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E-I.S.B.N: 978-84-9828-432-4
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Índice general
Introducción 00
Gonzalo Butrón Prida
PRIMERA PARTE
Las Españas y las Américas ante la crisis de independencia
TERCERA PARTE
Comercio, revoluciones e independencias
de este análisis general, una serie de trabajos aborda cuestiones específicas relacio-
nadas con los debates constitucionales de Cádiz. Es el caso, en primer lugar, de
Pablo Escolano, que en La teoría de la monarquía compuesta en las crisis coloniales
británica e hispana de 1775 y de 1808, compara los discursos de Edmund Burke
previos a la Revolución Americana de 1776 y los artículos de José María Blanco
White en El Español, con el fin de valorar las características de sus programas
de compromiso como alternativa al conflicto en las revoluciones de la América
inglesa y española. Por su parte, Carlos Arnulfo Rojas, examina en Una corriente
de pensamiento: ¿Liberalismo Neogranadino? las corrientes ideológicas más influ-
yentes sobre el pensamiento político y económico de la elite neogranadina de
principios del siglo XIX, para estudiar luego su plasmación concreta en el «Me-
morial de Agravios» de Camilo Torres. Finalmente, y desde un punto de vista
matemático-estadístico, Gabriel Ruiz y Luz Mª Zapatero, comparan en La pri-
mera constitución española de 19 de marzo de 1812 y la primera constitución de la
historia, Estados Unidos de 17 de septiembre de 1787: estudio comparado de algunos
aspectos estadísticos, las soluciones dadas en los Estados Unidos y en España al pro-
blema de la representación, y más en concreto al reparto proporcional de escaños
según la población de cada estado o provincia.
La tercera parte incluye, bajo el epígrafe de Comercio, revoluciones e indepen-
dencias, tres trabajos que analizan el impacto económico de las revoluciones y las
independencias. En Independencias americanas y comercio de Cádiz. Una reconsi-
deración (finales siglo XVIII- primera mitad del siglo XIX), Arnaud Bartolomei revi-
sa, a partir de un seguimiento riguroso de la evolución del comercio de Cádiz en
estos años tan extraordinarios, la evaluación tradicional de la crisis del comercio
gaditano, que empezó más tarde de lo habitualmente reconocido –resistió al me-
nos hasta la proclamación de la independencia de Méjico–; que acabó también
más temprano y que fue menos brusca de lo que siempre se había creído; si bien
el mismo Bartolomei señala que tampoco hay que minimizar la evidente grave-
dad de la crisis, puesto que tuvo consecuencias dramáticas para una generación
entera de negociantes formados en el contexto específico de la Carrera de Indias.
El mismo contexto de crisis del modelo comercial colonial, pero abordado ahora
a través del prisma ofrecido por el entramado de intereses políticos y económicos
que reunían los consulados, es estudiado por Jesús Paniagua en La defensa de
los consulados en el Cádiz de las Cortes: Juan López Cancelada, investigación que
ahonda en la fuerza de la acción y los escritos de López Cancelada como propa-
gandista de los intereses del Consulado de México en Cádiz, especialmente a tra-
vés de las páginas de El Telégrafo Americano. Finalmente, Adolfo León Atehortúa
presenta una visión general de las condiciones económicas y sociales de Nueva
Granada en el momento de la independencia.
14 Gonzalo Butrón Prida
El origen de este ensayo nace a partir de una reflexión sobre la dialéctica me-
moria/olvido que me planteé en el marco del análisis del proceso de indepen-
dencia venezolana. Dialéctica que conlleva las paradojas de la ruptura y cierta
dificultad de asumirla. Ahora bien, compartiendo esta reflexión con colegas que
trabajan en otros espacios geográficos, me di cuenta que era posible «modelizar»
la reflexión.
Mi propuesta es realizar una lectura desde la perspectiva americana, insistien-
do en la cultura política de sus actores. Pues, de hecho, en un primer nivel de aná-
lisis, estamos frente a una reacción al acontecimiento cuya fisonomía «revela» con
fuerza la homogeneidad con la cual, de los dos lados del Atlántico, las decisiones
son justificadas en el instante mismo de esta reacción a los acontecimientos de
la Península. En este sentido, el recurso a las juntas, en cuanto práctica arraigada
en la cultura política hispánica, respondió a la necesidad de mantener la cohe-
sión del cuerpo político acéfalo, otorgándole una nueva cabeza. Lo cual permite
afirmar, con Richard Hocquellet, que los levantamientos patrióticos de 1808 (y
añadiría también los de 1810), tenían un carácter eminentemente político y que
las reacciones americanas a la crisis de la Monarquía mostraban que compartían
un mismo universo de referencias con la Metrópoli1.
Es por este motivo que tenemos que reflexionar en términos de cultura política
para comprender este proceso que va de una lealtad indefectible hacia la ruptura
con la Madre Patria. En este artículo me gustaría cuestionar las lógicas que obran
en el transcurso de estos años durante los cuales asistimos a una aceleración de la
2 Andreas Suter, Martin Pierre G., «Histoire sociale et événements historiques. Pour une nouve-
lle approche», en Annales. Histoire, Sciences Sociales, n° 3 (1997), p. 544.
ESPAÑA Y SU IMPERIO: DE LA LEALTAD A LA RUPTURA (1808-1812) 19
3 «Juan Pablo, Viscardo y Guzmán Carta a los españoles americanos (1792)», en Pensamiento
político de la Emancipación. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1977, vol. I, pp. 51 y 54. Conservé en
todas las citas la ortografía original.
4 Ver Castejon, Philippe, Le statut de l’Amérique hispanique à la fin du dix-huitième siècle: les Indes
20 Véronique Hébrard
2 . La lealtad americana
occidentales sont-elles des colonies?, Mémoire de Maîtrise, Université de Paris I, 1993, 135 p.
5 Ver sobre este punto la síntesis historiográfica propuesta por Morelli, Federica, «La redefini-
ción de las relaciones imperiales: en torno a la relación reformas dieciochescas/independencia
en América», en Nuevo Mundo, Mundos Nuevos [en línea], Debates, 2008.
6 Ibid., p. 6.
ESPAÑA Y SU IMPERIO: DE LA LEALTAD A LA RUPTURA (1808-1812) 21
7 Ver, entre las publicaciones más recientes: Chust, Manuel (coord.), 1808. La eclosión juntera
en el mundo hispano. México, FCE/El Colegio de México, 2007; Ávila, Alfredo y Pérez Herrero,
Pedro (comp.), Las experiencias de 1808 en Iberoamérica. Madrid-México, Universidad
de Alcalá-Universidad Nacional Autónoma de México, 2008.
22 Véronique Hébrard
es particularmente bien ilustrada por la publicación, este mismo año 1809, del
famoso Memorial de Agravios del neogranadino Camilo Torres, y de la Represen-
tación de los Hacendados, del rioplatense Manuel Moreno.
Estos agravios, consecuencia directa de las reformas, son presentados en estos
textos como realidades más antiguas. Se enraízan, según esos autores, en el no
respeto de los privilegios acordados inicialmente por la Corona a los primeros
conquistadores, en particular en relación con la posesión de la tierras y el acceso
prioritario a los cargos administrativos; y que debían transmitirse a sus descen-
dientes. Articulando este análisis y el contenido del decreto, Camilo Torres pide
un cambio de política comercial, una participación mayor de los criollos en los
honores, y sobre todo el derecho a la igualdad de representación, reafirmando que
en caso contrario «sería destruir el concepto de provincias independientes, y de
partes esenciales y constituyentes de la monarquía, y sería suponer un principio
de degradación»8.
Se puede de este modo deducir cuan grande fue la ira y la desilusión en 1810,
al leer el contenido del decreto para la elección a las Cortes. Sin embargo, esta
condena se limita en esta fecha al absolutismo borbónico y la solicitud de reformas
se expresa en el sentido de una voluntad de retorno a las libertades antiguas.
Este choque de las temporalidades entre las dos orillas del Atlántico se produ-
ce en el mismo momento (diciembre de 1809) en el que Francia lleva a cabo su
contraofensiva en Andalucía. El 14 de enero de 1810 los miembros de la Junta
Central se refugian en Cádiz y poco después, el 29, trasmiten sus poderes al Con-
sejo de Regencia. Su disolución se realiza pues antes de la llegada de la mayoría
de los diputados americanos.
8 Torres, Camilo, Memorial de agravios. Representación del cabildo de Santa Fe, capital del Nue-
vo Reino de Granada, a la Suprema Junta Central de España [1809], en Pensamiento político de la
Emancipación. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1977, vol. I, p. 29.
24 Véronique Hébrard
las Cortes9, que constituye el segundo paso en falso de las autoridades españolas.
El decreto llega a América cuando todavía las elecciones para la Junta Central
se están realizando; los dos procesos se enfrentan, reforzando los resentimientos.
Estableciendo el número de diputados en 30 para toda América y Filipinas y en
250 para la Península, este decreto además prevé, para América, la organización
de las elecciones en el marco de los cabildos, mientras que en España se com-
bina una representación por cuerpos con una proporcional a la población. Esta
disposición es interpretada como fruto del recelo en cuanto a la capacidad de los
americanos a participar en el sufragio, que tiene, entre otras consecuencias, la
radicalización de los agravios americanos y de la reivindicación de la igualdad.
Desde el mes de mayo de 1810, la junta de Caracas se dirige a la Regencia en
términos muy claros:
Dar a todos los habitantes de la Península el derecho de nombrar sus represen-
tantes para las Cortes de la Nación, y reducirlo en la América a la voz pasiva y de-
gradada de los Ayuntamientos: establecer una tarifa para los Diputados Europeos,
y otra diferentísima para los Americanos con la sola mira de negarles la influencia
que se debe a su actual importancia y población. ¿No es manifestar claramente
que la libertad y fraternidad que tanto se nos cacarean son unas voces insignifi-
cantes, unas promesas ilusorias, y en una palabra, el artificio trillado con que se ha
prolongado tres siglos nuestra infancia y nuestras cadenas?10.
El 1º de agosto de 1811 los diputados americanos en las Cortes describirán
este sentido de traición que ya, para Venezuela, desembocó en la independencia,
afirmando:
[Los Americanos] jamás han visto a la nación española como una nación dis-
tinta de ellos, gloriándose siempre con el nombre de españoles, y amando a la
península con aquella ternura que expresa el dulce epíteto de madre patria […].
Siendo esto así, como lo es en efecto, ¿a qué otro principio podrá atribuirse la
disensión sino al mal gobierno? Su opresión creciendo de día en día, ha alejado
del corazón de los americanos la esperanza de reforma y engendrado el deseo de
independencia como único remedio11.
9 Al inicio de la reunión de las Cortes es adoptado por un decreto de 22 de mayo de 1809. Pero
se trata únicamente de la representación de la península.
10 «José de las Llamosas; Martin Tovar Ponte, A la Regencia de España. Exposición, Caracas, 13 de
mayo de 1810», en Actas del 19 de Abril de 1810. Caracas, Consejo Municipal, 1960, p. 97.
11 «Representación de los diputados americanos a las Cortes de España (1 de agosto de 1811)»,
en Pensamiento político de la emancipación (1790-1825). Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1977, vol.
II, p. 67.
ESPAÑA Y SU IMPERIO: DE LA LEALTAD A LA RUPTURA (1808-1812) 25
cuya legitimidad es sospechosa. Por otra parte, «tres siglos de tiranía» designan en
España el período que se inaugura en 1521 con el aplastamiento de los Comu-
neros, poniendo fin a las libertades antiguas. Pero en América, la concordancia
de la fecha con los «tres siglos» de la colonización española abre une brecha en
el discurso que permite a la vez usar la ambigüedad y la reivindicación de una
independencia en términos de ruptura.
15 Diario político n° 7. En Delgado Martinez; Luis; Elias Ortiz, Sergio, El Periodismo en la Nueva Gra-
nada. 1810-1811. Bogotá, Editorial Kelly, 1960, p. 76.
16 «Caraqueños, sf., 1810», en Textos oficiales de la Primera República de Venezuela. Caracas, Bi-
blioteca de la Academia Nacional de la Historia, 1959, vol. 2, p 14.
17 «Briceño, Antonio Nicólas. Plan para libertar a Venezuela, Cartagena de Indias, 16 de enero de
1813», en Rodulfo Cortes, Santos (comp.), Antología documental de Venezuela: 1492-1900. Mate-
riales para la enseñanza de la historia de Venezuela. Caracas, impr. Santa Rosa, 1960, pp. 202-205;
«Bolívar, Simón, Decreto de guerra a muerte, cuartel general de Trujillo el 15 de junio de 1813», en
Documentos que hicieron historia. Caracas, Presidencia de la República, 1962, vol. 1, pp. 140-142.
30 Véronique Hébrard
18 Fray Servando Teresa de Mier Historia de la revolución de Nueva España. Londres. 1813, vol. I, p. 285.
19 Ver los argumentos del publicista Camilo Henríquez, «Aurora de Chile, 5 de noviembre de 1812»,
en Pensamiento político de la Emancipación (1790-1825), op.cit.., vol. 1, pp. 228-233. Ya en 1811 el
diputado Roscio, en el Congreso de Venezuela, se pronunció en favor de una «pronta declaratoria
de independencia» para poner fin a «la idolatría de Fernando, rey imaginario, de burla y de farsa».
Juan Germán Roscio a D. González. 15 de febrero de 1812. Fundación Boulton/Archivos (Caracas).
20 «Discurso pronunciado por el Señor D. F. Espejo, Presidente de la Alta Corte de Justicia, al
acto de prestar éste, el juramento ante el Supremo Congreso de Diputación de Venezuela, 15 de
ESPAÑA Y SU IMPERIO: DE LA LEALTAD A LA RUPTURA (1808-1812) 31
23 «Relaciones de América del Norte y del Sur», Correo del Orinoco, n° 6, Sábado 1 de agosto de
1818.
24 «San Martin, «Proclama a los limeños y habitantes de todo el Perú», en Pensamiento político
de la Emancipación (1790-1825), op.cit.., vol. 2, p. 149.
ESPAÑA Y SU IMPERIO: DE LA LEALTAD A LA RUPTURA (1808-1812) 33
25 Gerbi, Antonello, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica, 1750-1900. México/
Buenos Aires, FCE, 1960; Hébrard, Véronique; Verdo, Geneviève, «L’imaginaire patriotique améri-
cain au miroir de la Conquête espagnole», en Histoire et Sociétés de l’Amérique latine n° 15, Paris,
ALEPH/L’Harmattan, 2002, pp. 39-84.
26 «Continuación de la exposición sobre la mediación entre España y América», Correo del Ori-
noco, n° 13, 17 de octubre de 1818.
34 Véronique Hébrard
4 . Conclusión
Introducción
1 Mosquera y Figueroa, Joaquín Informe sobre la prisión efectuada en varios sujetos de la prime-
ra representación de esta ciudad, con motivo del proyecto de establecer en ella una Junta Su-
prema, Caracas, 26 de noviembre de 1808, en Conjuración de 1808 en Caracas, Caracas, Instituto
Panamericano de Geografía e Historia, 1968, t. II, p. 800.
2 Conjuración de 1808 en Caracas, t. II, p. 142 y pp. 189-351.
SOBERANÍA, ORDEN Y REPRESENTACIÓN: EL MOVIMIENTO JUNTISTA EN VENEZUELA 1808-1810 37
3 Gil Fortoul, José, Historia Constitucional de Venezuela. Caracas, Editorial Las Novedades, 1942,
t. I, p. 164.
4 Ponte, Andrés, La revolución de Caracas y sus próceres. Caracas, Concejo Municipal del Distrito
Federal, 1960, p. 52
5 Vejarano, Jorge, Orígenes de la Independencia Suramericana. Bogotá, Editorial de Cromos,
1926, p. XVII.
38 Inés Quintero Montiel
12 Este planteamiento está expuesto por Chust, Manuel y Serrano, José Antonio en el estudio
introductorio del libro Debates sobre las independencias iberoamericanas. Madrid, Editorial Ibe-
roamericana Vervuert, 2007. Para los casos de Colombia y Venezuela puede verse el artículo
de Quintero, Inés. «El surgimiento de las historiografías nacionales: Colombia y Venezuela, una
perspectiva comparada», en Cadenas, José María y Ramírez, Socorro (Coord.), Venezuela y Colom-
bia, debates de la Historia y retos del presente. Caracas, Universidad Central de Venezuela, IEPRI,
Universidad de Colombia, 2005.
13 Leal Curiel, Carole, «El 19 de abril de 1810: La ‘Mascarada de Fernando’ como fecha fundacio-
nal de la independencia de Venezuela», en Carrera Damas, G., Leal Curiel, C., Lomné, G. y Martínez,
Frédéric (coord.), Mitos políticos en las sociedades andinas: orígenes, invenciones y ficciones. Cara-
cas, Editorial Equinoccio, Universidad de Marne-la-Vallée, Instituto Francés de Estudios Andinos,
2006, pp. 65-91
SOBERANÍA, ORDEN Y REPRESENTACIÓN: EL MOVIMIENTO JUNTISTA EN VENEZUELA 1808-1810 41
14 Gandía, Enrique, Las ideas políticas de Mariano Morenº Autenticidad del plan que le es atribuido.
Buenos Aires, Peuser, 1946.
15 Villoro, Luis, La revolución de Independencia. México, UNAM, 1957.
16 Benson, Nettie Lee, «The Contested Mexican Election of 1812», en Hispanic American Historical
Review, nº XXVI (agosto-1946), pp. 336-350; posteriormente se publica su libro La Diputación
Provincial y el federalismo mexicano. México, El Colegio de México, 1955
17 Guerra, François, Modernidad e Independencia. Madrid, Mapfre, 1992.
18 Rodríguez, Jaime, La independencia de la América española. México, El Colegio de México, Fi-
deicomiso Historia de las América, Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 13.
42 Inés Quintero Montiel
19 Son numerosos los aportes renovadores que se han hecho en los últimos años, así como la
ampliación del debate y el surgimiento de nuevas posiciones sobre la soberanía, el tema de la
nación, los procesos electorales y la representación. Se mencionan aquí algunos autores, obras
y compilaciones que expresan este debate dinámico y cambiante. Pueden verse, además de los
que se encuentran citados: Annino, Antonio, Castro Leiva, Luis, Guerra, François (coord.), De los im-
perios a las naciones: Iberoamérica. Zaragoza, IberCaja, 1994; Alfredo Ávila, En nombre de la Nación.
La formación del gobierno representativo en México 1808-1824. México, CIDE/Taurus, 2002; Breña,
Roberto. El primer liberalismo español y los procesos de emancipación de América 1808-1824: una
revisión historiográfica del liberalismo hispánico. México, Colegio de México, 2006; Calderón, Mª
Teresa y Thibaud, Clement (coord.) Las revoluciones en el mundo atlántico, Bogotá, Taurus Universi-
dad Externado de Colombia, 2006; Chust, Manuel. La cuestión nacional americana en las Cortes de
Cádiz. Valencia, Universidad Nacional de Educación a distancia, Centro Francisco Tomás y Valien-
te/UNAM-IIH, 1999; Chust, Manuel (coord.) Doceañismos, constituciones e independencia, Madrid,
Fundación Mapfre, Instituto de Cultura, 2006; Frasquet, Ivana (coord.) Bastillas, cetros y blasones:
la independencia en Iberoamérica. Madrid, Fundación Mapfre, 2006; Guedea, Virginia (coord.), La
independencia de México y el proceso autonomista novohispano 1808-1824 México, Instituto de
Investigaciones Dr. José María Luis Mora/UNAM-IIH, 2001; Portillo Valdés, José María. Crisis atlán-
tica. Autonomía e Independencia en la crisis de La monarquía hispana. Madrid, Fundación Carolina
de Estudios Hispánicos e Iberoamericanos-Marcial Pons Historia, 2006; Rodríguez, Jaime (coord.)
Revolución, Independencia y las nuevas naciones de América. Madrid, Fundación Mapfre Tavera,
2006; Ternavasio, Marcela, La revolución del voto. Política y elecciones en Buenos Aires. 1810-1852.
Buenos Aires, Siglo XXI editores Argentina, 2002.
20 Para el estudio del movimiento juntista de Caracas pueden verse: Leal Curiel, Carole «Tertulia
de dos ciudades: modernismo tardío y formas de sociabilidad política en la Provincia de Ve-
nezuela», en Guerra François y Lamperiere, Annick, Los Espacios Públicos en Iberoamérica. México,
Fondo de Cultura Económica, 1998; de la misma autora «Del Antiguo Régimen a la ‘Modernidad
Política’ (Cronología de una transición simbólica)», Anuario de Estudios Bolivarianos, Caracas, Uni-
versidad Simón Bolívar, Nº 10. Vol 9, 2003. El tema ha sido ampliamente trabajado por Quinte-
ro, Inés. La Conjura de los Mantuanos: último acto de fidelidad a la Monarquía Española. Caracas,
Universidad Católica Andrés Bello, 2002; «La Junta de Caracas» en 1808: La eclosión juntera en el
Mundo Hispano, Chust, Manuel (coord.) México, Fondo de Cultura Económica Fideicomiso de las
SOBERANÍA, ORDEN Y REPRESENTACIÓN: EL MOVIMIENTO JUNTISTA EN VENEZUELA 1808-1810 43
23 «Acuerdo de la Junta convocada por el gobernador y capitán general de Caracas para resol-
ver sobre los despachos presentados por los emisarios franceses y el comandante de la corbeta
inglesa Acasta», 17 de julio de 1808, Ibídem, p. 167.
24 «Auto del Capitán General de Caracas», 18 de julio de 1808, Ibídem, p. 169.
25 «La conjuración de Matos», Caracas, julio 1808 en Boletín de la Academia Nacional de la Histo-
SOBERANÍA, ORDEN Y REPRESENTACIÓN: EL MOVIMIENTO JUNTISTA EN VENEZUELA 1808-1810 45
dad soberana que se abrogaba la mencionada junta. Finalmente y para evitar ser
declarados rebeldes o traidores, reconocieron la autoridad de la Junta de Sevilla,
salvaguardando sus derechos, según fuese la suerte de las armas29.
El debate y los enfrentamientos no concluyen con el reconocimiento de la
junta de Sevilla. Meses más tarde, en noviembre del mismo año, todavía están
presentes los distintos pareceres respecto a la posibilidad de establecer una junta
que velase por la tranquilidad y el orden y que fuese la depositaria de la soberanía
en ausencia del rey. Se plantea entonces la posibilidad de retomar la propuesta
que le hiciera el capitán general al cabildo para constituir una junta. En esta
oportunidad el proyecto lo adelanta un grupo de vecinos principales de la ciudad.
Luego de numerosas reuniones y de no pocas discordias, elaboran un documento
firmado por 45 vecinos cuyo objetivo es solicitar al capitán general la constitu-
ción de una junta. En la nota que antecede a la propuesta, cuatro de los propo-
nentes manifiestan el espíritu que anima la iniciativa:
Desean ardientemente tomar una parte activa y concurrir por todos los medios
que puedan a la defensa de la persona y Sagrados derechos de su amado Rey el
S.D. Fernando VII, a la libertad de su Madre Patria y a la conservación y seguri-
dad de esta parte de sus dominios30.
La propuesta se fundamenta y tiene su ejemplo en las juntas que se han forma-
do en la península en defensa de la Religión, del Rey y de la libertad e integridad
del Estado, proclama la inalterable unión de todos los pueblos españoles y la
integridad de la monarquía, y reitera la absoluta necesidad de formar una «Junta
Suprema con subordinación a la Soberana de Estado que ejerza en esta ciudad
la autoridad suprema mientras regresa al Trono nuestro amado Rey el Dr. Don
Fernando VII»31.
La iniciativa es condenada por las autoridades, se abre causa a sus promo-
tores, se llama a declarar a numerosos testigos, el proceso divide y exacerba las
opiniones sobre la crisis que se vive en la península y se convierte en motivo de
alteración e inquietud para el orden y tranquilidad de la provincia.
Muchos de los firmantes muy rápidamente se arrepienten; otros, desde la cár-
cel, solicitan el perdón; todos se declaran irrefragablemente fieles al rey y a la
monarquía española y hay quienes defienden la iniciativa haciendo valer su ne-
29 Yanes, Francisco Javier. Compendio de la Historia de Venezuela, desde su descubrimiento hasta que
se declaró Estado independiente, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1944, pp. 130-131.
30 Representación al capitán general Juan de Casas, 24 de noviembre de 1808, en Conjuración de
1808 en Caracas, Caracas, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1968, tomo I, p. 113
31 Representación al Sr. Presidente, Gobernador y Capitán General, Caracas, 22 de noviembre
de 1808, Ibídem, p. 112.
SOBERANÍA, ORDEN Y REPRESENTACIÓN: EL MOVIMIENTO JUNTISTA EN VENEZUELA 1808-1810 47
cesidad como instrumento para preservar el orden y como instancia idónea para
ejercer la suprema autoridad, mientras el rey permanece ausente.
Ambos argumentos están en las misivas dirigidas al capitán general por parte
de Martín Tovar y Blanco, el conde de Tovar, uno de los más conspicuos repre-
sentantes de la nobleza criolla y de los primeros firmantes de la representación del
22 de noviembre solicitando una junta.
Consideraba Tovar que la propuesta de constituir una junta gubernativa que
«a nombre de nuestro amado Soberano conserve a estos Pueblos bajo su apre-
ciable dominación, y los defienda contra el Usurpador, no es un delito: es por el
contrario una acción plausible digna del nombre de Español»32. Insiste Tovar en
que habían actuado como españoles leales, siguiendo la proposición hecha por el
propio capitán general el 27 de julio, se había procedido de manera regular, «por
las sendas del buen orden, la tranquilidad y la armonía» y, en perfecta sintonía
con lo ocurrido en todas las provincias de la península; si bien admite que no
estaban estos territorios bajo la ocupación enemiga, no debía desestimarse que los
franceses pudiesen intentar en cualquier momento una invasión, ya que tenían
sobre estos mares colonias muy poderosas.
Sin embargo, la mayor preocupación del conde no era que se objetase la le-
gitimidad o legalidad de la iniciativa, sino el ambiente de discordias y enfrenta-
mientos que se había desatado en la ciudad como consecuencia de los rumores y
prevenciones que suscitó el proyecto de los principales. En su opinión, la altera-
ción del orden, la división en partidos y la descalificación que se hacía contra la
iniciativa de los vecinos distinguidos para hacer ver que escondía terribles propó-
sitos como eran asesinar a los españoles y esclavizar a los pardos, constituían una
intriga atroz que bien podía conducir a la ruina y a la más fatal de las revolucio-
nes. Ya que, por una parte, pretendía enemistar a los europeos contra los nobles,
haciéndoles creer que eran sus enemigos y, por la otra, perseguía atizar el odio
de los pardos contra los blancos haciéndoles creer que éstos atentarían contra su
libertad. Todo ello podría tener funestas consecuencias ya que podría contribuir
a exacerbar los enfrentamientos entre las diversas clases de la sociedad, alterando
el orden social.
Concluye el conde insistiendo en la pertinencia de la junta «Si antes la pe-
dimos como un sistema útil a nuestra conservación, yo la creo ahora, si no me
engaño, necesaria para evitar nuestra ruina»33.
Además del conde de Tovar, hay otros firmantes que salen en defensa de la
iniciativa, todos explican que la propuesta no tenía otra motivación que seguir
los dictados de la Junta de Sevilla en cuya proclama se exhortaba a que se forma-
sen juntas en los diferentes rincones del reino. Esteban Fernández de León, los
hermanos Montilla, los hermanos Rodríguez del Toro y otros, expusieron que se
trataba de un servicio a la patria ya que a través de la mencionada junta se podrían
organizar los auxilios a España y la resistencia a los franceses.
El episodio juntista concluye con la absolución de todos los implicados. El
20 de abril de 1809 los fiscales Antonio Berríos y Francisco Espejo elaboran
un veredicto el cual es sometido a la consideración de la Real Audiencia. Según
exponen los fiscales, la propuesta de junta había sido inoportuna y de absoluta
inutilidad después de que los pueblos de este distrito se habían subordinado a la
junta de Sevilla. El proyecto, por tanto, era extemporáneo, máxime cuando en
España, para evitar los riesgos e inconvenientes que podrían seguirse de continuar
dividida la soberanía en tantas juntas provinciales, se había constituido la Junta
Central y Gubernativa del Reino, a la cual quedaban sometidas todas las juntas
españolas y todos los dominios de las Indias. No se les imputa ningún delito,
solamente se les recrimina su «imprudencia e indiscreción»34. La propuesta de los
fiscales es admitida sin modificaciones por la sala extraordinaria y aprobada el 4
de mayo de 1809.
Así vemos que, desde el mismo momento que se tienen noticias de la crisis
que altera la vida política en la península, se plantea la posibilidad de atender la
emergencia mediante la constitución de una junta, así lo hace el capitán general el
17 de julio para someter a consulta la información de los pliegos recibidos; insiste
en ello el 27 del mismo mes al solicitarle al cabildo la elaboración de un proyecto
de junta y lo hacen posteriormente los vecinos principales con la representación
del 22 de noviembre. En los tres casos está presente la necesidad de conservar el
orden y de dar respuesta a la emergencia política mediante la constitución de un
cuerpo que sea el depositario de la soberanía.
Esta misma situación se plantea en el mes de abril de 1810, al recibirse las
noticias de la disolución de la Junta Central y la instalación del Consejo de Re-
gencia, sin embargo se introducen nuevos elementos los cuales determinarán un
desenlace diferente.
34 Informe de los fiscales Antonio Berríos y Francisco Espejo a los Sres. Presidente Casa, Regen-
te Mosquera y Oidor Álvarez, Caracas, 20 de abril de 1809, Ibídem, Tomo II pp. 320-339.
SOBERANÍA, ORDEN Y REPRESENTACIÓN: EL MOVIMIENTO JUNTISTA EN VENEZUELA 1808-1810 49
El debate sobre la necesidad de establecer una junta que velase por la seguri-
dad y defensa de la provincia y fuese la depositaria de la soberanía queda disipado
temporalmente con el reconocimiento y aceptación de la Junta Central y Guber-
nativa del reino como legítima autoridad. En Caracas el acto de reconocimiento
se realizó en enero de 1809 y en la ciudad de Maracaibo en marzo. Posteriormente
se admitió la convocatoria a elecciones y durante el mes de mayo se llevó a cabo el
proceso para elegir el diputado que representaría a Venezuela en la Junta Central.
El sorteo final se realizó el 20 de junio de 1809 resultando favorecido el regente
visitador Joaquín Mosquera y Figueroa. Las reacciones no se hicieron esperar: va-
rias solicitudes de anulación contra el resultado electoral fueron adelantados por
distintos vecinos de la provincia por ser Mosquera nativo de Popayán. Finalmen-
te los recursos de nulidad fueron admitidos por el Consejo de Indias y se ordenó
que se hiciese nuevamente la elección. El nuevo proceso electoral se llevó a cabo
el 11 de abril de 1810. El diputado elegido en esta oportunidad fue Martín Tovar,
blanco criollo, hijo del conde de Tovar y alcalde del cabildo de Caracas.
Mientras todo esto ocurre, la situación en la provincia sigue siendo de in-
tranquilidad e incertidumbre respecto a la situación en la península; de hecho
el propio capitán general Vicente Emparan, en procura de apaciguar los ánimos,
publica un Manifiesto en la Gaceta de Caracas el cual termina haciendo un lla-
mado a los habitantes de la provincia a fin de que se conserven «felices bajo los
auspicios de nuestra sabia legislación»35.
El 18 de abril llega la información acerca de la caída de Andalucía, la disolu-
ción de la Junta Central y el establecimiento del Consejo de Regencia. El 19 de
abril se reúne el cabildo con la asistencia del capitán general, el debate es tenso
y complicado. Los presentes exigen, como dos años atrás, el establecimiento de
una junta. La respuesta del capitán general es disuadirlos argumentando que se
ha establecido un Consejo de Regencia como legítima autoridad, por lo cual no
se justifica la creación de una junta.
La situación regresa al debate de 1808, con algunas modificaciones. Si bien
sigue siendo materia de preocupación la conservación del orden y la seguridad
y defensa de la provincia, cobran especial relevancia el tema de la soberanía y en
especial el problema de la legitimidad de representación.
En relación con el primer punto, el acta del 19 de abril establece que la cons-
titución de una junta tenía como propósito «atender a la salud pública de este
pueblo que se halla en total orfandad, no sólo por el cautiverio del señor don
Fernando VII, sino también por haberse disuelto la junta que suplía su ausencia
en todo lo tocante a la seguridad y defensa de sus dominios invadidos por el em-
perador de los franceses». Más adelante insiste sobre el mismo tema al considerar
la «impotencia» en la cual se halla el Gobierno «de atender a la seguridad y pros-
peridad de estos territorios»36.
Se trata, pues, de una instancia responsable de velar por el orden y la seguri-
dad de la provincia en atención a que, por las críticas circunstancias en las que se
encontraba la monarquía, no podía su Gobierno atenderlo.
No obstante, el fundamento esencial de la propuesta se refiere más bien a
la ilegitimidad de la Regencia. El texto del acta es claro al respecto: no podía el
Consejo de Regencia «ejercer ningún mando ni jurisdicción sobre estos países,
porque ni ha sido constituido por el voto de esos fieles habitantes, cuando han
sido ya declarados no colonos sino partes integrantes de la Corona de España, y
como tales han sido llamados al ejercicio de la soberanía interina y a la reforma
de la constitución nacional».
Si se había reconocido a la Junta Central, admitido el decreto de convocatoria
a elecciones y realizado los procesos electorales para la incorporación de diputa-
dos americanos a la Junta Central; al quedar ésta disuelta resultaba inevitable que
el debate volviese al punto inicial: ¿sobre quién recae la soberanía en ausencia
del rey? La respuesta fue la misma: disuelta la junta la soberanía regresaba a la
nación. A ello habría que añadir la diversidad de opiniones y la intensidad del
debate de los últimos dos años, durante los cuales la situación de incertidumbre y
el ambiente de inquietud favorecieron la reunión frecuente de los vecinos y el in-
tercambio de pareceres sobre las críticas circunstancias del momento y la manera
de atender tan particular emergencia, unos desde posiciones moderadas otros de
manera más beligerante.
La resolución fue destituir a las autoridades de la monarquía y constituir una
Junta Suprema o, como dice el acta «erigir en el mismo seno de estos países un
sistema de gobierno que supla las enunciadas faltas, ejerciendo los derechos de la
soberanía que por el mismo hecho ha recaído en el pueblo, conforme a los mis-
mos principios de la sabia constitución primitiva de la España».
Al día siguiente se redacta una «Proclama» en la cual se reitera lo dicho en el
acta sobre la ilegitimidad de la Regencia; estos mismos argumentos son ampliados
en una comunicación al Consejo de Regencia, el 5 de mayo, en otra de la misma
fecha dirigida a la Junta Superior de Cádiz y en dos extensas y acuciosas entregas
publicadas en la Gaceta de Caracas. Todos estos documentos plantean el problema
37 Pueden verse: «Proclama del 20 de abril de 1810», Gaceta de Caracas, 27 de abril de 1810; «La
Junta Suprema de Caracas a los señores que componen la Regencia de España», 5 de mayo de
1810, Gaceta de Caracas, 11 de mayo de 1810; «Conducta legal de Venezuela con la Regencia de
España», Gaceta de Caracas, 22 de junio de 1810; «Vicios legales de la Regencia deducidos del
acta de su instalación el 29 de Enero en la Isla de León», Gaceta de Caracas, 29 de junio y 6 de
julio de 1810.
38 Proclama del 20 de abril de 1810, Gaceta de Caracas, 27 de abril de 1810
39 Gaceta de Caracas , Caracas, 15, 22 y 30 de junio de 1810, Blanco, José Félix y Azpurúa, Ramón.
Documentos para la historia de la vida pública del Libertador, tomo II, pp. 504-512.
52 Inés Quintero Montiel
40 Ibídem, p. 504
41 Informe de Manuel de Linares González, Síndico Procurador del Cabildo de Maracaibo, 26
SOBERANÍA, ORDEN Y REPRESENTACIÓN: EL MOVIMIENTO JUNTISTA EN VENEZUELA 1808-1810 53
de mayo de 1810, en Besson, Juan. Historia del Estado Zulia, Maracaibo, Gobernación del Estado
Zulia, 1993, tomo II, pp. 472 y 474.
42 «Alocución de la Suprema Junta de Venezuela a los distritos comarcanos de la ciudad de Coro»,
22 de mayo de 1810, Blanco y Azpurúa Documentos para la historia de la vida pública del Libertador,
tomo II, p. 435.
43 «La Suprema Junta de Caracas comisiona al teniente coronel Carlos de la Plaza sobre la Pro-
vincia y costas de Coro, con instrucciones de paz», 25 de mayo de 1810; Ibídem, p. 442.
44 «Acuerdo de la Suprema Junta de Caracas organizando el nuevo gobierno de Venezuela», 25
de abril de 1810, Ibídem, pp. . 406-407.
54 Inés Quintero Montiel
4 . Consideraciones finales
48 Monteverde, mal hallado con las reglas que pudiera establecer un gobierno regular representa
en 17 de enero de 1813 al gobierno de la Península que Caracas debía ser tratada por la ley de la
conquista, con dureza, 17 de enero de 1813, Blanco y Azpurúa, op.cit.., Tomo IV, pp 623-625.
