Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Inversiones-Vida Comunitaria.
Retomando el hilo de nuestra reflexión, el concepto de desarrollo pro-
movido por el Estado y la manera de concebir la comunidad desde la
cosmovisión y filosofía de los pueblos chocan frontalmente. La realidad 11
nos impone situaciones, hechos y conflictos generados precisamente por
la llegada de inversiones en varios sectores de la economía.
Desde hace varias décadas los pueblos vienen enfrentando la lógica
del poder del capital, en su fase más salvaje del despojo renombrada por
David Harvey como acumulación por desposesión, donde los poderes
económicos roban los recursos de sociedades enteras utilizando varios
mecanismos como la privatización de tierras, desplazamiento de pobla-
ción, recurriendo a métodos sofisticados y diversos el engaño, la simula-
ción, la opresión y la violencia.
Hablamos de dos mundos en conflicto lo comunal y el capital, en don-
de además el papel de los Estados por medio de mecanismos legales e
ilegales favorece fuertes derechos de propiedad privada individual, para la
libertad de acción de empresarios y corporaciones.
¿Es entonces posible reconciliar las inversiones a gran escala, corporativas
con esa visión de la vida comunal? ¿Podremos preguntarle al nahual, dueño o
dueña del lugar si está de acuerdo con la concesión minera o eólica? ¿Pode-
mos declarar el territorio como tierras improductivas, como dice la CFE?
En Oaxaca por varios años se han creado condiciones que han ero-
sionado esa vida comunal y se han creado condiciones para la llegada
de inversiones a gran escala, los programas de certificación de la tierra
(PROCEDE, FANAR), el sistema educativo homogéneo e individualista, la
falta de apoyo al campo, el desmantelamiento de economías y mercados
locales, el fortalecimiento de cacicazgos, la falta de rendición de cuentas,
la instalación o administración de conflictos políticos agrarios para generar
división comunitaria.
Para poder hablar de un debate y análisis sobre la inversión en territo-
rios oaxaqueños es necesario un cambio de la lógica de despojo, es nece-
sario sentir, pensar, actuar desde la vida y por la vida.
EL DERECHO A LA
MEMORIA Y AL
12
TERRITORIO
. / anthony w macías universidad de texas en austin
lozano long institute for latin american studies
El autor Edward Said propuso hace más de una década que nuestra
era de globalización contiene una “búsqueda de raíces, de personas
tratando de descubrir en la memoria colectiva de su raza, religión,
comunidad y familia un pasado que sea totalmente suyo, seguro
de los estragos de la historia y de un tiempo turbulento.” En sí, esta
búsqueda de memoria colectiva no es un proceso neutral, sino par-
te de una lucha cultural sobre el territorio y la sobrevivencia. Said
vive en carne propia la disputa entre dos memorias trazadas sobre la
misma geografía e historia: una memoria palestina en contra de una
narrativa sionista que busca borrar estas memorias y así el derecho
palestino de retornar a su territorio ancestral. Si no queda nadie que
recuerde los huertos y aldeas palestinas, es como si nunca hubie-
ran existido. Tal revisionismo, el de borrar la memoria histórica que
no encaja con los deseos de los poderosos, es un atentado contra
los derechos humanos y puede convertirse en un paso hacia el ge-
nocidio. Así vemos en el caso de Palestina el impacto del discurso
histórico y la implacable conexión entre la memoria colectiva y el
territorio donde se la construye.
Si este caso nos impacta en Oaxaca, es porque la batalla sobre
memoria y territorio es algo vivido aquí desde hace siglos. En la ac-
tualidad, este espejo estrellado de historias, culturas y tierras encon-
tradas refleja una lucha sin acabar, sobre el poder de decidir a quién
pertenece este territorio, para qué se utiliza y, por último, qué me-
morias del pasado se rescatan en el molino del presente.
