Sei sulla pagina 1di 5

CONFESIONALISMO

«Confesionalismo» puede tener dos significaciones


distintas: 1) A veces este concepto sirve para
designar los esfuerzos por unir a escala nacional o
internacional (alianzas mundiales confesionales) a
Iglesias de igual confesión. Visto así, el «c.» puede
ser una etapa previa para el diálogo ecuménico (-->
ecumenismo). 2) Sin embargo, c. designa
generalmente la estimación excesiva de una tradición
eclesiástica limitada frente a la herencia de la Iglesia
universal, tal como existe también en otras Iglesias,
y, consecuentemente, significa una cerrazón
autosuficiente frente a estas otras Iglesias. Aquí nos
referimos a la segunda significación.

I. Iglesia y confesionalismo

La Iglesia católica no se entiende a sí misma como


una confesión, es decir, como una parcela entre
otras, sino como la Iglesia única de Cristo. Por eso
tampoco puede entender como un c. que haya de ser
superado el hecho de mantenerse firmemente
vinculada a su credo, es decir, a su doctrina y a las
estructuras fundamentales de su orden, pues lo que
ella trata de mantener no es un bien particular, sino
la herencia de la Iglesia única. Sin embargo, es
posible y necesario hablar también de un c. católico.

En efecto, tampoco la institución que se entiende a sí


misma como la Iglesia única de Cristo puede escapar
al peligro del particularismo en la doctrina y en la
vida. Ya la revelación de Dios en Cristo y su
consignación en las Escrituras sagradas están, según
1 Cor 13, como procesos dentro de la historia, bajo
la ley de lo provisional. Pero si ya el conocimiento
que nos transmite la revelación, sólo se nos
comunica «como por un espejo, enigmática y
parcialmente» (1 Cor 13, 12 ), con mayor razón hay
que atribuir un carácter parcial a la profesión
creyente de esa revelación por parte de la Iglesia,
donde la historicidad queda elevada a una potencia
superior. Lo cual se debe a que, por la profesión de
fe, la Iglesia ha de responder a la -> palabra de
Dios. Ahora bien, esta palabra no puede repetirse sin
más, sino que debe ser traducida al pensamiento, al
lenguaje y a las formas de vida de los distintos
tiempos y culturas (-> dogma, evolución de los ->
dogmas, -> acomodación). Cuando por la -->
reforma protestante, primero se formaron «partidos
religiosos» dentro de la única Iglesia, y luego las
comunidades nacidas de la reforma comenzaron a
fundar sus propias estructuras eclesiales, esto se
hizo así a base de símbolos particulares en los que
dichas confesiones trataron de resumir su visión del
evangelio. Con ello, en la formación de estas Iglesias
alcanzaron una importancia superior el cometido de
la actualización y el papel del sujeto que reflexiona.
La repercusión de ese hecho llega más allá de las
fronteras de estas Iglesias. Pues, si bien es cierto
que la Iglesia católica de momento todavía pudo
seguir viviendo de la magnitud compleja de lo que
objetivamente venía transmitiéndose, sin embargo,
fue cayendo en medida creciente en la resaca de la
siguiente evolución fáctica: determinó más y más su
propia posición en una reacción negativa frente a su
rival confesional. Así sufrió una restricción de su
catolicididad existencialmente vivida y se convirtió
ella misma - si no en el ámbito teológico, por lo
menos en el de la sociología de la religión- en
«confesión», incrementando en nueva forma su
condicionamiento histórico.

Este condicionamiento histórico afecta primeramente


a la confesión como compendio de la doctrina
eclesiástica, pero más aún a la «confesión» como
magnitud sociológica. Sobre todo aquí entran
siempre en juego también numerosos «motivos
extraños», p. ej., de naturaleza psicológica, social,
económica y política, que sólo secundariamente se
convierten en factores de separación. Es significativo
que las Iglesias confesionales salidas de la reforma
protestante aparecen por vez primera como
corporaciones del derecho imperial alemán. Este
punto de partida permanece activo en el tiempo
siguiente, como se pone de manifiesto en la lucha
por la paridad social, que ya no se calma nunca en la
Europa central.

La ley de los motivos extraños actúa también donde


una separación eclesiástica no está bajo el signo de
formación de un credo. En el cisma entre la Iglesia
de oriente y la de occidente este plano secundario
llega a ser genéticamente primario. Por eso el
concepto de c. puede aplicarse también
objetivamente a esta serie de problemas.

II. Vías de solución

En la búsqueda de posibilidades para superar el c.


hay que mentar primeramente algunas vías que no
son aceptables.