56 Inés Quintero Montiel
3 Entre la abundante bibliografía sobre el Estado puede consultarse la obra clásica de Zippelius,
Reinhold, Teoría General del Estado. México, Editorial Porrúa-UNAM, 1998.
EL LIBERALISMO Y DOCEAÑISMO GADITANO Y AMÉRICA 59
4 Chust, Manuel y Frasquet, Ivana, (eds.), La trascendencia del liberalismo doceañista en España y
en América, Valencia, Biblioteca Valenciana, 2004.
60 Manuel Chust
9 Notas aparecidas en el Diario de Sesiones de Cortes entre febrero de 1811 y febrero de 1812.
El gobernador de Tarma en Perú lo comunicaba de la siguiente manera al virrey Abascal en una
nota del 3 de febrero de 1812: «Excmo. Sr.: con la respetable orden de V.E. tengo recibidos por
duplicado los soberanos decretos expedidos por las Cortes generales extraordinarias de la Na-
ción en 24 y 25 de Setiembre, los cuales ya estaban cumplidos, publicados, jurada y reconocida
la soberanía de este Congreso augusto, con el regocijo, aplauso y solemnidad que pide el acto
más recomendado y digno de la fidelidad que profesamos sus verdaderos súbditos: […] Tarma
20 de julio de 1811.=Excmo. Sr.= José González de Prada».
10 DSC, 20 de mayo de 1813. Cf. Rodríguez, Mario, El experimento de Cádiz en Centroamérica,
1808-1826. México, FCE, 1984. Primera versión en inglés, The Cádiz Experiment in Central America,
1808-1826, Berkeley. University of California Press, 1978.
62 Manuel Chust
La Constitución11 que se debatió en las Cortes estuvo elaborada por una co-
misión de quince diputados de entre los cuales cinco eran americanos. Todo el
planteamiento hispano gaditano que venían desarrollando desde el principio se
plasmó en ella. Un breve análisis de sus artículos así lo evidencia12. Así, el artículo
1º es toda una definición de las intenciones hispanas del código doceañista: «La
Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios».
Establecida la Soberanía de la Nación, restaba ahora definir constitucional-
mente los términos nacionales y el nacionalismo de esa Nación. La comisión
presentó una redacción con contenidos hispanos –«los españoles de ambos he-
misferios»– de la concepción de la Nación española.
No obstante hubo oposición. Provino de los sectores absolutistas que se resis-
tían a un Estado constitucional. Habrá que recordar otra de las singularidades de
estas Cortes, en donde una parte de sus componentes, los absolutistas, eran abier-
tamente hostiles a cualquier fórmula constitucional y nacional. Pero también
hubo desacuerdo por parte del novohispano José Miguel Guridi y Alcocer, que
partía desde una concepción diferente de Nación al identificarla con el concepto
de Estado-nación. El novohispano propuso la siguiente redacción: «La colección
de los vecinos de la Península y demás territorios de la Monarquía unidos en un
Gobierno, ó sujetos á una autoridad soberana»13.
Para el diputado novohispano, los vínculos de unión entre América y la pe-
nínsula no residían en la Monarquía sino en un Gobierno, independientemente
de la forma de Estado que tuviera. No sólo dijo que le desagradaba la palabra
española14 para definir a esta Nación, planteando así directamente reparos a un
nacionalismo hegemónico español, sino que argumentó su propuesta desde plan-
teamientos federales.
Y el liberalismo peninsular reaccionó desde planteamientos centralistas. Es
decir, la cuestión americana obligó al liberalismo peninsular a posicionarse sobre
rios», tal y como había proclamado el artículo 1º, sino que además se reservaba
el derecho de mantener o no, el sistema monárquico como forma de Estado. La
alternativa, en estos momentos históricos, sólo era la República.
Aconteció una fractura en el liberalismo hispano. Ciertamente era una cues-
tión central. Lo paradójico, y aquí habrá que volver a insistir en desentrañar
algunos tópicos, es que la defensa del artículo, tal y como lo propuso la comisión,
corrió a cargo de Agustín Argüelles, líder de los liberales peninsulares. Éste, que
había salido varias veces a la tribuna para declarar su fidelidad al sistema monár-
quico, tras las reivindicaciones autonomistas y federales de los americanos, inter-
vino categóricamente a favor de mantener esta redacción como defensa constitu-
cional frente a veleidades absolutistas del Monarca. Los liberales más moderados
se opusieron. Finalmente esta parte del texto no fue aprobada por la Cámara.
Será la primera y última vez que Argüelles pierda una votación en los debates del
texto constitucional.
Y del mismo modo que se produjeron numerosos juramentos de fidelidad a
las Cortes, se hizo lo propio con la Constitución. Andrés de Jáuregui, diputado
por la isla de Cuba, daba cuenta el 9 de septiembre de 1812 de haberse jurado y
publicado la Constitución en La Habana el día 21 de julio. Los fastos con que se
realizó la publicación de la Carta Magna de la Monarquía española se repitieron
en la mayoría de los pueblos y ciudades americanos. La iluminación general, el
adorno de casas y fachadas, el aseo de las calles, el ejército de gala, acompaña-
miento de música, etc. Generalmente, se elegía un recorrido por el que debían
desfilar las autoridades acompañadas de las gentes distinguidas de la ciudad y de
los batallones engalanados. En tres parajes o plazas públicas se levantaban los co-
rrespondientes tablados adornados con colgaduras, flores y el retrato de Fernando
VII bajo un dosel. En estos tablados se realizaba la lectura, por partes, del texto
constitucional, al siguiente día festivo tras estas celebraciones, se reunía a todo el
vecindario en la iglesia parroquial, donde tras la misa se cantaba un Te Deum y se
tomaba el juramento a todos los habitantes17.
En la ciudad de San Salvador, el corregidor José María Peinado preparó unas
funciones cívicas con las que ordenó festejar el acontecimiento con funciones de
toros por las tardes y música por la noche. Las celebraciones duraron varios días,
haciendo coincidir el comienzo de las mismas con el cumpleaños de Fernando
VII el día 14 de octubre. Ese mismo día a las siete de la tarde, concurrieron los
habitantes a la Plaza Mayor donde se había preparado una orquesta que duró has-
ta las diez de la noche, momento en que dio comienzo el espectáculo de fuegos
18 Las celebraciones en los pueblos fueron numerosas y constantes, por ejemplo en Chihuahua
(Nueva España) el comandante general ofreció tantos pesos fuertes como hojas componían el
texto constitucional y tantos reales de vellón como letras tenían sus renglones. En el caso de
Guatemala, su alcalde hizo grabar unas medallas para la ocasión y las distribuyó entre el público
congregado en la celebración. Archivo del Congreso de los Diputados de Madrid, Índice General
de Expedientes, Leg. 29, caja 3.
19 Cf. Chust, Manuel, «De esclavos, encomenderos y mitayos. El anticolonialismo en las Cortes
de Cádiz», en MexicanStudies/Estudios mexicanos, vol. 11/nº2 (1995), pp. 179-202.
20 Marichal, Carlos, La bancarrota del virreinato. Nueva España y las finanzas del Imperio español,
1780-1810. México, Fondo de Cultura Económica-Fideicomiso Historia de las Américas, 1999.
También el texto de Juan Andreo, «Plata mexicana para la guerra española», presentado en el
V Congreso internacional Los procesos de independencia en la América española. Crisis, guerra y
disolución de la monarquía hispana, celebrado en Veracruz los días 25-28 noviembre de 2008.
Agradecemos al autor la amabilidad en la consulta del texto todavía inédito.
66 Manuel Chust
21 Como la petición de José Roa y Fabián, diputado por el Señorío de Molina, que en tono airado
reclamaba su inclusión en la división territorial. Cf. Chust, Manuel, La cuestión nacional, p. 144.
22 Ésta era la redacción del artículo 11: «Se hará una división más conveniente del territorio espa-
EL LIBERALISMO Y DOCEAÑISMO GADITANO Y AMÉRICA 67
ñol por una ley constitucional, luego que las circunstancias políticas de la Nación lo permitan.»
68 Manuel Chust
23 Cf. Annino, Antonio, «Prácticas criollas y liberalismo en la crisis del espacio urbano colonial.
El 29 de noviembre de 1812 en la ciudad de México», en Secuencia, nº 24 (1992), pp. 121-158.
También Annino, Antonio, «Ciudadanía versus gobernabilidad republicana en México. Los orí-
genes de un dilema» en Sábato, Hilda, (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones.
Perspectivas históricas de América Latina. México, Fideicomiso Historia de las Américas. Fondo de
Cultura Económica, 1999. Y del mismo autor «Voto, tierra, soberanía. Cádiz y los orígenes del mu-
nicipalismo mexicano» en Guerra, Francois-Xavier, (Dir.) Revoluciones hispánicas. Independencias
americanas y liberalismo español, Madrid, Editorial Complutense, 1995.
24 No obstante es aquí en donde Nettie Lee Benson interpreta la desintegración del virreinato
al ser sustituido por las diputaciones provinciales. Cf. La diputación provincial y el federalismo
mexicano, México, El Colegio de México, 1955.
EL LIBERALISMO Y DOCEAÑISMO GADITANO Y AMÉRICA 69
consiguieron una victoria absoluta sobre los europeos. Comenzaba así la lucha
por la autonomía que más tarde, y ante los acontecimientos que se produjeron
en la península, llevarían a los criollos novohispanos hacia la independencia en la
década siguiente. En Yucatán no sólo se eligieron los ayuntamientos, sino que el
29 de octubre de 1812 comenzó el proceso de elección de diputados a las Cortes
y a la Diputación provincial25. En otras regiones novohispanas las elecciones se
realizaron a lo largo del año 1813, como en la provincia de Guadalajara y en
la de Zacatecas. Las elecciones parroquiales y de provincia en estos territorios
dieron lugar a la reunión de la diputación provincial de Nueva Galicia el 20 de
septiembre de 181326. La última diputación en conformarse en este territorio fue
la de Nueva España tras la restauración de la Constitución de Cádiz por Calleja
en marzo de 1813, aunque las elecciones sólo pudieron llevarse a cabo en los
territorios controlados por los realistas.
Aunque es cierto que en el territorio novohispano es donde más y mejor se ex-
tendieron los procesos electorales gaditanos, también en amplias partes de otros
territorios tuvieron lugar elecciones para constituir ayuntamientos o elegir di-
putados. En el Reino de Quito la junta autónoma separada de Lima y Santa Fe
eligió al conde de Puñonrostro como diputado a las Cortes de Cádiz el 20 de oc-
tubre de 1810. Al igual que en Nueva España, fue bajo el mando del general rea-
lista Toribio Montes que se efectuaron las elecciones populares para la elección de
ayuntamientos en el reino de Quito27. Estas elecciones se llevaron a cabo durante
los meses de septiembre de 1813 a enero de 1814 y más adelante, en agosto, en
cumplimiento de los artículos electorales de la Constitución se eligieron los dipu-
tados a Cortes y los vocales de la diputación provincial. De este modo, también
en el territorio neogranadino se produjeron importantes aplicaciones de la obra
constitucional gaditana a pesar de la profunda división territorial y de las luchas
políticas que asolaban gran parte de su demarcación. Al quedar Pasto y Popayán
insertos en el censo electoral quiteño organizaron las elecciones a los ayuntamien-
tos constitucionales una vez jurada la Constitución en julio de 1813. A pesar de
25 Rodríguez, Jaime E., «Las instituciones gaditanas en Nueva España, 1812-1824», en Rodríguez,
Jaime E (coord.), Las nuevas naciones, España y México, 1750-1850, Madrid, Mapfre, 2008.
26 Sobre la formación y elecciones de las diputaciones provinciales en Nueva España puede
consultarse el trabajo ya citado de Nettie L. Benson.
27 El censo electoral del reino de Quito se completó en junio de 1813 e incluía las provincias de
la sierra desde Pasto y Popayán hasta Loja, también Marañón, Maina y Jaén de Bracamoros y las
provincias costeras de Barbacoas y Esmeraldas. Guayaquil, por su parte, había sido incorporada
a la autoridad de Lima. Véase Rodríguez, Jaime E., «Las primeras elecciones constitucionales en
el Reino de Quito, 1809-1810 y 1821-1822», en Procesos. Revista ecuatoriana de Historia, nº 14
(1999), pp. 5-52.
70 Manuel Chust
novohispanos en las Cortes, sobre todo de Miguel Ramos Arizpe, quien reclamó
constantemente la aplicación del decreto en Nueva España. La táctica dilatoria de
Venegas enardeció también a representantes novohispanos en las Cortes gaditanas
como Mariano Mendiola y José María Gutiérrez de Terán, quienes insistieron to-
davía en febrero de 1812 sobre el asunto. Finalmente, y con la entrada en vigor de
la Constitución en Nueva España el 30 de septiembre de 1812, el virrey no pudo
retrasar más la libertad de imprenta, pues ésta quedaba sancionada irremediable-
mente en el artículo 37 de la Carta Magna. La Ley de Imprenta fue publicada
íntegramente por el Diario de México y las nuevas publicaciones comenzaron a
proliferar en la capital novohispana. A pesar de ello, Venegas suspendió la libertad
de imprenta en diciembre de 1812 y su sucesor, el virrey Félix María Calleja, a
pesar de aplicar gran parte de la Constitución gaditana, mantuvo la restricción
sobre la prensa pública para, según él, no favorecer a la revolución35.
Otro de los lugares donde con más fuerza caló el decreto de libertad de im-
prenta fue en la isla de Cuba. El Diario de la Habana se hacía eco de la noticia
el 29 de diciembre de 1810 publicando un «Diálogo» entre un padre y un hijo
que reflejaba el sentir de la cuestión. El decreto fue reimpreso y puesto en vigor
en Cuba en febrero de 1811 por el gobernador y capitán general de la isla, el
marqués de Someruelos36. La medida provocó la proliferación de cabeceras perio-
dísticas en la isla, alrededor de treinta, de las que unos veinte correspondieron a
La Habana. Algunos de estos nuevos periódicos fueron El Hablador, El Lince, El
Reparón, El Centinela de la Habana, la Gazeta diaria, la Tertulia de la Habana, El
Patriota Americano, etc.
En este sentido, la libertad de imprenta fue una conquista del liberalismo
revolucionario gaditano, extendida a todos los territorios americanos y que los
distintos grupos de intereses enfrentados –peninsulares, criollos, insurgentes,
etc.- promovieron en busca de una legitimidad y una vía para canalizar sus ideas.
Es posible que el número de periódicos o los debates en ellos aparecidos –muchas
veces controlados por las autoridades- no conformen una verdadera opinión pú-
blica moderna, si con ello pretendemos extrapolar las características de ésta a la
realidad de principios del siglo XIX americano. Pero lo cierto es que la mayoría de
los habitantes de América estuvieron informados de los debates y cuestiones po-
líticas de interés, de las noticias acaecidas en Europa y otras latitudes del mundo
35 Neal, Clarice, «Freedom of the Press in New Spain, 1810-1820», en N. L. Benson (ed.), Mexico
and the Spanish Cortes, 1810-1822. Eight Essays. University of Texas Press, Austin, 1976. Existe ver-
sión en español de este trabajo.
36 Sánchez Baena, Juan José, El terror de los tiranos. La imprenta en la centuria que cambió Cuba
(1763-1868). Castellón, Universitat Jaume I, 2009, p. 102.
EL LIBERALISMO Y DOCEAÑISMO GADITANO Y AMÉRICA 73
y se formó una verdadera cultura política en torno a este derecho ejercido desde
el primer momento en los territorios americanos.
37 Sobre el funcionamiento de esta junta en relación al tema americano véase Frasquet, Ivana,
«Ciudadanos ya tenéis Cortes». La convocatoria de 1820 y la representación americana en J. E.
Rodríguez (coord.), Las nuevas naciones. España y México, 1800-1850. Madrid, Fundación Mapfre,
2008, pp. 145-167. También, Buldaín, Blanca, «La Junta Provisional de 1820: instalación y atribu-
ciones», en Revista de Historia Contemporánea, nº 1 (1982), pp. 39-64.
74 Manuel Chust
38 Al menos en los pueblos y lugares de Buesaco, Chachagüí, Tambo, Tablón, Funes, Yacuan-
quer, Valle del Ingenio y Valle de Taminango se juró la Constitución en esta segunda etapa. Gu-
tiérrez, Jairo, «La Constitución de Cádiz», p. 218.
39 Chust, Manuel, «Federalismo avant la lettre en las Cortes hispanas, 1810-1821» en Vázquez,
Josefina Zoraida, El establecimiento del federalismo en México (1821-1827). México, El Colegio de
México, 2003, pp. 24-83.
EL LIBERALISMO Y DOCEAÑISMO GADITANO Y AMÉRICA 75
42 Frasquet, Ivana, Las caras del águila. Del liberalismo gaditano a la república federal mexicana,
1820-1824. Castellón, Universitat Jaume I, 2008.
43 Rodríguez, Jaime E., «Las primeras elecciones…», p. 33.
EL LIBERALISMO Y DOCEAÑISMO GADITANO Y AMÉRICA 77
44 Véase Benson, Nettie Lee, La diputación provincial, 1955. Rodríguez, Jaime E., «La transición de
colonia a nación: Nueva España, 1820-1821», en Historia Mexicana, nº 170, XLIII/2 (1993), pp. 265-
322. Chust, Manuel, «Federalismo avant la lettre…», pp. 77-114.
Las Cortes de Cádiz y el primer liberalismo
en México1
Gonzalo Butrón Prida y Mª del Mar Barrientos Márquez
Universidad de Cádiz
1 Este trabajo tiene su origen en nuestro trabajo «El Cádiz de las Cortes y la Constitución de
1812 en el primer liberalismo mexicano», en García Sánchez, Rafael y Núñez Bermúdez, Graciela (co-
ords.): Guridi y Alcocer, la esencia en Cádiz. Tlaxcala, Sociedad de Geografía, Historia, Estadística y
Literatura del Estado, 2012 (en prensa).
80 Gonzalo Butrón Prida y Mª del Mar Barrientos Márquez
Tan importante como la actividad de las Cortes, fue la extensión del debate
político al conjunto de la sociedad gaditana, formada en aquellos momentos casi
a partes iguales por los habitantes habituales de la ciudad y los numerosos refu-
giados que se habían instalado en ella. En efecto, los debates de las Cortes, reuni-
das durante casi tres años en interminables sesiones ordinarias y extraordinarias,
despertaron gran curiosidad en una ciudad de por sí interesada por la política,
que contaba además con buena parte de lo más destacado de la sociedad y de la
cultura española. Si a esto añadimos la novedad que suponían –puesto que hacía
siglos que las Cortes habían sido desposeídas de la mayor parte de su significado
político original–, la importancia de las cuestiones que trataban y el elevado nivel
humano y político de la mayoría de los diputados, no ha de extrañar que la vida
de la ciudad girara durante estos años en torno a la evolución de sus debates, sus
acuerdos y sus decisiones.
Del interés generado por la nueva situación política dan cuenta los numerosos
periódicos que surgieron al amparo de la recién estrenada libertad de imprenta,
además de la impronta política adquirida por las tertulias de los principales cafés y
salones gaditanos y los corrillos y mentideros de las calles y plazas de la ciudad.
Si en 1808, en un contexto de restricción de libertades, sólo se publicaba en
Cádiz un periódico –el Diario Mercantil–, la aprobación de la libertad de impren-
ta, la demanda generada por una sociedad ávida de noticias y la plasmación im-
presa de las numerosas polémicas políticas y literarias que se sucedieron durante
aquellos años, condujeron a la proliferación de periódicos de muy diverso tipo:
unos radicales, otros moderados y otros ultramontanos en lo político, algunos de
aparición regular y prolongada y otros de publicación puntual y existencia efíme-
ra. Entre ellos destacaron El Conciso, de carácter liberal, y pionero del periodismo
político; El Censor General, contrapunto político del anterior; y El Redactor Ge-
neral, que Ramón Solís, autor también de una historia del periodismo gaditano2,
consideraba el de mayor entidad desde el punto de vista periodístico.
Los cafés y las tertulias también se convirtieron, como los periódicos, en una
prolongación de los debates de las Cortes, puesto que en sus salones continuaban
las discusiones de las principales cuestiones políticas, en ocasiones protagonizadas
por los mismos diputados que habían intervenido en las Cortes. En todo caso, el
interés por la actualidad política trascendía los espacios cerrados, y en gran medida
exclusivos, representados por los cafés y los salones de la buena sociedad gaditana,
para manifestarse en los corrillos de las principales plazas y calles de la ciudad, en
los que participaron por igual gaditanos y forasteros, ciudadanos y políticos.
2 Solís, Ramón, Historia del periodismo gaditano, 1800-1850. Cádiz, Instituto de Estudios Gadi-
tanos, 1971.
LAS CORTES DE CÁDIZ Y EL PRIMER LIBERALISMO EN MÉXICO 81
Los ecos de los intensos y espléndidos debates de las Cortes resonaron, por
tanto, más allá de los muros de los dos salones de cortes habilitados sucesivamen-
te para el desarrollo de sus sesiones, impregnando de las ideas del nuevo discur-
so político a una parte importante de los habitantes del Cádiz sitiado. De este
modo, no sólo enriquecieron a quienes participaron en ellos, sino que influyeron,
de inmediato, sobre la pequeña España en la que se había convertido Cádiz en
aquellos momentos; en tanto que a medio plazo tendrían una evidente repercu-
sión sobre buena parte del mundo hispánico y europeo, donde el nuevo discurso
–sistematizado pronto en la Constitución de 1812– fue difundido, entre otros,
por aquellos que habían vivido, ya fuera como protagonistas directos, ya como
espectadores, la extraordinaria experiencia del Cádiz de las Cortes.
Los primeros ejemplos de esta repercusión los encontramos en los todavía
territorios españoles de América, en tanto que en Europa el interés por el modelo
revolucionario español cobraría más fuerza a partir de 1820, cuando la respuesta
española al absolutismo restaurado en 1815 animó a levantarse a quienes ansia-
ban el retorno del liberalismo.
Aunque no con exclusividad, puesto que el modelo estadounidense era un
referente clave en América para quienes deseaban conseguir el doble objetivo
de lograr la independencia y la regeneración política de sus territorios, fueron
también muchos lo que miraron a la Península en busca de inspiración sobre el
camino a seguir ante la profunda crisis de independencia vivida por la Monarquía
española, de modo que no sólo supieron interpretar la lucha por la independen-
cia y la libertad en clave americana, sino también capitalizar la experiencia de la
España europea en función de sus propios intereses.
El ejemplo de México puede servir para conocer hasta qué punto tanto la
lucha antifrancesa emprendida en 1808 en la Península, como el proceso de reno-
vación asociado a ella, pudieron convertirse en acicate para promover una empre-
sa similar al otro lado del Atlántico, solo que en este caso la resistencia contra la
dominación napoleónica se tornaría en levantamiento contra la dominación co-
lonial, en tanto que la superación del absolutismo se traduciría en una propuesta
de renovación política que, aunque es evidente que siguió una dinámica propia,
no dejó de estar influida por la acometida en Cádiz desde 1810.
3 Garza, David T., «Criterio constitucional mexicano en las Cortes de Cádiz», en México y las
Cortes españolas. 1810-1822. Ocho ensayos. México, Cámara de Diputados, 1985, pp. 51-65; Fe-
rrer Muñoz, Manuel, La Constitución de Cádiz y su aplicación en la Nueva España. México, Instituto
de Investigaciones Jurídicas (UNAM), 1993, pp. 23-47; Chust Calero, Manuel, La cuestión nacio-
nal americana en las Cortes de Cádiz. Valencia, UNED/UNAM, 1999 y «Legislar y revolucionar: la
trascendencia de los diputados novohispanos en las Cortes Hispanas, 1810-1824», en Virginia
Guedea (coord.), La independencia de México y el proceso autonomista novohispano, 1808-1824,
México, UNAM, 2001.
4 Cabe recordar, como señala Levaggi, que los diputados americanos prestaron, en general,
atención preferente a los asuntos relacionados con sus provincias. Levaggi, Abelardo, «Constitu-
ción de 1812: presencia latinoamericana», en Juan Mª Terradillos Basoco (coord.), La Constitución
de 1812: reflexiones jurídicas en la víspera del Bicentenario. Cádiz, Diputación de Cádiz, 2006, p.
63.
LAS CORTES DE CÁDIZ Y EL PRIMER LIBERALISMO EN MÉXICO 83
código español. Habría que considerar, a priori, que este solapamiento cronológi-
co hizo prácticamente imposible que la influencia de Cádiz se dejara sentir en los
pronto conocidos como Elementos Constitucionales de Rayón. No obstante, hay
que tener en cuenta, por un lado, que las ideas que regían el texto constitucional
aprobado en Cádiz no eran exclusivas de los diputados gaditanos, sino que forma-
ban parte de un discurso político extendido en círculos privilegiados del mundo
atlántico europeo y americano. Por otro lado, no hay que olvidar que el proceso
de elaboración de ambos textos fue muy distinto, puesto que la discusión del pro-
yecto constitucional gaditano no sólo fue pública, sino también muy publicitada,
de modo que López Rayón pudo conocer la evolución de los debates gaditanos,
especialmente a través de la prensa, que tanto eco se hizo de ellos; es más, en su
propio periódico dio cuenta de la tarea de las Cortes, si bien transmitiendo una
opinión negativa de las mismas, como queda de manifiesto en la valoración que
hizo en el primer número del Semanario Patriótico Americano: «el congreso de
Cortes representativo de la soberanía de ambas Españas no presenta en su seno
más que el fermento de muchas partes heterogéneas que chocan entre sí; cuyos
debates siempre acalorados y nunca avenidos parecen pronosticar el irreparable
desconcierto de sus miembros y en él la ruina de sus comitentes», dudando de su
capacidad de dar a los españoles «una buena constitución legislativa»10. En última
instancia, y con independencia del grado de conocimiento que tuviera Rayón de
la evolución de la transformación política de la monarquía española preparada
en Cádiz, y con independencia también del peso que la propaganda tuviera en
la formación de opiniones, lo cierto es que buena parte de los 38 puntos de sus
Elementos presentan al mismo tiempo tanto notables semejanzas con el código
español –como la intolerancia religiosa, la división de poderes o la abolición de la
tortura–, como también importantes diferencias, como la peculiar definición de
la soberanía o la valiente abolición de la esclavitud, cuestión esta última a la que
no se había logrado encontrar solución en las cortes gaditanas.
A pesar de que los Elementos Constitucionales de Rayón no llegaron siquiera a
ser discutidos en la Suprema Junta y que fueran retirados por su autor en marzo
de 181311, no cabe duda de que representan el primer intento de regular, insti-
tucional y legislativamente, el naciente estado mexicano. Por otra parte, además
de ser referentes para los Sentimientos de la Nación, servirían de base para la ela-
boración en 1814 de la Constitución de Apatzingán, el segundo de los proyectos
constitucionales de la antigua Nueva España.
12 Véanse, por ejemplo, De la Torre Villar, Ernesto, La Constitución de Apatzingán y los creadores
del estado mexicano. México, UNAM, 1965 y Macías, Anna, «Los autores de la Constitución de
Apatzingán», en Colegio de México, vol. XX, n.º 4 (1971), pp. 511-521.
13 Soberanes Fernández, José Luis, «El primer constitucionalismo...», pp. 27-28.
14 Un cotejo detallado de ambos textos en De la Torre Villar, Ernesto, La Constitución de Apatzin-
gán… Véase también Aguirre Moreno, Judith, «El primer liberalismo mexicano», en Letras Jurídi-
cas, n.º 19 (2009), pp. 2-14.
LAS CORTES DE CÁDIZ Y EL PRIMER LIBERALISMO EN MÉXICO 87
La influencia española, tan perceptible en 1814, cuando hacía solo dos años
que la Constitución de Cádiz había sido solemnemente jurada en el propio Méxi-
co –lo que seguramente permitió incrementar su conocimiento y difusión–, iría
debilitándose en los años siguientes. Todavía a comienzos de la década de los
veinte mantuvo parte de su ascendencia, gracias en gran medida al triunfo de la
revolución en la Península Ibérica; sin embargo, y a pesar de que volvió a estar
oficialmente vigente, y de que fue de nuevo objeto de atención por parte de algu-
nos grupos influyentes de poder15, la declaración mexicana de independencia de
septiembre de 1821 complicaría en exceso la defensa pública del texto constitu-
cional de un estado, el español, que aún aspiraba a mantener el control de sus an-
15 Manuel Ferrer ha destacado, al respecto, tanto el escepticismo crítico con que el éxito de la
revolución española fue acogida en 1820, como su contribución a la reanimación del debate y
el enfrentamiento político en la publicística novohispana en torno a la Constitución española de
1812. Ferrer Muñoz, Manuel, La Constitución de Cádiz y su aplicación…, pp. 23-47.
88 Gonzalo Butrón Prida y Mª del Mar Barrientos Márquez
19 Paoli Bolio, Francisco José, «Reflexión retrospectiva sobre la Constitución de 1824», en Exa-
men Retrospectivo del Sistema Constitucional Mexicano. México, Instituto de Investigacio-
nes Jurídicas (UNAM), 2005, pp. 43-47.
20 Un estudio clásico sobre la cuestión en Benson, Nettie Lee, La diputación provincial y el fe-
deralismo mexicano. México, El Colegio de México, 1955; una reflexión más reciente sobre el
componente federalista de las diputaciones en Chust Calero, Manuel, «Federalismo avant la lettre
en las Cortes Hispanas, 1810-21», en Josefina Zoraida Vázquez (coord.), El establecimiento del Fe-
deralismo en México, 1820-24. México, El Colegio de México, 2003, pp. 77-114.
21 Chust Calero, Manuel, «Los Diputados novohispanos…», p. LIII.
LAS CORTES DE CÁDIZ Y EL PRIMER LIBERALISMO EN MÉXICO 91
22 Abreu y Abreu, Juan Carlos, «Las ideas constitucionales en México en el marco de las cortes
gaditanas», en Anuario Mexicano de Historia del Derecho, vol. XXII (2010), pp. 49-51.
23 A partir de la Ley Constitucional, los ayuntamientos escaparon de cualquier prerrogativa
privilegiada del rey al crearse mediante una normativa demográfica, y no personalista y privi-
legiada como bajo la monarquía absoluta. Por otro lado, la creación de los ayuntamientos se
haría con una base de población muy baja, que provocaría el surgimiento de una multitud de
ayuntamientos constitucionales y, por ende, de sociedades que tendrían que reunirse política-
mente para dirimir sus necesidades, conflictos, defensas, etc. Chust Calero, Manuel y Serrano, José
Antonio, «El Liberalismo doceañista en el punto de mira: entre máscaras y rostros», en Revista de
Indias, vol. LXVIII, n.º 242 (2008), pp. 39-66.
92 Gonzalo Butrón Prida y Mª del Mar Barrientos Márquez
México, puesto que fue un asunto planteado prácticamente por todos los diputa-
dos americanos de la asamblea gaditana.
En este punto, cabe destacar el papel desempeñado por José Miguel Guridi
y Alcocer en la defensa de la abolición de la esclavitud, no sólo en las Cortes de
Cádiz –como diputado por Tlaxcala–, sino también más tarde en el México de
Iturbide, en este caso como miembro de la comisión para la redacción del pro-
yecto constitucional. Los planteamientos que expuso en Cádiz tanto a favor de
la abolición del tráfico de esclavos y de la libertad de vientres –ocho proposicio-
nes–, como a favor de la extinción gradual de la esclavitud, provocaron un fuerte
impacto en las Cortes, en la opinión pública, entre las entonces poderosas casas
comerciales y entre las autoridades coloniales y los sectores esclavistas cubanos25.
El propio Guridi y Alcocer, junto a José Ignacio Beye de Cisneros, se distin-
guiría por abogar, en debates acalorados de un alto nivel argumental, por el reco-
nocimiento de los derechos de los descendientes de africanos. El diputado tlaxcal-
teca lo expuso claramente en febrero de 1811 en una de sus tantas intervenciones
en las Cortes, en la que defendió que la unión del estado era compatible con la
existencia de naciones distintas «como lo son los españoles, indios y negros» 26.
En definitiva, los ejemplos de la afirmación católica, la organización del poder
provincial y la abolición de la esclavitud parecen evidenciar que la experiencia
gaditana sirvió de acicate a quienes la vivieron. En general, para imitar o modifi-
car y mejorar lo allí aprobado, y, en algunas ocasiones concretas, para superar las
cotas alcanzadas en Cádiz, como es el caso de estos últimos ejemplos relativos a la
defensa de los derechos y garantías de los ciudadanos más allá de las contingen-
cias y los intereses particulares que habían impedido su afirmación clara y directa
en 1812.
25 Chust Calero, Manuel, «Los Diputados novohispanos…», p. XLI; García Álvarez, Juan Pablo:
México y las Cortes de Cádiz. Derecho del pueblo mexicano. México a través de sus constituciones.
Tomo I. Historia Constitucional 1812-24. Cámara de Diputados. XLVI. Legislatura del Congreso
de la Unión. México, 1967; Suárez Suárez, Reinaldo, «Repercusiones de la Constitución de Cádiz.
Guridi y Alcocer y la esclavitud en Cuba», en Anuario Mexicano de Historia del Derecho, vol. XXII
(2010), pp. 339-366
26 La cita completa, que recoge la propuesta de Guridi de ampliar el concepto de nación, en
Narváez, José Ramón, «Cádiz: su proyección en el trienio liberal mexicano», en Anuario Mexicano
de Historia del Derecho, vol. XXII (2010), p. 306.
SEGUNDA PARTE
1 En realidad, como escribe Manuel Martínez Sospedra, «el modelo norteamericano era de muy
difícil asimilación. Por de pronto se trataba de una Constitución republicana tendencialmente de-
mocrática y además se trataba de una ley fundamental federal, factores todos que jugaban en su
contra. Por ende, no era bien conocida en nuestro país y su influencia se veía dificultada por una
razón suplementaria: se trataba de un texto constitucional nacido de una ruptura sangrienta y do-
lorosa respecto del régimen anterior y cuyo tinte radical era notorio... Ciertamente, el carácter mar-
cadamente monárquico de la institución presidencial junto con la rígida separación de los poderes
que caracteriza al texto de 1781 indicaban un camino posible, pero las discrepancias eran dema-
siado grandes y la inadecuación del modelo notoria. El constitucionalismo norteamericano podía
servir a lo sumo como ejemplo de cómo organizar la relación ejecutivo- parlamento y podía servir
de fuente de argumentos en punto a la cuestión de las facultades del Rey, pero muy poco más», La
Constitución de 1812 y el primer liberalismo español, Valencia, Facultad de Derecho, 1978, p. 41.
2 Diarios de las Discusiones y Actas de las Cortes (DDAC, en adelante), t, 11, p. 212.
3 Ibídem, p. 247
MODELOS Y TENDENCIAS CONSTITUCIONALES EN LAS CORTES DE CÁDIZ 99
A este criterio se adhirió también Agustín Argüelles, quien insistió en los su-
puestos peligros del federalismo y en la necesidad de alejarse del modelo de la
«federación anglo-americana»4.
4 Ibídem, pp. 244-246. Sobre este debate y en general sobre las diversas concepciones de los
Diputados doceañistas respecto de la distribución territorial del poder en el nuevo Estado Cons-
titucional, vid. mi trabajo «Nación, representación y articulación territorial del Estado en las Cor-
tes de Cádiz», recogido en mi libro Política y Constitución en España, 1808-1978. Madrid, Centro
de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007, pp. 197-223.
5 Sobre la recepción del pensamiento europeo en España durante el siglo XVIII, incluida la teo-
ría constitucional inglesa, vid. J. A. Maravall, «Las Tendencias de reforma política en el siglo XVIII»,
en Revista de Occidente, t. XVIII (1967), pp. 51 y 82, y «Cabarrús y las ideas de reforma política y
social en el siglo XVIII», en Revista de Occidente, t. XXIII, nº 69 (1968), pp. 285-6. Vid. asimismo,
Luis Sánchez Agesta, El Pensamiento Político del Despotismo Ilustrado. Madrid, Instituto de Estudios
Políticos, 1953, pp. 95 a 113 y 260. C. Corona Baratech, Revolución y reacción en el reinado de Carlos
IV. Madrid, Rialp, 1957. G. Anes, Economía e Ilustración en la España del siglo XVIII. Barcelona, 1969.
A. Elorza, La Ideología Liberal en la Ilustración española. Madrid, Tecnos, 1970; Mariano y José Luis
Peset, La Universidad Española (Siglos XVIII y XIX). Despotismo Ilustrado y Revolución Liberal. Madrid,
Taurus, 1974; J. Sarrailh, La España Ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII. México Fondo de
Cultura Económica, 2ª reimp. 1979, R. Herr, España y la Revolución del siglo XVIII. Madrid, Aguilar,
1979; A. Domínguez Ortiz, Sociedad y Estado en el siglo XVIII español. Barcelona, Ariel, 1981 y Carlos
III y la España de la Ilustración. Madrid, Alianza, 1989; Francisco Sánchez-Blanco Parody, Europa y el
pensamiento español del siglo XVIII. Madrid, Alianza Universidad, 1991.
6 Cfr. Ana Clara Guerrero, Viajeros británicos en la España del siglos XVIII. Madrid, Aguilar, 1990,
especialmente los cuatro primeros capítulos.
