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EL FOTOCRONISTA DE EL TIGRE

Milagros Mata Gil

I.

En un principio, pocas personas tomaban en serio a Juan Raydán en su afán de


recoger y registrar la historia del campamento petrolero glorificado que es El Tigre, un
pueblo grande del oriente venezolano que inició en los años 30, o quizás a final de los
20, del siglo pasado, el proceso de exploración y explotación del petróleo en esta región.
Había innumerables bromas y murmuraciones en los cenáculos de la cultura y en los
talleres de “Antorcha”, es crepitante centro de comentarios, más vivo que la misma
redacción del diario, adonde se allegaba Raydán con frecuencia. Era entonces, en 1983,
un joven en la veintena de su vida, tipificado por el vulgo murmurante como rebelde a
las normas impuestas, disfrutante de la condición de hijo dilecto de empresarios
exitosos. Cuando lo conocí, estaba casado con una dama que siempre me ha merecido el
mayor de los respetos, y tenían dos hijos.

En fin, que finalmente publicó, en un hermoso e inédito formato de álbum de


fotos, su obra, “El Tigre: Historia Gráfica de un Pueblo Petrolero” (1983, reeditada en
2008) En el catálogo de su actual muestra fotográfica, expuesta en el Centro Comercial
San Remo, mencionan otra obra de su autoría, “Mesa de Guanipa, Tesoro Ecológico”,
publicada en 2016 y que no conozco. Pues Juan Raydán es un ecólogo, de hecho, el
único que conozco, y ha sabido trasladar sus conocimientos en ese campo al ejercicio de
la crónica histórica.

II.

La muestra fotográfica se titula “Expo-Foto: El Tigre, Plaza Monumental Simón


Bolívar” y fue inaugurada en 2017, para conmemorar los 60 años de la terminación del
proyecto, que se inició en 1955. La estatua ecuestre del Libertador fue diseñada y
agregada entre 1956 y 1957. Como en la otra obra similar de Raydán, las palabras
enmarcan o soportan las imágenes que van mostrando el proceso mediante el cual se
concretó la Plaza, una de las más grandes de Venezuela, según dicen, por demás
espléndida y llena de símbolos que merecerían una más cercana visión, así como una
mayor atención para su mantenimiento y conservación.

Por otra parte, hay una sinopsis histórica que acompaña el catálogo y que es
digna de archivar como fuente para el día en que se escriba una historia real de este
pueblo. Allí se dan algunos datos muy importantes: en primer lugar, en el año 1954, en
pleno gobierno de ese gran constructor que fue el general Marcos Pérez Jiménez (un
dictador, claro, pero ilustrado y no ignorante) se abrió en concurso de proyectos para
construir el “Parque Monumental de El Tigre” y lo ganó Luis López Diez, madrileño
instalado en estas tierras, quien tuvo a su cargo también la construcción, a través de su
empresa, PROCONST C.A. (las fechas de inicio y terminación no dejan ni sombra de
dudas sobre la transparencia presupuestaria que allí se cumplió) En segundo lugar, la
Plaza en sí se erigió en un terreno de una hectárea (ampliada a dos posteriormente, entre
1963 y 1964) donado por el Rotary Club, que había edificado en parte un Parque
Infantil en ese espacio, antes usado como campo deportivo o espacio para aquellos
circos ambulantes que en esos tiempos eran frecuentes. En tercer lugar, hay otra fase: la
ampliación, que fue dirigida por el arquitecto italiano Gino Ugo Posani. Raydán destaca
la participación de las colonias extranjeras que se instalaron en El Tigre en aquellos
tiempos y dejaron aquí una huella profunda. Aún hoy, sus descendientes están
íntimamente vinculados con la consolidación del campamento y su progresiva
conversión a ciudad.

III.

En la curaduría de la muestra, se van exponiendo poco a poco las secuencias de


la construcción que son producto del arduo y paciente trabajo del fotocronista y que
implicó horas de visitas, conversaciones, recolección y trabajo posterior de las gráficas.
Hay un especial agradecimiento a la viuda de López Diez, Josefina Bejarano, que, muy
generosamente, entregó imágenes del proceso de construcción. Después, están las
panorámicas y las detalladoras. En realidad, son 56 fotografías puntuales de la Plaza
(otras, son referencias) que muestran detalles de los jardines, del círculo central, de las
farolas, de la escultura (pedestal, imagen, fuente) pero también de las expresiones
humanas: el esparcimiento (niños, familias, deportes, danzas) y los alrededores
pragmáticos (el comercio, la transformación) Como algunas fotos fueron también
publicadas en la primera obra, es posible que el autor haya querido establecer el vínculo
entre la historia y una parcela de la historia, que es, además, su personal, íntima,
historia, como es la Plaza.

Juan Raydán se ha ido convirtiendo el apasionado cronista en fotos de un pueblo


que, indiscutiblemente, él ama. Es un hombre que recoge el testigo de otros, dignos de
mención: Maximino Melchor Salgado y Calazán Guzmán. Su obra cumple los atributos
y la estructura de una crónica clásica: en primer lugar, el sentido temporal con que el
cronista aborda su objeto: una crónica siempre está escrita cronológicamente, es decir,
en el orden que se sucedieron los acontecimientos relatados. En segundo lugar, y en
cuanto a la estructura como tal crónica (y de acuerdo con la tradición de Mariano José
Larra) su obra contiene elementos de tres estilos periodísticos: la información, el
comentario y el reportaje: información pues se nutre de hechos; comentario, porque los
valora, emite una indirecta opinión y usa intertextos literarios para potenciar el mensaje,
y en tanto reportaje ofrece testimonio personal e integral de un acontecimiento. En
tercer lugar, Raydán ofrece a los espectadores sus fotos, dejándolos en libertad para su
interpretación o internalización. Finalmente, su muestra es una crónica amena, llena de
anécdotas y curiosidades, rica, flexible en su narración, casi literaria.

(Si no la ha ido a ver, vaya).

El Tigre, 6 de julio de 2019

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