveniles son importantes para comprender la ado·
lescencia. El hecho de que surjan y se desvanezcan en circunstan·
cias históricas específicas es evidencia importante para combatir el
modelo biológico determinista de un tipo de desarrollo fijo durante
la j uventud. El que las personas jóvenes se constituyan a sí mismas
(por lo regular siendo temidas por el mundo adulto) es evidencia
importante de la agencia de las y los jóvenes en el momento de hacer
su propia vida. Y la agencia colectiva que exhiben en esta constitu·
ción contradice el modelo individualizado de crecimiento común a
la psicología del desarrollo.
Ahora existe una gran gama de investigaciones internacionales
al respecto. Una recopilación australiana de "subculturas juveniles"
(White 1 999 ) incluye skaters, aficionados a los autos, hip hoperos,
fanáticos de la música pop, jóvenes que escriben fanzines, jóvenes
aborígenes, libaneses y vietnamitas, presidiarios, lesbianas y gays.
Existe aquí una variedad considerable de masculinidades. La mas·
culinidad subcultural ya no siempre se entiende como la masculinidad
reivindicativa dura. En esta línea, Joachim Kersten ( 1 993 ) describe
una subcultura j uvenil j aponesa en la que el estilo de vestir de los
hombres raya en el travestismo. Asimismo, el surgimiento del estilo
queer en la vida urbana y los locales de música también desarticula
los rígidos binarismos de género.
Ha habido un reconocimiento creciente de las diferencias rada·
les y étnicas, no como divisiones fijas, sino como relaciones dinámi·
cas entretej idas con la formación de género. Scott Poynting,' Greg
Noble y Paul Tabar ( 2003 ) proporcionan un excelente estudio de
caso de este proceso sobre la minoría libanesa de habla árabe en Aus·
tralia. Esta comunidad, que ha sido objeto de fuertes prejuicios en
años recientes, sufre de niveles elevados de desempleo, relaciones pro·
blemáticas con el sistema escolar y alta incidencia de acoso policiaco.
C recer en mascu l i n o 1 33

tis g r upos conformados solo por hombres reafirman su identidad


L
¡¡ i nesa ( " ¡ Los lebs reinan! " ) , intercambian insultos con otros jóve-
b:
, , de distintos grupos étnicos y reafirman una forma de masculi­
f!C·
lhi d b asada en la destreza física, el éxito con las mujeres y la ca-
ni
r'ic i da d de intimidar a otros. De cara al racismo, los muchachos
¡¡ baneses exigen respeto y son solidarios entre sí. No obstante, al par­
t ir d e tradiciones arraigadas en el patriarcado, el tipo de dignidad que
Jetienden es masculina y requiere la subordinación de las mujeres.
No se debe olvidar, sin embargo, que la diversidad es importante:
el e s t a t us étnico minoritario no produce un solo patrón de masculi­
n ida d . Por ejemplo, Mike O'Donnell y Sue Sharpe ( 2000) describen
mas c ulinidades entre las minorías indias y pakistaníes que inclu­
yen tanto la masculinidad reivindicativa (a la cual llaman "sub­
cultura machista" ) como proyectos de escalamiento social a través
Je la educación.
Para gran cantidad de muchachos, en particular jóvenes de clase
media, las escuelas son las instituciones formales más importantes de
sus v i das . De hecho, el desarrollo de un sistema educativo de nivel
sec u ndario fue la condición clave para el surgimiento de la adoles­
cencia o la juventud como categoría social, según lo demuestra el
trabajo de historiadores ( Irving et al. 1 995 ). Los regímenes de género
d e n t ro de las escuelas son muy visibles para los varones, de acuerdo
con l a investigación de Martina ( 1 994) sobre estudiantes australia­

n os d e la clase de lengua y literatura inglesa a nivel preparatoria.

A unque es una materia obligatoria que toman todos los estudiantes,


l( 1s v arones tendían a considerarla más apropiada para las niñas.
Dentro del régimen de género de una escuela preparatoria son
Pos ib les múltiples construcciones de la masculinidad, hecho impor­
t a n t e qu e ha sido documentado en varios estudios (Willis 1 9 7 7 ;
C o n ne ll et al . 1 982; Mac an Ghaill 1 994; Frosh et al. 2002 ) . Las
d i fere n tes masculinidades no solo conviven una junto a otra, pues
ent re ellas suele haber relaciones concretas de jerarquía, exclusión,
negociación y, a veces, tolerancia.
Lo anterior se demuestra de manera vívida en uno de los mejores
e st ud ios etnográficos escolares existentes: Leaming Capitalist Culture
( A pre nder la cultura capitalista) , de Foley ( 1 990) . En la preparatoria
rural texana de este estudio se encontraron varios tipos de mascu­
l i n idad : los populares "atletas" de origen anglosajón, los "vatos" lati­
nos antiautoritarios y la "silenciosa mayoría", cómplice pero de bajo
1 34 Los hombres y las masc u l i n i da d es

perfil. Los atletas deben mantener su prestigio, los vatos mantienen


una distancia irónica y despreocupada, y los "maricas" ( afeminados
u homosexuales ) son objeto de hostilidad, aunque buena parte del
abuso lo comete el séquito adulador de los atletas y no estos últimos .
En esta j erarquía, el prestigio se vincula con la popularidad entre las
jóvenes. Las "porristas" definen la forma de feminidad aprobada por
la comunidad, y solo los muchachos más populares pueden arriesgar­
se al rechazo e invitarlas a salir. A los otros jóvenes solo les queda
fantasear.
Las escuelas tienen varias características organizacionales en co­
mún, pero sus regímenes de género pueden diferir significativamente.
Hay una distinción evidente entre las escuelas mixtas y las escuelas
diferenciadas por sexo. En el estudio realizado por Lynch y Lodge
( 2002 ) en la Irlanda católica, en las escuelas exclusivas de varones
se encontraban las definiciones más marcadas de masculinidad hege­
mónica.
Los regímenes de género en las escuelas pueden cambiar. En la
era de los programas de equidad de género, estas instituciones son
objeto de reformas concienzudas. De hecho, desde hace más de dos
décadas que se intenta involucrar a los varones en la reducción del
sexismo en el ámbito escolar ( Dowsett 1 985; Novogrodsky et al. 1992) .
Cuando surgieron las políticas antifeministas reaccionarias, un resul­
tado fue la creación de programas especiales para varones basados en
ideas estereotipadas sobre la masculinidad natural, aunque al parecer
estos no han tenido un gran impacto ( Weaver-Hightower 2008).
Hay una historia más larga de programas especiales para varones
dentro de las organizaciones j uveniles. Por ejemplo, los boy scouts
intentaron llevar la agreste masculinidad fronteriza a las j uventudes
clasemedieras de la metrópoli ( M angan y Walvin 1 98 7 ) . Fue solo
hasta hace poco que en dichos programas pudieron hacerse reflexio­
nes críticas sobre la masculinidad. El programa j uvenil alemán que
estudia Heinz Kindler ( 1 993 ) fue uno de los primeros ejemplos; se
diseñaron 1 9 talleres con el objetivo de reforzar el conocimiento
de los hombres sobre sí mismos, su capacidad para relacionarse y su
compromiso con la equidad de género. En ellos se cubrían temas que
iban desde la carrera profesional, la sexualidad y el cuerpo masculino
hasta la espiritualidad. En las últimas dos décadas, dichos programas
se han multiplicado en todo el mundo.
C recer en masc u l i n o 1 35

a nar la masculinidad
¡m gi

Los muchachos del programa descrito por Kindler imaginaron formas


nuevas y distintas de ser masculinos, lo cual para los jóvenes violen­
t l is descritos por James Messerschmidt ( 2000) y Mark Totten ( 2000)
r e s u l t a ría difícil o hasta imposible. Reconocer narrativas alternas

de la m asculinidad y formas distintas de ser hombre es clave para


la s " formas respetuosas de trabaj ar con los varones jóvenes con la
fi na l i dad de reducir la violencia" que diseñó y puso en práctica el
rs i c ólogo David Denborough ( 1 996) en un primer ejemplo de pro­
gram as para combatir la violencia.
La creación de narrativas de la masculinidad es una práctica co­
mún entre escritores y cineastas, sin duda alguna. Lo que en alemán
se c o n oce como Bildungsroman -la novela de formación- rastrea

las complej idades y ambivalencias implícitas en el crecimiento, y


re p resenta una rica documentación cultural de las masculinidades.
Lo anterior se demuestra a la perfección en una de las obras maes­
tras del género: El retrato del artista adolescente, de James Joyce. En el
extremo opuesto están las representaciones unidimensionales de la
masculinidad expuestas en las historias de aventuras sangrientas que
solía n proliferar en las revistas para muchachos y ahora se reprodu­
cen e n las "películas de acción" hollywoodenses, dirigidas principal­

mente a niños y hombres jóvenes. Kimio lto ( 1 992) ha utilizado las


n a rrativas de ficciones y cómics para jóvenes con el fin de dar segui­
mie n to a los cambios en la identidad de género en Japón, pero sobre
to do a las crecientes tensiones e incertidumbres que experimentan
ho mbres y niños.
Mary Rhodes ( 1 994) les pidió a varones adolescentes australianos
q u e crearan historias en el salón de clase. Curiosamente, las historias
gru pale s reforzaban más las imágenes dominantes de masculinidad
q u e las h istorias escritas de forma individual, las cuales mostraban
u na m ayor variedad de tipos de masculinidad. Pero la imaginación
ta m bién entra en juego en otros contextos. Linley Walker ( 1 99 7 )
e ntrev istó a u n joven ladrón d e autos e n u n centro d e detención ju­
v e nil australiano. El muchacho seguía un sistema de reglas derivado
<le u n código anticuado: gánate la vida, protege a mujeres y niños (el
m uch acho reparó y devolvió el Mercedes azul que le había robado
Por error a una mujer) , y róbales a otros hombres. Walker describe
a p ologéticamente esta situación como "una construcción fantástica
1 36 Los hombres y las mascu l i n i dades

de masculinidad hegemónica"; es decir, la masculinidad como fanta.


sía de poder.
Con base en técnicas tomadas de la psicología discursiva, Mar.
garet Wetherell y N igel Edley ( 1 999) proponen que las mascul ini­
dades no existen como estructuras de personalidad establecidas, sino
como posturas discursivas imaginarias. Los hombres utilizan es tas
posturas de manera estratégica, adoptándolas a veces y distanci án­
dose de ellas en otras ocasiones.
No obstante, esta flexibilidad tiene límites. La forma en la que
suelen concebirse las masculinidades hegemónicas--.por lo regular
establece límites infranqueables en torno a una zona estrecha de
comportamiento y sentimientos aceptables. Las entrevistas realiza­
das por Blye Frank ( 1 993 ) a varones preparatorianos canadienses de
entre 1 6 y 1 9 años evidenciaron que la hegemonía heterosexual se
reforzaba mediante la intimidación de muchachos gay o afeminados.
Las investigaciones criminológicas de Steven Tomsen ( 2002 ) , rea­
lizadas en Australia, descubrieron que los crímenes por homofobia
suelen ser cometidos por adolescentes u hombres muy jóvenes, quie­
nes sienten que, al atacar a hombres mayores que suponen que son
homosexuales, están defendiendo el honor masculino o castigando
a quienes osan corromperlo. Estos asesinatos son de una brutalidad
escalofriante.

Conclusión

Este texto propone una visión de la adolescencia y la masculinidad


que no supone un ciclo consolidado de desarrollo, pero que toma
en cuenta las realidades del crecimiento humano. Las evidencias
muestran la importancia de utilizar un enfoque relacional al género,
que entienda las masculinidades como constructos -a veces pro­
visionales, a veces de mayor duración- dentro de cierto orde n de
género. La interacción de las relaciones de género con otras estruc ·
turas de diferencia e inequidad social implica que la construcción de
la masculinidad tiene distintos puntos de partida en las diferente s
vidas humanas. Esto da como resultado una diversidad de trayec to·
rias que están bien documentadas en las investigaciones modern as .
La adolescencia no es una fase consolidada del desarrollo, si no
más bien un periodo de la vida vagamente defin ido en el cual sue ·
len ocurrir ciertos tipos de encuentros. Los c uerpos en desarrollo se
C recer en mascu l i no 1 37

r e i nte rpretan y desafían, e incluso a veces se dañan. Hay encuentros


\' ne gociaciones con instituciones, como la escuela, y aproximacio­
ne s y confrontaciones con los poderes del mundo adulto.
Estos encuentros conforman una arena de placer, humor, curio­
.; i da , construcción de relaciones y éxito, pero también de ansiedad
d
\' vi olencia. Al reconocer la creatividad e inventiva de la gente joven,

;10 de bemos olvidar su juventud, aquella combinación en ocasiones


e x t raña de poderes corporales adultos e inexperiencia y duda. Esto
p u ed e dar como resultado equivocaciones, reduccionismos y odios.
La adolescencia es inherentemente transitoria. La mayoría de
[u s adolescentes se consideran adultos y adultas jóvenes, o casi adul­
tos , más que miembros de un grupo etario distintivo. Las masculinida­
des durante la adolescencia suelen ser cercanas a las masculinidades
definidas para los adultos dentro de las comunidades implicadas,
a u nque no son una simple fotocopia de viejos modelos. Hay contra­
di c ciones, distanciamientos, negociaciones y a veces rechazo de los
viejos patrones, lo cual permite el surgimiento de nuevas posibili­
dades históricas.
7 . De las perspectivas del Norte a las del Sur
en los estudios sobre masculinidad

El momento etnográfico

e uando comenzó la investigación contemporánea sobre las mas­


culinidades, el análisis feminista ya había demostrado que casi
todo discurso académico correspondía, en cierto sentido, a los
" e studios del hombre"; es decir, que era una forma de conocimiento
construido abrumadoramente por hombres que priorizaba los intere­
ses y las perspectivas de estos y marginaba los de las mujeres. Pero
e sa forma de conocimiento no consideraba a los hombres como por­
tadores de género. En realidad, uno de los tropos más comunes de las
h umanidades, las ciencias sociales y hasta las ciencias biomédicas con­
sis tía en considerar al "hombre" como la norma, como la representa­
c itSn universal. De esta manera, se trataba a los hombres como si no
P articiparan del género, y el concepto "género" significaba "mujeres".
La crítica feminista de la década de 1 970 destruyó el supuesto
4 ue sub yacía a esa lógica, si bien la práctica de construir conoci­
tn i en to a partir del punto de vista de los hombres ha perdurado (por
ej emplo, en la economía neoclásica) , y la identificación de "géne­
ro " con "mujeres" persiste en la elaboración de políticas públicas en
to d o el mundo. La principal consecuencia científica del movimien­
to de liberación de las muj eres fue el desarrollo de los estudios de la
1n uj er como disciplina académica. Pero ello abrió simultáneamente
una v ía para el estud io de los hombres en cuanto participantes en las
rel a ciones de género, así como para el análisis de las configuracio­
n es de la prácti ca social asociadas con la posición de los hombres
en las relaciones de género -por ejemplo, la de los patrones de mas­
c ulinidad.
1 40 Los hombres y las mascu l i n idades

Una de las contribuciones pioneras a este nuevo tipo de estu.


dios fue el libro publicado en Alemania en 1 985 por dos invest iga.
doras feministas, Si grid Metz-Gockel y Ursula Müller, Der Mann:
Die BRIGIITE-Studie (Los hombres: el estudio BRIGITIE ) . Se trataba de
una revisión exhaustiva de las relaciones de género con interés espe.
cial en la situación de los hombres que contribuyó a establecer una
nueva clase de estudios en la investigación de género.
En las ciencias sociales de la metrópoli global, es decir, las de
Europa Occidental y América del Norte, existía ya una delgada he ­
bra de investigación y discusión en tomo al tema. Yo añalicé con mis
colegas Tim Carrigan y John Lee los textos escritos en inglés sobre
este asunto, y publicamos un informe el mismo año en el que apa­
reció Der Mann. Encontramos una producción banal y abstracta de
corte socio-psicológico en tomo al "papel masculino", un confuso
discurso popular sobre la "liberación de los hombres" y un conjun­
to de estudios imprecisos sobre la historia de las ideas acerca de la
hombría.
Más interesantes resultaban los estudios psicoanalíticos sobre las
contradicciones emocionales implícitas en la estructuración del ca­
rácter masculino adulto ( inc1uso, La personalidad autoritaria [Adorno
et al. 1 969] podía leerse como un análisis de las formas de la mascu­
linidad ) , así como una aguda crítica de la masculinidad heterosexual
por parte del Movimiento de Liberación Gay. También se asomaba
a la vuelta de la esquina un tipo de estudios etnográficos centrados
en los hombres y la masculinidad: estudios antropológicos sebre so­
ciedades no occidentales, y análisis socialistas-feministas en tomo a
los lugares de trabajo.
Durante los 20 años posteriores a 1 985, este género de inves tiga ·
ciones se expandió a un ritmo sorprendente. Der Mann siguió siendo
una de las pocas revisiones exhaustivas de índole cuantitativa sobre
las prácticas de género de los hombres en la vida cotidiana. Pero tam ­
bién se multiplicaron nuevos estudios cuantitativos en psic ología
social basados en escalas de masculinidad/feminidad, y se produj eron
nuevas escalas de masculinidad. Apareció una historiografía de m a·
yor calidad, fundamentada en minuciosos análisis documentales. Se
multiplicaron asimismo los estudios que abordaban historias de v ida
de hombres en ocupaciones o conte xtos sociales específicos. Lo mismo
ocurrió con los análisis culturales sobre la construc ción de mascul i·
nidades en textos de ficción, en la publicidad , el ci ne y los deportes.
De las perspectivas del Norte a las del S u r 141

Ta mbién s e incrementaron los textos etnográficos basados en la


t i b s ervación participante de comunidades o localidades específicas,
\' a p a reció un subgénero particularmente rico, el de la etnografía de
Li e s c ue la en cuanto escenario de construcción y aprendizaje de for­
!l1as d e masculinidad y lugar donde se negocian las relaciones entre
e�,1 s formas. Asimismo, surgieron y se expandieron estudios sobre pa­
r e rn i d ad, violencia masculina, masculinidad militar y masculinidad
org an izacional y directiva. (No quiero recargar este ensayo con una
e x tensa lista de referencias. Obras que se refieren a este tipo de biblio­
g rafía son: Connell 2005 ; Kimmel et al. 2005 , así como el trabajo de
c olaboradores de ese volumen, entre los que destacan Hagemann­
W h ite, Meuser y Heam. )
Llamo a esta etapa de la investigación en tomo a la masculi­
n i dad "el momento etnográfico". La observación participante, en
la que se basa la etnografía clásica, fue solo uno de los métodos de
investigación a los que se recurrió durante ese periodo. Sin embargo,
todo aquel conjunto de estudios comparte con la etnografía clásica
el i nterés de documentar las especificidades culturales y las relaciones
so c iales en tiempos y lugares específicos. Puede verse cómo durante
esa época se desarrolla el campo de la investigación sobre la mascu­
l i n idad como un repertorio de documentos etnográficos en creci­
m iento continuo.
Esa rica documentación etnográfica constituyó un importante
factor para superar la acentuada tendencia de la literatura popular
-y particularmente de la psicología pop- a tratar a los "hombres"
como si fueran un grupo homogéneo, y la "masculinidad" como si
fues e una entidad fij a y ahistórica. El detalle etnográfico también
ej erció atracción sobre profesionales ajenos al mundo académico. A
l o largo de la década de 1 990 se produjo un significativo desarrollo
d e d i versas formas de conocimiento aplicado, basadas en el "momen­
to et nográfico", en la investigación sobre masculinidad (Connell
2000 ) . Una de ellas fue el trabajo sobre la educación de los niños
v arone s como respuesta a un pánico mediático ante su "fracaso" es­
co lar, así como al resurgimiento de ideas esencialistas respecto de
l as di ferentes formas de aprender de los varones. Otra modalidad
d e conocimiento aplicado fue el trabajo de prevención de la vio­
l e ncia, tanto en el nivel personal como en el del conflicto civil y la
guerra . Se desarrolló asimismo un discurso en tomo a la salud de los
varones al que la investigación sobre masculinidad proporcionó un
con trapeso fren te a la simplista rigidez conceptual en materia de gé-
1 42 Los hombres y las mascu l i n i dades

nero predominante en las ciencias biomédicas. Y además se ex ten.


dió la práctica de la asistencia psicológica especializada a hombres
y niños.
Pero quizá la novedad más notable en el desarrollo de este t ipo
de estudios fue su rápida transformación en un campo mundia l de
conocimiento. Mientras avanzaba el trabajo de documentación et­
nográfica en Alemania, Escandinavia, Gran Bretaña, América de l
Norte y Australasia, se realizaban también estudios sobre los mismos
temas en América Latina, África del Sur, la zona del Mediterráneo
y otras regiones. El programa de investigación y documentación so ­
bre hombres y masculinidades más constante y prolongado en el
mundo se emprendió en Chile a mediados de la década de 1 990,
incorporando a investigadores de toda América Latina. Hacia media­
dos de la década de 2000 se habían publicado no solo estudios indi­
viduales, sino colecciones enteras de investigación descriptiva y de
estudios aplicados en prácticamente todos los continentes y áreas
culturales, incluyendo masculinidades africanas, islámicas y del este
de Asia, masculinidades cambiantes en la India, y muchas otras.
A medida que los estudios sobre la masculinidad se extendían a
pasos agigantados de continente en continente, la documentación
de la diversidad de las masculinidades ascendió a un nuevo orden de
magnitud. Este fue, por esa sola razón, un proceso fascinante. Con
el tiempo, sin embargo, se hizo evidente que la aparición de un nue­
vo (\ampo mundial de conocimiento tendría consecuencias aún más
profundas.

La arena global de conocimiento

Durante la segunda mitad del siglo xx , luego de una serie de crisis Y


convulsiones, el capitalismo volvió a instalarse, baj o la hegemon ía
de Estados Unidos, como un sistema global de relaciones económ i­
cas. Las empresas internacionales, llamadas al principio "corporacio ­
nes multinacionales", se convirtieron en las instituciones clave para
la producción y la comercialización. En la década de 1 960, deb ido
inicialmente a la necesidad de las corporaciones multinacionales d e
obtener financiamiento para las transacciones inte rnac ionales, se hizo
visible un nuevo cuerpo de capital desnacionalizado. El mercado del
eurodólar llegó primero, seguido muy pronto por el mercado del pe ·
trodólar. Hacia la década de 1 980 se advertía una creciente integra ·
De las perspectivas del Norte a las del Sur 1 43

'
c i t in del capital y los mercados de divisas de los principales poderes
c c t i n ó m icos, y las corporaciones multinacionales habían adoptado
c :; rr a t e gias para allegarse componentes provenientes de fuentes in­
r c rn a c io nales, lo cual implicaba una descentralización global de la
n1 cción industrial. Las economías de bajos salarios, así como zo-
r du
11,1, d e desarrollo en México, China, el sur de Asia y otras regiones,
c o b r a ron repentinamente gran importancia para las estrategias de
Li s p r i n cipales corporaciones, y emergieron cinturones industriales
p or doquier: en la región del Ruhr, en el norte de Inglaterra, en
Pcn ns ylvania.
En la década de 1 980, la prensa especializada en negocios comen­
:t'1 a emplear el término globalización como una forma de resumir esas
transformaciones. Ese concepto se fortaleció gracias al surgimiento de
la ideología y la política neoliberales que, desde fines de la década
de 1 970, dirigían el crecimiento del comercio internacional y, hasta
c i e r t o punto, homologaban las políticas de diferentes países. En la
década de 1 990 la idea fue recogida por sociólogos y teóricos de
l a c u l t ura . Pronto se popularizó, y así surgió un tipo de investigación
e n tomo a la nueva forma de sociedad que, se suponía, estaba pro­

d u c i endo la globalización. En aquellos tiempos se hablaba mucho


sohre l a compresión del espacio/tiempo, la homogeneización o hibri­
dación cultural y las interfaces locales/globales.
El tema fue abordado también por las académicas feministas, y
c omenz aron a aparecer estudios sobre la relación entre globalización
Y género . El principal interés de esas investigaciones era documentar
el i m p acto de los procesos de globalización en la vida de las mujeres.
L a s mujeres migrantes cobraron una importancia mucho mayor en
l o s est udios feministas; se asignó mayor trascendencia a los estudios
so hre l as "mujeres en el mundo en desarrollo", que hasta entonces
h a h ían permanecido al margen de la investigación feminista en la
rne t rópol i global, y el ámbito académico de la metrópoli comenzó a
P re st ar mayor atención a la literatura feminista poscolonial ( Spivak,
M ohanty, Torres y otras) .
Hacia finales d e los años noventa estas preocupaciones s e habían
i n c o rpo rado ya a los estudios sobre masculinidad, y estaba comen­
z ando una discusión sobre "masculinidades y globalización".
El proyecto suponía ponerse al día con la proliferación mundial
d e investigaciones sobre masculinidad y examinar sus implicaciones
Pa r a las políti cas públicas. Con ayuda de un concepto definido de
g l ob alización podr ía comenzar a orde narse el alud de información
1 44 Los hom bres y las mascu l i n i dades

que se estaba produciendo en tomo a la vida de los varones y a los di­


lemas de la masculinidad en diferentes partes del mundo. Esto abría
en particular, una vía para reflexionar sobre el cambio en las vidas d�
los hombres, ya fuese a través de las discusiones en América lat ina
acerca del impacto de la reestructuración neoliberal en los modelos
tradicionales de paternidad patriarcal, o del debate en Oriente Me ­
dio sobre la turbulencia cultural que entrañaba para la masculinidad
la influencia cultural de Occidente, la dominación económica y las
resistencias locales. la idea de globalización en buena parte de esta
discusión era, sin duda, demasiado simple, pero suministraba, al me­
nos, un marco de referencia ampliamente comprensible.
Se abría, asimismo, la posibilidad de vincular la extensa investiga­
ción mundial sobre las masculinidades con el debate internacional
en tomo al desarrollo y la resolución de conflictos. la investigación
sobre las "mujeres en el mundo en desarrollo", que había cuestio­
nado la exclusión de las mujeres de la mayoría de los programas pos­
coloniales de asistencia para el desarrollo, estaba adoptando en esos
momentos un nuevo lenguaje sobre "género y desarrollo", y manifes­
taba un interés explícito en la identificación y tipificación del papel
de los hombres en la incubación de desigualdades y -deseable­
mente- en su solución. los esfuerzos de pacificación y resolución
de conflictos, que habían destacado el papel de las mujeres como
constructoras o preservadoras de la paz, estaban también prestando
ahora f ierta atención a la participación de los hombres, en tanto ac·
tores insertos en sistemas de género, tanto en la generación .de la vio­
lencia como en la construcción de la paz.
A principios de la nueva década, las agencias internaciona les ya
recurrían a esos gérmenes para elaborar un discurso general de polí­
ticas. Inspiradas en buena medida por el "momento etnográfico" de la
investigación mundial sobre las masculinidades, tres agencias de N a ·
ciones Unidas -la Oficina Internacional del Trabajo, el Programa
Conj unto de las Naciones Unidas sobre el VIH/sida ( ONUSIDA ) Y la
División para el Adelanto de la Mujer (DAW)- patrocinaron un de·
bate internacional sobre el papel de los hombres y los niños en la
consecución de la igualdad de género. Esta iniciativa dio como re ·
sultado un documento de políticas adoptado por la Comisión de la
Condición Jurídica y Social de la Mujer -un comité permanente
de la Asamblea General- en su reunión de 2004.
Sin embargo , detrás de es tos cambios se advie rte una transfo r·
mación más profunda: se hab ía producido una mutación epistemo ·
De las perspectivas del Norte a las del S u r 1 45

ltí� i ca. La naturaleza de esa transformación se aclara si se reflexiona


"1 br e el debate respecto del lugar de los hombres en los estudios y
i� de desarrollo. Cuando el discurso sobre las "mujeres en
L p olíticas
'L I 111 u n do en desarrollo" se transformó en un discurso sobre "género
1. d esa rrollo", en cierto sentido se abrió un espacio para los varones.
brn e ra inevitable de alguna manera, puesto que la concepción que
�u b ya ce a la idea de género es la de una relación (o, más exactamente,

un p at rón de relaciones) . Género no es una categoría simple. Pero,

pt ir sup uesto, los hombres ya estaban presentes en los programas de


:iv uda al desarrollo, y ello en gran escala. Ese era precisamente el pro­
b Í e ma que había señalado el discurso sobre las "mujeres en el mun­
lh 1 en desarrollo". Lo que hacía falta era un análisis de los hombres
co mo actores inmersos en relaciones de género, un estudio de los
patrones de masculinidad y de la forma en que esos patrones se en­
rnentran implicados en la distribución de recursos y en la configura­
c ión de las estrategias de desarrollo. Con todo, al ser puestos de relieve
e n el discurso sobre género y desarrollo, se abrió la posibilidad para

que los hombres -o cuando menos algunos de ellos- volvieran


a ocupar el único espacio del campo del desarrollo sobre el que las

muj eres habían adquirido cierto grado de control.


