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Indice

José Ortega Spottorn n


Delegación de poderes
Victoria ()campo
Envío al Director de la
Occidente
Revista de Occidente Jorge Luis Borges
Publicación mensual Susana Bombal
Amelia Biagioni
Director: José Ortega Spottorno
Cazadores sin pausa
Secretario de Redacción: Paulino Garagorri
Silrina Ocampo
Los árboles
Consejo Asesor:
Alberto Girri
Fernando Chueca Goitia. Luis Díez del Co- Dos poemas
rral. Manuel García-Pelayo. Enrique Lafuente
Ferrari. Pedro 'Alfil Entralgo. Rafael Lapesa. Alejandra Pisarnik
Momentos
José Luis L. Aranguren. José Antonio Ma-
ravall. Julián Marias. José Luis Sampedro. Adolfo Bioy Casares
Una puerta se abre
Asesores Extranjeros:
Elvira Orphée
Estados Unidos: Mildred Ademe Círculo
Francia: Jean Pierre 12 . h"d Augusto Roa Bastos
Italia: Vittore Branca Cuando un pájaro entierra sus
Juan José Hei nánder 63
Redacción, Administración y Suscripciones: plum"
La favorita
62
Revista de Occidente, S. A. Sara Gallardo
Bárbara de Sruganaa, 12. Tel. 419-53-12 Eisejuaz
Madrid-4 (Esparta) 69
Carmen Gándara
¿Quién?
Distribuidora general: 87
COLECCION ORIEGUIANOS
Eduardo Mallea
Alianza Editorial S. A. El hombre que silbaba
Alberto M. Salas
91 IOS
Milán, 38. Tel. 200-00-45 , IESILP
Madrid-17 (España) Los días de la ocupación ingles
117 I.)DO ill310£11.
&Pía &huir, de Manro
Distribuidores exclusivos: Caballerías del Nuevo Mundo
v do 126
Argentina:
EMECÉ EDITORES
Victor Massub
Situación del filósofo argentino
Julio E. Payró
111
PYI
Luzuriaga, 38 CSVUOGR
Buenos Aires

México:
Situación del arte argentino
César Magrini
Teatro argentino:
original rOx.mac,en
ap a pa
142
Dt 011EG A
pecado
ALIANZA EDITORIAL MEXICANA, S. A. 021 que se
José Morán, 93. Dep.-A Mario A. Lanceloiti
México-18. D. E.

Condiciones de renta y sus Myr —


Nuestra actualidad musical
Enrique Pearoni
Transgresión y normalización en la
164
45.r.
ESPAÑA: narrativa argentina contemporánea 172
e mn
Ernesto Sabato
Número suelto
60 ptas. Exculpación 092
Suscripción a 12 números

EXTRANIEDO:
600 »
AVIAN-LA 9‘1001., S. A.
PEDIDOS A

Número suelto DistrIbuidora:


US $ 1.20
Suscripción a 12 números Os su Milán, 28 «Madrid
SeccIón - 11 00
SEMI. 200 (Espinal
45 • 46
19,1 by Revine de Oend
Talleres Gráficos de EDICIONES Co:::,:S. A.
Prohibida la reorodueelór
macátro Alonso, 23. - MADRID-2
EL LIBRO DE BOLSIL
ALIANZA EDITOR'
LITERATURA
Jorge Luis Borges Delegación de poderes
Ficciones (320)
André Gide Desde hace tiempo tengo el deseo de publicar algunos
Corydon (314) mineros de la Revista de Occidente, de carácter mono-
Cesare Pavese gráfico, sobre la literatura —y en general la creación— de
Ciau Masino (311) diversos países y me parece mucho más pertinente que tales
tu'uneros no sean dirigidos por mí, director habitual de esta
Ramón J. Sender publicación, sino por personalidades de cada país que conocen
Crónica del alba, I, II, III ("316, "317, "31 mejor, por estar más saturadoe de su propia circunstancia,
lo que pasa y lo que importa en el mundo intelectual de su
Gonzalo Torrente Ballester
patria.
Los gozos y las sombras I. El señor llega r30,1 He querido empezar con la Argentina por la importancia
de los escritores de ese país y por la especial vinculación
CIENCIAS que siempre tuvo la Revista de Occidente con la cultura
argentina. Propuse así a Victoria Ocampo que dirigiese
Max y Hedwig Born este número porque en ella se conjugan no solo su valía
Ciencia y conciencia en la era atómica (313) personalísima como escritora sino también una experiencia
como directora de la revista Sur que tantas novedades
Andrew Crowcroft
-.argentinas y forasteras—, ha dado a conocer a loe
La locura (319) lectores de habla castellana.
Cedo, pues, a Victoria Ocampo los trastos de director.
HISTORIA
José Ortega Spoltorno
James Atkinson
Lutero y el nacimiento del protestantismo
José Hesse
Breve historia del teatro soviético (299)
Envio al Director
de la Revista de Occidente
m
III"'1 querido amigo:
Á v l Cuando pasan los años, y que pasan muchos,
muchos, ocurre algo que ustedes no han probado to-
davía. ¿Y cómo habían de probarlo... ? Este pasar de
los años produce, entre otros, un fenómeno que Virginia
Woolf señaló: «Nothing is any longer one thing.»
Cada cosa que vemos, olemos, paladeamos o simple-
mente pensamos comunica con centenares de otras, a
ella asociadas. Hasta el olor del aire y el gusto del
agua, inclusive si a nada saben, se convierten, toca+ D
por la varita de virtudes de los años, en los objetos,
las personas, las circunstancias más imprevistas. Salen
del fondo de nuestro ser, de donde no hubiéramos
logrado extraerlas por un acto de voluntad. Se des-
doblan hasta lo infinito por no sé qué fenómeno de
prestidigitación
su efios. sin trampas que nos impone la natu-
raleza misma de nuestra memoria. La misteriosa me-
moria que responde a mecanismos secretos, como los

El solo nombre de la Revieta de Occidente me sume


en un mar que tampoco es mar:

Quel pur travail de fine éclaire coneume


Mainte diamante d'imperceptible écume.
Ir
4 Victoria °com p. boto al Director 5

Estos relámpagos que unen la dureza del diamante a culpables. Hemos pecado contra el espíritu mismo de
lo inasible de la espuma son de difícil traducción dos palabras a menudo pronunciadas por Ortega:
Si fueran traducibles (o lo fueran para nrí) ya les mesura, cautela.
hubiera mandado las páginas de presentación que me No sé qué ocurrirá en España, pero aquí, conse-
piden para este número especial (que espero merezca guir sobre un tema dado la colaboración que uno
el adjetivo por otros aportes que el mío). desearía, y de la persona que uno desearía, es poco
Pero aquí me tienen de brazos cruzados, perpleja menos que imposible, sobre todo si a esto se agrega
ante una dócil Underwood, acorralada por palabras el plazo fijo. ¿Qué no inventan los escritores para no
tales como «cautela», «mesura», «obvio», etc. Ustedes cumplir lo prometido en el lapso (generoso) indicado?
saben quién las usaba. El solo mencionarlo me produce un terrible escozor.
La verdad es que al ofrecerme dirigir en calidad En mis cuarenta años de Sur he oído la escala cro-
de invitado un número de esta revista, intransitable mática (no diatónica) de todas las variedades de
para mí por exceso de reminiscencias, han demostrado excusas engendradas por imaginaciones delirantes. Pero
ustedes falta de mesura. Admiré a Ortega desde que como en estas páginas avanzo en terreno que pertenece
lo oí hablar (y no fue en conferencia) en 1916. Me a quien me «regañó» (como dicen ustedes) por mis
unió a él una amistad incondicional. Recordándolo, turbulencias belicosas, pongo punto final al tema.
ustedes se figuraron que tan natural reacción merecía O casi final. Aprovecho la oportunidad para mencionar
reconocimiento, y cargaron con la «obligación». Para algo que viene al caso. Roger Caillois, nombrado
saldar la deuda inexistente, me han ofrecido ahora ser a cadémico, ha pedido que los miembros del Comité de
«director invitado» de la Revista de Occidente. Solo a Honor que, por tradición, han de ofrecerle la espada
españoles se les puede ocurrir estas quijotadas. No —.por primera vez este Comité está compuesto por
es el país de la mesura, por más que sea el del Espec- extranjeros—, seamos Borges, Asturias y yo. Sobre
tador. ella irán grabadas las cinco estrellas de nuestra Cruz
En una vida larga se puede haber soñado muchas del Sur. Nunca habré estado tan cerca de una espada.
locuras y hasta se puede haber vivido lo soñado, Trataré de convencerlo a Caillois para que me la dé
Generalmente, no se vive algo sin haberlo soñado de en préstamo. Supongo que no ha de poderse usar esa
antemano. Pero esto de dirigir un número de la Revista arma blanca (extraña compañera de l'haba eert) sino
de Occidente, jamás ni dormida ni ebria (aunque no bebo contra académicos. Nos gustaría suspenderla, como la
lo suelo estar) apareció en mi horizonte. Por lo tanto, de Damocles, sobre la cabeza del cuerpo académico.
me tomó desprevenida y acepté el ofrecimiento con Así nos vengaríamos, causándoles cierta inquietud, de
una fabulosa falta de cautela. Cierto es que la cautela las mortificaciones sufridas por los directores de re-
no es mi fuerte. Cuántas veces me habrá recomendado vistas indefensos en quienes ni siquiera alienta, como
inútilmente el fundador de la célebre Revista esa difícil en los señores académicos, la esperanza de la inmor-
virtud de la prudencia. Difícil para ciertos tempera- talidad. Esa inmortalidad que a pesar de ser calificada
mentos. de «maigre» y de «consolatrice affreusement laurée»
Por consiguiente, tanto ustedes como yo somos es secretamente codiciada por los que la denigran.
6 Met
Oca "19
No olvido lo que me dijo Ortega una vez que fui
a mostrarle una traducción que no me gustaba ; y,
escribía entonces en francés. Me preguntó: «¿Có
mo
lo dirías tú?» Pensé un momento, y traduje ami manera,
Aprobó, en seguida: «Pues dilo así.» Nunca elogio ,e
dio más placer. No era purista. Una «chancha», "
«saco», un «changador» no provocaban en él un so.
poncio (como hubieran dicho mis tías abuelas), Lo, Susana Bombal
toleraba muy bien. Hasta le hacía gracia el voseo
argentino. Aceptaba la existencia de una América que
se salía a veces de las hojas del Diccionario de la Real Alta en la tarde, altiva y alabada,
Academia con la irresistible impetuosidad del yuyo, Cruza el casto jardín y está en la exacta
que también tiene derecho a tener hojas. «Pues dilo Luz del instante irreversible y puro
así.» Que nos da este jardín y la alta imagen
De no recordar estas palabras de Ortega, creo que Silenciosa. La veo aquí y ahora,
hubiera seguido más tiempo de brazos cruzados, con- Pero también la veo en un antiguo
templando mi Underwood, llena de inhibiciones... En Crepúsculo de Ur de los Caldeos
cuanto a la presentación del número, estimo que cada O descendiendo por las lentas gradas
cual se presenta en lo que escribe. No creo que sea De un templo, que es innumerable polvo
necesario enseñarles a leer a los lectores de la Revidta Del planeta y que fue piedra y soberbia,
de Occidente. El único mérito que tendrá el número O descifrando el mágico alfabeto
será que, bueno o malo, representa a un sector importante De las estrellas de otras latitudes
de las letras argentinas. O aspirando una rosa en Inglaterra.
Les agradezco a todos ustedes la confianza que Está donde haya música, en el leve
han tenido en mí. Azul, en el hexámetro del griego,
Victoria Ocampo En nuestras soledades que la buscan,
Mar del Plata, 18 de febrero de 1971 En el espejo de agua de la fuente,
En el mármol del tiempo, en una espada,
En la serenidad de una terraza
Que divisa ponientes y jardines.
Y detrás de los mitos y las máscaras,
El alma, que está sola.

Jorge Luis Borgeo


ree din pausa 9

y en el instante
en que su geometría dice iYal,
desde el ojo más hondo
—ese que no termina,
ese que nunca duerme,
ese que ronda inmóvil—
desenfunda sus concéntricos cazadores,
Cazadores sin pausa los despliega,
consuman,
los plega,
se los hunde.
Y en la continua curva idea
En su idea curva circula el acecho se inicia.
ardiendo frío
el cazador sin pausa,
el invisible
II
a quien tu nuca en todo sitio ve
condenado a la esperanza y al éxtasis
de matar. Este que miras
—y puedes verlo porque has muerto—,
Lleva en el ojo un cazador que acecha un CSP de primer orden,
y este en el ojo un cazador que acecha un refinado
y este en el ojo un cazador que acecha experto en la suprema caza,
y así hasta las tinieblas. sobre fondo de violoncelo
netamente ejecuta.
Piensa sin tregua el ejemplar, Si su única víctima no abunda
su forma, peso, andanza, olor, sonido, recomienza el long-play,
lo piensa hermoso, impar, posible, retorna las agujas del reloj
infinito —en su ciervo todos los ciervos, y repite la misma muerte.
todos los tigres en su tigre—,
lo piensa hasta sentirlo mente afuera,
hasta verlo entrar en su mira. III

No se prodiga, no se agita. El y sus pares


Elabora la oblicua táctica, autorizados o furtivos,
se ensaya ojo tras ojo, se reúnen a veces
1O Amelia res sin pausa 11

en la ingle acolchada de alguna fortaleza. Iodo cae libremente en la emboscada,


Dicen ellos y a ratos creen del instinto al espíritu.
venir de los diversos El rugido aconseja al rifle,
nacientes o ponientes extremos del coto. el trino prepara la banda,
Pero vienen del solo del ego la mariposa va a la red.
en el circuito cerebral
—mente comando, cuerpo autómata—, ¡Salud!
y más: vienen del no del universo Beben sus largos vasos cruentos.
como la arena, de la roca,
solitarios Se disponen a cobrar
paralelos u opuestos, en las cinco dimensiones del coto
abrazados por una noche la nueva misma libre presa,
en la celebración del oficio tenebroso mirándose en su última mirada,
y en los símbolos del himno ritual. y agotar en ella la especie
de la que se expulsaron.
La mariposa va a la red,
el trino prepara la honda 1 Amelia Biagioni
y el rugido aconseja al rifle.
Del instinto al espíritu
todo cae libremente en la emboscada.

Cantan y celebran
las trampas, las traiciones,
las bellas agonías y trofeos,
los vacíos
cavados en lo sumo de la vida.
Cuidan la ceremonia,
su lírica apariencia.

Cuidan el equilibrio
entre el lirismo y la ganancia.
Cantan y pujan,
venden y celebran.
Detrás de cada máscara sonriente
fulgura el ojo de la concéntrica legión.
ales

para llenarme de árboles mi sueño:


Entraron en las casas y en las camas
derribando a familias con las ramas
como serpientes, con furor, felinas,
paraban los relojes con espinas.
Se desplazó todo un monte de acacias
no dejó entrar a nadie en las farmacias.
Los árboles Se bebieron el agua en los depósitos
iy murieron de sed niños expósitos!
La gente que quería conversar
Lamentación solo podía a veces ulular.
No dejaron un vidrio en las ventanas
Oh ciudad cruel de olvidos y desaires desmembraron sin causa a dos enanas.
hachan los árboles de Buenos Aires Clausuraron portones de hospitales
y propagaron misteriosos males
para agregar un metro a una avenida
lucir la estatua conmemorativa. salidos del polvillo enardecido
Mataron los que más me conmovieron de cualquier flor de aromo inadvertido.
los de la plaza San Martín, murieron Las maderas labradas de las puertas
tipas con copas como enredaderas despertaban y ya no estaban muertas.
de la vehemente calle de Las Heras,
y de la plaza de la Recoleta
la procesión de tarcos, violeta Iniciación
y algún gran eucalipto maltratado.
Los onanistas los habrán amado No entendía en mi infancia aquel respeto
más que los intendentes de jardines; del hombre por el árbol en secreto,
más que las flores y los querubines más sabía que siempre sobre el piano
eróticos amantes perdurables la purpúrea begonia era el verano,
adornos son de ramas admirables. que dentro del espejo repetidas
plantas del invernáculo traídas,
junto a la estatua fatua deshojaban
pétalos verdaderos que temblaban,
Venganza que aunque sangrara amarga mi rodilla
la retama era dulce y amarilla,
Anaranjados, verdes, amarillos, que del jardín la flor del plumerillo,
en una noche con rumor de grillos cuando cantaba enardecido el grillo
pensaba en ellos viendo arder un leño dentro de una jaulita de cartón,
14 Silvina '5

copiaba el pulso de mi corazón.


Me llenaba de tedio oír hablar Catálogo
de esas plantas que había que cuidar .
como a la gente con enfermedades, Más importantes que si fueran hombres
con diversas pasiones, con edades. hoy recuerdo árboles con muchos nombres.
Tristes me parecieron los viveros Con fragancia de miel, de rosas, de higos
los ejércitos de árboles austeros qué buenos eran para los mendigos.
al humano capricho sometidos Yo pensé : Son mejore,' que la gente
con tanta disciplina divididos. que me cierra km puerta,' y que miente.
Mi madre quiso que amara las plantas: Me deslumbró en las ramas el rocío,
las colocaba al pie de algunas santas, como pisapapeles sobre el río,
hablándoles a veces como a un niño caballos que en las sombras reverberan,
las regaba con íntimo cariño. cosas que son y que serán porque eran:
Cuando las visitaba en los jardines el Sarandí multiplicado, el bagre,
se ponía un encaje con jazmines los yuyos que sabían a vinagre;
envuelto alrededor de la cabeza, el columpio en delirio que volaba
y las miraba como alguien que reza. sobre el follaje que lo consagraba;
En un vaso de vidrio con rayitas y el amor, la esperanza y el secreto
juntaba un ramo solo de ramitas: simbolizados por un simple abeto;
las hojas que postergan el calor la lavandera que acunaba ropa
le gustaban tal vez más que una flor, y aquel vidente reencarnado en opa
pero a mí me gustaba masticarlas, unidos por la sófora, callados,
morderlas, en mis manos estrujarlas. lamiendo afrodisiacos helados,
Todos los árboles la conmovían: viendo pringosos brillos en los tilos
me enseñaba los nombres que tenían. de la baba del diablo con sus hilos.
Me asombré que tuvieran apellido, ¡Cedro, recuerdo de mi infancia intacto,
que otros fueran propensos al olvido. como si hubiera entre él y yo algún pactol
(Nombrado como virgen de algún templo, lOmbú que fuiste casa de muñeca,
Grevilea Robadta por ejemplo.) elefante, andador, armario, Mecal
¿Por qué no se llamaban como un gato Amé el aguaribay y los castaños.
o como un niño, Juan, Pedro, Renato? Me asombran, me asombraron durante años
¿No jugaban de pronto ellos conmigo? ciertos impúdicos palos borrachos
¿No les hablaba como a algún amigo? con el sexo desnudo y los lapachos.
Bocas eran los frutos, brazos las ramas, Las casuarinas que ya nadie quiere
de los troncos el pie, sensuales camas. por sucias, mi memoria las prefiere.
Y el olmo, el pino, el timbó pacará,
V. 2
16 Silvina OcO mp

el ceibo, el plátano, el jacarandá.


