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Guerreros invisibles luchan por ti

La Voz de la Esperanza
Un mensaje cristiano de paz, de seguridad y de amor - Difundido Mayo 27, 2001
Nunca antes había estado el mundo más fascinado con los ángeles, como lo está
ahora. Son tantos los que profesan haber tenido alguna experiencia con ellos, que
ya hasta vergüenza da no disponer de una propia.

Pero, ¿quiénes son? ¿Qué conexión tienen con la humanidad? ¿Cuáles son sus
principales actividades? ¿Hay ángeles malos, además de los buenos? ¿Cómo
podemos conocer la diferencia? ¿Tengo yo un ángel guardián? ¿Puedo comunicarme
con él? ¿Qué parte tendrán los ángeles en mi futuro? ¿Qué papel desempeñan en
mi vida ahora?

Nuestro propósito es responder estas preguntas, y otras igualmente importantes


para nosotros. Ofrecemos respuestas de la Palabra de Dios en el contexto de
algunas de las historias verídicas de ángeles más asombrosas que hayan ocurrido
en la historia del mundo, desde los tiempos bíblicos hasta hoy. De modo que,
prepárese para realizar un viaje a dominios mucho más asombrosos, útiles y reales
que lo que ningún autor de relatos de ficción científica o fabulista se haya
imaginado en sus sueños más brillantes o sus momentos más atrevidos.

Juan Wesley era un inglés, conservador y correcto como el que más. No era ningún
radical ni revolucionario, por lo menos si le aplicamos nuestra perspectiva moderna.
Sin embargo, sacudió a la Iglesia de Inglaterra como si hubiera sido el mismo
anticristo en hábito clerical.

Wesley no era ruidoso, fanático, inescrupuloso, ni enemigo de la paz. De hecho, era


un benefactor de los pobres, los encarcelados, los oprimidos. Y sin embargo,
cuando Wesley llegaba a una ciudad, las autoridades eclesiásticas declaraban la
guerra a él y a sus ayudantes.

Es que Juan Wesley predicaba el evangelio de la Biblia. Sus enseñanzas eran


similares a las que se hallan en el libro de Los Hechos. Y los resultados que produjo
fueron los mismos que lograron los apóstoles: trastornó el orden regular de las
cosas con el fin de hacer lugar para verdades que habían de trastornar el mundo
(véase Hechos 4:13-33; 17:6).

Las enseñanzas de Wesley eran tan molestamente bíblicas que, a pesar de ser un
pastor anglicano ordenado, se vio obligado a hacer la mayor parte de sus
predicaciones al aire libre o en capillas erigidas para la ocasión. Los partidarios de
Wesley, que fueron conocidos como "metodistas", fueron perseguidos por sus
esfuerzos. A veces, los dirigentes religiosos hasta incitaban a las turbas para que
interrumpieran las reuniones y maltrataran a los predicadores metodistas.

En 1746 Wesley fue a la ciudad de Falmouth, con el propósito de visitar a un


enfermo. Mientras estaba allí, algunas de sus predicaciones despertaron la
indignación de los que querían seguir cómodamente aferrados de sus pecados
favoritos. Cuando supieron donde se alojaba, una turba fue en su busca para
apalearlo; y si como resultado moría, Inglaterra se vería libre de su "herejía". Así
pensaban ellos.

Reuniéndose frente a la casa, comenzaron a gritar: "¿Dónde está el metodista?


¡Queremos al metodista!"
Wesley no salió, de modo que los revoltosos decidieron forzar la puerta de la casa,
precipitándose al interior. Al llegar al dormitorio, la puerta la hallaron cerrada con
llave. Los que iban al frente retrocedieron. Pero algunos marineros se adelantaron,
gritando: "¡A un lado, muchachos, a un lado!" Turnándose, se lanzaban con todo su
peso contra la puerta. Después de unos cuantos encontronazos, las bisagras
volaron y ésta cayó al suelo.

Ahora no había nada que se interpusiera entre ellos y el hombre a quien tanto
odiaban sin causa. Nada, esto es, excepto los ángeles y el poder de Dios. Wesley se
levantó de la silla que ocupaba, y mirando cara a cara y sin temor a los hombres,
dijo: "¿Alguno de ustedes quería hablar conmigo?" Los hombres airados se
aquietaron. Se acallaron sus alaridos y rugidos. A medida que Wesley --que medía
un metro cincuenta y no llegaba a pesar cincuenta kilos-- avanzaba, los rufianes
retrocedían. Por todo el pasillo, y luego por las escaleras, los atacantes se
apretaban contra la pared y la baranda como si una fuerza invisible los estuviera
haciendo a un lado. Con ojos ardientes de ira, y con corazones sedientos de sangre,
miraban a Wesley, pero no pudieron levantar un pie ni un puño contra él.

Mientras Wesley pasaba junto a la turba hostil, les hablaba con calma,
reprendiéndolos por su odio, y pidiéndoles que le dieran siquiera una razón que
justificara su malvado proceder. Centenares de hombres se apretujaban afuera
junto a la puerta, pero ellos también se vieron obligados a hacerle un camino al
pequeño Wesley, que era un gigante en la fe y un campeón de la verdad como se
ven pocos en cualquier época. Dios comisionó a sus ángeles para que protegieran la
vida de su valiente servidor.

¿Manda Dios en nuestra época a sus ángeles para que protejan a sus siervos?