Puesto que las agencias de desarrollo son actualmente mucho más
conscientes de los problemas de género que hace una generación
( d e lo cual son un signo los esquemas de microcrédito, por discuti­
h l es que resulten en cuanto estrategia de desarrollo), el peligro de una
si mple toma de posesión del campo del género-y-desarrollo por parte
d e l os hombres no es grave. Sin embargo, el debate mismo ha dejado
rLm teada la cuestión de la dinámica de género dentro de un tipo par­
t i c u lar de institución global, a saber, la industria de la cooperación
P<1 ra el desarrollo, así como de las organizaciones no gubernamentales
Y l a s age ncias intergubemamentales, que son su forma institucional.
Est o pare ce tener, a mi juicio, implicaciones muy importantes, pues­
t o que de linea todo el problema de la comprensión de las relaciones
d e gé ne ro en el espacio transnacional.
Una conclusión similar despunta cuando pensamos en la investi­
g ación sobre masculinidades en relación con la epidemia del VIH/sida.
A l gun os de los mej ores trabaj os etnográficos ( en sentido amplio)
S()hre masculinidades, sexualidad y violencia, ya sea en África, Aus­
tra l i a o América Latina, se han producido como respuesta a la crisis
d e! s ida, y con frecuencia han sido patrocinados por agencias de salud
l i organizacion es no gubername ntales interesadas en la epidemia. La
1 46 Los hombres y las mascu l i n i dades

acción local es de vital importancia, no solo por lo que concierne a


la prevención, sino también al tratamiento y el cuidado. Así p ues
siguen siendo muy importantes los estudios a nivel local en torn �
a los órdenes de género y patriarcales y al papel que esos órdenes
desempeñan en la generación de vulnerabilidad entre las muj eres
(véase, por ejemplo, Thege 2009 ) .
Con todo, l a dimensión del problema es mundial. E l virus del sida
se disemina mediante los viajes internacionales, la vulnerabilidad
obedece a la dinámica económica internacional, y la coordinación
internacional de los esfuerzos de prevención resulta indispensable .
Como observa Silberschmidt ( 2004) sobre la base de la investigación
en África oriental, el peligro para las mujeres no deriva tanto de los
privilegios tradicionales de género de los varones, cuanto del trastor­
no poscolonial de las relaciones de género y de los intentos de reafir­
mar el poder masculino en circunstancias que se han transformado.
La influencia específica de la sexualidad masculina en la epidemia
no puede sopesarse a cabalidad si no se evalúa el factor de las rela­
ciones de género en los ámbitos transnacionales.
Este es un tema que trasciende el potencial del "momento etno­
gráfico" en cuanto enfoque de investigación, puesto que los métodos
que se empleaban en esa etapa servían para abordar las especificidades
de la masculinidad en periodos y lugares determinados -es decir, en
culturas, instituciones, ocupaciones o situaciones específicas. Podría
afilhnarse incluso que, a pesar del interés explícito en los procesos de
cambio que manifiesta buena parte de los estudios reallzados durante
el momento etnográfico, se observa en ellos una acentuada tenden·
cia a considerar que cada uno de los órdenes de género descritos cons·
tituye una suerte de patrón cultural local solidificado y diferenc iado ,
una especie de silo relacionado solo remotamente con los rev el ados
por otras etnografías.
En realidad, ya existía un conj unto de estudios anteriores que
abordaba esas cuestiones, pero sus implicaciones metodológic as no
se reconocieron de inmediato. Me refiero a la investigación his torÍO'
gráfica sobre el imperialismo, que había sufrido la influencia gradual de
los estudios de la mujer. La investigación sobre las mujeres en cuan to
colonizadoras, así como sobre las muj eres de las comunidades co lo ­
nizadas, fue consolidándose con el complemento de los estudios c on
enfoque de género acerca de los hombres en cuan to colonizado res
y colonizados. El poblamient o colonial se con virtió en un campo
propicio para el estudio de la dinámica de género. La primera in'
De las perspectivas del Norte a las del Sur 1 47

,·e sti gación sobre "cultura masculina" y poblamiento colonial fue


r ea li zada por el historiador neozelandés Phillips, cuyo ensayo inicial
hab ía sido publicado ya en 1 980, precisamente como parte de una
c o l ección titulada "Mujeres en la sociedad de Nueva Zelanda". Ese
t r abajo fue sucedido por más y mejores investigaciones históricas,
ent re las que destaca el trabajo clásico de Morrell sobre las institu­
ci one s de los poblamientos coloniales en Sudáfrica.
Lo que ese conjunto de estudios históricos mostró fue que el im­
peria lismo no solo ejercía impacto sobre los órdenes de género de las
socie dades colonizadas, sino que era, inherentemente, un proceso de
género en sí mismo. Masculinidades específicas, así como relaciones
específicas de género, se encontraban inscritas en el proyecto impe­
rialista mismo. La edificación de imperios de envergadura mundial
n o podía considerarse como un fenómeno previo a la producción

de de terminados efectos de género. El género estaba engastado en


esa construcción inicial del espacio transnacional y transregional

y contribuía a su conformación.
Y si eso era cierto respecto del imperialismo, ¿no lo era también
de su descendiente directo, el sistema contemporáneo del capitalis­
mo global ? Así, tanto la investigación historiográfica como los pro­
h l e m as que surgen de la aplicación del método etnográfico en la
act u alidad convergen en el concepto de ámbitos de interacción social
e n e l e spacio transnacional -entre los cuales se hallan, por ej em­
plo, las instituciones de los negocios, la política y la comunicación
t r ansnacionales- en cuanto áreas configuradas de antemano por un
d ete rminado orden de género. Los regímenes de género de esas ins­
tit uciones están abiertos al estudio, el orden de género de la totalidad
d el espacio transnacional tiene que ser mapeado y, como parte de
es e esfu erzo, las masculinidades que se construyen en esos ámbitos
re qui eren ser investigadas.

Algunos relatos sureños sobre la masculinidad

P res tar atención a las sociedades, las culturas y las historias más allá
de la metrópoli posibilita un cambio epistemológico. El feminismo se
P e rc a tó de ello durante las conferencias de la Década de la Mujer de
l a s Naciones U nidas. En esos encuentros, las mujeres de la metró­
poli global deb ían enfrentar con frecuencia el hecho de que mujeres
provenientes de otras partes del mundo no compartieran sus puntos
1 48 Los hom bres y las mascu l i n idades

de vista y se resistieran a admitir algunos rubros de su agenda. Parte de


eso obedecía a que las delegaciones oficiales que participaban en las
conferencias eran designadas por los gobiernos miembros --es fácil
olvidar que Naciones Unidas es una asociación de gobiernos- y que
estos estaban, a su vez y casi sin excepción, dominados por hombres.
Sin embargo, a medida que se procesaba la experiencia, se aceptaba
con creciente facilidad la existencia de una diversidad mundia l de
situaciones, propósitos y políticas de las mujeres. Como dij era Bu l­
beck ( 1 998 ) , era necesario reorientar los feminismos occidentales a
la luz de esa experiencia: reconocer la multiplicidad_de las perspec­
tivas y las agendas.
La investigación de inspiración feminista en tomo a los varones
no puede escapar a este principio. Pero ¿qué puede hacerse cuando
los nuevos análisis de la masculinidad o de las prácticas de género
de los hombres surgen en el interior de disciplinas como la sociología
y la psicología, que indudablemente se construyen en el marco de
una episteme metropolitana? Bueno, lo que puede hacerse de inme­
diato es buscar los debates sobre esos y otros problemas semej antes
provenientes de comunidades colonizadas o en situaciones poscolo­
niales. Y no es difícil encontrar ese tipo de discusiones cuando se las
busca con seriedad.
Pensemos, por ejemplo, en la muy famosa novela Todo se des­
morona, de Chinua Achebe. Publicada por primera vez en 1 958 y
considerada en la actualidad como un gran clásico de la literatura pos­
colonial, la novela relata la historia de un hombre que llega a ocupar
una posición prominente en la sociedad de su aldea dese �peñando
a la perfección todos los deberes relacionados con la producción, la
política, la religión y el parentesco, que definían la masculinidad ho·
norable. Pero después, la novela muestra cómo esa masculin id ad
ejemplar entra en crisis y termina por resultar desastrosamente
inadecuada frente a presiones, demandas y poderes que entran en
juego cuando los misioneros y el gobierno colonial llegan a la región.
Pocos años antes, del otro lado del Atlántico, el poeta mexicano
Octavio Paz había publicado otro libro que llegaría a ser famoso , E l
laberinto de la soledad. Largo ensayo sobre la sociedad y la cultura mex i·
canas, y especialmente sobre los límites de la Revolu ción mexicana ,
El laberinto abordaba muchos temas y no era, en m odo alguno, u n
estudio técnico sobre el género . Sin embargo, tenía mucho que decir
acerca de la situación y caracte rísticas tanto de las mujeres como de
los hombres. Los temas de Paz incluían tanto el rigor de la división
De las perspectivas del Norte a las del Sur 1 49

Je g én ero en la cultura urbana como la opresión de las mujeres y la


ri gidez de la forma de masculinidad dominante. El laberinto desen­
c: i d e nó una prolongada discusión sobre el "machismo" en la vida
1 1 1 ex i cana y sin duda también en la sociedad latinoamericana más
,unp l ia. Esa discusión fue uno de los antecedentes de la investigación
snh r e masculinidad ya analizada.
Y no hemos terminado todavía con la década de 1 950. Solo un
pa e años después de que apareciera aquella obra maestra de Paz, se
r d
p u b l i c ó en París el primer libro de un joven psiquiatra y veterano de
guerra oriundo de Martinica. La publicación pasó casi desapercibida
en 195 2, pero con el tiempo Piel negra , máscaras blancas llegaría a

s er a ún más famoso que El laberinto. Su autor, Frantz Fanon, se con­


virtió en un icono de la revuelta del tercer mundo y su último libro,
Los condenados de la tierra, es el análisis más influyente jamás escrito
sohre el colonialismo, el neocolonialismo y la lucha por suprimirlos.
Pie l negra, máscaras blancas es un examen brillante, amargo e in-
4uietante del racismo en la Francia metropolitana y en el imperio
colonial. A lo largo del texto, Fanon analiza la psicodinámica tanto
de la conciencia blanca como de la negra. Casi por casualidad, el
l ibro es también un análisis de las masculinidades blanca y negra, y
de su relación con el colonialismo y la cultura racista. Las mujeres
están presentes en el libro, pero solo en términos de sus relacio­
nes sexuales con los hombres negros y blancos, o como objeto de las
fantasías sexuales. Fanon tiene claro que el colonialismo es un siste­
ma de violencia y de explotación económica; los rasgos psicológicos
so n res ultado de las relaciones materiales. Dentro de esa estructura,
l a masculinidad negra está marcada por emociones contradictorias
Y por una gigantesca alienación respecto de la experiencia original.
Es ta al ienación se produce mientras los hombres negros luchan por
hall a r una posición y un reconocimiento en una cultura que los defi­
n e como biológicamente inferiores --de hecho, como cierto tipo de
a n i mal es-, y que los hace objetos de ansiedad o miedo.
Treinta años más tarde, el psicólogo indio Ashis Nandy trató
cue stiones análogas en otro libro notable, El enemigo íntimo : pérdida
Y recuperac ión del autogobiemo ( 1 983 ). El tema de Nandy es el impe­
r io bri tánico, más que el francés. Sin embargo, como Fanon, trata de
c o m bi na r el a nálisis cultural con el psicológico en el marco de una

P e rs pectiva rea lista del imperialismo. Ya he discutido el análisis de


N andy con cie rta extensión en Southem Theory (Connell 2007 a ) ,
d e modo que no me extenderé aquí. Pero resulta significativo que
1 50 Los hom bres y las mascu l i n i dades

Nandy también desarrolle un análisis de la dinámica de la mascu­


linidad tanto entre colonizados como entre colonizadores, y que
sostenga que ambas dinámicas están fuertemente vinculadas entre sí.
El colonialismo tiende a exagerar las j erarquías de género y a p ro­
ducir masculinidades simplificadas y orientadas al poder entre los
colonizadores.
Así pues, es posible encontrar con facilidad en la periferia global
una literatura que, si bien coincide con los temas de la investiga­
ción sobre masculinidad desarrollada en la metrópoli global, tiene
inquietudes distintivas -particularmente, las que se refieren a los
procesos y efectos de la colonización, a las consecue�cias de las je­
rarquías raciales y a las correlaciones culturales y psicológicas de la
dependencia económica. Sin embargo, cabe preguntar si existe o no
algún riesgo en leer esta bibliografía a través de los lentes de la investi­
gación contemporánea sobre masculinidad. Puede conjeturarse que
el cambio epistemológico requerido es aún más profundo.
Cuando comenzó la investigación de género en el África posco­
lonial en la década de 1 970, se hizo un esfuerzo por ubicarla en el
marco de las perspectivas africanas. Así, se planteó incluso la cues­
tión de si el concepto de género podía aplicarse en África. El trabajo
de Oyéwumi, La invención de las mujeres ( 1 997 ) , argumentaba que la
1
lengua de la sociedad precolonial oyo-yoruba no incluía la noción
d� género, y que no existía en ella categoría social alguna que corres­
pondiera al concepto occidental de "mujeres". La autora sostenía
que el principio organizativo fundamental de la sociedad oyo era
el de la edad, es decir, el de la autoridad conferida sobre la base de
la mayor edad, totalmente independiente del sexo anatómico. Las
categorías occidentales de género constituían una intromisión en
las poblaciones locales sometidas al colonialismo, y el feminismo
occidental era una prolongación de ese imperialismo cultural.
En contraste, otros estudios sí han percibido patrones de género
en la cultura precolonial yoruba. Bakare-Yusuf ( 2003 ) consigna algu­
nos proverbios yoruba manifiestamente misóginos y presenta otras
evidencias culturales de la existencia de patrones de poder confor­
mados por el género. De acuerdo con esta autora, Oyéwumi habría
malinterpretado la situación al prestar atención solamente a las pro·
piedades formales del lenguaje , y al perder de vista de qué mod o el
lenguaje se inscribe en las prácticas sociales, se corporiza y expresa
la expe riencia. El lenguaje en tomo a la mayoría de edad, por ej em·
plo, puede enmascarar la marginaci ón de muchas mujeres y el ab uso
De las perspectivas del Norte a las del Sur 1 51

l1 nt ra las jóvenes. Además, la cultura yoruba no fue en el pasado un


C

,¡�re ma cerrado. Absorbió muchas influencias, contenía tensiones y


.� ¡ e m pre estuvo sometida a cambios.
Hasta donde sé, esta discusión no se ha presentado en la investi­
L'.ac ión sobre la masculinidad, pero es posible que se produzca en algún
;110 mento. Podemos aprender de ella -tanto como de la teoría de
[<1 de construcción que se desarrolla en la metrópoli- que las cate­
glirías del análisis de género deben estar siempre abiertas al cuestio­
n a m iento. Al ir de continente en continente debemos tener mucho

cu idado con el equipaje que llevamos a cuestas.


Dicho esto, deberemos reconocer también que no vivimos en un
m undo parecido a un mosaico en el que las culturas locales se en­
cuentren separadas y sean absolutamente diferentes unas de otras.
Tanto el colonialismo como el neoliberalismo han tenido efectos po­
derosamente corrosivos, han provocado severas reestructuraciones
y han dado lugar a nuevas formas de orden y conflicto social que
rebasan las de las sociedades precoloniales, tanto en la metrópoli
como en la periferia. Ese es el mundo en el que ahora tenemos que
pensar, y para comprenderlo será necesario hacernos con todas las
he rr amientas que ofrecen las teorías del Sur y el Norte, e incluso
a qu ellas aportadas por las que no han surgido aún.
TERCERA PARTE

Mujeres transexuales
8. Dos latas de pintura:
una historia de vida transexual

Una e ntrevista

Derramas dos latas de pintura,


y el color más fuerte se impone al más débil.
Eso es lo que me sucedió. Estaba bajo tensión [ . . . )
Y así, de repente, mi balanza se desequilibró, yin y yang,
si así quieres decirle, negro y blanco, como prefieras.
No importa; todo se salió de equilibrio
y el lado más fuerte se impuso.
Yo no tenía control, ninguno en absoluto,
y te diré que fue increíblemente aterrador.

finales de los años ochenta, cuando me encontraba haciendo

A la investigación sobre historias de vida de hombres que se


convertiría en mi libro Masculinidades, un periódico de Síd­
ne y p ub licó un artículo sobre mi proyecto. Pocos días después recibí

e n la univ ersidad la carta de una mujer que me decía que le gustaría


s e r en tre vistada para el proyecto, puesto que ella había sido hombre
a l guna vez. Aunque esto constituía un matiz que escapaba a los crite­
rios de selección de mi muestra, era también, sin embargo, una historia
lj u e s in duda quería escuchar. Así que unos cuantos días después,
a rmado con mi confiable grabadora y (por fortuna) varias cintas vír­
genes, llamé a la puerta del departamento de Robyn, situado en un
cén tr ico barrio pobre de la ciudad.
Robyn Hamilton (utilizo este seudónimo porque existe un trau­
tna familiar en esta historia) tenía 67 años cuando la entrevisté, y ha­
hían pasado ya unos siete años de la cirugía de reasignación de sexo
1 56 M ujeres transexua les

a la que se había sometido. Era propietaria de un modesto depafta


_
mento atiborrado de adornos, muebles y fotografías, que ev iden _
temente había sido habitado y arreglado con intensidad. Ella misrn
comentó: "Mi casa seguramente no parece la de un hombre; soy feme �
nina y lo disfruto". Tenía un severo problema de cadera y se ha llaba
confinada a su departamento, obligada a desplazarse con muletas y a
recurrir a la ayuda de una amiga que le hacía los mandados.
Robyn asumía la entrevista como un acontecimiento importante .
Llevaba falda larga, se había maquillado el rostro y se había prepara.
do sacando tres álbumes de fotografías. Comenzamos y termi namos
la entrevista entre recorridos por los álbumes, desde los archi vos de
su familia hasta el "registro fotoestático" del proceso de ca mb io
de sexo de Robyn. Pero hubo mucho más. La entrevista duró tres ho­
ras y no concluyó sino hasta que me sentí demasiado cansado para
continuar, después de todo un día de clases.
Desde cierto punto de vista, esta fue una de las entrevistas más
cómodas que he hecho a lo largo de mi trayectoria de investigación
social. En contraste con los problemas que habitualmente plantean
las historias de vida ( Plummer 200 1 ), esta era una joya. Robyn estaba
sumamente motivada, ella misma proporcionó el marco narrativo
y ofreció gran cantidad de interpretaciones. Yo parecía estar en ex·
cepcional forma para la entrevista: mostraba interés y hacía pregun·
tas pertinentes para dirigir el curso de la conversación. Buena parte
de la transcripción se lee como prosa escrita, lo cual es poco común,
como saben quienes tienen experiencia en entrevistas.
En otro nivel, sin embargo, esta fue la entrevista más difíc il que
he hecho jamás. Yo también soy una mujer transexual, pero en ese
momento estaba haciendo mi mayor esfuerzo para seguir viv iendo
como hombre. Enfrentado a los mismos problemas que Robyn había
tenido que encarar, había tomado las decisiones opuestas. Sin em·
bargo, la dificultad no estribaba solo en esas decisiones. Los p roble·
mas se entremezclaban con mis emociones, y probablemente a eso
obedecían tanto la empatía como la tensión que me embargaron
durante la entrevista.
Es posible que eso explique también mi incertidumbre sobre lo
que tendría que hacer con la entrevista posteriormente. Robyn te nía
un motivo político para desear que yo relatara su historia: "Qu iero
que la gente se dé cuenta de que las personas transex uales somos tan
normales como cualquiera" . Pero yo no podía encont rar la manera
de trabaj ar la entrevista sin construir a Robyn como un "caso " , Y
Dos latas de p i ntura . U n a h i storia de vida transexua l 1 57

. 111, oco quería presentarme a mí mismo como un académico exper­


11
r. en cransexualidad. Ahí estaba el problema.
t<1 M i situación ha cambiado --comencé mi transición quince años

<l
l , ,11u és- y también se han transformado las lecturas culturales so-
¡,re l a cransexualidad. Ahora intentaré satisfacer el deseo de Robyn.
·

J-k Lle subrayar que esta es su historia, no ventriloquía disfrazada de


¡ nn�stigación por mi parte. Robyn misma organizó la entrevista,
es t r u c turó la narrativa, definió el lenguaje y suministró las ilustra­
á 111e s. En esa entrevista yo trabajé para ella, y en este ensayo espero
h acer justicia a su historia. Regresaré a mis propias inquietudes so­
hre la entrevista al final del texto.

Ser un hombre

Rohyn, bautizado como Jack, nació poco después de la Primera Gue­


rr a Mundial, hijo de una parej a de migrantes de diferente origen ét­
n i co ( s i bien ambos eran europeos, lo cual era una cuestión decisiva
e n la Australia Blanca de la década de 1 920). Robyn no recuerda a su

madre, quien murió cuando Jack tenía dos años de edad. Jack se crió
e n v arios hogares de acogida; su padre se mantenía en contacto con

é l , au nque evidentemente no se sentía capaz de criar a un niño. Ese


e ra un trabajo de muj eres en la Australia de aquel tiempo. Robyn
recuerda vívidamente a sus madres y hermanos de acogida, así como
m uchos sucesos de la infancia de Jack. •
Lo que Robyn no recuerda son episodios tempranos de conflicto
d e g é nero. En las narraciones publicadas sobre transexualidad, los
a u t ores suelen comenzar refiriendo episodios de trasposición de las
fro n t eras de género durante la infancia. Es famoso el relato de Jan
M orris ( 1 97 4 ) sobre su costumbre de sentarse baj o el piano de su
1n a dre a la edad de 3 o 4 años y caer en la cuenta de que "había na­
c ido en el cuerpo equivocado y debía ser en realidad una niña". En
A u st rali a, Katherine Cummings ( 1 992) cuenta que pedía prestado
e l u nifo rme escolar de su hermana para disfrazarse.
La historia de Robyn es diferente. Ha leído libros sobre transe­
x uali dad, de modo que está familiarizada con relatos sobre los inicios
tempranos. De vez en cuando hace comentarios irónicos sobre algún
ac o n tecimiento que pudiera haber sido una primera señal de querer
s e r un a muj er -como el de haber visto una mañana a una de sus
n1ad res de acogida luchando p or ponerse la ropa interior sin quitarse
( p or pudor) su aparatoso camisón.
1 58 M ujeres transexuales

Pero esas son solo bromas. Robyn no se las toma en serio . La 86_
lida narrativa principal es la de haber crecido franca y llan arnent
t
como muchacho y haberse convertido en un hombre comp etente
incluso exitoso. La dificultad que Jack enfrentaba no se relac ionabe
con el género, sino con la economía, puesto que creció durante 1:
Gran Depresión. Su padre --empobrecido, errabundo y seguramente
muy deprimido a raíz de la muerte de su esposa- no podía pagar una
educación de tiempo completo. Como la mayoría de los mucha­
chos australianos de su generación, Jack dejó la escuela secundaria
al poco tiempo de comenzarla, e ingresó a la fuerza de trabajo. Tuvo
suerte suficiente como para aprender un oficio, y así llegó a ser pro­
veedor de la industria metalúrgica a principios de la Segunda Guerra
Mundial.
El hecho de tener una ocupación protegida lo mantuvo fuera de
las fuerzas armadas. Robyn cuenta que se presentó como voluntario
para la Fuerza Aérea y que después fue llamado a enrolarse en el ejér­
cito, pero que siempre se canceló su alistamiento. Jack trabajó durante
la guerra haciendo equipo industrial de diverso tipo, principalmen­
te para refrigeración. Por eso se encontraba bien colocado cuando
comenzó el auge de la industria y la construcción después de la gue­
rra. Durante casi 20 años, desde el fin de la guerra, Jack trabajó en esas
industrias fuertemente masculinizadas y fue ascendiendo de asistente
a proveedor, a capataz y a posiciones de dirección. De acuerdo con
su relato, él lo disfrutaba:

Yo estaba contento, satisfecho de ser hombre. Siempre trabajé como hombre,


disfrutaba de mi autoridad, me gustaba el poder que tenía. Me encantaba ca·
minar por la fábrica con todos esos tornos funcionando y el estruendo de la
maquinaria, diciéndome: "Yo soy parte de esto".