Los quiero ahora y siempre, los quise antes.
Hay rojos, hay violetas, hay fragantes..
El álamo y el árbol de caoba,
la lamberciana y el gingko biloba,
en cada uno reconozco un mundo
de verdes experiencias en que me hundo.
Y las bétulas albas y el gomero D os poemas
y las catalpas en el mes de enero
que asocian el calor a las chicharras
junto a la íntima sombra de las parras. Desnudo al sol
Y las tipas que escupen y el ciprés
con las pifias que brillan como un pez.
Y el fénix que atesora cantos y alas, Centrada la cámara, cuidadosa
entre sus palmas de palomas malas, del manejo de la luz,
y las magnolias con flores exultantes, y destacando las piernas,
marchitas si las tocan y fragantes. alargadas y tersas, todavía
Y el naranjo, la acacia, el paraíso, esbeltas en la pasividad,
con ramos que al caer forman un friso y ya no lo bastante livianas
o bien un dulce e ilusorio cauce para la ondulación del mar,
de agua en el sol despótico. Y el sauce... el conjunto sugiere
el de Las Rubaiyat, el de Argentina el declinar de una zorra superior
el que me hizo olvidar que soy Silvina. y codiciosa, pelo y dientes,
pero si lo captas
Silvina Ocampo' partiendo de que ese cuerpo
extendido y lustroso se abandona,
abdica y demuestra portarse
como de regreso, sin escepticismo,
tras haberlo pasado muy bien y muy mal,
resulta una proyección
ajena a rasgos individuales,
el nítido
arrobo de un objeto bajo el sol,
calma anónima, serenidad que a nada invita,
bulto
exaltando el espacio, presintiendo
el vacío que late detrás del espacio,
la zona incólume por no tener
crecimiento, duración, sucesión.

Accidente,' que la posteridad conjetura

Al examinar a Chopin
los doctores de Mallorca iban a tientas,
nunca pretendieron averiguar Momentos
lo que las crisis tenían de autocastigo,
las conexiones entre el yo y el super yo,
las componentes homosexuales, La verdad del bosque
se entregaban
a oler lo que él escupía,
a recorrer con los dedos COMO un golfo de soles este espacio hermético y
transparente: una esfera de cristal con el sol
la región desde donde escupía, adentro; con un cuerpo dorado (un ausente, querido tú)
a escuchar mientras escupía, con una cabeza donde brillan los ojos más azules de-
y arduo, penoso, escabroso, lante de sol en la esfera transparente.
hubiera sido determinar su eficacia, La acción transcurre en el desierto y qué sola atra-
y si apaciguaban los impulsos de muerte vesé mi infancia como caperucita el bosque antes del
de un enfermo que dejaba hacer, desentendido, encuentro feroz. Qué sola llevando una cesta, qué ino-
(como ante la evidencia cente, qué decorosa y bien dispuesta, pero nos devo-
de que muerte no guarda relación raron a todos porque ¿para qué sirven las palabras si
con la enfermedad y la ¿alud, no pueden constatar que nos devoraron? dijo la
lao utiliza para oteo propios fineo), abuela.
y de un ojo atento Pero de la mía no se vistió el lobo. El bosque no
a los pantalones colgando de sillas, es verde sino en el cerebro. La abuela dio a luz a mi
y la esperanza concentrada madre quien a su vez me dio a tierra, y todo gracias a
en persuadir a algún demonio mi imaginación. Pero allí, en mi pequeño teatro, el
para que se llegue hasta el cuarto lobo las devoró. En cuanto al lobo, lo recorté y lo
y pulverice manuscritos, despojos, pegué en mi cuaderno escolar. En suma, en esta vida
impida que esos pantalones me deben el festín.
acaben exhibidos en vitrinas, museos, — ¿Y a esto llamas vida? —dijo la abuela.
motivo de estudio y reverencia.

Alberto Girri
.11111"r-

20 Alejandra Pi,arnikk Mantentee 21

es esa dama vestida de azul de cara azul y nariz azul


Violarlo y labios azules y dientes azules y uñas azules y senos
a zules con pezones dorados? Es mi maestra de canto.
De un antiguo parecido mental con caperucita pro. i y quién es esa dama de terciopelos rojos que tiene
vendría, no lo sé, el hechizo que involuntariamente cara de pie y emite partículas de sonidos y apoya sus
despierto en las viejas de cara de lobo. Y pienso e, dedos sobre rectángulos de nácar blancos que descien-
una que me quiso violar en un velorio mientras yo den y se oyen sonidos, los mismos sonidos? Es mi pro-
miraba las flores en las manos del muerto. fesora de piano y estoy segura de que debajo de sus
Había incrustado su apolillada humanidad en la terciopelos rojos no tiene nada, está desnuda con su
capital de mi persona y me tenía aferrada de los hom- cara de pie y así ha de pasear los domingos en un gran
bros y me decía : miré las flores— qué lindas le quedan Ud triciclo rojo con asiento de terciopelo rojo apretando
flores... el asiento con las piernas cada vez más apretadas como
Nadie hubiera podido conjeturar, viendo mi estampa pinzas hasta que el triciclo se le introduce adentro y
adolescente, que la vetusta femme de (aíres hacía otra nunca más se lo vé.
cosa que llorar en mi cuello. Abrazándose estrecha.
mente a mí, que a mi vez temblaba de risa y de terror,
Y así permanecimos unos instantes, sacudidos los Niña en jardín
a Daniela llaman
cuerpos por distintos estremecimientos, hasta que me
quedó muy poco de risa y mucho de terror. Un claro en un jardín oscuro o un pequeño espacio
Seguí mirando las floree, seguí mirando las flores_ Yo de luz entre hojas negras. Allí estoy yo, dueña de mis
estaba escandalizada por el adulterado decadentismo cuatro años, señora de los pájaros celestes y de los
que ella pretendía reavivar con ese ardor a lo Renée pájaros rojos. Al más hermoso le digo:
Vivien, con ese brío a lo Nathalie Clifford Barney, .—Te voy a regalar a no sé quién.
con esa sáfica unción al decir flores, con ese solemne — ¿Cómo sabes que le gustaré? —dice.
respeto greco-romano por los chivos emisarios de sus —Voy a regalarte —digo.
sonetos... --Nunca tendrás a quien regalar un pájaro —dice
Entonces decreté no escribir un solo poema más el pájaro.
con flores.
Alejandra Pizarnik

Tragedia

Con el rumor de los ojos de las muñecas movidos


por el viento tan fuerte que los hacía abrirse y cerrarse
un poco. Yo estaba en el pequeño jardín triangular y
tomaba el té con mis muñecas y con la muerte. ¿Y quién
p unapuerta se abre

¡timbres que tuvo alguna vez («Con esas manías quién


23

e se cansa de sí mismo»); teatro en la Avenida de


;layo; billares en el centro; comidas de hombres solos,
hasta muy altas horas, con discursos y cuentos proca-
ces, por lo común en un restaurant de la recova del
Once; en verano, siestas en un bosque, en el camino de
La Plata; lecturas, que en otro tiempo lo entretuvieron,
Una puerta se abre como la historia de la máquina del tiempo y demás
fantasías en que algún viajero se aventuraba en el fu-
turo, que era mundo bastante aterrador y melancólico.
ALMEYDA se había vestido con el traje azul, como
si fuera a salir. Frente al espejo anudó, en impe.
¿Dónde estaban los libros? En casa de Carmen, proba-
blemente, o de algún sobrinito de Carmen, al que ella
cable moño, la corbata de las grandes ocasiones y aún en seguida los pasaba, como si le quemaran las manos.
le agregó el lujo de un alfiler, en herradura de la suerte, Ya se había cansado de esa inútil pesquisa de obje-
con piedritas verdes, de valor puramente sentimental. tos más o menos encantadores, cuando se acordó de un
A la luz de ese día de invierno, las envolventes hojas camión, en forma de oso polar, de una peletería, que
de hiedra del marco dorado conferían una profundidad lo había deslumbrado cuando era chico. «Llegué a tres»
misteriosa y triste al óvalo de cristal que lo reflejaba. victoriosamente, exclamó, para agregar demasiado
«Así voy a quedar ---murmuró— en alguna fotografía, pronto. « ¿Y bueno?» Mirando todavía el espejo, alargó
en el dormitorio de Carmen. En la repisa, entre su la mano, a tientas, en procura del revólver. Segundos
retrato, con mantón de Manila, y la foto del sobrinito después, al seguir ese movimiento con los ojos, reparó
desnudo sobre un almohadón.» en el diario, sobre la mesa. Mejor dicho, reparó en el
Oyó el roce de un papel y vio surgir, por debajo siguiente anuncio (recuadrado en negro, como apare-
de la puerta, una carta que alguien empujaba desde cían en periódicos de provincia, de otra época, los avi-
afuera. « ¿Todavía siento curiosidad?», se preguntó, sos fúnebres): ¿Usted está convencido de que la vida lo ha
mientras desgarraba el sobre. Era la cuenta del sastre, cercado y atrapado, de que todo se le cae encima y de que
«Para pagarla --comentó— nadie postergaría el sui- no le queda otra escapatoria que el suicidio? Si no tiene nada
cidio.» que perder, ¿por qué no viene a vernos? «Como si pensaran
Como si quisiera darse una última oportunidad, nue- en mí», se dijo. «Mi caso, exactamente.»
vamente enfrentado con el espejo, se preguntó cuáles Felices los que pueden descargar su culpa en el pró-
eran las cosas que para él no habían perdido su encanto. jimo; tarde o temprano se desahogan. ¿Por qué no le
De un rápido inventario solo rescató el olor del pan hablaba francamente a Carmen y aclaraban la situa-
tostado y el tango Una noche de garufa. Dos cosas no le ción, como les aconsejaba Joaquín, el Zurdo de Los 36?
bastaron; por superstición creyó necesario llegar a tres. ¡Aclarar la situación] : un alivio, un oasis, una meta
Registró la memoria, primero de cualquier modo, luego inalcanzable, un sueño que más valía no soñar. Nues-
con método; personas («Mejor pasar de largo.); cos- tra libertad está limitada por lo que el prójimo espera
24 Bioy
Cacarea Una puerta se abre 25

de nosotros. Carmen, de carácter rápido, de voluntad „_.¿Quiere fijar una entrevista? —le preguntó una
firme, de arranques generosos, le había asegurado.
voz de hombre, cansada pero serena—. Esta semana
«Cuentas conmigo», para proceder en el acto a una de
tengo todos los días tomados..., salvo que usted pueda
esas convincentes explicaciones minuciosas, que pare.
venir ahora mismo...
cían incompatibles con su personalidad vivaz, pero que Tal vez porque estaba perturbado entendió que se
en realidad la complementaban y reforzaban. Carmen le presentaba una oportunidad.
Carmen, incesantemente Carmen, preciosa, de faccio: --Poder.— puedo... —balbuceó.
nes delicadas, nítidamente delineadas, blanca, rosada --Anote.
de mirada centelleante, de sonrisa triunfal, de propor: .--Un momento...
ciones fan armoniosas, que nadie, nunca, soñó en lla- --Avenida de Mayo —dictó la voz cansada.
marla enana. Si él abría una puerta, del otro lado surgía, Almeyda cuidosamente escribió el número, el piso.
cerrando el paso, rápida como el movimiento de un —'Ya está.
abanico, graciosa como la muñequita, vestida de baila- —Si no quiere esperar, no se demore, por favor.
rina, de una caja de música, Carmen, de ojos que ador. Recogió el reloj, las monedas que había en el ceni-
mecían la voluntad, de risa que infundía alegría, de per. cero, el llavero que le regaló Carmen, mojó el pañuelo
fecta dentadura, blanca y filosa, de manos minúsculas, en agua de Colonia y, al ordenar el escritorio, vio la
con dedos pálidos y delgados, que terminaban en uñas libreta de cheques. «La llevo», pensó. «Después de todo
como garfios. Involuntariamente se la representaba arre- no moriré sin pagar al sastre.» Como iría hasta
batada en frenéticas espirales de zapateos y taconeos Callao, a tomar un taxímetro, la sastrería le quedaba
a los que ponía fin, las manos en alto, con un impetuoso
Voilál «El tiempo lo arregla todo», le había dicho en Elportero lo interceptó con grave deferencia.
de paso
Loa 36 billaree, Joaquín, el mejor zurdo del paño verde, —La señorita Carmen —anunció— le dejó un sobre.
su amigo de siempre, a quien la vida le salía bien por Voy a buscarlo.
carambola. «Yo no tengo esa suerte, o esa maestría, .—Me lo da más tarde, cuando vuelva.
pero tengo a Carmen», recapacitó y estiró resuelta. Se alejó por la calle, antes de que el portero pro-
mente la mano. En ese momento lo estremeció una testara. Entró en la sastrería. El sastre le preguntó:
detonación. Recordó después que en la Recoleta ren- — ¿Le muestro un corte de género?
dían honores a un militar muerto. Como si el inespe- —No creo que necesite trajes nuevos •—contestó.
rado cañonazo lo precaviera contra cualquier sobre- He venido a pagar, nada más. ¿Le sorprende?
salto, postergó el revólver hasta haber leído, otra vez, —No, señor, uno se lleva sorpresas cuando quiere.
el anuncio. Lo recorrió sin mayores ilusiones, pero Ni bien salió a la calle, un taxímetro quedó libre.
cuando llegó al número de teléfono y a la exhortación Lo ocupó, dio la dirección y comentó para sí: «Tengo
Llárnenoe ahora t'alanzo, se dijo: « ¿Por qué no? Soy dema- suerte. Cómo andarán mis cosas, que solamente pienso
siado escéptico para oponerme a nada», y por simple que tengo suerte cuando consigo un taxímetro.»
curiosidad, para ver si en ese trance la vida le proponía Con el conductor mantuvo un diálogo sobre los avi-
una aventura, llamó. En seguida contestaron. sos que leemos en los diarios.
26 Usa puerta ue abre
4. Bioy Casona
27

—¿Usted qué opina? —preguntó Almeyda_... Ha. --Lo esperaba. Soy el doctor Scotto.
brá que tomarlos en cuenta? Era, sobre todo, minúsculo («Como mandado a
—Mi señora siempre los lee y hay que ver l hacer para Carmen, se dijo Almeyda), pero también
as endeble y de color de cadáver.
oportunidades que consigue. Si protesto que en la casa
no caben más cachivaches, me confunde con alg --He venido por el aviso.
una
salida inesperada, como el que guarda tiene, y me hace --Perdone que no lo convide —Scotto se discul-
ver que gracias a un aviso me compró el cinturón eléc- P°`—' Habría que pedir su completo a la lechería, que
trico que llevo puesto hasta el día de hoy. está a la vuelta, y es notable lo que demoran.
El conductor parecía muy atento a lo que decía Arriba del médico, en la pared del fondo, colgaba un
pues al llegar a la Avenida de Mayo se mostró sor- cuadro muy oscuro que representaba a Caronte, con un
prendido de que hubiera automóviles en la calle y ape- pasajero, en su barca, o aun gondolero que, por un canal
nas evitó el encontronazo; un colega suyo, al sortearlo, de Venecia, llevaba a un enfermo o quizá a un muerto.
se estrelló contra un ómnibus. Dieron fin a esa parte --He venido por el aviso —repitió Almeyda.
del episodio hierro y cristales en sucesivo estrépito. —¿Me perdona si como? —inquirió el doctor mien-
Cuando bajó del automóvil, Almeyda sintió flojas tras rebanaba el pan y lo mojaba en la taza—. El café
las piernas; no era para menos: primero, la salva en con leche frío ino se lo recomiendo! Hable, por favor.
honor del militar muerto; después, el choque. Se dijo Dígame todo lo que le pasa.
que por aprensión al ruido y a la sacudida, esa tarde faltaría más —contestó Almeyda, con una
no tendría fuerzas para gatillar el revólver, pero que irritación incomprensible, alentada, a lo mejor, por la
si llegaba con vida a la noche se encontraría de nuevo fragilidad del médico—. Usted pone un aviso bastante
con Carmen. Por la Avenida de Mayo, al 1200, sibilino, reconozcámoslo, yo me costeo hasta su con-
bus-
cando la puerta correspondiente al número que traía sultorio, con la salvedad de que no me hago la menor
anotado en un papel, llegó a pocos metros del teatro ilusión, y ahora me sale con que soy yo el que debe
Avenida. «Qué destino. Los mismos lugares de siem- dar explicaciones.
pre», exclamó. «Debiera volverme a casa.» Como había El doctor Scotto se pasó el pañuelo, primero por
llegado hasta ahí, se dijo que más le valía enterarse de el bigote mojado en café con leche, después por la
qué le propondría el estafador del anuncio. En el hall frente, suspiró y, ya dispuesto a hablar, advirtió una
de entrada notó un vago olor desagradable, como si el medialuna, la sumergió en el café con leche, mordió y
portero cocinara con formol; subió hasta el quinto masticó. Observó por fin:
piso; leyó: Doctor Minando Scotto, —Yo soy el médico y usted es mi enfermo.
en una chapa de
bronce, que se le antojó funeraria; siguió a una mucha- —Yo no estoy enfermo ni soy suyo.
cha, vestida de enfermera, hasta un consultorio o des- —Antes de prescribir el tratamiento, el médico
pacho, con las paredes cubiertas de libros, donde un escucha al enfermo.
viejito en guardapolvo, desde atrás de un escritorio, —En su aviso, usted mismo ha descrito, con bas-
donde había infinidad de papeles y una bandeja con un tante acierto, para qué negarlo, mi situación. ¿Qué
café con leche completo, le anunció con la boca llena: más quiere que le diga?
28 13,,y Caéare, pea puerta ee abre 29

El doctor preguntó con súbita alarma: _Está bien. Me vuelvo a casa.