7 Cfr. Rodríguez de Aranda, «La recepción e influjo de las ideas de J. Locke en España», en Revista
100 Joaquín Varela Suanzes-Carpegna
11 Sobre el destacado papel de Quintana en este período, vid. el libro de Albert Dérozier, Quin-
tana y el nacimiento del liberalismo en España, Madrid. Ediciones Turner, 1978.
12 Sobre el pensamiento constitucional de Blanco, vid. mi trabajo, Un precursor de la Monar-
quía Parlamentaria: Blanco- White y «El Español» 1810-1814). Blanco, como la mayor parte de los
intelectuales españoles de su generación, confiesa haber estado notablemente influido por las
ideas políticas revolucionarias que había encontrado en los libros franceses del siglo XVIII. Pero,
a diferencia de Agustín de Argüelles o Muñoz Torrero, por citar dos ejemplos significativos, esta
primera fase la superó relativamente pronto y, además, de forma radical. Blanco-White, en reali-
dad, era un anglófilo, cuya anglofilia le había llevado a una virulenta francofobia. La conversión
anglófila de Blanco se debió en no pequeña parte a su trato asiduo -primero en España y luego
en Londres- con Lord Holland. Jovellanos, por quien Blanco sentía una gran admiración, desem-
peño también un papel sin duda relevante en esta conversión, así como Quintana y Ángel de la
Vega Infanzón.
13 Sobre las relaciones de Blanco con Jovellanos y Quintana, vid. las obras de Moreno Alonso y
Derozier que se citan en notas 10 y 11.
14 Obra que, inaugurando la Colección Clásicos Asturianos del Pensamiento Político, publicó la
Junta General del Principado de Asturias en 1992, con un Estudio Preliminar a cargo de José Mi-
guel Caso González. Jovellanos parte de la sociabilidad natural del hombre y del poder origina-
rio de la comunidad, así como del necesario traslado de ésta al monarca, distinguiendo entre el
102 Joaquín Varela Suanzes-Carpegna
derecho de soberanía del Monarca y el derecho de supremacía de la Nación. Una distinción que
venía a poner la primera piedra en la doctrina liberal-conservadora de la «soberanía comparti-
da» entre el Rey y las Cortes. Cfr. Joaquín Varela Suanzes, La Doctrina de la Constitución Histórica…,
pp. 417 y ss. Amplío estas reflexiones en mi reciente «La doctrina de la Constitución histórica de
España», en Fundamentos. Cuadernos monográficos de Teoría del Estado, Derecho Público e Histo-
ria Constitucional. Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, 2010.
15 Cfr. Consulta sobre la Convocatoria de las Cortes por Estamentos, suscrita por Jovellanos el 21
de mayo de 1809. Su texto puede verse en la Memoria en Defensa de la Junta Central, op.cit.., vol.
II, pp. 113-125.
16 Sobre las estancias de Argüelles en Inglaterra, así como sobre otros datos biográficos de
interés, vid. el estudio introductorio de Jesús Longares a la obra de Argüelles, Estudio Crítico a la
Reforma Constitucional de Cádiz (Londres, 1835. Madrid, Iter ediciones, 1970.
MODELOS Y TENDENCIAS CONSTITUCIONALES EN LAS CORTES DE CÁDIZ 103
José María Queipo de Llano, Conde de Toreno, había estado en Inglaterra -junto
con el ya mencionado De la Vega Infanzón, uno de los anglófilos españoles de la
primera hora- comisionado por el Reino de Asturias para solicitar ayuda al po-
deroso aliado en la lucha contra el invasor francés. Tanto Argüelles como Toreno
conocían ya por aquel entonces a Lord Holland, como lo conocía también otro
destacado Diputado de las Cortes de Cádiz: Juan Nicasio Gallego17.
Ahora bien el constitucionalismo inglés no fue el que predominó entre los
liberales españoles a quienes cupo la responsabilidad de trazar las líneas maestras
del Estado constitucional en ciernes, excepto en lo relativo a la organización del
Poder Judicial18. Para desesperación de Lord Holland y de Jovellanos, los más
destacados miembros de las Cortes de Cádiz no siguieron la senda constitucional
inglesa, sino la que habían trazado los revolucionarios franceses en 1791. Es sig-
nificativo a este respecto que fuese Locke el único autor inglés que gozó de verda-
dera influencia entre los diputados liberales, y lo es todavía más que tal influencia
fuese especialmente grande en lo que concierne a las tesis más iusnaturalistas y,
por tanto, menos inglesas, como las ideas del estado de Naturaleza y del pacto so-
cial o la de los derechos naturales -bien recibidas por los diputados más radicales,
como el Conde de Toreno19- además, por supuesto, de su teoría de los «frenos y
equilibrios», que fueron del agrado de casi todos los miembros de las Cortes20.
El constitucionalismo inglés -y con más exactitud, la versión que de éste había
dado el autor del Espíritu de las Leyes- tuvo a sus más importantes defensores entre
los diputados realistas de las Cortes, muy en particular entre aquellos influidos
por las tesis jovellanistas, como Cañedo, sobrino del polígrafo asturiano, o el
gallego Becerra y Llamas, pero también entre los diputados realistas menos pro-
17 Sobre los contactos de estos liberales con Lord Holland, vid. las obras de Moreno Alonso cita-
das en la nota 10.
18 Más exactamente, los esquemas judicialistas ingleses fueron tenidos en cuenta a la hora de
delimitar las competencias entre el ejecutivo y el judicial respecto del ejercicio de las funciones
administrativa y jurisdiccional. Aunque en este punto más que esquemas teóricos, en los cons-
tituyentes gaditanos pesaron sobre todo las categorías tradicionales y muy particularmente la
vieja dicotomía gubernativo/ contencioso. Vid. sobre este asunto, mi artículo «Rey, Corona y
Monarquía en los orígenes del constitucionalismo español: 1808-1814».
19 Sobre este liberal, vid, mi libro El Conde de Toreno (1786-1843), biografía de un liberal. Madrid,
Marcial Pons, 2005.
20 Sobre la influencia del constitucionalismo inglés en las Cortes de Cádiz y en general sobre la
filiación doctrinal de los diputados liberales y de los otros dos grupos existentes en esas Cortes,
los realistas y los americanos, además de en los dos primeros trabajos recogidos en el presente
libro, me extiendo en La Teoría del Estado en las Cortes de Cádiz. Orígenes del constitucionalismo
hispánico. Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2ª edición, 2011, especial-
mente el primer capítulo, así como en «La Constitución de Cádiz y el liberalismo español del
siglo XIX», recogido en mi citado libro Política y Constitución en España, pp. 45 y ss.
104 Joaquín Varela Suanzes-Carpegna
24 El libro se publicó en diciembre de ese año, algunos meses después, por tanto, de que cul-
minase el debate constituyente y de que se aprobase la Constitución de Cádiz. En el prólogo del
traductor, Juan de la Dehesa intenta equiparar los principios de este código con los de la Cons-
titución inglesa, lo que, desde luego, le pone en bastantes apuros. Con esta traducción, Juan de
la Dehesa pretendía atenuar el influjo que venían teniendo en España los libros franceses, en
muchos de los cuales se proponían, a su entender, «máximas y sistemas quiméricos». Téngase
en cuenta que la obra de Lolme se había distribuido por España en su versión inglesa cuando
menos dos décadas antes. Cfr. Javier Varela, Jovellanos. Madrid, Alianza Universidad, 1989, p.
246.
25 En su libro, ya citado, Viajeros Británicos en la España del siglo XVIII, cap. cuarto.
26 Ibidem p.131.
27 Acerca del tránsito de la teoría constitucional de la balanced constitution a la del Cabinet sys-
tem, me ocupo en mi libro Sistema de gobierno y partidos políticos: de Locke a Park. Madrid, Centro
de Estudios Políticos y Constitucionales, 2002 (traducción italiana en Giuffré, Milán, 2007). En lo
que concierne a la recepción de la nueva teoría constitucional inglesa en Francia, vid. mis dos
trabajos: «El liberalismo francés después de Napoleón: de la anglofobia a la anglofilia», en REP,
nº 76 (1992), pp. 29-43; y «La Monarquía en el pensamiento de Benjamnín Constant (Inglaterra
106 Joaquín Varela Suanzes-Carpegna
Burke había tenido una escasa influencia en España, aunque selecta, por ejemplo
en Jovellanos. La obra que le había hecho más célebre en toda Europa, las Re-
flexions on the French Revolution, apenas tuvo resonancia en nuestro país28. En lo
que atañe a Bentham, ya desde la temprana fecha de 1807 se conocía alguna obra
suya en España, introducida, como otras muchas, por las tropas francesas en su
marcha hacia Portugal. Se trataba concretamente de los Principios de Legislación
Civil y Penal, uno de cuyos ejemplares cayó en manos de Toribio Núñez, a la sa-
zón residente en Salamanca. Sin embargo, la influencia de Bentham en las Cortes
de Cádiz sólo se percibe en Agustín de Argüelles, y aun así de forma tenue. Un
hecho que contrasta vivamente con la enorme resonancia que el publicista inglés
tendría a partir de 182029.
Pese al trato personal con Lord Holland y a las estancias de algunos de ellos en
Inglaterra, los pocos diputados doceañistas que estaban al tanto del constituciona-
lismo inglés lo que conocían de éste era, pues, su versión dieciochesca, ignorando
la nueva concepción del cabinet system. Dicho con otras palabras, los diputados
liberales conocían mucho mejor –como ocurría con Jovellanos, aunque no con
Blanco-White30– la posición del monarca inglés ante el derecho escrito e incluso
ante el common law, que su posición política de acuerdo con las convenciones
constitucionales y las simples prácticas parlamentarias. De este modo, la Monar-
quía inglesa se identificó en las Cortes de Cádiz –de ahí también su rechazo– no
tanto con el predominio de un Gabinete responsable ante los Comunes, cuanto
con el de un Monarca que tenía en sus manos poderes muy considerables.
Este fenómeno se puso de manifiesto en diversas ocasiones a lo largo del de-
bate constituyente, incluso entre los Diputados que mejor conocían el modelo
constitucional inglés. Así, por ejemplo, Argüelles sostuvo la necesidad de que el
veto regio no fuese «pura fórmula», esto es, un acto debido, añadiendo a conti-
nuación: «si fuese como en Inglaterra, donde el Rey tiene el veto absoluto, po-
drían seguirse graves males a la Nación». Con lo cual parecía olvidar que el veto
regio no se ejercía en Inglaterra desde los tiempos de la Reina Ana, a principios
del siglo XVIII31. Pérez de Castro, por su parte, en este mismo debate trajo a
como modelo)», en Revista del Centro de Estudios Constitucionales, nº 10 (1991), pp. 121-138.
28 Así lo observa Rodrigo Fernández Carvajal, Cfr. El Pensamiento político español en el siglo XIX.
Primer período, en Historia General de las Literaturas Hispánicas, t. IV. Barcelona, 1957, p. 347.
29 De la influencia de Bentham en España me ocupo en el Estudio Introductorio a los Principios
Naturales de la Moral, de la Política y de la Legislación, de Francisco Martínez Marina, Junta Gene-
ral del Principado de Asturias, Oviedo, 1993. vol. I, pp. XXVII a XXXV.
30 En el trabajo citado en la nota 12 hago un paralelismo entre el liberalismo de Blanco y de
Jovellanos, subrayando la mayor modernidad del primero.
31 DDAC, t. 9, p. 126. En otra ocasión, este mismo Diputado sostuvo que «... en la Constitución
MODELOS Y TENDENCIAS CONSTITUCIONALES EN LAS CORTES DE CÁDIZ 107
de Inglaterra el veto absoluto del Rey es la salvaguardia de la Constitución contra las innovacio-
nes que pudieran destruirla o desfigurarla... Mas la Comisión (constitucional) no creyó compati-
ble con la índole de nuestra Monarquía introducir en la Constitución un principio tan excesiva-
mente conservador...», Ibídem, t. 11. p. 353.
32 Ibídem, t. 9. p. 122.
33 Este prejuicio era, en realidad, un lugar común en Europa. Kant, por ejemplo, influido sin
duda por Rousseau y en contra de lo dicho por Montesquieu, llega a sostener que la Monarquía
inglesa era una Monarquía absoluta enmascarada, en la que los contrapesos y los poderes inter-
medios no eran suficientemente eficaces para impedir que la Corona, mediante la corrupción,
controlase todos los resortes del Estado. Cfr. George Vlachos, La Pensée Politique de Kant. París,
PUF, 1962, pp. 460-467. Un juicio no más favorable sostendría Hegel treinta años más tarde al
afirmar que en Inglaterra el gobierno estaba en manos de los aristócratas y que el derecho in-
glés, pésimamente organizado, a su juicio, sólo existía para los ricos. Cfr. Lecciones sobre la Filoso-
fía de la Historia. Madrid, Alianza Universidad, 1980, pp. 677-8.
34 Cfr. mi trabajo Rey, Corona y Monarquía..., pp. 149 y ss.
108 Joaquín Varela Suanzes-Carpegna
Hasta ahora se ha tratado de exponer por qué los diputados realistas se identifi-
caron con el modelo constitucional inglés -y aun así no con todas sus partes- y por
qué, en cambio, los liberales, sin anatematizarlo, lo dejaron a un lado a la hora de
organizar el nuevo Estado. Aunque en las páginas que siguen volveremos a analizar
este orillamiento del modelo inglés por parte de los diputados liberales, se tratará
sobre todo a continuación de examinar las causas que llevaron a estos diputados
a defender un modelo constitucional muy semejante, aunque no idéntico, al que
habían articulado veinte años antes los constituyentes franceses de 1791.
La primera de estas causas radica en que desde comienzos de la Edad Moderna
y sobre todo desde el siglo XVIII la Monarquía española había seguido un curso
muy similar al de la monarquía francesa (y desde luego mucho más próximo al
de ésta que al de la monarquía Inglesa). Tras la entronización de los Borbones, a
principios del siglo XVIII, la monarquía hispánica, en efecto, comenzó a poner
en planta los patrones organizativos de la monarquía francesa. Ello supuso, ale-
jarse de los esquemas «federalistas» de los Habsburgos, cuyo abandono el Conde-
Duque de Olivares ya había aconsejado a Felipe IV, sobre todo a partir de la insu-
rrección catalana de 1640, aunque hubo de ser Felipe V quien lo hiciese mediante
los Decretos de Nueva Planta, a través de los cuales consiguió uniformar a España
bajo el derecho de Castilla y suprimir el derecho público de los Reinos de Aragón.
La Administración se fue organizando conforme a los esquemas centralistas de la
Monarquía francesa, introduciéndose, por ejemplo, los Secretarios de Despacho
-réplica burocrática de los antiguos Validos- y los Intendentes. Si las Cortes de
la Corona de Aragón desaparecieron, las de Castilla, convertidas en una especie
de Cortes «nacionales», se reunieron sólo seis veces a lo largo de todo el siglo
(siempre en Madrid): cuatro bajo Felipe V, una con Carlos III y otra con Carlos
IV, sin que en ningún caso ejerciesen la potestad legislativa. Esta potestad residía
enteramente en el Rey, que la ejercía por medio del Consejo Real, a través del cual
el Monarca no sólo legislaba, sino que dirigía también la Administración e impar-
tía Justicia. La autonomía municipal y universitaria se cercenó sobremanera, del
mismo modo que el poder político de la nobleza. La fuerza política y económica
de la Iglesia Católica se debilitó también de forma notable como consecuencia de
la política regalista llevada a cabo por los Monarcas, sobre todo por Carlos III.
Pero a esta similitud en la evolución institucional de las monarquías de España
y Francia, es preciso añadir que desde la segunda mitad del siglo XVIII tuvo lugar
MODELOS Y TENDENCIAS CONSTITUCIONALES EN LAS CORTES DE CÁDIZ 109
37 En estos extremos insiste con mucha lucidez Juan Francisco Pacheco en su estudio De la res-
ponsabilidad administrativa (1840). pp. 100-101. Vid. también las consideraciones que hace Mi-
guel Artola en su libro Los Orígenes de la España Contemporánea. Madrid, Instituto de Estudios
Políticos, 1975, I, pp. 56 y ss.
38 Indole de la Revolución en España en 1808, Biblioteca de Autores Españoles, t. LXXXIV, p. 312.
MODELOS Y TENDENCIAS CONSTITUCIONALES EN LAS CORTES DE CÁDIZ 111
39 Fue precisamente para no dar lugar a las acusaciones de «francesismo» por lo que se rechazó
incluir en la Constitución de Cádiz una declaración de derechos al estilo de la de 1789, aunque el
código gaditano, de una forma dispersa y desordenada, reconocía los derechos individuales que
el liberalismo inglés y francés habían reconocido anteriormente, excepto uno muy importante:
el de la libertad religiosa.
40 DDAC, t. 8, pp. 124-5. hubo muchas manifestaciones de este recelo. «No se puede negar
-afirmaba, por ejemplo, Caneja -que aquellos a quienes ha estado confiado el gobierno de las
naciones, han procurado en todos los tiempos extender su poder, y por más exactitud que se
observe en la división de los poderes, nunca se habrán contenido bastante las pasiones de los
que gobiernan», Ibídem, t. 8, p. 11. «No diré que las Cortes no amen al Rey- argüía, por su parte,
Nicasio Gallego-, pero pocas veces dexarán de estar mal con sus Ministros», Ibídem, t. 9 112-
113.
112 Joaquín Varela Suanzes-Carpegna
41 Como, por ejemplo, el veto meramente suspensivo de las leyes, que fue aceptado por los di-
putados realistas sin discusión alguna. Agustín de Argüelles, en su libro sobre la reforma constitu-
cional gaditana, explicó el comportamiento de los realistas con estas palabras: «respecto de la san-
ción real se proponía que el veto fuese sólo suspensivo, al ver los disgustos y desavenencias que
causó en todas las épocas, sin excepción alguna, el modo evasivo de responder a las peticiones de
los procuradores... El abuso de autoridad en este punto había hecho impresión tan profunda, que
no hubo un solo diputado que lo contradijese, ni aun entre los que sostenían más abiertamente
doctrinas favorables al poder absoluto», La reforma constitucional en Cádiz…, p. 268.
MODELOS Y TENDENCIAS CONSTITUCIONALES EN LAS CORTES DE CÁDIZ 113
42 Cfr. mis trabajos La Teoría del Estado en las Cortes de Cádiz… y sobre todo Rey, Corona y
Monarquía…, passim. En el carácter reformista del realismo insiste M. Menéndez Pelayo en su
Historia de los Heterodoxos Españoles, Biblioteca de Autores Cristianos, II, pp. 695-6. Lo mismo
opinan Hans Juretschke y Luis Sánchez Agesta. Cfr. respectivamente, «Los supuestos históricos e
ideológicos de las Cortes de Cádiz», en Nuestro Tiempo», nº 18 (1955), pp. 18 y ss.; e Historia del
Constitucionalismo Español, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1955, pp. 30 y ss.
114 Joaquín Varela Suanzes-Carpegna
pone de manifiesto tal hecho es la mayor debilidad del liberalismo español, capaz solamente de
desterrar a sus reyes, pero no de matarlos.
46 La opinión de Calvo de Rozas puede verse en la citada Memoria en Defensa de la Junta Cen-
tral, de Jovellanos. Igual criterio sostiene Martínez Marina en su Teoría de las Cortes, como he
puesto de relieve en mi ensayo Tradición y Liberalismo en Martínez Marina (Oviedo, 1983, pp. 69
y ss.) que se ha incluido en mi reciente y citado libro Política y Constitución en España.
116 Joaquín Varela Suanzes-Carpegna
Pero el que los diputados liberales acogiesen las ideas francesas a la hora de
articular una nueva monarquía, no significa -como en parte se ha visto ya- que
adoptasen todas ellas de forma indiscriminada. La principal diferencia entre el
liberalismo francés de 1789 y el español de 1812 estribaba en el carácter mucho
más conservador de este último en todo lo relativo a la religión. Una característica
que había distinguido ya a la Ilustración española de la francesa47. El exordio de
la Constitución de Cádiz invocaba a «Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espí-
ritu Santo» como «autor y Supremo Legislador de la sociedad», y todo su texto
exuda un fuerte matiz religioso y además clerical e intolerante. Baste citar a este
respecto su artículo doce, que decía: «la religión de la Nación española es y será
perpetuamente la Católica, Apostólica, Romana, única verdadera. La Nación la
protege por leyes sabias y justas, y prohibe el ejercicio de cualquier otra». Es preci-
so señalar, no obstante, que este artículo se aprobó con el pesar de los Diputados
liberales más conspicuos, como Muñoz Torrero, Espiga y Argüelles. Así lo recor-
daría este último en un discurso que pronunció en las Cortes Constituyentes de
183748.
Por otro lado, muchas de las ideas de origen francés que hicieron suyas los
liberales españoles se defendieron de una forma muy distinta a como se había
hecho en la Asamblea de 1789. En los discursos de los más destacados liberales
doceañistas abundaban, desde luego, las referencias a los «derechos naturales e
inalienables», a la «voluntad general», a la «razón» y a la «igualdad natural», sin
que faltasen tampoco las alusiones al «estado de naturaleza» y al «pacto social».
Ahora bien, los liberales españoles, a diferencia de los franceses, no apelaron sólo
a la razón para justificar sus reformas, sino que pretendieron exhumar de la Edad
Media una supuesta tradición nacional de carácter liberal –la de la monarquía
«gótica» o limitada, que había sucumbido por el despotismo de Austrias y Borbo-
nes– interpretándola de forma extrapolativa desde los esquemas revolucionarios
aprendidos de la literatura política francesa y muy particularmente de la Consti-
tución de 1791 (la única Constitución –no se olvide– que hasta aquel entonces
había querido aunar la revolución con la monarquía).
Se seguía, así, aunque con un alcance diferente, el camino que escogería Fran-
cisco Martínez Marina al redactar su Teoría de las Cortes, un autor en el que las
referencias a la tradición nacional servían para justificar una monarquía mucho
más próxima a la que habían vertebrado los franceses en 1789 que los ingleses en
1688, y que estaba por eso más lejos del modelo medieval que supuestamente se
trataba de exhumar que el que reivindicaban Jovellanos y los diputados jovella-
nistas de las Cortes49.
Debido al influjo del historicismo nacionalista, las ideas que los liberales de-
fendieron en las Cortes de Cádiz y las que en gran parte se plasmaron en la
Constitución de 1812, aunque eran muy similares a las que los liberales franceses
habían defendido en la asamblea de 1789, se recubrieron con un ropaje muy
distinto. Para los liberales españoles, la Constitución de Cádiz no hacía más que
restaurar, con ligeras modificaciones o «providencias», las leyes fundamentales de
la Edad Media, y la monarquía que este código ponía en planta no era más que la
antigua monarquía «gótica» remozada y actualizada. A esta idea capital se refería
el «discurso preliminar» a la Constitución gaditana, que es un documento básico
para conocer la teoría constitucional del primer liberalismo español y un texto
de gran relieve en la historia del constitucionalismo europeo: «...Nada ofrece la
Comisión en su Proyecto -se decía allí- que no se halle del modo más auténtico
y solemne en los diferentes cuerpos de la legislación española... La ignorancia, el
error y la malicia alzarán el grito contra este proyecto, lo calificarán de novador
o peligroso, de contrario a los intereses de la Nación y derechos del Rey. Más sus
esfuerzos serán inútiles y sus impostores argumentos se desvanecerán como el
humo, demostrando hasta la evidencia que las bases de este proyecto han sido
para nuestros mayores verdaderas prácticas, axiomas reconocidos y santificados
por las costumbres de muchos siglos». Este discurso lo redactó Argüelles, mien-
tras que el articulado de la Constitución corrió a cargo de Diego Muñoz Torrero,
quien fue también el redactor del decreto de 24 de Septiembre de 1810. Además
de estos dos Diputados, los representantes del campo liberal en la comisión cons-
titucional eran Antonio Oliveros, José Espiga y Evaristo Pérez de Castro.
En virtud de la particular situación histórica en la que se hallaban, los liberales
españoles necesitaban defender unas premisas doctrinales foráneas, en su mayoría
50 Cfr. C. Arauz de Robles, Cádiz entre la revolución y el Deseado (Apuntes sobre el Derecho Público
y Privado de la Revolución). Madrid, Instituto editorial Reus, 1963, p. 50. Otros autores coinciden
con esta opinión al considerar que la apelación a la historia nacional era un «recurso táctico»,
fruto de la debilidad del liberalismo y de la circunstancia histórica de España, cfr .R. Carr, España
(1808-1936). Barcelona, Ariel, 1968, pp. 105 y ss; E. Tierno Galván, Tradición y Modernismo. Madrid,
Tecnos, 1962, pp. 146 y ss.; J. L. Comellas, «Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812», en REP,
nº 126 (1962), pp. 83 y ss; y M. Fernández Almagro, Los Orígenes del Régimen constitucional español.
MODELOS Y TENDENCIAS CONSTITUCIONALES EN LAS CORTES DE CÁDIZ 119
4 . Conclusión
53 Teoría de las Cortes, en Obras escogidas de F. Martínez Marina, Biblioteca de Autores Españo-
les, Madrid, 1966. II, p. 57.
MODELOS Y TENDENCIAS CONSTITUCIONALES EN LAS CORTES DE CÁDIZ 121
A ello hay que añadir, en tercer término, el radicalismo populista que provoca
la invasión francesa, muy favorable a hacer de las Cortes, y no del Rey, por otra
parte ausente, el centro del nuevo Estado, como en Francia había ocurrido antes
con la asamblea nacional.
Pese a todo, como se ha visto, eran innegables las diferencias entre el liberalis-
mo francés de 1791 y el español de 1812, como innegables resultaban también
las diferencias entre los códigos constitucionales elaborados en esas fechas a uno
y otro lado de los Pirineos.
La teoría de la monarquía compuesta en las crisis
coloniales británica e hispana de 1775 y de 1808
Pablo Escolano Molin
Universidad Complutense
1 Elliot, John, «A Europe of composite monarchies», en Past&Present, nº 137 (1992), pp. 48-49
2 Guerra, François Xavier, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispáni-
cas. México, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 64.
124 Pablo Escolano Molin
3 Bailyn, Bernard, The Ideological Origins of the American Revolution. Cambridge, Massachus-
sets, The Belknapp Press of Harvard University Press, 1986, pp. 198-199.
4 Ibídem, p.178.
5 Ibídem, p.93
6 Monod, Paul, «Estado, nación y monarquía en el siglo XVIII: visión comparativa», en Andrés-
Gallego, José; Russel, Conrad, Las monarquías del Antiguo Régimen ¿monarquías compuestas? Ma-
drid, Editorial Complutense, 1996, p. 19.
LA TEORÍA DE LA MONARQUÍA COMPUESTA EN LAS CRISIS COLONIALES BRITÁNICA E HISPANA DE 1775 Y DE 1808 125
perial. La realidad compleja del Imperio Británico estaba siendo discutida desde
la promulgación de la paz de París de 1763 desde la administración central, con
posterioridad a la Guerra de los Siete Años, como consecuencia de la necesidad
de reorganizar los nuevos territorios que el Gobierno de Su Majestad Británica
había adquirido en América.
También se ha valorado la importancia del factor administrativo como ele-
mento de necesidad de reforzamiento del Estado, de acuerdo con los principios
de racionalización consecuentes con el proyecto científico de la Ilustración. Como
ha explicado Elliott, la reforma colonial emprendida por el gobierno británico
estuvo imbuida de semejante criterio, igual que en las Monarquías «absolutas»
europeas: «Ni siquiera los ministros ingleses fueron inmunes a las nuevas brisas
que soplaban desde el continente. Halifax, después de la Gloriosa Revolución,
dio muestra de este nuevo racionalismo en su intento de concebir un programa
de reformas coloniales que permitiera a Londres crear un imperio eficaz con rela-
ción a su coste»7.
En adelante adquirió fuerza una creciente mentalidad en la clase política bri-
tánica acerca de la posibilidad de centralizar, aunque solo fuese gradualmente, la
autoridad del Parlamento en las colonias, que a juicio de la mayoría parlamenta-
ria habían sido dejadas a su propia inercia, de modo que sería necesario plantear
una reforma en sentido autoritario, como afirmó Lord Chesterfield en 1766: «Si
no tenemos un secretario de Estado con plenos e indiscutibles poderes en Améri-
ca, puede que en unos pocos años tampoco tengamos América»8.
Esta nueva política inglesa se manifestaría claramente en la agresión legal que
supusieron tres leyes parlamentarias: las Actas de Lord Grenville de 1764, las Ac-
tas de Townshend de 1767 y las «Leyes Coactivas» de 1774. Todas estas medidas
tenían el objeto de conseguir que los americanos contribuyesen con sus impues-
tos a los gastos de sostenimiento de todo el Imperio, pese a que ello implicase no
respetar a las instituciones establecidas de los coloniales. La consecuencia de esta
legislación fue la crisis colonial de las Trece Colonias, que daría paso a la reunión
del Primer Congreso Continental en 1775.
Cada una de las Trece Colonias mantenía un corpus jurídico particular o carta
constitucional que permitía la relación entre la Corona y cada una de las colonias,
tal y como reflejaban cada uno de sus estatutos coloniales, donde además se garanti-
zaba la libertad de conciencia de modo más desarrollado que en la metrópoli, más o
menos universal gracias al Gran Despertar de principios del siglo XVIII. Principal-
7 Elliott, John Huxtable, Imperios del mundo atlántico. España y Gran Bretaña en América (1492-
1830). Madrid, Taurus, 2006, p. 445.
8 Ibídem, p. 451.
126 Pablo Escolano Molin
9 Watson, J. Steven, The Reign of George III 1760-1815. Oxford, The Clarendon Press, 1976, p.
184.
LA TEORÍA DE LA MONARQUÍA COMPUESTA EN LAS CRISIS COLONIALES BRITÁNICA E HISPANA DE 1775 Y DE 1808 127
10 «Discurso sobre la conciliación», en Burke, Edmund, Textos políticos. México, Fondo de Cultura
Económica, 1984, pp. 315-351.
128 Pablo Escolano Molin
11 Acton, Lord, Ensayos sobre el poder y la libertad. Madrid, Unión Editorial, 1999, p. 254.
12 Andrés-Gallego, José, Quince revoluciones y algunas cosas más. Madrid, Mapfre, 1992, pp. 228-230.
13 Ibídem, p. 230
14 Stoetzer, O. C., El pensamiento político en la América Española durante el período de la emanci-
LA TEORÍA DE LA MONARQUÍA COMPUESTA EN LAS CRISIS COLONIALES BRITÁNICA E HISPANA DE 1775 Y DE 1808 129
18 Moreno Alonso, Manuel, Divina libertad. La aventura liberal de José María Blanco White, 1808-
1824. Sevilla, Alfar, 2004, p. 44.
19 Garnica Silva, A., «Introducción», en Obra completa de José María Blanco White. I. Periódicos
políticos. El Español, vol.2. Granada, Almed, 2007.
LA TEORÍA DE LA MONARQUÍA COMPUESTA EN LAS CRISIS COLONIALES BRITÁNICA E HISPANA DE 1775 Y DE 1808 131
20 Pons, André, Blanco White y España, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios siglo XVIII, 2001, p. 343.
21 Blanco White, José María, El Español, nº 38, Hemeroteca Digital, Biblioteca Nacional de España.
Londres, junio de 1813, pp. 432-433 (en adelante El Español) .
22 El Español, nº 2. Sevilla, 30 de mayo de 1810, p.98.
132 Pablo Escolano Molin
3 . Conclusiones
Como buen doctrinario whig, Edmund Burke interpretó que la soberanía del
Parlamento inglés sobre las colonias era legal. Había apoyado en la Cámara de los
Comunes el Acta Declarativa de 1766 emitida por el gobierno de su protector, el
marqués de Rockingham, el cual si bien había abolido la gravosa Acta de Grenvi-
lle de 1764 como un exceso arbitrario de poder, y había declarado que la prerro-
gativa legislativa del parlamento era teóricamente extensible a todos los súbditos
del imperio británico. Pero el concepto de soberanía de los Whigs de Burke,
Rockingham y Fox, así como de otros sectores del Parlamento, como los tories de
Bolingbroke, se fundamentaba en un equilibrio entre la soberanía o «gubernacu-
1 Hernández de Alba, Guillermo (comp.), Archivo epistolar del sabio naturalista: Don José Celestino
Mutis. Bogotá, Editorial Kelly, 1968, t. I, pp. 55
136 Carlos Arnulfo Rojas Salazar
1 . La influencia hispánica
2 Fernández Saen, Amable, «La Ilustración española. Entre el reformismo y la utopía», en Anales
del Seminario de Historia y Filosofía, nº 10 (1993), p. 59.
3 Jaramillo Uribe, Jaime, El Pensamiento Colombiano en el siglo XIX. Bogotá, Alfaomega Colombiana,
UNA CORRIENTE DE PENSAMIENTO: ¿LIBERALISMO NEOGRANADINO? 137
2001. p. 7.
4 Fernández Saen, Amable, op.cit.., p. 60.
5 Díez del Corral, Luis, El liberalismo doctrinario. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1973.
p.466.
6 Cristina, María Tereza, «La Literatura en la Conquista y en la Colonia», en Jaramillo Uribe Jaime
(dir), Manual de Historia de Colombia. Bogota, Ministerio de Cultura, Tercer Mundo Editores, 1999,
t. I, p. 568.
138 Carlos Arnulfo Rojas Salazar
de mayor productividad, y por otro, un cálculo político, pues el apoyo del virrey-
arzobispo a la reforma educativa sugiere su interés por renovar, dentro del aparato
burocrático virreinal, a todos los criollos que de alguna manera habían participa-
do en los levantamientos de los comuneros.
La contribución del arzobispo-virrey al avance de la Ilustración en el virrei-
nato consistió principalmente en dos puntos; por un lado, en la resurrección de
los planes de reforma educativa propuestos inicialmente por Mutis y Moreno y
Escandón durante la década de 1760-1770;9 y por otro, en su apoyo a la investi-
gación de la historia natural. En 1783, el arzobispo convirtió a Mutis en el primer
director de la Real Expedición Botánica, la cual se encargó de recoger, clasificar y
pintar la fauna y la flora del virreinato. Cabe decir, que a pesar de la fuerte con-
tribución en materia científica de la expedición, logros a los que se suma en no
pequeños halagos el mismo barón Humboldt, lo verdaderamente sobresaliente
de ella residió en sus ulteriores consecuencias políticas y culturales, y de la misma
manera que los intentos de reforma de la educación superior, las actividades de la
expedición condujeron a la introducción de nuevos elementos en el pensamiento
criollo y al fomento de actitudes que, aunque restringidas a un pequeño grupo
de la élite, minaron más la autoridad que el levantamiento comunero de 1781.
Pues, al contrario que los líderes comuneros que se habían rebelado en la defensa
del orden tradicional, invocado el nombre del Rey para legitimar su ataque a la
administración local con su lema «viva el rey y abajo el mal gobierno», la última
generación de criollos abrazó las ideas de la filosofía y de las ciencias de la ilustra-
ción como símbolo de progreso; encontrando en las revoluciones de los Estados
Unidos y de Francia ejemplos reales, que los llevaron a contemplar un nuevo
orden político10. La primera generación de ilustrados criollos había puesto su
esperanza en el poder despótico del monarca para la realización de las reformas.
Para ellos, la reforma política vendría después de la reforma social, mientras que
la generación que les siguió, educada durante la época revolucionaria, invirtió el
orden de la ecuación: primero debía darse la reforma política y, subsiguientemen-
te, la reforma social. Fueron los miembros de esta generación los que llevaron a
cabo la revolución liberal tanto España como en América11.
17 Breña, Roberto, El primer liberalismo español y los procesos de emancipación de América. 1808-
1824. México D. F., El Colegio de México, Centro de Estudios Internacionales, 2006. p.83.
18 Ibídem. p.182.
19 Guerra, François-Xavier, op.cit.. p.13.
UNA CORRIENTE DE PENSAMIENTO: ¿LIBERALISMO NEOGRANADINO? 143
Pero ¿Por qué podemos calificar al Memorial de Agravios dentro del pensa-
miento político liberal? Si bien es cierto que el memorial empieza dando cuenta
del reconocimiento que hace el Cabildo de Santafé a la Suprema Junta Guber-
nativa del Reino, como la máxima autoridad peninsular, dado el cautiverio en el
que se mantuvo a Fernando VII en Francia, y deja entrever su preocupación por
el restablecimiento de la monarquía hispánica y la restitución del Rey, actitudes
que podría llevar a que pensáramos que el texto defiende el continuismo de las
instituciones del Antiguo Régimen, las ideas que discurren a lo largo de él, y por
el contrario, dan clara muestra de un pensamiento político liberal. Los principios
revolucionarios de libertad, igualdad y fraternidad son evocados constantemente
como apoyo a la defensa de los derechos de los americanos. Sobre todo el de la
igualdad, el más desarrollado y recurrente en el texto.