A la mitad de esa carrera, Jack contraj o matrimonio. Había es tado


viviendo en la YMCA luego de abandonar su último hogar de acog ida
(cosa normal dada la escasez de vivienda en aquel tiempo ) , y hab ía
participado activamente en grupos juveniles cristianos, en una aso·
ciación de excursionistas y en organizaciones semejantes. En un o de
esos grupos conoció a Meg, la encontró atractiva y a su familia agra ·
dable, la cortejó y se casó. Jack tenía entonces 28 años y nunca hab ía
tenido relaciones sexuales (una vez más, algo muy normal en ese rne '
dio ) . La parej a vivió durante unos años en una casa de huéspede s Y
después adquirió un terreno en la periferia de la ciudad, construyó
Dos lata s de pintura . U n a h i storia de vida tra nsexual 1 59

tin<l casa y pasó a formar parte de la vasta expansión de los suburbios


,! l 1 s
r r a l i anos de los años cincuenta.
A parentemente, tanto Jack como Meg aceptaron la nítida divi­
t 'in sexual del trabajo que constituía un ideal cultural en la Australia
si
Je a q u el tiempo (Game y Pringle 1 979). Jack era el proveedor y tra­
l,:!J aha muchas horas extras para pagar la casa, así como las casas más
" ran des que después construyeron en la periferia de la ciudad y a las
�u e se mudaron. Finalmente, Jack tomó un trabajo suplementario
c t i mo c onductor de taxi. Meg era el ama de casa que esperaba ser
so ste nida y tener hijos. Sufrió un aborto espontáneo muy traumático
1· estuvo a punto de morir. A Jack se le mantuvo alejado de ella du­

rnn te esa crisis: "Cuando la llevé por primera vez al hospital las en­
fermeras dijeron: 'No lo queremos por aquí, este es un hospital de
seí"1 oras' , y me echaron fuera".
Después de ese episodio, la parej a adoptó dos niños, uno de los
rnales resultó tener problemas crónicos de salud y de desarrollo.
Así, el matrimonio se atuvo a las convenciones pero, según el
re lato de Robyn, nunca fue muy feliz. No había una fuerte conexión
sex u al , y Jack resentía que Meg prestara más atención a su familia
Je origen que a él. Las largas jornadas de trabajo mantenían a Jack
alej ado de la vida familiar y de sus amistades. Las presiones econó­
micas se agudizaron cuando un alto ejecutivo con intenciones moder­
nizadoras expulsó de la compañía de ingeniería a todos los gerentes
q ue carecían de estudios universitarios. Eso puso fin a la carrera de
J a ck: se replegó al negocio de los taxis y se convirtió en propietario,
ad emás de conductor. Pero había problemas severos en ese negocio.
Rob yn describe con luj o de detalles una mezcla de corrupción, in­
t i midación y burocracia enteramente verosímil si se consideran las
c ond i ciones de Sídney en los años sesenta. Y Meg no parecía ofrecer
m ucho apoyo.
Después de atravesar épocas difíciles, la parej a decidió separarse
' 1 l os
2 0 años de matrimonio. Jack se mudó de su casa de los suburbios
ut ra vez a la ciudad, y retuvo el negocio de los taxis en el acuerdo de
d i v o rcio. La separación no parece haber sido particularmente amar­
g a , pero muy pronto le seguiría algo grande.

E l cambio

E n este momento de la entrevista se produce un cambio de estilo en


e l relato de Robyn. Aparecen menos detalles cronológicos, más repe-
1 60 M ujeres transexua l es

ticiones y retornos y muchos pasaj es colmados de temas que corn.


piten entre sí por atraer la atención. En otras palabras, Robyn no
ofrece una única narración de su cambio de sexo. En lugar de inten.
tar reconstruir una sola historia, seguiré las líneas que surgen en un
pasaje típico de su relato:

Así, cuando mi matrimonio terminó por derrumbarse, de repente [ 1 ] sent í ga­


nas de hacer lo que empecé a hacer [2], travestirme, travestirme gradualmente
y, poco a poco, travestirme por completo [3] . Tenía suerte de tener el tax i. A
veces me vestía de mujer y a veces no; todavía me vestía como hombre m ien­
tras mi cabello crecía y mis rasgos faciales cambiaban [4] . Un día subí a tres
muchachos en el taxi [5] y me preguntaron: "¡Eres una reina o algo así!" [ ... ] En­
tonces me di cuenta de que estaba cambiando y se estaba volviendo evidente.
La industria de los taxis me veía como ingeniero, y después me vio cambi ar,
me llamaron homosexual, me llamaron maricón, me llamaron de todo [6]. Y
no pude manejarlo. Pero no podía hacer nada al respecto. Mi cuerpo decía: [7)
"tienes que ser una mujer, te guste o no".

A continuación expongo a grandes rasgos lo que Robyn siguió dicien­


do sobre cada uno de los temas numerados.
[ 1 ] De repente . Robyn se refiere de manera repetida a la transi­
ción como a un acontecimiento que sobrevino sin previo aviso,
súbitamente. Esto es consistente con la estructura general de la en­
trevista, que comienza con una larga narración sobre la vida de un
hombre, y después se transforma abruptamente en un relato sobre
la conversión en mujer. El cambio abrupto es, sin duda, un aspecto
importante del modo como Robyn percibe los sucesos.
Al mismo tiempo, es muy consciente de que la transformación
completa fue resultado de un largo proceso: pasaron diez años desde
el periodo posterior al divorcio hasta la cirugía de reconstrucción
genital, y después tres o cuatro más para que los efectos se asentaran.
Durante la segunda mitad de la entrevista Robyn aportó muchos
detalles sobre los acontecimientos de esos años, que evidenc ian el
intenso y prolongado esfuerzo que realizó para lograr que el camb io
ocurriera.
Ese esfuerzo supuso, en parte, un cambio de ocupación: Robyn
se volvió masaj ista (que no pros tituta) de tie mpo parcial. Pidió d i ­
nero prestado y compró y acondicionó su departame nto. Cam b i ó
totalmente de entorno social al pasar del suburbi o al ambiente con·
tracultural de la zona céntrica pobre de la ciudad . Ahí exploró es•
pacios travestis y transex uales, tales como un conservador club d e
Dos latas de p i ntura. U n a h istoria de vida transexual 1 61

r d e visión y algunos bares gays/transgéneros. Emprendió un esfuerzo


e norme para aprender a vestirse y presentarse como mujer. Por últi­
ino , creó una nueva red de amistades que no se incomodaban ante
¡ .1 rransexualidad y que, en algunos casos, eran transexuales ellas
m is mas. Este es, en un nivel, un ejemplo de "construcción del géne­
n i" t a l como la entiende la etnometodología (West y Zimmerman

¡ 987 ). En otro nivel, constituye una práctica económica y política.


[2] Sentí ganas de hacer lo que empecé a hacer. Robyn describe el
1n i cio de su transformación como el advenimiento de un deseo agu­
do y abrumador. Es muy mordaz a este respecto: "Simplemente tenía
que vestirme como muj er, ¿sabes ? Como yo digo: si tienes que ir al
h a ño, tienes que ir al baño. Yo tenía que travestirme".
Robyn habla en ocasiones sobre los placeres de la feminidad. Le
gusta la ropa de colores vivos, y muchas de sus fotografías la mues­
tran en poses seductoras, sugiriendo un disfrute de su feminidad
enfatizada. Pero, con la misma frecuencia, las prácticas femeninas
rarecen serle obligatorias. Llevaba falda incluso cuando conducía
el taxi: "ni siquiera ahora puedo usar pantalones, los encuentro in­
cómodos . . . tengo que llevar vestido y zapatos de mujer". Incluso se
pintó las uñas a pesar de tener problemas médicos con ellas, y está
tra tando de volver a usar zapatos de tacón a pesar de su problema de
c adera.
Robyn reconoce un deseo de ser muj er, pero lo expresa como
n e ce sidad imperiosa, no como búsqueda de placer. Cuando finalmen­
te a c udió a un ciruj ano, este puso reparos para operarla debido a
su e d a d. "Yo le dije: si puedes cortar un nervio y lograr que deje de

que rer ser mujer, me parecerá muy bien. Pero si no puedes, le dije,
h az la operación."
[3] Poco a poco , travestirme por completo. Robyn proporciona deta­
l l es sobre la manera en que aprendió a vestirse y a presentarse como
inuj e r. Primero lo hizo en secreto y luego comenzó a usar algunas
P r e ndas de muj er en público; luego osciló entre prendas femeni­
nas y prendas masculinas, y después comenzó a usar siempre las fe­
rn e ni nas. Reconoce con ironía que fue un proceso de aprendizaje:
"C uando comencé a transitarlo, antes de mi cirugía, me vestía con
exageración, presumía, derrochaba el dinero. Eso era muy caro, me
co s taba una fortuna vestirme".
Sus fotografías y comentarios la muestran llevando una peluca
al principio de la transición para parecer mujer. También osciló a ese
r e specto, p ero fi nalmente se dejó crecer el cabello y acudió a un
1 62 M ujeres tra nsexua les

peinador que hacía esfuerzos por "domeñarlo y darle un aspecto fe .


menino". Aprendió cómo ponerse uñas postizas, y actualmente se las
arregla para dej ar crecer sus propias uñas que, a pesar de estar un
poco dañadas, "crecen bien". En suma, Robyn se sometió a una d is ­
ciplina de acicalamiento integral y desarrolló una práctica rut inaria
para presentarse como mujer.
[4] Mis rasgos faciales estaban cambiando. Los cambios físicos que
produjo la terapia de estrógeno eran importantes para Robyn , como
lo son para la mayoría de las muj eres en transición. En su caso re ­
sultaban especialmente trascendentes las transformaciones facia les
y el crecimiento de los senos. Al revisar las fotografías de la época
de la transición, esos cambios merecían los comentarios centrales de
Robyn:

Esa soy yo como mujer. Esa soy yo como mujer con mi propio pelo, en mi traje
de baño. Ahí puedes ver mis pechos, tengo la división en el escote --esta se
tomó hace algunos años. Y acá estoy otra vez como mujer. M ira: de pronto
me estoy haciendo vieja y puedes ver mis cambios.

Robyn recuerda que, en realidad, sus senos comenzaron a crecer antes


de empezar el tratamiento hormonal. Pero el escote todavía nece­
sitaba ayuda, así que se hizo implantes de senos mucho antes de
someterse a la cirugía de r�asignación de sexo.
[5] Un día en el taxi. Robyn expresa a menudo su gratitud (a un
dios no especificado ) porque contaba con su negocio del tax i antes
de emprender su cambio de sexo. Poseer un taxi que ella m isma
podía conducir o un taxi para emplear a alguien más que lo condu­
jera, le proporcionaba flexibilidad e independencia económ ica: no
había jefe que pudiera despedirla. Robyn no fue nunca rica, p erdió
la mayor parte de sus bienes con el divorcio, y en la actualidad hab la
de una reducción de sus ingresos (habiendo vendido finalmente su
negocio del taxi). Pero cuando menos no tuvo que tomar med idas
desesperadas para financiar su transición.
El taxi es un espacio público, pero en él la interacción es lim itada
y parece haberle servido como campo de exper imentación d u ran te
su transición. Vestía falda cuando manej aba y, según las evid enc i as ,
podía conversar ahí muy libremente sobre temas de género con sus
pasajeros.
[6] Me llamaron de todo. Robyn no tenía prob lemas con su ideo'
tidad de género. La situación fu e siempre clara: primero fue un hot:ll '
Dos latas de p i ntura . Una h i storia de vida tra nsexual 1 63

¡,re y lu ego se convirtió en muj er; fin de la historia. Para ella no


:-: s te nada fluido, ambiguo ni divertido en el género. Así que, tal
e i
c t i l1 1 º surgió en los años noventa en Estados Unidos, la corriente
ucer de la teoría transgénero no lograría dar cuenta de la historia
,1
e rsonal de Robyn.
p
Pero otras personas sí manifestaban confusiones respecto de su
d e n t i d ad, confusiones que constituían para ella errores de recono­
i
c i m i ento. Tanto los muchachos que transportó en el taxi como sus
c o l egas en el negocio la definieron inicialmente como homosexual,
a t e n i é ndose al estereotipo de los hombres homosexuales como afe­

m i n ados. Otras personas dudaban si era hombre o mujer. Tal fue el


c aso de una señora inmigrante de unos ochenta años y visión pre­
c a ri a a quien Robyn recogió una vez como pasajera. "Me dijo: '¿Eres
hombre o muj er ?', inquieta por la voz que oía". Cuando Robyn le
d i j o que era una mujer que antes había sido hombre, dijo: " ¡Caram­
ha ! , hemos hablado mucho de ustedes y es interesante conocerte,
pero a mí me encantaría ser hombre".
S i el reconocimiento es importante para Robyn, lo que desea
ahora es ser identificada como muj er real. No oculta su historia ni
apare nta ser quien no es. "Soy muy afortunada por haber tenido
mucho apoyo de otras mujeres." Y advierte con placer que los cole­
gas del negocio del taxi recibieron educación de parte suya al haber
podido atestiguar su transición, y que ahora los hombres la aceptan
como mujer: "El tipo aquel que se había retirado una vez de la mesa
v i no hacia mí y me dijo: '¿Cómo estás, cariño ?' Ha aceptado el he­
ch o , c o mo el resto de las personas que están en el negocio".
[ 7 ] Mi cuerpo decía. Uno de los temas más sorprendentes en la
na rración de Robyn es la agencia, el protagonismo del cuerpo. Le pedí
lJU e m e explicara la frase "mi cuerpo decía", y me dijo:

Físicamente sentía como si hubiera una muchacha dentro de mí, y necesitaba


tener una apariencia de mujer. El cuerpo me exigía deshacerme de mis órganos
sex uales. Ensayé todos los trucos del manual. En realidad, si hubiera podido
co rtármelo yo misma, lo habría hecho. Por desgracia, muchos tipos se lo han
co rtado y no han hecho más que crucificarse a sí mismos; sangran a morir y se
meten en un problema espantoso. Así que yo me limitaba a usar calzoncillos
ap retados [ .. ]
.

Más tarde volvería al tema:


1 64 M ujeres tra nsexua les

Yo no cambié de hombre a mujer porque dijera " ¡ Ah, hijo de puta ! Aho
quiero ser mujer". Yo estaba contento [como hombre] . Cuando me divorci �
me dije: "Bueno, esto está bien, ahora me voy de viaje al extranjero .. . voy �
disfrutar la vida". Pero no tuve oportunidad. De repente, mi cuerpo dij o: '"No
te vas a ir; vas a ser una maldita mujer; tienes que ser una mujer".

Desde luego, es difícil expresar esta experiencia. Robyn recurre para


ello a diversas metáforas: su cuerpo contenía el cuerpo de una muj er,
su cuerpo hablándole a ella y dándole instrucciones y advertencias, sus
pechos creciendo por propio gusto . . . Otros relatos transexual es se
esfuerzan también por transmitir esa experiencia de corporización
contradictoria.
Pero el núcleo de la narración de Robyn es que el impulso de
cambiar se encontraba firmemente inscrito en su cuerpo desde e l
principio. No era cuestión de desarrollar primero una identidad fe­
menina y de moldear después el cuerpo en correspondencia. Robyn
experimentó el proceso a la inversa, sintiendo que la demanda pro­
venía de su propio cuerpo.

Ayudas médicas y de otros tipos

Robyn menciona a menudo los aspectos médicos de su transición.


En muchas publicaciones sobre vidas transexuales, las intervencio ­
nes médicas constituyen los hitos fundamentales del relato, y un
médico en particular aparece como figura decisiva, objeto frecuente
de intensas emociones de ansiedad y gratitud (por ejemplo, Jorgen­
sen 1 96 7 ) .
En contraste, e n l a narración d e Robyn sobre las decisiones y los
procedimientos médicos se advierte un talante casi caprichoso . Por
ejemplo, relata la historia de sus implantes de senos como si fue se
resultado de una mera casualidad. Ella se había percatado de las
cicatrices en el cuerpo de una abogada a quien daba masaje, esta le
contó que se debían a sus implantes de senos, y Robyn se apresuró ª
anotar el nombre del ciruj ano de la abogada. Después, un tipo con e l
que se topó en un bar gay le recomendó a un doctor conocido en la
comunidad homosexual, quien le aplicó inyeccion es de estróge no:
"M is pechos comenzaron a crecer como locos [y] yo quería más Y
más".
Pero Robyn también se so metió a procedimi entos más siste má'
ticos. Fue referida por su médico general a un distinguido end oc rÍ'
Dos latas de pintura . U n a h istoria de vida tra nsexual 1 65

n(í l ogo que tenía especial interés en la medicina transexual. "Me


h i :o cuanta prueba puedas imaginar." Ese médico puso a Robyn a
ré g imen de estrógenos. Robyn asegura que el tratamiento aceleró el
crec i m iento de sus senos y la ayudó a deshacerse del vello corporal,
que h abía sido todo un problema para ella. Asimismo, recibió aseso­
r ía p si quiátrica, a la que se refiere con mucho desdén: "El psiquiatra
snlo me vio tres veces. Dijo: 'Eres una mujer', dijo, 'no necesito verte
1mís' , dijo, 'tienes que ser una mujer'. Así que fui de inmediato con
e l cirujano y le dije: 'Ya me puedo operar, el psiquiatra ya lo autorizó"'.
Al principio, el ciruj ano se mostró renuente a operar a Ro­
h y n por razones profesionales -su edad-, pero finalmente aceptó.
Rnb y n no da detalles de su cirugía de reconstrucción genital, pero
comenta que volvió a manej ar el taxi tres semanas después porque
se estaba quedando sin fondos, y se refiere nuevamente a la inter­
v e nción al mencionar lo que ocurrió algunas semanas más tarde:
"Me visitaron las muchachas cercanas para asegurarse de que no esta­
ba b romeando, ¿sabes ?, de que sí me había hecho la operación. Debe
haberse visto espantoso . . . yo nunca me animé a verlo".
Con todo, la cirugía de reconstrucción genital no fue definitiva:
"Ok, te intoxicas y te toma unas cuantas horas liberarte del alcohol
en tu cuerpo. A mí me habían operado y me llevó unos tres o cuatro
at'í.os liberarme de eso en mi cuerpo, del lado masculino".
Una vez más destaca la metáfora sobre el cuerpo. Obviamente,
l a acti tud de Robyn frente al aspecto médico de la transición es am­
bi vale nte. Necesitaba la operación y la consideraba vital. El antes
vs . e l después de la cirugía de reconstrucción genital es el principal

tn a rcador de sus comentarios sobre las fotografías: "Ahí estoy otra


vez, sin cirugía en ese tiempo. Aquí estoy de nuevo, sin cirugía. Y
u n a vez más aquí sin cirugía en ese momento".
Pero Robyn sentía impaciencia ante las otras formas de inter­
ve nc ión médica, y a veces le disgustaban sus efectos; pensaba, por
ej e mp lo, que el tratamiento hormonal estaba produciendo cambios
J emasiado acelerados o demasiado acentuados.
Si n e mbargo, no hay ambivalencia cuando menciona otro tipo de
;iy ud a. "Las muchachas cercanas"que la visitaron para inspeccionar
e l tr
ab ajo quirúrgico pertenecían a una red social que Robyn había
construido en el entorno de la zona céntrica donde vivía. Esto tuvo
Para e lla gran importancia desde los primeros días de su transición,
Y re c uerda haber aprendido mucho de otras personas transexuales:
1 66 M ujeres transexuales

Conocí a varias de ellas, y resultó que algunas tenían mucho éxito en los ne.
godos. Así me di cuenta de que yo no era una ning-nong [una idiota] . Tambié
me di cuenta de que estaba pasando por un cambio traumático, pero sab ía que
n

esas amigas ya habían pasado por él, y me dieron ayuda, bueno, no necesaria.
mente mucha ayuda, pero me apoyaron porque estuvieron ahí.

La red de Robyn incluye a personas que trabajan en el negocio de los


taxis y en el del sexo, a gente de la comunidad gay, a muj eres de la
vecindad y a mujeres transexuales más jóvenes que ella. Robyn mani­
fiesta una actitud maternal, si bien a veces exasperada, hacia las j ó­
venes transexuales. Me mostró fotografías de esas amigas mien tras
me relataba sus historias individuales y lamentaba algunos de sus
problemas --como el consumo de drogas y algún accidente de trán­
sito. Robyn no proporciona muchos detalles, pero resulta claro que
recibió apoyo de esa red en la época de su cirugía de reasignaci ón
de sexo, y que todavía obtiene ayuda de ella mientras se encuentra
recluida en su casa.

Consolidación: "cambiando en serio"

En una historia de vida transexual suelen llamar mucho la atención


los sucesos dramáticos: como el momento de la toma de concienci a ,
el de la decisión de emprender el cambio o el momento de la cirugía.
En su relato, Robyn reconoce sin duda esos acontecimientos, pero
también se demora en multitud de detalles triviales sobre el constan­
te trabajo que ha realizado para lograr que la transición ocurra.
Y eso no se reduce a aprender a maquillarse o a desplazarse tam­
bale a nte sobre tacones altos. ¿Cómo aprende una persona de cuerpo
masculino a orinar como mujer? Robyn ofrece detalles muy explí­
citos sobre ello. ¿Cómo obtiene placer sexual quien se encue ntra
en transición de un sexo a otro ? Robyn describe la embarazosa suce­
sión de sus aventuras en ba res gays y sus alrededores ( ambiente re la­
tiv amente seguro, pero no siempre hospitalario para las mujeres tran­
sexuales ) , refiere algunas que fueron fiascos, y h a bla de un a qu e
culminó en un clímax fantástico -"el primero y último que j a más
tuve"-, pero ninguna de las cuales se transformó en una relacióll
duradera.
Al cabo de todo ese esfuerzo y de su transformación física, Robyll
siente que ha salido ilesa de la transición. Sus comentarios a propÓ'
sito de las fotografías van de los primeros días de incertidum b re a
Dos l atas de p i ntura . U n a h i storia de vida tra nsexual 1 67

r e mporadas de confianza creciente: "Aquí estoy otra vez madurando


,. a c eptando el hecho de que soy una mujer". Y después, hacia el
fi n a ldel álbum:

Ahí estoy cambiando. Mira eso, mira cómo mi cara estaba adelgazando. Y ahí de
nuevo, mira nomás: para entonces ya me había dejado crecer el pelo, estaba
cambiando en serio, poco a poco. Ahí estoy yo, y ahí, y ahí. Así que ahí tienes,
ya viste.

Robyn ha ganado seguridad durante la transición. Cree que ahora es


más fuerte como mujer de lo que nunca fue como hombre, y que el
cam bio se ha consolidado.

Tengo suerte de haber podido atravesar la crisis de hombre a mujer. Ahora soy
mujer, camino por la calle y me importa un carajo. Hay hombres que me han
dicho "amor" y "querida" y esas cosas, de modo que ya paso claramente como
muj er, y eso me sienta muy bien.

Todo lo que le preocupa hoy en día a Robyn son los efectos de la edad.
Está j ubilada y tiene menos dinero. Su problema de cadera reduce su
movilidad. Su pelo ha encanecido y el envejecimiento parece haber
endurecido sus facciones. Le preocupa un poquito que esto pueda
hacerla ver más masculina de nuevo, pero se lo toma con filosofía:
" ¡ Cuántos hombres parecen mujeres y cuántas mujeres parecen hom­
h re s ! " . De ser necesario, ella puede probar lo que es.

U na visión del mundo

R o byn aprovechó la entrevista como una oportunidad para exponer


su vi si ón del mundo. Esa visión es realista y, por momentos, cruda,
l n c u al no resulta sorprendente en el caso de una persona que creció
d u r an te la Depresión. Ella no esperaba mucho de la vida cuando era
J a ck y, como Robyn, se siente satisfecha de haber llegado a puerto
seguro aunque modesto. La vida es dura, y ella ha sufrido su dosis de
go l pes: desde la pérdida de su madre hasta un mal matrimonio, des­
de aber tenido un hijo con daño cerebral y haber visto cercenada
h
s u c arrera hasta haber perdido su sexo. Robyn sabe qué se necesita
P a ra sobrevi vir: dinero, seguridad física, cierto grado de confianza, y
1 68 M ujeres transexua les

una habitación propia. Ella tiene todo eso gracias a su propio esfuerzo ·

No lo tiene en abundancia, pero le basta.