¿No andará con problemas de dinero? tv se enoje, no insisto. Para mostrarme coope-
—No, no es eso. Una mujer. rativo le señalaré, en mi sistema de sueño congelado,
¿Una mujer? —Scotto recuperó el aplomo— una ventaja que su espíritu curioso valorará: la oca-
¿Tina mujer que no lo quiere? ¡La donna e mobile! por' sión de practicar turismo en el tiempo, de conocer el
favor, señor, no me distraiga con niñerías. Muro.
—Una mujer que me quiere. .—e acuerdo. Si me hiela ahora mismo, le acepto
—Permítame, le voy a recomendar un psicoana- sle ñNoodeseciaepnuareños.
p
el
lista —escribió un nombre y una dirección en el receta. rocederemos, primero, a exami-
rio—' para que usted no pierda la única oportunidad d e narlo exhaustivamente. Le recomiendo un laboratorio
ser feliz, que nos queda a los hombres en este mundo que serio, donde le efectuarán radiografías y análisis a pre-
se acaba: la formación, la consolidación de la pareja, cios interesantes. Debo cerciorarme de que su orga-
— ¿Entiendo bien lo que trata de decirme? —pre- nisnn ¿rm or áa.
esiistirg
guntó y lentamente se incorporó. nismo resistirá mejor una bala?
—No lo tome así —contraído, Scotto lo miraba --Ni en broma lo diga. Póngase en mi lugar. La
desde abajo—. ¿Es tan grave? reputación del doctor Scotto, ¿cómo queda si usted
—Irrespirable. Estoy vivo, provisoriamente nomás, revienta? Además, apreciado señor, yo desconozco sus
porque leí su aviso en el diario. medios, pero supongo que deberá tomar algunas dispo-
— ¿No puede esconderse, por un mes, en casa de siciones para hacer frente. A ojo de buen cubero cal-
un amigo? El tiempo lo arregla todo. cule: cien años de alquiler, más la atención y la manu-
.—Tengo, precisamente, un amigo que siempre me tención.
repite esa frasecita; pero ni él, ni usted, la conocen a —Le extiendo un cheque por todo lo que tengo en
Carmen. el banco.
— ¿A quién? —preguntó Scotto, poniendo una El doctor examinó, sin prisa, el talonario. Por fin
mano, como pantalla, en la oreja. declaró:
—No importa, doctor; si no puede ofrecerme nada, —Usted me paga un año o, si el costo de la vida
me vuelvo a casa. no sube, dos años. Después empieza a costarme plata.
—Mi sistema reconoce por base el principio irre- —No se preocupe. Me voy a casa. Yo vine aquí
futable de que el tiempo lo arregla todo. En síntesis, por simple curiosidad, pero tengo mi plan perfecta-
mi buen señor, yo a usted lo duermo y lo hielo. Cuando mente trazado.
despierte (después de un sueñito de cincuenta o de —Por mi parte, yo tengo un gran defecto. Soy lo
cien años) la situación ha evolucionado, en la costa no que se llama un hombre débil, que se deja convencer
quedan moros. Hago hincapié, eso sí, en que usted por la última persona que le habla. Pero, óigame bien,
pierde lo que yo he de llamar la gran opción de la vida: si mañana se me acaban los fondos, usted es el perju-
la concreción de la pareja. La última reunión de la dicado. No lo voy a dejar morir, pero lo despierto,
pareja será siempre mi propósito irrenunciable. quizá prematuramente.
3o A. Bioy
(Toa puerta se abre 31

—No se preocupe. Me voy a casa. qla harán el trabajo. O seres de otro planeta, seres infe-
—¿Esa casa, de la que siempre está hablando, ea riores, traídos especialmente.
de su propiedad? ¿Dispone de otros bienes? Cua nto --.Por los traficantes de esclavos...
más cuantiosos, mejor. Llamo al escribano, que está en Algo mejor, le propongo algo mejor: a los hom-
el mismo edificio, lo consultamos, y usted me extiende
bres pocados, que no quieran hacer frente a las con-
a
un poder. tingencias de la vida, les infundirán por algún método
científico, la felicidad, la pura felicidad, a condición de
Concluyó por fin con los trámites legales. Penan
que trabajen. Vale decir que esclavos felices trabaja-
que si el doctor Scotto se propusiera irritarle los ner, rán para el resto de los hombres.
vios y agotarlo, antes de la congelación, no podría --..¿Sabe una cosa? —.comentó Almeyda, como si
elegir un procedimiento más eficaz. Ni siquiera a la hablara solo—. Me parece que el futuro no me gusta
tarde, cuando empuñó el revólver, había estado ta,
nada.
nervioso. rY sin embargo, allá va en vuelo directo.
Un ayudante del médico lo llevó a un cuartito ,) —No hago esto para ir al futuro, sino para esca-
empezó a auscultarlo. Almeyda asumió un aire de gran par delpapsraesro
ente.
na
calma, casi de postración; pero el corazón le golpeaba Lo otro cuarto. Lo acostaron. Lo rodea-
en el pecho. «Si no me domino —.pensó—, quién sabe ron Scotto, el ayudante y tres enfermeras. Antes de
qué enfermedad va a descubrirme.» Para tranquilizarse dormirse miró, en la pared de la izquierda, el calenda-
practicó su habitual método de imaginar praderas ver- rio y se dijo que el a3 de septiembre de 197o emprendía
des y árboles. El ayudante le tomaba la presión y la aventura más extraña de su vida.
conversaba. Soñó que se deslizaba por una barranca nevada y
—EI señor, ¿de qué se ocupa? que seguía después por un angosto sendero hasta la
—Dicto un curso de historia en el Instituto Libre boca de una caverna; desde la oscuridad le llegó un
—contestó Almeyda—. Antigua, moderna y contem. rumor de risas.
poránea. —Estoy despierto —.afirmó, como quien se defien-
—Y ahora podrá añadir futura —dijo el hombre, de— y no sé nada de la bella del bosque.
sin observar tal vez el rigor lógico—. Porque tengo Lo rodeaban dos hombres y una muchacha. En
entendido que el señor se larga en vuelo directo al seguida se preguntó si esas personas habían hablado de
siglo que viene. ¿Qué le parece? la bella del bosque o si él había estado soñando.
¿Cómo será el futuro? —Almeyda preguntó en —¿Hormigueo en los pies? —dijo uno de los hom-
un tono que simulaba indiferencia. bres.
—No habrá trabajadores. No habrá esclavos. Del —¿Se le durmieron los dedos de la mano? —dijo
trabajo se encargarán las máquinas. el otro.
—Detrás de la máquina estará el hombre que la —¿Quiere una manta? —dijo la muchacha.
maneje. Se encorvaron, para examinarlo de cerca. Temió,
—.Por algo desconfío del maquinismo. Animales por un instante que los desconocidos le ocultaran con
XXXIV, 3
1. Bioy
32 una puerta Je abre
C'4911PIPIIP—
'ea 33

sus cuerpos, algún extraño servidor, un animal o lie --Hay que prepararlo —dijo el otro.
mecanismo. Apenas trató de incorporarse, divisó entre __Hay que prevenirlo —dijo la muchacha sobre
dos cabezas, el calendario. Con desconsuelo se dejó la rigurosa reducción de sus medios económicos y sobre
caer en la almohada. lo que va a encontrar en la calle.
—Despacito, despacito —dijo la muchacha. __No está preparado. Antes deberá descansar un
—¿Debilidad? —preguntó uno de los hombres. ra to y fortificarse con la segunda poción —dijo uno de
—¿Un mareo? ¿Un vértigo? —preguntó el otro. los hombres.
Por despecho no contestó. Lo habían sometido a --Lo pasaremos a la salita de espera —dijo el otro.
simple ensayo o, peor aún, el experimento había fra. La muchacha abrió la puerta y declaró:
casado; el calendario seguía en el 13 de septiembre Está ocupada.
—Quiero hablar con Scotto —dijo sin disimular:su --Lo sé —replicó uno de los hombres—. Son con-
abatimiento. temporáneos. Aunque hablen, no hay peligro.
—Soy yo —contestó uno de los desconocidos. --Entre —le dijo el otro.
—No... —Almeyda inició una protesta, que se Iba a entrar, pero se detuvo, ¿aún no había des-
transformó en confusa explicación, porque de pronto pertado? Si no soñaba, ¿cómo podía sonreírle, plan-
entrevió una duda. Al dormirse, ¿tenía el calendario tada en el centro de la salita?... Un instante después,
a la derecha o a la izquierda? Ahora lo tenía a su para ocultar sin duda la mueca en que se mudaba la
izquierda. Dijo: Quiero levantarme. sonrisa, Carmen animosamente se arrebató en espira-
Se incorporó, apartó a los desconocidos, no sin les y taconeos, alzó, estática los brazos y por fin los
vacilaciones dio unos pasos en dirección a la pared. abrió, para brindársele toda, al grito de:
En el calendario, debajo del número i3, leyó una fecha --Vollát
increíble. Había dormido cien años. Pidió un espejo: Tras un silencio, articuló Almeyda:
se encontró pálido, con la barba un tanto crecida, pero —No esperaba...
más o menos igual a siempre. Quedaba, por cierto, la -- ¿Por qué disimulas tu generosidad y tu amor?
posibilidad de que todo fuera una broma. --preguntó Carmen, ya segura—. Escribí esa horrible
—Ahora me va a beber la poción —dijo la mucha. carta en un arranque, en un mal momento. No sé cómo
cha y le puso entre las manos un enorme vaso de leche. puedo decírtelo: creí que me asfixiaba, que no aguan-
—Me la toma de un trago —dijo uno de los hom. taba más. Pensé, iqué horrorl, en el suicidio, iperdó-
bres. líame!, y entonces ví el aviso del doctor Scotto, vine
Aquello parecía leche, pero no lo era; sabía, quizá, a visitarlo y lo convencí de que me durmiera, y te dejé
a petróleo. esa carta horrible, y la leíste, no me guardaste rencor,
—.Ya se bebió el primer vaso —dijo el otro. me perdonaste, quisiste dormir mientras yo dormía,
—Antes de beber el segundo, pasará un rato, des- pensemos que hemos dormido juntos, mi amor, y ahora,
cansando, en la salita de espera —dijo la muchacha. de veras y para siempre, cuentas conmigo.
—.Después tendremos una charla amistosa —dijo
uno de los hombres. Adolfo Bioy Casares
Círculo - 35

rita. No me hace mal hablar de ella —como si algo


pudiera hacerme ya mal.—, son ustedes quienes se sien-
te, mal cuando les hablan de cadáveres tan miserables
como los cadáveres del amor. Ustedes prefieren sus
cadáveres suntuosos, con todo el esplendor de la po-
sadre ohanr
oñr d umbre.
enmhA
Uno sabe por qué le gusta una chica a los catorce
Círculo veces porque es bonita, otras porque se la
sospecha e mala. ala. O porque le gusta a todos los mucha-
chos. Con Margarita no fue así. Me encanté con su
SI,Ustedes
caballeros, el mío es un gran país. Créanlo.
saben que un moribundo no miente. ¿Para
niebla. Brotaba como un incienso iluminado por donde
ella caminaba. Era resplandeciente, metálica, no ser-
qué les mentiría yo? Sobre todo cuando he sido expul. vía para nada. Y uno decía: ella está en un reino mis-
sado de ese país por mis pecados y lo he extrañado terioso e implacable. ¿Dónde está ella?, se moría uno
tanto, tanto, hasta la cobardía. por saber. Quizá uno decía eso porque se tomaba el
Sin ese país, ¿me hubiera enamorado yo de Marga. tren todos los días desde el pueblo bajo hasta el liceo
rita? A causa de él, a causa de vaya a saber qué, yo que estaba a cinco leguas, en una ciudad chica, y por-
amé a Margarita. que e n el liceo había que saber cosas tan precisas que
Teníamos el campo al lado de nuestras casas. El uno prefería la niebla y las preguntas sin contestación.
campo estaba al lado de todas las casas del pueblo. Se Creo que le hablé en seguida de su aluminio en
despertaba con nosotros, se dormía a la hora de nuestro niebla. Creo que ella en seguida me contestó que yo
sueño. Pasé mi niñez en una de esas casas con flores también lo tenía o que iba a tenerlo, no me acuerdo.
alfas. Parecía inventada por un chico, tenía las venta- Pero apenas fuimos un poco más grandes no salimos
nas que todos los chicos ponen en las casas que dibujan, ya juntos. Y a los dieciocho años me miraba seria
ladeaditas, como borrachas. En mi pueblo las casas cuando yo andaba por las calles como una barca llena
eran muy viejas, del tiempo en que nadie tenía el de moños, tambaleándome a causa de la luz y el aire
derecho de reprocharle a las ventanas que fueran inhá- como la barca a causa del agua.
biles o fantásticas. Un tubo de chimenea, eternamente Desde la infancia amé a Margarita, y cuando se
torcido, salía de un costado. casó la juzgué culpable. Tenía los mismos años que yo
Por los senderos del otoño tanteábamos la humilde y ya hace treinta que ha muerto. No de enfermedad,
inteligencia de los animales. En primavera oíamos el no de violencia. Entonces no supe de qué. Durante
latido de la tierra. Margarita decía: ya se mueven. meses fue como desentendiéndose, como alejándose. Se
O: ya van a nacer. Profetizaba las flores. la tenía enfrente y parecía vérsela a la distancia, en
¿Por qué se van? Ustedes no me oyen. ¿Hablo tan medio de una polvareda penetrada de sol. Su aluminio
bajo? ¿O no hablo? Ah, ya vuelvo. Querían solamente en incienso había ido vaporizándose más y como exten-
distraerse un poco para que no les contara de Marga- diéndose. Cuando llegó el momento en que la distancia
36 E"ra Or p d, Círculo 37

no podía ser ya aumentada porque hubiera dejad o de pers


ona mayor: mandando. La primera vez que me
ser distancia para ser cualquier otra cosa, vacío por explicó un juego, yo elegí ser el bandido, mi hermano
ejemplo, el marido de Margarita dijo: no quiero esperar el príncipe: El juego se repitió y yo quise cambiar
a que me pase lo mismo, no me molesta pasarlo, ae de pe rsonaje. Max se opuso:
puedo soportar pasarlo sin ella. Me contaron que dije —Prohibidos los juegos en que se pueden alternar
eso. Me lo contó uno de los amigos de mi tío, el be, papeles. Tienen que ser siempre el bandido o el prín-
mano menor de mi madre, que era casi tan joven cono cipe por el que empezaron. No les queda más remedio
yo. Y entonces me di cuenta de que también el maride buscar todo lo que dé brillo a su papel. No les
que ,
de Margarita, que también mi joven tío, habían tenido Q ueda mas remedio que concentrarse en un solo pro-
l'ósito. Es decir —miró a mi hermano y a los otros
ese vapor. ¿Habría gente en la montaña que recibía
irradiaciones extrañas y estaba aureolada? Pensé
i
chicos—, , ustedes pueden cambiar si quieren. Yo les
hablarlo con mi profesor de física, pero me arrepentí aconsejaría que no. De ustedes no me doy demasiada
en seguida. No era serio. cuenta. El —me miró a mí— no puede cambiar de
El marido de Margarita —me contaron— dijo: pa pel. Absolutamente no. Le está prohibido. No lo
no soportaré pasarlo sin ella. Y tomó el veneno que podemos perder.
alguien le aconsejó. Se los encontró juntos, con una Yo quise saber, riéndome de admiración, quién
sonrisa que se les borraba ya en las caras. Estuvieron había prohibido que yo cambiara papeles, quiénes me
seguramente sonriéndose hasta que sus sonrisas pare- perderían. Él contestó:
cieron cambiar de lugar, parecieron moverse para ir —Cosas que digo por decir. Los juegos son como
desapareciendo y labios cada vez más exangües suceder un aprendizaje. Cuando se tiene que aprender algo
a los anteriores. El debe de haber dicho: muy importante hay que repetir y repetir y nunca des-
—Qué frío está tu pelo. viarse. Se trata de hacerte un magnífico bandido.
Y ella contestado: Me quedé pensando. ¿Le gustaría a Margarita
—Mañana el sol lo calentará. que llegara a ser un magnífico bandido de verdad?
Él debe de haber dicho: Mi tío debía creer que me convertiría en ese bandido
—Tengo las manos como acabadas de despertar, ideal a causa de mi coraje. Opinión mía, nada más.
como si fueran de yeso. Nunca me habló de coraje. Me hablaba de frascos
Y ella contestado: tapados que no dejan evaporar lo que contienen y de
,—También mis manos están con sueño. despreciables frascos abiertos que mandan sus esen-
Él habrá pedido que dejara la cabeza en su pecho cias a disolverse en el aire. Me hablaba de eso y de
y descansara. Entonces Margarita habrá mirado al belleza. Parecía que me hablase de una belleza con
cielo y habrá visto redondas las estrellas. mayúsculas, pero que al mismo tiempo se refiriera a
Desde la infancia amé a Margarita. Desde la in- la mía, a la de él, a la de los frascos tapados.
fancia admiré a mi joven tío. Cuando Margarita em- Hacía un tiempo, cuando yo salía todavía con
pezó a dejarme, él se volvió mi amigo. Pero ya desde Margarita, un muchacho del pueblo me había pro-
hacía tiempo me hacía jugar como hace jugar una puesto cambiar figuritas. Empezamos por las figuritas,
38 Elvira Orphé, 39
Circula
después cambiamos otras muchas cosas, y era como Si y ya mi furia había dejado de ser secreta y yo me
ya no pudiéramos estar sin cambiar algo, aunque. estaba poniendo muy malo, con el vértigo de destruir
perdiéramos, aunque no nos sirviera para nada. Hasta a uno de los gusanos de ese hervidero: el que tenía
que el muchacho me dijo: nfrente. Entonces mi tío me llevó y me dijo que
abia hecho muy bien, que ya no éramos criaturas de
—¿Y si cambiáramos pedacitos de pecados?
l
Habíamos llegado hasta a robar para poder can, doce años para andar en jueguitos tontos, y que lo
biar cosas, pero lo que me proponía iba a las fronteras que yo había dicho le demostraba que era un frasco
de lo repugnante. Entré en un temblor secreto. Quizá Cerrado. En una palabra: estaba contento de mí.
él me notó acezante y aclaró: me halagó tanto su aplauso que quise más todavía, y
—Quiero decir que si nos pusiéramos tan juntos, para o btenerlo decidí portarme como un verdadero
tan juntos que tus ojos entraran en los míos, podríamos bandido. Me escapé del liceo una tarde, a la hora en
vernos los pecados y portarnos como el otro por un que la gente anda en su trabajo, y me volví en el óm-
tiempo. Nada más que por un tiempo. Y si no bastan nibus que subía al pueblo. Fui directo a casa de la
los ojos para descubrir los pecados, decirnos cuáles señora cartera, me las ingenié para entrar —lo que
son. no era muy difícil porque casi toda la gente dejaba sus
Yo me prendí de mis manos, yo cerré mis dientes puertas apenas aseguradas —y le saqué de la cama
para impedirles su pequeño temblor y llegar a hablar una colcha fina tejida en muchos colores, la doblé
muy razonablemente. todo lo que pude y fui a buscar a Max con una joroba
—No se pueden entreverar los pecados. Los dedos en el pecho. Pero encontré a mi madre en el camino.
de los pecados son como los dedos de las manos, Apenas tuvo tiempo de hacerme una pregunta que yo
Tienen rayas que son de ellos solos. No se puede ya salía corriendo por los campos. Ella ¿qué iba a
cometer pecados con las huellas digitales de otros. entender? No encontré a Max por ningún lado. Debía
Él dijo resentido que al proponerme eso había de estar en alguno de los grandes hoteles de la mon-
querido que fuéramos más amigos. Debió ser justa- taña o dándoles clases de ski a las señoritas. Dejé
mente lo que no quería yo porque me alejé del temblor la colcha escondida en una horqueta de árbol pelado,
y me metí en una furia, secreta también. La amistad de modo que al fin y al cabo se veía de todas partes,
estaba bien para cambiarse figuritas pero no para que y me volví a mi casa. Mi madre me esperaba, tétrica,
nadie me escarbara y me sacara bocaditos de alma. con cara de otro dioquoto máo, y dispuesta a amoratarme
Se lo dije, en apariencia muy tranquilo. Max apareció para saber por qué me había visto con una joroba y
en ese momento. El muchacho casi llorando protestó: por qué había corrido. Entonces apareció mi tío y
—No sabía que eras tan mezquino de tu alma. antes de que dijera una palabra ella lo amenazó:
—Soy mezquino de todos mis secretos. Que nadie —Si las cosas siguen así le voy a pedir ayuda a la
me sepa. Ni siquiera que nadie me herede para que autoridad. ¿Qué fechorías combina? ¿Quién lo está
no me adivine. Quiero acabarme aquí, en mí. ¡La pervirtiendo?
humanidad]... ¿Qué se pierde si se acaba ese hervi- No se animaba a decirle directamente que era él
dero de gusanos? porque Max andaba con la gente que venía para los
40 Elvira 41
Círculo
°rIllé'
deportes de invierno —no como instructor d e ski r --No. Algo mucho más importante es lo que vas
solamente—, y había dejado de ser un rústico de a ser. Pero hay que prepararse en seguida. No queda
pueblo. Nunca lo había sido, por otra parte.. de masiado tiempo. Lo comprenderás un día de estos
En el momento de los campeonatos la nieve se curio lo han comprendido los otros.
jaspeaba con banderines y parecía florecida. Las mu, .-- ¿Qué otros?
chachas que vivían en los hoteles más caros, al pie los encontrarás. Ellos te reconocerán tam-
del pueblo, miraban a Max y hacían lo posible pa, bién. Podría quizá decírtelo yo. Si no te lo digo hoy
que él las dejara participar de su belleza. Él solo las ya no habrá tiempo. Pero la gente como nosotros se
dejaba participar de su maestría: les enseñaba cómo da cuenta por sí misma.
doblar en la nieve, cómo saltar, cómo frenar. Pero ne ¿Quién es la gente como n000tros? ¿Una asocia-
podía enseñarles cómo parecer ángeles que se despe. ción?
rezan. Y era eso lo que él parecía. iOhl, no. Somos los más solos del mundo.
—Yo creo que nadie lo está pervirtiendo. Creo que Cada uno es solo. Pero ocurre que casi siempre los
le están enseñando. Pero él ha interpretado mal la otros te reconocen, entonces se te acercan para com-
enseñanza. Será necesario explicarle. probar que no se han equivocado. Yo, si ene he acer-
¿Qué enseñanza es esa? —dijo mi madre. cado, es porque estás en mi familia.
Pero él no aclaró nada. Me tomó de un brazo para --Pero ¿cómo se reconocen? ¿Qué hacen?
sacarme de mi casa. Prometió: .—¿Cómo se reconocen? No sé, un aura, una at-
—Si ha hecho algo malo me lo dirá y yo lo castigaré, mósfera, una belleza. Estamos solos y somos un país.
No aprobó mi robo de la colcha. Más bien me En nuestro idioma no hay equivalencia para la palabra
despreció. vocación. La vocación es un invento de los que pueden
¿Quién te ha dicho que un magnífico bandido volverse atrás. Erré mi vocación, dicen. El nuestro
roba porquerías? es el camino sin vuelta atrás. Y no tenemos vocación,
Yo estaba por llorar. El se miró las manos. Quizá ni verdadera ni errónea.
pensaba que eran las de un verdadero bandido. Yo — ¿Cómo que no hay equivalente para la palabra
estaba triste y un poco ofendido. Pero él también es- vocación? Basta con vocación misma. La tenemos en
taba triste y no quise contestarle mal. nuestro idioma.
—¿Qué eras en tus juegos? —le pregunté—. ¿El —Te hablo del idioma de esos entre los que esta-
bandido o el príncipe? mos, los solos que formamos un país.
—Da lo mismo ser cualquier cosa. Lo único ha- Me empecé a inquietar. Cambié de tema.
portante es no cambiar el personaje. Es solo un adies- —¿Podrías llevarme a la ladera mañana?
tramiento. El que toma un camino, si sabe que no hay —Mañana es un día que he reservado para mí.
posibilidad de vuelta atrás aprenderá a andar magis- Ahora te voy a castigar por tu tonto robo. Vas a
tralmente su camino. Y no perderá tiempo. juntar piedras afiladas y a tirarte de rodillas sobre
—Entonces, ¿no tengo que ser un bandido cuando ellas. Varias veces.
sea grande? Tuve miedo del dolor y de la sangre. ÉÉl exigía que
Elvira Orpbé, Circulo 43
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me dejara caer sobre las piedras sin hacer nada Por Quise preguntar, pero él se puso lejano.
mitigar el dolor. Me adivinó y dijo: La autoridad intervino en la muerte de Max. Era
—.Lo harás hasta que no tengas miedo.• Forma el segundo muchacho desnucado en esa hondonada. Yo
parte del entrenamiento. Para conseguir tu gloria m e acordé de la mirada de sorpresa del amigo cuando
tendrás que hacerte mal intencionalmente muchas veces le dije «nadie quiere un accidente», y lo fui a buscar
durante años. Y no te castigo por lo que has hecho.' para seguir preguntando: si fue una acechanza, si fue
Lo bueno, lo malo... Nosotros no nos guiamos por eso, alguien que dejó el cuerpo retorcido en la nieve. Él
Tuve vergüenza. Me tiré sobre las piedras. El sonreía, nada más, con su sonrisa lejana. Pero me
dolor fue grande, el tajo sangriento. Solo para que no prohibió «por la memoria de Max» que repitiera lo que