Como dice Said, el conflicto actual sobre memoria y territorio
surge en el contexto de globalización. Si bien la globalización es
tan compleja podemos decir que actúa desde arriba, abajo, de la
derecha y la izquierda, en el caso del Estado Mexicano está teñida
de tonos neoliberales. Por más de 20 años, hemos visto de forma
dramática la privatización de bienes públicos, una expansión de la
exportación, y la extensión de inversión del capital extranjero, entre
otros impactos. Este triunvirato—el auge de propiedad privada, la
inversión extranjera, y el afán de exportar materia prima— se su-
man a una potente ecuación de despojo y destrucción, amenazan-
do el territorio de los pueblos que viven en tierra prometida para las
empresas trasnacionales. Según Armando Bartra, “Las corporacio-
nes trasnacionales están en todas partes y no pertenecen a ningu- 13
na, pero siendo globales tocan tierra en nuestras comunidades…
Y lo que destruyen es nuestra tierra: los sitios donde trabajamos y
habitamos, el lugar de nuestra memoria y de nuestros sueños.” Al
parecer, las trasnacionales no tienen como entender una identidad
y memoria basada en el territorio. Su amnesia y desarraigo explican
su falta de pertenencia, y en su ideal del consumismo global les
conviene que las comunidades también se olviden.
Pero como ya sabemos, los modelos económicos no amenazan,
sino en su práctica. En términos reales, Oaxaca se enfrenta con la
explotación de recursos naturales dentro del modelo mega-extrac-
tivo, algo que Gustavo Castro ha definido como una serie de activi-
dades de gran escala que extraen elementos de la naturaleza para
obtener la mayor ganancia posible, que evita la restitución y hasta
la consulta informativa y que no toma en cuenta los costos locales
ecológicos, culturales, ni sociales. Como ejemplos vemos la extrac-
ción del agua, del viento y de los minerales del territorio oaxaqueño
(Para más información sobre estos 3 casos, véase los Topiles XIII, XVI,
y XVII, respectivamente).
Tomando sólo el caso de mega-minería, vemos claramente la
conexión entre el modelo de exportación y el atentado al territo-
rio público y comunal. La minería representa un gran negocio en
México, país que en 2011 fue el primer productor en plata al nivel
mundial, y el décimo en oro, valorado en más de $20 mil millones
de dólares este mismo año. De acuerdo con información publicada
en la prensa, México ha otorgado más de 26,000 concesiones mi-
neras abarcando casi 52 millones de hectáreas (un cuarto de todo
el territorio mexicano). En 2011, Oaxaca contaba con 344 concesio-
nes mineras extendiendo sobre casi 8% del territorio estatal. Estas
concesiones dan paso libre a las corporaciones (en su gran mayoría
basadas en Canadá) de convertirse en los dueños de los recursos
mineros, luego vendiéndolos en el extranjero sin que las comuni-
dades perciban mucho beneficio a cambio de la contaminación y
destrucción que estos proyectos generan.
A su vez, las comunidades oaxaqueñas fueron formadas lenta-
mente como los yacimientos que las mineras buscan debajo de
ellas: estrujada por una fuerza histórica y social prodigiosa, llegando
a tener formas únicas e imprevisibles. Y la memoria colectiva de las
comunidades se acumula paulatinamente también, depositada en
las topografías de poder y de relaciones humanas. En este contexto
14 tan rico y a veces contradictorio, la memoria de un pueblo toma la
forma de cuentos locales, mitos, costumbres, y las prácticas diarias
que señalan la particularidad de cada comunidad y el territorio que
la rodea. Igual hay las memorias históricas de lucha, es decir, la his-
toria de contención que algunas comunidades mantienen frente a
los que dicen sólo son los grandes líderes y las naciones (o bien las
clases sociales en pugna) los que participan en la historia. La me-
moria colectiva es una respuesta a las historias oficiales, algo que
construye una continuidad narrativa comunal desde lo local. Así, la
memoria social rige sobre un devenir histórico, y puede desafiar o
reinscribir la dominancia hegemónica. Desafiándola, la memoria so-
cial se convierte en herramienta de sobrevivencia, una pertenencia
basada en un recuerdo compartido de las idiosincrasias de comu-
nidad y territorio, posibilitando un futuro que se origina en el pre-
sente y el pasado.