No se trata de autocompasión. No hay sentimentalismo en Ro­
byn. Ella procura mirar al mundo a los oj os y verlo tal cual e s. Eso
implica reconocer que muchos de sus habitantes son "bastardos"
opinión que sustenta recurriendo a sucesos internacionales contern�
poráneos.
Y eso último se aplica especialmente a los hombres. A las dos
horas de conversación, Robyn me dio una clase sobre las relaciones
entre mujeres y hombres. Sus principales lecciones fueron que los
hombres dependen de las mujeres para llegar a cualquier punto en
sus vidas, pero también que los hombres tratan a las mujeres sorpren­
dentemente mal. Proporcionó ej emplos de diversas culturas, desde
los asesinatos por honor en el Mediterráneo, hasta la cremación de las
viudas en India, pero también aportó algunos ejemplos de la expe­
riencia local:

Las mujeres aman de corazón, desde el alma; los hombres, no. Con los hombres
la cosa es canija. Tienen que obtener trofeos; su esposa es un trofeo que pue­
den presumir ante los muchachos: "Miren lo que conseguí, chicos, atrapé un
pájaro". Yo sé cómo piensan porque fui hombre. " ¡ Mira qué culo ! ¡Cómo me
gustaría tenerlo! ¡Y esas piernas [ . . . ) ! " ¡Sabes ? Yo sé cómo hablan, yo sé cómo
piensan. Yo lo detestaba, porque obviamente era diferente.

A Robyn le han "maltratado" los senos y enfrentó tres amenazas de


violación cuando andaba en sus cincuentas. Conoce a hombres de ne·
godos que obligan a sus secretarias a tener relaciones sexua les con
ejecutivos extranjeros. Es sarcástica en cuanto a los hombres en gene·
ral: son muy idiotas y dificultan mucho las cosas. Eso se debe , en par·
te, al exceso de esperma y, en parte, a que son educados para creer
que son mejores que sus hermanas: "Tú eres el hombre de la casa ; tú
eres mejor". El resultado es que "estos tipos que se emborrachan han
sido entrenados para pensar que son especiales y muy distinguidos" ·

Pero Robyn no ha perdido la fe en la humanidad. Piensa que


mujeres y hombres se complementan, que se necesitan mutuamen te ,
y que pueden convivir bien si se les ofrecen las condiciones adecua·
das. El sexo físico, a pesar de ser tan animal, es decisivo pa ra e llo ·
"Ocultar el sexo equivale, en nuestros días, a cr ucificar al mu nd o"
-j unto con la violencia y la avaricia-, pero una mej or edu caci60
sexual podría producir mara villas. Robyn sostie ne que niños y n iñas
Dos latas de p i ntura . U n a h istoria de vida tra nsexual 1 69

(1J rían recibir enseñanzas sobre el sexo en la escuela, aprender me­


�1rcs ac titudes y, en particular, aprender formas de cooperar en las
�da c iones sexuales y en la construcción del matrimonio.

El matrimonio no es solo enamorarse y casarse con alguien en la iglesia. Es


entender de qué se trata: cómo tocar a las personas, cómo hablarles, cómo
comprender las peculiaridades de la gente y las de uno mismo. Yo no sabía eso,
lo admito; estaba tan verde como el pasto.

N o he logrado expresar a cabalidad el alcance ni la mordacidad de los


comentarios de Robyn sobre el mundo. Sin embargo, espero haber
d a d o una idea de la profunda reflexión, la dura experiencia, la rabia
ética, la compasión y el realismo que contiene esa visión del mundo.
La perspectiva de Robyn proviene de la universidad de la vida. No
cabe duda de que ahí recibió una buena educación.

Las inquietudes del entrevistador

Algunos aspectos de esta entrevista me preocupaban en aquel tiempo.


M i s notas de campo incluyen comentarios gratuitamente críticos
sobre e l estilo personal de Robyn. Juzgaba su actitud como una ac­
tu a ción que fluctuaba entre el amaneramiento y la coquetería, y me
pre guntaba: "¿Cuántos transexuales están sólidamente instalados en
su s cu e rp os ?". Buena pregunta, que concernía muy particularmente
al e ntrevistador. Pero, al fin y al cabo, ¿cuántas mujeres y hombres
s e encuentran cómodos en sus respectivos cuerpos ? Además, había
ol vi dado a qué generación pertenecía Robyn. Ella creció durante
la s dé cadas de 1 920 y 1 930, cuando uno de los estilos habituales de
fe min idad consistía en una mezcla de acentuado afeminamiento y
coquet ería.
En aquellos días anoté: "La narración está muy trabaj ada, y eso
es mportante para definir y confirmar la identidad". Los álbumes eran
i
s ignos suficientemente claros de ello. Entre las fotografías abunda­
han, se gún mis notas, "imágenes de Robyn 'disfrazada', con una
'1P a rie ncia deliberada, o en poses provocativas". En pocas palabras,

Y o a b r igaba tantas dudas sobre la autenticidad de la manera en que


s e P resentaba Robyn como ella misma.
Yo estaba también consciente de algunas omisiones e inconsis­
t enci as en el rela to. Meg y los hijos desaparecen cuando comienza la
1 70 M ujeres transexua les

transición de Robyn, fuera de una breve referencia a uno de e llos


ya adulto, que era comerciante en Queensland. La familia no figu
a
'


en los álbumes de fotografías. Así, la parte de la historia de trans ic i
que pudo haber implicado dolor y pérdida para otras personas est �
ausente ( véase Howey 2002, a propósito de la experiencia de una
hij a ) . Había también algunas singularidades en la fragmentari a h is ­
toria médica de Robyn que podrían ser síntoma de una agitación per­
sonal más aguda durante la transición que la que ahora le intere s aba
a ella describir.
Pero no me corresponde a mí hacer un peritaje legal ni una inter­
pretación psiquiátrica de las evidencias que Robyn aporta. Las pr in­
cipales líneas de su historia de vida son perfectamente verosímil es
su narración está sólidamente arraigada en la historia y la geografí �
de una ciudad que conozco bien, y la fuerza de su deseo de relatar lo
ocurrido es patente. Le correspondía a ella elegir los términos en los
que quería relatar su historia.
En estas circunstancias, ¿puedo hacer lo que desde el princ ipio
ella me pidió que hiciera? "Quiero que la gente se dé cuenta de que
las personas transexuales somos tan normales como cualquiera, pero
que, por alguna razón desconocida -fisiológica, psicológica o de
cualquier otro tipo--, nos hemos transformado en mujeres".
Sin duda, Jack no era sino "una persona normal". Ningún aspecto
importante de su vida como varón era extraño para su generación: ni
su aprendizaj e, ni su trabajo en industrias y negocios masculin izados,
ni su convencional matrimonio, ni su desempeño como proveed or
habitante de los suburbios, agotado por el exceso de trabajo. Si ana­
lizamos el relato buscando claves etiológicas, podríamos encon­
trar algunas. Entre ellas estarían, quizá, la pérdida temp rana de la
madre, la compasión por un padre débil y el rechazo del vulgar len­
guaje misógino del entorno fabril. Pero ninguna de esas experienc i�
es realmente excepcional, ni siquiera en combinación con otras , �1
nos atenemos a lo que hoy sabemos sobre la complej idad y mult ip.h ­
cidad de los patrones de masculinidad. Pocas personas que conoc ie­
ron a Jack alrededor de 1 965 podrían haber predicho que en pocos
años más comenzaría su transición de género. Para Robyn, la c ausa
es desconocida.
¡
Y lo mismo le oc urre actualmente a la inv estigación profe si00ª
sobre la transexualidad. Las causas del fenóm eno que se sug ie r er
como probables van de las madres abrumado ras a las diferenc ias en a
estructura cerebral de los transexuales, pero ninguna de ellas se s u5'
Dos latas de pintura . U n a historia de vida tra n sexual 171

renta en evidencia suficientemente convincente ( véase en Ettner


¡ 999: 48-59 una revisión introductoria del tema).
Lo que parece más significativo entre los antecedentes de Robyn
e s e l h echo de que creciera y viviera como hombre en una cultura

que e xaltaba la división entre los sexos. Se suponía que la perspectiva


in : i s culina era muy diferente de la femenina ("las mujeres aman de
c o razón") . En ese mundo, hombres y mujeres tenían diferentes tareas
e n l a vida y no se mezclaban mucho entre sí. De modo que, cuando
e sra ban casados, Meg insistía en que no trabajaría más y Jack estaba
r e rfectamente de acuerdo con eso. Pero Jack tampoco pasaba mucho
tie mp o en casa.
De modo que Robyn heredó de su sociedad una visión de género
estri ctamente dicotómica, desde la cual resultaba plenamente lógico
que, si no era hombre, fuese mujer. Este punto de vista no parece haber
sufri d o merma alguna después de los años de convivencia de Robyn
con l a comunidad homosexual, con mujeres trabajadoras y con otras
muj eres transexuales. La dicotomía de género parece constituir un
r resupuesto absoluto en su visión del mundo -y en esto Robyn es,
también, solo "una persona normal".
Poco tiempo antes de la entrevista, yo había publicado un libro
sobre la multiplicidad de los órdenes de género realmente existentes
(Connell 1 987 ) . No coincidía con la lógica de Robyn, pero la en­
ten d ía. Lo que realmente me causaba conflicto era la consecuencia
política de su visión. Como muestran citas anteriores, Robyn hace
u n a crítica verdaderamente feroz del privilegio, la arrogancia y la
v io lencia masculinos. Ninguna feminista podría pedir más.
Pero Robyn no sabe nada de feminismo; incluso, encuentra muy
J ifíc i l definir la palabra cuando se lo pido. No hay en su relato de tres
h o r as de duración una sola mención de las muj eres que se organizan
Para p oner en cuestión los privilegios masculinos que ella misma
J e nun
c ia. Esto es sorprendente, puesto que su transición comenzó
P r e c isamente durante los primeros años del movimiento de libera­
c ión de las muj eres en Australia, y se prolongó a lo largo de toda
una d é cada de encendido debate en torno al feminismo en la ciu­
d a J do nde vivía.
h. Así pues, se advierte una gran tensión entre el proyecto de cam­
. 1 º de sexo de Robyn y su sentido de la inj usticia de género. El ob­
J e t o de su necesidad , así como la razón de su trabaj o y sufrimiento
Continuos durante muchos años, eran una condición de vida que ella
1 72 M ujeres transexua les

misma sabía que estaba sujeta a desprecio y maltrato, y que no Pre .


tendía cambiar.
En un nivel, esto demuestra la enorme fuerza del imperativo tran.
sexual ( "yo no tenía control, ninguno en absoluto" ) . Pero, en o tro
nivel, plantea el problema político del cambio de sexo. ¿Obedece el
proceso a presupuestos que socavan la igualdad de género ? En rea li­
dad, esa era la cuestión más apremiante para mí, y no un proble rna
de Robyn.
Mi convicción visceral es que toda mujer transexual que te nga
la cabeza en su lugar debería ser feminista. Pero esto no es lo que
comúnmente ocurre, y cualquier fenomenología de la experi enc ia
transexual (por ejemplo, Griggs 1 998) explica por qué. Las personas
que transitan por un cambio de sexo tienen mucha probabilidad de
enfrentar una serie de problemas tan complejos, perturbadore s y
difíciles que pocas cuentan con energía excedente que puedan in­
vertir en otras cuestiones. Y quienes, como Robyn, superan la transi­
ción posiblemente se limitarán a agradecer una vida tranquila. Robyn
había sido vulnerable, había sufrido heridas y pérdidas, había pasado
por una experiencia aterradora y en eso, también, no era más que
"una persona normal".
Algunas muj eres (y hombres) transexuales sí se convierten en
activistas. Perkins ( 1 983 ) inició en Australia tanto la investigación
social en transexualidad como el activismo a favor de los derechos
de las personas transexuales. Califia (2003 ) describe nuevas formas de
radicalismo "transgénero" que intentan subvertir la dicotomía de géne ·
ro. Stryker (2008) rastrea la complej a historia del activismo informal
en Estados Unidos entre mujeres y organizaciones transexual es. Yo
aplaudo todos esos esfuerzos, pero tengo que reconocer que la defen­
sa de los derechos transexuales o transgéneros tiene limitaciones Y no
coincide muy a menudo con el feminismo.
Cabe preguntar si las mujeres transexuales representan o no un
obstáculo en la lucha por la equidad de género y si, como aducen
vehementemente ciertas críticas, constituyen modelos de una fem i·
nidad falsa u obsoleta, atrapadas como están en la dicotomía de géne ·
ro. El caso de Robyn, c o n sus tacones altos, sus uñas de plás tic o , su
visión dicotómica del género y su inactividad política, se presta a ese
tipo de reclamo .
Pero ese sería un juicio demasiado simplis ta. N ótese la crítica que
Robyn hace a los hombres, su intensa lucha por conseguir la encar•
nación de lo femenino en su cuerpo, sus esperanzas de reforma soc ial
Dos latas de p i ntura . Una h istoria de vida transexual 1 73

1 r r a vé s de la educación. En su estudio sobre la experiencia mascu­


[ i n <i Je la transexualidad --que constituye el análisis más fino hecho
,

h<1�ra ahora de la transición-, Rubin ( 2003 : 1 64) propone que el


1 b i o de sexo es políticamente neutro: "Los transexuales no sus-
L • rn
cr i b e n esencialmente ni la normatividad de género ni la subversión
..

d e l género". Esto es empíricamente correcto, y muy importante. Las


111 u j eres transexuales despliegan en sus opiniones y prácticas toda
¡.1 ga m a de posiciones posibles, desde las más fastidiosamente reac­
c i ll n ar ias hasta las plenamente feministas y, como Robyn, la gran
in ay o ría se ubica en algún punto intermedio.
Con todo, yo modificaría un poco el razonamiento de Robyn a la
l u : e su propia historia. Considerada en el nivel de la cultura como
J
un todo, la reasignación de sexo es un proceso profundamente sub­
ve rsivo, una expresión dramática de la inestabilidad e historicidad
d e l género. En ese sentido, el buen doctor Harry Benj amin, pione­
ro d e la medicina transexual que dio nombre al "síndrome" y desem­

pcfió un papel crucial en la creación de un régimen de tratamiento


en las décadas de 1 950 y 1 960, fue un revolucionario. Del mismo
mod o e n que la conocemos en países anglófonos prósperos como Aus­
t ral i a , l a transexualidad es una forma históricamente específica de
a l terac i ón y reconstitución del género.
Pero para activar esa posibilidad revolucionaria, muchas mujeres
t ranse xuales y muchos de sus médicos recurren a esquemas de género
pro fundamente conservadores que les proporcionan cierto soporte
c u l tu ral en situaciones difíciles. El conj unto de la práctica y la me­
d i c in a transexuales está , pues, marcado por esa contradicción que
t a n to las críticas feministas como las transexuales han señalado. La
h i st or ia de Robyn se inserta en los constreñimientos y las contradic­
c i<l n es de su momento.
Lo que las críticas suelen olvidar es que la contradicción también
ina ug ura posibilidades históricas. La historia de Robyn es una histo­
r i a d e posibilidad y esperanza, una historia acerca de algo nuevo y sor­
flrc nde nte que está ocurriendo. Y sobre esa base puede edificarse una
j 0 l ít ica de justicia de género. Yo agradezco que su relato sobre aque­
l d
.is os latas de pintura me haya ofrecido la oportunidad de reflexio­
fl <t r e n t omo a estas cuestiones. Gracias , Robyn, y donde quiera que
estés ah ora, buena suerte.
9. Excepcionalmente cuerdas :
la psiquiatría y las mujeres transexuales

a psiquiatría desempeña una función importante, aunque con­

L troversia!, tanto en la definición del tratamiento de la transe­


x ualidad como en la vida de muchas mujeres transexuales. Por
psi qu iatría me refiero a esa rama psicológica de la profesión médica
que maneja los conceptos de "enfermedad" o "desorden" mental, y con
la que la psicología clínica se encuentra estrechamente vinculada.
Los psiquiatras desempeñan el papel de custodios en la vida de
m u chas muj eres transexuales, puesto que son ellos, en su calidad
J e p rofesionales, quienes autorizan o niegan intervenciones médicas
t a l e s como los tratamientos hormonales y la cirugía. También son
psi q u iatras quienes han desarrollado algunas de las ideas más influyen­
t e s ace rca de la transexualidad y se han esforzado por caracterizarla,
es t a b le cer su origen y determinar su tratamiento. Estos profesionales
ru e den proporcionar un apoyo de vital importancia para el manej o
seguro de ese trastorno de género y, particularmente, para evitar sui­
c i d i os y tratar las tensiones que la transición implica. Sin embargo,
a l g u nos psiquiatras y psicólogos clínicos han difundido teorías y de­
h n i ci ones severamente estigmatizantes, y han sido denunciados por
a c t i v ist as transexuales y transgéneros.
En este capítulo reviso algunos de los debates psiquiátricos más
r d e van tes sobre las mujeres transexuales y presento ciertas propues­
tas p ara promover un ejercicio más provechoso de la psicología. Para
e l l o, incorporo a la discusión dos elementos que están prácticamente
;iusen tes de la bibliografía psiquiátrica sobre el cambio de sexo: el
;1ll<í\isis feminista de género y la psicología de la liberación.
1 76 M ujeres transexuales

El enfoque médico sobre la transexualidad

Los psiquiatras (en aras de la simplicidad incluiré en el término a l s


o
psicólogos clínicos) se encuentran con las muj eres transexua le s en
contextos institucionales bien delimitados. Ellos son los profesionales
que cuentan con información científica, y las mujeres transexuales son
las pacientes o sujetos de investigación definidos por la medicina. La
idea fundamental acerca de la transexualidad, que solía prev alecer
en la bibliografía psiquiátrica, es que se trataba de una enfermedad 0
desorden mental, o bien, del síntoma de un desorden severo.
Como veremos, algunos psiquiatras han cuestionado esa posición.
Pero el vínculo institucional sigue definido por la relación entre e l
profesional de la salud y el paciente mentalmente enfermo. Esa es la
relación que subyace al estilo dominante de los textos psiquiátricos
sobre la transexualidad, que adoptan la forma de un discurso objetivo
enunciado desde una posición de superioridad, y en el que las vidas
de las mujeres transexuales aparecen como objeto, a veces en un gra­
do considerablemente perturbador.
La idea de que la propensión al cambio de sexo constituía una
señal de enfermedad mental (y no, digamos, de pecado o de desorden
cósmico) data de finales del siglo XIX y de las primeras etapas de la se­
xología en Europa. El influyente psiquiatra Richard von Krafft-Ebing
desempeñó en ello un papel decisivo. Su famosa recopilación de
casos de almas atormentadas, Psychopathia Sexualis ( 1 886 ) , conti ene
historias de desviados travestidos que incurrían con frecuenci a e n
problemas legales, y a algunos de los cuales llamaríamos transex ua­
les hoy en día. Sigmund Freud especuló acerca de un caso clín ico
que involucraba fantasías muy elaboradas sobre el cambio de sexo ,
el del "psicótico Dr. Schreber". Incluso Havelock Ellis, en su mo ·
numental obra animada por un espíritu de tolerancia, Estudios de
psicología sexual --que contenía unas cien páginas sobre lo qu e lla­
maba "eonismo" ( en alusión al Caballero d'Éon, famoso a ristócra ta
transexual)-, declaró que esa condición no era una enferm ed ad ,
sino una anormalidad "patológica en sentido estricto".
Pero ese fue solo el principio. La bibliografía médica adoptó 5�
forma actual a mediados del siglo xx. Fue entonces cuando se as igno
al término "transexual" el significado que hoy tiene y se genera lizó la
idea de que correspondía a un síndrome pre ciso. El endocri nó logo
Harry Benj amín encabezó en Estados Unidos una prolongada c afll '
paña para establecer la legit imidad del síndro me y de su tratam ient0·
Excepcional mente cuerdas 1 77

Una dilatada red de innovadores médicos en Alemania, Escandina­


' i a y Estados Unidos desarrolló un conj unto de procedimientos para
, 1 11o y ar la reasignación de sexo. El núcleo del paquete incluía aseso­
r Í<l psiquiátrica, tratamiento a base de estrógenos y vaginoplastia.
Ese conjunto de intervenciones pautadas fue descrito detallada­
m e n te en el primer libro de texto de medicina sobre el tema, Transe­
xualismo y reasignación de sexo (Green y Money 1 969) y se incorporó
,1 1 r e p ertorio de las clínicas de identidad de género. Hoy en día, en
u n a v ersión ligeramente actualizada, sigue siendo la tecnología mé­

Llic a disponible (Tugnet et al. 2007 ) . En tomo a ella se ha producido


u n a extensa bibliografía técnica que relata casos, ofrece clasificacio­

nes y teorías y describe el tratamiento y el diagnóstico (por ejemplo,


Bradley y Zucker 1 997 ) . El crecimiento de ese corpus médico en el
N orte global está bien documentado por historiadores de la transe­
xualidad ( Meyerowitz 2002; Stryker 2008 ) .
En las décadas d e 1 950 y 1 960 surgió una fuerte oposición a la
c
i n lusión de la medicina transexual en la profesión médica. La re­
sistencia provenía particularmente de los psicoanalistas. Es irónico,
como observa Nicola Barden (201 1 ) , que los seguidores de Freud asu­
mi e ran posiciones reaccionarias, tanto respecto de la homosexualidad
como de la transexualidad, y defendieran el esencialismo de género.
Pero eso es ciertamente lo que ocurrió. El mismísimo Jacques Lacan
consideraba que las personas trarsexuales eran psicóticas ( Millot
1 9 9 0 ; Chiland 2003 ; para una visión ligeramente distinta de lo que
e l e nigmático maestro planteaba y de sus encuentros poco conoci­
dtis con pacientes transexuales, véase Gherovici 20 1 0 ) . Por su parte,
l as críti cas médicas a la medicina transexual sostenían que cirujanos
Y e n docrinólogos se estaban confabulando con la psicosis.
En 1 979 se esbozaron por primera vez unas Normas de atención,
P ro mulgadas por una asociación médica especializada a la que se dio
e l n o mbre de Benj amín en honor del médico pionero. Esas normas,
Ptis te riormente sometidas a revisión en numerosas ocasiones (para
la ú lti ma versión consúltese Coleman et al. 20 1 1 ), constituyen el sor­
p re ndente legado de aquella lucha y regulan en la actualidad el acceso
a l t ratamiento . Su finalidad es resguardar la credibilidad profesional
de l os médicos cuando menos en el Norte global, donde se estipu­
l a ron, pero también ej ercen influencia, si bien menor, en el Sur
global, sobre todo en países donde la cirugía cosmética ha llegado a
s e r u n a industria de exportación . Tal es el caso de Tailandia (Aizura
2 009 ) .
1 78 M ujeres transexua les

Por lo demás, la medicina transexual ha sido duramente crit icada


desde sus inicios hasta ahora, tanto por feministas separatistas corno
por activistas transgéneros. Sin embargo, merece cierta reivindic a .
ción. El libro de Benj amin, El fenómeno transexual ( 1 966 ), era inne ­
gablemente ingenuo en materia de política de género, puesto que
aceptaba sin cuestionamiento las normas patriarcales y porq ue s u
intento de comprobar estadísticamente el éxito del tratamien to era
también metodológicamente cándido. Pero vale la pena leerlo. En él
destacan la compasión y el ingenio médico de Benj amin. Además ,
El fenómeno transexual documenta ampliamente la magnitud de la
angustia que provocaban los conflictos de género en la clase media
estadounidense durante la época de la Guerra Fría. Benjamin y Stolle r
-en aquel tiempo los psiquiatras más sobresalientes- entendían
claramente la naturaleza iatrogénica de la transexualidad: reco no ­
cían el grado hasta el cual el síndrome era creado por la disponibilidad
misma del procedimiento médico. Las críticas posestructuralistas
darían posteriormente a este asunto mucha importancia, pero sin
admitir que ya había sido reconocido en su tiempo.
Desde la síntesis que se produjo en las décadas de 1 950 y 1 960,
la bibliografía biomédica no ha registrado transformaciones de se­
mej ante envergadura. La novedad actual estriba en la acumulación
de evaluaciones sobre los efectos del tratamiento. Esas evaluaciones
han sido a su vez revisadas seriamente desde las perspectivas psiquiá­
trica (Chiland 2003 : 90- 1 04 ) y quirúrgica (Sutcliffe et al . 2009) .
Desde luego, carece de sustento la convicción de Benj amin de que
la medicina transexual constituía un éxito indiscutible. Pero los pro ­
cedimientos de intervención física no han sido tan desastrosos como
pronosticaban los críticos de Benj amin. El análisis más reciente con­
cluye con cautela que gran cantidad de pacientes "experimenta un
resultado satisfactorio en lo que se refiere a su bienestar subj etivo ,
su apariencia (cosmesis ) y su funcionamiento sexual" (Sutcliffe et al.
2009: 303 ) .
E l juicio psiquiátrico sobre l a transexualidad cristalizó y se ins­
titucionalizó en 1 980, cuando la categoría "transexualidad" (poste·
riormente llamada "trastorno de identidad de género") fue inc lu id a
en la tercera edición del famoso Manual diagnóstico y estadístico de
los trastornos mentales ( osM, por sus siglas en inglés) de la Asoc i a·
ción Estadounidense de Psiquiatría. La importanci a de esta inc lusión
trascendió las fronteras de Estados Unidos, puesto que psiqu ia tras
y autoridades de salud de tod o el mundo -incluyendo la Organ iza'
Excepcional mente cuerdas 1 79

c i (ín Mundial de la Salud- tienden a adoptar las definiciones del


11:-;M. El trastorno de identidad de género se incorporó al DSM pocos
:i i1 os después de que la homosexualidad fuera eliminada, y esa suce­
� i ón de hechos provocó un encendido debate. La controversia se ha
, 1 d vado de nuevo a propósito de la definición que debería incluirse
en la quinta edición del DSM, e incluso de la posibilidad misma

lk e l iminar el concepto ( Bockting 2009; Drescher 20 1 0 ) . Pero en


c i erto sentido eso carece de importancia. La medicina transexual se
h a normalizado ya tanto en el Norte global como en el resto del
mundo, a través de la consolidación de una red de clínicas, prácti­
c as médicas, servicios de orientación, hospitales, seguros médicos y
pol íticas de salud pública.