me despreciara no me tendí allí mismo a sollozar. había dicho.
Cuando llegamos de vuelta a casa, mi madre se Mi madre lloró mucho y seguramente se sintió
asustó mucho. Max dijo: culpable. A cada rato se acordaba:
—No es nada. Hice que se castigara él mismo. —.Le faltaba un día para cumplir veinticinco años.
Ella lo miró, lastimándolo a él con sus intenciones. A partir de entonces los muchachos de los hoteles
—No es forma de castigar a un muchacho. Mañana em pezaron a acercárseme. Llamaba la atención la
iré a la autoridad y diré que lo estás pervirtiendo. temeridad de todos. Parecía que no hubiera hazaña
Al día siguiente los skiadores encontraron en la impracticable. Uno por uno descendió la cuesta desde
hondonada, bajo el borde de la más peligrosa curva la que había caído Max hasta el límite mismo de la
una figura negra, retorcida armoniosamente sobre la hondonada. Era quizá un homenaje a Max. O quizá
nieve. Conservaba un ski puesto, el otro estaba hecho una apuesta. Yo estaba rodeado por la flor de los
astillas unos metros más allá. valientes. Tenían a veces sus conversaciones oscuras
Yo lloré hasta sentir que no me quedaba estómago. y yo no me animaba a preguntar. El muchacho que se
Mucha gente vino al entierro, mucha gente de los me acercó el día del entierro dejó de venir al cabo de
hoteles. Un muchacho se me acercó y me dijo: un tiempo. Averigüé por qué. Como si hubiera pregun-
—No hay que llorar. Seré tu amigo como era él. tado algo muy tonto y muy sabio me contestaron:
Como si eso pudiera consolarme, pero supe que —Iba a cumplir años.
decía la verdad porque tenía una belleza parecida a la Hablaban entre ellos, todos enterados de algo que
de Max, como si brillara, como si fuera un incienso yo no sabía y que no me animaba a preguntar porque
hecho de vapor de aluminio. Como la de Margarita. les despertaba desconfianza, como aquella vez en el
Entonces Margarita... Casi lo formulé en ese momento, entierro de Max y en alguna otra ocasión en que se me
pero el muchacho ya decía: quedaron mirando como si yo hubiera blasfemado. Una
—No hay que llorar por alguien que murió como vez alguien dijo:
quiso. —En los viejos tiempos era más difícil comuni-
.—Nadie quiere un accidente —dije en un quejido. carnos. Teníamos noticias unos de otros a través de
—Max pensaba que eras como nosotros. ¿Será viajeros, de legados, de mercaderes, pero no sabíamos
cierto ? que podíamos ser tantos. (Yo pensé que Max me había
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Elvira,OrpbéY
Circuí, 45
engañado o se había engañado cuando me habló de inteligencia, tuvieran una gran fortuna. Dos primos,
gente sola.) Ni tan fuertes a causa de nuestro número. un muchacho y una chica de nombre famoso en las
Somos los Aparte, los que no inventan nada ni.quieren finanzas internacionales, dejaron de venir con inter-
ser útiles en nada. valo de un año uno de otro. La chica fue la última. La
—Si somos los Aparte, ¿para qué estamos juntos? noticia la vi en el diario. Se equivocó en la dosis de
—pregunté casi antes de haberlo pensado. somnífero y la encontraron muerta. Recordé su belleza
—Estamos juntos, pero yo soy el punto de partida, angélica y calma, estuve a punto de decir qué lástima.
el centro, el eje y el mundo. Yo soy eso, yo y cualquiera No sé qué me frenó. Uno del grupo estaba como
de ustedes, yo y cualquiera de los de afuera. Pero me triste.
diferencio de los de afuera porque soy capaz de tener --Nos vamos despoblando —dijo.
razón para tomarme como meta, como eje y como Eso me hizo acordar de algo que una vez había
mundo. Estamos juntos porque sabemos de lo que so. dicho Max, y pensé en voz alta, como en una inspi-
mos capaces, sin necesidad de decir nada. Conservando ración.
todos los secretos. --Nos renovaremos. Un país que se despuebla un
Por eso yo no podía preguntar. Hubiera hecho lo momento, puede ser, pero ¡qué paísl No conoce la
mismo que mi vecino cuando me propuso cambiarnos abyección de la vejez ni tiene tiempo para errar.
pedacitos de alma. Las conversaciones de ellos eran No esperaba el entusiasmo, pero lo logré. Tuve
bastante misteriosas, pero se veía que ninguno sabía otros momentos de triunfo diciendo por puro azar algo
que lo fueran, se veía que ni sospechaban que yo no que les gustó. Ya se hablaba entre los estudiantes com-
entendía. Pero lo que decían me dejaba como deslum- pañeros de clase de mi capacidad, y mi madre esperaba
brado. Por lo cual, a veces me fui a repetírselo a Mar. verme convertido en ingeniero de puentes y túneles.
garita para causarle efecto. Me acuerdo de haberle Pero nada me preparaba para largar de repente ante
dicho: Yo soy el centro, el eje, el mundo. Pero ella este otro grupo de mis amigos de la montaña uno de
contestó: esos discursos que eran su especialidad. Me sorprendía
—Es mejor hacer que hablar. Y si no hay fuerza yo mismo como si alguien me los hubiera soplado.
para hacer lo que vas a hablar, pues no hablar. A nadie Debo decir que si no entendí lo que era tan claro, es
le importa tu impotencia. porque yo veía a ese grupo solo pocas veces en el
A mí me trataba con dureza, y sin embargo era invierno, que siempre se estaba renovando y que no
muy amable con mis compañeros. Empezó a salir siem- tenía con ninguno una amistad.
pre con uno y poco después anunciaron que se casaban. Alguien le contó a Margarita lo que dije porque se
Yo pensé que era una traición y hablé mal de ella y presentó en mi casa después de mucho tiempo, me
de él. Mis compañeros parecieron comprenderme. Nadie tomo del brazo para que fuéramos a caminar, y en-
me contradijo. Me rodearon como siempre y siguieron tonces me dijo:
con sus extrañas conversaciones, sus extraños juegos —Quizá yo me haya equivocado. Nunca creí que
con el peligro y sus hazañas al borde de los precipicios. fueras verdaderamente uno de nosotros.
No era difícil que además de la belleza, el aura y la Disimulé mi asombro. Entonces era cierto lo que
46 Elvira Orpbé, Polo 47

una vez estuve por formular: ella era uno de nosotr os no podrías hacernos gran mal. Y te arrepentirás un
Pero ¿quiénes éramos nosotros? ¿Conjurados? ¿De día de no haber sido de los nuestros.
cuál conjura? En todo caso no una conjura en favor Poco después ella se casó y yo la puse entre los
de algo sino en contra de algo. Había que oír cómo se culpables.
trataba todo lo útil en esas conversaciones, con qué oti
Cnuaban mis éxitos escolares. Ante los com-
escarnio. Le pregunté: pañeros de nuestra palo afirmé un día que haría grandes
— ¿Y me has despreciado así todo este tiempo por, T Uno
que creías que no era uno de ustedes? dijo:
queda poco tiempo. Y además, ¿qué importa
—Te desprecié así porque creí que eras un simu- hacer grandes cosas para los otros?
lador. Que tenías condiciones solo aparentes para ser --No importa nada —dije yo, desorientado, pero
uno de nosotros pero que no eras capaz. Te creí un importaba afirmar lo que querían ellos.
cobarde, ocupado en encontrarle gusto a la comida, Era con ellos con quienes me gustaba estar, bri-
al aire, y en contentarte. Pensé que Max se equivo. llantes, hermosos, indemnes. No quería perderlos. Se
caba por cariño. parecían a Max. Se parecían a lo que yo aspiraba
Movió un brazo y vi en él un pedacito de espara. a ser.
drapo. Margarita debió de haberle dicho algo a su marido,
—¿Qué te pasó? sin embargo, porque algunos de mis compañeros esta-
—¿Qué habría de pasarme? —y se puso de nuevo ban como más misteriosos, como si desconfiaran. Uno
a la defensiva. me dijo un día, casi amonestándome:
Entonces, lleno de esperanzas de que volviera a mí, —.No tenemos tiempo para el futuro ni para la
lleno de temor de que se me fuera para siempre, la lamentación por el pasado. El futuro es un pretexto
quise deslumbrar con mi futuro y le hablé de mis de los incapaces, ¿Estás de acuerdo? ¿Estás de acuer-
proyectadas construcciones. do en tirar el futuro a la letrina?
—¿Cómo .—gritó—, te gustaría hacer una obra Creo que ya se notaba diferencia entre ellos y yo.
monumental? Me faltaba ese brillo que hacía de cada uno de los
—10hl, sí —, contesté entusiasmado, sin saber que otros una especie de faro. Debe de haber habido dis-
me estaba tendiendo una trampa. crepancias entre ellos a causa de mí porque algunos
--.¿Aunque te llevara mucho tiempo? seguían firmes a mi lado, otros se habían ido. Proba-
—Sí. blemente se debía a mi vértigo de hablar a ver si
—Entonces eras finalmente un simulador. acertaba. Habré acertado con algunos y con otros
—¿Por qué? —me desesperé. dicho lo que no debía.
—Tu contestación no es la de uno de nosotros. Margarita ya había empezado a desdibujarse. Su
—Contesté sin pensar. marido no parecía desesperado. Él también vino un
—Justamente, cuando nosotros contestamos sin día hasta mi casa a tomarme del brazo para pasear
pensar decimos otra cosa. Abominamos del tiempo. por el camino. Seguramente quería saber de una vez
No les diré nada a ellos. Aunque andes con nosotros para siempre si yo era de su país o no. Hablemos un
XXXIV, 4
Elvira Orp:1 11
Het,11P
oa
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poco de geometría, me dijo. Qué alivio, allí no podía acostumbrado a la vida a detenerse temprano en esa
equivocarme. Pero él empezó a hablar de la línea que familia. El padre, el abuelo, el bisabuelo, todos mu-
desarrolla una fuerza feroz para cerrarse..El círculo rieron jóvenes.
De su puesta en movimiento que requiere una tal pla, Llegaba al final de mis estudios. Mi madre estaba
taforma de valor como para asustar con una °lea emocionada. Era el primero de su dinastía de pobres
sideral si se traspusiera en números. De ese moví mo ntañeses que había ido a la Universidad y merecido
miento que demanda tanto valor como para abandona; una ayuda del Estado. Pero mi mérito no era mucho.
la inercia del nido que cada persona es para sí misma Lo que estudiaba me parecía juego. Lo difícil era mi
y ponerse en camino a la propia conclusión... j amistad con los muchachos de la montaña. Una can-
movimiento de un ser para cerrar su círculo, re- tidad de ellos no había vuelto más. Ha cumplido veinti-
sultado de una voluntad que no admite trueque. N, cinco añoó era la contestación cuando todavía me
cambia libertad por amor, por creación, por religión, animaba a preguntar. Pero ya no preguntaba más.
por obra monumental. Muchos se habían alejado de mí. Evidentemente yo
--¿Crees que vas a poder hacerlo? --concluyó, no tenía fuerza de jefe porque eran más los que se
—Qué pregunta —dije yo muy enojado de que se alejaban que los que se quedaban. Y los que se que-
me pensara incapaz de hacer lo que ellos hacían. daban lo hacían por debilidad, por una especie de
Ya había entendido. O casi. afecto que no tenía nada que ver con las condiciones
—¿Cuánto tiempo te hace falta? n ecesarias para formar parte de su hermandad. Las
Ya estaba sobre aviso, después de mi conversa. conversaciones entre nosotros iban reduciéndose cada
ción con Margarita, de que entre ellos el tiempo no vez más. Para no sentirlo tanto yo empecé a criti-
era bien visto. Así que dije: carlos en otras partes, a hablar de su inutilidad, de
—Quisiera que fuese ya. Pero voy a precisar un su orgullo, a juzgar a él eolo, el incomprendido. Enton-
poco más para algo que quiero terminar. ces uno de ellos, sin ninguna amistad, ordenó:
--Deberías desentenderte de toda obra exterior. —Vas a decirme cuál es la consigna en nuestro
¿Qué te importa? ¿Qué es eso de ser útil o no? Eso país.
es para ellos que se aferran a sus carroñas y son ca- —La belleza.
paces hasta de encontrar pretexto en la obra. —Ese es su signo exterior.
Poco después él y Margarita se tomaron de la —La juventud.
mano y ya no se despertaron. Que él había tragado un —Ese es su requisito. ¿Cuál es la consigna?
veneno lo supe en seguida. Lo comentaron los otros Tuve una inspiración.
en mi presencia y uno dijo con naturalidad que él se —No vivir más allá de los veinticinco años.
lo había aconsejado. Yo tampoco mostré asombro. —Lo has adivinado... Pero no creo que vayas a
Pregunté con cierta indiferencia: emplearla. No serás capaz. Te estás quedando solo,
—¿Y ella, qué fue? pero tu soledad no es libertad sino impotencia disfra-
Uno se encogió de hombros. Otro dijo: zada de desprecio. Sé que has estado hablando mal
—Quizá una práctica de muchas generaciones ha de nosotros.
So Elvira circulo Si

.—También no cumplir una consigna es libertad.