Torres evocaba en el memorial la necesidad de reformar las políticas de gobier-
no, tal como la evocó el espíritu ilustrado de la segunda mitad del siglo XVIII,
pero al contrario de éste, para él la reforma no debía provenir de arriba: desde el
rey, las secretarías ministeriales y los funcionarios reales, sino más bien desde la
propia América, que como pieza constitutiva de la monarquía debía tener parte
en la formulación de nuevas leyes, de naturaleza equitativa, transformando los
abusos al que habían estado sometidos los americanos y, a la vez, buscando conso-
lidar vínculos fraternales entre los habitantes de ambos hemisferios. Se trataba de
una verdadera reforma de gobierno, en el que prevalecía el principio de igualdad
entre España y América. El establecimiento tanto de la Junta Central como de las
Cortes Generales debía ser equitativo. Pues, de lo contrario, se correría el riesgo
de una separación. De esta manera, la conformación de un cuerpo nacional esta-
ba supeditada a la igualdad entre el número de representantes que le correspon-
dían tanto a España como a América.
Torres fundamentó el derecho de la igualdad de América sobre la idea de que
cada unidad administrativa de la Corona tenía jurídicamente la «calidad de pro-
vincia», sin importar ni su extensión, ni su riqueza, ni el número de sus habitan-
tes. Todas las provincias eran independientes unas de otras, y por lo tanto con los
mismos derechos de representación ante un cuerpo nacional. Dado que América
y España eran partes integrantes y constituyentes de la Monarquía, tal como lo
expresó el decreto de la Suprema Junta el 22 el enero de 1809, ésta tenía el mismo
derecho que aquella en materia de representación, sin la menor diferencia entre el
número de representantes de una y de otra. Sin embargo, la Junta había asignado
a América nueve diputados, uno por cada virreinato y capitanía general, mientras
que a España le correspondían treintiseis, dos por cada una de sus provincias, sin
importar que éstas fuesen continentales o insulares.
UNA CORRIENTE DE PENSAMIENTO: ¿LIBERALISMO NEOGRANADINO? 145
las luces. La imprenta, vehículo por el cual se trasmitían las ideas y los descubri-
mientos, había sido severamente prohibida; los estudios de filosofía se reducían
a simples reflexiones metafísicas, en las que sólo hubo cabida para los autores
escolásticos, despreciando a quienes introdujeron las nuevas y poderosas ideas
liberales, a tal punto que se había suprimido de la universidad la nueva cátedra de
derecho natural y de gentes, pues se consideró que era demasiado peligrosa para
los estudiantes. Para Torres, esta política debía ser de nuevo modificada, pues la
grandeza tanto de España como del virreinato neogranadino sólo era posible si se
incorporaban a la educación pública los avances científicos, literarios y políticos
que el mundo diariamente producía.
La primera constitución española, 19 de marzo de
1812 y la primera constitución de la historia, Estados
Unidos 17 de septiembre de 1787: estudio
comparado de algunos aspectos estadísticos
Gabriel Ruiz-Garzón y Luz M.ª Zapatero-Magadaleno
Universidad de Cádiz / I.E.S. Fernando Savater
1 . Preliminares
Otras fórmulas serían propuestas por John Quincy Adams, sexto Presidente
de los Estados Unidos, o el Secretario de Estado estadounidense Daniel Webster,
que también serán estudiadas.
El apartado 3 lo dedicaremos al estudio del articulado del capítulo primero del tí-
tulo tercero de la Constitución española de 19 de marzo de 1812, dedicado al modo
en que deben formarse las Cortes. La solución propuesta por los constituyentes es-
pañoles está alejada de las de los estadistas norteamericanos. En la Pepa se establece
un sistema en el que se fija el número absoluto de votos establecido a priori, como
valor de un escaño, pero con algunas correcciones que también se explicitarán.
Cerraremos con unas conclusiones a este acercamiento estadístico-matemáti-
co e histórico sobre el articulado de ambas constituciones y con una bibliografía
básica sobre el tema.
2 . 1 Antecedentes históricos
Método de Hamilton
Estados A B C D Total
Población 41 29 22 8 100
Cuota 2.87 2.03 1.54 0.56
Escaños por cuota inferior 2 2 1 0 5
Escaños por parte decimal 1 1
Escaños totales 3 2 1 1 7
Método deJefferson
Estados A B C D Total
Población 41 29 22 8 100
Divisor d=11 3.72 2.63 2.00 0.72
Escaños por cocientes enteros 3 2 2 0 7
Escaños totales 3 2 2 0 7
Luego vemos que con este método no se tiene en cuenta el resto de la cuota. Si
se eligiera en primer lugar el tamaño de la cámara, se tendría que ajustar el divisor
d hacia arriba o hacia abajo hasta obtener el número correcto de miembros.
154 Gabriel Ruiz-Garzón y Luz M.ª Zapatero-Magadaleno
Cuando el número total de escaños de la cámara ya está fijado, para saber cuán-
tos escaños corresponden a cada estado en particular, se procede por tomar como
y ese divisor es uno, es decir, , así que el estado recibe el primer represen-
tante y los cocientes de las poblaciones de los demás estados son menores que 1.
Para repartir los demás escaños vamos disminuyendo el divisor. El estado 1 re-
cibirá el segundo escaño cuando , es decir, mientras que los demás estados
Método de Jefferson-D’Hondt
Estados A B C D Total
Población 41 29 22 8 100
Divisor d=1 41 29 22 8
Divisor d=2 20 14 11 4
Divisor d=3 13 9 7 2
Divisor d=4 10 7 5 2
Divisor d=5 8 5 4 1
Divisor d=6 6 4 3 1
Divisor d=7 5 4 3 1
Escaños totales 3 2 2 7
A veces ocurre que con la ley de Jefferson-D’Hondt hay estados que obtienen
más escaños que su cota superior, lo cual no parece muy equitativo. Se dice en-
tonces que este método no satisface la condición de la cuota.
Esto ocurrió después del censo de 1830. El método de Jefferson asignó a Nue-
va York 40 escaños aunque su cuota sólo era de 38.593. Este método se utilizó
durante los primeros 6 censos y se sustituyó en 1842. En 1850 el método de
LA PRIMERA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA 155
2 . 5 Otras fórmulas
3 . 1 . Antecedentes históricos
A comienzos del siglo XIX en España, debido a la invasión del ejército francés
y ante los rumores del secuestro por parte de Napoleón de la familia real espa-
ñola, se produce el levantamiento del pueblo de Madrid (2 de mayo de 1808).
156 Gabriel Ruiz-Garzón y Luz M.ª Zapatero-Magadaleno
Capítulo 1º. Del modo de formarse las Cortes. Artículo 30. Para el cómputo
de la población de los dominios Europeos servirá el último censo del año de mil
setecientos noventa y siete hasta que pueda hacerse otro nuevo; y se formará el co-
rrespondiente para el cómputo de los territorios de ultramar; sirviendo entretanto
los censos más auténticos entre los últimamente formados. Artículo 31. Por cada
setenta mil almas de la población compuesta como queda dicho en el artículo 29,
habrá un diputado de Cortes.
Luego se elegirá un diputado por cada 70.000 habitantes (art. 31) y con arre-
glo al censo de población del año 1797 (art. 30). Se eleva, por tanto, de 50.000
a 70.000 la base de representación de un diputado de la Instrucción electoral de
1810. En la Instrucción de 1 de Enero de 1810 se fijaba también que el número
concreto de Diputados que elegirá cada provincia será proporcional al número de
sus habitantes. A una población total de 10.534.985 habitantes le corresponderá
elegir 276 diputados, de los que 208 serán titulares y 68 suplentes. Se establece
por primera vez «frente al privilegio histórico, el derecho universal de la represen-
tación proporcional de la población», que permitía a la burguesía desplazar a los
estamentos privilegiados (nobleza y clero) del gobierno de la nación. Se efectúa
por tanto el tránsito de representación estamental del Antiguo Régimen a la nue-
va proporcional de la burguesía.
Hasta ese artículo 31 podría entenderse que los constituyentes no optan ni por
el método de Hamilton ni por el de Jefferson sino por el de llamado de cuota fija,
es decir, por aquel que fija un número absoluto de habitantes establecido a priori
como valor de un escaño. Las cuotas fijas pueden tener ciertas ventajas como in-
centivar la participación electoral y producir una distribución uniforme de escaños
entre los estados independientemente de los números, magnitudes y asignaciones
de escaños en distritos. Sin embargo, no pueden establecer un número de escaños
conocido de antemano en ningún distrito ni en el total de la asamblea.
Con los datos de este ejemplo y estableciendo una cuota fija de 15 habitantes
por escaño, el total de escaños sería:
Pero los arts. 32 y 33 modifican o atemperan esa cuota fija: «Artículo 32. Dis-
tribuida la población por las diferentes provincias, si resultase en alguna el exceso
de más de treinta y cinco mil almas, se elegirá un Diputado más, como si el nú-
LA PRIMERA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA 159
4 . Conclusiones
5 . Bibliografía
1 Una síntesis sobre la historiografía de la cuestión en Pedro Tedde de Lorca, «Revolución li-
beral y crecimiento económico en la España del siglo XIX», en Antiguo Régimen y Liberalismo.
Homenaje a Miguel Artola, vol. 1, Visiones generales. Madrid, Alianza Editorial, 1994, pp. 31-49. El
autor destaca principalmente al historiador Josep Fontana dentro de los que han defendido una
lectura catastrófica de la pérdida del imperio (La quiebra de la monarquía absoluta, 1814-1820,
Barcelona, Ariel, 1971) y a Leandro Prados de Escosura, dentro de los que han relativizado el
impacto de esta pérdida (De imperio a nación. Crecimiento y atraso económico en España (1780-
1930), Madrid, Alianza, 1988).
2 La importancia de los imperios coloniales en el proceso de crecimiento europeo está, de ma-
nera global, negada en la historiografía actual (Peter C. Emmer, Olivier Pétré-Grenouilleau et Jessica
V. Roitman (dir.), A Deus ex Machina Revisited. Atlantic Colonial Trade and European Economic Develo-
pment. Leiden-Boston, Brill, 2006). Sin embargo, algunos autores siguen defendiendo otra posi-
ción, afirmando que el papel de los imperios no fue nulo en este proceso y que pudo cumplir, por
ejemplo, un papel decisivo en ciertos contextos precisos (Patrick Verley, L’échelle du monde. Essai sur
l’industrialisation de l’Occident. Paris, Gallimard, 1997, Bouda Etemad, De l’utilité des empires. Coloni-
164 Arnaud Bartolomei
las fuentes que permiten tal valoración existen: se puede pensar antes que nada en
los diarios mercantiles locales –el Vigía de Cádiz o el Diario Mercantil de Cádiz–,
muy bien conservados en los fondos gaditanos pero que, hasta ahora, solo han
dado lugar a unas explotaciones muy parciales y muy recientes (como las que
hicieron Feliciano Gámez Duarte y Mario Trujillo Bolio en sus tesis o las que
propusimos en la nuestra6). De hecho la inmensidad del trabajo que requiere una
explotación cuantitativa de estas fuentes supera con mucho la capacidad de un
investigador aislado7.
Sin embargo, existen también otras fuentes más accesibles, como la corres-
pondencia del cónsul de Francia que ya utilizó Claudio Sánchez Albornoz en su
famoso artículo dedicado al comercio de Cádiz en los años cincuenta y sesen-
ta del siglo XIX8. Esta correspondencia contiene numerosas estadísticas de gran
valor, que informan de manera muy precisa, aunque desigualmente según las
épocas, sobre el comercio marítimo de Cádiz. Siguiendo su ejemplo, hemos con-
sultado los registros de la primera mitad del siglo XIX para obtener datos sobre la
coyuntura comercial contemporánea de los últimos años de la Carrera de Indias y
de las décadas que siguieron su colapso9. Los resultados que obtuvimos son muy
encrucijada económica», en Clara Eugenia Lida (dir.), La revolución de 1868: historia, pensamien-
to, literatura. New York, Las Américas Publishing Company, 1970, pp. 80-106.); el libro de Juan
Torrejón Chaves, dedicado al período 1829-1832 del puerto franco (El puerto franco de Cádiz
(1829-1832). Cádiz, Universidad de Cádiz, 2002); y, por fin, el artículo de Emiliano Fernández de
Pinedo que propone una síntesis muy útil de los datos recolectados en las estadísticas naciona-
les publicadas en el siglo XIX por Moreau de Jonnes, Canga Argüelles y Madoz («La recuperación
del comercio español con América a mediados del siglo XIX», en Antiguo Régimen y Liberalismo.
Homenaje a Miguel Artola. Madrid, Alianza Editorial, 1994, p. 51-66).
6 Feliciano Gámez Duarte, El desafío insurgente. Un análisis del corso hispanoamericano desde una
perspectiva peninsular (1812-1828), tesis de doctorado, Universidad de Cádiz, 2004; Mario Truji-
llo Bolio, El péndulo marítimo-mercantil en el Atlántico novohispano (1798-1825). Comercio libre,
circuitos de intercambio, exportación e importación. México, CIESAS-Universidad de Cádiz, 2009;
Arnaud Bartolomei, La Bourse et la vie. Destin collectif et trajectoires individuelles des marchands
français de Cadix, de l’instauration du comercio libre à la disparition de l’empire espagnol (1778-
1824), tesis de doctorado, Université de Provence, 2007.
7 Gracias al apoyo del programa de investigaciones NAVIGOCORPUS que coordina Silvia Mar-
zagalli (Université de Nice-Sophia Antipolis), hemos podido obtener la financiación para explo-
tar la totalidad de los ejemplares de un año del Vigía –el año 1789. Los resultados, que comenta-
remos más adelante, han confirmado tanto el interés de tal trabajo como su dificultad (Arnaud
Bartolomei, «Cadix et la Méditerranée à la fin du XVIIIe siècle», en Revue d’Histoire Maritime, n°14
(2011), pp. 173-209)
8 Claudio Sánchez Albornos, op.cit.
9 Hemos consultado la correspondencia entre el cónsul de Francia en Cádiz y el ministro de
Asuntos exteriores de los años 1811-1827, 1830-1838 y 1844-1849 (Archives du Ministères des
Affaires étrangères, correspondance consulaire et commerciale, Cadix –en adelante AMAE, CCC,
Cadix– registres 99, 100, 101, 102, 103, 104, 105 y 107).
166 Arnaud Bartolomei
La crisis del comercio colonial de Cádiz ha sido estudiada por Antonio Gar-
cía-Baquero González en su primer libro, Comercio colonial y guerras revolucio-
narias que, publicado en 1972, sigue siendo una referencia imprescindible sobre
el tema10. En este libro, García-Baquero nos proporciona unos riquísimos datos
estadísticos que permiten reconstituir la evolución del tráfico colonial del puerto
entre 1797 y 1821. Demuestra, entre otras cosas, que el año pertinente para
fechar el principio de la decadencia comercial de Cádiz es 1797, marcado por el
establecimiento del bloqueo británico y la autorización del comercio de los países
neutrales, y no 1778 y el de las famosas reformas del comercio libre. De hecho se
demostró bastante después de la aparición del libro que las reformas del comercio
libre no habían perjudicado al comercio de Cádiz sino que, al contrario, habían
inaugurado un período de prosperidad totalmente inédito en la historia del puer-
to –aunque ya no son aceptados por los historiadores las cifras adelantadas en un
primer tiempo que hacían hincapié en un crecimiento ¡de 1000 %!11. También,
García-Baquero mostró que la crisis de los años 1780 no fue una realidad sino
un tópico literario que nació, primero, del traumatismo provocado por el crack
comercial de 1786 –real, pero de muy corta duración– y, también, de las dificul-
tades que experimentaron los negociantes de Cádiz para adaptarse a un contexto
comercial que se volvió más competitivo durante este período12.
En cambio, la elección de la fecha de 1797 es legitimada por unos datos
cuantitativos muy sólidos, que demuestran que, después de esta fecha, y con la
13 No concuerdan nunca exactamente las cifras de estos dos historiadores con las de García-
Baquero, pero confirman la tendencia descrita mucho más que la invalidan (John Fisher, El comer-
cio entre España y Hispanoamérica (1797-1820). Madrid, Banco de España, 1992; Michel Morineau,
Incroyables gazettes et fabuleux métaux. Les retours des trésors américains d’après les gazettes ho-
llandaises (XVIe-XVIIIe). Cambridge, Cambridge University Press, 1984).
168 Arnaud Bartolomei
partir de 1823 pero no fue totalmente aniquilado por la pérdida del Imperio pues
se estabilizó después de esta fecha a un nivel cercano de los 40 millones.
Si nos fijamos ahora en los datos relativos a las importaciones, vemos en cambio
que modifican de manera mucho más radical nuestra percepción de la coyuntura
del comercio colonial de Cádiz. Para los metales, el cónsul nos proporciona cifras
que son mucho más altas que las de García-Baquero y que nos llevan a fechar, sin
ninguna duda posible, el colapso de la Carrera de Indias en el año 1823:
Del mismo modo, para las importaciones de productos coloniales (grana, añil,
azúcar, cacao y cueros) –para las que la comparación con los datos de García-
Baquero ya no es posible, pues este último proporciona cifras en volúmenes y no
en valores– la tendencia es similar.
Año
1817 200
1818 70
1819 -
1820 144
1821 (3 trimestres) 88
1822 (3 trimestres) 74
1823 (2 trimestres) 23
1824 40
1825 54
Fuente: AMAE, CCC, Cadix, registres 99-103.
Estos últimos datos nos permiten constatar que los años 1817-1822, si no
fueron nada de excepcional, fueron buenos años para el comercio de Cádiz, con
resultados que oscilaron entre 100 y 200 millones, lo que nos sitúa, otra vez, justo
debajo de la mitad de los resultados, esta vez sí excepcionales, de los años 1784-
178614. Y vemos como para los metales y las exportaciones la caída interviene de
manera muy brutal en 1823 y que los resultados se estancan después a un nivel
muy bajo.
Si confrontamos ahora estos tres datos (exportaciones, importaciones de me-
tales, importaciones de productos coloniales) y si los calculamos sobre una base
anual, obtenemos los resultados siguientes:
14 Hemos utilizado como punto de comparación para estos tres años los datos encontrados en
tres ejemplares del Vigía, conservados en los archivos nacionales de Paris (Archives Nationales
de Paris, série AE BIII, registre 353).
170 Arnaud Bartolomei
Tabla 4: Resultado global del comercio colonial de Cádiz en valor anual (en millones de reales
de vellón)*
Año
1817 415
1818 197
1819 -
1820 372
1821 307
1822 336
1823 78
1824 88
1825 95
Fuente: AMAE, CCC, Cadix, registres 99-103.
* Para los años para los que faltaban trimestres, hemos calculado la media trimestral a partir de
los datos disponibles y la hemos multiplicado por cuatro.
16 Al principio de los años 1820, entre veinte y cuarenta navíos salían todavía de Hamburgo
con telas de Silesia destinadas a los mercados americanos (Horst Pietschman, «La marginación de
Andalucía en el comercio transatlántico de las ciudades hanseáticas en el primer tercio del siglo
XIX. Un aporte historiográfico», en Bibiano Torres Ramírez y José Hernández Palomo, Andalucía y
172 Arnaud Bartolomei
América en el siglo XIX. Actas de las V Jornadas de Andalucía y América. Sevilla, Escuela de estudios
hispano-americanos, 1986, p. 265). También, navíos cargados de «bretañas» siguen saliendo de
Morlaix, San Maló o Nantes hasta 1824 (AMAE, CCC, Cadix, reg. 99 à 103).
17 AMAE, CCC, Cadix, reg. 99, carta de 5 de noviembre de 1816.
INDEPENDENCIAS AMERICANAS Y COMERCIO DE CÁDIZ 173
cumplía Cádiz entre los mercados europeos y americanos. De este modo, mien-
tras se quedaron en Cádiz, la ciudad se mantuvo integrada en los circuitos in-
ternacionales del sistema atlántico, y fue finalmente su salida de la plaza la que
provocó su caída al principio de los años 1820.
De hecho, es al principio de los años 1820 que estos comerciantes, tanto
nacionales como extranjeros, dejaron masivamente Cádiz y no en 1797 –con el
bloqueo– o en 1805 –después de Trafalgar– como se ha afirmado anteriormente.
La correspondencia del cónsul francés atestigua este movimiento de salida de los
negociantes que tuvo lugar en este momento. Por primera vez, constata en 1821
que «plusieurs de ces négociants [français] pensent à faire passer leur fortune en
France et à s’y fixer, si d’ici quelque temps le gouvernement espagnol ne prend
pas des mesures qui inspirent la confiance»18. Confirma su opinión poco después,
afirmando en 1822 que «tous les capitalistes se retirent soit en France, soit en
Angleterre, soit dans l’intérieur de la péninsule»19 antes de subrayar de nuevo
algún tiempo después que «les négociants portent leurs capitaux les uns en An-
gleterre, les autres en France, d’autres se retirent dans l’intérieur de l’Espagne, le
Port-Sainte-Marie, Jerez, Sanlucar et Séville sont les points les plus rapprochés où
beaucoup de maisons de Cadix vont s’établir journellement»20. !El cónsul mismo
solicita su traslado a Veracruz o a Lima en 182121! Parece entonces que, una vez
más, el acontecimiento que condujo a los negociantes a darse cuenta que nunca
jamás Cádiz podrá mantener su posición ventajosa en el sistema atlántico y que
provocó pues su salida de la ciudad, fue la crisis mejicana de 1821.
Así los nuevos datos encontrados en la correspondencia del cónsul francés nos
conducen a preferir la declaración de Independencia de Méjico en 1821, que el
establecimiento del bloqueo británico en 1797, para fechar el colapso decisivo del
comercio colonial de Cádiz. Ahora, pues, nos podemos preguntar sobre el impac-
to que tuvo esta pérdida sobre la economía local y, sobre todo, para el comercio
marítimo del puerto.
Puertos Buques
La Habana 55
Dar-el-Beyda 51
Marsella 40
Bilbao 28
Veracruz 25
Hamburgo 25
Barcelona 25
Lisboa 21
Londres 20
Dublín 20
Montevideo 20
Fuente: Vigía de Cádiz (1789)
Así vemos que aunque La Habana es el principal puerto asociado a Cádiz, solo
contamos con tres puertos americanos dentro de los más importantes, y el Im-
perio, en su conjunto, con solo el 16% del tráfico, ocupa solo la tercera posición
detrás de la costa atlántica de Europa y del Mediterráneo en las expediciones de
navíos a Cádiz.
Es evidente que tendríamos que matizar estos datos que minoran excesiva-
mente el peso del comercio colonial: seguramente que el valor de los cargamentos
coloniales es superior al valor de los pequeños barcos que llegan desde Marruecos
o Portugal e, igualmente, hay que tener en cuenta que una parte importante del
trafico existente entre Cádiz y el resto de Europa era un comercio de reexporta-
ción dependiente del comercio colonial. Pero estos datos nos enseñan también
que existía un comercio marítimo en Cádiz totalmente desvinculado del comer-
cio colonial –pensamos por ejemplo en el comercio de trigo con Marruecos o
en el comercio de harina y de pescado con Estados Unidos– y que, entonces, no
debemos confundir sistemáticamente comercio colonial y comercio marítimo de
Cádiz.
Considerado este punto, podemos ver ahora lo que significó la crisis del co-
mercio colonial de Cádiz de 1823 para el comercio marítimo del puerto.
24 Todos los datos referentes al comercio marítimo de Cádiz –colonial y no colonial– del pe-
ríodo 1817-1825 proceden de los registros de la correspondencia comercial del cónsul francés:
AMAE, CCC, Cadix, reg. 99-103.
176 Arnaud Bartolomei
Fuente: 1784-1808: Parte oficial de la Vigía de Cádiz; 1816-1825: AMAE, CCC, Cadix, reg. 99-103.
2 . 2 De la recuperación al crecimiento
25 De las 72 expediciones negreras armadas en Cádiz documentadas, para los siglos XVI a XIX,
en la base de datos slavetrade.org, 47 lo fueron durante el período que corresponde a lo que
solemos llamar la crisis del comercio de Cádiz, los años 1814-1843 (consulta efectuada el 29 julio
2010).
26 AMAE, CCC, Cadix, reg. 104 y 105 (1833-1838).
178 Arnaud Bartolomei
Los testimonios que describen Cádiz como una ciudad desierta y totalmente
abandonada por los negociantes, como por ejemplo el de Federico Rubio que cita
Alberto Ramos Santana o el desarrollado en los memoriales enviados al rey que
menciona Gonzalo Butrón Prida30, son probablemente exagerados, como tienen
que serlo también las famosas cifras que cita Antonio García-Baquero Gonzá-
lez relativas a la desaparición de los armadores o de las colonias extranjeras. La
demostración la podemos llevar a cabo en este último caso, pues la documenta-
ción censitaria sobre la colonia francesa no confirma la estimación propuesta –las
fuentes citadas por García-Baquero evocan una disminución de 80% del numero
de comerciantes extranjeros presentes en la plaza–, sino que nos indica una caída
más modesta, de «solamente» el 60% entre 1808 y 181931. Como no hay duda
posible sobre el hecho que la colonia francesa fue la comunidad extranjera más
afectada por la coyuntura política y comercial de la época –fueron expulsados o
detenidos en los famosos pontones la totalidad de los franceses presentes en la
ciudad32–, podemos suponer que las otras colonias sufrieron disminuciones toda-
vía menos significativas, hipótesis que confirman las recientes tesis de Catia Brilli
y Klaus Weber sobre las colonias genovesa y germánica de la ciudad33. Del mismo
modo, las cifras de las quiebras propuestas deberían ser ponderadas por unas
estadísticas sobre las creaciones de nuevas sociedades para obtener una imagen
aproximativa de la evolución real de la infraestructura mercantil de la plaza. Es
precisamente porque las cifras citadas por García-Baquero González solo tratan
de lo que desapareció en Cádiz y no de lo que se creó en las décadas 1810 y 1820,
que no son finalmente contradictorias con las publicadas por Gonzalo Butrón
Prida y Julio Pérez Serrano, que describen al contrario un desarrollo del sector
30 El escribano Federico Rubio, que vivió en el Cádiz de los años 1840, describe así el barrio
de San Carlos, antiguamente prospero: «estaba inhabitado; cerradas sus sólidas, grandes y ele-
gantes casas; rotos sus cristales; desiertas y con hierbas las calles. Todo respiraba allí soledad,
tristeza, decadencia, ruina» (citado por A. Ramos Santana, op.cit., p. 41). Cf. también el memorial
del Consulado, destinado al Rey, de 1824, citado por G. Butrón Prida, op.cit., p. 57.
31 Archivo Municipal de Cádiz, sección Padrones, libros 6973-75, «Juramentos de fidelidad de
los nacionales franceses y otras naciones agregadas» (1808) y caja 6630, «Padrón de Extranjeros»
(1819).
32 A. Bartolomei, «Des biens aux personnes. Les représailles exercées contre les marchands
français de Cadix dans les conflits franco-espagnols des périodes révolutionnaire et impéria-
le (1793-1815)», en Mélanges de la Casa de Velázquez, nº 39-1 (2009), pp. 171-189.
33 Catia Brilli, La diaspora commerciale ligure nel sistema atlantico iberico. Da Cadice a Buenos
Aires (1750-1830), tesis de doctorado, Universitá de Pisa, 2008. Klaus Weber, Deutsche Kaufleute in
Atlantikhandel 1680-1830: Unternehmen und Familien in Hamburg, Cádiz und Bordeaux, München,
C.H. Beck, 2004.
180 Arnaud Bartolomei
comercial –pasando éste de 1567 individuos a 1700 entre 1824 y 1829 según el
primero34, y de 1788 a 2588 entre 1801 y 1830 según el segundo35.
Sin embargo, no tenemos tampoco que exagerar, en el sentido contrario, la
significación estos últimos datos, lo que, de hecho, no hacen los dos autores
citados: dados los cambios que han podido afectar las taxonomías profesionales
empleadas, por una parte, y la ausencia total de precisión sobre el nivel económi-
co de las nuevas sociedades que se crearon, el aumento que describen podría muy
bien ser estrictamente facticio.
Entonces para tener una visión más exacta del impacto de la crisis, hay que
bajar al nivel inferior, al nivel micro-económico de la compañía o del individuo,
lo que solo pudimos hacer para algunos casos de negociantes franceses bien do-
cumentados. A este nivel, aparecen nítidamente las dos caras oscuras de la crisis,
que esconden las cifras globales y que son el debilitamiento progresivo y la des-
clasificación social de los negociantes.
similares de dos de las más famosas familias del siglo XVIII –los Magon y los
Delaville– cuyos jefes se habían quedado en Cádiz al final del siglo y se habían
integrado en la sociedad local: las dos familias siguieron el mismo camino bajan-
do poco a poco en la jerarquía social local37. Ya el capital de Prudent Delaville,
que se reputaba el «hombre el más rico del país» cuando se naturalizó español
en 1792, había bajado considerablemente antes de su muerte, que sobrevino en
la primera década del siglo siguiente. Pero, la desclasificación social se acentuó
con su hijo, que declara en su testamento en 1829 que sus activos se limitan a
los intereses que posee en la sucesión de su madre. La hermana de éste, que se
casó con un aristócrata, declara por su parte no haber aportado ni dote ni capital
alguno a su marido, y su hijo, Félix Beyens y Delaville declara lo mismo en 1849.
Constatamos la misma trayectoria para los descendientes de los famosos Magon,
pues el negociante francés Bernard Magon acabó su carrera, en la primera década
del siglo XIX, siendo corredor después de haber quebrado, y sus dos hijos Josef
María y Bernardo María, empezaron su vida profesional abajo de la escala social:
el primero siendo empleado en la contabilidad del «duque de Hijos» (sic) en Ma-
drid, y el segundo como «dependiente» de una compañía de comercio del Puerto
de Santa María.
Finalmente, el último testimonio de esta descalificación general de la colonia
francesa del siglo XVIII, nos lo ofrece el caso del negociante Jean-Pierre Lapadu,
un antiguo comerciante importante de la ciudad, cuya compañía sigue aparecien-
do en las guías mercantiles hasta 1830. El historiador podría ver en tal longevidad
una prueba de la capacidad de adaptación de este individuo a las dificultades de
los tiempos, pero la realidad es mucho menos elogiosa pues el inventario de sus
bienes realizado después de su muerte en 1820 es elocuente: los despachos están
llenos de papel depreciado (sobre todo vales reales y haberes pendientes incobra-
bles) y sus almacenes están vacíos. Así los describe el cónsul francés:
Nous sommes descendus dans un magasin au rez-de-chaussée qui contenait
les objets suivants: une table ordinaire évaluée à quarante réaux de vellón, une
baignoire abîmée par le temps sans valeur, sept caissons contenant divers vieux
papiers comme reçus, factures, comptes courants et notes de prix courants et deux
vieilles malles sans serrure vides. Nous avons trouvé dans le magasin, jetés pêle et
mêle [sic] comme plusieurs portes d’armoire, des morceaux de bois de lit et chai-
ses rompues, lesquels nous ont paru de nulle valeur, un ballot de mouchoirs de
Cholet contenant vingt-deux pièces, ensemble sept cent soixante-huit mouchoirs.
Plus cinquante-six pièces toiles à robes dites caladares38.
4 . Conclusión
Las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras del XIX se caracterizaron
por una defensa de intereses de los consulados americanos, junto con el de Cádiz,
en una pretensión por resucitar el sistema de flotas, abolido en 1776, y poner fin a
cualquier intento de libertad de comercio. El duopolio que para la Nueva España
representaban hasta esas fechas los consulados de Cádiz y México, articulados en
las ferias de Jalapa, no podía olvidarse y resucitaba con nueva fuerza en las Cortes
de Cádiz. Todo esto mientras en México aquella situación provocaba la aparición
de bandos entre los grupos dirigentes de la sociedad. Los criollos en torno al
Cabildo y los peninsulares en torno a los consulados y la Audiencia. Entre los
primeros estuvieron algunos diputados que arremetieron contra los consulados,
siendo uno de los casos más evidentes el de Ramos Arizpe, por los malos efectos
que causaban en Sonora2.
En América, ya fuera a través de los consulados o a título individual, el comer-
cio era materia de discusión, dada la aparente indefinición legal existente. El 17
de mayo de 1810 la Regencia autorizó el libre comercio de los puertos america-
nos con Europa y otras colonias, pero fue suspendido ipso facto por las quejas de
la Junta Superior de Cádiz, que tenía en sus manos la administración de hacienda
y que controlaban algunos de los grandes comerciantes gaditanos. Las discusiones
en la Cámara respecto al comercio libre se hicieron en sesiones secretas y sólo se
recogieron las resoluciones. Lo cierto es que la Constitución de 1812 entraría
1 Este trabajo se inscribe en el estudio de las obras de Juan López Cancelada, dentro del pro-
yecto de ediciones y estudios del proyecto financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología
La tradición clásica y humanística en España y América. SS. XVI-XVIII. Estudios y Ediciones (FF12009-
13049-C04-01) y la Junta de Castilla y León (Q2432001B).
2 Rieu-Millán, M.L. Los diputados americanos en las Cortes de Cádiz (igualdad o independencia).
Madrid, CSIC, 1990, pp. 189-190.
184 Jesús Paniagua Pérez
tangencialmente en el problema en los artículos 131-7 y 172-5, por los que las
ratificaciones de tratados comerciales debían ser aprobadas por las Cortes.
Opuesto a la discutida libertad de comercio se manifestaría Juan López Can-
celada, contrario a los intereses de muchos diputados americanos y firme enemi-
go de algunos de ellos y de sus valedores, como Servando Teresa de Mier, que no
dudó, como dice algún autor, en desplegar «su maldad frailuna despiadada contra
López Cancelada»3.
3 Domínguez Michael, C. Vida de fray Servando. México, Ed. Era, 2005, p. 447.
4 Sobre este aspecto puede verse P. Pérez Herrero, P. El consulado de comerciantes de la ciudad
de México y las reformas borbónicas. El control de los medios de pago durante la segunda mitad del
siglo XVIII. México, El Colegio de México, 1981, I, pp. 88-89.
5 Anterior a estas fechas puede verse el trabajo de Pérez Herrero, P.: «Actitudes del Consulado
de México ante las reformas comerciales borbónicas», en Revista de Indias, nº 174 (1983), pp. 97-
182.
LA DEFENSA DE LOS CONSULADOS EN EL CÁDIZ DE LAS CORTES: JUAN LÓPEZ CANCELADA 185
México17. No es de extrañar, por tanto, la buena relación que los grandes comer-
ciantes tuvieron con el virrey y el propio López Cancelada, que había visto como
el mandatario, en 1795, ponía a su pariente Antonio Piñero al frente de la Casa
de Moneda18. Lo cierto es que se estableció una buena colaboración entre nues-
tro hombre y la máxima autoridad, caracterizada por la posición antifrancesa de
ambos19, que se tradujo en la concesión a Cancelada de una comisión reservada
en San Luis Potosí, de la que quedó tan satisfecho el mandatario, que le encargó
otras, que no pudo realizar por no ser licenciado en Leyes20.
La llegada al virreinato de José de Iturrigaray cambiaría de nuevo la situación,
por su oposición y enfrentamientos al Consulado, lo cual tuvo su reflejo más
evidente con la Guerra de la Independencia en España, pues la situación cam-
bió temporalmente para la institución mexicana, ya que el vacío de autoridad
permitió a sus miembros, incluso, ejercer puestos de gobierno, que compraban,
y con ello llegar a controlar las actividades portuarias. Fue entonces cuando se
vincularon plenamente los intereses de Cancelada con esta institución, aunque
las relaciones eran anteriores. Lo cierto es que el 8 de junio de 1808 llegaban a
México las noticias del motín de Aranjuez y los miembros del Consulado, lo mis-
mo que Cancelada, se apresuraron a celebrar la caída del valido Godoy, por lo que
nuestro periodista, que por entonces regentaba la Gazeta de México, se desplazó
a San Agustín de las Cuevas, donde se hallaba el Virrey, para solicitar el permiso
de publicación de la noticia. Luego se produjo la abdicación de Bayona y, ante
los sucesos, el Comercio estaba vigilante «para mantener la quietud y conservar
aquellos dominios a la España»21. Incluso el 2 de agosto de 1808 Cancelada pu-
blicó el falso regreso a España de Fernando VII, lo que le valió una condena de
destierro, que se le conmutó por la prohibición de entrar en los cafés de México,
verdaderos mentideros de la actividad política22.
17 AGI, Estado 26, N. 5. Navarro García, L. y Antolín Espino, M. P., «El Marqués de Branciforte virrey
de Nueva España 1794-1798», en Calderón Quijano, J. A. (dir.). Los virreyes de la Nueva España en el
Reinado de Carlos IV, I. Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1972, p. 496.
18 AGI, Estado 24, N. 34.
19 Teresa de Mier, S. Historia de la Revolución de Nueva España, París, La Sorbonne, 1990, (ed. A.
de Saint Lu y M.C.B. Berling), p. 16. Zárate toscano, V., Juan López Cancelada: vida y obra. México,
UNAM, 1986, p. 63.
20 López Cancelada, Juan (JMGC), La intriga y la constancia. Opúsculo dedicado a la probidad de
Cancelada. Cádiz, Imprenta Patriótica, 1818, p. 6.
21 López Cancelada, Juan, La verdad sabida y buena fe guardada. Origen de la espantosa revolución
de Nueva España comenzada en 15 de septiembre de 1810. Defensa de su fidelidad. Cádiz, Manuel
Santiago Quintana, 1811, p. XXIII.