La psiquiatría propone una etiología (de hecho, varias)

U n p aso decisivo en la legitimación de la medicina transexual fue el


Jesarrollo de una etiología. Un "síndrome" médico no es una sim­
p l e descripción de síntomas. Para ser convincente, debe incluir una
narrativa que establezca cómo se produce la enfermedad, qué etapas
atraviesa y cuáles son sus causas básicas. La forma como se entienda
la etiología influye en las ideas de los médicos acerca del tratamiento.
Los primeros trabajos sobre el cambio de sexo contenían especu­
la ci ones francamente silvestres en tomo a las causas, que iban de
la J egeneración hereditaria al desequilibrio glandular, pasando por
i ncidentes traumáticos durante la juventud. Algunas de esas suposi­
c i ones pueden parecemos cómicas ahora; otras, horripilantes. Pero
l u s au to res más honestos se limitaban a reconocer que desconocían
l a s causas de la transexualidad.
En una serie de ensayos escritos a lo largo de la década de 1 960,
Y p osteri ormente en el libro Sexo y género ( 1 968 ) , que fue muy leído,
e l p si quiatra estadounidense Robert Stoller propuso una solución al
Proble ma. Formado como psicoanalista, le resultó fácil explicar la
t rans exualidad como resultado del desequilibrio en las relaciones en­
t r e madre e hijo.

En situaciones normales, sostenía Stoller, niños y niñas adquie­


re n a edad temp rana un "núcleo de identidad de género", en el que
e l s e x o biológ ico y el género psicológico se corresponden mutua-
1ne nte . Pero en una pequeña minoría de familias se presenta una tra­
Yectoria patológica de sucesos que obedece a la presencia de una madre
1 80 M ujeres tra nsexua les

descontrolada que asfixia y feminiza a su hijo sin que el padre l


o
impida. La consecuencia es la instalación de un núcleo erróneo de
identidad de género durante los dos primeros años de vida, que n
o
puede revertirse posteriormente. Stoller apuntalaba su argu men to
con casos que había identificado en su propia práctica psiquiátr ic a
y su enfoque se transmitió por primera vez al equipo médico de s �
,
universidad de Los Angeles.
El concepto explicativo de "identidad de género" que emp leaba
Stoller y su distinción entre "sexo" y "género" fueron adoptados por
el feminismo estadounidense en la década de 1 970, lo cual resulta
ligeramente sorprendente. La argumentación de Stoller der ivab a ,
en cierta medida, del psicoanálisis. Sin embargo, como apunta una
excelente crítica de May ( 1 986), el razonamiento carecía del caracte ­
rístico sentido freudiano de división, fantasía y tensión en el interior
de la personalidad. El planteamiento de Stoller era todo menos fe­
minista. Desde su perspectiva, el hecho de que un niño se volvie ra
femenino constituía una situación claramente patológica, y la fuen­
te del problema eran las mujeres. La posición de Stoller manifiesta
una extraordinaria hostilidad hacia las madres.
La narrativa de Stoller fue desplazada en la siguiente generación
debido, en parte, a un resurgimiento del determinismo biológico y,
en parte, a la elaboración de nuevas etiologías. De estas, la más dis­
cutida en el mundo anglófono fue la propuesta por el psicólogo Ray
Blanchard, quien trabaj aba en una clínica de identidad de género
en Canadá. La argumentación de Blanchard se despliega a lo largo
de una serie de ensayos técnicos y de popularizaciones escri tas por
él mismo y por un puñado de entusiastas partidarios suyos ( B lan,
chard 2005 ; Bailey 2003 ; Lawrence 2007 ) . Los hallazgos del estu­
dio original de Blanchard ( 1 989 ) , basados en un cuestionar io que
respondían los clientes al ser admitidos por la clínica, son citados ª
menudo por sus seguidores.
La base del argumento de Blanchard era la clasificación de los Pª '
cientes de su clínica en dos grupos, recurriendo a criterios de sexua li­
dad, más que de identidad o de relación con padres y madres. Según
Blanchard, la transexualidad de uno de los grupos era en rea lidad
una forma de homosexualidad, en la que los hombres carecían de ca '
rácter suficiente para aceptar que eran gays, y por tanto imagin aban
ser mujeres. La transexualid ad del otro grupo se suponía centrada en
una atracción fetichista de los hombres hacia la imagen de sí m ismos
como mujeres. Blanchard llamaba "autoginefi lia" a esa atracción . Este
Excepciona l mente cuerdas 18 1

ct i ncepto fue proclamado por los partidarios de Blanchard como un


nt i t able avance científico, y fue defendido por un psicólogo en un po-
1, u la r libro ( Bailey 2003 ) que dio lugar a una encendida polémica en
b tados Unidos (Zucker 2008 ) .
En ensayos posteriores, Blanchard desarrolló l a idea d e que l a au­
n 1ginefilia constituía un caso de "error en la localización de blancos

e ró ticos". A partir de esa imagen militarista agrupaba a transexuales,


ped ófilos y fetichistas, considerándolos como personas que habían
L'r rado el "blanco" al que su sexualidad debía apuntar. En este argu­
mento se evidencia el presupuesto normativo de que existe un único
"bl anco", exclusivo y correcto, para la sexualidad.
Si se analiza con cuidado, el sustento de una teoría de la transe­
xualidad basada en la idea de la "autoginefilia" es realmente endeble
( Moser 20 1 0 ) . El estudio original de Blanchard ( 1 989 ) identificaba
a l o s sujetos transexuales a partir de una sola de las preguntas del ex­

tenso cuestionario que se les aplicaba; después evaluaba la autogi­


nefi l i a sobre la base de escalas de opción forzosa internamente muy
repetitivas y ajenas a las circunstancias reales de la vida. No daba
cuenta de las respuestas periféricas, no informaba sobre los puntajes
reales, y en la presentación de los datos podían advertirse patrones y
tautologías no explicados: contrariamente a lo que planteaba la teoría,
los puntajes más altos para la autoginefilia provenían del grupo "bi­
sexual", mientras que Blanchard refería como todo un descubrimien­
to el hecho de que los individuos entrevistados que decían sentirse
más atraídos hacia los hombres afirmaran que tenían menos expe­
ri encia sexual con mujeres. Técnicamente, no se trató de una inves­
t i ga c ión ej emplar. Blanchard consideraba que la autoginefilia era
u na p atología distintiva de los varones transexuales, y que era evi­
de n te mente patológica porque no se presentaba en personas naci­
da s como mujeres. Le tomó a un investigador escéptico solo dos días
e ncon trar rasgos de autoginefilia en 93 % de un grupo de personas
n a cid as mujeres, utilizando los métodos del propio Blanchard (Mo­
se r 2009).
Las evidencias pueden ser endebles, pero las consecuencias no lo
S() n , puesto que los espacios donde circula esa forma de hacer teoría
ej erc en poder institucional. Blanchard era integrante del comité que
re es cribió la entrada del "trastorno de identidad de género" en el
Manual diagnóstico y estadístico, y sus ideas ejercieron clara influencia
en ese trabajo ( Bradley et al . 1 99 1 ) . Durante la época en la que Blan­
c h a rd participó en él, el I nstituto Clarke controlaba en Ontario el
1 82 M ujeres tra nsexua les

acceso a la cirugía de reasignación de sexo, financiada con fondos


públicos. Existe evidencia de que las mujeres transexuales de la re gión
estaban seriamente insatisfechas con las prácticas del instituto, tanto
por su autoritarismo como por su falta de atención al contexto más
amplio de las vidas transexuales (Namaste 2000: 1 90-234 ) .
Los ensayos de Blanchard ponen también d e relieve un rasgo im­
portante del lenguaje de la psiquiatría. Cuando Blanchard comenzó a
publicar sus trabajos, la psiquiatría norteamericana en general se es­
taba alej ando del psicoanálisis para adoptar un enfoque de corte
neuropsicológico respecto de la enfermedad mental. Ese cambio se
reflej aba en las sucesivas ediciones del DSM. La retórica del campo
se hizo menos moralista y más autoconscientemente "científica" --es
decir, más abstracta, técnica y estadística. El papel del psiquiatra
como director de vidas comenzó a ser sustituido cada vez más por la
autoridad del psiquiatra como portador de la verdad científica. Ese
es el sustrato retórico de los textos de Blanchard y sus seguidores.
Pero eso no implicaba en modo alguno un mayor respeto hacia
los pacientes. Blanchard se arrogó desde el principio el derecho a
establecer la verdad sobre el género y la sexualidad de otras personas.
Por ejemplo, definió su ensayo más importante sobre mujeres transe­
xuales como un estudio acerca de la "disforia masculina de género "
( Blanchard 1 989) , y calificó a las mujeres transexuales de orientación
heterosexual como "homosexuales", no porque fuesen lesbianas sino
porque, a sus oj os, eran hombres gay que no se reconocían como
tales. Los últimos trabajos de Blanchard siguen tergiversando implaca·
blemente a las mujeres transexuales (por ejemplo, Blanchard 2008) .
Ignoro si esto obedece a una actitud personal de Blanchard -en
cuyo caso debe haberle sido difícil trabaj ar donde lo hizo- o si res·
ponde simplemente a la influencia del sistema profesional e ideoló·
gico en el que se encuentra inserto. Sea como fuere, el res ultado es
una meticulosa anulación de las mujeres sobre quienes escribe.
Desde luego, Blanchard no ha estado solo en su afán. El com ité
del DSM en el que participaba no abrigaba dudas sobre el carácter pa·
tológico de la transexualidad. Al hacer una revisión del campo , otro
psiquiatra no vaciló en afirmar la "frecuente falsificación" que ha c en
las personas transexuales de sus historias de vida (Murray 1 99 7 ) ·
Incluso Colette Chiland, quien conoce bi e n las circunstancias po r
las que atraviesan las mujeres transexuales, menciona su "fre né t iC�
deseo de conseguir reconocimiento como miembros del sexo opue sto
( 2003 : 1 8 ) aunque sepan perfec tament e cuál es su sexo anatóm icO·
Excepcional mente cuerdas 1 83

()rros psicoterapeutas han intentado superar esa perspectiva que


llc s a utoriza a las mujeres transexuales (como King 201 1 ) , pero es sor­
p rendente la persistencia con la que retorna. Por ejemplo, Walter O.
Bockting ( 2008 ) , uno de los psicólogos más prolíficos e influyentes
que escriben actualmente sobre transexualidad, tiene una obra muy
h umana y sensata en muchos sentidos. Sin embargo, ha decidido
q u e "las personas transgénero hombre-a-mujer" (nótese el lenguaje
neu tro en términos de género) no son realmente mujeres, pero apa­
rentemente tampoco hombres. Por tanto, considera que la solución
adecuada para ellas es aceptar la "identidad transgénero".

La trampa psicoanalítica

E l libro de Colette Chiland titulado Changer de sexe, publicado en


Francia en 1 997 (y traducido al inglés como Transsexualism: lllusion
and Reality ) , es, en mi opinión, el trabajo psicológico sobre transexua­
l idad más impresionante e inteligente desde cualquier perspectiva.
Sin embargo, sus implicaciones políticas resultan en la práctica suma­
mente polémicas.
Chiland, psiquiatra infantil muy influyente y cuya obra ha sido
ampliamente publicada, es asimismo una psicoanalista influida por
Lacan. Ha trabaj ado profesionalmente con jóvenes mujeres transe­
xuales y, en alguna medida, también con hombres. Asimismo, es femi­
n ista de algún modo, lo cual es frecuente entre psiquiatras de este
c ampo.
Para Chiland, el núcleo de la transexualidad no es una realidad,
si no un deseo. Más que un trastorno de identidad, una psicosis o un
e rror en la ubicación del objeto erótico, la transexualidad es un desor­
den narcisista debido al cual la persona transexual intenta doblegar
la re alidad para conformarla a su deseo. El punto crucial es que, para
c on se guir el cambio de posición simbólica de hombre a muj er, la
muj er transexual se empeña en una transformación corporal con
l a co mplicidad de los médicos. Chiland se refiere elocuentemente a
l o s co nflictos psicológicos que se actúan en el "teatro del cuerpo"
( 2003 : 1 48 ) .
E l argumento d e Chiland s e centra, a l a manera lacaniana, en
e l falo. Hace hincapié en la "repugnancia" que la muj er transexual
e xperimenta hacia su pene, que representa la virilidad y la ley del
padre, y se re fiere repetidamente al cuerpo posterior a la operación
1 84 M ujeres tra nsexuales

como un cuerpo "mutilado" y patético, confundido por el transex u al


con su verdadero cuerpo.
¿De dónde proviene ese deseo tan extraordinariamente podero ­
so ? En este punto, la argumentación de Chiland, habitualmente ní­
tida, se vuelve imprecisa. Como psicoanalista, Chiland presupone
que el deseo surge de la dinámica del inconsciente y está relacionado
de algún modo con las relaciones edípicas. Mientras Stoller se en­
focaba en la madre, Chiland se refiere a la parej a padre-mad re. La
corriente principal de la psiquiatría en Estados Unidos se desp laza
en la misma dirección, y centra la atención en el vínculo entre la
dinámica familiar y la transexualidad ( Bradley y Zucker 1 997) .
Más específicamente, Chiland piensa que la fuerza impulsora es
el fracaso en el desarrollo de la persona transexual para superar la
aterradora escena originaria: representada en el conocido estudio de
caso de Freud sobre "El hombre de los lobos" mediante aquella ima­
gen inolvidable del niño pequeño que despierta para ver a su padre
erguido, dispuesto a tener relaciones sexuales con su madre. Así, la
persona transexual no consigue atravesar el drama edípico habitual
del desarrollo emocional, que conduce a la mayoría de la gente a
aceptar su lugar en el orden de género, así como las limitaciones y
obligaciones que ese orden conlleva.
La evidencia clínica en la que se sustenta este argumento es es­
casa, ya que, como observa la propia Chiland con pesar, pocas per­
sonas transexuales, ya sea de hombre a muj er o de mujer a hombre,
se someten a un proceso psicoanalítico completo. Y ella señala con
honestidad la razón: la terapia psicoanalítica tiene el propósito de
impedir la transición. Como psiquiatra y de acuerdo con su visión
del género, Chiland se niega a firmar los certificados que permiten
acceder a la cirugía de reasignación de sexo ( 2003 : 1 44 ).

En buena parte de la literatura psiquiátrica y sexológica se advier­


te una suerte de furia taxonómica, una obsesión por las clasificacione s
y subclasificaciones de los trastornos. En contraste con esa tendencia,
Chiland insiste en la futilidad de las tipologías relacionadas con la
transexualidad. Aunque en ocasiones hace generalizaciones ex ce­
sivamente amplias, casi siempre describe el entrecruzamiento de d i­
ferentes procesos psicológicos y la complej idad de las situacione s
humanas. En un pasaje muy vívido, hace notar que ni siquiera pen ·
sar en un "espectro" de género resulta suficiente para describ ir ese
caótico panorama. Lo que hay es, más bien, un "magma" de ident i -
Excepcional mente cuerdas 1 85

J id es y prácticas de género en el que no pueden trazarse líneas divi­


il ) r
·
i a s nítidas.
El trabajo de Chiland contiene otras apreciaciones importantes.
U na de ellas es el señalamiento de la importancia de la adolescen­
c i < J , y no solo la de la primera infancia, en las historias de vida tran­

�exu a les. La autora sugiere que los cambios corporales de la pubertad


pro ducen con frecuencia crisis psicológicas. Otra de sus observacio­
ne s s e refiere a la interacción entre la dinámica psicológica de la
rra n sexualidad y las prácticas institucionales de la medicina -¡un
rema muy significativo en voz de una prominente especialista! Por
ú l t i mo, Chiland se encuentra entre los escasos teóricos de la psiquia­
t ría que subraya la centralidad de las relaciones sociales en las que
se encuentran inmersas las personas transexuales adultas -incluyen­

d o las que tienen con cónyuges e hijos- para las decisiones que
deben tomar.
Todo lo anterior hace del trabajo de Chiland el análisis más
elaborado sobre la transexualidad en la literatura psiquiátrica, una
d i scusión notable por su profundidad, perspicacia y realismo. Con
todo, sus implicaciones políticas y sus ideas terapéuticas resultan muy
problemáticas.
Chiland percibe el surgimiento de la transexualidad en el siglo
x x como un ejemplo destacado del desmesurado orgullo de la socie­
dad moderna. La autora ve a las personas transexuales mismas como
víctimas voluntarias del delirio colectivo de la omnipotencia tecno­
lt'J gi ca. En Le transsexualisme, un breve libro muy popular que publi­
c(J po cos años después, Chiland hace más explícitas sus posiciones
p olít icas. Ese libro constituye un ataque fundado contra la idea de
la t ra ns ición: "A esta demanda enloquecida, los médicos responden
c o n un a oferta descabellada" (Chiland 2005 : 1 5 ) .
En ese segundo libro las personas transexuales aparecen más enér­
g i camente descritas como ignorantes, ilusas y falsas aunque, también,
C t l ffi o
seres que experimentan un profundo sufrimiento. La interven­
c ión médica se presenta como una forma de mitigar ese sufrimiento,
a u nque en ocasiones tenga resultados grotescos o catastróficos. Des­
J e l a perspectiva de Chiland, los "grupos militantes", es decir, los ac­
tivistas transexuales, no saben lo que hacen ( 2005 : 75 ) . No sorprende,
P ues, que los grupos de activistas transexuales de París hayan cues­
tion ado intensamente a Chiland (véase, por ejemplo, <http://syndro
tnede benj am in. free .fr/textes/englishtexts/hbigda2003 uk.htm > ) .
1 86 M ujeres tra nsexua l es

Chiland respalda la crítica feminista a la desigualdad de géne


to
y sostiene que 1 os transexua 1 es no h acen esa cnttca ( en 1 o c u a l
· ' ·

s
equivoca) . Pero el feminismo de esta autora se plantea en el rnar ºe
de un modelo de género para el cual (haciendo de lado las situ aci·c
0-
nes de intersexualidad ) la dicotomía reproductiva del sex o consti -
tuye la verdad última, y en el que la "sabiduría" humana cons iste
en aceptar esa verdad. Ese debería ser, a su juicio, el objetivo de la
terapia que se ofrece, por ejemplo, a niños con problemas de género
[gender�variant] -a saber, "lograr que acepten el sexo con el que
nacieron" (Chiland 2009: 5 2 ) . La solución que Chiland propone al
complicado asunto de la transexualidad en su totalidad consiste , en
última instancia, en restaurar el respeto hacia lo que ella percibe
como las diferencias naturales del sexo y la procreación, cualquiera
que sea su costo en dolor para los individuos.
En contraste con la perspectiva técnica que se advierte en los
textos norteamericanos, podríamos definir la posición de Chiland
como una visión trágica de la transexualidad. Y esa visión trágica co­
loca a Chiland, en tanto terapeuta, en una trampa. Ella piensa que la
transición asistida médicamente es un error o, a lo sumo, un palia­
tivo, en términos culturales. Pero sabe que, por lo general, resulta
imposible aplicar el psicoanálisis. Esta tensión aporta fuerza a los
textos de Chiland, pero la enfrenta a los proyectos terapéuticos de
sus pacientes. Como ella misma observa con tristeza, "la psicotera·
pia de ese tal desorden es verdaderamente difícil" ( 2003 : 1 46) .
Y el proceso no es solo difícil para el paciente, sino también emo ·
cionalmente complicado para el terapeuta. La honestidad de Chi!and
a este respecto es notable: "No es fácil negociar la contra-transferen·
cia" ( 2003 : 1 48). No se encuentra con frecuencia esa hones tidad en
la literatura psiquiátrica. Con todo, ha sido tratada en un ensayo so·
bresaliente publicado recientemente por Angela King ( 20 1 1 ) , qu ien
analiza las emociones cambiantes y en ocasiones hostiles de l te ra ·
peuta hacia su paciente transexual.
Stoller, Blanchard y Chiland no son los únicos teóric os d e la
psiquiatría que abordan la transexualidad, pero su trabajo se encue n '
tra entre los más notables y proporciona un punto de parti da para
reflexionar sobre la naturaleza de este campo. La psiquiatría sigue te '
niendo mucha importancia práctica en la v ida de las personas tra� ·
sexuales debido a que los psiquiatras siguen prestando un s e rv i c}º
como guardianes de la transici ón médicamente asistida. H o y en d i a .
en muchos lugares esa funci ón se encu entr a a salvo de la e strech a
Excepcional mente cuerdas 1 87

. 1 , ,¡ la ncia de la conformidad al género que solía estar implícita en


\ ,..,

¡,is tr atamientos, y podemos sentimos agradecidas por ello.


Es posible entender por qué persiste la idea de la patología, ya
,¡ u e en realidad sí se advierte una tensión extrema en las vidas de

¡,1 s p ers onas transexuales. Hay una suerte de terror que acompaña a
Li rran sición, del que da cuenta con mucha exactitud el trabajo de
Ch il and -y, en la generación previa, el de Benj amin. Parte de este
rcrror obedece al temor a la locura, lo que, desde luego, es algo que la
c l a s i ficación psiquiátrica confirma. Otra parte reside en el temor
,le p erder el sostén social que la mayoría de la gente deposita en el
n rdc n de género. Es posible perder a la familia, los amigos y los aman­
t e s . La tasa de suicidio es alta.
Este terror no es en sí mismo patológico; puede suponer una
a
ev luación perfectamente realista de la situación social. La etiología
fija en su lugar la idea de patología. Y en esto estriba el proble­
m a intelectual decisivo de la función de la psiquiatría en los temas
que conciernen a la transexualidad. El concepto de etiología reflej a
una idea particular de la causalidad, permitiendo a los psiquiatras que
entienden los mecanismos causales intervenir con autoridad en la
vida de las personas transexuales. Pero en las vidas transexuales nos
encontramos con algo que no puede ser representado en términos me­
e<ínicos. Nos enfrentamos con una interacción --que se desarrolla
a lo largo de toda la vida- entre corporización, conducta personal,

re lac iones interpersonales, significados culturales, instituciones y


Jinámicas económicas y políticas contradictorias. Y, por sobre todo,
nos enfrentamos al proceso de construcción de la vida en términos
m od ificados, y eso exige una forma diferente de pensar respecto del
género y la vida personal -así como una perspectiva diferente sobre
e l papel de la psicoterapia.