o me haya dado muerte por mano propia, ahora nada
—.Cuando se la da uno mismo es libertad. La mayor. Cerrará la línea, ha quedado para siempre inacabada.
Pero creo que nuestra consigna no es la tuya. ya dejen esas inútiles tentativas de salvarme. ¿Para
Llegué a los veinticinco años, no hice nada, me qué prolongar el tiempo? Cuando encuentren un ser
desterraron definitivamente de su país. No porque me misterioso y deslumbrante, háblenle del país, impídanle
temieran como elemento disolutivo sino como falta do ser como yo, que estoy aquí, conociendo el dolor de la
estética, como un desequilibrio en la armonía. vejez y el dolor de la muerte. Hace treinta años no
Ahora yo sabía cómo había muerto Margarita: hubiera conocido el dolor de la muerte puesto que la
de sucesivas heridas en la muñeca. Y quizá también habría obligado a ocuparse de mí. Ahora no la he
su padre y su abuelo. Ahora yo estaba furioso contra obligado, no me quedaba otro remedio para tapar el
todos ellos que no comprendían las obras que el tiempo fracaso. Y tengo sueño, nadie a quien mirar a los
permite hacer, pero también avergonzado de que In, o jos. Tanto sueño que parece que fuera a despertarme.
creyeran un cobarde. y hay un ruido. El mismo que hacía el lago en las ma-
El tiempo pasaba. Yo, el brillante alumno, hacía ñanas de viento, el que llegaba apagado. Me adormece
cosas rutinarias en una empresa de ingeniería. En los más aún. Ruido, sueño, sueño, un cazador que pasa
diarios salieron avisos de firmas extranjeras que pedían con una gorra parda. Se acaba el llanto de los perros.
ingenieros. Cuando supe definitivamente que no ten- Sueño. El cazador que pasa. Me duermo... [Nol Este
dría el coraje de demostrarles a esos muchachos como enorme ruido no me deja quedarme dormido. Ruido de
llamas que yo era uno de ellos, me comprometí con llanto. Despierta, no adormece. Ya estoy despierto de
una de esas firmas y vine a este país sin nieve, sin nuevo. ¿Y los biombos que cubrían mi agonía? ¿Y toda
casas con chimeneas borrachas y, según dicen estedes, la blancura neta que decoraba mi muerte, dónde está?
con futuro. Pero apenas pisé la tierra extraña supe ¿Fue un sueño? ¿Un verdadero, coherente, sueño?
cuánto había disminuido mi pretexto al aumentarse
mi futuro, y cuánto me pesaba. Aquí tendría tiempo, Y se despertó del todo. Y me despierto del todo.
mucho tiempo para esas obras geniales que mi desapa. Es el olor de mi casa. 'Estoy en mi casal Vengan a
rición a los veinticinco años habría impedido. Mi pre- verme, he vuelto, corran todos. Mi casa de las flores
texto —el tiempo— estaba al alcance de la mano, altas y la chimenea zigzagueante. Su voz fueron unos
como quien dice, para siempre. Y así llegó este mo- pequeños gemidos. Mi voz es unos pequeños gemidos.
mento en que les digo a ustedes: ellos tenían razón. Probó a levantarse y el ser blanduzco que era no pudo.
Lo que pretendemos en matra país —porque era el mío Me quiero levantar. No puedo. Soy blando. Mi cabeza
aunque me hayan desterrado— es acabar lo inacabado no se sostiene. Que alguien me ayude. No me oyen, no
y sentir en uno mismo la redondez del mundo, sentir pueden. Porque yo no hablo. Solo puedo llorar con
idéntica felicidad que la línea que se lanzó al aire y, un llanto insignificante.
cercándose a sí misma, encontró su final en su prin- Entonces lloró con toda su alma.
cipio. El círculo. Si he hecho ahora lo que debí hacer Desde la cama vecina una mujer sacó el brazo y
a los veinticinco años, lo hice sin felicidad. Aunque meció la cuna en la que él estaba.
52 Orpb

.—No llore, mi amor chiquitito.


Llegó un hombre, tomó la mano que mecía la cuna
y dijo:
—¿Estás por llorar también? ¿Por este pequeño
monstruo que ni parece tu hijo de tan feo? Tonta,
--Mentiroso. Es lindísimo. Y tan patéticamente
recién nacido.
Elvira Orpbée Cuando un pájaro
JS entierra sus plumas

A ytíamuerte, por qué no me llevasl —se quejaba


Jobiana, mi madrina, mientras ponía sus
°Bitas de barro al sereno las noches en que el arco
de la luna nueva apuntaba hacia el cerro.
Su voz llega hasta mí, borrosa al comienzo; hace
salir poco a poco su figura de la desmemoria. Siento
que voy a poder tocarla con las manos, acurrucarme
de nuevo contra sus rodillas callosas de tanto hincarse
para rezar. La oigo murmurar las cosas que sabe, que
ella ha olvidado que sabe. Y si vuelco la cabeza hacia
arriba la veo amodorrarse en esas palabras que salen
de ella, que le vienen de cualquier parte y que, apenas
dichas, vuelven a caer para adentro o se apagan en
un soplo asmático.
its ¿Por qué sufre tanto? —le pregunto rascándome
la nuca contra el espolón de su rodilla.
Sin oírme murmura: «Mis gemidos son mi pan».
Es lo que dice siempre; pero se lo dice a sí mis-
ma como si la repetición de estas palabras la tran-
quilizara.
—Entonces vive bien alimentada —agarro y le
digo faltándole adrede al respeto a ver si se enoja y
vuelve al mundo de los vivos. Pero tampoco meiescu-
54 d. Roa Badt,„ Cuando un pájaro,.. 55

cha. Sigue desahogándose a solas, entre el humo del entiende. El pelo blanco, un hervor de leche enmar-
farol que apenas da luz y el zumbar de los mosquitos cándole la cara huesuda y cobriza; hediendo un poco
«Todo lo que temo me sucede... —susurra—. y rei a los humores de su cuerpo, a sus cocimientos de
dolor no se calma por más que hable, ni tampoco me hierbas. Con un gesto me pide su libro destripado que
dejará si callo...» Su voz queda a medio camino entre echa su flecho de páginas pegadas y zurcidas y hasta
la oscuridad casi blanca de luna y la negrura de su hojas de cuaderno garrapateadas con recetas y ora-
boca desdentada, entre el silencio y la palabra. Se ha ciones. Todo es yuyo opilativo, suele decir; la cosa es
hincado otra vez. Entonces sé que está rezando a ese saber el punto. Aunque cada vez sabe menos y las
Dios no sabido más que por ella, a ese «Dios de sus manos ya no responden a la memoria de la costumbre.
llagas». A ratos se enoja con él y de repente le alza la Le arrimo el lampión humoso, los anteojos remendados
voz como a un su igual hasta hacerle bajar la cabeza, con alambre. Pero ella no lee; todo se le va en tocar el
¡Pobre mi madrinal «En mis días vivo cuando trato libro, sobarlo despacito por los bordes, olerlo un poco
de mis años», la oigo farfullar, arrancándose a mano. y tenerlo en su regazo.
tones los mosquitos de la cara. Más claramente la --Esa es la verdad —dice entre dos burbujitas de
escucho cuando froto con los dedos, bajo la camisa, suspiro.
la bolsita del amuleto que ella misma me colgó al --.¿Qué es la verdad, maleza Jobiana?
cuello durante la peste. Como si no hubiera pasa. --La verdad es verde, muchacho. Ya va a madurar
do el tiempo sobre este cuerpo mío baldado hasta la para usted también. No se apure. Todavía no le han
mitad. crecido las plumas.
—No sufra más —le digo ayudándola a ponerse de --Pero si usted misma quiere morirse, ¿la espe-
pie, a sentarse en la mecedora. La acuno despacio para ranza para qué sirve?
calmarla,—. Usted cura a los otros. ¿Por qué no se ¡Retírese a dormir' No sea cargoso. Mañana es
cura usted misma o deja que los otros se mueran el día de la Virgen. Vaya a cazar ese colibrí y le haré
también? su relique.
—Porque hasta el morir todo es vivir, Juan de —¿Es cierto que eso ataja los golpes de garrote y
Dios —susurra entre los quejidos del mimbre, que han las balas?
reemplazado a los suyos, mientras la hamaco.—. Y hay —El colibrí es sagrado, mi hijo. La frutita del sol.
que aguantar. Hay que tener esperanza. Voluntad es Ya los indios sabían que el colibrí nos señala en el
vida, y muerte es enojo —agrega con una voz que no vientre de nuestra madre para futuros dirigentes de los
es la suya. hombres.
—Pero usted quiere morirse —le zumbo muy cerca — ¿Usted dice para presidente de la República,
de la oreja. por ejemplo?
—Porque la muerte es buena cuando la vida clara- —Eso es muy poco todavía, eso no quiere decir
mente es mala —refranea sin mucho convencimiento. nada...
Se ha quedado escuchando la noche, pensando de Suelto la mecedora y la figura de mi madrina se
seguro en las cosas que nunca tuvo, que tampoco ella inmoviliza otra vez, se desdibuja como si reculara y
56 A. Ron Radio, Cuando un pájaro... 57

se alejara. Pienso en esos mellizos de la Benicia Orti ecos pensado y que eso va a ser lo mejor para ellos,
goza que la semana pasada han nacido viejos, como si todos.Que de monstruos y tarados ya está lleno
al parirlos la madre no más tuvieran de golpe como Para
ni pueblo y si me apuran, dice, todo el país. Aunque
ochenta años cada uno. Y eso que la dueña de la
los m ellizos no hablan y no parece que vayan a hablar
fonda ya tiene sus buenos años para estos trotes. Le nunca. O si hablan, ellos dos solitos se entienden en
he preguntado a mi hermana Diálira si la vieja Or, una lengua desconocida, con gruñidos parecidos a los
tigoza no sería como esa anciana doncella que existió de la comadreja.
en los comienzos del mundo, como cuenta madrina ¿Por qué los ayudó a nacer?
y que anduvo «gruesa» de su hijo durante setenta ; ¡Mándese a mudad —me reta mi madrina y se
dos años cabales. Diálira no me quiere contestar, a0 agacha gimiendo para tirarme una de sus alpargatas.
le gusta meterse en estas habladurías, porque ella tare. Doy un salto y disparo. Detrás de un limonero la
bién tiene sus cosas con el comisario. Pero la historia amenazo todavía:
que suele contar madrina debe ser cierta. Si hasta le [Hágame el reliquel Si me miente, usted no se
ha tocado atender un caso parecido, aunque se me va a morir nunca.
frunce que la Benicia no se ha de parecer en nada a esa Me escapo hacia la plaza, colándome entre el
anciana doncella del cuento de madrina, llamada gentío para ver esos aeroplanos que el franchute hace
Ya-Ya. Pienso en la paciencia de esa virgen pasita-de- volar sobre un lienzo puesto contra la pared de la
uva que a la edad de ciento setenta y un años se sentó Municipalidad. No hay más que ese chorro de luz
un día a la sombra de un guayabo contemplando fija- blanca que sale del ojo del aparato en la oscuridad.
mente el sol del mediodía. Lo estuvo mirando todo el Un montón de letras, primero, que nadie lee porque
tiempo hasta que lo tragó como un huevo de perdiz pasan muy rápido. Luego, como si atravesaran la
de muchos colores. Después se abrió un agujero en el pared, aparecen sobre la sábana los aeroplanos y de
sobaco y por ahí lo sacó al niño de setenta y dos años, ellos saltan en bandadas los hombres. Planean por el
que empezó a decir cosas que nadie entendía y a quien aire bajo unas inmensas sombrillas que se van abriendo
le pusieron, dice mi madrina, el nombre de La-dis-lao, por el cielo como hongos transparentes. No se oye el
que quiere decir Orejas-largas, porque escuchaba y roncar de los aeroplanos; únicamente el ruidito de
sabía todo lo que pasaba en el mundo. la máquina a manivela de mosiú Pernet; un chirrido
Madrina ayudó a la vieja Ortigoza a desobligarse que se esparce sobre el silencio de este mismo gentío que
de sus dos hijos viejecitos. Y desde entonces, algo la habrá mañana en la procesión y que ahora, en la noche,
ha puesto del revés, anda como comida por los remor- contempla boquiabierto a esos hombres-pájaros, antes
dimientos, y ya no va a la fonda. Me manda a mí a de que la oscuridad los vuelva a tragar. En este mo-
llevar los remedios de yuyos a la Benicia Ortigoza. mento nadie piensa en las habladurías que corren por
Mi padre, que es muy mal hablado, se burla de la dueña el pueblo de que el franchute es el padre de los me-
de la fonda. Dice palabrotas todo el tiempo y se enoja ilícitos ancianos. Ni los más chismosos, seguro. Todo
contra los mellizos Mientras serrucha los pedazos de es contemplar a esos hombres que parecen de vidrio
res en la carnicería, grita que se van a morir el día planeando entre las nubes.
58 A. Ro a Bad u, &anda stt pájaro... 59

—.Podemos volar como ellos .—digo por lo bajo a ¿Adónde es el entierro? —gritó Alvar Núñez
Pedro de Mendoza. Cabeza de Vaca.
—Ya se te subió otra vez la lombriz a la cabeza ....,¡Adiós]... —gritó mascando el viento y mi sus-
—se burla el Primer Adelantado. ¡Hasta la otra vidal
Había cerrado los ojos al saltar la punta del cerro.
—Yo sé cómo hacer —,bravuconeo un poco,
poco a poco sentía que iba siendo otro. Mi pensa-
rándolo de reojo.
Entonces me acuerdo que a la mañana siguiente miento de chico se fue cambiando en el pensamiento
cazamos el colibrí, no con la cimbra de hojas de palma de un pájaro. Millones de burbujas hinchadas de luz,
bendita que me entregó mi madrina, sino con un ha. de calor, millones de años hinchados de oscuridad,
doque de mi hondita. «El corazón del colibrí late subían a mi encuentro en ráfagas que hacían temblar
el aire cargado de sol. Borronearon la cumbre, las
615 veces por minuto», dijo Atilano remedando al
maestro. figuras de mis compañeros. «¡Soy un buitre blanco]»,
grazné roncamente, y el pico me chispeó al viento.
—Este está muerto —dijo Malvita, mientras apee. Desde lejos, cada vez más lejos, me seguían llegando
taba contra el oído el pájaro-mosca en cuyo pico de los gritos de Malvita y los otros, hasta que también
ámbar brillaba una gota de sangre. fueron gritos de pájaros.
Mi madrina me lo sacó de la mano. Lo calentó ur, Me hamacaba en el cielo clavando mis ojos de
momento entre las suyas. Con los ojos cerrados sopló buitre como una aguja en mitad de la cabeza de los
en el piquito amarillo y también por el otro lado entre animales. Los veía caer de rodillas uno a uno y en
los plumones. El colibrí salió volando. Dio algunas seguida les empezaba a blanquear la osamenta.
volteretas, mareado, como para afirmarse en el aire. Lo único que, de tanto en tanto, subía hasta mí la
Se inclinó una o dos veces como despidiéndose, y se voz de madrina. La sentía andar entre mis plumas
perdió entre los reflejos. como el picor de las pulgas que hasta en los buitres
Después esa tarde lejana que está antes de la deben sentar sus reales. Bajo la sábana inflada de
peste y del diluvio. Mucho antes del éxodo. Como un viento y de sol, volvía a ser noche; esas noches en que
cuervo cachorro me hamacaba en el cielo, prendido mina Jobiana me contaba cuentos. Los de Las Mil
a las varillas atadas en cruz que sostenían la sábana y una Noches y también historias con brujas, enanos,
embolsada de viento. sapos tan grandes como bueyes y animales alados.
—1Te vas a matarl —gritó Juan de Garay apun- una vez un caminante acorralado por el miedo se
tándome con la lanza. escondió en un pozo y se colgó de una rama. Pero de
— ¡Recuerdos al colibrí] —gritó Malvita que con repente vio que debajo de él había una gran víbora-
sus ojos verdes me ayudaba a volar. perro que echaba fuego por los ojos, y otra más y
—1Memorias a nuestro católico rey Don Fer- otra más y otra más... El caminante miró hacia arriba
nando! —gritó Juan de Salazar y Espinoza, el hijo y vio que dos ratones, uno blanco y otro negro, comían
del peluquero, como si me despidiesen para siempre al apuro y con un hambre más grande que el mundo la
de la Provincia Gigante de las Indias. ramita de la que él estaba colgado. Pero entonces,
6o d. Roa 13,40, &ando un pájaro...

al volver la cabeza con desesperación buscando oa, hacia arriba, hacia los recuerdos, hacia lo que estaba
salida solo vio colgada de otra rama una colmena %- antes de los recuerdos. Y la memoria solo me permitió
casi le tocaba la cabeza. Se puso a lamerla miel y gritar iSocorrood , aferrándome al amuleto que no tenía,
se olvidó de los ratones que roían la rama y de los al corazón del colibrí que se había volado esa mañana.
cuatro dragones que esperaban abajo con las bocas Me respondió el ruido de las cañas quebrándose
dientudas y llameantes...o como tiros contra las piedras del precipicio. La sábana
«¡Soy un buitre blancol», grité borrando la voz de


me tapó la cara.
madrina, soplando esa pulga que se me había pegado Augusto Roa Bastos
al miedo entre las plumas y que me chupaba la sangre
justo del lado del corazón. Abrí de nuevo los ojos,
A mis pies daba vueltas lentamente un pueblo deseo:
ocido. Lo reconocí de a puchitos. Entonces vi arras.n
trarse el culebrón del gentío tras las andas de la
Inmaculada Concepción de los Siete Caballeros del
Valle Grande. Busqué con los ojos el camino real.
Sobre esa raya de tierra colorada que rajaba el valle,
envuelto en una nube de polvo, el carruaje de don
Natalicio Miranda, no más grande que la frutita negro
del pacholí. Desde adentro, María Matutina, la mano
sobre la boca, me estaría viendo volar. Ahora ella era
quien padecía por mí, y no yo que, escondido entre los
pajonales, esperaba el paso del carruaje de regreso a
la estancia. Yo sacaba pecho en el aire. La humareda
azulada del horizonte, aplastada contra la lejanía,
lEra mío todo el mundo!
Pero lo que veía subir en este momento como bala
era el pozo de la salamanca hacia donde me estaba
llevando el viento con el capricho de una mula tuerta.
El mismo lugar en que treinta años más tarde van a
blanquear los huesos de Milano y sus compañeros
acorralados por los regulares, al comienzo mismo de la
guerrilla. Sentí que el miedo me ablandaba de golpe
las uñas agarrotadas a las tacuaras. Me achiqué en
una burbuja, la más pequeña de esos millones de bur-
bujas que me chupaban hacia abajo. Ya no quise ser
más que el agujero de la nada. Salté hacia atrás,
63

