En 1920 se instala en Montfort-l’Amaury en busca de la soledad para trabajar; da
comienzo a su Sonata p/vl y vlc a la memoria de Debussy (estrenada en 1922 por J. H. Morhange y M. Maréchal). Durante la posguerra, en la época de Satie, Ravel, interesado por la reacción de los Seis contra la “niebla debussista”; quiere demostrar a esta nueva generación que es tan joven como ellos que sabe escribir música todavía más desnuda que la suya; clarifica la escritura y practica el contrapunto: “estética de la puesta”, la llama Jankelevich en su obra Ravel. ¿Acaso no está probado que el violín y el cello pueden imitar la flauta, el tambor e incluso el cuarteto de cuerda? En los ensayos de Marechal antes de estrenar esta sonata, cada sesión nos revelaba nuevas posibilidades instrumentales, escondidas, naturalmente, en la apariencia de un juego de niños, pues este dúo, a pesar de su dificultad trascendente, debe dar la impresión de alegre desenvoltura. El primer fragmento asombra el roce áspero, por esas alteraciones reservadas a los dos instrumentos. El violín y cello parecen desamparados, sin el apoyo de piano. A propósito de ello, escribe Ravel: la desnudez llegada al extremo; se renuncia al encanto armónico. Reacción que va en aumento según el sentido de la melodía. El Trés vif es un juego de pizzicatti, un dialogo cuyos temas enlazados no deben dejar pasar ningún fallo. Ravel temía el desequilibrio entre los dos instrumentos, no quería que uno dominase al otro. Tanto el Lent como el trio comienzan en la plenitud sonora, pero la calma es de corta duración y los instrumentos se desencadenan en movimientos de 7º mayor: el juego bestias feroces que se arañan, se desgarran y se apaciguan. El finale se halla en el estilo alegre de una ronda popular, con golpes de arco que imitan el redoble del tambor (muy conejo mecánico ironizaba Ravel). Esta obra está trazada con su más refinada escritura.