Bac ia una psicología activista

P a radój icamente, buena parte de la literatura reciente en lengua in­


gl es a sobre el tema "transgénero" tiende a degenerizar las vidas de
Li s muj eres transexuales. Resulta fascinante que un profesional bien
i n fo rmado publique en el lnternational ]ournal of Transgenderism un
a n álisis del debate psiquiátrico enteramente basado en un concepto
n e utralizante de la gente "trans" y no consiga distinguir las situacio­
n es de hombres y mujeres ( Ehrbar 20 1 0 ) . Planteamientos neutros
e n términos de género como este excluyen o marginalizan la reasig-
1 88 M ujeres tra nsexua les

nación de sexo. Pero es la transición hacia la posición soci al cor.


porizada de una mujer lo que define la situación en este caso , co rn
o
vimos en el capítulo 8. ¡No deberíamos ignorar lo más espec ífico y
central !
La transición ocurre en el marco de una estructura profundarn.en.
te institucionalizada de relaciones de género corporizadas. Esto se
percibe con mayor facilidad en el impacto del Estado en las vidas de
mujeres y hombres transexuales (Namaste 2000; Solymár y Takács
2007 ) , pero involucra a muchas otras instituciones, desde la fam ilia
hasta la economía. Durante la transición, la persona se desplaza hac ia
un lugar diferente en esta estructura de relaciones de género; y ese
desplazamiento está necesariamente corporizado. Las implicaciones
que ello tiene para las vidas de las mujeres transexuales se discuten
más adelante, en el capítulo 1 0.
La consecuencia ineludible de esto es que las intervenciones psi­
quiátricas o psicológicas en las vidas de las muj eres transexuale s
requieren una psicología informada por la perspectiva de género;
y eso no necesita inventarse: ya existe en la forma de la psicolog ía
feminista (Ussher 1 989; Crawford et al . 1 99 2 ; y muchos otros e s ­
tudios ) . La psicología feminista es un campo importante y activo,
aunque su ausencia de las listas de referencia de la bibliografía psiquiá·
trica en torno a las mujeres transexuales sea muy notoria. Existe en
particular una sólida tradición de terapia feminista que hace énfasis
en la reciprocidad y la acción colectiva, que constantemente desa·
rrolla nuevas formas, tales como la de la psicología comunitaria fe­
minista (Angelique y Mulvey 20 1 2 ) .
La psicología feminista entendió desde e l principio que l a opre·
sión de las mujeres no era un problema individual, sino compartido Y
producido por la cultura sexista y el poder patriarcal. La transición ª
la que se someten las mujeres transexuales es, necesariamente, social;
supone asumir un lugar en la colectividad de las mujeres. Las muje ·
res transexuales también enfrentan problemas compartidos. Esto ex ige
una política que trascienda los derechos individuales, específicamente
centrada en la justicia social. Como argumenta Viviane Namast e e n
Sex Change , Social Change (Cambio sexual, cambio social ) ( 20 1 1 ) ,
e l foco no e s l a identidad, sino los detalles prácticos d e l a vid a para
la mayoría de las muj eres transexuales, que incluyen la pobrez a , la
criminalización y una endeble atención a la salud.
La mayoría de las vidas de las mujeres transexuales tiene e scasa
similitud con un "estilo de vida" libremente elegido o con el j uego
Excepcional mente cuerdas 1 89

, u cer de la fluidez del género. De manera abrumadora, la experiencia


1
Je las mujeres transexuales es la de estar atrapadas en una situación
J i fíc il de entender, ineludible y, en ocasiones, aterradora. Para las per­
�l 1 nas jóvenes que enfrentan, a menudo en aislamiento, una corpo­
r i : a ción contradictoria, casi nunca habrá el tiempo o la tranquilidad
ne c esarios para producir una respuesta ordenada.
De manera que las vidas de las muj eres transexuales suelen
en c ontrarse desorganizadas, y sus proyectos de género son con fre­
c u encia vacilantes, incoherentes y precariamente explicados. En este
s entido, la imagen que presenta Chiland es acertada. Como lo mues­
mm las autobiografías de personas de la clase media, estudios de caso
psiquiátricos y diversos estudios etnográficos de personas de la clase
trabaj adora, en esas historias son frecuentes los cambios de rumbo
y las negaciones, los intentos por vivir en el sexo "correcto", las sali­
das falsas y los juicios erróneos. Al emplear una etiología simplificada
y exigir narraciones consistentes a partir de la primera infancia, los
g u ardianes médicos ejercían una fuerte presión para que las personas
negaran las turbulencias y el miedo y encubrieran las justificaciones y
los rellenos. Y así fue como las mujeres transexuales adquirieron en­
tre los médicos en el Norte global una reputación de tramposas y
mentirosas.
En la medida en la que el género es una estructura de relaciones
so ciales, un asunto fundamental en la transición es el reconocimien­
t o so cial; las bases de la acción se ca-construyen socialmente. En
una generación anterior este problema se entendía principalmente
co mo un asunto de poder "pasar" o no. De hecho, muchas mujeres
tr anse xuales no lograban pasar, incluida entre ellas la más famosa:
Chr ist ine Jorgensen realizó su transición en la década de 1 950 entre
Pe rso nas que conocían perfectamente bien su situación previa. La
t ra ns ición abierta es hoy en día una práctica frecuente, si bien no
u niv ersal, y define el problema más claramente como una cuestión
de reconocimiento. El reconocimiento implica un asunto muy habi­
t u a l en la psicología social, el de encontrar apoyo social para la ima­
g e n que la persona tiene de sí misma. Algunas prácticas corrientes,
c o mo llevar falda o usar lápiz labial son tan funcionales como ex­
Presi vas, y facilitan el reconocimiento por parte de las otras personas
i rn p licadas en el proceso. El apoyo grupal entre mujeres transexuales
ha s ido reconocido como un recurso en ciertas discusiones psiquiá­
tr i ca s recientes (Sánch ez y Vilain 2009; Lemma 20 1 2 ) , y existe una
l a rga historia de ayuda mutua detrás de ese debate.
1 90 M ujeres tra nsexuales

El reconocimiento no siempre resulta fácil para las otras P ers -


0
nas vinculadas -por ejemplo, quienes integran la familia más cer
-
cana- y puede ser denegado, en ocasiones con ira. Muchas mujere
s
transexuales no tienen la apariencia convencional de "una muj er"
cuando van por la calle, ni suenan "como mujer" al telé fono . La
transición abierta implica exponer la propia angustia. Y esto resu lta
extraordinariamente difícil cuando la transición supone angust iosos
procedimientos médicos o --en situaciones de pobreza- inyeccio­
nes de silicona o mutilación de los genitales sin asistencia méd i ca.
El reconocimiento obtenido puede resultar en sí mismo deshonroso.
Como observa Vek Lewis ( 20 1 0 ) en un estudio sobre Amér ica Lati­
na, la percepción popular de los travestis los asocia con la sexu alidad
ilícita, la suciedad y la enfermedad. El estudio pionero de Roberta
Perkins ( 1 983 : 73 ) en Australia registra la reflexión de una trabaja­
dora sexual, quien afirma: "Según los hombres, las transexuales son
inferiores a las mujeres, y mira cuántos hombres abusan sexualmente
de las transexuales".
La transición implica una respuesta creativa a contradicciones
de género que conciernen específicamente a la corporización. El cam­
bio de sexo supone encontrar un territorio alterado dentro del orden
de género, dentro del contexto más amplio de las estructuras socia­
les. Toma una situación profundamente contradictoria y construye
-siempre con dificultad- algo a partir de ella: las precond iciones
de una nueva práctica. Estas estructuras son intransigentes, como lo
ha reconocido el feminismo desde hace mucho tiempo, y las dificu l­
tades que se presentan en las vidas transexuales son prueba ad icio ­
nal de ello. Propongo que el hecho de enfrentar las extraord inarias
presiones que plantean dichas situaciones debería hacemos recono ­
cer que las medidas que adoptan las personas transexuales son u n
signo de salud mental, y no de enfermedad mental: es decir, un signo
de compromiso constructivo y de búsqueda de soluciones. Quienes
sobreviven a estas presiones aterradoras y elaboran a través de ellas
una vida socialmente productiva, como lo hacen muchas muj e re s
transexuales, podrían ser consideradas adecuadamente como perso ·
nas excepcionalmente cuerdas.
Las muj eres transexuales han estado inv olucradas en un a luch.a
política durante más de una generación, como lo hace ver con clafl'
dad el trabajo historiográfico de Stryker ( 2008 ) en Estados U n id o 5·
El terreno de la política transexual es comp lejo porque la estructura
de las relaciones de género está conectada con estructuras de clase ,
Excepcional mente cuerdas 1 91

'e raza y edad, por mencionar solo las que tienen impor-
(llf r ialismo,
1 11 i1 c a inmediata. Importa enormemente si una persona se somete
¡,
'1 l t
. n
u bio de sexo en una situación de opulencia y seguridad, o si lo
1,] ,1 c e en una situación de pobreza y precariedad. Esto es lo que se
L. l 1
11 oce en ocasiones como "interseccionalidad"; pero ese término es
k 111 asiado estático para la interacción dinámica de las estructuras
,
,1u c co nstantemente se raen, se exacerban y se constituyen mutua­
nie nte . Las vidas transexuales ofrecen ejemplos dramáticos de este
,J i n ;1 mis mo. Las personas jóvenes que se encaminan hacia el cambio
de sexo pueden ser expulsadas de sus escuelas y familias, y terminar
e n la m ás absoluta pobreza, una transición de clase producto de la
o presi va dinámica de género.
Una psicología capaz de apoyar la acción en contextos de opre­
sit'm t iene muchas raíces, y una de las más importantes entre ellas es la
p s i co l og ía crítica del colonialismo, que se remonta a Fanon ( 1 95 2 ) .
L a psicología radical encuentra s u expresión reciente más potente en
la "psicología de la liberación" ( Montero 2007 ) , que surgió en Amé­
rica Central en la década de 1 980, en un contexto de depauperación
mas i va, violencia política y poder neocolonial. La psicología de la
liberación se interesa centralmente en la praxis, es decir, en las ac­
cio nes necesarias para transformar las realidades opresivas mediante
la a c c i ón compartida, desde abajo (Osario 2009 ) .
Considérese, por ejemplo, l a situación de las sista girls1 en la co­
m unidad indígena de las islas Melville y Bathurst en Australia ( Har­
v e y 20 1 0) . Ellas enfrentan una lucha por el reconocimiento, dado
que los colonizadores impusieron el cristianismo desplazando las tra­
J ic i o n e s indígenas, que reconocían el cambio de sexo. Asimismo,
exp eri mentan violencia y ha habido suicidios. Las sista girls también
h<1c en frente a otros desafíos al intentar conseguir empleo en un con­
t e xto indígena caracterizado por altas tasas de desempleo. El gobierno
J e A ustralia impuso recientemente una "intervención" autoritaria en
l c o munidades
as aborígenes que, entre otras restricciones, les impi­
J e e l acceso a las culturas transgénero y queer.
O b ien, considérese el caso de Yeronnica Baxter, una mujer tran­
sexual aborigen en S ídney. Yeronnica fue arrestada en marzo de 2009
P ur posesión de droga y fue encarcelada (desafiando las normas) en
U n a pri sión para hombres, probablemente porque no hab ía sido ope-

1 S ister girl : una mujer t ranse x ua l aborigen en Australia; nacida como hombre, se

�ntifi ca como mujer. Véase Uving Black , temp. 1 8 , ep. 3, en <sbs.com.au> (N. E. ).
id
1 92 M ujeres transexuales

rada. Veronnica murió en la cárcel seis días después, en circunstan c ia


s
que todavía no han sido aclaradas. De manera oficial se trató de u
suicidio, pero posiblemente fue un asesinato; en cualquier caso, un �
secuencia atroz de hechos. Como sabemos por la experie nc ia e
n
otros países, una prisión para hombres es, en el mejor de los casos
un lugar tóxico, y un lugar extremadamente tóxico para las muj ere �
transexuales (Alexander y Meshelemiah 2 0 1 0 ) .
L a realidad distintiva d e las vidas d e las muj eres transe xu ales
no es la de la identidad ni la de la fluidez, sino la de la contradicción
y la transición. Reconocer esto hace imposible percibir a las muj eres
transexuales como un "grupo de identidad", o a la transexualidad
como la posesión de una "identidad de género variante" -aunqu e
esa sea todavía la concepción más frecuente en la corriente domi­
nante de la psiquiatría (por ejemplo, Wiseman y Davidson 201 1 ) . El
reconocimiento del proyecto de género en transición hace posible
percibir una profunda relación con el proyecto de transformación
social del feminismo. A pequeña escala, la transición depende de la
ontoformatividad de las prácticas de género con las que la política
feminista se compromete en una mayor escala (véase el capítulo 10).
La generación de un nuevo patrón de relaciones implica capacidades
para el cambio en las relaciones de género que son negadas por la
ideología patriarcal, y que son necesarias para el proyecto más am­
plio de la justicia de género.
Por lo tanto, al pensar en la función de la psiquiatría y la psico­
logía deberíamos subrayar la idea de las capacidades para el cambio .
Los psiquiatras y los psicólogos clínicos que atienden casos de vidas
transexuales generalmente conciben su tarea como orientada a tra­
tar el trauma, aliviar el sufrimiento y posibilitar la adaptación. Ese
trabajo es necesario; en el caos y el terror del trastorno de géne ro
algunas personas quedan muy malheridas, y la ayuda clínica es im ­
portante. Pero no es suficiente.
Algunos terapeutas y trabaj adores sociales ven su trabajo corno
algo más que un paliativo, como una forma de afirmar iden ti dade �
que se salen de la norma y, en un nivel colectivo, como sos té n de
bienestar de un grupo marginado (por ej emp lo, Burdge 2007 ) . La
terapia feminista opera con frecuencia en este nivel y sin duda pue ·
de hacer una importante contribución a fav or de las mujeres tran'
sexuales, dada su profunda experiencia con la v iolencia de gé ne ro ,
l a pérdida emocional, los problemas de la corporización y el impac to
de la cultura sexista (McNeill et al . 1 986 ) . Las técnicas democ rát ic as
Excepcional mente cuerdas 1 93

de terapia de grupo pueden ser de gran ayuda para superar el aisla-


111i ento y el terror comunes entre las mujeres transexuales jóvenes.
Estas son las funciones de asistencia de emergencia y de apoyo
ll e la psicoterapia. Pero también existe un nivel ulterior que no es
{<ícil alcanzar en el mundo puramente profesional de la psiquiatría:
el nivel de la práctica que respalda el activismo a favor del cambio
�o c ial. La psicología de la liberación se ocupa de construir los recur­
�o s que los grupos oprimidos y marginados requieren para dedicarse
; 1 luchar por el cambio social. La psicología feminista se interesa

esp ecíficamente en construir capacidades para el cambio en el orden


de género.
Tanto la autoayuda como la práctica profesional pueden cons­
tr capacidades para el cambio a través de la terapia, el apoyo, la
u ir
educación, la investigación, la defensa j urídica y la movilización.
Esas capacidades pueden ponerse al servicio de campañas para aca­
bar con la violencia, de esfuerzos a favor de la seguridad económica,
de iniciativas a favor del reconocimiento legal, y de muchas otras
l u chas. Las posibilidades se abrirán a medida que trascendamos las pro­
blemáticas de la etiología y la identidad para situamos en el terreno
de la justicia social. Esto no significa limitarse a ondear las banderas;
yo estoy plenamente a favor de la ocupación del espacio público, pero
muchas mujeres transexuales no se encuentran en posición de hacerlo.
La discusión de Maritza Montero sobre la psicología de la liberación
s u braya que la liberación es "una tarea que se desarrolla en la vida
cotidiana" ( Montero, 2007: 520). Y es precisamente ahí, en ver­
dad , donde la política de género se despliega en su mayor parte.
1 O. Las mujeres transexuales
y el pensamiento feminista

as mujeres transexuales constituyen un grupo reducido que ha es­

L tado sometido a un encarnizado y prolongado escrutinio. Parte


del escrutinio se ha hecho en algunos estudios de corte femi­
n ista que ponen en evidencia una relación conflictiva y a menudo
hostil entre el feminismo y las mujeres transexuales.
Esa difícil relación ha sido analizada recientemente a la luz de los
principios de la teoría feminista (Namaste 2009; Salamon 20 1 0 ) , la
p o lítica feminista (Heyes 2003 ) y las comunidades lésbicas (Coogan
2 006 ) . La argumentación que aquí desarrollo se construye a partir
Je esos análisis, así como de estudios recientes sobre la historia de la
tr ansexualidad en la metrópoli global ( Stryker 2008; Meyerowitz
2002 ), de los orígenes de una economía política de la transexualidad
O rv ing 2008; Schilt y Wiswall 2008 ) y, especialmente, de relatos
rea listas sobre la transición y las situaciones de vida de mujeres tran­
s e x uales ( Perkins 1 983 ; Griggs 1 996, 1 998; N amaste 2000, 20 1 1 ;
S olymár y Takács 2007 ) .
La primera parte ( 1 ) d e este ensayo bosquej a los encuentros del
fe minismo con las mujeres transexuales y con la idea misma del cam­
hiu de sexo. La segunda parte ( u ) hace una revisión crítica de los
s upue stos que subyacen a ese debate y del impacto de las ideas trans­
gén ero, y sostiene la necesidad de que la ciencia social feminista
P art icipe más activamente en la discusión. La tercera parte ( m )
o fre ce una reflexión sobre l a transición como proyecto de género,
sobre la naturaleza de la corporización transexual y sobre la práctica
Je l as muj eres transexuales en la elaboración y reelaboración de un
o rden de gén ero. La cuart a parte ( 1v ) vincula ese análisis con las
l uchas a favor del reconocim iento y con las desigualdades materiales
1 96 M ujeres tra nsexua les

de las personas transexuales, y propone una reconstrucción de la re ­


lación entre las mujeres transexuales y el feminismo en el marco de
una política del cuidado y la justicia social.
Por "mujeres transexuales" me refiero a las personas que han atra­
vesado por un proceso de transición entre diferentes ubicaciones en
el orden del género, desde una definición inicial como niño u hom­
bre hasta su corporización como mujer y la adopción de la posic ión
social de mujer --con independencia de la ruta que hayan seguido y
de los resultados que hayan logrado. Por "transición médicamen te
asistida" me refiero a la trayectoria específica basada en un conjunto
definido de intervenciones médicas orientado a la reasignación so­
cial y legal de sexo (Tugnet et al. 2007 ) . La idea clave en este caso es la
de transición, como señalan Solymár y Takács ( 2007 ) . Así pues, con­
viene considerar el término "transexual" como adj etivo y no como
sustantivo.
La medicina transexual se desarrolló principalmente en la metró­
poli global, es decir, en Europa Occidental y Estados Unidos, regio­
nes donde se han concentrado los debates feministas en torno a la
transexualidad. Sin embargo, en la periferia global existen también
grupos que efectúan el cambio de sexo bajo diferentes denominacio­
nes: transexuales (Najmabadi 2008 ) , transformistas (Ochoa 2008 ),
travestis ( Fernández 2004 ) , kathoey (Winter 2006 ) , hijra (Reddy
2006 ) y otras.
Quienes estudian temas de género en la metrópoli se han apro­
piado a menudo de la experiencia de esos grupos con una espantosa
falta de cuidado y respeto. Es importante reconocer no solamente
las diferentes situaciones específicas, sino el poder que ej erce la me ­
trópoli sobre la política del cuerpo en todo el mundo. Mi principa l
interés en este ensayo se concentra en los debates que tienen lu gar
en la metrópoli, pero la argumentación retorna siempre, neces aria ­
mente, a la dimensión global del género.

l. Encuentros entre el feminismo y las mujeres transexuales

La noción de que la relación entre personal idad y cuerpo sex uado


podría transformarse ha estado presente desde hace mucho tie mPº
en el feminismo. Esa fue, por ej emplo, la idea central de la pri me ra
teoría de género enteramente social elaborada por la feminista p iO'
nera alemana Mathilde Vaert ing ( 1 92 1 ) . Puede encontrarse tamb ién
Las m ujeres tra nsexua les y el pensa m iento fem i n i sta 1 97

en la tan citada expresión sobre la trascendencia y la justicia con la


l¡ Simone de Beauvoir concluye El segundo sexo: "De aquí a un
ue
r i e mpo más o menos largo [las mujeres] alcanzarán la perfecta igual­
Li ad económica y social, lo que entrañará una metamorfosis interior"
( 1 949: 738 ) . Pero mientras Vaerting planteaba el cambio en sus di­
m ensiones institucional y colectiva, de Beauvoir trataba la femini­
Ll ad como un proyecto de vida personal o, más exactamente, como
un conjunto de proyectos: el corazón de El segundo sexo es una car­
ro grafía de rutas vitales (la de la lesbiana, la de la mujer casada, la de
l a prostituta) que representan diferentes negociaciones de la subor­
Ll i nación social de las mujeres.
Así, el texto más influyente del feminismo del siglo XX llegó a
una concepción del género semej ante a las ideas que surgieron en
la medicina europea y estadounidense. El término transexual adquirió
su significado moderno, el de un proyecto personal de transición de
género, en un artículo publicado en 1 949, el mismo año que se pu­
h l icó El segundo sexo. Para entonces ya se habían emprendido los
primeros esfuerzos de reasignación de sexo, que incluían tratamien­
t o hormonal o quirúrgico, como respuesta de los médicos asociados
con el Instituto Magnus Hirschfeld de Ciencia Sexual a la demanda
de pacientes desesperados, especialmente en Alemania ( Meyerowitz
2002: 1 6- 2 2 ) .
Poco después d e l a aparición d e E l segundo sexo, l a reasignación
de sexo se convirtió en tema de interés público gracias a Christine
J orgensen, quien transitó con la ayuda de un equipo clínico danés
Y l l gó a convertirse en el rostro público de la transexualidad en
e
la década de 1 950. Bajo el resplandor de la intensa publicidad que se
d i o al caso de Jorgensen ( Stryker 2000 ) , adquirió visibilidad en la
metrópoli global un enorme e imprevisto volumen de angustia de
gé nero y muchos proyectos populares de cambio de sexo que habían
P asado desapercibidos anteriormente.
Esos proyectos pueden identificarse siguiendo el método histó­
r i c o de los estudios subalternos y leyendo sobre la situación de los
suj etos subalternos a través de los documentos oficiales. Ese enfoque
Pu e de aplicarse también a los principales textos médicos que se pu­
h li caron en esa época: El fenómeno transexual, de Benj amin ( 1 96 6 ) ,
�exo y género, d e Stoller ( 1 968 ) , y Transexualismo y reasignación de
sexo, de Green y Money ( 1 969 ) . Quienes quedaron expuestos en ese
1llomento a la mirada de los p rofesionales clínicos estadounidenses
se e ncontraban en diferentes etapas de transición. La mayor parte
1 98 M ujeres transexuales

eran, para emplear términos de aquel tiempo, transexuales hombre ­


a-mujer, y algunas de esas personas se encontraban ya viviendo como
mujeres. La mayoría, aunque no todas, eran blancas y provenían de
las clases trabaj adora y media. Traían consigo ideas tradicion ale s
sobre la diferencia natural de género, así corno relatos sobre con tra .
dicciones devastadoras: entre alma y cuerpo, individuo y soci ed ad '
estatus legal y realidad personal. Además, llevaban a cuestas narra-
ciones sobre familias, trayectorias laborales y relaciones personales
trastornadas y, en ocasiones, destrozadas.
El significado clínico de la transexualidad se elaboró en el mar­
co de una intrincada e incierta negociación cultural en torno a la
angustia de esas personas y la intervención médica. En medio de un
feroz debate entre médicos, se desarrolló un paquete de tratamie nto
específico, y las clínicas de identidad de género comenzaron a operar
en la década de 1 960.
El significado político de la transexualidad comenzó a ser nego­
ciado en la nueva izquierda de Estados Unidos a finales de la mis­
ma década (Altrnan 1 972; lrving 2008; Stryker 2008 ). Se formaron
varios grupos pequeños y radicales de transexuales y travestis, que
emitieron un manifiesto conjunto demandando justicia social. Tam­
bién se fundaron centros comunitarios de autoayuda para personas
transexuales en San Francisco y Nueva York. En palabras del orga·
nizador de Nueva York, que evocan la retórica de la nueva izquierda,
eso fue "algo revolucionario" ( Rivera 2002: 8 1 ) . Otros ternas revo·
lucionarios relacionados con la transexualidad aparecieron también
en las discusiones de la nueva izquierda europea. El libro de Mario
Mieli, Homosexuality and Liberation ( Homosexualidad y liberación)
( 1 9 7 7 ) , proponía una teoría de la trans-sexualidad unive rsal que
derivaba, en parte, de Freud, y consideraba que eran las mujeres tran·
sexuales quienes soportaban la opresión más severa, por lo que par·
ticipaban en la vanguardia de las luchas por la liberación.
Al principio, el movimiento de liberación femenina no pres tó
atención a las mujeres transexuales, aunque algunas de ellas m il ita·
han en sus filas. Las mujeres transexuales no perturban las págin as
de la famosa antología de Robin Margan, La hermandad es poderosa
( 1 970) . Solo tres años después de la publicac ión de ese trabajo , la
propia Margan lanzó un ataque público, utilizando un lenguaj e suma·
mente violento, contra una mujer transexual que había sido invitada
a participar como música en un encuentro lésbico-femin ista en
California ( Margan 1 978: 1 7 1 , 1 8 1 ) .
Las m ujeres tra nsexua les y el pensa m i ento fem i n ista 1 99

El argumento de Margan fue recogido por Mary Daly, la teóloga


que a la sazón surgía como la principal teórica del feminismo sepa­
ratista de Estados Unidos. En su libro más famoso, Gyn/Ecology
( 1 978: 7 1 ) , Daly atacó la transexualidad calificándola como una
"invasión necrófila" de los cuerpos y los espíritus de las mujeres. Los
puntos de vista de Daly fueron elaborados después por Janice Ray­
mond en El imperio transexual ( 1 97 9 ) , que delineaba una imagen
escabrosa de las mujeres transexuales como parodia de la feminidad
e invasoras masculinas de los espacios femeninos. El libro de Ray­
mond, que fue muy leído y sigue siendo citado, es sin duda el alegato
feminista más influyente contra la transexualidad. Sus argumentos
fu eron adoptados en cierta medida por la mayoría de las escritoras
feministas que abordaron el tema. Para las más hostiles de ellas, las
mujeres transexuales simplemente no deberían existir. De acuerdo
con Jeffreys ( 1 990: 1 88 ) , en un mundo pospatriarcal "no podría ima­
ginarse el transexualismo".
Pero incluso en aquel encuentro mencionado de 1 973, algunas
muj eres defendieron el derecho de la cantante Beth Elliott a ser es­
cuchada ( Meyerowitz 2002 : 259-260). En el nivel de la práctica y de
las relaciones personales nunca desapareció del todo el apoyo femi­
nista a las mujeres transexuales. Y las propias mujeres transexuales
rebatieron los argumentos en su contra. Así, Carol Riddell ( 1 980)
publicó en Inglaterra una de las primeras y excelentes críticas a El
imperio transexual. Sin embargo, durante dos décadas dominó una pos­
tura excluyente en la relación entre las muj eres transexuales y el
movimiento feminista. Cuando surgió una especie de compromiso
vino de un lugar muy diferente.
A finales de los setenta, las sociólogas feministas estaban convir­
ti endo la tosca crítica liberacionista de los roles sexuales y el patriar­
c ado en una teoría de género más elaborada. En Estados Unidos, ese
proyecto recurrió a la etnometodología de Garfinkel, aquella técnica
s oc i ológica que explora los presupuestos de las categorías sociales
cotidianas. Siguiendo un ensayo de Garfinkel que trataba la vida de
una joven mujer transexual como un experimento natural, algunas
sociólogas feministas desarrollaron una teoría sobre los microfunda­
m entos del orden de género. Un libro de índole técnica de Kessler y
M cKenna ( 1 9 7 8 ) , un ensayo muy influyente de West y Zimmerman
0 987 ) , titulado "Doing Gender'', y un debate sobre el trabaj o de
Garfinkel ( Rogers 1 992 ) desplegaron la argumentación básica de esa
te oría. Y las mujeres transe xuales aportaron evidencia decisiva sobre
200 M ujeres transexua les

la manera en que las categorías de género se apoyan en las prác ticas


cotidianas de habla, los estilos de interacción y las divisiones de l
trabajo.
En esos estudios figuraron mujeres transexuales, pero no en cali­
dad de intrusas hostiles, sino como ejemplos sobresalientes de proce ­
sos que afectaban la vida de todas las mujeres. Irónicamente --dadas
las narraciones de aquel tiempo de las propias mujeres transexuale s
que habitualmente hablaban de una feminidad inmutable-, las so �
ciólogas feministas leyeron sus vidas como prueba de la plasticidad
del género, otorgando así credibilidad a las agendas de cambio social.
Así pues, la experiencia de mujeres transexuales fue aprovecha­
da por numerosas académicas para fundamentar amplios desarrollos
argumentales en tomo al género. Y quien, con mucho, ejerció mayor
influencia en esta línea fue Judith Butler.
En El género en disputa ( 1 990) , Butler desmonta el supuesto de
que existe un fundamento natural de la identidad femenina y, por
tanto, del feminismo. Pero, al igual que los etnometodólogos, Butler
requería una explicación para la apariencia de solidez del género.
Esta explicación le fue suministrada por la idea de una "repetición
estilizada de actos", que dio lugar a su concepto de la performatividad
del género. Este condujo, a su vez, a la idea de una política radical de
género que asumiera la forma de una proliferación de actos perfor­
mativos capaces de subvertir las normas de género existentes. L a
acción performativa del varón travestido proporcionó a Butler el ejem­
plo decisivo para lanzar este argumento, revelando "la estructura
imitativa del género mismo" ( 1 990: 1 3 7 ) . En Cuerpos que importan
( 1 993 : 1 2 1 y ss. ) , Butler recurre al ej emplo de una película sobre
participantes afroamericanos y latinos en un baile travesti para ana ­
lizar en qué medida el acto, la comunidad reunida en tomo suyo Y la
filmación misma podían entenderse como subversivos. Finalmente,
en Deshacer el género ( 2004 ) , Butler escribe extensamente acerca de
la transexualidad y el transgenerismo, criticando el diagnóstico mé­
dico de "trastorno de identidad de género" como un caso de norm a ­
tividad de género, y considerando la violencia contra las personas
transgénero como un signo de la ferocidad con la que se impone la
heteronormatividad.
Así pues, la obra de Judith Butler, la más influyente del femin isrn°
contemporáneo, está signifi cativamente com prometida co n c e rnas
relacionados con mujeres transexuales, y sus textos resultan notab le­
mente más positivos que los textos lésbico- feministas de l a déc ad a
Las m ujeres tra nsexua l es y el pensa m iento fem i n ista 201