Tal es el caso de los pueblos de Capulálpam de Méndez y San
José del Progreso, cada uno un caso muy particular de memoria
colectiva rodeada por potentes fuerzas históricas, culturales, y eco-
nómicas. Capulálpam, con más de 200 años de minería, decidió en
el 2006 oponerse a la minería metálica en su zona, y en 2 años logró
suspender la exploración y extracción de oro llevadas a cabo por la
empresa Continuum Mining. San José del Progreso no está tan uni-
do en contra de la extracción, y en su territorio opera una mina de
oro y plata perteneciente a Minería Cuzcatlán. Según esta empresa,
en el 2012 sacó 55 toneladas de plata (valorado en más de $46 mi-
llones de dólares) y media tonelada de oro (valorado en más de $20
millones de dólares). ¿Tendrá la memoria colectiva algo que ver con
las situaciones tan distintas en estos dos pueblos?
Es posible decir que entre más memoria histórica, más hay para
defender. En Capulálpam es costumbre hablar de un pueblo que
ha existido desde hace siglos, lo que da sustento no solamente a
su derecho a un territorio ancestral, sino también a una continui-
dad narrativa. Para los que no contamos con territorio ancestral, es
importante hacer valer las historias menos largas y más contradicto-
rias: en las comunidades nuevas y diversas también tenemos dere-
cho a la memoria y al territorio. Propongo que busquemos también
basarnos en lo prescriptivo, es decir, en la posibilidad de manejar la
memoria social para mirar hacia adelante, como expresión del de-
recho a un futuro que acepte nuestro pasado y respete una buena
relación con el territorio en el presente. Por ejemplo, la memoria
histórica de San José recuerda cuando los pobladores pertenecían a 15
la Hacienda San José Lagarzona, y cuenta una historia de un pueblo
heterogéneo formado durante años de lucha agraria. Allí, cabe la
posibilidad que una memoria social no bien manejada pueda traer
más divisiones que unidad. Entonces la lucha anti mina en San José
busca lidiar con las diversas memorias de un pasado complejo y
definir alternativas al extractivismo hoy en día, todo para asegurar
un futuro sano.
La memoria social, a diferencia de la memoria histórica, es algo
que mide si los procesos de cohesión social son suficientemente
fuertes para compartir una visión del futuro y propiciar una lucha en
defensa del territorio. Es decir, entre más unidad social, más acuer-
do entre las memorias sociales. En el caso de Capulálpam, existe un
fuerte acuerdo entre la autoridad y la comunidad sobre la memoria
del territorio. Según Salvador Aquino, en Capulalpam “existen sitios
sagrados, lugares de peticiones de lluvia, de provisión de agua, sitios
en donde generaciones de comuneros han trabajado dando tequios,
lugares de cultivo, sitios antiguos de la memoria de la fundación de
la comunidad.” Escribiendo sobre el encuentro anti-minero que tuvo
lugar allí en Enero de este año, la periodista Irmacema Gavilán hace
referencia a estos procesos de memoria social: “Su historia de lucha
inicia en los diálogos intergeneracionales entre los abuelos y los co-
muneros jóvenes sobre el saqueo de oro y plata para el enriqueci-
miento ajeno… Además de la recuperación de la memoria histórica
y de la comunidad, los mayores lograron generar conciencia sobre
la importancia de preservar los valores y prácticas culturales de Ca-
pulálpam, con el fin de impedir el saqueo de los lugares sagrados de
las montañas”. Según estas interpretaciones, las asambleas y los sitios
sagrados del territorio no sólo son lugares políticos y culturales, sino
sitios para rescatar la memoria y practicar la resistencia.
Mientras la mega-extracción minera se convierte en una ame-
naza más y más fuerte sobre la integridad del territorio y la unidad
de los pueblos oaxaqueños, es más importante que nunca enten-
der y promulgar las prácticas comunitarias que las sostienen. Como
una de estas prácticas, la memoria colectiva es capaz de rescatar
lo particular de cada pueblo en lucha por su memoria y territorio
contra los estados neoliberales y las gigantescas empresas mineras.
En breve, tenemos que aprender qué es lo que da a San José o Ca-
pulálpam (o en Palestina) más valor que su riqueza territorial que se
distribuye de manera desigual entre tantas manos. Reflexionando
16 sobre su territorio y todo lo que se encuentra debajo del mismo,
las y los pobladores de estos lugares usan memorias para producir
narrativas que no tienen precio; convierten a sus comunidades en
guardianes de un territorio precioso y amenazado, y un futuro que
todavía está por definir.