22 Zárate Toscano, V., op.cit., p. 29.
188 Jesús Paniagua Pérez
hubo una reacción inmediata, a partir de aquel momento surgirían brotes como
la Conspiración de Morelia o la de Queretaro, en 1809. El propio Yermo justifi-
caría años más tarde su acción, en 1812, alegando que el motivo primordial había
sido detener los conatos independentistas25, a la vez que, ante la marcha de la si-
tuación, veía peligrar su futuro, por lo que el 20 de agosto de 1813 pedía regresar
con su familia a España y aludía a su contribución para derrocar a Iturrigaray y a
su colaboración con la causa de los patriotas españoles con 130.000 pesos, por lo
que los insurgentes le tenían un odio mortal26.
Tanto los miembros rebeldes del Consulado como el propio López Cancelada
a través de su Gazeta habían especulado con los supuestos intentos indepen-
dentistas de Iturrigaray, aprovechando la situación de acefalia de la Corona, lo
que consideraban que no se podía consentir. Al mismo tiempo a través de aque-
lla actuación pretendían ganarse la confianza de la Junta de Sevilla remitiendo
auxilios financieros, como los aprobados en agosto y septiembre de 1809. De
hecho, cualquier brote independentista o autonomista era un peligro para su po-
der económico en la Nueva España y aquellos hechos les permitieron, al menos
momentáneamente, mantener el orden social y económico, a la vez que frenar
los intentos criollos de libertad de comercio, que se pondrían de manifiesto en
las Cortes.
Toda aquella situación había encontrado su voz de apoyo a los consulares en
la Gazeta de México, a través de la voz de uno de sus propietarios, Juan López
Cancelada. Precisamente este propagandista, por ese medio que controlaba, so-
licitaba fondos para las causas españolas, especialmente tras la prisión de Iturri-
garay. Tampoco se disimularon en la publicación las simpatías hacia la actitud de
Yermo, ya que nuestro autor dio noticias de los hechos en el número 97 extraor-
dinario; incluso en el siguiente número añadiría «la Nueva España sabrá con el
tiempo lo mucho que debe a todo el Comercio de México por esta acción»27.
El 19 de julio de 1809 se nombraba como nuevo virrey al arzobispo de Méxi-
co, Francisco Javier de Lizana y Baumont. López Cancelada no dudó en enfren-
tarse al nuevo mandatario y este le mandó encarcelar a la vez que le despojó de
La Gazeta y lo deportó a España, en 181028. La causa de fondo, creía López Can-
25 Yermo, Gabriel de, Demostración histórico crítica de los excesos de dn. José de Iturrigaray en el
virreinato de Nueva España. Citado por Van Yopung, Eric (comp.), Colección documental sobre la
independencia mexicana. México, Universidad Iberoamericana, 1998, doc. 99.
26 AGI, Indiferente 2128, N. 81.
27 Gazeta de México nº 98, 17 de septiembre de 1808.
28 Paniagua Pérez, J., «Introducción», en Pedro Baptista Pino y Juan López Cancelada, Exposición
sucinta y sencilla de la provincia del Nuevo México y otros escritos. Valladolid, Junta de Castilla y
León, 2007, pp. 111 y ss.
190 Jesús Paniagua Pérez
celada, se debía a las denuncias que había hecho por el comercio clandestino que
estaba intentando llevar a cabo con Jamaica Thomas Murphy, con la anuencia del
prelado29. Amén de esto acusaba al mismo, el 30 de diciembre de 1809, de ser el
órgano de las ideas de su pariente el inquisidor Isidoro Sáinz Alfaro, y que am-
bos «resuellan como hechuras del Príncipe de la Paz»30. Pero además, parece que
usando de una información parcial, Cancelada evitaba incluir en su periódico a
los criollos en las contribuciones voluntarias que hacían para la guerra contra los
franceses31. Ante el cariz que tomaban las cosas en su contra, intentó deshacerse
de la Gazeta, vendiéndola por 8.000 duros al licenciado Castillejos, cosa que le
impidió su protector Ciriaco González de Carvajal, presidente de la Audiencia,
por los recelos que había respecto del comprador32. Lo cierto es que al final se le
despojó de su periódico y en su lugar el oportunista Francisco José Noriega, a fi-
nales de aquel año, se ofreció a publicar una Gazeta del Superior Gobierno, donde
incluiría todas las noticias que le encomendaran33.
López Cancelada fue embarcado prisionero el 7 de marzo de 1810,
en el navío Algeciras, aunque puesto en libertad al llegar a la Península. Sus
detractores no dudaron en lanzar improperios contra el que consideraban
como uno de sus grandes enemigos y el mismo arzobispo-virrey Lizana dijo
de él que era un hombre «de una conducta revoltosa y atrevida»34.
29 AGI, México 1789, s/f. El contrabando entre Jamaica y Veracruz era tan evidente que muchas
tiendas de México se hallaban abastecidas de productos ingleses y alemanes. El fenómeno de ese
contrabando fue ya puesto de manifiesto, entre otros por Humboldt, F. A. von, Versuch Úber den po-
litischen Zustand des Königreich Neu-Spanien. Tubinga, Buchhandlung, 1813; y aún aumentaría más
a partir de 1820. En el caso de Nuevo México, ese contrabando llegó a estar organizado por casas
comerciales de los Estados Unidos. Bernecker, W. L., «Contrabando, ilegalidad y corrupción en el
México decimonónico», en Espacio, Tiempo y Forma. Historia Contemporánea, nº 6 (1993), p. 399.
30 AGI, México 1789, s/f. No olvidemos que López Cancelada se había caracterizado por sus
escasas simpatías a Godoy y su política.
31 Rieu-Millán, M. L., op.cit., p. 330.
32 AGI, México 1789, f. 4. Medina, José Toribio, Historia de la Imprenta en los Antiguos Dominios
Españoles en América y Oceanía I, Santiago de Chile, 1958, p. 223.
33 El asunto de la Gazeta puede verse en Paniagua Pérez, J. «Introducción», op.cit.., pp. 111 y ss.
34 AGI, México 1475.
LA DEFENSA DE LOS CONSULADOS EN EL CÁDIZ DE LAS CORTES: JUAN LÓPEZ CANCELADA 191
35 Rieu-MIllán, M. L., «Los diputados americanos en las Cortes de Cádiz: elecciones y representa-
tividad», en Quinto Centenario, nº 14 (1988), p. 64.
36 Pueden verse en Actas de las sesiones secretas de las Cortes Generales y Extraordinarias de la
nación española, que se instalaron en la isla de León el 24 de septiembre de 1810. Madrid, J.A. Gar-
cía, 1874.
37 En este sentido se había escrito un anónimo en el Diario de México de 6 de noviembre de
1811, que el reprodujo en el Telégrafo Americano de 5 de febrero de 1812.
192 Jesús Paniagua Pérez
El medio de difusión que utilizó Cancelada en Cádiz fue este periódico, que
se publicó entre el 10 de octubre de 1810 y el 31 de marzo de 181256. A través de
él se proyectaron las ideas del Consulado de México en la ciudad de las Cortes,
expuestas por medio de la pluma de nuestro hombre. Se trataron no solo asuntos
económicos, sino asuntos de la situación en diferentes lugares de América, a la
vez que también sirvió como medio de ataque, especialmente contra algunos
diputados americanos, cuyas relaciones con los miembros del Consulado eran de
enemistad evidente. No es de extrañar, por tanto, la gratuidad de ese medio de
prensa, ya que es más que probable que fuese financiado por algunos miembros
de la institución mexicana y, probablemente de la gaditana.
La causa de publicación del periódico, aunque como enemigo irreconciliable
de López Cancelada, la expuso el diputado mexicano Guridi y Alcocer en el Cen-
sor General, el primero de mayo de 1812, bajo el seudónimo Regalado Zocoba
Clarion (JMGA). Dice el autor, tomando un texto del propio Cancelada:
Que el impulso o causa motivo del periódico será desde luego lo que saben mu-
chos en Cádiz; esto es, que ha venido encargo de una junta de ciertos individuos
de México para asalariar algún periodista, que esparciese las máximas que a ellos
acomodase, para convertirlas en opinión pública; razón porque no se abre suscrip-
ción por ahora, ni se trata de hacer granjería en su venta… Esto es, lo mismo que
ha movido a los individuos de México para asalariar un periodista habrá movido a
este para escribir; lo que podía impelerlo a trabajar, o pagándole o sin pagarle, cos-
57 Alamán, Lucas, Disertaciones sobre la Historia de la República Mejicana desde la época de la con-
quista que los españoles hicieron a fines del siglo XV y principios del XVI de las islas y Continente
Americano hasta la Independencia. México, José Mariano Lara, 1844-1849, p. 82.
58 Ibídem, pp. 64-65. Recordemos además que El Censor General fue un órgano de ataque a los
liberales. Seoane, M. C. Historia del periodismo en España 2. El siglo XIX. Madrid, Alianza, 1983, p.
52.
198 Jesús Paniagua Pérez
que sería un golpe mortal para las manufacturas americanas y que rechazaban la
mayoría de los novohispanos; pero añadía, además, que le sorprendía que se es-
tuviese intentando hacer un reglamento sin consultar a los consulados de Nueva
España. Guridi, contra el que iban dirigidos aquellos ataques, se quejó de lo que
se escribió de él en aquellos números. Por un lado, contestó a lo allí expresado en
una sesión de las Cortes, diciendo: «Yo no tiro contra el autor de mi deshonra,
pues ni su nombre he tomado en mis labios»59. Lo hizo también en El Censor
Extraordinario con términos parecidos: «Me precisa también a ella la vindicación
de mi honor»60.
Pero Cancelada volvería de nuevo a la carga sobre Guridi en un suplemento
al número 20, de 19 de febrero de 1812, precisamente lo último que se publico
del Telégrafo y que de nuevo contestaría el mexicano en el Censor General de 1 de
mayo de 1812. Aunque en el periódico la diatriba fue esencialmente contra este
diputado, no faltaron alusiones a otros criollos y periódicos como El Español de
Blanco White.
Que el Telégrafo fue a lo largo de su corta vida un órgano de defensa de los
consulados, y de manera especial del de México, se puso ya de manifiesto en la
introducción al primer número, donde no ahorró el autor elogios a algunos de
sus miembros como al prior, Francisco Chavarri61; al cónsul decano, Diego de
Ágreda; y a Lorenzo de Noriega, alegando, en un recordatorio continuo que solía
hacer esa institución, que habían prestado a la metrópoli más de 120.000 duros.
Decía entonces nuestro autor: «La voz del Consulado de México es la de los pa-
triotas del reino… que son capaces de sacrificar su misma existencia porque la
Nueva España se mantenga unida a la metrópoli».
En el mismo primer número, actuando como hombre afecto a los intereses
del Consulado de México, también defendió la famosa representación elevada
a las Cortes por él mismo y que había causado toda aquella polémica que ya
mencionamos. Incluso reprodujo el discurso del diputado Francisco Gutiérrez de
Huerta, que manifestaba que si el informe del Consulado no era cierto y exacto,
tampoco era falso y de suposición en lo sustancial del contenido, pues corrían es-
critos muy parecidos y, quizá, en lo que se excedía aquella representación era en el
lenguaje. No consideraba que el escrito fuese calumnioso, porque la calumnia era
la falsedad de los hechos, amén de que lo expuesto tenía como fin que se tomasen
remedios. Precisamente ese diputado pediría que se cortase aquella discusión y
no se hablase más del asunto «no sea que el uso excesivo de la tienta empeore la
63 López Cancelada, Juan, La Verdad Sabida y buena fe guardada. Origen de la espantosa revolución
de Nueva España comenzada el 15 de septiembre de 1810. Defensa de su fidelidad. Cádiz, Manuel
Santiago de Quintana, 1811.
64 Zárate Toscano, V., op.cit.., p. 217.
65 Beye Cisneros, José Ignacio (pseud. F. Lizarza). Discurso que publica don Facundo de Lizarza
vindicando al excelentísimo señor don José Iturrigaray de las falsas imputaciones de un cuaderno
titulado por ironía Verdad Sabida y Buena Fe Guardada. Cádiz, Nicolás González Requena, 1811.
Punto 14.
LA DEFENSA DE LOS CONSULADOS EN EL CÁDIZ DE LAS CORTES: JUAN LÓPEZ CANCELADA 201
72 Conducta del excelentísimo señor don José Iturrigaray durante su gobierno en Nueva España.
Se contesta a la vindicación que publicó don Facundo Lizarza. Cádiz, Imprenta del Estado Mayor
General, 1812.
73 Ibidem. Punto cuarto. Sobre la Compañía puede verse Juárez Martínez, A., «España, El Caribe y
el Puerto de Veracruz en tiempos del libre comercio 1789-1821», en La palabra y el hombre, nº 83
(1992), pp. 93-108. Jiménez Codinach, G., La Gran Bretaña y la independencia de México 1808-1820.
México, Fondo de Cultura Económica, 1991, pp. 223 y ss.
74 Lizarza, Facundo y García Sala, Manuel S., El excelentísimo señor don José de Iturrigaray, virrey
que fue de la Nueva España, vindicado en forma legal contra las falsas imputaciones de infidencia
propuestas por el Acuerdo de México y apoyadas por don Juan López Cancelada en sus dos manifies-
tos. Cádiz, Tormentaria, 1812.
LA DEFENSA DE LOS CONSULADOS EN EL CÁDIZ DE LAS CORTES: JUAN LÓPEZ CANCELADA 203
75 Blanco White, J. M., Conversaciones americanas y otros escritos sobre España y sus Indias. Ma-
drid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1993 (ed. de M. Moreno Alonso), p. 113.
76 López Cancelada, Juan, Ruina de la Nueva España si se declara el comercio libre con extranjeros.
Cádiz, Imprenta Quintana, 1811, p. 55.
77 Sobre esto puede verse Jiménez Codinach, G., op.cit. p. 120.
78 Hann, John H., «Intervención de los diputados mexicanos en las Cortes Españolas en la pro-
posición y promulgación de reformas económicas aplicables en México», en Benson, N. L. (ed),
México y las Cortes españolas 1810-1822. Ocho ensayos. México, Cámara de Diputados, 1985, pp.
204 Jesús Paniagua Pérez
179 y ss.
79 El comercio de Cádiz representado legítimamente recurre segunda vez a S.M. en 12 de octubre,
exponiendo el resultado ruinoso que causaría al estado el proyecto del comercio libre. Cádiz, Im-
prenta Real, 1811.
80 López Cancelada, Juan. Ruina de la Nueva España…, pp. 54-56.
81 Teresa de Mier, Servando, op.cit.., pp 23-24. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraor-
dinarias. Sesión del 13 de agosto de 1811.
LA DEFENSA DE LOS CONSULADOS EN EL CÁDIZ DE LAS CORTES: JUAN LÓPEZ CANCELADA 205
tractor del mismo, sino que mantenía que los territorios americanos, y en concre-
to los de la Nueva España, no estaban preparados para abordar aquella situación,
como de hecho se probaría tras la independencia. Tampoco era un conservador
político, pues, si se opuso a la aplicación de la Constitución en América, la causa
respondía a lo mismo que lo anterior. De hecho durante su época al frente del
Crédito Público de León, a partir de 1814, sería duramente perseguido por los
conservadores de la ciudad y sería el primero en proclamar en León el regreso al
periodo constitucional en 1820.
La Nueva Granada al momento de la
independencia. Condiciones económicas
y sociales
Adolfo León Atehortúa Cruz
Universidad Pedagógica Nacional de Colombia
La América que hoy se expresa en el lenguaje hispano, como sabemos, fue ocu-
pada y sojuzgada por España a partir de 1492. Tras la huella de Colón, aventureros
y conquistadores se lanzaron a la empresa del sometimiento en busca de beneficios
y riquezas. Previamente, el reino de España había surgido como producto de la
unión matrimonial entre los soberanos católicos de Castilla y Aragón, quienes lo-
graron con su fuerza la conquista de Granada y la expulsión definitiva de los árabes.
«España vivía una crisis social que fue la fuerza motriz de sus guerras en Europa y el
acicate para las exploraciones y descubrimientos»2.
Con el arribo al Nuevo Mundo y a diferencia de Inglaterra, el imperio espa-
ñol no pudo levantarse sobre cimientos capitalistas. España carecía de industria y
la población adinerada no tenía todavía la capacidad suficiente para absorber a
plenitud los botines extraídos de América. El monopolio de la Corona, ligado al
sistema impositivo del Estado permitió su lucro, solventó los gastos de la corte y
brindó expensas militares a la metrópoli, pero no indujo su propio desarrollo y
menos aún el de sus colonias.
La expulsión de los judíos y de los musulmanes, así como el establecimiento
de la Inquisición y el oro que empezó a brotar por borbotones desde el nuevo
continente, fortalecieron la monarquía pero no le permitieron capitalizar en ex-
clusivo provecho las iniciales consecuencias de los descubrimientos geográficos:
el intenso desarrollo del comercio y la industria, los cambios en la organización
del crédito y la revolución de los precios. Por el contrario, el auge del oro y del
comercio se extendió por toda Europa y favoreció, en muchas ocasiones, a los
enemigos de la península ibérica.
España se convirtió, claro está, en una potencia colonial. Aunque no pudo pro-
mover el desarrollo de manufacturas ni avivar la expansión de empresas mercantiles
en su propio territorio, construyó mediante subasta una nueva casta de funciona-
rios públicos que adquirió poderes superiores a las Cortes y reemplazó a la vieja
aristocracia con el absolutismo. Basada en la hegemonía de una burocracia civil y
militar alineada con la iglesia, la Corona española impulsó las ‘casas de contrata-
ción’ en su territorio y los ‘consulados’ en América para implantar el sistema con
el cual garantizó su monopolio y obtuvo un importante excedente de metales.
Al mismo tiempo, en el continente indígena, España repartió mercedes, vendió
2 Friede, Juan, «La conquista del territorio y el poblamiento», en Nueva Historia de Colombia,
vol. 1. Bogotá, Planeta, 1980, p. 70.
LA NUEVA GRANADA AL MOMENTO DE LA INDEPENDENCIA. CONDICIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES 209
3 Elliot, John, The Old World and the New. Cambridge, Cambridge University Press, 1970, p. 63.
4 Anderson, Perry, El estado absolutista. México, Siglo XXI Editores, 1982.
5 Kalmanovitz, Salomón, La economía de la Nueva Granada. Bogotá, Universidad de Bogotá Jor-
ge Tadeo Lozano, 2008, p. 11.
6 Alzate, A. M, «La ilusión borbónica. Sociedad y discurso reformista en la Nueva Granada», en
210 Adolfo León Atehortúa Cruz
Las reformas abarcaron, igualmente, el control del Estado sobre los monopolios
más rentables, la supresión de los resguardos, la eliminación de ciertos privilegios
de la iglesia para afirmar el poder secular sobre el religioso, diversos cambios en la
producción de bienes, la ampliación del comercio, la liberación de puertos y medi-
das para fortalecer los aparatos militares que, entre otras decisiones, permitió a los
criollos ingresar a la oficialidad del ejército y las milicias.
Detrás de la modernización se propuso, así mismo, la implementación de políti-
cas de fomento y la tecnificación de la minería, una mejor distribución de la tierra,
generalización de la educación y mayor difusión de las ciencias prácticas y los cono-
cimientos técnicos. Con respecto al control social, las reformas impulsaron la cons-
titución de nuevos virreinatos, la creación del sistema de intendencias con un esque-
ma de división territorial similar al francés, ya instaurado en la España peninsular, y
la eliminación del consulado de comerciantes. Dichas medidas buscaron unificar la
administración y confinar la participación de los criollos en la alta burocracia7.
Aunque las reformas lograron ampliar la base de recaudación impositiva a favor
de la Corona, reducir el poder de los criollos e incrementar la intervención direc-
ta de la burocracia chapetona sobre la vida económica y social de las colonias, su
aplicación desmedida aceleró el descontento de las élites locales, provocó levanta-
mientos populares e impulsó el proceso de emancipación cuando, en medio de sus
crisis internas, España fue ocupada por Napoleón. En 1810, al iniciarse la lucha
independentista, el monopolio comercial que reivindicara España en sus posesiones
americanas se había debilitado y resquebrajado por completo8. Los criollos, al mis-
mo tiempo, habían madurado sus concepciones y estaban mejor preparados para el
ejercicio del gobierno. Para España, la suerte estaba echada.
Ramos, Aristides y otros, El Nuevo Reino de Granada y sus provincias. Crisis de la independencia y
experiencias republicanas. Bogotá, Editorial Universidad del Rosario, 2009, p. 34.
7 De 170 virreyes que hubo en el Nuevo Mundo, sólo 4 fueron criollos. De 602 mandatarios,
presidentes, gobernadores y capitanes generales, tan solo 14 fueron americanos. Olivos, Andrés.
El 20 de julio: coyuntura revolucionaria y revuelta popular (1808-1810). Bogotá, Panamericana,
Cuadernillos de historia, 1999, pp. 20-21.
8 Konetzke, Richard, América Latina. La época colonial. México, Siglo XXI, 1971, p. 274
LA NUEVA GRANADA AL MOMENTO DE LA INDEPENDENCIA. CONDICIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES 211
de los precios y estimular la producción; pero, aún así, no fue el oro un producto
exclusivo ni excluyente. A su lado, débiles, fallidos o ligeramente exitosos, lu-
charon por surgir otros tipos de riqueza que privilegiaron productos y sistemas
de explotación o inserción comercial diferentes. En criterio de Colmenares, sin
menospreciar la importancia del oro, se construyó en la Nueva Granada la ex-
presión de un régimen colonial cuyo propósito central se basaba, ante todo, en la
canalización de ganancias comerciales en favor de una metrópoli9.
La explotación y producción del oro, por otra parte, no aplicó procesos uni-
formes, no se desarrolló bajo un marco territorial exclusivo, ni estuvo sometida a
una administración centralizada. En un primer momento, la abundante mano de
obra indígena favoreció la explotación acelerada en los distritos mineros cercanos
a Popayán, Cartago, Arma, Anserma, Pamplona y Remedios. Posteriormente,
con los hallazgos en San Jerónimo, Cáceres y Zaragoza, se inició la introducción
de esclavos con un ciclo de producción que alcanzó su tope máximo entre 1590
y 1610. Tras un extenso período de depresión y crisis a lo largo del siglo XVII, la
producción en los distritos de Nóvita, Citará y El Raposo recuperó el brillo de la
minería. Por consiguiente, la explotación del oro se desplazó por diversas regiones
del Nuevo Reino con procesos de trabajo diversos y escenarios cambiantes. Dicha
movilidad, según Colmenares, «produjo como resultado que en diferentes épocas
la riqueza, y con ella el acceso a un mundo exterior, se concentrara en regiones
aisladas unas de otras»10.
En el curso del siglo XVIII y antes de la independencia, Popayán y su provincia
alcanzaron un auge económico sin precedentes, gracias al provecho de los yaci-
mientos auríferos y a la formación de haciendas en función de un mercado para
sus productos en torno a las minas. A partir de la explotación en el Chocó, el Cau-
ca alcanzó paulatinamente un equilibrio considerable entre la producción minera
y sus abastecimientos agrícolas, así como también condiciones favorables para la
mano de obra esclava, dada la posibilidad de intercambio entre la mina y un traba-
jo más liviano, de descanso o reposición de fuerza en las haciendas. No obstante, el
conjunto productivo de esta economía era aún simple. Aunque el consumo regio-
nal se cubría en la provincia y cobijaba las minas de Almaguer y Caloto, las zonas
mineras de Chocó y Pasto permanecieron comercialmente aisladas de las villas y
ciudades principales, mientras en Chocó ni siquiera fue posible la construcción de
centros urbanos o el traslado y residencia de los ‘señores de cuadrilla’11.
las lograron importante presencia en los mercados urbanos y surtieron con éxito
la manutención en las minas; otros más, con motivo de las reformas borbónicas,
ganaron terrenos en la exportación o en el incipiente comercio intercolonial. Pero,
con todo, su crecimiento fue moderado y la cantidad de tierra económicamente
utilizada continuó baja16. Salvo el nivel rentable alcanzado por las haciendas jesuitas,
los historiadores atribuyen los grandes limitantes de las haciendas y la producción
agropecuaria en los siglos XVIII y XIX, al carácter regional del comercio sobre lo
producido, a la debilidad del capital propietario, a los «censos», a las dificultades
topográficas y del transporte, a la escasa inversión tecnológica y a las cargas fiscales
y obstáculos coloniales.
En realidad, no pocos productos y esquemas de comercio fueron ante todo re-
gionales. La Costa atlántica, cuya producción giraba alrededor de la gran hacien-
da, entregaba al comercio ganado y caña de azúcar para la fabricación de mieles y
aguardiente. Su mercado, como ocurría con el cacao, el maíz, la yuca y el plátano,
era de carácter estrictamente provincial. Sólo en determinadas ocasiones, algunos
productos, sebos, cueros y ganado, se enviaron al Chocó. El algodón, el palo brasil
y el carey se exportaban a España y las islas inglesas, a donde también se enviaban
esporádicamente mulas y caballos.
La sabana de Santa Fe de Bogotá era productora de ganado, papa y trigo para el
consumo propio y el mercado con Tunja. La harina de trigo, único producto que
había logrado ubicarse en el comercio por el Magdalena, fracasó gracias a un acuer-
do entre la Corona española e Inglaterra que le permitía a esta última el monopolio
del comercio de esclavos, tras el cual se escondió el contrabando de harinas y otras
mercancías por Cartagena.
De acuerdo con un informe enviado por los oficiales de la Dirección General de
Rentas de Cartagena en 1795, la zona del Socorro era sin duda aquella que más rela-
ciones comerciales tenía establecidas con el interior del virreinato. La villa del Soco-
rro remitía «a todo el reino algodones en rama con pepita y sin ella, lienzos, paños de
manos, colchas y otras piezas útiles». Algo similar ocurría con el tabaco producido
en Girón y San Gil, cuyo comercio ilícito intentó controlar la Corona estableciendo
el estanco en 1766. Las mieles, convertidas en azúcar, panela y aguardiente, «hacían
giro a Santa Fe y alguna parte a Cartagena», lo mismo que el cacao de Pamplona y
Cúcuta, rumbo a Maracaibo, San Bartolomé y también Cartagena17.
16 Tovar, Hermes, Grandes empresas agrícolas y ganaderas: su desarrollo en el siglo XVIII. Bogotá,
Cooperativa de profesores de la U.N., Ediciones CIEC, 1980, p. 36.
17 Jaramillo, Jaime, «La economía del virreinato (1740-1810)», en Historia Económica de Colombia.
Bogotá, Fedesarrollo/Siglo XXI, 1987, p. 74. No obstante, es preciso subrayar el carácter limita-
do de los intercambios y comercios regionales atrás expuestos. Tal como lo evidencia Germán
LA NUEVA GRANADA AL MOMENTO DE LA INDEPENDENCIA. CONDICIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES 215
2 . 2 Heterogeneidad en lo social
Colmenares al analizar las cuentas de los productos que pasaron por Honda entre 1773 y 1775
«este comercio no representaba gran cosa» si se comparaba con la producción en sus puntos de
origen y el consumo en sus lugares de mercado. Colmenares, Germán, Historia económica… pp.
389 y ss.
18 Reproducido por Posada, E. e Ibáñez, P. (Ed.), Relaciones de Mando: memorias presentadas por los
gobernadores del Nuevo Reino de Granada. Bogotá, Imprenta Nacional, 1910.
19 Archivo Nacional de Colombia (ANC) Colonia. Miscelanea, T.101, fol. 182. Licencia de Comer-
cio y Navegación concedida por el arzobispo virrey a los habitantes de San Andrés.
216 Adolfo León Atehortúa Cruz
20 Humboldt, Alejandro von, «Cartas de viaje», en Viajeros extranjeros en Colombia. Cali. Siglo XIX.
Carvajal, 1970, p. 21.
21 Twinam, Ann, Mineros, comerciantes y labradores: las raíces del espíritu empresarial en Antio-
quia. 1763-1810. Medellín, FAES, 1985.
218 Adolfo León Atehortúa Cruz
22 Ospina, Luis, Industria y protección en Colombia, 1810-1930. Medellín, Oveja negra, 1974, p. 59.
23 Citado por Restrepo, José Manuel, Historia de la Revolución de Colombia. Medellín, Bedout, 1969, vol.
1, p. 18.
24 Ibidem, p. 19.
LA NUEVA GRANADA AL MOMENTO DE LA INDEPENDENCIA. CONDICIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES 219
25 Silva, Renán, Prensa y revolución a finales del siglo XVIII. Bogotá, Banco de la República, 1988,
p. 28.
26 Humboldt, Alexander von, op. cit., p. 16.
27 Lemoyne, A., «De Honda a Bogotá», en Viajeros extranjeros…, p. 96.
28 Humboldt, Alexander von, op. cit., pp. 23 y 26.
220 Adolfo León Atehortúa Cruz
las mulas «hunden medio cuerpo», gargantas hondas y estrechas empedradas por
los huesos de las mulas víctimas del frío o el desfallecimiento. No obstante, sus
descripciones no lograron superar el peligro relatado por Teodoro Mollien al na-
vegar por el río Dagua hasta Buenaventura29 ni el accidentado trayecto vencido a
lomo de bestia por Carlos Saffray en Antioquia30.
En estas condiciones, a lo largo del siglo XIX era más fácil y menos peno-
so trasladarse de Cartagena a La Habana o a Cádiz, que viajar desde el mismo
Cartagena al interior del país. Es más, en cortos tramos de una misma región, la
topografía era igualmente inclemente. El camino que unía a Palmira con Cali,
por ejemplo, fue señalado por Isaac Holton como «el peor del mundo, en cuanto
al barro se refiere». El desnivel existente entre el lecho del río Cauca y el Valle,
hacía rebosar sus márgenes y represar todos sus afluentes en grandes inundaciones
y pantanos plagados de mosquitos. «En cierto lugar -advierte Holton- tuvimos
que quitarle la montura a nuestros caballos, y cruzar un fangal caminando sobre
troncos tendidos, y sosteniendo las cabalgaduras por la jáquima para evitar que se
hundieran totalmente en el fango»31.
Según el pensamiento de Pedro Fermín de Vargas, «la torpeza y falta de faci-
lidad en los caminos» impedía absolutamente «todo fomento interior». Además,
mientras no se uniera a las provincias del Reino con las costas y el exterior, nin-
gún progreso era factible32.
Con todo, los problemas geográficos no deben prestarse a equívoco. Sin adu-
cir razones contundentes, Ospina Vásquez no cree en un país «descoyuntado»
o «incomunicado»: «la fragmentación e incomunicación en que se cree tanto
–aplicando los criterios de hoy a los hechos de entonces- no era la que se dice»33.
En opinión de Jorge Orlando Melo, «debe hacerse énfasis en que la estrechez de
mercado no era solamente un problema de barreras geográficas y de altos costos
de transporte, aunque estos eran importantes, sino que surgía en buena parte de
la baja productividad de las unidades económicas del país y de la poca capaci-
dad de generar un excedente comercializable, que a su vez dejara en manos de
los productores unos ingresos capaces de convertirse en demanda adecuada para
productos no agrícolas»34.
Enfrente, la visión heroica que predominaba no solo entre los propios insurgentes,
sino en la opinión pública europea, como hemos podido verificar en una amplia in-
vestigación que hemos realizado sobre la prensa británica del periodo 1810 a 1830.
Textos de signos opuestos se publicaron en América y en España. Los hubo
de propaganda de carácter realista en América en todos los territorios –salvo en
aquellos que a partir de 1810 nunca más volvieron a la obediencia de la Corona-,
tanto de carácter periódico, como en forma de folletos o libros, como hubo textos
de impugnación de los insurgentes en la metrópoli, durante el largo tiempo de la
guerra y después de finalizada ésta, cuando se convierten, sin perder su carácter de
refutación, en ejercicios de reflexión sobre las causas de la pérdida del continente
y, en algunos casos, en propuestas para su irreal reconquista.
Obras favorables a la insurgencia evidentemente surgieron por cientos en la Amé-
rica controlada por los independentistas, pero son mucho menos conocidas aquellas
que vieron la luz en el territorio peninsular, si no claramente proindependentistas, sí
favorables a que la metrópoli admitiera el hecho consumado y de forma pragmática
se dispusiera a reconocer una independencia que les parecía ya irreversible.
Puede observarse que los relatos favorables al reconocimiento de la indepen-
dencia son posteriores a 1821. La fecha no es caprichosa. Tiene que ver con la
apertura al debate de un nuevo horizonte de relación con América tras el inicio de
los debates de las Cortes del Trienio. Puede afirmarse que antes de 1820 no hubo
en España una opinión «publicada» favorable, simpatizante o siquiera pragmática
frente al movimiento insurgente americano. Difícilmente, por supuesto, podría
haber existido en el periodo de mayo de 1814 a los primeros meses de 1820,
ya que no se editó periódico independiente alguno y cualquier otra expresión
escrita estaba sujeta a una férrea censura. Pero no la hubo realmente en el tiempo
anterior a la primera fecha, el de las Cortes constituyentes y luego ordinarias de
1810-1814. José María Portillo escribe que el primer liberalismo español (por pe-
ninsular) encontró insalvables escollos teóricos y conceptuales para hacer efectiva
la afirmación repetida por todos y cada uno de los gobiernos de la crisis –Jun-
tas Provinciales, Junta Central, Regencia y Cortes- según la cual los territorios
españoles americanos formaban parte esencial de la monarquía no debiéndose
conceptuar por colonias o factorías3.
No lo fue la opinión de Álvaro Flórez Estrada, la más atrevida de las enuncia-
das en la España peninsular, que desde fuera de las Cortes intentó ir a la raíz de
las disensiones americanas y buscar una forma de conseguir que América siguiera
3 Portillo Valdés, J.M., «Los límites del pensamiento constitucional. Álvaro Flórez Estrada y
América», en Historia Constitucional (revista electrónica) n.º 5 (2004), http://hc.rediris.es/05/indi-
ce.html acceso el 17 de noviembre de 2011.
IMPÍOS Y SACRÍLEGOS O HÉROES. NARRACIONES DE LA INDEPENDENCIA EN EL TIEMPO DE LA INDEPENDENCIA 225
siendo útil a España al tiempo que la permanencia de aquella en una forma nueva
de unión a ésta se convirtiera en útil también para los americanos4. Su diagnósti-
co sobre los disidentes era muy negativo; consideraba que los sucesos de Caracas
de 1810 habían sido promovidos por un grupo de resentidos que seguían los
dictados de sus pasiones, mientras que los juntistas de Buenos Aires, que habían
comenzado de forma prometedora, rápidamente habían derivado hacia un «te-
jido de calamidades espantosas.» Aun cuando ha sido abundantemente loada, la
propuesta de Florez Estrada se mueve en realidad en el mismo ámbito que las de
Argüelles y su grupo en las Cortes cuando se discutió sobre ciudadanía. Si Amé-
rica, concluía Flórez, «no está en disposición de aspirar hoy a ser libre de por sí»,
no le quedaba más remedio que entrar en el pacto nacional español5.
Tampoco el que tradicionalmente ha sido considerado el máximo –o único-
exponente español del sostén intelectual a los secesionistas americanos, aunque
escribía desde Inglaterra, José María Blanco White, apoyó la independencia. Un
trabajo reciente de Roberto Breña lo deja meridianamente claro6. Indica Breña
que, en los asuntos americanos, nadie fue tan penetrante como Blanco. Y Blanco
dejó claro, además de su rechazo a la «revolución» y su simpatía por la «reforma»
que «Independencia no puede jamás expresar separación de aquellos dominios»7.
El apoyo del sevillano a la causa americana estaba condicionado a un principio
esencial: el reconocimiento de Fernando VII como monarca de todos los españoles,
pero la unión de los de uno y otro lado del Atlántico tenía que producirse en tér-
minos de estricta igualdad. Carlos Seco indicaba que la idea de Blanco respecto a
la organización futura de los territorios ultramarinos se orientaba más hacia una
especie de lo que más tarde sería la Commonwealth8.
4 Flórez Estrada, A., Examen imparcial de las disensiones de la América con la España, de los medios de
su reconciliación, y de la prosperidad de todas las naciones. Madrid, 1991, ed. de J.M. Pérez Prendes.
5 Cfr. Portillo Valdés, J.M., op.cit..«Establecer una Constitución que asegure la libertad civil de
unos y otros y por la que disfruten iguales derechos españoles y americanos, establecer un sis-
tema de comercio y de administración el más libre y el menos dispendioso posible y abolir las
principales causas que impidieron hasta ahora los progresos de la prosperidad nacional» es la
propuesta final del asturiano.
6 Breña, R.A. «José María Blanco White y la independencia de América: ¿una postura proame-
ricana?», en Historia Constitucional (revista electrónica), n. 3, 2002. http://hc.rediris.es/03/index.
html, acceso el 18 de febrero de 2011.
7 En un escrito que recoge Breña, Blanco se pregunta: «¿No he explicado la independencia de
América reduciéndola al gobierno económico interior? ¿No he recomendado la moderación en
la reforma a los americanos, y hasta me he parado en la palabra revolución, desaprobándola?»,
BREÑA, R.A. op.cit.. La disconformidad del ex clérigo aparece nítida desde el mismo momento
en que Caracas opta por su temprana independencia en julio de 1811. Su discrepancia aparece
mucho más patente en su autobiografía que en las páginas de El Español.