Je 1 9 70. El trabajo de Butler contribuyó a impulsar una ola de publi­


c aciones en tomo a la transexualidad, enmarcadas en el posestruc­
r u ra lismo y en el feminismo queer. Esa ola comenzó con el estudio
,le Marjorie Garber ( 1 992 ) sobre el travestismo y la ambigüedad de
, rénero, así como con el texto foucaultiano de Bernice Hausman
( 1 995 ) , que también abordaba el género como parte del orden sim­
htí lico e interpretaba las acciones de las muj eres transexuales como
la "ingeniería" de una subjetividad normativa mediante su demanda
ll e acceso a ciertas tecnologías médicas. Las sociologías queer apare­
c erían a su debido tiempo (Hird 2000, 2002; Hines 2007 ) , y en ellas
l as mujeres transexuales figurarían como sujetos que experimen­
ran la inestabilidad del orden binario del sexo/género.
Los activistas transexuales, tanto mujeres como hombres, fueron
alcanzados por este movimiento. La señal del cambio fue "El impe­
rio contraataca. Un manifiesto post-transexual" ( 1 99 1 ) , escrito por
Sandy Stone, mujer transexual que había sido personalmente ataca­
da por Raymond. El perspicaz ensayo de Stone sugería que las per­
sonas transexuales no constituían una clase ni un tercer sexo, sino
un género literario, es decir, "un conjunto de textos corporizados"

( 1 99 1 : 296) con la capacidad de trastocar las categorías dicotómicas


de la sexualidad y el género.
De esta manera, Stone conectó la vida de las mujeres transexuales
con la creciente ola de estudios culturales en la academia de Estados
Unidos, así como con la emergente agenda queer, más orientada a
tr astornar las categorías convencionales del género que a ponerlas
e n j ue go. La visibilidad cada vez mayor de los hombres transexuales
( R ubin 2003 ) y el resurgimiento del interés en las identidades butch,
as í c omo en la masculinidad en el interior de las redes lésbicas ( Hal­

h ers tam 1 998 ) , constituyeron refuerzos importantes. En pocos años


s e a r t iculó una perspectiva "transgénero" (por ejemplo, Wilchins

2002 ) que fue rápidamente adoptada en otros países anglófonos y


e n la actualidad se encuentra difundida en todo el mundo.
Según More y Whittle ( 1 999: 8 ) , se ha producido "un enorme
camb io de paradigma". Ambos compilaron un volumen que reunió
ª lo s p rincipales estudiosos estadounidenses y británicos del campo,

en ac elerada cristalización, de los estudios transgénero ( Stryker y


W h i ttle 2006 ) . Desde la década de 1 990, los términos transgénero
Y trans han sido ampliamente adoptados como categorías genera­
l es que cubren no solamente a las mujeres y los hombres transexuales,
202 M ujeres transexuales

sino también una gama creciente de identidades no norm at iva


s
desde el "andrógino" al "genderqueer transboi" (Couch et al. 200 7 ) . '
Y con el cambio de lenguaje llegó también una lógica pol ít ica
transformada. La política transgénero tiende actualmente a enfo_
carse al reclamo de derechos en el marco del orden social existente
( Currah et al. 2006; N amaste 20 1 1 ) . Este empeño se realiza a través
de una alineación política no con mujeres, sino con minorías sexua­
les. Los debates en tomo a los derechos humanos suelen identific ar
hoy en día a la comunidad LGBT -lesbianas, gays, bisexuales y trans ­
género- como un grupo minoritario que requiere defensa. Pueden
añadirse otras iniciales (para intersexuales, transexuales, queer o in ­
quisitivos) , pero las de LGBT son con mucho las más comunes, y se
han convertido prácticamente en una palabra por derecho propio.
Estos cambios han ejercido influencia en la relación entre el fe ­
minismo y las mujeres transexuales, si bien no de una sola manera .
Por un lado, las transformaciones de género de diferente tipo se han
vuelto más conocidas y fáciles de aceptar. Está surgiendo una litera­
tura feminista en tomo a la importancia de la pluralidad de géne ­
ro, en cuyo marco las mujeres transexuales son tratadas con respe to
( por ejemplo, Heyes 2003 ; Momo 2005 ) . El trabajo de Butler sigue
demandando atención y constituyendo una guía para los estudios
actuales sobre el transgenerismo (por ejemplo, Salamon 20 1 0 ) . Sin
embargo, los términos del compromiso de Butler con la transexu a li­
dad son inquietantes, como lo muestra la crítica de Namaste ( 2009).
Su visión descansa sobre una apropiación de la experiencia transexual
y travesti que, a fin de concentrarse en la subversión de la identidad,
pierde de vista las realidades económicas del travestismo y la prosti ­
tución, el carácter de género específico de la violencia, y la dev as ta ­
ción de las vidas de las mujeres transexuales debido al VIH.
Desde el punto de vista de otras feministas, los instru me n ros
proporcionados por el posestructuralismo permiten percibir la tran ­
sexualidad como una "empresa colonialista" que reproduce los es­
tereotipos sexistas y es incapaz de cuestionar las relaciones sociales
de género (Wilton 2000) . Incluso, autoras posestructuralistas mode­
radas como Myra Hird ( 2002 ) describen la transexualidad como una
"
"identificación fallida" y una "actuación hiperb ólica del gé ne ro ·
Irónicamente, las críticas feministas al giro posestructuralist a tam ­
bién encuentran en la trans exualidad un caso negativo. La fil ó sofo
Elizabeth Grosz ( 1 994: 207 ) utilizó a las mujeres transexuales --defi­
nidas por ella como hombres enredados en una ilusión- pa ra s ub -
Las m ujeres transexua les y el pensamiento fem i n i sta 203

ra yar la imposibilidad de escapar a la realidad del cuerpo. En una


co n ferencia magistral, la socióloga Liz Stanley ( 2000 ) calificó las
d e cisiones transexuales como simplemente absurdas: "Si no quieres
� er un hombre, ¿por qué entonces querer ser una mujer en lugar de,
por ejemplo, una cebra o un querubín ?".
Evidentemente, la relación de las muj eres transexuales con el
proyecto feminista es un asunto aún no resuelto. Es tiempo ya de
replantear los términos en los que se ha formulado el problema.

U. De los problemas de identidad a la dinámica de género

La mayoría de las discusiones sobre la transexualidad se concentran


en cuestiones de identidad, como han observado Namaste ( 2000) y
Hird ( 2002 ) . Las investigaciones sociológicas sobre la "presentación
e n sociedad" (Gagné et al. 1 99 7 ) han estado tan ocupadas con este
tema como lo estuvieron los estudios sobre la identidad de género
perturbada que suministraron la explicación psiquiátrica clásica
s o bre la transexualidad ( Stoller 1 968 ) , así como la lógica original
Je las clínicas de "identidad de género".
El pensamiento feminista también ha abordado de manera per­
s i stente la transexualidad en términos de identidad. El argumento
central de Margan en 1 973 sostenía que la música implicada en el
encuentro antes mencionado era en realidad un hombre, no una
mujer. En su retórica, tal como ocurre con otros argumentos exclu­
yentes hasta el día de hoy -es necesario leer la versión original del
a rgumento para percatarse plenamente de su sabor a rechazo-- , se
percibe una emoción muy parecida a la que anima la defensa de la
pureza en contra de la contaminación. Como sostiene Cressida He­
yes ( 2003 ) , el intento de definir un único sujeto feminista fue lo que
j u stificó la exclusión de las mujeres transexuales.
El feminismo deconstruccionista anunció "la subversión de la
iJentidad" (según reza el subtítulo de El género en disputa) como un
P royecto central, y su brillante éxito abrió las puertas al surgimiento
de un movimiento transgénero. A ello siguieron dos formas de polí­
t i c a de la identidad. Una de ellas entendía el cambio de género como
la demolición o el rechazo -en la práctica- de la identidad de gé ­
nero. Actualm ente hay personas que intentan vivir rigurosamente
s in identidad de género, creando mezclas indiscemibles de signos de
género y construyendo relac iones y hogares queer neutros en térmi-
2 04 M ujeres tra nsexua les

nos de género. Una versión más popular de la transgeneridad --en


tensión lógica con el deconstruccionismo, aunque a menudo comb i­
nada con él en la práctica- reunió las identidades transgresoras en
una lista interminable: "reinas y reyes travestis, transexuales, vest i­
das/os, ellas masculinas y machos femeninos, personas intersex uales
transgeneristas, y personas de sexo y género ambiguos, andróg inos �
contradictorios" ( Pratt 1 995 : 2 1 ) . Este modo de ordenar las iden ti­
dades creó una heterogénea "comunidad transgénero" y añadi ó la T
a las iniciales preexistentes LGB.
Los textos transgénero se refieren con frecuencia a un espectro
o, como bien dijo Susan Stryker al definir los estudios transgé n ero,
a una "miríada de expresiones subculturales específicas de la 'atipi­
cidad de género"' ( Stryker y Whittle 2006: 3 ). En muchos textos, el
contraste entre ese espectro y una dicotomía normativa constituye
el núcleo de la perspectiva transgénero (por ejemplo, en Girshick
2008 ) . Y sin embargo, con este giro los problemas de identidad han
seguido siendo el centro de atención. Stephen Whittle introdujo el
Transgender Studies Reader ( El lector de estudios transgénero) con
las palabras: "Las identidades trans fueron uno de los temas sobre los
que más se escribió a finales del siglo xx " (Stryker y Whittle 2006: xi).
Las filósofas feministas estadounidenses siguen debatiendo todavía
"La reasignación de sexo y la identidad personal", por citar el subtí­
tulo de una antología de reciente aparición ( Shrage 2009 ) .
Los debates e n tomo a l a identidad surgen e n u n terreno especí­
fico, el del significado, el simbolismo y la expresión. En la escritura
transgénero, tal como se representa en antologías recientes (Nesde
et al. 2002; Stryker y Whittle 2006; Currah et al . 2008; O' Keefe Y
Fax 2008 ) , los géneros literarios característicos son las narracion e s
autobiográficas, la crítica cinematográfica y televisiva, y los ensayos
literarios y filosóficos. Las luces intelectuales que los orientan son
las de pensadores posestructuralistas, especialmente Foucault y But ­
ler. Y los problemas centrales son el yo, la subj etividad, la voz , e l
discurso, la categoría y la representación. Desde luego, el cuerpo
está presente en la escri t ura transgénero, pero las preocupacione s
típicas se relacionan con las imágenes corporales, las marcas , e l
significado y el simbolismo.
Este enfoque confiere mucho poder a la escritura transgén ero re •
ciente en cuanto inte rve nción y crítica culturales. Pero tie ne un costo·
El giro transgénero y el surgimiento de la t eoría deconstruccion is t a
plantean dificultades para las mujeres trans exuales.
Las m ujeres tra nsexua les y el pensa m i ento fem i n ista 205

Dos de esas dificultades parecen ser las más importantes. La pri­


mera es que los principales problemas en la vida de las muj eres
r ransexuales, especialmente los de índole social, no están bien re­
presentados por ningún tipo de discurso sobre la identidad. Dichos
problemas incluyen la naturaleza de la transición, el cuerpo tran­
sexual trabajador, las relaciones en el lugar de trabajo, la pobreza,
e l funcionamiento de organizaciones estatales, como la policía, las
políticas de salud, los servicios familiares, la educación y el cuidado
de los niños.
La segunda dificultad principal es una poderosa tendencia en la
l iteratura transgénero a desgenerizar los grupos de los cuales se ha­
bla, sea mediante un énfasis exclusivo en su estatus no normativo o
transgresor, o bien sosteniendo que la identidad de género es fluida,
plástica, maleable, cambiante, inestable, móvil, etcétera, o simple­
mente ignorando la ubicación de género. Aunque se reconozca la di­
versidad en el nivel individual, una gran cantidad de investigaciones
y textos recientes agrupa a muj eres y hombres en una única historia
común "transgénero" (por ejemplo, Hines 2007; Couch et al . 2007;
Girshick 2008) . De hecho, una tendencia actual consiste en abstraer
del todo el prefijo "trans" de género (Currah et al. 2008: 1 2 ) . De esta
manera, resulta difícil encontrar en estos estudios indicio alguno de
la intransigencia del género realmente experimentada en la vida
de las mujeres transexuales.
Por supuesto, no se trata de renunciar a los avances intelectuales
d e l posestructuralismo y los estudios transgénero regresando a un
d iscurso transexual esencialista. Pero sí necesitamos reconocer la es­
pecificidad de la transexualidad en el nivel de la práctica social, y su
vín culo constante con una problemática que es muy diferente de los
problemas de identidad. Esta es una clave para entender la relación
c on el feminismo, porque aquella problemática atañe a la estructura y
l a di námica del orden de género. Como lo señalé al principio de este
e nsayo, la especificidad de la transexualidad se refiere a la transición
e n tre diferentes ubicaciones en el orden de género. La intransigen­
c ia del género, tanto en el nivel social como en el personal, es, desde
l uego, un problema central para el feminismo, que lo ha conducido
a su s prolongados intercambios con el psicoanálisis, el marxismo y
l a sociología.
Así pues, la ciencia social feminista es un recurso vital -yo diría
incluso que es el recurso vital- para comprender la transexualidad y
Para replantear su política. En décadas recientes la sociología femi-
206 M ujeres transexua les

nista ha desarrollado elaborados análisis del género en tanto prác­


tica social ( Poggio 2006) . La estructuración multidimensional de las
relaciones de género incluye, ciertamente, el simbolismo de géne­
ro, pero también involucra relaciones jerárquicas, la econom ía, los
vínculos y la separación emocionales ( Pfau-Effmger 1 998; Conn ell
2009 ) . Por lo tanto, a medida que las muj eres transexuales se abren
paso a través de paisajes sociales marcados por el género, sus prácticas
son necesariamente mucho más que proyectos de identidad. Ttenen
que enfrentarse con instituciones sociales que van desde el est ado
patriarcal (Namaste 2000) , la economía ( lrving 2008 ) y la profesión
médica (Griggs 1 996) hasta la familia (Langley 2002 ) .
Los órdenes d e género s e forman y reforman a lo largo del tiem­
po, como lo ha demostrado abundantemente la historiografía femi­
nista (Rose 20 1 0 ) . La historicidad de la transexualidad surge en el
marco de una dinámica más amplia de relaciones cambiantes de gé­
nero. Las configuraciones de género dentro de esas estructuras son
múltiples, no binarias, como lo ha mostrado la sociología feminista
( Lorber 2005 ) , y existen patrones hegemónicos entre diferentes
masculinidades y feminidades. Siempre hay muchas vías diferen­
tes para la formación del género a medida que niñas y niños crecen,
pero no son objeto de libre elección.
Se ha mostrado repetidamente que las formas hegemónicas d el
género en sí mismas presentan profundas fracturas. Por ejemplo, en
Good and Mad Women ( Buenas y locas mujeres ) , la historiadora Jill
Matthews ( 1 984 ) sigue la pista de las demandas contradictorias im­
puestas sobre las mujeres en la Australia de mediados del siglo XX que,
para algunas, hacían que la feminidad fuera imposible de vivirs e. E l
libro de Nancy Chodorow, Femininities , Masculinities , Sexualities (Fe­
minidades, masculinidades, sexualidades) ( 1 994) , expone las contra ­
dicciones emocionales inherentes a la heterosexualidad convencional
que, en términos de desarrollo, dan lugar a configuraciones basadas
en soluciones intermedias y marcadas por tensiones, y no a simples
unidades. Las múltiples vías para la conformación d el género, es de
esperarse, contienen normalmente contradicciones.
Quizá el aspecto más importante de todo esto sea el vínculo en tre
la historicidad de la estructura de género y la naturaleza de la prác ­
tica del género. No es suficien te tratar al gén ero como un fenómeno
performativo e imi tativo. En la ciencia social feminista, el gén ero
es ontoformativo ( Kosík 1 9 76; Connell 1 987 ) . La práctica surge de
la estructura, pero no cita repetitivamente su punto de partida . En
Las m ujeres tra nsexua l es y el pensa m i ento fem i n ista 207

\t 1 gar de ello, la práctica social produce constantemente la realidad


�, 1c ial, y esta, con el tiempo, se convierte en la base de nuevas prác­
ri cas. En una influyente aseveración de la teoría feminista de la orga­
n i za ción, Martin ( 2003 ) describe esa dinámica al distinguir entre
"las prácticas de género" -es decir, el repertorio disponible en un
!llo mento dado en el régimen de género de una organización- y
"pr acticar el género" -es decir, el acto de la representación, el
m e dio a través del cual se constituye el orden de género (y, poten­
c i almente, se transforma) al operar. Como mostraré más adelante, el
c a rácter ontoformativo del género es central en la vida de las mujeres
rransexuales.

11 l. Reconsiderar la transexualidad como un proceso de género

La corporización contradictoria

En la experiencia de las mujeres transexuales, los cuerpos constitu­


yen el ámbito vital de la contradicción y el cambio. Prosser ( 1 998 ) ,
Coogan ( 2006 ) y Johnson ( 2007 ) tienen razón a l subrayar que la
transexualidad se corporiza, y que cualquier intento de entender
la t ransición debe conceder todo su peso a ese asunto. Para muchas
personas -incluyendo a muchas mujeres transexuales- esta es una
de las cosas más difíciles de comprender o de aceptar. Lo que se hace
co n los cuerpos en el transcurso de las transiciones de género puede
e vocar horror o rabia y convocar temores sobre la castración y la
mo nstruosidad.
En el orden de género como totalidad, la corporización generi-
2;1da establece relaciones entre cuerpos cambiantes y estructuras de
r e lac iones de género también cambiantes (Connell 2009 ) . Este pro­
c e so es multifacético y a menudo poderosamente conflictivo. En el
n i vel colectivo, como muestra Wendy Harcourt ( 2009a) , en todo
d mu ndo se ej ercen presiones, a veces mortales, sobre los cuerpos
de las mujeres y de los hombres, desde el control de la fertilidad hasta
la vio lencia de género. En el nivel personal, la brillante investiga­
ción de recuperación de la memoria de un colectivo feminista ale-
1ná n ( Haug et al . 1 98 7 ) , que indagó acerca del modo como diferentes
Partes de los cuerpos de las mujeres adquieren significados sexuales
L'n la cultura patriarcal, mostró fuertes tensiones dentro del proceso.
La corporización generizad a en el caso de cuerpos que se sustraen
208 M ujeres tra nsexua l es

a la norma, tal como la experimentan las muj eres discapaci tad as


constituye un escenario de profundo conflicto ( Meekosha 1 9 98 ) . '
Las experiencias de corporización contradictoria ocupan un lugar
central en la vida de las mujeres transexuales, lo cual puede apre ­
ciarse con enorme frecuencia en las historias de vida, así como en
las fenomenologías de la corporización de mujeres transexuales re a ­
lizadas por Claudine Griggs ( 1 998 ) y Katherine Johnson ( 200 7 ) . En
contraste con aquellas viejas ideas según las cuales hay sólo una "his ­
toria oficial" estereotipada ( Hausman 1 995 ) , existen, en realidad ,
muchas narraciones transexuales diferentes acerca de la corporiza -
ción. A veces, la corporización masculina y la femenina alt ern an
entre sí, como ocurre en la gran novela transexual del premio Nobe l
Patrick White ( 1 9 7 9 ) , The Twybom Affair . En ocasiones, una surge
de la otra, como en el caso de las experiencias que relata Deirdre
McCloskey ( 1 999 ) y en la historia de vida recientemente publicada
de una mujer transexual mayor (Connell 2010). Otras veces la cor­
porización masculina y la femenina coexisten a lo largo de periodos
más o menos largos, como los descritos por Josie Emery ( 2009 ) y
Julia Serrano ( 200 7 ) .
Como argumenté anteriormente, no existe nada excepcional en
el surgimiento de la contradicción en la corporización. Lo que es
distintivo es la forma y el alcance de la contradicción, puesto que
se encuentran involucrados cuerpos genéticamente masculinos, y el
proceso de la corporización generizada normalmente hace hombres
de esos cuerpos. Esto resulta tan escandaloso, que muchos autores del
campo médico y la mayoría de las mujeres transexuales suponen que
debe haber alguna causa biológica (una creencia que también abunda
en la periferia: Winter 2006 ) .
Las mujeres transexuales buscan una metáfora tras otra para des­
cribir sus experiencias: tener simultáneamente un cuerpo masculino
y un cuerpo femenino, o uno que surge del otro, o -la imagen tradi ­
cional- estar atrapadas en el cuerpo equivocado. Estas figuras del
lenguaje suelen provocar desprecio entre los críticos (Wilton 2000 ) .
No hay duda, desde luego, de que ninguna metáfora resulta adec ua ·
da. Pero todas ellas tienen el mérito de apu ntar hacia la agenci a del
cuerpo. Podría sostenerse que no existe "causa", en el sentido mec � ­
ni c o. Parece más útil pensar en el poderoso proceso de la co rpor t ·
zación social como una trayectoria que constantemente compromete
a los cuerpos y a la agenc ia c orporal, así co mo a las prácticas s�� ia;,
les y los significados cult urales, en una co mplej a "co-construcc t oO
Las m ujeres tra nsexuales y el pensa miento fem i n ista 209

( Roberts 2000 ) . En casi todas las vidas de muj eres y hombres, la


dimensión social de la corporización presenta inconsistencias me­
nores. En contraste, lo que llamamos "transexualidad" implica una
contradicción extrema, la más severa que puede surgir durante el
proceso.

El reconocimiento

S in desconocer los múltiples relatos sobre los procesos de la corpo­


rización, la "transexualidad" puede entenderse mejor no como un sín­
drome ni como una posición discursiva, sino como un montón de
trayectorias vitales que surgen de contradicciones en los procesos
sociales de la corporización. Esas trayectorias pueden no compartir
un origen común, pero todas ellas se presentan juntas, de algún modo,
en el momento de saber que una es una mujer a pesar de tener un
cuerpo masculino.
Este es un tipo de conocimiento familiar: el conocimiento fun­
c ional, situado, de los arreglos de género, del lugar que una ocupa
en ellos, y de cómo proceder en la vida cotidiana, que está tan bien
descrito en la microsociología feminista (West y Zimmerman 1 987;
Martin 2003 ) . Otras mujeres y otros hombres tienen el mismo tipo
de conocimiento sin el mismo nivel de contradicción. Los relatos
transexuales hablan del reconocimiento: a veces se trata de un mo­
mento dramático, a veces de una conciencia que aumenta de manera
gradual, pero sobre todo es un asunto de reconocer un hecho acerca
Je una misma.
Sin embargo, este reconocimiento es algo aterrador, dada la fuer­
za de la contradicción central en la transexualidad. Este hecho se
l..'. ncuentra totalmente en disonancia con lo que todo mundo sabe, y
t a mbién con lo que la mujer transexual sabe, al ser también recono­
cible como hombre (o como muchacho, puesto que esto suele ocu­
r r ir durante la juventud) . Y no hay forma de escapar a ese terror: el
género es intransigente, como estructura de la sociedad y como es­
tructura de la vida personal. La contradicción tiene que ser manej a­
d a , y tiene que serlo en el nivel del cuerpo, puesto que surge en un
P roc eso corporal.
De modo que, a partir de una corporización contradictoria y del
momento del reconocimiento, una mujer transexual debe producir
u na práctica. ¿Qué es lo que debe hacer ?
21O M ujeres transexuales

Algunas se esfuerzan por esconder la contradicción dentro de su


piel y sobreponerse al terror. Algunas se las arreglan para vivir de esta
manera por el resto de sus vidas; si pertenecen a la clase media, co n
ayuda de la psicoterapia. Algunas se matan. Los estudios inform a n
sobre altas tasas de intento de suicidio (en dos estudios recientes reali­
zados en Estados Unidos sobre casos de personas "transgénero", mu ­
chas de las cuales eran transexuales, la prevalencia superó el 30% ,
véase Kenagy 2005 ; Clements-Nolle et al. 2006 ) . Como lo m ues­
tran los estudios fenomenológicos y las autobiografías, una muj er
transexual puede abrigar inmensa incertidumbre respecto de cómo
proceder. Entra y sale de ciclos de práctica transexual, comienza y
suspende el travestismo, comienza y suspende prácticas de daño a sí
misma. Dirigirse hacia la transición es un intento de poner fin a esta
práctica precaria y alcanzar cierta estabilidad.