1) Un c. de todos los cristianos, es decir, una


vinculación utilitaria de las Iglesias confesionales en
busca del propio provecho. Aquí aumenta todavía el
auténtico pecado del c., que es el de complacerse en
sí mismo, a diferencia de un c. ingenuo.

2) El atribuir un carácter absolutamente relativo a las


confesiones, método que tiene sus precedentes en la
teología del romanticismo alemán. Según
Schleiermacher, toda idea, al realizarse, sufre una
pérdida en amplitud y profundidad. De donde se
deduce que el nacimiento de confesiones es un
proceso necesario, cuya consecuencia (según
Marheineke) está en que no sólo todo ciclo cultural y
todo tiempo, sino también todo individuo tiene
derecho a formar o elegir una confesión que
corresponde a su carácter. Este relativismo
confesional pasa por alto que la Iglesia no entra en la
historia como una idea, sino como una realidad, y
que en la cuestión de la elección de confesión no se
trata sólo de un sujeto religioso, sino también y
sobre todo del objeto de la fe, de Cristo y su obra
salvadora. Y concretamente por el hecho de que las
confesiones no sólo son magnitudes
complementarias, sino que contienen además
elementos contradictorios, en la decisión en pro o en
contra de ellas está siempre en juego la cuestión de
la integridad de la obra salvadora de Cristo mismo y,
consiguientemente - según el conocimiento de la
verdad-, también la salvación eterna.

3) Tampoco la teoría anglicana de las ramas, según


la cual :as confesiones serían ramas que crecen en
paz mutua sobre el árbol uno de la Iglesia, hace
justicia a la seriedad de la rotura.

4) La teoría de la fragmentación, que viene


igualmente de la teología anglicana, toma desde
luego en serio la rotura, pero no deja
suficientemente a salvo la imperdible unidad
orgánica del Cristo místico.

III. Bases para la superación del c.

Una auténtica superación del c. debe comenzar ante


todo por una reflexión acerca de la función de la
confesión misma. Si es cierto que la confesión
constituye un esfuerzo subjetivo por comprender el
mensaje de salvación, también lo es que todo sujeto
de esa confesión debe entenderse siempre como un
sujeto social (cf. la etimología de homologia y con-
fessio). Originariamente toda confesión tuvo a la
postre carácter ecuménico, pues su objeto era poner
de manifiesto la coincidencia de una comunidad
determinada con la totalidad de los creyentes. Por
eso no hay título legítimo para una tendencia que
conceda un carácter absoluto a una limitada tradición
eclesial en nombre de un credo.

A la Iglesia católica se le plantea la exigencia de


crear espacio en su teología y en su vida para la
plenitud de las experiencias 1 cristianas, que Dios
concede a las otras Iglesias. Ella puede hacerlo
porque también 1 - y en la medida en que - en las
otras Iglesias se mantiene como base común la
confesión fundamental: «Jesús es el Señor.» «Nadie
puede decir: Jesús es el Señor, sino por el Espíritu
Santo» (1 Cor 12, 3). Dondequiera, pues, se
conserve esta confesión fundamental, sigue actuando
el Espíritu Santo y, por tanto, nosotros podemos
confiar en él y en los dones que hace a los hermanos
de otras confesiones. Por otra parte, tendremos que
preguntar a los separados si en sus credos tiene
entera validez el contenido objetivo de esta fórmula,
es decir, el señorío de Cristo en su Iglesia, en sus ->
sacramentos y ministerios, frente a los órdenes del
mundo. Esa común profesión fundamental de fe, y
más todavía la conciencia de la subsistencia común
en el fundamento real de la Iglesia - del cual los
documentos del Vaticano 11 no excluyen a las demás
comunidades cristianas -, fundan la posibilidad y el
deber de una acción común de las Iglesias
confesionales ante el mundo de la diakonía, martyría
y leitourgía. Pero la última y más profunda
superación del c. sólo puede darse por la
participación de las Iglesias en la cruz de Cristo: lo
que en ellas es pecado, lo que está humanamente
condicionado debe ser entregado a la muerte (cf. 1
Pe 2, 24). La revelación de la pasión y muerte de
Cristo en el cuerpo de la Iglesia (cf. Gál 6, 17; 2 Cor
4, 10) se convierte así en nota ecclesiae, en signo de
verdadera catolicidad.

Ansgar Ahlbrecht

http://www.mercaba.org/Mundi/1/confesionalismo.htm

Potrebbero piacerti anche