8 Seco Serrano, C., «José María Blanco-White y la revolución atlántica», en Comunicación y Socie-
226 Julio Sánchez Gómez
Pero tampoco los textos que encontramos editados después de 1820 reflejan
una evolución hacia la simpatía o al menos la comprensión de las posturas inde-
pendentistas. Lo que aparece, lo veremos, es un mayor pragmatismo en el enfo-
que del problema. Bien conocida es la opinión de Alcalá Galiano, que aceptaba
la independencia como inevitable a cambio de concesiones económicas9. En este
ámbito se mueven los textos peninsulares que analizamos.
Después de seis años de silencio, 1820 abría nuevamente la discusión sobre
el problema americano y éste ocupaba tanto los debates de las Cortes como las
acciones del poder ejecutivo. Hay que subrayar que la sociedad española adoleció,
también en la época posterior a 1820, cuando floreció una prensa libre, de caren-
cia de información respecto a lo que pasaba en América. R. Escobedo recogía la
frase de un diputado del trienio: «El Congreso debe saberlo todo [sobre la situa-
ción de América] y se sabe más en las tabernas de Londres que en el Congreso
de España»10. Y cuando llegaban, a veces se ocultaban las noticias desfavorables11.
Aun así, el debate fue apasionado en la prensa española del trienio sobre la natu-
raleza, causas, soluciones, de lo que ocurría en América y siempre matizado por
el pertinaz ocultamiento de los reveses del ejército realista y la magnificación del
volumen de la opinión monárquica, a la que se consideraba engañada y sojuzgada
por una audaz minoría.
dad. Homenaje al profesor Beneyto. Madrid, 1983. Indica R. Breña, op.cit.., que la postura de Blanco
partía de la siguiente premisa: «Si las Américas son provincias de España, iguales deben ser con
ellas en derechos, sean cuales fueren las consecuencias?». Esta igualdad no implicaba separatis-
mo alguno, sino un federalismo que rigiera los destinos de una nación hispano-americana que
tendría su punto de unión y cohesión de todos los españoles en la figura del monarca.
9 Un sector minoritario del liberalismo encabezado por Alcalá Galiano, planteó abiertamen-
te el reconocimiento de la independencia: «Digamos, pues, a los americanos: nosotros somos
libres; si queréis la independencia os la daremos. Para que os la concedamos y vosotros la ci-
mentéis con seguridad y solidez, es imprescindible ponerse de acuerdo sobre la base de contra-
tos (…) por eso propongo que firmemos convenios comerciales en recíproco beneficio; existen
relaciones entre nosotros: me refiero a nuestro origen, nuestro idioma, nuestras costumbres
y también nuestra religión; y si con tanta resolución estáis dispuestos a separaros de vuestra
madre, su memoria continuará entre vosotros; y como no estáis ya en el caso de continuar bajo
nuestra tutela queremos daros la independencia; pero creemos que nos debéis en cambio dar
algunas ventajas». Discurso de Alcalá Galiano a las Cortes españolas, en Fernández Almagro, M., La
emancipación de América y su reflejo en la conciencia española. Madrid, 1957.
10 Escobedo, R., «Repercusión de la Independencia americana en la opinión pública española»,
en Quinto Centenario, nº 14 (1988). Escribía Escobedo: «Las noticias procedían principalmente
de Inglaterra, que mantenía una comunicación más fluida con el Nuevo Continente, ya que los
periódicos españoles carecían, por lo general, de medios propios y directos de información».
11 Las noticias sobre la formulación del Plan de Iguala fueron silenciadas y tuvieron que ser los
diputados novohispanos los que reclamaran que se hicieran públicas en la Cámara.
IMPÍOS Y SACRÍLEGOS O HÉROES. NARRACIONES DE LA INDEPENDENCIA EN EL TIEMPO DE LA INDEPENDENCIA 227
12 Frasquet, I., «La cuestión nacional americana en las Cortes del Trienio Liberal, 1820-1821», en
Rodríguez, J. (ed.), Revolución, independencia y las nuevas naciones de América. Madrid, 2005.
13 El 25 de Junio de 1821 llegaba a la Asamblea la más audaz propuesta de los diputados ame-
ricanos. Consistía en dividir las Cortes en tres secciones americanas con las mismas facultades
que las de la Península. Las de Madrid se reservarían los temas de política exterior y las que
afectaran de manera general a la monarquía. Habría división también del poder judicial y del
consejo de estado. Era la configuración de una Commonwealth americana avant la lettre. vid.
Frasquet, I., op.cit..
228 Julio Sánchez Gómez
14 Cacho, Fernando, Reflexiones políticas sobre las provincias del sur de la América Meridional, ma-
nuscrito en el Archivo General de Indias, Sección Mapas y Planos, Manuscritos, n. 22, procede de
Indiferente General, 1357, fechado el 29 de septiembre de 1817 en Montevideo. El manuscrito
fue transcrito en red por Francisco Colom González en la revista electrónica Araucaria. Revista
Iberoamericana de Filosofía y Humanidades, segundo semestre, año/vol. 4, nº 008 (2002).
IMPÍOS Y SACRÍLEGOS O HÉROES. NARRACIONES DE LA INDEPENDENCIA EN EL TIEMPO DE LA INDEPENDENCIA 229
15 «Preparar la España para que le sea menos perjudicial la pérdida de sus colonias cuando
llegue la separación».
16 «Generalmente se cree en España que sus provincias de América están muy atrasadas en
civilización y política y que sus naturales son ignorantes, pero este juicio es errado y se hace
mucha injusticia a los americanos de Chile y provincias que he visto del virreinato de Buenos
Aires. Los pueblos principales están en el mismo pie de ilustración, civilidad y cultura que los de
la península y si el lujo fuese el barómetro de la finura en la sociedad se hallarían las ciudades de
esta parte del mundo más adelantadas que las de provincias de la península».
230 Julio Sánchez Gómez
Los doctores han tenido también mucha parte (…). No hay país en el mundo
que tenga tantos doctores como esta América; las universidades de Charcas y
Córdoba han prodigado los grados al infinito, pues a proporción de sus habi-
tantes tiene esta América más doctores que toda la Europa. Los doctores en leyes
y cánones, que son los que más abundan, tienen aquí más vanidad que en otras
partes y los mira el país con tanto respeto y deferencia que su vanidad se lisonjea.
Su mismo número se perjudica para la subsistencia y resulta que ajado su amor
propio por la necesidad, culpa todas las provisiones de empleos que hace el Rey en
los peninsulares, clama porque no se los confieran y han esparcido estas ideas hijas
de su ambición. Deben pues disminuirse los grados en lo sucesivo, no prohibien-
do que se den, sino exigiendo tales conocimientos que sean pocos los que puedan
obtenerlos y los que de este modo se gradúen, deben ser empleados para que
tengan interés en la conservación del orden, mas siempre será mejor emplearlos
en Europa o en otra parte de América, para que su ambición no les incite alguna
vez al mando de sus compatriotas17.
Los curas y los frailes también han contribuido mucho a las revoluciones de
América. Estos hombres que por su ministerio debían conservar la paz, predicar
la obediencia y dar exemplo de virtud y de subordinación al soberano, son de
los que mas han contribuido al desorden por escrito y de palabra han movido al
pueblo. La Cátedra del Espíritu Santo ha sido profanada, predicando desde ella
la rebelión al Rey y el exterminio de los europeos. Olvidados de que su reino no
es de este mundo y de que son la sal de la tierra, se han valido del grande influxo
que tienen sobre las conciencias para exaltar los ánimos y con su exemplo han
contribuido mucho al desorden y a la rebelión. Muchos sacerdotes han estado y
están empleados contra su Rey y todos ven disminuirse con rapidez la moral y la
religión. Ellos mismos están en gran número pervertidos y relajados y necesitan
más reforma que las demás clases del estado. Al gobierno corresponde el modo
de corregirlos. A mi me parece que los enemigos del rey, deben ser trasladados a
España y que es de necesidad reunir en estas provincias un concilio.
¿Cómo está la opinión en América en el momento en que Cacho escribe?:
En América hay tres clases de gentes que forman opinión, a saber, los españoles
europeos, los españoles americanos y los extranjeros. Los españoles europeos son
generalmente realistas, pero muchos han sido traidores y han servido y sirven
hostilmente contra nosotros. Los rebeldes deben marchar todos a España con sus
familias y facultades, hayan o no tomado las armas.
Los extranjeros deben salir de estas provincias todos los que han sido insur-
gentes y los que han venido después de la caída de Bonaparte deben salir sin que
17 «El Reyno de Chile tiene pocos doctores y esto es una ventaja para conservar el orden y la
tranquilidad».
IMPÍOS Y SACRÍLEGOS O HÉROES. NARRACIONES DE LA INDEPENDENCIA EN EL TIEMPO DE LA INDEPENDENCIA 231
En los españoles americanos hay tres clases: la una de realistas, la otra de rebel-
des y la restante, de indiferentes. La primera es la más pequeña, la de los rebeldes
es más numerosa que la de los realistas, pero mucho más pequeña que la de los
indiferentes. Si se supone que la población del virreinato de Buenos Aires suble-
vado sea diez, será uno el de los realistas, tres el de insurgentes y seis de de los
indiferentes.
Pero ahora, en el momento en que la insurgencia está en claro receso, llega
el tiempo de la generosidad: «para la tranquilización de las provincias se debe
publicar un indulto, pues si se trata de castigar a todos los que han delinquido,
se derramaría mucha sangre, porque después de siete años de revolución, son
muchísimos los reos. Las principales causas por que los insurgentes se mantienen
aun pertinaces son por la conservación de sus vidas y empleos y así es que dicen
«esta es guerra de pescuezo».
Eso si, después del indulto general, los que reincidan deben ser castigados
con dureza: «Serán enviados a Europa e internados en pueblos lejos de la cos-
ta. Las haciendas y efectos que tuviesen los que se sublevasen y que deben ser
confiscados deberían distribuirse entre los labradores pobres que han sido fieles,
en recompensa de su fidelidad. Con las haciendas de uno malo se enriquecerá a
muchos pobres que serían por su propio interés los mejores defensores del Rey».
Una solución esta aplicada en ocasiones en el campo insurgente, por ejemplo, por
Artigas en la Banda Oriental.
Cacho estudia pormenorizadamente la situación en las zonas que ha recorrido,
Chile y el Río de la Plata y presenta medidas diferenciadas para cada una de ellas.
De todos los americanos, son los rioplatenses los más proclives a la insurgencia:
Buenos Aires debe ser tratado de distinto modo que los demás pueblos, no sola-
mente porque su carácter y poder los hace más temibles, sino también porque es
el focus de toda la revolución, porque procura extender sus ideas por Lima y otros
pueblos, por la mucha sangre que ha derramado injustamente y porque los que
una vez han mandado no se acostumbran con facilidad a la obediencia18.
18 Y por ello debe haber un tratamiento específico para Buenos Aires: «Debe quitarse a Buenos
Aires la residencia del Virrey y de todos los tribunales. Debe cerrarse su puerto sin dejar en él
ningún barco, pues ni para pescar los necesitan. Deben conducirse a España todas las familias
insurgentes con todo su caudal para que se establezcan en donde se les señale, celando en to-
das partes su conducta, para que no se escapen. Finalmente, se debe disminuir este pueblo todo
232 Julio Sánchez Gómez
lo posible para que, reducido a menos poder que los demás del virreinato, no pueda perturbar
el orden.» ¿Y quien ha de ser el heredero natural de Buenos Aires, según Cacho? La fiel Montevi-
deo.
19 Agradezco esta información a la profesora Lucrecia Enriquez. La consulta de la Guía del Es-
tado Eclesiástico secular y regular de España en particular y de toda la Iglesia Católica en general
correspondiente al año 1817 deja en blanco el nombre correspondiente al cargo de arcediano,
bajo el del conocido obispo realista Jose Santiago Rodriguez Zorrilla. Por tanto, cuando escribió
el texto, el arcediano ya no ocupaba su cargo de tal.
20 Compendio de la revolución de la América meridional del sur por el arcediano de Chile, en Biblio-
teca Menéndez Pelayo, Santander, manuscritos; papeles del marqués de la Pezuela.
IMPÍOS Y SACRÍLEGOS O HÉROES. NARRACIONES DE LA INDEPENDENCIA EN EL TIEMPO DE LA INDEPENDENCIA 233
21 Sobre Torrente, vid. Montoya Rivero P., «Mariano Torrente, la otra mirada de la independencia
y sus relaciones con Iturbide», en Terra, Memoria 2010, vol. 7. en http://www.terra.com.mx/me-
moria2010/articulo/901007/, acceso el 7 de marzo de 2011.
22 La Gazeta de Madrid, el órgano oficialista, del 5 de enero de 1830, saludaba así la publicación
de la Historia: «Presenta bajo su verdadera forma hechos históricos que han tenido la mayor in-
fluencia en las relaciones políticas y comerciales de España y no han sido apenas referidos hasta
ahora más que por los predicadores de la revolución».
23 Siempre que se refiere al trienio lo denomina «el interregno».
IMPÍOS Y SACRÍLEGOS O HÉROES. NARRACIONES DE LA INDEPENDENCIA EN EL TIEMPO DE LA INDEPENDENCIA 235
de Fernando VII fue cónsul en Civitavecchia –el puerto de los Estados Ponti-
ficios- desde dónde tuvo ocasión de entrar en contacto con el entonces exiliado
emperador Agustín de Iturbide, de quien recogió abundante información para su
Historia y, según él afirmó, negoció el establecimiento, tras su ya planeada vuelta
a México, de un miembro de la familia de Fernando VII en el trono24. Vivió des-
pués en Londres y fue administrador de rentas en Cuba para volver a España y
ocupar un puesto en las Cortes en tiempo de la regencia de Espartero entre 1841
y 1843. Volvió a Cuba, donde falleció en 185625. El aragonés escribió otras obras
sobre la isla de Cuba, sobre las relaciones de España con el mundo anglosajón y
una Geografía Universal26 y editó un periódico en la capital antillana con el título
Conservador de ambos mundos27.
La historia de Torrente tuvo una amplia difusión, no solo en España, donde
durante un tiempo fue el único relato disponible sobre los acontecimientos re-
cientes, sino también en América, donde fue objeto de refutaciones varias. De
hecho, según Harwich, las dos primeras historias de Venezuela escritas después de
la independencia fueron, en parte, concebidas como una respuesta a la «multitud
de falsedades con que el español Don Mariano Torrente ha querido lastimar la
conducta de los americanos, siempre imbéciles a su modo de pensar»28.
24 Si así fue, nunca Iturbide lo manifestó en su fugaz vuelta a la sede de su Imperio. Torrente
escribe: «Desde Livorno [Iturbide] se dirigió a Londres esperando entablar negociaciones con el
gobierno español para coronar emperador de Méjico a uno de nuestros augustos infantes, en
conformidad con su primitivo plan de Iguala y tratados de Córdoba, por lo que se manifestaba
sinceramente decidido. Puedo asegurar que si a nuestro amado soberano hubiera podido con-
venir este último proyecto se habría llevado a efecto con perfecta seguridad y con muy pocos
sacrificios. A este fin se encaminaban las relaciones que contraje en aquella época con el citado
Iturbide, esperando que este servicio pudiera ser grato a SM. Creí que aquel era el único medio
decoroso de rescatar a Nueva España de su exterminio, de salvar los intereses de la monarquía
española. Los seis años que han transcurrido han abierto un campo mas vasto a las esperanzas
de reponer en aquel país la autoridad real en todo su esplendor (¡!!) y han acreditado la sagaz
previsión del gobierno en haber desechado unas ideas que llevaban a lo menos el sello de la
buena fe y lealtad del oficioso negociador» En cualquier caso y como es sobradamente conoci-
do, Fernando VII nunca reconoció los tratados de Córdoba.
25 Montoya Rivero P., op.cit.. Harwich, N., «Un héroe para todas las causas: Bolívar en la historio-
grafía», en IberoAmericana, III, 10 (2003), pp.7-22.
26 Geografía universal física, política e histórica, Madrid, 1827; Revista general de la economía po-
lítica, La Habana, 1835; Colección escojida de novedades científicas, cuadros históricos, artículos de
costumbres y misceláneas jocosas con el título de recreo literario, La Habana, 1837; Bosquejo econó-
mico político de la isla de Cuba comprensivo de varios proyectos de prudentes y saludables mejoras
que pueden introducirse en su gobierno y administración, Madrid, 1852; Política ultramarina que
abraza todos los puntos referentes a las relaciones de España con los Estados Unidos, con la Inglate-
rra y con las Antillas y señaladamente con la isla de Santo Domingo, Madrid, 1854
27 Harwich, N., op.cit..
28 Montenegro y Colón, F., Historia de Venezuela, Caracas, 1960.
236 Julio Sánchez Gómez
29 La sola excepción que presenta contra el buen concepto formado aun por los mismos ene-
migos acerca de la suavidad de las leyes y del filantrópico gobierno que regía en los dominios
españoles de América es la mita. Pero achaca la mayor parte de la mala fama a «expresiones
poéticas de su dureza». Su única dureza real era la exigencia forzada, pero «¿Cómo era posible
excitar de otro modo la actividad de aquellas gentes, si ni los premios, promesas y ninguna
clase de estímulo alteraban en lo más mínimo su apatía natural? ¿no habría sido mas penoso y
expuesto un largo servicio en la carrera de las armas de que estaban exentos?».
IMPÍOS Y SACRÍLEGOS O HÉROES. NARRACIONES DE LA INDEPENDENCIA EN EL TIEMPO DE LA INDEPENDENCIA 237
¿Quiénes fueron para Torrente los artífices de la revolución? Igual que el coro-
nel Cacho, opina que los motores del levantamiento fueron «los abogados que no
agradecieron al monarca el que les hubiera proporcionado universidades y maes-
tros y los jóvenes díscolos y bulliciosos alucinados por los venenosos ejemplos de
la revolución francesa y encantados de la perspectiva de apoderarse de los empleos
y las riquezas de los españoles». Ni un gramo de autocrítica.
Y ¿Cuáles fueron las causas? La falta de energía en los primeros momentos
para sofocar las conmociones populares; la formación de juntas, en lo que coin-
cide con el arcediano; la intempestiva alocución de la Regencia de Cádiz en 1810
–un lugar común muy extendido entre los realistas de América, incluso entre
muchos liberales-; la libertad trasladada a las playas de América con la ominosa
(sic) Constitución de las Cortes de Cádiz30; las ideas liberales propagadas por
desgracia con tanta rapidez en 1820 en las filas españolas, en las que una parte
de la oficialidad contaminada por ellas llegó a considerar como una incoherencia
de principios el combatir la independencia y la libertad del nuevo mundo; el
descuido, la torpeza y finalmente el aburrimiento de muchos militares españoles
por una lucha tan terca y espinosa. Estos fueron los agentes de la momentánea
–recalca- emancipación de hecho de los americanos, además de los auxilios pres-
tados por algunas potencias extranjeras.
Y ¿Cuál es la situación en el momento de la publicación del libro? La lucha
ha finalizado, pero ha sido sustituida por la anarquía. Diecinueve años lleva libre
del supuesto yugo Buenos Aires, once Chile, cinco Perú, etc. ¿y cuáles han sido
sus progresos? El abatimiento y la miseria general. La dependencia de España,
dicen los americanos, es innegablemente molesta, pero es infinitamente peor la
horrorosa anarquía en que quedaron sumidos nuestros pueblos.
Y la amenaza de las castas: «México ha principiado ya a sufrir los efectos de
mi predicción. El mulato Guerrero con sus hordas forajidas va a entronizar un
despotismo tan duro como lo fue el del negro Enrique en Santo Domingo. Ya la
capital ha sido saqueada. Ya ha comenzado la guerra civil de las gentes de color
reforzada por toda la pillería y hez de las poblaciones contra los criollos autores
de esa misma revolución, de la que han de ser finalmente sus víctimas expiatorias.
Y en Perú bastará que surja otro Tupac Amaru para acabar con todos los blancos,
que apenas forman el 10% de la población. Si aquellos indios llegan a perder su
El primer alegato a favor de una transacción con los insurgentes tiene la tempra-
na fecha de 1821. Fue el de Miguel Cabrera de Nevares31, un encargo del secretario
de Estado de Ultramar, López Pelegrín, con el fin de servir de base a la acción de
las Cortes y el ejecutivo en relación con América para que «tomen las providencias
que convenga adoptar a fin de conseguir la tranquilidad y promover el bien de ella».
La memoria serviría como base de la discusión en la comisión de ultramar de las
Cortes y, como resultado de ella, del proyecto presentado ante el pleno de las Cortes
por el diputado por Extremadura, Francisco Golfín, antiguo diputado de las Cortes
gaditanas que acabaría sus días fusilado con Torrijos en diciembre de 1831.
31 Cabrera de Nevares, M., Memoria sobre el estado actual de las Américas y medio de pacificarlas
escrita de orden del Exmo sr. D. Ramón López Pelegrín, secretario de Estado y del despacho de la go-
bernación de ultramar por el ciudadano Miguel Cabrera de Nevares, y presentada a SM y a las Cortes
extraordinarias, Madrid. 1821.
IMPÍOS Y SACRÍLEGOS O HÉROES. NARRACIONES DE LA INDEPENDENCIA EN EL TIEMPO DE LA INDEPENDENCIA 239
32 Los trazos biográficos de Cabrera de Nevares en Vilar García, M., El español, segunda lengua en
los Estados Unidos. Murcia, 2008.
33 Ibidem. Publicó allí una gramática y un manual para el aprendizaje del español..
34 Gil Novales, A., «M. Cabrera de Nevares», en Diccionario Biográfico del Trienio Liberal. Madrid, 1991.
35 Sobre la discusión del proyecto en Cortes vid. Frasquet, I., op.cit.
36 De esta forma calificaba Torrente el envío de comisionados a América: «se dieron varios de-
cretos en 13 de febrero y en 28 de junio de 1822 sobre el nombramiento de comisionados para
dichos dominios de ultramar. La negociación fracasó. Y así terminaron aquellas necias negocia-
ciones inventadas por la mala fe, dirigidas por la ceguedad de los partidos y sancionadas por la
estúpida credulidad y torpe compromiso».
240 Julio Sánchez Gómez
los que nos hacen la guerra. Los hijos de los españoles son los que levantaron el
grito de independencia. Estos ingratos criollos que nos deben su existencia son los
que quieren cortar los lazos… por una contradicción de lo más absurda gritan «li-
bertad y emancipación» para ellos mismos y «cadenas y opresión para los indios»,
que son los únicos que pudieran alegar derechos, en cierta manera legítimos, para
pretender recobrar la independencia que les quitaron Cortés y Pizarro.
Afirma que «Hay un gran extravío de la opinión pública respecto a asunto de
tanta importancia y de consecuencias tan trascendentales. Ni los particulares, ni
el gobierno, ni las cortes parece que están enteradas a fondo del asunto».
Cabrera no manifiesta simpatía por la revolución37. Su postura es puramente
pragmática frente a lo irremediable:
¿Tienen derecho los americanos a hacerse independientes de España? No, la
América solo lo tuvo un momento, cuando en 1810 vio que la España toda había
sucumbido a la dominación francesa. Si el incendio de Moscú no hubiera hecho
levantar el sitio de Cádiz, todos los que nos preciamos de españoles leales nos hu-
biéramos alegrado de que América, declarada independiente, fuera el suelo dónde
se refugiase nuestra triste patria.
Para él, que habla desde la perspectiva liberal, la Junta de Regencia cometió
dos errores: no reconocer a las Juntas de Buenos Aires y Caracas y tildarlas de
facciosos y rebeldes y enviar tropas expedicionarias para castigarlas, cuando al
mismo tiempo lanzaba la famosa proclama a los españoles americanos, que tilda
37 Ni por los revolucionarios. Escribe: «Sería nunca acabar si yo quisiera hacer el bosquejo de las
atrocidades que se cometen en toda la América contra los españoles. Yo no extraño el rigor –que
muchos creen excesivo- de algunos generales españoles que han usado de represalias justas
contra los americanos; los que opinan que su conducta ha sido extraordinariamente inflexible y
cruel o no conocen el carácter americano o no sienten las injurias hechas a nuestra nación o son
indiferentes al envilecimiento del nombre español. (…) ¿Cuándo han conocido una dominación
más despótica y sanguinaria que la que actualmente padecen bajo el yugo de sus mandatarios?.
Se pregunta ¿Cuándo han conocido una dominación más despótica y sanguinaria que la que
actualmente padecen bajo el yugo de sus mandatarios? ¿Cuándo los derechos de los hombres
han sido más atrozmente vulnerados?... ¿Cuándo se han visto en tiempo de la mayor tiranía,
ejemplos de despotismo tan atroz como en la época presente? La libertad es absolutamente
desconocida por los que están peleando por ella. Su revolución no es efecto del espíritu del siglo
en que vivimos, no es aquel esfuerzo noble y generoso que actualmente emplean los pueblos
de Europa luchando contra los gobiernos absolutos y contra los monarcas despóticos. No es un
movimiento producido por la heroica resolución de vivir libres, es un paso retrógrado en la mar-
cha majestuosa de las generaciones presentes. La madre patria es en el dia libre y las colonias
son esclavas, la metrópoli extiende su mano y les ofrece el código precioso donde se contiene el
compendio de su verdadera libertad y la América le desprecia. (…) La América vuelve a los siglos
de barbarie con su prematura emancipación, teniendo la libertad en los labios y los grillos en los
pies. Cabrera de Nevares, M., op.cit..
IMPÍOS Y SACRÍLEGOS O HÉROES. NARRACIONES DE LA INDEPENDENCIA EN EL TIEMPO DE LA INDEPENDENCIA 241
38 «El gobierno que se formó en España tras el comienzo del asedio de Cádiz salvó a España
pero perdió a América. Cuando recibió la noticia de la erección de las juntas independientes de
Caracas y Buenos Aires, en vez de consolar a aquellos nobles patriotas, en vez de agradecer que
aquellos ricos países se hubieran precavido contra el peligro que aun nos rodeaba muy de cerca,
en vez de haber mandado diputados invitando a aquellas juntas al reconocimiento del nuevo
gobierno de Cádiz para salvación de la metrópoli, se les trató de facciosos, se les llamó rebeldes
y se enviaron tropas expedicionarias para castigarlos» Cabrera de Nevares, M., op.cit. Contradice,
pues, Cabrera de Nevares la visión generalizada que veía en las Juntas el claro antecedente del
independentismo desde el primer momento.
242 Julio Sánchez Gómez
39 Vid. Vilar García, M., op.cit. La crítica de Pradt en PRADT, D. de Examen del plan presentado
a las Cortes para el reconocimiento de la independencia de la América española. Burdeos, 1822
(traducción del francés), en http://bvpb.mcu.es/en/consulta/resultados_busqueda_restringida.
csicion=1&forma=ficha&id=567. Consulta el 12-11-11.
IMPÍOS Y SACRÍLEGOS O HÉROES. NARRACIONES DE LA INDEPENDENCIA EN EL TIEMPO DE LA INDEPENDENCIA 243
40 Luli, Refutación contra la memoria presentada por D. Miguel Cabrera de Nevares sobre las Amé-
ricas. Madrid, 1821.
41 Le acusa de mentir y de inventar los hechos que relata, así como de mantener una relación
con un tal Salinas en Buenos Aires, relación que sostenían «comiendo, durmiendo y divirtiéndo-
se juntos», calificándola como «horrible unión».
244 Julio Sánchez Gómez
42 Presas, J., Juicio imparcial sobre las principales causas de la revolución de la América española y
acerca de las poderosas razones que tiene la metrópoli para reconocer su absoluta independencia.
Burdeos, 1828.
43 Representación dirigida al Rey de España por un español que acaba de regresar de México sobre
el reconocimiento de la independencia de América. Burdeos, 1829
44 Mariluz Urquijo, J.M., Proyectos españoles para reconquistar el Río de la Plata, 1820-1833. Bue-
nos Aires, 1958.
IMPÍOS Y SACRÍLEGOS O HÉROES. NARRACIONES DE LA INDEPENDENCIA EN EL TIEMPO DE LA INDEPENDENCIA 245
45 Una Memoria sobre el estado y situación política en que se hallaba el reino de Nueva España en
agosto de 1823, editada en Madrid en 1824, una Instrucción para el cultivo de la planta Nopal o
Tuna higuera y cría de la cochinilla de América, Málaga, 1825 o las Memorias secretas de la Princesa
de Brasil, impresa en Burdeos en 1830.
246 Julio Sánchez Gómez
Desde la óptica del italiano, la voluntad de los orientales era conseguir la liber-
tad en el seno de la patria platense y con el apoyo de ésta.
Como entre todos los liberales, Nascimbene tenía muy mala opinión sobre
Pedro I. «A su ascensión al trono, dio rienda suelta a los impulsos ambiciosos de
su ánimo fiero. Y sin ningún cuidado por tratados o pactos anteriores, sin mise-
ricordia alguna, sin atender más que a sus intereses pronunció una sentencia ter-
rible y fatal: el territorio hasta el Plata es suyo, pero la nación oriental –sic- cuyos
habitantes declaraba que se le habían ofrecido voluntariamente a él y se le habían
consiguientemente sujetado....».
Impugna como ilegítimo el Congreso Cisplatino de representantes del territo-
rio que votó la unión de la Banda Oriental a Portugal primero y a Brasil después.
Pero los orientales eran infatigables y espiaban atentamente cualquier ocasión para
lograr su intento de quitarse de encima la dominación extranjera. Nascimbene
adopta todos los tópicos de la incipiente construcción del relato del levantamien-
to de los orientales –de una parte de ellos– contra el Imperio y lo presenta como
algo unánime, sin fisuras, como quedaría cristalizado después de 1870. Así, habla
de «causa nacional», «patriotas orientales»… Y entre los tópicos, la incompatibi-
lidad entre orientales e imperiales. «Entre las razas de Castilla y de Braganza (sic),
el rencor era antiguo y se transmitía de abuelos a nietos oponiendo a imperiales y
republicanos del Plata. El execrado portugués era señalado por toda la campaña
y, si era divisado de lejos por los gauchos, ciertamente arriesgaba la vida y era
normal que si aquellos detestados lusitanos viajaban tenían que esconderse para
salvarse de la implacable ira de los nacionales orientales. En Montevideo había
una aristocracia que temía cualquier innovación y a la sombra del trono imperial
parecían tener mayor seguridad. Pero como excepción de estos poquísimos vam-
piros de Montevideo, la masa de ciudadanos hervía de odio contra sus opresores
de la misma forma que los detestaban los habitantes de la campaña».
Hemos recogido aquí siete relatos de la independencia desde muy distintos pun-
tos de vista, aunque es palpable que coinciden en muchas partes del relato. Lamen-
tablemente, la escasez de espacio ha dejado fuera otros de no menor interés49. Espe-
ramos que la pronta edición crítica de todos ellos ponga en manos de los interesados
un interesante conjunto de narraciones hoy poco conocidos por poco accesibles.
49 Desde el propio texto antes citado del abate De Pradt, Examen del plan presentado a las Cor-
tes para el reconocimiento de la independencia de la América española. Burdeos, 1822 o De las
colonias y de la revolución actual de la América, Burdeos, 1817 hasta el texto realista de José Ma-
ría Padilla del Águila, Exposición económico político documentada de los sucesos ocurridos en el
gobierno eclesiástico, civil y militar de las provincias de Mainas…., editado en Madrid en 1823, un
interesante relato de la insurgencia en una apartada región andina.
La representación de las revoluciones de la
independencia en la pintura oficial
hispanoamericana del primer siglo de vida
independiente: entre la memoria y la historia
Tomás Pérez Vejo
Escuela Nacional de Antropología e Historia (INAH)/Instituto de Filosofía (CSIC
1. Introducción
1 Véanse, entre otros, Pérez Vejo, Tomás, «Nacionalismo e imperialismo en el siglo XIX: dos
ejemplos de uso de las imágenes como herramientas de análisis histórico», en Aguayo, Fernando
y Roca, Lourdes (Coord.), Imágenes e investigación social. México DF, Instituto de Investigacio-
nes Dr. José María Luís Mora, 2005, pp. 50-74; Pérez Vejo, Tomás, «Historia política, imágenes e
imaginarios colectivos», en Pelegrini, Sandra C. A. y Zanirato, Silvia H. (Coord.), Narrativas da Pós-
Modernidade na Pesquisa Histórica. Maringá (Brasil), EDUEM, 2005, pp. 31-68; Pérez Vejo, Tomás,
«La pintura de historia y la invención de una memoria nacional», en Images et Mémoires. Actes
de 3 Congrés International du Grimh. Lyon, Université Lumiere-Lyon 2, 2003, pp. 83-96; Pérez Vejo,
252 Tomás Pérez Vejo
Imagen 1. Primitivo MIRANDA, El héroe de Iguala, 1851. Óleo sobre lienzo, 246X162 cm., Museo
Nacional de Historia-INAH, México DF.
254 Tomás Pérez Vejo
de guerra civil del conflicto era mucho más explícito. Esto no quiere decir que la
situación haya sido muy diferente a la que se dio en el resto de los que habían sido
territorios de la Monarquía Católica en América, sino que en el caso de México
las dificultades para imaginar la guerra civil como guerra de liberación nacional
fueron mayores y, por lo tanto, también los retos a los que tuvo que enfrentarse la
construcción de una memoria normalizada capaz de imaginar lo ocurrido como
una guerra de liberación nacional. No sólo había que inventarse que había sido
una guerra contra los «españoles» sino que era necesario reacomodar el papel de
los distintos padres de la independencia, combatientes en bandos distintos has-
ta el mismo momento de su proclamación. Estas dificultades y contradicciones
permiten un análisis mucho más preciso que el que se puede hacer en países en
los que las contradicciones fueron menos visibles, lo que, por supuesto, no quiere
decir que no existieran.
3 Se entiende como cuadros de historia oficiales aquellos que fueron exhibidos en alguna de
las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes celebradas durante el siglo XIX y/o adquiridos por el
Estado.
LA REPRESENTACIÓN DE LAS REVOLUCIONES DE LA INDEPENDENCIA EN LA PINTURA OFICIAL HISPANOAMERICANA 255
Gráfico nº 1. La genealogía nacional mexicana según los cuadros de historia expuestos en las Na-
cionales de la Academia de Bellas Artes de San Carlos de México. Las cifras indicas porcentajes
sobre el total de cuadros de historia expuestos durante el siglo XIX
7 La precisión «en el siglo XIX» es necesaria ya que en el relato de nación mexicano del siglo
XX hay también una segunda resurrección, fundamental para el imaginario nacional mexicano,
que es la de la Revolución de 1910. El imaginario histórico de la Revolución, sorprendentemen-
te, asume se podría decir que en toda su integridad, el relato del siglo XIX con sólo el añadido
de una segunda resurrección. No hay prácticamente ninguna diferencia entre el relato en imá-
genes de la historia de la nación creado por la pintura decimonónica y el plasmado por Rivera
en los muros del Palacio Nacional a principios del siglo XX, salvo esa segunda resurrección de la
Revolución.
8 Rodrigo Gutiérrez, El Senado de Tlaxcala, 1875. Óleo sobre lienzo, 191X232,5 cm., Museo Na-
cional de Arte, México DF.
9 Félix Parra, Fray Bartolomé de las Casas, 1875. Óleo sobre lienzo, 430X325 cm., Museo Nacio-
nal de Arte, México DF.
LA REPRESENTACIÓN DE LAS REVOLUCIONES DE LA INDEPENDENCIA EN LA PINTURA OFICIAL HISPANOAMERICANA 257
Imagen 2. Petronilo MONROY, Agustín de Iturbide, 1865. Óleo/tela, 287x205 cm. Palacio Nacional,
México DF.
258 Tomás Pérez Vejo
La primera tiene que ver con las características de este relato arquetípico de
nacimiento, muerte y resurrección. En él, de manera general y no sólo en el caso
de México, la muerte y el nacimiento, especialmente la muerte, tienen un papel
hegemónico. Es lo que ocurre en el imaginario cristiano, del que, como ya se ha
dicho, derivan muchos de los relatos nacionales de Europa y América, donde la
muerte, y secundariamente el nacimiento, tiene un papel mucho más relevante
que la resurrección, y me refiero, por supuesto, al plano emotivo-referencial, no
al teológico. El número de imágenes en la pintura religiosa de Occidente inspi-
radas en el nacimiento y muerte de Jesucristo es también muy superior al de las
inspiradas en la resurrección. El símbolo del cristianismo, la imagen en la que los
fieles se reconocen y en la que se identifican es la de Jesucristo expirando en la
cruz, no la de su nacimiento ni, mucho menos todavía, la del momento en que
sale del sepulcro, la cruz y no el pesebre de Belén o la tumba vacía. La explicación
parece sencilla. La capacidad emotiva del sacrificio es muy superior como mito de
pertenencia a la generada por el nacimiento o la resurrección. La autoinmolación,
el sacrificio ritual, la sangre que redime y fundamenta, tienen mucha más fuerza
como elemento de cohesión social que el triunfo o la victoria. Las religiones, y el
nacionalismo es sólo una forma laica de religiosidad, se construyen con mártires
más que con héroes. Lo que explica que tanto en el santoral laico como en el re-
ligioso predominen los primeros sobre los segundos. Más todavía, posiblemente,
en el caso de naciones de cultura cristiana, herederas de una tradición religiosa
con un fuerte componente sacrificial, en las que para ser padre de la patria no es
imprescindible haber muerto por ella pero lo facilita bastante.
