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CIELO

a. La palabra que con más frecuencia se usa en el AT para referirse al cielo es


šāmayim, que significa «cosas elevadas» o «las alturas».

b. En el NT griego es ouranos, que denota el «cielo» atmosférico o «aire».

c. Estas palabras se refieren a:

1. La atmósfera que rodea la tierra (Gn. 1:20, etc.)


2. El firmamento en que están localizados el sol, la luna y las estrellas (Gn.
1:17, etc.);
3. La morada de Dios (Sal. 2:4)
4. La morada de los ángeles (Mt. 22:30).

d. El AT no tiene una palabra para referirse al universo, y para expresarla usa


frecuentemente la expresión «cielos y tierra». Leemos «los cielos y los cielos
de los cielos» (Dt. 10:14), y de un hombre que fue llevado al «tercer cielo» (2
Co. 12:2), pero tales referencias probablemente son metafóricas.

¿Cómo será la existencia en el cielo?

No como para Platón, una en que las mentes desnudas contemplarán


intelectualmente la Idea eterna e inmutable.

Toda la persona sobrevive según la enseñanza bíblica. Aun el cuerpo es resucitado,


de modo que, aunque ya no sea carne y sangre (1 Co. 15:50), de todos modos, tiene
continuidad con el cuerpo presente, una identidad en forma, si no en elemento
material (véase Mt. 5:29, 30; 10:28; Ro. 8:11, 23; 1 Co. 15:53).

Así nada hay en la Biblia (ni en los principales credos de la iglesia) acerca de espíritus
incorpóreos que en el mundo venidero existen in vacuo. Sin embargo, no hay comida
ni bebida (Ro. 14:17), ni apetito sexual (Mt. 22:30; Mr. 12:25; Lc. 20:35).

Evidentemente, los festejos hay que entenderlos de manera simbólica, según Mt.
26:29 donde Jesús habla del día cuando beberá «nuevo» el fruto de la vid con los
discípulos en el reino de su Padre.

En el cielo, los redimidos estarán en la presencia inmediata de Dios; para siempre


serán alimentados del esplendor de la majestad de Dios, contemplando el rostro del
Padre. En la vida presente los hombres ven oscuramente, como por espejo, pero
entonces verán cara a cara (1 Co. 13:12).
Y los hijos de Dios verán a Cristo como él es (1 Jn. 3:2).

Los que son como niños en su fe, como ocurre con los ángeles en el presente, siempre
contemplarán el rostro del Padre (Mt. 18:10). No se gloriarán tanto en la Razón
Suprema, según el anhelo de los griegos, sino en lo maravilloso que es el Santísimo
(Is. 6:3; Ap. 4:8). Y este Dios es un Padre, en cuya casa (Jn. 14:2) morarán los
redimidos, donde ellos «serán su pueblo», y donde «Dios mismo estará con ellos»
(Ap. 21:3).

En el cielo habrá actividades que comprometerán las más elevadas facultades del
hombre. Por ejemplo, habrá ministerios de gobierno. Los «espíritus de los justos
hechos perfectos» (Heb. 12:23) estarán en la «ciudad del Dios vivo, la Jerusalén
celestial» (Heb. 12:22), y los hombres ayudarán en el gobierno de todo el conjunto.

Así, en la parábola del siervo del noble, siervo que fue fiel en lo muy poco en la
tierra, en el cielo recibirá autoridad sobre diez ciudades (Lc. 19:17).

En Mt. el siervo que recibió cinco talentos y además «ganó otros cinco» es
recompensado con estas palabras: «Bien hecho, buen siervo y fiel … sobre mucho te
pondré: entra en el gozo de tu Señor» (25:20–21). Tal vez se escriban y canten
canciones nuevas (Ap. 5:9). Los «redimidos de la tierra» también van a aprender un
«cántico nuevo» (Ap. 14:3). Y los reyes de la tierra «traerán su gloria y su honor a
ella» (Ap. 21:24). Así, mientras por parte de los creyentes habrá una adoración
continua en el cielo, parece que será en el sentido de que todas las actividades que
realicen será para la sola gloria de Dios y, por lo tanto, participan de la naturaleza
de la adoración.

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