La reasignación

En las décadas de 1 960 y 1 970, la medicina transexual en la metrópoli


global era facilitada por instancias públicas, como las clínicas de
identidad de género, pero también ferozmente racionada por ellas. En
el clima económico neoliberal de los ochenta, la reasignación de sexo
se desplazó hacia el sector privado en un mercado crecientemente
desregulado. La reasignación se volvió más fácil de obtener, a cierto
precio. Se decía que un empresario quirúrgico, Stanley Biber, hacía
más de la mitad de las operaciones de reasignación de sexo en Esta·
dos Unidos ( Meyerowitz 2002 ; Griggs 1 996 ) .
La economía capitalista e s global y entraña enormes desiguald a­
des de riqueza y poder. En la década de 1 960 un ginecólogo francés
que tenía una clínica en Marruecos, Georges Burou, practicaba rea ·
signaciones de sexo al margen de los restrictivos controles profes io·
nales de Europa. Muj eres transexuales de clase media de Estados
Unidos y Europa viajaban a verlo, y la reasignación de sexo se con ·
virtió en una mercancía de exportación para un país poscol on ia l
pobre. Recientemente, la cirugía de reconstrucción genital ha expe ·
rimentado un gran auge en Tailandia, combin ada con una industr ia
de cirugía cosmética (Aizura 2009 ) . Los baj os salarios, la lax itu d
de los controles y una tradición local de camb io de sexo ofre ce n a
Tailandia ventaj as compara tivas en ese c ampo. Tailandia es e n l a
actualidad (con Irán, donde las autoridades religiosas aprueban la rea·
Las m ujeres tra nsexua les y el pensa m i ento fem i n ista 21 1

s ignación de sexo [Naj mabadi 2008) ) el centro más prominente de


cirugía de reconstrucción genital fuera de la metrópoli.
En estas transformaciones, la medicina transexual se ha vuelto par­
te de la bioeconomía global, tal como ha sido definida por la inves­
t igación reciente sobre la comercialización de tej idos (Waldby y
Mitchell 2006 ) . Esto ha modificado la política de acceso. Las muje­
res de clase media con propiedades e ingresos fijos pueden financiar
v iaj es internacionales y tratamientos privados con mucha mayor
facilidad que las mujeres de la clase trabajadora, migrantes, jóvenes
o quienes pierden sus empleos debido a la transición. Los filtros de­

cisivos ya no son hoy en día los controles patriarcales, sino la desi­


gualdad de clase y la global.
La medicina transexual sigue consistiendo sustancialmente en el
paquete que se desarrolló en las décadas de 1 950 y 1 960 (Tugnet et al.
2007 ) , aunque se ha refinado en cierta medida y ofrece más versatili­
dad respecto de las partes del paquete que pueden adoptar las muje­
res transexuales. La transición médicamente asistida es un negocio
lento. Sus efectos son limitados: no hay transformación genética, no
hay cambios en el esqueleto, no se logra capacidad de gestación. Al­
gunos de sus aspectos son muy dolorosos ( la electrólisis, las inter­
venciones quirúrgicas de todo tipo). Partes de ella tienen un amplio
impacto en el cuerpo ( los antiandrógenos, los estrógenos, la cirugía
genital) , y otras tienen efectos locales ( la electrólisis, el afeitado
traqueal, el entrenamiento vocal ) . El proceso es inevitablemente
traumático, como lo muestra el soberbio relato de Griggs ( 1 996)
sobre la cirugía de reasignación de sexo. Nadie se vuelve físicamente
más sana por someterse a ella, y hay algunos efectos a largo plazo que
r esultan problemáticos, como la osteoporosis. Desde la perspectiva
de la ética médica, este es el dilema: intervenir un cuerpo aparente­
mente sano con la esperanza de mejorar la salud mental. Los estudios
de evaluación ofrecen evidencias ambiguas respecto de tales resul­
tados (Sutcliffe et al . 2009 ) .
No hay nada agradable e n l a reasignación d e sexo; s e trata de
medidas duras que tienen consecuencias severas. No hay lugar para
eufemismos que las califiquen de simple modificación del cuerpo o
las embellezcan como aventura estética. Aunque lenta, la reasigna­
ción de sexo tiene un poco de medicina de emergencia: se trata de
e nfrentar una situación crítica lo suficientemente bien como para
permitir que continúe la vida, incluyendo la vida social. Y si bien
l os medios y la atención de la academia se han concentrado obsesi-
212 M ujeres transexuales

vamente en la cirugía, es importante recordar que la cirugía es solo


una parte del tratamiento médico, y que el tratamiento médico es
únicamente una parte de la transición, básicamente un mecan ismo
facilitador. Es preciso hacer una enorme cantidad de otro tip o de
trabajo.

El trabajo de la transición

"Trabajo" no es en este caso una metáfora. Hay un complejo proceso


de trabajo en la transición, que se hace evidente en los estudios feno­
menológicos ( Griggs 1 998) y en parte de la investigación sociológica
sobre el transgenerismo (Hines 2007 ) . Ese trabajo pueden realizarlo,
sin tratamiento de reasignación de sexo, las muj eres transexuales a
quienes se niega el tratamiento médico o que deciden no empren­
derlo. Su intensidad cambia con el tiempo. Hay que obtener fondos,
apoyo personal, cuidados posoperatorios y documentación legal, hay
que encontrar vivienda y enfrentar crisis de relaciones, encarar el
lugar de trabaj o o el esfuerzo de buscar trabaj o, enfrentar cambios
corporales, obtener reconocimiento social y desafiar la hostilidad;
y cada uno de estos esfuerzos va superando a los demás a su tumo.
Este proceso de trabajo, como nos lo haría esperar la sociología
del género, involucra todas las dimensiones del orden de género; no
se trata solamente de la sexualidad o de la identidad. Está estruc ­
turado por las desigualdades del orden de género; el proceso no es
igual para las mujeres que para los varones transexuales. Las mujeres
transexuales se despojan de los dividendos patriarcales que corres ­
ponden a los hombres como grupo en los mercados laborales, los
mercados financieros (por ej emplo, los de la vivienda) , el estatus
familiar, la autoridad profesional, y así sucesivamente. Un breve estu·
dio pionero de econometría realizado por Schilt y Wiswall ( 2008 )
en Estados Unidos encontró que hay una penalización econ óm ica
para la transición tanto entre hombres como entre mujeres, pero que
los hombres transexuales terminan por tener mejores sueldos después
de la transición que antes de ella, mientras que las mujeres transe·
xuales pierden, en promedio, casi un tercio de sus ingresos.
Una posición corporizada modificada en las relaciones de géne·
ro es la base de una nuev a práctica, que depende de la ontoforma t i ­
vidad del género. Esa práctica puede ser tan elemental como la de
la supervivencia, pero más a menudo es cue stión de invent a r la vida
cotidiana sobre nuevos términos. Así pues, el punto de llega da es
Las m ujeres tra nsexuales y el pensa m iento fem i n ista 213

también un punto de partida. La transición supone el reingreso a la


d inámica histórica del género, un suceso en el tiempo que da lugar
a un proceso social interactivo.

De modo que buena parte del proceso depende de las respuestas


de los otros, tanto en arenas públicas como en espacios privados.
Habrá que negociar con los guardianes de los empleos y de las vi­
viendas. Hay riesgo de ser víctimas de violencia por parte de los hom­
bres, lo cual aprenden a juzgar las mujeres transexuales, y de rechazo
por parte de las muj eres. En casos positivos, ser reconocida como
mujer no exige necesariamente lograr "pasar" como tal. El reconoci­
miento puede igualmente ser cuestión de aceptación pragmática por
parte de las personas con quienes una vive y trabaj a. En la mayoría
de las circunstancias, otras personas suelen sostener interacciones con
mujeres transexuales, cualquiera que crean que es su identidad. To­
mando prestada una frase de Tennessee Williams, las mujeres tran­
sexuales dependen de la amabilidad de los extraños.

Tejiendo vidas nuevas : relaciones económicas y familiares

Dan lrving ( 2008) ha argumentado recientemente que la transición


de género está suj eta a la lógica del capitalismo. Las cambiantes
relaciones económicas en tomo a la transexualidad constituyen, sin
duda, un asunto importante. A medida que las mujeres en transición
retoman al mercado laboral, tienen que construir sus vidas de traba­
jo enfrentando las desigualdades de género y las inseguridades de un
o rden económico globalizado.
Algo de la suerte de estas mujeres se muestra en los recientes es­
tudios de Karen Schilt ( Schilt y Wiswall 2008) y Catherine Connell
( 20 1 0 ) en Estados Unidos. Gran cantidad de datos sobre la práctica
de spués de la transición muestra cómo se sensibilizan las mujeres
transexuales ante las desigualdades y la inseguridad. Algunas respon­
den ocultando la transición -la estrategia del "sigilo"-, en tanto
que otras no solo no la esconden, sino que se oponen a las conven­
c i on es sexistas en lugar de adaptarse a ellas. Sin embargo, estos
e s t udios incluyen solamente ejemplos de la clase media. Gran canti­
d ad de mujeres transexuales provenientes de la clase trabajadora han
s obrevivido mediante el trabaj o sexual. Este es un entorno mucho
más precario, que expone a las trabajadoras a altos riesgos de infec­
ción por VIH y a sufrir violen cia (Garofalo e t al . 2006; Namaste
214 M ujeres transexuales

201 1 : 59- 70, 2009 ) . Trabajar como prostitutas también puede desa­
creditar a las mujeres a ojos de los guardianes de la práctica médica
cuando se busca la reasignación de sexo.
Una comprensión de la transición en el nivel social implica con­
siderar también las relaciones íntimas. La transición coloca las rela­
ciones de pareja, especialmente los matrimonios, en riesgo extremo:
la posición de una esposa en el orden de género se modifica seria­
mente y puede ser socavada de manera traumática cuando el esposo
se orienta hacia la transición. Y el resultado puede ser un conflicto
severo (por ejemplo, Cummings 1 992; McCloskey 1 999) , aunque al­
gunas relaciones logran sobrevivir en buen estado. Los padres de una
mujer en transición pueden también experimentar grandes dificul­
tades con el cambio de hijo a hija, a pesar de que hay ejemplos nota­
bles de padres que logran superar la conmoción y transformarla en
aceptación y apoyo (Langley 2002 ) .
Las relaciones entre muj eres transexuales y sus hijos también
pueden terminar durante la transición. Pero incluso cuando se pro ­
longan, tanto los hijos como el progenitor tienen que manejar la sig­
nificativa pérdida que tiene lugar con la transición. Las relaciones
de género son corporales, se corporizan; en casos como estos lo que
se pierde es la paternidad corporizada, y quien paga el precio no es
solamente la mujer en transición. Estos problemas se presentan más
claramente en las autobiografías ( Boylan 2003 ) , y ocupan un lugar
central en el trabaj o de Noelle Howey, Dress Codes ( Códigos de
vestimenta) ( 2002 : 236- 7 , 307 ) , escrito por la hij a de una muj er
transexual -"yo tenía aproximadamente cinco posturas diferentes
respecto de la inminente condición femenina de mi padre"- que
registra las complicadas consecuencias familiares.
Las familias pueden ser resilientes, y las relaciones filia les Y de
pareja pueden volver a tejerse. No hay duda de que ciertos integran ­
tes de la familia pueden constituirse en apoyos de vital import ancia
durante la transición. Después de esta, las mujeres transexual es pue ­
den volver a relacionarse de muchas maneras con niñas, ni ños Y
jóvenes; por ejemplo, en familias mezcladas, como tías, abuelas y cui­
dadoras; en lugares de trabaj o , como maestras o enfermeras, en tre
otras. La cantidad de trabajo de cuidado que pueden desempeñar las
mujeres transexuales después de la transición es destacada por SallY
Hines ( 2007 ) . La capacidad para el cuidado que se demuestra en si­
tuaciones como esas es una de las bases para modificar las pol ít icas
de la transexualidad.
Las m ujeres tra nsexua les y el pensa m iento fem i n ista 21 5

IV. Otra política es posible

Espero que el recuento de los dilemas prácticos y las soluciones señala­


dos en este ensayo contribuya a desmitificar, al menos un poco, a las
mujeres transexuales. Las mujeres transexuales, como tales, no son
ni enemigas del cambio ni heraldos de un nuevo mundo. Pero pue­
den actuar en una u otra dirección. Y la dirección que tomen es una
cuestión de alianzas y estrategias políticas.
El activismo queer que floreció en la década de 1 990 modificó
la política de género en la metrópoli, y sigue siendo una importante
fuerza de energía radical. Abrió nuevos espacios culturales y entor­
nos sociales que resultan más seguros y amigables para las mujeres
transexuales. Hay activistas queer que han empeñado sus esfuerzos
no solamente en políticas culturales espectaculares, sino también en
el apoyo práctico a mujeres y hombres en transición. Y, sin embar­
go, estas políticas tienen sus límites, como también los tiene la
alineación con el grupo LGBT; hay un área de coincidencia, pero
no de correspondencia completa, con los intereses de las mujeres
transexuales. El análisis que hago en las secciones previas de este
texto muestra un nexo permanente con las amplias corrientes del
feminismo. Dado que las vidas de las mujeres transexuales están mol­
deadas por la intransigencia del género, existe necesariamente un
piso común con el feminismo. Las mujeres transexuales pueden creer
o no en una identidad de género inamovible, pero reconocen en su

práctica el poder de las determinaciones de género.


Buena parte de lo que las mujeres transexuales necesitan está
contenido ya en las agendas feministas: equidad en educación, cui­
dados infantiles adecuados, condiciones de empleo igualitarias y j us­
ticia salarial, prevención de la violencia de género, resistencia a la
cu ltura sexista, y lo que las feministas escandinavas han llamado un
"estado amigable hacia las mujeres" ( Borchorst y Siim 2002 ) . Dada
la profundidad y el carácter entretej ido de las desigualdades de gé­
n ero, la mejor garantía de j usticia para las mujeres transexuales es
una sociedad con igualdad de género. Por muy difícil que resulte
reconocerlo, dados los antagonismos discutidos en la primera mitad
de este ensayo, las mujeres transexuales tienen amplio interés en apo­
yar las causas feministas.
¿Tiene el feminismo interés en apoyar a las mujeres transexuales ?
Las opiniones han cambiado, como lo muestra Katherine Johnson
( 2005 ) . El movimiento transgénero ha contribuido a ello; las contri-
216 M ujeres tra nsexua les

buciones sociales de las mujeres transexuales son más visibles ahora.


Aun el feminismo ha cambiado. Las feministas de la metrópoli han
puesto más atención a la diversidad de las situaciones de las muj eres
en todo el mundo ( Bulbeck 1 998 ) , y a los grupos cuyas experiencias
corporales son anómalas, particularmente las de mujeres discapaci­
tadas (Smith y Hutchison 2004 ) . El feminismo que se ha ampliado
en múltiples direcciones -ese "feminismo sin fronteras" al que se
refiere la evocadora expresión de Mohanty ( 2003 )- puede percibir
más fácilmente, en relación con las mujeres transexuales, oportunida­
des de aprendizaje, beneficios para la imaginación y ocasiones para
la solidaridad que enriquecerán el movimiento.
A muchas feministas les siguen perturbando las severas interven­
ciones corporales implícitas en la medicina transexual. Vale la pena
decir que muchas mujeres transexuales sienten lo mismo. La mayo­
ría de ellas duda, a menudo durante años, y solo prosigue su transi­
ción después de un atroz debate interno. La mayoría tiene plena
conciencia de los límites del cambio corporal durante la transición,
y sabe que los resultados no se ajustarán a la norma. Si deciden pro­
seguir con la reasignación de sexo, es con la esperanza de un cambio
de suficiente magnitud como para permitir nuevas prácticas y una
existencia viable. Gracias a que muchas más mujeres transexuales
están asumiendo abiertamente sus transiciones, y a que una amplia
gama de efectos corporales está haciéndose visible, los estereotipos
sexistas están quizá más expuestos hoy en día a la alteración que al
reforzamiento.
La corriente del feminismo metropolitano que espera abolir el
género o disolver el orden de género ha sido muy atractiva durante
las dos últimas décadas. Pero a largo plazo las mujeres transexuales
descubrirán que es más importante el esfuerzo por crear órdenes de
género justos. Una agenda de justicia e igualdad puede tener mayor
atractivo global a través de los múltiples feminismos del mundo con·
temporáneo ( Bulbeck 1 998; Harcourt 2009a) , y se ajusta mejor a la
lógica de la transición.
¿Qué implica la acción para crear un orden de género justo? Parte
del esfuerzo se relaciona con lograr j usticia para las mujeres transe·
xuales. Lo que esto significa ha sido definido principalmente en tex·
tos recientes mediante un poderoso individualismo, evidenciado en
la narrativa del tipo "lo hice a mi manera" ( Emery 2009; Serrano
2007) y el dis curso de los "derechos trans género " ( Currah et al. 2006 )
que trata la autodeterminación de la identidad de género como "dere·
Las m ujeres transexuales y el pensa m iento fem i n ista 217

chos y libertades individuales" (Sheridan 2009: 24). Un enfoque muy


diferente es el que asumió el notable manifiesto de los grupos tran­
sexuales y travestis de Estados Unidos hace cuarenta años ( véase
el texto en Altman 1 9 7 2 : 1 3 5 ) . Ese manifiesto demandaba no úni­
camente derechos, sino financiamiento gubernamental para cubrir
tratamientos médicos, servicios de apoyo controlados por perso­
nas transexuales, la liberación de prisioneros travestis y transexuales,
y "una voz plenamente autorizada en la lucha por la liberación de
roda la gente oprimida". Esto iba más allá del individualismo, hacia
la acción colectiva y la lucha social.
La teoría de la justicia de Nancy Fraser distingue entre los recla­
mos relacionados con el reconocimiento y los que atañen a las desi­
gualdades materiales ( Fraser y Honneth 2003 ) . Ambos tipos de
demanda son importantes para las mujeres transexuales. La ideología
p atriarcal niega el reconocimiento, considera que la corporización
de las muj eres transexuales constituye una perfecta abyección: el
macho fallido y castrado, la hembra falsificada. Y el estado ha sido
típicamente un antagonista en el reconocimiento de las luchas, ne­
gando o racionando el reconocimiento (Cabral y Viturro 2006; Soly­
már y Takács 2007 ) .
Con todo, algunos esfuerzos han triunfado, en algunos casos me­
diante la acción individual ante los tribunales, especialmente en
Estados Unidos ( Kirkland 2003 ) , y en otros a través de la acción
social, como en los casos de la Ley Transgénero de 1 996 en Nueva
Gales del Sur ( Hooley 2003 ) y la Ley de Reconocimiento de Género
de 2005 en el Reino Unido ( Monro 2005 ) . Además, existe eviden­
cia de algunos cambios favorables, si bien limitados, en la opinión
pública en relación con la transexualidad (Landén e lnnala 2000 ) .
Por l o que respecta a temas d e justicia material resulta más difícil
identificar triunfos. Para mujeres transexuales jóvenes provenientes
de las clases trabajadoras, migrantes e indígenas, la vivienda, el ingre­
so, la seguridad, la educación y la salud se encuentran completamen­
te en riesgo (Namaste 2000 ) . Un arresto puede resultar desastroso,
la prisión es extremadamente peligrosa. El interés de las prostitutas
t ra nsexuales en la descriminalización y en un enfoque de salud y
s e guridad laborales frente al trabajo sexual es claro, y las coloca en
el lado menos popular de un debate feminista ya antiguo. La j usticia
material requiere acceso igual a la medicina transexual, lo que im­
plica su prestación por parte del sector público. Pero ha ocurrido un
desplazamiento de la medicina transexual hacia el sector privado,
218 M ujeres transexuales

que ofrece el servicio sobre la base de prej uicios de clase. En es tos


terrenos, el Estado es tanto un antagonista como un recurso para las
mujeres transexuales.
Una parte fundamental de la política transexual es la búsqueda
de la satisfacción de estos reclamos de j usticia. Sin duda, el esfuerzo
colectivo es importante para alcanzarla, y la propia politización de
las mujeres transexuales constituye el núcleo del proceso. Pero la so ­
lidaridad por parte de otros es también necesaria. Las mujeres tran­
sexuales son un grupo pequeño y la mayoría carece de una posición
social lo suficientemente fuerte. Los traumas de la corporización con­
tradictoria y de la transición, los efectos de la discriminación y del
rechazo, no pueden ignorarse. El apoyo de otras feministas es el re­
curso estratégico más importante para empoderar a las mujeres tran­
sexuales.
Una política orientada hacia un orden social justo tiene necesa­
riamente otra dimensión. En una época de globalización neoliberal,
de cambios en las situaciones económicas de las mujeres y de una pro­
liferación de las exigencias de voz y poder, la política transexual tam­
bién tiene que volcarse hacia afuera . . . sin límites.
Existen funciones para las mujeres transexuales en los lugares de
trabajo femenino y en el activismo sindical ( casi invisibles, por cier­
to, en la amplia literatura acerca de la transexualidad) , el activismo
contra la pobreza, el trabajo contra la violencia y la prevención del
sida. Hay también funciones políticas específicas que pueden aprove·
char las fortalezas de las mujeres transexuales, incluyendo el apoyo
y la solidaridad hacia otros grupos que se debaten con la política de la
corporización y la exclusión social: transgénero e intersexo, discapa·
cidad y otras formas de diferencia corporal. Hay incluso posi bilida·
des para las mujeres transexuales en los intercambios del fem inismo
con los hombres, por paradój ico que esto pueda parecer. Las fem in is·
tas transexuales ya están involucradas en estos ámbitos: visiblemente
en las protestas y los congresos feministas, y más pragmáticamen·
te a través de su participación cotidiana en campañas, trab ajo de
elaboración de políticas, investigación y redes de amistad.
Al reflexionar sobre dicha política transexual ontoformat i va
debemos ubicarnos en el nivel mundial, p uesto que ya se reconoc e
que las relaciones de género tienen una dimensi ón transnaciona l
( Radcliffe et al . 2004; Harcourt 2009a ) . La g lobalización de la m e·
dicina transexual ya es un hecho: en 2006 se creó la Asociación
Las m ujeres tra n sexua les y el pensa m iento fem i n i sta 219

Profesional Mundial para la Salud Transgénero, a partir de una orga­


nización estadounidense fundada en 1 979.
No resulta fácil proyectar los intereses de las mujeres transexua­
le s en el plano internacional. Al comienzo de este texto mencioné
que los escritores de la metrópoli interesados en construir narracio­
nes literarias acerca de un continuum transexual o transgénero se han
apropiado de la experiencia del tercer mundo. El feminismo ha ido
aprendiendo a no realizar ese tipo de apropiaciones ( Bulbeck 1 998) .
Actualmente se llevan a cabo reuniones internacionales --en las que
están presentes mujeres transexuales- que subrayan la diversidad,
la formación de redes Sur-Sur, el compartir habilidades e historias,
y la transferencia de recursos Norte-Sur ( Harcourt 2009b) .
E n l a escritura transexual está surgiendo una mayor conciencia
sobre el imperialismo y las relaciones de poder globales (Namaste
201 1 ; Stryker 2009; Aizura 2009) . La política de solidaridad, más que
la apropiación cultural, podría ahora vincular a los grupos de cam­
bio de género en el plano internacional. Queda claro que los grupos
llamados travestis en Argentina, hijra en la India y kathoey en Tai­
landia tienen diferentes trayectorias históricas que las de las mujeres
transexuales de la metrópoli. Es claro, también, que se comparten
problemáticas sobre el cambio de género y que existen en todas par­
tes problemas de pobreza, violencia, discriminación y salud precaria
( Fernández 2004; Reddy 2006; Winter 2006 ) .
Tendríamos que pensar aquí e n el trabajo solidario, e n el que
podrían aprenderse nuevas formas de activismo. Los grupos margina­
dos se movilizan dentro de tradiciones diferentes de activismo popu­
lar (comparemos a América Latina con Asia sudoriental, por ej em­
plo) y se enfrentan a diferentes ambientes de religión, poder estatal
y prácticas de género. Las muj eres transexuales de la metrópoli pue­
den aprender del feminismo y la política transexual de la periferia,
y también contribuir. Quien tenga experiencia con el trabajo de
solidaridad sabrá que esto es difícil, pero se trata sin duda de un espa­
cio central para una política transexual dirigida hacia el cuidado y
la justicia.
Hablar en estos términos de "otra política" es optimista, pero ne­
ce sitamos algo de optimismo de la voluntad. La antigua política de
la identidad y la exclusión abrió una brecha entre el feminismo y las
mujeres transexuales que no se ha cerrado totalmente todavía. Es­
pero que el análisis de este texto ayude a hacer inteligibles las vidas
220 M ujeres tra nsexua l es

de las muj eres transexuales en términos feministas, a la vez que se


mantiene fiel a las experiencias verdaderas de dichas muj ere s. L a
dirección política sugerida aquí tiene raíces profundas en la histor ia
transexual y feminista. No se trata de un camino sencillo y no puede
estar libre de conflictos. No obstante, tiene la posibilidad de reunir a
feministas transexuales con otras feministas en un trabajo que puede
lograr beneficios para la justicia de género y enriquecer el feminismo
como un todo.
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--editado por el Programa Universitario de Estudios
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se terminó de imprimir el 1 7 de noviembre de 20 1 5
en Impresiones Editoriales ET., S.A. de C.V.,
Calle 31 de Julio de 1 859, Mz 1 02 Lote 090,
Col. Leyes de Reforma, lztapalapa,
093 1 0, México, D.F.

Para su composición se usaron tipos


de la familia Goudy Old Style.

La edición consta de 400 ejemplares

Diseño y formación:
Julio Gustavo Jasso Loperena

La edición estuvo a cargo de:


Cecilia Olivares Mansuy
y Emilia Perujo Lavín

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