La segunda, con un problema al que los historiadores hemos prestado mucha
menos atención de la que se merece, que es el componente de guerra civil que
las llamadas guerras de independencia tuvieron, en el conjunto de los territorios
americanos de la Monarquía Católica10, no sólo en México. En el caso concreto
de este último país, la conversión de los hechos ocurridos entre 1810 y 1821
en una guerra de independencia fue un proceso arduo y complejo. Tanto los
ejércitos realistas como los insurgentes habían estado formados básicamente por
«mexicanos», no sólo las tropas sino también los oficiales. Por poner un ejemplo,
la mayoría de los jefes de Estado del primer México independiente libraron la
guerra del lado realista y no del insurgente, Agustín de Iturbide, Antonio Ló-
pez de Santa-Anna, Manuel Gómez Pedraza, Anastasio Bustamante, José Joaquín
Herrera, Mariano Paredes y Arrillaga, Mariano Arista… y hasta un antiguo oficial
10 Sobre el carácter de guerra civil de las guerras de independencia véase Pérez Vejo, Tomás,
Elegía criolla. Una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas. México DF,
Tusquets editores, 2010.
LA REPRESENTACIÓN DE LAS REVOLUCIONES DE LA INDEPENDENCIA EN LA PINTURA OFICIAL HISPANOAMERICANA 259
Imagen 3. Tiburcio SÁNCHEZ DE LA BARQUERA, General Miguel Hidalgo y Costilla, 1875. Óleo/
tela, 287x205 cm., Ayuntamiento de la Ciudad de México (Copia del pintado por Joaquín Ramí-
rez en 1865).
260 Tomás Pérez Vejo
11 «Sobre el discurso del Sr. Director del Colegio de Minería D. José María Tornel, en la distri-
bución de premios de sus alumnos (es un artículo enviado)», El Universal, 24 de noviembre de
1849. El 16 de septiembre conmemora el Grito de Hidalgo en Dolores y el 27 de septiembre la
entrada del ejército de Iturbide en la ciudad de México. Durante la primera mitad del siglo XIX
el enfrentamiento entre los que proponían una u otra fecha como fiesta de la independencia
fue continuo. Sobre esta polémica y su alcance político-ideológico véase el capítulo Pérez Vejo,
Tomás, España en el debate público mexicano, 1836-1867. Aportaciones para una historia de la na-
ción. México, El Colegio de México/Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2008, pp. 107-
152.
12 El título exacto con que fue presentado fue el de El héroe de Iguala. Don Agustín de Iturbide,
en pie y del tamaño natural, muestra encima de la mesa el Acta de Independencia y el Plan de Iguala;
en el fondo se ve el volcán Popocatépelt (Catálogo de los objetos de Bellas Artes presentados en la
cuarta exposición anual de la Academia Nacional de San Carlos de México. Enero. 1852. México,
Tipografía de Rafael y Vila, Calle de Cadena, nº 13, 1852)
LA REPRESENTACIÓN DE LAS REVOLUCIONES DE LA INDEPENDENCIA EN LA PINTURA OFICIAL HISPANOAMERICANA 261
13 El carácter alegórico de este cuadro es muy claro, tanto por la presencia de los textos del
Acta de Independencia y el Plan de Iguala sobre la mesa (Independencia) como por la del Po-
pocatépelt al fondo (México), una forma de representar a la nueva nación de gran eficacia y
economía de medios.
14 «Oficio del ministro de Fomento a Bernardo Couto, presidente de la Junta de la Academia de
San Carlos sobre el monumento nacional para la plaza principal», 14 de enero de 1854 (Archivo
de la Antigua Academia de San Carlos de México, doc. nº 5592).
262 Tomás Pérez Vejo
sin hazañas permitió obviar los aspectos más conflictivos de la guerra, exaltando
figuras de próceres sin mácula y olvidando hechos de difícil encaje en una me-
moria fracturada. No era lo mismo, por poner un ejemplo obvio, el retrato de
Iturbide que su representación al frente de las tropas realistas sometiendo a sangre
y a fuego el Bajío; o, por poner un ejemplo no mexicano, el retrato de Bolívar
que la representación del Libertador masacrando a los indígenas de Pasto, tan
americanos, al menos, como él.
La construcción de una memoria nacional tiene siempre un fuerte compo-
nente de genocidio de memorias, de desplazamiento y exterminio de memorias
locales y familiares por una memoria oficial al servicio del estado. En el caso de
la llamada guerra de independencia mexicana, este proceso de apropiación de
memorias resultó particularmente complicado. Sólo por referirme al caso de los
dos personajes que van a monopolizar el discurso sobre la independencia en el
México del siglo XIX, Hidalgo e Iturbide, para el estado mexicano el primero se
convirtió, desde muy pronto, en el iniciador de la independencia y el segundo en
su consumador. Para las memorias familiares y locales de parte de la población,
sin embargo, el primero era básicamente el responsable de las matanzas y saqueos
cometidos por sus tropas en el Bajío, «las turbas de Hidalgo», léase si no lo escrito
por Alamán, y el segundo el militar realista que había diezmado, en sentido lite-
ral, a las poblaciones acusadas de apoyar a los insurgentes en ese mismo territorio.
Dos memorias contradictorias e incompatibles que hacían más fácil exaltar a un
Hidalgo y a un Iturbide intemporales, esterilizados en la quietud de sus retratos,
que hacerlo en hechos históricos concretos, todavía cercanos en el tiempo y con
un consenso social relativamente frágil15. El eterno problema de la memoria his-
tórica sobre no importa qué guerra civil.
Esta estrategia de sustitución de hechos por personajes tuvo su mejor expre-
sión en la serie de retratos de héroes de la independencia encargada por Maxi-
miliano para el Salón de Iturbide del Palacio Imperial, en la que se incluyeron
retratos, todos del mismo tamaño, de Iturbide, Hidalgo, Morelos, Matamoros,
Guerrero y Allende16. Serie que plasma la visión de consenso y benévola de la
Imagen 4. Antonio FABRÉS, El cura Hidalgo victorioso después de la batalla del Monte de las Cruces,
1904. Óleo/tela 297x190 cm. Palacio Nacional, México DF.
264 Tomás Pérez Vejo
guerra característica de la época del Imperio: incluye a todos los héroes defendi-
dos por los diferentes sectores políticos e ideológicos de la época y los muestra al
margen de cualquier episodio histórico concreto que pudiera oscurecer su imagen
de héroes inmaculados. Me voy a referir aquí únicamente a los retratos de los dos
que resultaban más conflictivos, Iturbide e Hidalgo17.
El del primero, obra de Petronilo Monroy (Imagen 2), apenas introduce mo-
dificaciones a la imagen creada por Miranda de Iturbide como artífice de la in-
dependencia. Su mano derecha señala, de manera incluso más ostensible que en
el cuadro de aquel, el documento del Plan de Iguala extendido sobre la mesa. La
única variación relevante es la presencia de símbolos imperiales, manto de armiño
ribeteado de águilas mexicanas y corona imperial sobre la mesa. Haberse procla-
mado emperador no era, obviamente, algo negativo en el contexto del Segundo
Imperio Mexicano, sí en el momento en que Miranda había pintado el suyo, que
no sólo se excluye cuidadosamente cualquier referencia a símbolos monárquicos
sino que incluye una inverosímil banda presidencial.
El de Hidalgo, obra de Joaquín Ramírez (Imagen 3), le representa como un
reflexivo teólogo, al lado de una mesa con libros y prácticamente enmarcado por
el cuadro con la Virgen de Guadalupe de la pared del fondo. La imagen de un
venerable anciano, dedicado al estudio, devoto de la virgen de Guadalupe y dis-
puesto a sacrificar la tranquilidad de sus últimos días por la salvación de la patria,
resultaba bastante menos controvertida que la del belicoso caudillo del ejército
que había sometido, a sangre y fuego, algunas de las más importantes y pobladas
ciudades del virreinato.
La imagen global de la serie encargada por Maximiliano resulta todavía más
clara si consideramos que, tal como plantea Fausto Ramírez18, en ella se establece
una clara distinción entre Hidalgo, Morelos e Iturbide, representados en un inte-
rior y junto a mesas con papeles, y Allende, Matamoros y Guerrero, al aire libre y
empuñando las armas. Los primeros héroes «civiles», dignos de recuerdo por sus
virtudes legislativas y jurídicas, y los segundos héroes militares, dignos de recuer-
do por sus hazañas bélicas. Se privilegia, tanto en el caso de Iturbide como en el
de Hidalgo su condición de héroes civilizadores, menos conflictiva, sin duda, que
la de héroes militares. Obviamente esto no tiene nada que ver con la realidad de
los hechos sino con la forma como el Estado decidió recordarlos.
17 Conflictivos no tanto por su condición de personajes históricos como de símbolos de dos pro-
yectos de construcción de Estado y nación, del conservador el primero y del liberal el segundo.
18 Ramírez, Fausto, «Hidalgo en su estudio»: la ardua construcción de la imagen del pater patriae
mexicano», en Mínguez, Víctor y Chust Calero, Manuel (Coord.), La construcción del héroe en España
y México (1839-1847). Valencia, Universitat de Valencia, 2003, pp. 189-209.
LA REPRESENTACIÓN DE LAS REVOLUCIONES DE LA INDEPENDENCIA EN LA PINTURA OFICIAL HISPANOAMERICANA 265
19 Sobre la evolución de la imagen de Hidalgo en la pintura mexicana del siglo XIX véanse
Garrido, Esperanza, «Evolución y manejo de la imagen de Miguel Hidalgo y Costilla en la pintura
mexicana (1828-1960)», en Arte y Coerción, México DF, Universidad Nacional Autónoma de Méxi-
co, 1992, pp. 35-43; y Ramírez, Fausto, op.cit., pp. 189-209.
266 Tomás Pérez Vejo
fechas muy tardías, último cuarto del siglo XIX, cuando después de la derrota de
los conservadores y la desaparición de las generaciones que habían vivido la gue-
rra permitió tanto la posibilidad de representarla como un enfrentamiento entre
españoles y mexicanos, entre ellos y nosotros, como el desplazamiento definitivo
de Iturbide por Hidalgo como padre de la independencia. Por lo que respecta
a las características, es mejor verlo en el análisis concreto de cada una de estas
pinturas.
El primer cuadro de historia sobre la guerra de independencia que pudo verse
en una Nacional es ya de 1873, año en el que Atanasio Vargas expuso El prisionero
insurgente (Imagen 5). En él el problema de cómo representar una memoria frag-
mentada se obvia eligiendo como tema no un hecho histórico concreto, sino un
episodio anónimo, sin implicaciones personales posibles, con los protagonistas
reducidos a la categoría de símbolos colectivos: el realista y el insurgente. El pri-
mero identificado por su uniforme y el segundo por un escapulario de la virgen
de Guadalupe ostensiblemente visible sobre su pecho. La nobleza y dignidad del
prisionero dejan pocas dudas sobre quien es el protagonista de la escena y de qué
lado se debe de poner el espectador. Toda la composición gira en torno a él y a
las penosas condiciones a las que ha sido sometido por los «españoles». Un relato
en imágenes en el que el ojo del espectador transita de la miseria de la celda, un
espacio constreñido de paredes desconchadas y catre de paja, al régimen de pan y
agua en el que vive, la hogaza de pan sobre el taburete y la jarra de agua en manos
del realista. El discurso de fondo es bastante obvio, la independencia como una
lucha popular en la que el pueblo se había levantado contra la opresión de los
soldados españoles. Poco importaba que los soldados españoles fueran en la ma-
yoría de los casos mexicanos y tan pueblo como aquellos. Estamos hablando de
cómo se construye una memoria en imágenes sobre el pasado, no de la represen-
tación de lo que realmente ocurrió. Memoria que incluye un fuerte componente
afectivo, tanto de pertenencia, quienes son los nuestros y quienes no, como de
juicio moral, quienes los buenos y quienes los malvados. Preguntas a las que la
imagen creada por Vargas da cumplida y clara respuesta. No cabe ninguna duda
sobre quien es el héroe y quien el villano ni, menos todavía, de qué lado debe de
ponerse el espectador.
En el siguiente cuadro sobre la guerra de independencia expuesto en una Na-
cional, El cura Hidalgo en el monte de las Cruces arengando a sus tropas momentos
antes de la batalla (Imagen 6), llevado por Luis Coto a la 187920, la estrategia es
20 Catálogo de las obras presentadas en la XIX Exposición Nacional de Obras de Bellas Artes de la
Escuela Nacional de Bellas Artes. Correspondiente al año de 1879, con el carácter de Nacional y Esco-
lar del Bienio de 1878 y 1879. México, Imprenta de la Escuela Nacional de Artes y Oficios, primera
LA REPRESENTACIÓN DE LAS REVOLUCIONES DE LA INDEPENDENCIA EN LA PINTURA OFICIAL HISPANOAMERICANA 267
Imagen 6. Luis COTO MALDONADO, Hidalgo en el Monte de las cruces arengando a sus tropas,
1879. Óleo/tela, 158x151 cm. Museo de Bellas Artes de Toluca, Toluca.
Imagen 7. Petronilo MONROY (atribuido), El abrazo de Acatempan, ca. 1875. Óleo/tela. Museo
Regional de Guerrero, Chilpancingo.
había sido asesinado por los españoles de Natal Pesado, no expuesto en ninguna
Nacional pero resultado de un encargo oficial.
El de Natal Pesado (Imagen 8) es uno de los cuadros de historia relevantes del
siglo XIX mexicano, pintado en Roma, por encargo del gobernador de Veracruz,
quien lo regaló posteriormente al gobierno de la nación, fue enviado a la Expo-
sición Internacional de Chicago de 1893 y reproducido en grabado por varias
revistas de la época para acabar ocupando un lugar de honor entre las pinturas
que adornaron la sala de Embajadores del Palacio Nacional. Su éxito resulta sin
embargo relativo ya que no logró convertirse, aspiración de toda pintura de histo-
ria, en una imagen arquetípica en la que reconocerse e identificarse. Aunque fue,
sin duda, el que más se le acercó, la imagen de una insurgencia magnánima, capaz
de perdonar a sus enemigos, que son, inequívocamente, los españoles y no otros
mexicanos (tanto en las pinturas como en los relatos históricos se habla siempre
de españoles, no de realistas).
Hay algunos otros cuadros inspirados en sucesos de la independencia: Atoto-
nilco, 16 de septiembre de 1810 de Alberto Zaffira, expuesto como boceto en la
Nacional de 188126 y actualmente desaparecido, mostraba el momento en el que
se enarboló por primera vez la imagen de la virgen de Guadalupe como enseña de
la rebelión, un episodio central en la gesta de la independencia; Morelos e Hidalgo
de Juan Ortega, expuesto sin terminar en la Nacional de 188627, que mostraba
la continuidad entre la primera y la segunda etapa de la Guerra de la Indepen-
dencia; y El sitio de Cuautla de José Espiridón Domínguez, Nacional de 189828,
donado al año siguiente por el autor al Colegio Militar, representación de uno de
los escasos episodios con una cierta grandeza militar de toda la guerra. Los tres
representaban episodios de evidente relevancia histórica pero el eco publico de
todos ellos, sin embargo, fue muy menor, como consecuencia también su inci-
dencia en la construcción de una memoria en imágenes sobre la guerra. Tampoco
el Estado, por su parte, pareció mostrar especial interés ni en que se concluyesen,
caso de los dos primeros, ni en adquirirlos, sólo el último acabó en sus manos
pero por donación del autor.
26 Catálogo de las obras presentadas en la XX Exposición de Obras de Bellas Artes de la Escuela Na-
cional de Bellas Artes, abierta el 5 de Noviembre de 1881. Centenario de la Fundación de la Escuela.
México, Imprenta de Epifanio D. Orozco y Compañía. Escalerillas Núm. 13. 1881.
27 El título exacto con el que fue presentado es Morelos e Hidalgo. Morelos se presenta a Hidalgo
en el pueblo de Charo, cuando el general se dirigía sobre la capital del virreinato Catálogo General de
las obras presentadas en la XXI Exposición de obras de Bellas Artes, abierta el 8 de diciembre de 1886.
México, Tip. Berrueco Hnos. San Felipe Neri Núm. 20 y medio, 1887.
28 Catálogo de las obras nacionales y extranjeras presentadas en la XXIII Exposición de la Escuela N.
de Bellas Artes. 1898. México, Tipografía de «El Tiempo», Cerca de Santo Domingo, 4, 1898.
LA REPRESENTACIÓN DE LAS REVOLUCIONES DE LA INDEPENDENCIA EN LA PINTURA OFICIAL HISPANOAMERICANA 273
Imagen 8. Natal PESADO, Nicolás Bravo perdona la vida a los prisioneros realistas, 1892. Óleo/tela.
305x504 cm. Palacio Nacional, México DF.
4 . Conclusiones
29 Citado en Acevedo, Esther, «Los comienzos de una historia laica en imágenes», en Los pinceles
de la historia. La fabricación del Estado, 1864-1910, México DF, Museo Nacional de Arte, 2003, p.
45.
274 Tomás Pérez Vejo
Las relaciones entre la metrópoli y las colonias americanas en los años pos-
treros de la centuria dieciochesca no están exentas de una tensión que ha ido
creciendo en las últimas décadas. Junto a conocidos factores propios de la vin-
culación –el genérico concepto de dominio, en todos los órdenes, que sobre los
territorios americanos se tenía por los peninsulares y la consiguiente resistencia
desde los grupos criollos– es necesario destacar otros exógenos, como la inciden-
cia del proceso emancipador de las trece colonias americanas o la de la misma
revolución francesa y sus repercusiones en nuestro país.
En este trabajo pretendemos un acercamiento a esta convulsa realidad a tra-
vés de un personaje que, nacido en la otra orilla del Atlántico, será partícipe en
ésta de acontecimientos singulares. El sujeto en cuestión responde al nombre de
don Manuel del Sobral y Bárcena, nacido en Guatemala y finado en Jerez de la
Frontera (Cádiz).
Don Manuel nace en 1763 fruto del matrimonio de don Fernando del Sobral
y Muñoz –pontevedrés que, afincado en Cádiz, se traslada en octubre de 1751 al
puerto de Santo Tomás de Castilla1– y doña Michaela de Bárcenas, hija de un rico
hacendado guatemalteco2. Su infancia corresponde a la propia de una familia que
a su prestigio social aúna una cada vez mayor influencia política, pues su padre
será nombrado en 1775 Justicia mayor de la ciudad de Guatemala por el entonces
Capitán General don Martín de Mayorga, en 1779 aparece como regidor y en
1780 y 1783 es alcalde segundo3. Es pues el vástago de una familia que se corres-
ponde con la emergente nueva sociedad guatemalteca.
Probablemente con la finalidad de completar su educación, pero también atraí-
do por lazos familiares –su pariente Francisco Martínez Sobral4 era médico de Car-
los IV– debieron de acercarle a nuestro país. Será aquí donde este joven dedique
a la clerecía lo principal de su trayectoria. Poco sabemos de Manuel del Sobral y
Bárcena -excepto que había desempeñado la capellanía de Lenguas del Real Hospi-
cio de Cartagena5- hasta los momentos de la invasión de los ejércitos imperiales na-
poleónicos de España. En 1808 era presbítero y estaba avecindado en Puerto Real,
formando parte de la élite ilustrada –es miembro destacado de la Real Sociedad
Económica de Amigos del País6– partidaria de un gobierno como el napoleónico:
Los progresos sorprendentes que el emperador de los franceses hizo en todas las
campañas tanto en la Europa como en el Egipto fueron motivo para que muchas
naciones y gentes lo admirasen como un hombre singular de aquellos que no se
dejan ver sino después de pasadas muchas centurias; confieso ingenuamente que
en mi opinión estuvo graduado como extraordinario y que fui uno de aquellos ad-
miradores que creían feliz el pueblo que lograba tener semejante administrador7.
Al mismo tiempo ejerce de Capellán de lenguas del Hospital de San Carlos
de la Isla de León8. Su conocimiento del idioma galo le servirá para atender a
aquellos enfermos –los oficiales franceses prisioneros tras la derrota del ejército de
Dupont en la batalla de Bailén– que son trasladados al hospital desde los diversos
pontones anclados en la bahía gaditana. Pronto se granjea ante estos el aprecio y
estima por su altruista colaboración.
accede al matrimonio con cuantiosas deudas, aunque su capital era de 20.000 pesos, mientras
que ella aportó 200.000 pesos, sin ningún compromiso. Entre sus bienes se contaban la casa de
su residencia, de 16.000 pesos y otras posesiones como la plata labrada y nueve esclavos (AGCA,
A1. 2. 3 Leg. 2243 Exp. 16169. folios 26 y 30, 52 v.)
3 Ibídem, p. 45.
4 Campos Díez, Mª. S.: El Real Tribunal del protomedicato castellano, siglos XIV-XIX. Cuenca, Univ.
De Castilla La Mancha, 1999, p. 203.
5 Repetto Betes, J. L.: La obra del templo de la Colegial de Jerez de la Frontera en el II centenario de
su inauguración. Cádiz, Instituto de Estudios Gaditanos, Diputación Provincial, 1978, p. 229.
6 Ibídem.
7 AHN, Estado, leg. 3146, carta de Sobral en la que refiere los motivos que le impulsan a prestar
sus servicios como confidente, de 29 abril de 1811, p. 70.
8 Documentos del expediente de D. Manuel del Sobral para pasarle un oficio o instrucciones, apoya-
das en la resolución que está dentro de letra del Jefe. AHN, Estado, leg. 3565, p. 17.
MANUEL DEL SOBRAL Y BÁRCENA 277
Desde el 4 de febrero de 1810, cuando las tropas del mariscal Victor ocupan
las localidades de la Bahía, Sobral decide permanecer en Puerto Real. Su decisión
se explica por «el deseo de conservar algunos bienes de fortuna que tengo en la vi-
lla de Puerto Real» a pesar de «sufrir la suerte desgraciada que prepara la invasión
de unos enemigos tan feroces»9.
Su conocimiento del idioma francés le hace ser comisionado, por los escasos
habitantes puertorrealeños que no han emigrado a la Isla de León o a Cádiz,
para recibir al ejército ocupante y actuar ante ellos de intérprete. Pero será en
marzo10 de ese mismo año, con ocasión de unos fuertes temporales que provocan
el desamarre de los pontones de prisioneros y el que algunos de éstos alcancen
las orillas de la península del Trocadero, cuando su situación se altere significa-
tivamente, pues los oficiales liberados recomiendan vivamente los servicios de
Manuel del Sobral ante los generales franceses. De esta forma conseguirá entre
ellos una gran ascendencia, especialmente con el general Villate o incluso el mis-
mo mariscal Victor.
Disponiendo de una gran capacidad de movimientos, pues los pasaportes
franceses le permitían deambular libremente por las localidades de la línea de
bloqueo, y siendo bien recibido entre la oficialidad y el generalato –que lo ad-
mitían por su cultura, ecuanimidad y asesoramiento en el trato a la población e
incluso sus aportaciones estratégicas– decide arriesgarse a desempeñar labores de
espionaje para la Regencia española.
La figura de Manuel del Sobral se nos presenta, a través de la correspondencia
de don Antonio María de Rojas11, como la de un personaje fuera de toda sospe-
cha para los franceses, con una capacidad ilimitada de actuación, con suficientes
recursos para transmitir la información obtenida que, por otra parte, es de la
mayor verosimilitud al proceder de las más altas instancias francesas. Valgan al-
gunos ejemplos tanto de su amistad con los generales, como éstos de abril –«No
puede imaginarse cuanto he tenido que vencer para evitar que el general Leval no
me llevare a Granada; por fin lo engañé bajo el pretexto de tener que arreglar las
9 Ibídem.
10 En la noche del 15 al 16 de mayo se produce la huída de los prisioneros del buque pontonero
Castilla, consiguiéndose así que casi 700 oficiales quedasen en libertad. Cfr. Conde de Toreno, His-
toria del levantamiento, guerra y revolución de España. Madrid, Biblioteca de Autores Españoles,
1953, p. 254. También Bapst, G., Souvenirs d´un canonnier de l´armée d´Espagne. 1808-1814. París,
Litographies de Lunois, 1892, pp. 21-23. Pocos días después logran su libertad del mismo modo
los del pontón Argonauta. Cfr. Blaze, S., Mémoires d´un aide-major sous le premier empire. Guerre
d´Espagne (1808-1814). París, (s.a.), pp. 119-135 y Mémoires d´un apothicaire sur l´Espagne, pen-
dant les guerres de 1808 a 1814. París, 1828, pp. 175 y ss.
11 El brigadier Antonio María de Rojas es el responsable de la Comisión Secreta de la Regencia
encargada de lo que hoy llamaríamos servicio de contraespionaje.
278 José Mª Cruz Beltrán, Manuel Ruiz Gallardo y Rafael Anarte Ávila
cosas de mi familia, y le di palabra que luego que estuviesen me iría sin demora
en el primer convoy»12– y junio de 1811 –«Amigo, el Mariscal Víctor me encargó
hoy en el Puerto 12 libras de la Quina más excelente; respondile que no la tenía
ni que creía la hubiese en estos pueblos, más que la solicitaría aunque fuese de
contrabando»13; como de la continuidad y diversidad de medios de sus informa-
ciones– «Avisaré por señales de día y de noche por carta de lo que sucesivamente
vaya ocurriendo, pues diariamente debe haber novedades»14-; y de su capacidad
de movimientos: «Recibí anoche las dos (cartas) de V. e inmediatamente que
concluí la mía tomé una calesa en diligencia y pasé al Puerto, Sanlúcar y Jerez,
regresándome aquí antes de las 7»15.
A través de otro convecino, el Marqués de la Hermida, entrará en contacto
con la Regencia, a la que sirve de confidente16, aunque la información que se airea
posteriormente difiera, como se aprecia en estas palabras recogidas en la Gaceta
de Madrid:
En febrero de 1810, luego que el violento usurpador del trono de nuestro au-
gusto Soberano el Sr. D. Fernando VII invadió las Andalucías, y formalizó el
asedio a Cádiz, en donde acababa de buscar su asilo el gobierno español; el primer
cuidado de este fue proporcionar un individuo, que sirviéndole de confidente,
le avisase de las operaciones de los enemigos, para poderles oponer la resistencia
correspondiente. A este efecto el primer Consejo de Regencia, satisfecho de la
lealtad y luces del presbítero D. Manuel del Sobral y Bárcena, teólogo, consultor
y examinador de la Nunciatura, natural de Guatemala, en el reino de Nueva Es-
paña, y vecino de Puerto Real, puso en él las miras para encargarle esta comisión
tan arriesgada, pues residía en medio de las fuerzas del ejército sitiador17.
Si hacemos caso a las palabras de Manuel del Sobral, a través del Marqués de la
Hermida transmitirá al general don Francisco Javier Castaños18 un «plan exacto
de las fuerzas enemigas, noticia cabal sobre los puntos en que estaban estas situa-
das y una idea bastantemente conforme de todo cuanto pensaban y decían»19.
Tras comprobarse la idoneidad y fidelidad de Manuel del Sobral y Bárcena, que-
da bajo las órdenes directas del entonces Brigadier don Antonio María de Rojas,
de la comisión secreta de la Regencia. Establecen un sistema telegráfico para la
Su fracaso no impide que durante ese mismo año establezca unos preparativos
más concienzudos para un segundo intento27. Nuevamente es evidente el alto
grado de estima que la figura de Manuel del Sobral despierta entre los miembros
de la Comisión Secreta de la Regencia, que igualmente le prestan todo el apoyo
documental y financiero para la operación. No obstante, este proyecto no llegaría
a desarrollarse plenamente en su fase ejecutiva ante la retirada del ejército francés
y las conversaciones para el retorno de Fernando VII.
Concluida la aventura, localizamos a Sobral en Puerto Real, con ocasión de ser
uno de quienes atestiguan a favor de la honorabilidad del que fuera máxima auto-
ridad civil durante la ocupación bonapartista Esteban Meinadier. Además, el 14 de
enero de 1814 solicita el arriendo de una tienda de la plaza pública de la villa28.
Sin embargo, debió decidir su marcha a Madrid, donde recibirá las recom-
pensas a que se hizo acreedor durante el conflicto. Dichas mercedes se explican
también por el apadrinamiento de personajes importantes, como el brigadier don
Antonio María de Rojas, o por la maniobrabilidad e intrigas del propio Manuel
del Sobral. Además, debió aprovechar una situación muy favorable para el clero,
que «volvía a tener un influjo ilimitado en todos los negocios judiciales, adminis-
trativos y políticos»29.
Sabemos que debió fijar su residencia en Madrid al regreso de Fernando VII,
quien le irá colmando de honores. Ya en 1815 era teólogo, consultor y examina-
dor de la Nunciatura, sinodal del arzobispado de Toledo y Segovia.
En los primeros meses de ese mismo año aparece como Caballero de la Real y
distinguida Orden de Carlos III30. La concesión de Fernando VII reza así:
En atención a los distinguidos méritos y servicios de Don Manuel del Sobral y
Bárcena, presbítero vecino de Puerto Real, he venido en concederle la gracia de
Cruz supernumeraria de la Real y distinguida orden de Carlos tercero, tendréislo
entendido y dispondréis lo conveniente a su cumplimiento.
A finales de 1815 la Gaceta de Madrid31 recoge por iniciativa real un extracto
de las aventuras de quien es presentado como ejemplo de patriota. Este docu-
mento debe interpretarse como el germen de futuras dádivas reales, tal como en
él mismo se reconoce:
S.M. […] ha tenido a bien aceptar los singulares servicios de este beneméri-
to eclesiástico, mandando se publiquen en la gaceta, como lo exige un caso tan
extraordinario, en que es forzosa una demostración pública, que fije el general
concepto de su patriotismo, y dé a entender a todos el distinguido aprecio y grati-
tud que por él ha sabido granjearse; reservándose asimismo S.M. el concederle el
premio de que como el que más se ha hecho tan digno32.
Su estancia en Madrid será aprovechada para conseguir otras dignidades. Co-
nocedor de la vacante producida en el arcedianato de La Habana, pugnará por
la concesión de un cargo muy apetecible económicamente, pues «las prebendas
del cabildo habanero fueron muy codiciadas por el clero y todos los prebendados
americanos, que vieron en ellas el colofón a su carrera eclesiástica en una de las
diócesis más ricas de América»33.
El 5 de abril de 1816 -ya estando en posesión de la cruz de mérito de Chi-
clana- ingresa como académico de honor en la Real Academia de Bellas Artes
de San Fernando34, aunque para ello ha tenido que ceder 1.000 ducados sobre
las rentas del recién adquirido arcedianato de La Habana35. A las sesiones de la
Academia acudirá ocasionalmente sólo ese mismo año y el siguiente de 181736,
sin que se recoja intervención alguna de Sobral en las actas.
A finales de 1816 es el cabeza de la representación eclesiástica de la catedral
de La Habana que, el 22 de noviembre, felicita al rey por sus esponsales. Así lo
recoge la Gazeta de Madrid:
El propio día tuvieron el honor de felicitar a S.M por su augusto enlace a nom-
bre del cabildo eclesiástico de la catedral de La Habana D. Manuel del Sobral
y Bárcena…; el Dr. D. Wenceslao de Cristo…, y D. Pedro Javier de Vera… el
primero de los cuales dijo entre otras cosas a S.M. lo siguiente:
El cabildo de la santa iglesia de La Habana, que desde el año de 1788 debe su
erección a la Real piedad del augusto y piadoso Abuelo de V.M. el Sr. D. Carlos
III, se gloria de haber correspondido en todos tiempos a los sagrados deberes que
le imponen la religión y el Estado hacia sus Reyes y Señores, muy particularmente
en la época desgraciada que nos ha precedido, ya levantando sus manos al cielo
para implorar sus auxilios por la salud y libertad de V.M., y ya contribuyendo
con las alhajas de su iglesia y donativos para continuar una guerra santa, en que
se sostenía a conservación y estabilidad de la religión de nuestros padres, la so-
beranía de V.M. y la independencia nacional, que pretendía encadenar el tirano
de la Europa. Muchos son, Señor, los modos maravillosos con que la Providencia
se ha dejado admirar de los españoles en todo el tiempo que duró su aflicción y
su orfandad; pero aquel que condujo a V.M. hasta colocarlo otra vez en el trono
de sus gloriosos progenitores, sacándolo de las manos del usurpador con gloria y
majestad, y reduciendo al mismo tiempo a éste a la nada, es el que más particu-
larmente ha convencido a todos que V.M. está sostenido por un brazo poderoso
e inmortal que lo guarda, que lo escuda, y que lo conserva como a su predilecto.
Ahora mismo acabamos de tocar esta providencia bienhechora en el feliz enlace
que ha verificado V.M. con la Serma. Sra. Infanta de Portugal, que va sin duda a
renovar en vuestros dominios de América la época afortunada de los Fernandos y
de las Isabelas37.
Establecida su vinculación con la iglesia de Cuba y con el asesoramiento del
mencionado don Wenceslao de Cristo, Sobral pretenderá conocer «el estado en
que se hallaba aquel Cabildo y de las circunstancias del Prelado38 que le presidía;
Miami, Ediciones Universal, 1975; Garcia Pons, C., El obispo Espada y su influencia en la cultura cu-
bana. La Habana, Ministerio de Educación, 1951; Amores Carredano, J. B. y Fernández Mellén, C., La
iglesia y el reformismo en Cuba durante el primer tercio del siglo XIX. En Josef Opartny (ed.), Nación
y cultura nacional en el Caribe hispano, Praga, Universidad Carolina, p. 232.
39 Figueroa y Aranda, M.,op. cit., p. 76.
40 Las siguientes cifras son indicativas del nivel de riqueza y poder que representaba el acceder
a una de las máximas dignidades eclesiásticas de la isla de Cuba. El obispado de la Habana tenía
cincuenta y ocho curatos –mientras que el de Cuba sólo treinta y seis-. Las rentas y beneficios
oscilaron en el tiempo muy frecuentemente. Pero el de la capital, que era el doble más producti-
vo que la mitra de Cuba, tuvo en 1797 –sólo de las rentas decimales- cerca de cuatrocientos mil
pesos. Además, su Obispo gozaba de treinta mil pesos de renta personal -y veinte mil tenía el de
Cuba-. El conjunto del clero seglar contaba más de trescientos individuos de toda clase y rango,
sin incluir en este número a muchos sacerdotes que no tenían destino ni a los empleados en el
Tribunal de la Fe. Cfr. Pezuela, J. de la, Ensayo histórico de la isla de Cuba. Nueva York, 1842, p. 363.
41 Ferrer Benimelli, J. A., «Masonería española y Américana», en V Symposium Internacional de la
Masonería Española. Cáceres, 16-20 de junio de 1991, vol. 1, pp. 51- 54.
42 Giacomo Giustiniani (Roma, 1768- Roma, 1843), de familia aristocrática italiana, accedió a
la Nunciatura de España en 1817, donde estuvo hasta 1827. En 1826 es cardenal. En 1839 será
el titular de la diócesis de Albano. Fue considerado papabile en el cónclave de 1830. Cfr. http://
www.catholic-hierarchy.org/
43 Figueroa y Miranda, M., Religión y política…, p. 15.
44 Según se desprende de Altamira, R.: Colección de documentos inéditos para la historia de His-
284 José Mª Cruz Beltrán, Manuel Ruiz Gallardo y Rafael Anarte Ávila
El triunfo del liberalismo entre 1820 y 1823 dará, con la posterior reacción
absolutista, nuevas alas a los enemigos del obispo, de quien critican su franca
actitud liberal. Se acrecientan los ataques y, otra vez, Manuel del Sobral y Bárce-
nas se encuentra entre los inspiradores, acompañado en esta ocasión de Gregorio
Rodríguez45 y del propio nuncio Giacomo Giustiniani. Tampoco en esta ocasión
lograron la remoción de Espada.
Durante estos años Manuel del Sobral tiene acreditada su presencia en la villa
y corte madrileña, residiendo –en su calidad de examinador sinodal- en la casa
que el arzobispo de Toledo tiene en ella. En dicha vivienda el arzobispo ha esta-
blecido un sínodo «para examen de órdenes mayores y menores, celebrar, confe-
sar y predicar, el cual se abre todos los lunes, martes, viernes y sábados, que no
sean de precepto de oir misa o de las vacantes de Navidad y Semana Santa»46. Allí
lo encontramos también en 1818, ostentando un nuevo título, el de Inquisidor
honorario de Cartagena de Indias47.
Sabemos que en 1828 está al cargo de la iglesia de la localidad conquense
de Huete48. No volvemos a tener noticias de nuestro personaje hasta 1831, ya
afincado en Jerez de la Frontera, donde el 31 de mayo toma posesión de otra
concesión real, la abadía de la Colegial de dicha ciudad49, en donde radicará hasta
su muerte el 20 de noviembre de 1843. Durante los años que vivió en Jerez gozó
de prestigio. Se dedicará a su misión religiosa –habrá de ocuparse de la reparación
de la cúpula del templo en 1834- y retomando su participación en las antiguas
entidades de corte ilustrado, en este caso en la Sociedad Económica de Jerez, de
la que llega a ser vicedirector desde 1837 a 184150.
