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Descartes comienza su primera meditación diciendo que con los años se ha percatado de
la falsedad de muchas cosas que normalmente admitía como ciertas, motivo por el cual en
él surgió la necesidad de encontrar algo firme, permanente, constante e invariable; en pocas
palabras, nació la necesidad de encontrar al menos una verdad absoluta. El filósofo es
consciente que negar cada una de las falsedades es imposible, pero afirma que para
derrumbar las falsedades solo basta encontrar una razón para dudar de los fundamentos
en los que estas se basen. De hecho, Descartes afirma: “no hay nada de lo que antes
juzgaba como verdadero, de lo que no sea licito dudar” (2009, p.75). En concreto, Descartes
asegura que para llegar a una verdad absoluta se debían cuestionar todas las cosas a
través de la duda metódica, pero que además era necesario liberarse de los prejuicios, de
las opiniones habituales.
Descartes aclara que todas las mentiras en las cuales ha creído por años fueron producto
de la percepción sensorial, motivo por el cual no se puede confiar en los sentidos. El ejemplo
que se da para defender que es necesario desconfiar de los sentidos es que, en muchas
ocasiones, no se puede distinguir la vigilia de los sueños, pues las escenas recreadas en
los sueños son semejantes a las escenas verdaderas. Si bien para el filósofo los sentidos
son engañosos, el admite que no de todos los datos empíricos se puede dudar, que los
datos simples, como el color de las cosas, no son cuestionables. De acuerdo con lo
anteriormente dicho, para Descartes las disciplinas compuestas, como la física, son
dudosas. En cambio, las disciplinas que se basan en datos simples, como la matemática,
son certeras e indudables.