baolad:jarista de alfajores y postres perfumados de azahar,


19111P
quee mi madre se apresura a vender en el vecindario.
mi repulsión por las golosinas proviene de la
epoca en que ella me obligaba a comerlas para halagar
a los clientes del almacén. Eso sí, adoro los dátiles;
estos, al igual que mis ojos almendrados y mis cejas
unidas en un solo arco, retintas, evocan la pureza de
La favorita raza.
Aunque nacida en un hogar humilde, mi apariencia
Y la mujer que has visto, es fue siempre la de una persona destinada al ocio, al
la grande ciudad que tiene su
reino sobre los reyes de la tierra. bienestar. De ahí que mi prometido no haya escatimado
dpocalipaie, XVII, ,s gastos para adornar con alfombras, espejos y almoha-
dones de seda el cuarto donde acostumbro recibirlo.
Pensándolo bien, el orgullo de mi madre se jus-
A llenado la bañadera hasta la mitad. Mientras tifica. Mi cuerpo, bajo el hechizo que irradia la fortuna
H me desnudo, ella me contempla en silencio, con de Amín, multiplica cada día sus encantos; despide
los ojos arrasados de lágrimas; después, no pudiendo calor, turbadores efluvios. Después de prodigarme su
ya contener su entusiasmo, exclama: «Cada día más ternura, no es raro que mi prometido corra hasta la
linda, mi reina.» ventana, con la frente empapada en sudor.
A veces, los cuidados de mi madre son abruma- Cuando se formalizó mi compromiso, dejé de ir
dores: sus mimos, sus alabanzas, hacen pensar en los a la escuela. Fue un alivio abandonar los estudios.
de una noble y abnegada criada a quien se le ha con- Obligada por mi desarrollo a sentarme sola en un
fiado la custodia de un objeto precioso. Cumple sin banco de clase, mis compañeras aprovechaban cual-
quejarse la fatigosa tarea de volcar ollas y más ollas quier oportunidad para mortificarme. A menudo simu-
de agua tibia en la bañadera; acto seguido, manipula laban ignorar la ortografía de una palabra: « ¿Bordalesa
cepillos, esponjas; jabona mi espalda, depila prolija- se escribe con s?., preguntaban burlonamente a la
mente mis piernas. Cuando me case con Amín, ter- maestra. Yo enrojecía de furia, pero me dominaba y
minarán sus afanes. preguntaba a mi vez, con aire ingenuo: «Señorita,
Por ahora, mi única ocupación es representar con ¿tísica lleva acento en la i?»
dignidad el ideal femenino de mi prometido. Fiel a las Ese mismo año, mi madre cerró el almacén. No
tradiciones de sus antepasados, Amín desdeña ese tipo era correcto que la futura suegra de Amín anduviese
de mujeres escuálidas que aparecen en las revistas de de la mañana a la noche rodeada de paquetes de fideos
modas. Para conservar mi belleza me basta, contra y de botellas de bebidas alcohólicas. Por lo demás, ella
toda lógica, una dieta sencilla. Vanamente, los ambi- no precisaba trabajar con tanta vehemencia. Gracias
ciosos de la colectividad, empeñados en conquistar a mí, al poco tiempo de enviudar pudo pagar las
la benevolencia de mi prometido, me envían de regalo deudas de mi padre y vivir decorosamente.
XXXIV, 5
7-
6.4 Joáé Hernd,i4z ja favorita 65
Nadie ignora que fui en mi niñez el principal ma dre me explicó que Amín, por su alto rango dentro
atractivo del almacén. No bien abría su negocio mi de la colectividad, poseía doce mujeres; como las leyes
madre me sentaba estratégicamente en el, mostrador, del país le impiden mantener abiertamente a una fa- fa-
junto a la caja registradora; ordenaba los vuelos de milia tan numerosa, simula levantar un hotel. «No te
milia
mi pollera de organdí y erguía sobre mi cabeza un —agregó—. Todas serán tus sirvientas.
gran moño almidonado. Los clientes, en su mayoría Ninguna te llega a la suela de los zapatos.»
mujeres de ojos sombríos y hombres con tatuajes Ser la mujer más codiciada de la colectividad tiene
celestes en las manos, que apretaban un vasito de anís sus desventajas. Basta que asome un momento a la
me observaban con fascinación. Me besaban en la puerta de mi casa para que el primer ciclista que pase
frente, elogiaban mis mejillas de manzana, mi trémula se crea obligado a tributarme sus empalagosas galan-
papada; querían saber mi nombre, mi peso, mi edad terías. Las palabras suelen ir acompañadas de ade-
Y cuando mi madre, luego de advertirles que no esa: manes de mal gusto. No puedo evitar ruborizarme.
geraba en nada los hechos, satisfacía la curiosidad .Basuras», les grito, al mismo tiempo que cierro la
de sus paisanos, se oían exclamaciones de asombro puerta con violencia y oigo estallar la carcajada inso-
A los incrédulos, mi madre les permitía alzarme el; tente del ciclista.
brazos; entonces renovaban sus besos, sus exclama. Al publicarse en La voz del Líbano la noticia de
ciones. mi compromiso, aumentó el asedio de mis admiradores.
Como algunos clientes, demasiado zalameros, al- Diariamente recibo anónimos sentimentales que abun-
ternaban las caricias con furtivos pellizcos, mi madre dan en alusiones a mi juventud, a la decrepitud de
resolvió protegerme de aquellos exaltados y colocarme mi prometido y a la codicia de mi madre. Algunos van
en una alta silla de mimbre, detrás del mostrador. Así acompañados de fotografías y hasta de mechones de
pasaba el día, hastiada de los caramelos que me rega- pelo crespo pegados con engrudo. Mis enamorados me
laban mis admiradores y que debía engullir para no atribuyen el papel de víctima, cuando en realidad soy
desairarlos. el poder de Amín, el puño que los aprieta, la ostentosa
Satisfecha por la prosperidad de su negocio, mi abundancia que se les niega. Mi matrimonio debería
madre decidió bautizarlo con mi apodo. Todavía puede recordarles que la unión de la belleza y la fortuna es
leerse sobre la puerta de calle: «La Mascota. Almacén inevitable, y que ellos, como pobres, deben sobrellevar
y Despacho de Bebidas». Sin embargo, ahora recuerda resignadamente la mediocridad de su destino; viajes
con amargura sus años de trabajo en el almacén. en colectivo, cigarrillos baratos, novias insignificantes
«Tanto sacrificio —acostumbra a lamentarse— y jamás acariciadas en el banco solitario de una plaza, o en
pude ahorrar lo suficiente para poner un zócalo de las no menos incómodas butacas de un cine del suburbio.
mármol en el frente de nuestra casa.» Fuera de Amín, y de dos o tres magnates que fre-
Después de mi casamiento viviremos juntas en la cuentan el mismo club social de la colectividad, ¿quién
mansión que Amín hace construir en las afueras de la podría aspirar a desposarme? Las románticas historias
ciudad. He visto el plano del edificio. Me sorprendie- del amor que florece por encima de las penurias eco-
ron los muchos dormitorios y cuartos de baño. Mi nómicas (reiterado tema de los anónimos) son tan
66 José ernández
La favorita 67
difíciles de imaginar como un baobab en una maceta
y hacemos planes para cuando nos mudemos a la
o una ballena en un balde de agua.
Las personas mal pensadas suponen que. estoy futuM sim
alaenja óniento definitivo me pondrá a salvo de
rai 'n
dispuesta, por interés, a satisfacer los menores ea.
posibles venganzas. Hace tiempo que observo una coin-
prichos de mi prometido. Asimismo, calumnian a ni
cidencia entre mi actividad glandular y los desórdenes
madre. Murmuran que Ami'', a causa del precio exor.
del barrio. Derrumbes, explosiones, incendios, motines
bitante que le exigieron por mi mano, debió de rece.
callejeros y otras calamidades se suceden mientras per-
rrir al capital de sus socios, y que no voy a casarme
manezco indispuesta, recostada en la cama, con expre-
con un hombre sino con el directorio de una sociedad sión agonizante. Después de una semana de sufri-
anónima. mientos, llega el alivio: me convierto en un manantial
Comprendo el motivo de esas erróneas suposicio- de sangre. La casa huele a vísceras tibias, a fruta
nes. En verdad, mi noviazgo contrasta con el barrio
levemente podrida. Encerrada en mi cuarto, bajo el
en que vivo. Los sábados por la tarde, el vecindario
mosquitero que me protege de las mariposas nocturnas
contempla boquiabierto el larguísimo automóvil blanco que intentan posarse sobre mi cuerpo, oigo el aullido
que se detiene frente a mi casa. Antes de que Amín se
quejumbroso de los perros del vecindario; sus húmedos
disponga a bajar, dos individuos corpulentos que lo
hocicos olfatean al pie de mi ventana. Hombres
sirven, y que son también sus guardaespaldas, extien-
borrachos vienen a darme serenatas; ponderan mis
den una alfombra roja desde el automóvil hasta la
encantos, pero defraudados por el terco silencio que
puerta de calle. reciben como única dádiva a sus homenajes, reaccionan
No niego que mi madre sea en extremo sensible a
con furia, dejan de cantar y me insultan. Al marcharse,
la generosidad de mi prometido, y que yo misma, en orinan en la vereda, vomitan.
vez de bordar mi ajuar, prefiera divertirme probán-
La santa de mi madre se levanta esos días más
dome las alhajas que me regala para aliviar su con-
temprano que nunca; limpia cuidadosamente le vereda
ciencia. Porque Amín, no obstante la natural defina. y borra las inscripciones obscenas y las manchas de
deza de su alma, suele abandonarse a ciertos arrebatos
vino de las paredes. Cuando me case con Amín, ter-
de pasión impropios de un caballero. Con astucia
minarán estos escándalos. La verja electrizada que
inventa sospechosos juegos infantiles. Sentado en la
rodeará la mansión sabrá mantener a distancia a esa
alfombra, frunce la boca y emite un chillido entre-
turba de galanes desaforados. Sin embargo, estoy
cortado y agudo. «Soy tu ratoncito», dice. Y trata de
segura de que habré de extrañar mi vida de soltera.
deslizarse entre mis piernas. O bien, sorpresivamente,
Conozco, por mi madre, las obligaciones que debo asu-
sus manos temblorosas, salpicadas de manchas marro-
mir cuando sea la mujer del hombre más poderoso de la
nes, levantan el ruedo de mi vestido. Luego, como
colectividad. Si bien continuaré recostada la mayor
herido por el rayo, retrocede unos pasos y se desploma.
parte del día, o sumergida en una bañadera, ciertas
«Soy un gusano», solloza. Y me pide que lo aplaste.
noches, después de una fiesta o una reunión de direc-
Al oír el relato de estas escenas, mi madre sonríe
torio, Amín querrá mostrar a sus amigos íntimos los
con malicia. «Ya tendrás tiempo de aplastarlo», dice.
esplendores de la favorita. Necesito ser comprensiva
68 J. José Helltilir
rnández
y someterme a esas fantasías dictadas por la vanidad
de mi futuro esposo. Como algunas ciudades levantadas
para el exclusivo placer de los ricos, ofreceré él espec.
táculo de mi desnudez a un grupo de privilegiados
Los amigos de Amín pueden comprarlo todo: una pro'
vincia, un país, un continente. Será emocionante verlos
a mi alrededor. Mis dientes blanquísimos les recordarán
el tenebroso agujero de sus bocas; las serpientes de mi Eisejuaz
cabellera, sus pulidas calvicies; mis formas opulentas
sus esqueletos miserables. Para ellos, como para mi
prometido, represento el triunfo de la abundanci a que 1
buscaron afanosamente y que acabó por convertirlos e,
un montón de ancianos diminutos, arrogantes y secos
como frágiles momias. Sólo la muerte llegará a devol. Y Oelsoy Eisejuaz, Este También, el comprado por
Señor, el del camino largo.
verles, transfigurado, el antiguo frenesí que los domi- Dice Eisejuaz:
naba: la ebullición brillante de las larvas semejantes Soldado fui en Tartagal. Volví y el reverendo me
al oro que supieron acumular mientras vivían. ha puesto de capataz en la misión. Un sueño me vino
en ese entonces. Por cuatro años, el sueño aquel.
Juan José Hernández Cada tres noches, por cuatro años, hasta cansar el
sueño aquel. Siempre corriendo, Eisejuaz, Este Tam-
bién, buscando. Viajando. Viniendo en bicicleta de
Tartagal. Subiendo al ómnibus, al tren. Buscando,
Este También, por sitios nuevos, por calles, por un
pueblo. Buscando en el monte, al otro lado de un río.
Corriendo, buscando a tu mujer, Este También, cuatro
años, cada semana, tres veces.
Dije a mi compañera: « ¿Vas a dejarme pues?
¿Hay que matarte ahora?»
—No es pensamiento mío ni sueño mío.
Rió mi mujer. Me ha hecho reír.
Pero me cansé. Busqué al hombre conocedor, amigo
de mi padre, que vive en Orán. Busqué a Ayó, Tigre,
Vicente Aparicio, Fui a donde trabajaba, en la YPF.
—Por como es, no te descuides, se cumplirá; hay
que orar. Antes de unos diez años lo verás.
Dije a mi compañera:
7° Sara Gallardo 71
¿Mejor será estar muertos para entonces? a los quince de mi edad. Mi mujer a los trece. No miró
—No sabemos —ha contestado. a otros. No tuvo hijos y lloró escondida. Tuvo cono-
«No sabemos», fue lo que dijo mi mujer. 11, cimiento de las cosas, supo de la vida humana, dijo:
Dice Eisejuaz: ¿ Qué vamos a hacer?», cuando me habló el Señor en
.—Guerra es ser capataz de la misión. Puro eno. el hotel, lavando las copas. No sanó. Fue hija de tobas
jarse, puro gritar, puro pelear, puro ordenar, puro y matacos, mi compañera. Linda fue. No sanó.
sufrir la envidia de cada uno. Allí vi toda cosa que vi en aquellos sueños. Mi
Se han cumplido los años y llegó otro sueño patrón la mandó a Salta a curar. Vi mi casa vacía.
Vi dos vacas. La grande que entra a pelear. La Me vi corriendo, Eisejuaz, Este También, buscando.
chica en su debilidad quiere esconderse. Tremendo ani. Viajando. Viniendo en bicicleta de Tartagal. Subiendo
mal la grande le hinca los cuernos, vuelve a hincar, a al ómnibus, al tren. Buscando, Este También, por sitios
atropellar. Aquel ruido, aquella lucha tal que asusta ; nuevos, por calles, por un pueblo. Salta era aquel
y por miedo subo a un cerro muy alto. pueblo, esas calles, aquel sitio. Y aquel hombre que
Desperté en la noche y aquel ruido sigue en mi me habló en el sueño salió del hospital y me habló.
corazón. He despertado y el miedo me hace temblar, Buscando a mi mujer, corriendo, trabajando en el ase-
He despertado y llamo a mi mujer. rradero.
—¿Qué sueño he tenido? 11 No se curó. Uno dijo: es esto; otro: es aquello. La
—.Por como es, hoy se va a cumplir. No tiembles han operado, la han tocado: es esto; aquello. Todo vendí
más, no sudes. Hoy se va a cumplir. al fin viajando, curándola, esa bicicleta, esa olla, las
Dice Eisejuaz: zapatillas, la manta. Y han traído a mi mujer de vuelta
En aquel día, siete mujeres entraron en la casa para morir.
mientras estaba en el aserradero. Las manda esa vieja Entonces caminó, engordó, se rió.
que peleó con mi madre en el monte, la que perdió Pero tenía que morir.
cuatro dientes, la del brazo quebrado. Entraron en la En el suelo dormimos, sobre un papel. Rompí mi
casa. Golpearon a mi mujer. ropa por secar aquello que corría, aquel mal olor, y
Y la esperan abajo, en la canilla del agua. Con después papeles, y después nada. Descalzo me vi, des-
piedras la golpean, la hieren, la voltean. Mojada del nudo en mi trabajo, sin pan. Grité al Señor: «Si levan-
agua, rotos los botijos, allí sangra en la tierra. Allí la té un pecado contra vos hacémelo saber. Y si no ¿qué
policía lleva a todas, la buena con las malas, la herida, es esto?» Clamé al último. No hubo contestación.
la que llora con las que insultan, la que piensa en mi Dice Eisejuaz:
con las que esperan verme muerto. En la noche he Dormido, sin cuidarla, en las noches me he visto.
encontrado mi casa vacía, sin fuego. Y en la mañana Sin cuidarla, cansado.
han soltado a todas, la buena con las malas, sin Una noche: «Eisejuaz, Eisejuaz». No me moví.
justicia. «Eisejuaz». Del suelo me alcé.
Ya nunca se sanó. No se sanó. No sanó mi compa. Murió entonces. Ha muerto.
ñera Quiyiye, Lucía Suárez, ya no sanó. Su hombre Murió, entonces, mi mujer.
72 Sara Gallardoreduaz 73

He saltado por aquella barranca, golpeé en la casa Señor, nunca grande, aguantador del viento, espejo de
del reverendo: ese lanza blanca. Lanza amarilla huérfano de flor, que
— ¿Cómo han sido estas cosas? ¿Por 'qué? no me duela, que no llore, que no diga ¿por qué?
¿Cómo es? Y ese que se hace liviano con el tiempo, ese palo que
—Por qué tienen que sufrir los mejores, no lo sera poroso, que no pesa, que el sol no raja, ese bueno
sabemos. para arzones, para bastos, cazazapallos.
Dice Eisejuaz: «Y ese bueno para pilote cuadrado, para tirantes,
Allí quedé, en aquel campamento, sin cumplir mi lapacho. Y ese fragancioso roble, fraganciosa quina,
venganza. Pudiendo matar a cinco, a siete, a diez, y fragancioso cedro. Ese urundel, ese quebracho que
escapar al monte en la noche. Sin cumplir venganza arden, esa mora que no arde. Ese algarrobo que nunca
en aquel campamento de capataz quedé, porque Eise• se gasta, que fue cama de carros, que es tablón de
juaz no nació para esas cosas, comprado por el Señor camiones, que es petiso, que no pasa dos hombres.
antes de cambiar dientes. Y mis primeros dientes que. y ese palosanto verde, ese con perfume, ese duro como
daron en el monte. Donde quedaron, hablan por mi piedra, enemigo del fuego, que curen, vengan, sanen,
Y los segundos dientes caminaron conmigo; volve• a limenten, sostengan el corazón de Eisejuaz. Palos,
rán a la tierra donde lo diga el Señor, el día que ángeles de los palos, cada uno con un sabor en la boca
Él escribió sobre su labio, antes de escupir a los del leñador, en la lengua del hombre, cada uno con
mensajeros con su saliva, salidos de su boca para ha. una palabra del Señor,»
blar de Él. Pasaban las luces de los autos y de los camiones,
pero a nosotros no nos veían. Y miré a la vieja que
Esa vieja de pelo tan crecido vestida con mi camisa dormía al lado del fuego, respirando, y he dicho al
que me escuchó, se ha arrimado al fuego para dormir. primer mensajero, que es el aire: «Angel primero, no
Yo quedé sentado y pedí: « ¿Qué me dijiste con las descuelgues tu hamaca, la que ha quedado sola en el
palabras de esta mujer sobre las serpientes, esas que vio corazón de Eisejuaz, hasta que pueda llegar y encon-
en su primera edad?» trar a los mensajeros de los bichos y curarme.» Así dije
En ese monte sentí también a los mensajeros de al primer mensajero, que es el aire.
los palos. Les he dicho: Esa vieja se ha arrimado mucho al fuego buscando
«Mora buena, que no arde, amarilla, que no calor, y la camisa se encendió en una punta. Le eché
calienta la mano, buena para manejar el fuego, buena tierra y la pisé.
para cabo de hacha, de martillo, buena para durmientes —No duermas tan cerca del fuego.
en las vías del tren. Afata, fría en la mano. Palo Despertó, vio la camisa quemada y ha gritado. Se la
blanco, que no tiene zámago, que no se pica, que se quitó y la tiró al fuego. Hubo una llama grande y se
quiebra, que calienta la mano. Palo amarillo que no se quemó. La vieja quedó desnuda, y lloró.
quiebra, que sí calienta la mano. Díganme cómo viene —Mujer sin seso, mujer estúpida, ¿qué has hecho?
con mezcla, viene con nube, viene con sol, el secreto, Pero ella lloró. Yo apagué el fuego. Me fui.
la palabra secreta del Señor. Guayavil mensajero del
74 Sara Gallard, pei:az mi 75