Hace casi doscientos años vio la luz la primera carta magna española. A raíz de
ella muchas obras políticas, históricas y de pensamiento aparecieron publicadas
y más con motivo del bicentenario de nuestra Guerra de la Independencia. En
ellas se debatió sobre el propio conflicto o conceptos como los de soberanía o
nación, pero, sin embargo entendemos que continúan ciertas lagunas en lo que
hace al conocimiento de quien precisamente las conformaban: los ciudadanos
como tales; la irrupción y evolución de este concepto. La razón quizás la podamos
encontrar en que tal término muchas veces era ambiguo, más en un contexto
de guerra, y en una evolución que tomaría un tiempo en afianzarse. Por nuestra
parte, entendemos que el presente trabajo es una aportación que trata de explicar
el origen y el cambio que detectamos en tal concepto. En este sentido, es claro
que supera ampliamente al marco asturiano, pero creemos que en el Principado
encontramos las nuevas concepciones que lo rodean y que luego serán matizadas,
corroboradas o, simplemente, no contempladas en la Constitución gaditana. Un
cuerpo donde lo detectamos claramente fue el de la Alarma, que se configuraba
con hombres del estado llano, ya ciudadanos y tratados como tales y armados
al servicio de la Patria1. Con este ejemplo encontramos nuevas consideraciones
1 Si bien tomamos la Alarma asturiana como un ejemplo que nos permite explicar lo que
abordamos, debemos aludir entonces a los dos únicos trabajos que nos constan efectuados a
este cuerpo de por sí. Uno es el artículo de André Fugier «Les ‘alarmas’ asturiennes pendant la
guerre de l’Indépendance», en Bulletin Hispanique, t. XXXII, 1 (1930); el otro es el monográfico
de Evaristo Martínez-Radío La Alarma asturiana ante la ocupación francesa de 1810. Madrid, Fun-
dación Cultural de la Milicia Universitaria, 2009, los cuales y como es de rigor, citaremos en su
momento y que completamos, como es obvio, con nueva documentación. Por otro lado, a nivel
general sobre el concepto de ciudadano en la época que tratamos, aunque no nos podemos
286 Evaristo C. Martínez-Radío Garrido
2 . Influencia francesa
centrar en cada punto, entendemos muy recomendable lo apuntado en Sánchez Agesta, Luis,
«La revolución de las instituciones», en Comellas García-Llera, José Luis (coord.), Historia General
de España y América. Del Antiguo Régimen hasta la muerte de Fernando VII. Madrid, Rialp, 1981, t.
XII, pp. 319 y 320. Por otro lado, agradecemos la colaboración de Ana Martínez-Radío Álvarez y
Christophe Pissavin en las traducciones de las obras francesas para el presente trabajo.
2 Martínez Ruiz, Enrique, «España 1808-1810, de la sublevación a la guerra nacional», en Cózar
Navarro, Mª del Carmen (dir.), El inicio de la Guerra de la Independencia y sus consecuencias ameri-
canas. Cádiz, Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras, 2009, pp. 65 y 70. Del
mismo autor, «La Guerra de la Independencia española: planteamiento nacional y repercusión
internacional», en Palacio Ramos, Rafael (coord.). Monte Buciero 13. La Guerra de la Independencia
en Cantabria. Santoña, Ayuntamiento de Santoña, 2008, p. 31. La Junta del Principado durante la
ocupación estuvo dividida y manteniendo correspondencia entre sus miembros de la zona libre
y los de la ocupada, si bien por razones obvias, la que tenía mayor relevancia era la que podía
seguir reunida en la zona no ocupada, contando con mayor libertad para celebrar sus sesiones
con más o menos apuros. Martínez-Radío Garrido, Evaristo C.: op.cit.., pp. 37 y 38.
3 Sobre la Declaración de Derechos francesa y los antecedentes Bills of Right de los Estados
Unidos de Norteamérica véase Jellinek, Georg, La declaración de los derechos del hombre y del
ciudadano. México D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 2000, pp. 62, 82, 89 y 90.
CIUDADANOS EN ARMAS 287
4 Calvo Poyato, José, «Los antecedentes del conflicto. El escenario político», en XXXV Jornadas
de Historia Marítima. La Marina en la Guerra de la Independencia I. Madrid, Instituto de Historia y
Cultura Naval, 2007, pp. 25 y 34.
5 Flórez estrada, Álvaro, Introducción para la historia de la revolución de España. Londres, Im-
prenta de R. Juigné, 1810, pp. 47, 250 y 251.
6 Tal y como detectamos en Lafuente, Modesto, Historia General de España. Desde los tiempos
primitivos hasta la muerte de Fernando VII, t. VI. Barcelona, Montaner y Simón, 1882, p. III. Tal obra
fue escrita por Lafuente hasta el período de Fernando VII incluido, para después continuarla
Juan Varela.
288 Evaristo C. Martínez-Radío Garrido
Otro síntoma de cambio es que, al igual que sucediera en Francia, las Cortes
de 1811-1812 reglamentaron una nueva ordenación castrense e introdujeron la
idea del ciudadano-soldado mientras que limitaron el requisito de nobleza para
ser oficial. Por su parte, la Constitución de 1812 estableció un Ejército perma-
nente, las Milicias Nacionales –por tanto, no del Rey, sino de la nación7. Y asisti-
mos con ello al establecimiento de un servicio militar obligatorio sin exenciones
(es decir, sin privilegiados), si bien es cierto que se contempló la posibilidad de
sustituirlo con un pago en metálico al Estado -algo que vemos en Asturias en la
Guerra de la Independencia, dando lugar a abusos por parte de los recaudadores-
y que perjudicará a los menos acomodados8. Tal principio es universal y seguía el
modelo prefijado por las constituciones de la Francia Revolucionaria.
3 . Creación de la Alarma
7 Recogidas las disposiciones en la Constitución de 1812, título VIII, capítulo II, artículos 362 a 365.
8 Así, la nueva obligación de carácter universal se convirtió en un impuesto en dinero para los
pudientes y en uno de sangre para los pobres. A modo de curiosidad y respecto a las contraprestacio-
nes de dinero por servicio y sus abusos en Asturias, exponemos el caso de los vecinos que acusaron
en 1809 al coronel Pedro Álvarez Celleruelo, subordinado del general José Worster, por tales prácticas
en el occidente asturiano, llegando a exigir entre 40.000 y 100.000 reales para librar a algún vecino
del servicio de armas. Archivo Histórico Nacional [en adelante AHN], Consejos, 11995, exp. 31.
9 Fugier, André, La Junta Superior de Asturias y la invasión francesa (1810-1811). Gijón, Silverio
Cañada, 1989, p. 131. En este sentido es evidente la analogía con las antiguas milicias locales.
10 Álvarez Valdés, Ramón, Memorias del levantamiento de Asturias en 1808. Gijón, Silverio Caña-
da, 1988, p. 330. Fugier, André. «Les ‘alarmas’ asturiennes», p. 47.
CIUDADANOS EN ARMAS 289
Llegamos ahora al meollo de este trabajo: quiénes eran los ciudadanos, las
bases de la nueva nación. Para adentrarnos en el presente apartado, primeramen-
te debemos recordar dos puntos importantes y evidentes (aunque lo evidente
muchas veces, por serlo, deba ser recordado). El primero es que la Revolución
Francesa había triunfado unos años atrás. El segundo, que aludimos a aspectos
que nos aparecen en las fuentes antes de que se promulgue la Constitución de
1812. Ambos hechos –al que unimos el de la previa independencia de los Estados
Unidos14- significaron una nueva concepción jurídica del individuo. Llegados a
este punto nos preguntamos qué reflejan las fuentes asturianas (y de la España
del momento), qué se entendía por ciudadano, si tenía entonces relación con esos
11 Francia envió en 1792 y 1793 a sus ciudadanos-soldados a combatir a los reyes (asimilados
a tiranos) así como al Antiguo Régimen, en un tiempo en que el Ejército debía ser la escuela del
ciudadano. Escartín Lartiga, Eduardo, «La acción política y militar de España en la guerra con la
Revolución Francesa (1793-95). Sus especiales características», en Revista de Historia Militar, nº
4 (1959), p. 65; Chaline, Olivier, «El Ejército francés y la ‘Gran Nación’. Desde el final del Antiguo
régimen al imperialismo napoleónico», en Cózar navarro, Mª del Carmen (dir.). op.cit.., p. 88.
12 Fernández de Pinedo, E.; Gil Novales, A.; Dérozier, A., «Centralismo, Ilustración y agonía del Anti-
guo Régimen (1715-1833)», en Tuñón de Lara, Manuel (dir.). Historia de España. Barcelona, Labor,
1982, vol. 7, p. 279.
13 Si nos fijamos en sus funciones y modos de actuación serían: la obvia defensa del territorio;
subordinación y coordinación con la clase política (no una fuerza armada como árbitro político
y sí al servicio de la nación); colaboración y coordinación entre las distintas alarmas concejiles;
colaboración con el Ejército regular y las partidas; comunicación, información y espionaje; acti-
vidad policial y, junto a ellas, mantenimiento de la moral.
14 «Si los Estados del Continente […] admiten en su Derecho constitucional los Derechos del
hombre y del ciudadano, lo deben a los franceses, que han encontrado, a su vez, el principio de
América». Jellinek, Georg. op.cit.., p. 151. No obstante, tal influencia no es tan reconocida, aunque
fuera a través de Francia.
290 Evaristo C. Martínez-Radío Garrido
hechos. Unido a ello, también buscamos conocer si esa concepción era compar-
tida y entendida por toda la sociedad del momento en todos los niveles. Eviden-
temente, responder a estas preguntas merece un trabajo por sí sólo. No obstante,
en lo que hace a la última cuestión planteada, es obvio que no, como demostró
la historia de nuestro país del siglo XIX, y menos si atendemos a la formación e
información que podían tener las gentes llanas de aquella época (por ejemplo un
campesino para defender unos valores, derechos y obligaciones comunes). Ahora
debemos aclarar los nuevos términos y concepciones que se empezaron a barajar
con más o menos fuerza en aquellos días de zozobra.
La gran innovación es que el concepto de ciudadano que detectamos en este
momento rompe con la sociedad estamental; es evidente que aquí ya no hay gru-
pos definidos por su función y, en este caso (al tratar de una guerra y la defensa
del Estado), el de la nobleza pierde su primitivo valor defensivo -proveniente
de los bellatores medievales- al pasar tal obligación a todos los componentes de
la comunidad sin distinción. Un claro ejemplo es la promoción que se dio de
oficiales y altos mandos surgidos de las capas populares. No se habla siquiera de
súbditos; el rey ya no es lo importante, sino los ciudadanos que defienden y for-
man la nación. El monarca puede ser símbolo aglutinante, pero no esencial15. Por
otro lado, junto a ello y por supuesto, los miembros del clero también deberían
colaborar en la causa común y como ciudadanos.
15 Tanto, que en el decreto de 2 de febrero de 1814 sobre las Reglas y precauciones para recibir
al Sr. D. Fernando VII en caso de presentarse en las fronteras del Reino, las Cortes dejan claro «no se
reconocerá por libre al Rey, ni por lo tanto se le prestará obediencia hasta que en el seno del con-
greso nacional preste el juramento prescrito en el artículo 173 de la Constitución». Siguiendo el
decreto dado por las Cortes de 1 de enero de 1811 y en un contexto en el que debía acatarlas,
como es evidente, sin contravenirlas. Del mismo modo, tampoco se le permitiría entrar con fuer-
zas armadas, en caso contrario sería rechazado por la fuerza. Canga Argüelles, José, Apéndice a las
observaciones sobre la historia de la guerra de España, que escribieron los señores Clarke, Southey,
Londonderry y Napier. Londres, D. M. Calero, 1829, t. II, pp. 301- 304.
CIUDADANOS EN ARMAS 291
día contamos con un concepto que se fue forjando entre los siglos XVIII y XX
mediante un proceso acumulativo16.
Respecto a la Guerra de la Independencia y nuestro país, cuando nos detuvi-
mos en las fuentes observando lo que detallamos, creímos conveniente la consulta
de obras que reflejaran las acepciones al uso corriente, que contrastamos con otras
más especializadas y documentos coetáneos pertinentes. Así, si hablamos de con-
ceptos al uso, partimos de los diccionarios del momento. Como es lógico, nuestra
primera referencia es el de la RAE que estaba en vigor, del año de 1803, el cual
nos ofrece cuatro acepciones, a saber:
1ª) «S. m. Lo mismo que hombre bueno»; 2ª) «El vecino de alguna ciudad.
Civis»; 3ª) «Ant. El que en el pueblo de su domicilio tiene un estado medio entre
el de caballero y el de oficial mecánico. Hoy se usa en Cataluña y otras partes.
Nobilitas gradus equestri ordini proximus»; 4ª) «Adj. Lo perteneciente a la ciudad o
los ciudadanos. Civilis»17.
Éstas son coincidentes con las de las ediciones anteriores de 1783 y 1791 y
muy semejantes a la siguiente, ya de tiempos de Fernando VII, de 1817. Según
se evidencia, realmente, al compararlo con las fuentes y ciertos puntos a los que
aludiremos en breve, parece que no recogen el sentido que en ellas se refleja, en
tanto unos deberes independientemente de la clase social, que repercuten en toda
una comunidad que forma la nación (y, en el caso que nos ocupa de la Guerra
de Independencia, una nación en armas)18. Tales concepciones son del período
constitucional, aunque haya que esperar para verlas en el Diccionario. Es de notar
en este sentido lo que recoge entonces García de Valdeavellano cuando expone
que «en el período del régimen constitucional, la palabra ciudadano amplió su
significación y se hizo, en cierto modo, equivalente a la de súbdito o sometido al
poder de un Estado, pero con el sentido de un súbdito que es miembro activo
del Estado y participa, en una u otra forma, en sus funciones»19. Ya tenemos un
cambio, más moderno. Seguiremos con ello.
Por el momento, nos planteamos cómo evolucionó el término y, sobre todo y
a donde vamos, hacia qué acepciones. Ya que partimos de influencias francesas,
16 Borja, Jordi; Dourthe, Geneviève; Peugeot, Valérie, La ciudadanía europea. Barcelona, Penínsu-
la, 2001, p. 38.
17 Real Academia Española, Diccionario de la lengua castellana compuesto por la Real Academia Es-
pañola, reducido a un tomo para su más fácil uso. Madrid, Real Academia Española, 1803, p. 199.
18 Sobre la nación en armas vid. Puell de la Villa, Fernando, Historia del ejército en España. Ma-
drid, Alianza Editorial, 2000, pp. 56 y 57. Por otro lado, también se utilizaba el término conciuda-
dano como sinónimo de compatriota, pero no nos detendremos en esta acepción.
19 Contemplado en la definición de ciudadano ofrecida por García Valdeavellano, Luis, en Bleiberg,
Germán (dir.), Diccionario de Historia de España. Madrid, Revista de Occidente, 1968, T. I, p. 842.
292 Evaristo C. Martínez-Radío Garrido
tomamos una obra de comienzos del siglo XX (sobre 1910). En ella apreciamos
otras definiciones que nos interesan al hablar de aquél que disfruta del derecho
de ciudadanía en una comunidad política por un lado y, por otro un «miembro
del Estado considerado desde el punto de vista del cumplimiento de sus deberes
hacia la Patria»20. Acercándonos en tiempo y lugar, son más parecidas a las que
encontramos en el Diccionario de la RAE de hogaño, del que la acepción que
más nos interesa es la tercera: «Habitante de las ciudades antiguas o de Estados
modernos como sujeto de derechos políticos y que interviene, ejercitándolos, en
el gobierno del país»21. La diferencia es evidente: se habla de derechos políticos.
En lo que hace al Antiguo Régimen, rescatamos algún documento previo a
la Guerra de la Independencia donde nos aparece además relacionándola con el
mundo castrense, pero con unos matices que, evidentemente no son los mismos.
Por poner un ejemplo bastante anterior, recordamos el de las Ordenanzas mili-
tares para los capitanes de Milicias de Asturias del año de 1656 (que deben ser
retomadas en 1700), cuando en su punto 4º se mandaba que los nobles hicieran
las centinelas junto con los ciudadanos –habitantes de la ciudad-, diferenciándo-
los de los campesinos22. El segundo, acercándonos ya a la época del conflicto, es
de febrero de 1785 (y por tanto muy próximo a la Revolución Francesa), escrito
por don Miguel Bañuelos, Intendente General del Ejército del Reino de Galicia.
En él alude al esfuerzo y mérito de quienes se ocupan de la carrera de las armas
comparándola con las ocupaciones de los ciudadanos, pues
Estos actos [de armas] son muy superiores a todos los demás en que se ocupan
los ciudadanos. Las recomendables letras se adquieren en las aulas, en las univer-
20 Respecto a la primera: «En Francia, los diputados son elegidos por el conjunto de los ciuda-
danos». En cuanto a la segunda, distingue entre un buen y un mal ciudadano. Augé, Claude (dir.),
Nouveau Larousse Illustré. París, Librairie Larousse, circa 1910, t. 3, p. 29.
21 Tal acepción ya se recoge en el Diccionario de la RAE de 1936. Hasta ese momento no hay
modificaciones significativas en las definiciones de los diccionarios. Los cambios más intere-
santes en las mismas los tenemos en la edición de 1843, puesto que aparece la de ciudadanía
como «la calidad y el derecho de ciudadano. Civitatis jus.»; la de 1884, ya que añade una nueva
exponiendo que es «el que está en posesión de los derechos de ciudadanía»; en la de 1927 la de-
finición de ciudadanía en una acepción la hace sinónima de civismo y, ya por fin, la de 1936 que
acabamos de aludir. No obstante, queremos resaltar otra definición de 1846, porque es paralela
por tanto a las definiciones de la RAE y sugiere que también estaba en uso. Así, recoge que «se
entiende por este nombre la persona que goza el derecho de ciudadanía o sean los privilegios
y derechos que bajo ciertas condiciones concede la constitución del Estado. Estos derechos se
extienden también a los extranjeros que hayan fijado su residencia o se hayan naturalizado en
el país». Mellado, Francisco de Paula y Otros, Diccionario Universal de Historia y de Geografía, t. II.
Madrid, Francisco de Paula Mellado, 1846, p. 226.
22 Recogidas en Martínez-Radío Garrido, Evaristo C. La Guerra de Sucesión y Asturias. Oviedo, Con-
sejería de Cultura del Principado de Asturias y KRK Ediciones, 2009, pp. 385- 390.
CIUDADANOS EN ARMAS 293
6 . Un ciudadano productivo
27 El ciudadano armado que formaba parte de la Guardia Cívica era llamado soldado ciudada-
no. A modo ilustrativo, significamos que en la Provincia de Santander se implantó igualmente
una Guardia Nacional (término francés). Vid. Guerrero Elecalde, Rafael, «Colaborar con el invasor.
Los afrancesados cántabros durante la Guerra de la Independencia», en Palacio Ramos, Rafael
(coord.) op.cit.., pp. 184 y 185.
28 Bien es cierto que tal sistema de elección en dos grados produce numerosas objeciones y
desaparece en 1792.
29 Jovellanos, Gaspar Melchor de, Informe de la Sociedad económica de Madrid al Real y Supremo
Consejo de Castilla en el Expediente de Ley Agraria. Palma, Imprenta de Miguel Domingo, 1814; ed.
CIUDADANOS EN ARMAS 295
facs. Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2000, p. 157.
30 Respecto al primero, que trata de los extranjeros que se nacionalicen españoles, es muy
evidente al requerírseles «alguna invención o industria apreciable o [haber] adquirido bienes
raíces por los que pague una contribución directa o establecídose en el comercio con un capital
propio y considerable». Constitución política de la Monarquía Española promulgada en Cádiz a 19
de marzo de 1812. Cádiz, Universidad de Cádiz, 2010; ed. facs. Cádiz: Imprenta Real, 1813, p. 8.
31 En realidad penalizar al no productivo no era una idea realmente nueva si atendemos a las
normas dictadas contra malentretenidos del siglo XVIII. La diferencia es que ahora se insiste en
servir a la comunidad de la que forman parte, la cual busca una sociedad más igualitaria en
derechos y obligaciones. Estas obligaciones inciden en producir para el resto y recibir a cambio
igualmente productividad, independientemente de las disposiciones reales.
32 Artola Gallego, Miguel, «La España de Fernando VII. La Guerra de la Independencia y los orí-
genes del constitucionalismo», en Jover Zamora, José María (dir.): Historia de España Ramón Me-
néndez Pidal. Madrid, Espasa-Calpe, 1996, t. XXXII, vol. I, p. 485.
296 Evaristo C. Martínez-Radío Garrido
33 Si bien debían ser libres «nacidos y avecindados en cualquier pueblo de las Españas», así
como aquellos «libertos que adquieran la libertad en las Españas».
34 AHN, Consejos, 11996, exp. 15. Cortesía del estudioso asturiano José Luis Calvo Pérez.
35 El dinero de éstos proveniente de «diezmos seculares y regulares, curas y prelados», ya que
en su mayor parte estarían dedicados a la caridad.
CIUDADANOS EN ARMAS 297
36 Biblioteca de la Junta General del Principado [en adelante BJGPA], Libros de Juntas y Diputa-
ciones, nº 127.
37 Durante la guerra se establecieron tres clases por concejos para contribuir con las cargas
impositivas. Sobre ellas vid. Martínez-Radío Garrido, Evaristo C., «1810, un año de confrontación
interna y externa en Asturias», en Actas del I Congreso de Estudios Asturianos. Oviedo, Real Insti-
tuto de Estudios Asturianos, 2007, t. III, pp. 142-145.
38 Jellinek, Georg, op.cit.., p. 169.
39 Según parece dirigido a Álvaro Flórez, que debía ser finalmente, como cualquier otro, apro-
bado por la Junta. AHN, Consejos, leg. 11996, exp.17.
298 Evaristo C. Martínez-Radío Garrido
de las exenciones de nobles junto a las de quienes tuvieran una renta de más de
2.000 ducados40.
Aludimos más arriba con un texto de 1785 a que un ciudadano debía estar
instruido. Pero no sólo eso, pues podemos entender que era una responsabilidad
por la que debería cumplir y vigilar por el mantenimiento del orden social y la
ley. Es decir, un ciudadano debería ser una persona de orden, concepto que se
perpetuará como veremos a continuación. Así lo deja ver nuevamente Jovellanos
poco después en una carta al Conde de Floridablanca: «es lícito a cualquier ciu-
dadano dirigir sus reflexiones al Gobierno y sugerirle las buenas máximas que la
meditación o el estudio le hubiesen inspirado»41.
En los años de la Guerra, los ciudadanos debían ganarse tal consideración. En
este punto, rescatamos un texto de Flórez Estrada, a través de Álvarez Valdés, que
enlaza con las nuevas concepciones que estamos viendo, aludiendo a la necesidad
de unión y orden ante un enemigo tan formidable como era el imperial, ya el 1
de junio de 1808, cuando dice que:
El primer deber del ciudadano es la obediencia a las leyes y a las legítimas po-
testades. El hombre en sociedad está precisado a renunciar una parte pequeña de
su independencia para asegurarse el resto y todos los bienes de los pueblos civili-
zados. Esta sujeción dictada por la razón, establece la confianza, la tranquilidad y
el orden. […] Sus miembros [de la Junta del Principado], en representación de la
universalidad del pueblo, tienen derecho a daros leyes y vosotros debéis obedecer-
las [acatamiento de las leyes]. Todo lo que contraría estas instituciones y princi-
pios destruye la constitución y, de consiguiente, la salud del pueblo y de la Patria
que depende de ella. Tened pues entendido, amados ciudadanos, que el tumulto,
el desorden y la confusión popular, cualquiera que sea el pretexto que la fomen-
te, es contrario a las leyes y no debe ni puede tolerarse por la potestad suprema.
40 Acuerdos publicados en septiembre de ese año. El propio Flórez Estrada, que pronto defen-
derá la supresión de los privilegios de la nobleza, en 1808 los llegó a defender. En opinión de
Carantoña, la razón de esta defensa sería probablemente un intercambio de apoyos políticos.
Carantoña Álvarez, Francisco, «Soberanía y derechos constitucionales: la Junta Suprema de As-
turias (1808-1809)», en Trienio Ilustración y Liberalismo, nº 55, (2010), pp. 29-31. Por otro lado,
también evidenciaríamos el interés por las personas productivas, sean de la clase que sean.
41 Noviembre de 1787. Jovellanos, Gaspar Melchor de, Obras Completas. Correspondencia. Ovie-
do, Centro de Estudios del Siglo XVIII-Ilustre Ayuntamiento de Gijón, t. II, 1º (1767-Junio de 1794),
p. 220. En el mismo sentido, Jovellanos, en otra carta a Juan Alejandro Nais (diciembre de 1800),
expone que un ciudadano debe respetar el gobierno y las leyes, t. III, 2º (Julio 1794-Marzo 1801),
p. 590.
CIUDADANOS EN ARMAS 299
asimismo obligado todo español a defender la Patria con las armas, cuando sea
llamado por la ley»46.
En el mismo sentido, en cuanto a que ya no hay distinción de estamentos
en la defensa del suelo patrio, aludimos más arriba a los religiosos, reforzándose
ahora la idea de ser también movilizados como ciudadanos, independientemente
de que pertenecieran al estado eclesiástico (el valor de la nación antes que la Igle-
sia, también es algo a tener presente, entrando a no deber ser distinguidos en sus
obligaciones del resto de sus convecinos)47. La reforma de la Alarma de julio de
1810 establecía que el clero quedaba también sujeto a tal obligación:
Se declara que todo párroco, clérigo y religioso que no llegue a la edad de sesen-
ta años, [queda] comprendido bajo la consideración de ciudadano y a defender,
por consiguiente, los derechos y libertad de la Patria48.
Y aquí un punto interesante, pues se alude a merecer formar parte de la Pa-
tria, que redunda en la voluntad del individuo (y su soberanía), como leemos
en el punto 3º al referirse a los comandantes que no cumplieran con su deber,
siendo entonces «indignos de merecer la ocupación del suelo que les dispensa la
Patria»49.
9 . Sanciones al ciudadano
dano, aplicación del código militar50, con lo que, en el momento de ser activados
éstos tendrían una consideración análoga a los militares:
…Si alguno, indigno del nombre de ciudadano, no se prestase a hacer este
servicio al primer llamamiento que se le dé por su comandante respectivo, queda
privado de la consideración de tal y además se le multará según su haber y cir-
cunstancias51.
Esto es muy relevante, pues nos refiere una consideración social, un reconoci-
miento. Por otro lado y por consiguiente, no habla de súbditos ni vasallos, sino,
como decimos, de ciudadanos, quienes además tenían una obligación moral de
defender la nación. Pero, incidimos, obligación moral, pues no era un factor
realmente cerrado durante todo el conflicto, y asistimos al protagonismo de la
voluntad, decisoria, la misma que entronizó nuevamente a Fernando VII y con-
figurará la Constitución de 1812 –por contra y paralelamente, en 1810 hubo
quien no hizo el servicio de armas pagando una suma de dinero variable según
sus posibilidades «por su debilidad y cobardía» como contraprestación, mientras
que el tirador que huyera para no servir sería sancionado económicamente-52. Esa
misma voluntad es la que entonces daría pie a la elección de sus representantes
políticos y, por tanto, a los que debería acatar. Nos hallamos ante una nueva con-
cepción revolucionaria (no en un sentido sangriento de por sí, evidentemente).
Cuando tome forma la Pepa, y como acabamos de ver, también se contemplarán
las sanciones y pérdida de la condición de ciudadanía.
Con todo lo expuesto y a modo de colofón, en general podemos señalar pues
que la Guerra de la Independencia fue un medio que aceleró y por el cual se
introdujo un concepto moderno de ciudadano con claras resonancias francesas
en un contexto de urgencia. En su evolución, habrá coincidencia en que debe-
ría ser persona de orden. No obstante, no fue unitario, único, y coexistirá con
50 Planteamos la hipótesis de que debemos tener presente que sería, no ya una falta y no sólo
el robo a un paisano, sino a otro ciudadano y, por tanto, un robo a la nación (aparte de a sus
derechos como tal).
51 Reforma de la Alarma de julio de 1810 dirigiéndose a los escopeteros.
52 La contraprestación osciló entre 300 y 1.000 reales, según la reforma de 1 de julio de 1810. La
sanción, de 50 ducados, a partir del 30 de agosto de ese año. Vid. Martínez-radío garrido, Evaristo
C.: La Alarma asturiana…, pp. 23, 27 y 75. Tomamos otro ejemplo, tan lejano de Asturias como
son las islas Canarias: «…El ciudadano que en cualquiera tiempo se niega a servir al Rey y a la
Patria, merece el menosprecio universal, pues el que se excusara en circunstancias tan críticas
como las presentes se granjearía infaliblemente el odio de sus compatriotas y la indignación
del Gobierno». Archivo Municipal de Puerto de la Cruz, leg. nº 2, A·2, años 1808-1813, Libro de
Acuerdos del Ayuntamiento 1809- 1810, año de 1809. Nótese que no se habla de castigos, sino
de una consideración de desprecio.
302 Evaristo C. Martínez-Radío Garrido
1 Este trabajo es resultado de investigación del Grupo SEJ-058 del Plan Andaluz de Investiga-
ción.
304 José Joaquín Fernández Alles
2 Salas, Ramón, Lecciones de Derecho Público Constitucional para las Escuelas de España. Ma-
drid, Imprenta Fermín Villalpando, 1821, II vols., pp. 31 y 191; Martínez Sospedra, Manuel, La Cons-
titución de 1812 y el primer liberalismo español. Valencia, 1978, pp. 11 y ss.
LA ENSEÑANZA DE LA CONSTITUCIÓN TRAS LAS CORTES DE CÁDIZ 305
anterior y en las sesiones de las Cortes de Cádiz, desde el primer momento, las
propuestas se dirigieron a incorporar los principios liberales a la legislación, al
comportamiento político y a la práctica administrativa y a la enseñanza3. Con tal
fin, la idea de Constitución aplicativa, con vocación de ser aplicada y de influir en
la acción del estado, está presente en varias obras, y muy significativamente en las
Lecciones de Derecho Político Constitucional de Ramón Salas, quien afirma:
¿Pero qué es esto hasta que la Constitución se ponga en acción y se vean las
aplicaciones y resultados de las disposiciones en ella? […] Yo no veo más que un
medio: la instrucción. Nada corre más prisa que enseñar al pueblo español sus
derechos y sus verdaderos intereses, y hacerle ver que los que se oponen á las refor-
mas conformes á la Constitución é inseparables de ella, son sus enemigos: con esto
la resistencia, que encontrará otra más fuerte en la gran masa de los ciudadanos,
cederá ó será vencida fácilmente y sin turbaciones4.
En consecuencia, la dimensión socializadora, aplicativa y reformadora de la
Constitución tiene como presupuesto previo la enseñanza de sus preceptos a tra-
vés de la instrucción, a la que Ramón Salas considera el modo de vencer la resis-
tencia al nuevo orden político.
3 Sobre la Revolución, Vega, Pedro de, La reforma constitucional y el problema del poder cons-
tituyente. Madrid, Tecnos. 1985, p. 64; y Varela Suanzes-Carpegna, Joaquín, «Algunas reflexiones
metodológicas sobre la historia constitucional», en Teoría y realidad constitucional, nº 21 (2008),
pp. 411 y ss.
4 Salas, Ramón, Lecciones de Derecho Público, p. 31.
5 Ibídem, pp. 31 y 191.
306 José Joaquín Fernández Alles
6 Ibídem, p. 191.
7 Ibídem, p. 11.
8 Ibídem, pp. 6 y 7.
9 Ibídem, pp. 9 y 16.
LA ENSEÑANZA DE LA CONSTITUCIÓN TRAS LAS CORTES DE CÁDIZ 307
ideológica, en suma, que revela, a su vez, «el vestigio de unos veneros informa-
tivos y formativos afines; por su parte el concepto de grupo político se orienta a
señalar la presencia de un haz de diputados ligados por una afinidad de talante
(ilustrado, conservador, progresista…)»10.
Pues bien, a los efectos de afrontar la enseñanza constitucional, hubo que esta-
blecer, en primer lugar, el concepto, los principios básicos, las leyes fundamentales
y un código político denominado constitución, concebido como símbolo y sínte-
sis de los nuevos principios; en segundo lugar, su enseñanza y su sistematización
legislativa, cuyo estudio no se limitará a los ámbitos o círculos universitarios a tra-
vés de la asignatura del Derecho Público Constitucional, sino a toda la población
a través de documentos tan característicos del doceañismo como los catecismos
constitucionales y los manuales para la enseñanza del Derecho Constitucional; y,
en tercer lugar, las sedes de promoción del constitucionalismo, donde junto a los
púlpitos y las escuelas hemos de destacar las Cátedras de Constitución, las cuales
se convirtieron, según se describe y analiza en estas páginas, en instrumentos
preferentes para la enseñanza de los principios y preceptos constitucionales pro-
clamados y defendidos en las Cortes de Cádiz.
palabras, las leyes secundarias no deben ser otra cosa que las consecuencias natu-
rales de las leyes primarias fundamentales ó constitucionales11.
Como se puede advertir, Ramón Salas alude al carácter primario y funda-
mental que durante casi todo el siglo XX ha sustentado la posición superior de
la Constitución, directamente emanada del poder constituyente, del que dimana
tanto su validez como su carácter imperativo, y a la que se subordinan las leyes
secundarias toda vez que el carácter fundamental y primario de la Constitución se
manifiesta también en que la Constitución regula el procedimiento de creación y
modificación de las restantes normas del ordenamiento, incluidas las potestades
normativas del ordenamiento.
13 Ibídem.
310 José Joaquín Fernández Alles
14 Ibídem, p. 29. Informe de la Universidad de Salamanca sobre el plan de estudios o sobre su fun-
dación, altura y decadencia y sobre las mejoras de que es susceptible: con cuyo motivo presenta un
proyecto sobre Instrucción Pública, Salamanca, 1820, III s.
15 Salas, Ramón, Lecciones de Derecho Público, p. 281.
LA ENSEÑANZA DE LA CONSTITUCIÓN TRAS LAS CORTES DE CÁDIZ 311
A partir de esta planificación oficial, aseguraba Ramón Salas que una constitu-
ción política no es otra cosa que la expresión auténtica de las reglas y condiciones
con que un pueblo quiere ser gobernado: si contiene más que esto, ya no será
una constitución política, sino una porción más o menos extendida del código
general de la nación. Código constitucional, carta constitucional, constitución
política, ley fundamental, pacto social, son expresiones que expresan una misma
idea. Según Salas, el nombre de derecho constitucional conviene mejor que el de
público al que todos los antiguos y «aun muchos de los modernos llamaron así»
porque el adjetivo público puede confundir al derecho llamado de gentes en la no-
menclatura vulgar, con el derecho constitucional, y en nada se parecen estos dos
derechos. El llamado muy impropiamente derecho de gentes no es en realidad
más que la colección de los pactos y tratados que determinan las relaciones de las
naciones y de los soberanos entre sí, mientras que el derecho constitucional es el
que arregla las relaciones entre los gobernantes y los gobernados y «distribuye los
poderes políticos de la sociedad y prescribe el modo de ejercerlos». Según esto,
leyes constitucionales son las que están contenidas o deben contenerse en una
constitución política16.
«¿Cuáles son los derechos legítimos que la nación está obligada a conservar y
proteger según el artículo 4°?»17. En aplicación del citado criterio material, afir-
maba ya el citado primer Manual de Derecho constitucional editado en España,
6 . 2 . El sistema de gobierno
Según Ramón Salas, lo segundo que una carta constitucional debe expresar
«es la especie de gobierno que han elegido los asociados; porque las leyes constitu-
cionales, como las secundarias, que son consecuencias de ellas, deben ser confor-
mes á la naturaleza del gobierno escogido, poco mas ó menos como Montesquieu
lo explica en los primeros libros de su Espíritu de las leyes»19. Para el autor de las
Lecciones, las leyes fundamentales de este gobierno deben apoyarse en estas tres
máximas. En primer lugar, el principio de subordinación de los gobernantes a los
gobernados, el principio democrático y el principio de renovación del poder: que
los gobiernos son hechos para los gobernados y no los gobernados para los go-
biernos; y que por consiguiente solo pueden existir en virtud de la voluntad de la
mayoría de los gobernados, y deben mudarse luego que esta voluntad se mude.
En segundo lugar, se proclama el principio de separación de poderes, el prin-
cipio de pluralismo político y, como consecuencia de los dos anteriores, el prin-
cipio de no concentración del poder: «que jamás debe haber en el gobierno una
potencia tal que no pueda mudarse sin violencia, y sin que cuando se muda se
mude con ella toda la marcha de la sociedad. El poder hereditario es contrario á la
segunda de estas máximas, que prohibe dejar á la disposicion de un hombre toda
18 Ibídem, p. 21.
19 Ibídem, p. 34.
LA ENSEÑANZA DE LA CONSTITUCIÓN TRAS LAS CORTES DE CÁDIZ 313
20 Ibídem.
21 Ibídem, p. 34-35.
22 Ibídem, p. 35.
23 Sesión de 9 de diciembre de 1812. Diario de las Discusiones y Actas de las Cortes. Tomo XVI.
Cádiz, Imprenta Real. 1812.
24 Garelli interpreta la historia de España como una reversión a un pasado de instituciones
libres. La «cuna de la libertad que conoció Europa en los siglos medios fue nuestra España».
314 José Joaquín Fernández Alles