Hace poco, durante un período de revolución en un país africano que aún se ve


afligido por desórdenes políticos, Mike Pearson pastoreaba un extenso distrito
situado en medio de la zona del conflicto. Tres veces por semana debía viajar por
una carretera en la cual el tránsito era escaso debido a las bandas de guerrilleros.
Cualquier viajero que tomara ese rumbo corría el riesgo de ser asesinado sin
motivo. Pero el pastor Pearson se mantuvo fiel, y por unos dos años viajó por esa
carretera varias veces por semana en cumplimiento de sus deberes pastorales.

Por fin llegó el día cuando los dos bandos declararon una tregua, y una frágil paz
retornó al país. Cierto día, el pastor Pearson tuvo que hacer cierta diligencia en una
oficina del gobierno. Después de completarla, salió del edificio y se asombró al
recibir el saludo de un hombre alto vestido de militar, cargado con cintas de
cartuchos y con varias granadas de mano colgadas de las correas y el cinturón. Con
amplia sonrisa, el soldado le dijo al pastor Pearson: "Señor, permítame estrecharle
su mano".

Mike es un hombre amistoso, pero ese gesto proveniente de un perfecto


desconocido lo tomó por sorpresa, de modo que respondió: "Señor, ¿por qué quiere
hacer eso?"

El soldado replicó: "Me gustaría estrechar la mano del hombre que no pudimos
matar".

Interesado, el pastor le dijo: "Por favor, explíquese".

"¿No acostumbraba usted --le preguntó el militar-- viajar por la carretera principal
todos los lunes, miércoles y jueves, y pasar el punto de la mitad del camino a eso
de las diez de la mañana, en su minibús Toyota, de color café?"
"Sí" --respondió Mike, con mucha curiosidad.

"Pues ha de saber --prosiguió el soldado--, que en siete diferentes ocasiones mis


compañeros y yo tratamos de matarlo. Nuestro plan era acribillarlo a balazos
mientras pasaba frente a nosotros. Cada vez que escondidos entre los matorrales lo
veíamos venir, apretábamos los gatillos, pero ¡nuestras armas se negaban a
funcionar! Tan pronto como usted desaparecía en la distancia, nuestros fusiles-
ametralladora volvían a funcionar. Probábamos cuidadosamente nuestros AK-47
antes y después que usted pasara, y funcionaban perfectamente. Pero cada vez
que le apuntábamos, no salían los tiros. Sólo puede haber sido un espíritu o un
ángel que impedía que nuestras armas funcionaran. Por eso es que quiero
estrechar su mano. ¡Dios está de su parte... o usted está de parte suya!"

¡Qué extraña experiencia debe haber sido para el pastor Pearson el darle la mano a
su fracasado asesino! Pero cuán agradable para él saber que estaba bajo el cuidado
de los ángeles, aun cuando no se daba cuenta siquiera del peligro que corría. "A
sus ángeles mandará por ti, que te guarden en todos tus caminos", dice Salmos
91:11.

Ningún relato de socorro angélico alcanza el drama de lo que Cristo experimentó en


Getsemaní. En ese jardín apartado, al pie del monte de las Olivas, Jesús agonizaba
al comprender el precio que debía pagar por la redención de la raza humana. Todo
el cielo contemplaba en suspenso la escena, para ver cuál sería su decisión frente a
las tácticas sobrenaturalmente arteras de Satanás. No nos extrañemos, entonces,
de que el Salvador orara diciendo: "Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa"
(S. Mateo 26:39).

En su extrema angustia y separación espiritual de su Padre, el Justo sufriendo por


los injustos sudaba grandes gotas de sangre y estuvo a punto de morir por el peso
aplastante de su tristeza sobrenatural. Pero sucedió algo maravilloso en ese Jardín
donde nuestro Señor gemía y le rogaba a Dios que proveyera alguna alternativa, si
bien en lo profundo de su corazón sabía que no podría ser. El Padre envió a un
ángel para que le ayudara a beber la copa del sufrimiento y el juicio en lugar de
nosotros, para que con sus manos traspasadas por los clavos nos pudiera ofrecer la
copa de gozo y salvación.

Con claridad y penetración, una autora inspirada describe esta escena crucial de la
pasión de Jesús, con las siguientes palabras: "Los ángeles habían anhelado llevar
alivio al divino doliente, pero esto no podía ser. Ninguna vía de escape había para
el Hijo de Dios. En esta terrible crisis, cuando todo estaba en juego, cuando la copa
misteriosa temblaba en la mano del Doliente, los cielos se abrieron, una luz
resplandeció de en medio de la tempestuosa oscuridad de esa hora crítica, y el
poderoso ángel que está en la presencia de Dios ocupando el lugar del cual cayó
Satanás, vino al lado de Cristo. No vino para quitar de su mano la copa, sino para
fortalecerle a fin de que pudiese beberla, asegurado del amor de su Padre. Vino
para dar poder al suplicante divino-humano. Le mostró los cielos abiertos y le habló
de las almas que se salvarían como resultado de sus sufrimientos. Le aseguró que
su Padre es mayor y más poderoso que Satanás, que su muerte ocasionaría la
derrota completa de Satanás, y que el reino de este mundo sería dado a los santos
del Altísimo. Le dijo que vería el trabajo de su alma y quedaría satisfecho, porque
vería una multitud de seres humanos salvados, eternamente salvos" ( Elena G. de
White, El Deseado de todas las gentes, págs. 642, 643).

Mi amigo lector, Cristo soportó esa agonía para que nunca tuvieras que afrontar
ningún problema sin ayuda. Él es tu Libertador, tu Salvador personal. Él y su
incontable ejército de ángeles están listos para socorrerte. Este Jesús, tan amante y
todopoderoso, ya está a tu lado golpeando a la puerta de tu corazón. ¿Por qué no lo
dejas entrar? ¡Hazlo ahora mismo! ¡Cristo entrará, y nunca te abandonará!

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