Los chaqueños que despertaron cuando salió el sol era d e padre. Y no tuve ni camisa ni yesquero. Ya
eran tres. Uno me vio, el que había cantado, y me no tuve nada. Ni mujer, ni casa. Ni nada.
invitó al fogón para comer. Nada preguntaron y nada
hablé. Tenían los caballos abajo del algarrobo, lindos, Gritó una mujer, cerca ya la noche. Gritó, en una
sanos. Nada preguntaron y nada hablé. lengua que no conozco, allí donde están las cañas cor-
Comieron y comí. tadas del ingenio. El alma en pena que corre por el
Dinero llevaban en el cinto, no hablé. Enfermo me monte revolviendo las plantas y los palos, que al otro
han visto, no preguntaron. Vi un agua buena que iba día se va a mirar y están sin huellas, grita en la noche
a caer sobre su campo, salida del jugo de sus corazones, como gritó esa mujer llorando fuerte, bramando. Yo me
nada dije, me alegré. levanté para mirar. Lloraba sentada en la tierra,
—Adiós paisano, que se mejore, amigo. pasando las manos por su cabeza. Y estaba trasquilada,
—Adiós. Gracias. la cabeza entera desde la frente.
Allí apareció aquel hombre amigo del Señor, con el
En la bruta calor, caminé. Y llegando al ingenio olor del pobre y del cansado, ese que vive en los puros
cerca de Orán, vi al colla. Estaba a la orilla de la' huesos. Y quiso consolarla. Vi las lágrimas en los ojos
acequia, con sus mujeres y con sus hijos, lavando las de él cuando regañó a todas en una lengua que no
ropas, descansando de cortar leña, bañándose. Allí, conozco, a ella y a las otras que allí se lamentaban,
como aquellos pájaros en el estero, y los pesca. todas de la gente orgullosa de los chiriguanos, menos
dos que saltan en la red, como aquellas arañas el hombre, que es gringo.
en la tela, tantos y tantas, el colla descansaba. Bramaba la mujer, llorando fuerte, pasándose las
Yo no miré. Caminé despacio, con mi bastón, en esa manos por la cabeza.
tarde. El hombre después me miró. Y yo lo miré. Me miró
y yo lo miré. Se fue a las casas del ingenio. Yo lo seguí.
Los camioneros del camión verde ya frenan para la Entonces vi esa iglesia que el hombre rico hizo
nafta en el surtidor. para el Señor en el ingenio. Y tuve miedo de esas
—.Paisano, se le cayó el yesquero. casas y de esas calles. Y me senté cerca de las cañas
Caído de mi bolsillo, en el suelo, al lado de mi pie, grandes. Y esperé.
mientras tomaba agua. Apareció el hombre mensajero del Señor y me miró.
—Se lo compro. —Necesita comida, hijo. No ha comido.
Recojo el yesquero. Me hablaba en español. Nada dije. Solo había
—Se lo doy. tomado agua en esos días.
—No, hombre, se lo compro. —Venga a comer.
—Se lo doy he dicho. Vestía la ropa grande de los franciscanos, pero
Lo ha tomado. bastante rota. Y dijo a unas muchachas que me sirvie-
—Yo quería comprarlo, paisano. ran de comer. Una le contestó con mal modo. Supe lo
He dado mi yesquero de cola de quirquincho, que que dijo, aunque no conozco su lengua. Fue:
76 Sara G z 77

—No sirvo a matacos. .-Nos echan de aquí. Necesitan la tierra para plan-
Porque el hombre mensajero del Señor se enojó y tar caña. Pero es mejor así.
dijo en español: Le dije:
—Yo, sí. Con mis propias manos sirvo a mis --fíe visto un pozo de agua que sale de tu corazón.
hermanos. ¿Qué es?
Se levantó ese hombre cansado, buscó de comer en Dijo:
la cocina y me lo trajo. La muchacha de los chirigunnes --El día que tengamos un motor para sacar agua
puso la boca en trompa y se fue a encerrar. Las otra, de aquel terreno al que vamos, entonces podremos
tuvieron miedo, pero pensaban como ella. El hombre irnos, los chicos, las escuelas, las casas, las mujeres,
de los franciscanos las mandó a dormir en otra casa los hombres y los viejos.
donde dormían. Y se fueron enojadas. Y de ella; Llegaron mujeres a la iglesia. Dije a aquel hombre
solamente una criatura con los primeros dientes, la de los franciscanos:
del ojo enfermo, no tuvo pensamientos de desprecio --Sigo mi camino. ¿Qué podrías decirme?
por mí. Ha dicho:
Entonces subió la luna y la vimos desde el patio Hijo, un animal demasiado solitario se come a
mientras yo comía. sí mismo.
—Aquí todo era monte. ¿Oíste hablar del cacique
Tatu Caru, Quirquincho Tragón, chiriguano fuerte, Caminé por ese camino que va desde el ingenio
aficionado a comer? Fuimos amigos. Era un gran jefe. hasta Orán. Y allá pensé en las dos serpientes. Silba-
Aquí está la escuela que hicimos con él, aquí viven sus ban fuerte, eran felices. Eisejuaz va callado, solo, y
gentes, sus familias, en casas hechas por nuestras con dolor. Desde el ingenio hasta Orán, agachado, con
manos, aquí somos felices. aquel bastón.
Le dije: Un hombre espera el ómnibus que va desde el inge-
—He visto un camino que sale de tu corazón, nio hasta Orán. Se reía solo. Me miró, y yo lo miré.
¿Qué es? Quedó serio. Yo me senté en la zanja. Pero pasaban
Dijo: esos camiones del ingenio, como casas cargadas de
¿Ya terminaste de comer? caña, y no venía ningún ómnibus. Ese hombre malvado
—He terminado de comer. esperó el ómnibus. Y vino el ómnibus, y ese hombre se
Ese hombre cansado me dejó dormir en el patio y fue con su valijita.
se fue a dormir. Y cuando era noche todavía ya lo vi Caminé por el camino que va desde el ingenio
en la iglesia prendiendo las velas. Y miré aquella igle. hasta Orán.
sia que hizo en el tiempo viejo el hombre rico para el Y una nube que era verde como la lengua que nin-
Señor. Pero dije: gún ojo puede ver se levantó por encima de la ciudad.
—He visto un camino que sale de tu corazón. No dijo ninguna palabra. Se levantó por encima de la
¿Qué es? ciudad y allí estuvo, hablando a mi corazón sin mensa-
Me dijo: jeros. Y supe que Ayó estaba vivo y que lo encontraría.
78 Sara Gallardo
1111.
Ejs'juaz 79
Las calles estaban rotas y abiertas hasta las vena,
que llevan el agua de las ciudades, y así me recibió la ¿De qué vale el hormiguero que quedó en el des-
ciudad de Orán, así que dije: «Rómpase mi superficie monte, donde la tierra es negra, donde pondrán la caña?
mi cáscara, mi corteza, para que pueda beber del agua' ¿De qué vale? La hormiga mira lejos y ve negro. Mira
de los mensajeros, que brota desde el centro del cora. cerca y ve negro. No hay hojas, no hay pastos. Debe
zón.» Allí los hombres trabajaban y golpeaban el suelo cumplir. No eligió la hora de su vida. No eligió su lugar.
de las calles. Y los caños del agua, que deben ser »No eligió. No eligió. Debe cumplir. No eligió.»
secretos, se veían. He fumado con él, mi alma salió de recorrida,
Pero la nube se esfumó delante de mi vista, y nada cantó:
quedó sobre el cielo de esa ciudad de Orán. Yo caminé «En el centro de la tierra está el viborón. Enrosca
hasta la casa de Aparicio. las raíces del monte. Duerme con ellas. Nadie eligió,
Nada dijo de mi bastón ni de mi aspecto ni de mi oh no, nadie eligió. Ha caído el monte, han muerto los
desnudez. Me vio parado en la calle, habló a su mujer, palos, nadie eligió, oh no, nadie eligió, nadie eligió.
y salió a la calle. Y caminamos en la bruta calor. Solo ya los palos cantan para Eisejuaz, solo el aire.
Ayó, Tigre, Vicente Aparicio, el hombre anciano, Hay que cumplir.»
Y yo, Eisejuaz, Este También, el comprado por el Señor, Ha cantado Ayó, su alma que fue de recorrida:
— ¿A dónde se han ido todos esos que recibiste? „He visto las últimas mujeres que baten el barro,
¿A dónde? No sé. y amasan, vuelven a amasar y forman el botijo, ese que

—Los mensajeros de la sangre caliente y de la que suena como la campana del gringo, ese redondo
sangre fría. ¿A dónde? como la mujer y el hijo. Y ese alto con tres panzas.
—No sé. Y ese chiquito que lleva el agua al monte. Forman el
En la bruta calor, llegamos a un lugar donde hay botijo, y tantos hombres van y compran tarros, van y
algunos árboles, y nos sentamos para esperar la noche. buscan latas. Pero ellas tienen que amasar, tienen que
Cuando vino la noche busqué en mi pantalón unas semi- hacer el botijo hermoso, que suene como la campana
llas de cevil y se las di. Él se quitó un zapato y las puso del gringo. No eligió la hora de su vida, no eligió, oh no
adentro. Buscamos una piedra, un fierro, y encontra. eligió; deben cumplir.
mos un pedazo de la calle rota, un cacho de piedra. »No lloremos, que nuestro tiempo terminó.
Y molió las semillas de cevil. Mezcló ese polvo con el »No lloremos. ¿Y para qué llorar?
tabaco. Y armó un cigarrillo. Y me miró, pero yo ya »Morimos juntos: el tigre, el monte, los ríos sueltos
no tenía mi yesquero. Entonces encendió el cigarrillo. como pelos del Señor, y nosotros.»
Su alma salió de recorrida. Cantó: Paró un auto y han gritado:
« ¿De qué vale la baya, la algarroba del mes de — [Flor de borrachera] ¡Dejen dormir]
abril? Ya perdió el gusto, ya perdió suavidad, pero ella Entonces quedamos callados. Ayó me agarró la
no eligió la hora de su vida. Debe cumplir. Debe ser mano. Sopló adentro de mi boca. Puso de su saliva
molida, alimentar al hombre. Debe caer y sembrarse. sobre mi lengua. Caminamos después volviendo para
Debe cumplir. su casa, y pasamos por las calles abiertas de esa ciu-
dad, sin obreros porque era de noche.
XXXIV, 6
So 8,

Estaba mareado todavía ese hombre anciano, y nos Volví cerca de la canilla del agua, y esperé. Pero
sentamos en la calle. las mujeres pasan siempre en grupos. Me escondí y
Después me dijo: esperé. La Mauricia pasó con su botijo y la arrastré.
Hijo Eisejuaz, cuando entregues las manos ya Cada día se escapó después para encontrarme, tem-
será otra cosa. El Señor no te ve bien así de solo blando por el miedo al marido, a veces temprano y a
a perder la sed cuando entregues las manos. veces farde, a aquel lugar que yo conozco. A veces
Y vi a ese hombre que había esperado el ómnibus con temprano y a veces tarde, y temblando por el miedo
la valijita: allí entraba en un hotel. Y también me vio al marido. En la casa que hice por mi mano para
La mujer de Ayó, que es gringa alemana, habí a vivir con mi mujer en la misión del gringo noruego,
preparado la comida. vive con su marido. Y la lluvia le entra por el techo.
—No quiero comer hoy —he dicho.—. Tengo han. Tres años duran esos techos. No han cortado la paja,
bre, pero no he de comer. no han arreglado el techo, no han pensado en buscarla.
.—Mañana vas a comer. Hombre el suyo, capataz ahora, que siempre sirvió
Tuve hambre y me senté con ellos y no comí, de poco.
Y llegó una de sus hijas, que son enteramente blancas Iban también al almacén de Gómez, y a otro alma-
y trabajan como sirvientas en la ciudad. Comió con cén de un gallego, que hay cerca de la casa donde aquel
ellos, y todos estuvieron alegres. hombre degolló a su mujer. Y tomaba burritos. No
tenía casa, ni quería tenerla. Tomaba esos burritos de
Cuando los mensajeros de los bichos volvieron a alcohol y me quedaba dormido en el borde del camino,
mi corazón me volvió también la fuerza. Caminé y no me cuidaba de víboras ni de nada. Tomaba, y me
rápido, sin el bastón. Fue cuando salió el sol. Salió el iba saliendo del pueblo. No tenía ganas de comer, ni
sol y me tocó de lejos. Entonces llegaron todos los me ocupaba de comer. Me levantaba en el borde del
mensajeros sin faltar uno, sin faltar los bichos de la camino, y me iba para el aserradero sin lavarme, sin
noche enemigos del sol. Todos entraron de nuevo en sacarme la tierra de encima. Y me había vuelto flojo
mi corazón, entraron por mi boca, y otros entraron para el trabajo, como son los paisanos, que no tienen
por mi pecho. El Señor me los mandó de vuelta. Yo nunca para comer. Puse mi sueldo una noche en un
levanté los brazos, les dije: « ¿Trajeron sus hamacas, tablón de la casa del hombre joven, y después volví en
sus fuegos? ¿Están aquí otra vez?» Y agradecí al la misma noche y lo saqué. Y ese dinero lo apreté bien,
Señor que me los había mandado de vuelta. y lo enterré. Y allí se habrá podrido. Y lloré.
Por eso caminé rápido. Llegué allí donde encontré Iba a la estación del tren y miraba a la gente.
a la vieja. Pero no estaba. Vi los rastros del fuego, los Miraba a los paisanos, a las mujeres con las cosas para
carbones mordidos, comidos, masticados por ella. La vender, o sin nada. A las muchachas enfermas de andar
llamé y nadie contestó. con los hombres. Esa que se ha puesto pantalones y
nunca no peinó su cabeza, y ya se va a morir. Miraba.
También me aburrí de ser bueno. Me cansé de pre- Nada le pedía al Señor, ni tampoco oía su voz.
guntar al Señor. Muy bajo estaba el cielo en esos días y esos meses,
82 Sara Gallarda Eimivaz 83

como una nube por encima del pueblo y del monte flecha que le entró en la nalga cuando era chico. Me
Mis orejas no oían la voz que dice: «Vayan al cine; vio despertar; y esperó. Nada no le hablé.
ni la voz de nadie, ni tampoco el ruido de la cald era' M.e
,_. Hehabló:
ni tampoco ningún motor de camiones, ni sierras dei venido a pedirte una cosa.
aserradero, ni tampoco la campana del franciscano No hablé. Dijo otra vez:
el tractor del inglés, ni cómo saluda el chaqueño cuan, do —A pedirte una cosa.
llega del campo, ni tampoco en los días domingo el coro Nada hablé. no
del noruego que sale por la puerta. me dijiste: pasarán treinta días sin que el
Mauricia, la muchacha que siempre sufrió de envi. Señor te castigue.
dia por causa de la bicicleta y también porque tuvimos hablé.
olla, y más que nada porque su hermana tuvo mayor engo a pedirte que pares el castigo.
conocimiento de las cosas, venía y se burlaba. Nada
aVda dije. Ese viejo se quedó mirándome.
— ¿Y dónde tenés casa o bicicleta? ¿Dónde la _.Déjame, ahora. Ese castigo no te puede venir.
olla para cocinar? Yo no tenía la fuerza del Señor.
Yo no hablaba. Ella venía temblando. Se iba apu. Ese viejo:
rada, temblando por el miedo. «Sos la peor de todas. --Castigado estoy. Vengo a pedirte que pares el
Ni buena ni mala. No sabés odiar, ni querer. Sin cora- castigo.
zón, sin nada; de todas, la más peor.» Y se enojaba, Elviejo se ha pasado las manos por la cara. Muchas
no venía esa muchacha linda. Y al tercero, cuarto día veces. Se pasaba las manos por la cara. Me miraba.
venía otra vez. Yo estaba en el almacén. Volvía a irse —Ándate de acá, pues. No tengo dos palabras.
escondida, corriendo. Yo miraba las huellas. De nuevo Ese viejo no se movió. Siempre mirándome.
aparecía al otro día. La esperaba. Y a veces la cazaba Entonces me levanté, enojado. Me fui. Ese viejo
por ahí, cuando no me esperaba. detrás de mí, con su renguera.
Don Pedro me llamó. Su señora allí, cuidando las —Viejo, te voy a golpear. Déjame tranquilo.
flores que tiene dentro de las piezas, limpiándolas con Ese viejo quedó callado.
cepillo y con jabón. Seguí caminando. Me volvió a seguir.
—Ahora sí dirán todos que el paisano no tiene —¿Qué querés de mí, vos?
arreglo. Que no hay remedio para él ni compostura. —Que pares tu castigo.
Ni el mejor aguantó, van a decir. Espero cada día que —Te dije que ese castigo no viene de mí. Yo no
dejes de beber. tenía la fuerza del Señor.
Atrás del almacén del gallego he pasado muchas —Ese castigo me ha venido. Te pido que lo pares.
horas durmiendo por el alcohol abajo de un árbol, el —Viejo, no tengo dos palabras. No tengo paciencia.
sábado y el domingo, y ya era tarde. Dormía y oía Caminé de nuevo, y ese hombre atrás de mí.
voces; dormía y oía silencio. Muchas horas pasé dur- Levanté la mano para mostrarle enojo. Se tapó la
miendo. Y desperté. cabeza.
Cerca, aquel viejo que rengueaba por causa de la Me miró.
84 Sara Galla
11 Pejaaz
rdo 9111r 85

— ¿No comprendés lo que te hablo? ¿No tené„ --Y los paisanos... —ha dicho. Pero no habló ya;
orejas para oír? Fue con la lengua sola. No tenía se fue apurada.
fuerza del Señor. Ese castigo no viene de mí. La hija del viejo con la respiración comida como
¿Tenés ahora la fuerza del Señor? tantos paisanos de nosotros. Y se estaba muriendo.
—Tengo el corazón seco y también ciego; sordo --Eso que oíste decir a esa mujer vas a contárselo
también para pedir. al doctor.
El viejo se tapó la cara con las manos, se pasó las Pero el viejo tenía miedo.
manos por la cabeza. --Así nos tratan por causa de ese miedo. Así nos
—Hombre grande, escucha mi pedido. morimos.
—Dejáme. --Cúrame a mi hija.
—Escuché mi pedido. --N.o puedo curar.
— ¿Qué querés? --Hombre grande, retirá tu castigo. Te lo pagaré.
—Mi hija ya se acaba en el hospital. Vení conmigo --No es mi castigo. Ya te lo dije.
Hacéla sanar. --Buscá la fuerza del Señor, llamála.
Le dije: —, No tengo, no puedo hacer nada. Dejáme ya, che.
.—Yo no vuelvo allí. No pisaré ese hospital. No ose Quiso agarrarme la mano. Yo lo empujé. Se ha
he acercado a ese hospital desde un día que sé. caído al lado de la cama, y la hija abrió los ojos y ha
El viejo se pasó las manos por la cabeza, y allí donde mirado.
he ido, allí me ha seguido. Entonces fui con él a ese Yo me fui. He visto un frasco de alcohol en la ban-
hospital que conozco muy bien, hasta la sala de las deja de la enfermera y lo llevé. Ese viejo me ha seguido.
mujeres. Fue a agarrarme de una pierna y lo empujé. Quedó
La enfermera vieja, Margarita, a la hija del viejo: en el suelo, ese viejo.
—,Ándate a reventar a otra parte. Y fui a un lugar que conozco y allí me eché a
is
La hija, de ocho años. Ya sin aire. tomar ese alcohol. Y ha venido la noche.
El viejo con la cabeza baja. No levantó el ojo del Ha venido la noche con tanta oscuridad allí.
suelo. Y miré ala vieja. Ella me vio. Dijo: Tanta negrura que bajaba y se estiraba, y también
—San José purísimo, san Antonio bendito querrán crecía. Tanta oscuridad en ese calor. Se me cortó el
mejorar a esa nena. La Virgen sabe cuánto me aflijo por aire del pecho. No entraba ni salía. Quise gritar, y no
mis enfermos. ¿Cómo le va, Vega? ¿Es pariente suya? tuve voz. Ya el primer mensajero se había retirado, se
He seguido mirándola. Sacó del pecho tantas meda- cortó. Me he puesto de pie, y no entró, ni salió. Agarré
llas, las ha besado. mi cogote y el aire no salió, ni vino. Me he caído con
--Santos del cielo que conocen mi alma afligida; la rodilla al suelo. Con la cara en el suelo. Todos esos
cuánto me apeno por mis enfermos. Veinte años en ruidos que no oí, la voz que dice: vayan al cine, ese
este hospital, veinte años que no vivo de aflicción. ruido de la caldera y ese de las sierras del aserradero
Rezando noche y día por mis enfermitos. y también la campana del gringo, y también todos los
La he mirado aún. mensajeros de los bichos que habían vuelto, gritaron
86 Sara
Gallardolir
todos, han gritado todos en mis orejas. He movido los
brazos. Gritaron todos. Palabras que no entendí. El
aire, comido. Ya cortado. La lengua Colgando afuera.
Pegada en la tierra del suelo, esa lengua. Esa nariz,
sin aire. Ya se termina Eisejuaz, Este También.
Y el primero mensajero miró de nuevo. Dijo:
veremos.
Los mensajeros de los bichos y las otras voces gri_ ¿Quién?
talan, todos gritaban todavía sus palabras que no
entendí.
Ha vuelto despacio, metió un dedo por mi boca ISTRAIDAMENTE, había contestado la invi-
Ha entrado despacio, abriendo las respiraciones, esas'
de los brazos muertos, esas de los pies, las piezas
D tación telefónica: —Si. Sí; puedo. Iré con mucho
gusto. Gracias. Hasta luego.
cosidas, ya selladas en el cuerpo de Eisejuaz, cerradas, Colgó el tubo y pensó, resignado, que todo lo hacía
ha llevado su viento por todos los rincones, gritó él así, como si alguien o algo, un ser o un poder infinita-
también, ese primer mensajero, despegó cada tripa mente indiferente y minucioso le dictara gestos, silen-
pegada a otra tripa, ventiló ese corazón, todo su viento cios, palabras. Así, pues, sin ganas y sin disgusto, sin
ha soplado, ha crecido y ha sanado. motivo mayor ni menor, sin desagrado y sin placer, el
Me levanté sobre mis pies y la humedad volvió a mi joven futuro escritor a quien llamaremos Juan para
lengua. He caminado por esa noche tan enteramente os. mayor comodidad, supo que iría fatalmente a la reunión
cura. He visto el hospital. He entrado. El guardia dijo: entre mundana y literaria, idéntica a tantas otras, hacia
—No se puede entrar. cuya vaga e inevitable realidad resbalarían luego las
Yo lo miré. Tuvo miedo. horas de esa tarde.
Entré por ese hospital y fui a la sala de mujeres A las ocho, después de girar durante media hora
en esa poca luz. Y en su cama la hija del viejo estaba en busca de dos metros de espacio, dejó su pequeño
bien. Ella dormía y respiraba. auto donde pudo y se acercó, pensando en la traduc-
Así curé esa noche a la hija del viejo, sin querer y ción que acababa de terminar, a la alta casa de crista-
sin rogar. les y aceros a cuyo vigésimo piso se dirigía.
El viejo no comprendió estas cosas. El viejo pensó Subió. Entró. Miró. Sonriendo, se aproximó a la
que la Margarita con sus medallas ha curado a su hija dueña de casa; la saludó. Después, se detuvo. Era la
por el temor de oírnos contar la maldad que salió de misma, misma, misma reunión de siempre. Con una
su boca. expresión de cansancio apenas disimulado recorrió con
Y el odio que tuvo ese viejo contra mí lo hizo la mirada a las mujeres, los hombres.
buscar cada día mi muerte. Vio, al fondo del salón, sentada junto a un hombre
Sara Gallardo equis, una mujer joven cuya manera y cuyo estilo eran
típicos de un grupo social determinado. Y a ese pequeño
88 Carmen Gándara ¿Quién? 89

grupo pertenecía Lía Valdez. Y hacía tiempo que Juan Juan vio lo que ella estaba viendo. Dijo:
quería saber qué persona era Lía Valdez. Como si ..—¿De cerca, nunca? Qué extraño...
hubiera muerto repentinamente su habitual thnidez, se .—¿De cerca? Sí. En otros espejos...
acercó decididamente a la mujer de vestido oscuro y Le pareció a Juan que el perfil sonreía. Esta vez se
ojos clarísimos que escuchaba sin escuchar al hombre estableció una pausa un poco más larga. Los segundos
equis que le hablaba con inútil vehemencia. Interruni, fueron minutos. El perfil agregó:
piéndose: —¿Se conocen?— inquirió el hombre equis, —Lo que sí he visto es muchas fotografías de ella.
.—Sí. —dijo ella, plácidamente, sin haber mirado si• Muchas instantáneas tomadas a lo largo de toda su
quiera al recién llegado. Juan quedó ahí, de pie, espe. vida. También, retratos en serio, grandes. He visto un
raudo. La vehemencia del hombre equis fue empalide. c uadro... Es curioso. Su rostro nunca es el mismo.
ciendo, diluyéndose, muriendo poco a poco. Cuando Casi no se lo reconoce. No habría manera de estable-
hubo caído en la nada, Juan tomó el asiento desocu. cer, de adivinar la secreta identidad que vincula unas
pado. Las dos sillas, arrimadas a la pared, miraban imágenes con otras. Entre la chica feúcha envuelta en
hacia el centro del cuarto lleno de gente. el velo de la Primera Comunión y la mujer que aparece
Después de algunas frases inocuas, preguntó direc, con su primer vestido largo casi no hay parecido al-
tamente al perfil que tenía a su lado: guno...
.—Desde luego ¿usted conocerá a Lía Valdez? El perfil calló. Luego, dijo:
Transcurrieron unos segundos. Él escuchó esos se. ----,¿Q,ué es un rostro? Un cuerpo está encerrado
gundos. Ella también pareció escucharlos. en sí mismo. Pero ¿un rostro?...
—No. No la conozco. —Es una ventana... —insinuó Juan.
Las cuatro palabras fueron dichas como si estuvie- —¿Y quién mira por esa ventana hacia afuera?
ran dirigidas a ella misma. ¿Wén?
—¿Ah? Pensé... —dijo Juan. El observó el perfil. Riendo, por debajo de su voz,
Insistió: contestó:
—Pero sabrá mucho de ella. La habrá visto, la —Supongo que, en cada caso, sucesivamente, mu-
habrá oído mil veces... chos... Pero, volvamos a esa amiga que usted ha visto
—La conozco de vista. Y no. —Hubo una pausa. y no ha visto. Yo ni siquiera he oído su voz. Una voz
Luego : dice mucho. Dice más que las palabras que elige,
—Es amiga de mis amigos... forma...
Hubo una vacilación. El perfil hablaba lentamente, Entonces el perfil dijo lentamente, como si acabara
como si soñara o recordara las sílabas pronunciadas. en ese instante de hacer el descubrimiento:
Otra vez pasaron, lentos, unos segundos. Inmóvil, el —Yo no he oído su voz.
perfil agregó: Hubo una pausa. Juan sintió un leve malestar.
—La he visto pasar por la calle, reflejada en vidrie- Esperó.
ras, en espejos, rápida, con la cabeza alta, resuelta y, —... la he oído solamente por radio... Tiene una
de algún modo, perdida... voz clara, musical. Es una transparencia que no deja
Carmen Gándara
¿Quién? 91

ver sino eso, transparencia. Habría que oírla a ella fantasma, como si la viera en la superficie de un agua
Habría que oírla a ella, directamente, ver su voz. Sí insondable, moviéndose, dibujándose, desdibujándose...
Ver como nace su ritmo, como nacen las palabras ; ._No hay que acercarse demasiado a las personas.
quedan en el aire. Medir las pausas. Son abismos. Todo lo demás es inocente. Lo personal
—Además —.dijo él—, la voz viene del centro es siempre turbio, oscuro. En última instancia, feroz.
del ser... —,¿Abismos? Sí.
—¿Sí? Bueno, en todo caso yo no la he oído sino Los dos perfiles miraban la araña de cristales sus-
por radio. O el eco en el aire... O el eco... Un rastro pendida en el centro del cuarto.
difuso en el aire, remoto, de tan próximo... _y el más pavoroso es el propio. Por eso no lo
—Y las amigas y amigos, ¿qué dicen? Habrá usted miramos nunca. Vivimos de espaldas a él. Huyendo.
oído hablar de ella mil veces, supongo. —Los católicos, por medio de la confesión, están
— ¿Hablar de ella? o bligados a mirar y nombrar lo que tienen dentro...
El perfil quedó quieto, casi marmóreo. Lentamente --dijo Juan.
se movió apenas la boca de mármol. --Esa cirugía es otra manera de huir. Nombra
—¿De ella? Sí. He oído hablar. Pero siempre instantes; los aísla; tapa los actos con palabras que
interesadamente, con diferentes modos de obstinación son etiquetas...
o de rabia. Con una injusticia llena de un posible Pero Juan no contestó. No quería generalizar.
amor... Quería saber, tocar cosas, hechos acerca de Lía Val-
Había un temblor en la voz. dez. Dijo:
—Nunca con dulzura —terminó, casi inaudible- —Hablábamos de Lía Valdez.
mente. El perfil dejó de ser perfil y Juan durante unos
—Eso es porque da una impresión de fuerza. Yo, instantes vio los ojos clarísimos y muy abiertos, fijos
que no la conozco, siento, a lo lejos, la presencia de en él.
un poder, que no llega a serlo... —Le he dicho que no la conozco. Que no la he
Entonces, ella dijo, levantando la voz: visto. Solo en espejos, en fotografías... Reflejada. Y no
—Pero dígame... ¿Por qué quiere usted saber cómo he oído su voz, sino a través de aparatos.
es Lía Valdez? ¿A qué se debe ese interés? Callaron. Luego el perfil respondió al saludo cere-
Juan vaciló. Los dos miraban hacia el centro del monioso de un señor viejo. Cuando el señor se alejó,
cuarto. la voz del perfil dijo:
—Pues no lo sé muy bien. Su... su imagen, su pro- —Esa es la única esperanza que tenemos, parece:
yección en otros seres, tan variada, violenta, siempre los aparatos. Cada vez serán más perfectos. Grabarán,
me dejó perplejo. En general, la reacción que produce mientras dormimos, nuestros sueños, hasta los sueños
es adversa, enemiga... Pero no se puede saber por qué. que no alcanzan forma; los recuerdos que están debajo
Adivino no sé qué enigma. No hay manera de saber del olvido; las palabras que nunca dijimos, las imá-
cómo es ella. Sus contestaciones, las de usted, son una genes que nos habitan y que no miramos... Usted,
prueba más. Usted habla de Lía Valdez como de un entonces, en lugar de hacer preguntas sobre las mujeres
92 Carmen Gándara

que le interesan se conseguirá las fichas pertinent es en


alguna oficina espectral...
En ese instante, alguien hizo una seña descl¿ el otro
extremo del salón. El perfil sonrió. «Perdón —dijo_
me llaman. Hasta luego." Y desapareció tras un grupo
de hombres que estaban de pie frente a una ventana.
Media hora más tarde, después de una laboriosa
conversación con un norteamericano anónimo, J uan se El hombre que silbaba
disponía a abandonar la reunión. Cuando iba a salir,
se encontró con un amigo.
—Che... —dijo.
—¿Qué tal?
— ¿Quién era la mujer con quien yo estaba conver- N el barrio y en el pueblo reconocían el paso de
sando? De oscuro, con ojos muy claros, bonita. ¿No E Uziel por el aire que silbaba.
sabes? Como el silbido se oía desde que Uziel se acercaba
--Claro que sí. Cómo no voy a saber... Qué raro. hasta que se alejaba doblando la esquina, las dueñas
Parecías tan amigo... de casa y los propietarios del pueblo ponían sus relojes
¿Quién es? en hora como en Kónigsberg los convecinos de Kant.
—Lía Valdez —dijo el amigo terminando de encen- En consonancia con la aparición del aria «10h,
der un cigarrillo. toreador] de la ópera Carmen y con su desaparición
Los dos hombres miraron el humo. En la calle al dar Uziel vuelta a la esquina, parecía que el pueblo
solo se veía la espesa niebla nocturna que bajaba empezaba a vivir.
sobre la ciudad. Había en aquella labial melopea algo similar al es-
Carmen Gándara truendo creciente y a su disminución paulatina de los co-
bres y el viento en el aire de una banda militar. Solo que
el aire era producido solamente por la boca de Uziel.
Una vez aparecía Uziel silbando a todo carrillo
La Viuda Alegre par el ángulo de edificios que el salón
del café principal señalaba, desapareciendo al doblar
la esquina ocupada por el mísero negocio del filatelista,
después de haber pasado ante la puerta del peluquero
de damas y de la cigarrería; y otra vez era La Marcha
Turca de Mozart lo que Uziel silbaba.
Se trataba de un silbido jovial, marcial casi, melo-
dioso, en extremo afinado, y a la vez sujeto a las humo-
radas del artista; de un silbido extremadamente sonoro,
yr
Eduardo bombre que dilbaba
94 95

ufano de sí mismo, como una pujante proclama de brían las dos vidrieras y la puerta del negocio —o
triunfo o el sinfónico anuncio de cierta presencia atienda de ventas— del Ron Suave Gavilán.
humana misteriosa. Era una antigua casa de comercio, pintada de un
El silbido de Uziel tenía, en efecto, un no sé qué ocre negruzco, con el nombre del Ron Suave Gavilán
de furiosa victoria, un eco entre fanfarrón y soberbio, formando arco en letras de oro rococó sobre la puerta
un acento eminentemente triunfal. Oírlo era como oír central y parte de las dos vidrieras del antiquísimo
un clarín de heraldo, un juvenil y jactancioso «¡Aquí negocio. En cada una de las vidrieras lucían como
estoyl», una declaración de fuerza y optimismo, desa. modelos dos descomunales botellas de luctuoso papier-
fiante, provocadora, desfachada, como si se tratara de 'rock, con etiquetas a la moda de mil ochocientos
la revancha del ego presuntuoso sobre cualquier sos. setenta y tantos, comparables a dos soldados eternos,
pecha de derrota, debilidad o desmayo. sosteniendo allí su guardia a ambos flancos de la puerta.
Aquel silbido del mocetón era en suma como su La puerta en sí era pequeña, de dos hojas de vidrio
sinfónica tarjeta de visita con el ángulo valientemente antiguo, con una rectangular franja negruzca a manera
doblado por la petulante y briosa melodía.
Nadie, en el barrio, nadie en Solfamaras, podía Sin interrumpir el admirable silbido, Uziel hacía
de niarc
por tanto dejar de oír regular y cotidianamente el anua. girar su llave en la primitiva cerradura, e ingresaba
cio del temprano paso inmodesto del empleado de la seguro en la tienda, donde el espectáculo de las marcas
agencia vendedora del Ron Suave Gavilán. de ron exhibidas en las antiguas filas de botellas pare-
Al llegar al centro de la cuadra más comercial- cían la ilustración de un cuento de Poe, debido a la
mente importante del barrio, o sea la extendida entre casi siniestra vejez y sombrío dibujo de las etiquetas
el vistoso y moderno café Sol de Mayo y la tienda de del licor. Desde la hora de la fundación de la casa, las
vieja filatelia, el silbido de Uziel alcanzaba aparente. famosas etiquetas de la marca habían variado plural-
mente su más plena melódica magnitud. Y decimos apa- mente; y allí estaban todas ellas exhibidas tal como
rentemente, porque al pasar por el centro de la cuadra, habían sido aplaudidas por la fama en su siglo cum-
o sea ante los cristales decorados con viejas sirenas plido de existencia. El pequeño salón del negocio mos-
románticas al esmeril de la antigua puerta del hotel en traba un aspecto general no menos viejo, con su corto
cuyo vestíbulo solían sentarse los viajantes y los foras- mostrador de negra madera de ébano y los dos enormes
teros, la cavatina alcanzaba, al ser proyectada desde jarrones que a los dos flancos del mueble oscuro mos-
los labios del vendedor de la agencia del Ron Suave traban el glorioso color ámbar de la memorable bebida.
Gavilán, su momento más desafiante y estentóreo, Detrás del mostrador, a los lados del reloj incrustado
cobrando en forma visible el imperial orgullo de un en lo alto de la pared que cerraba por su fondo el
voluble fragmento wagneriano. estrecho comercio, se abrían los dos brazos opuestos
Al doblar la última esquina, el silbido entraba en de la escalera, por los que el único empleado ascendía
insólitas volutas o variantes, tal como si se marcara al piso alto, donde se acumulaban en dinástico desor-
en la volubilidad exquisita del motivo la aproximación den los cajones llenos de botellas del ilustre ron.
de Uziel a su meta. A los pocos pasos, en efecto, se mAwll,á7 en los altos había una cocina diminuta y un
96 Eduardo AllilliF
ute, hombre que dilbaba 97

baño también pequeño donde la flor de la ducha, el Uziel orinaba, se lavaba las manos, bajaba sil-
cajón de madera que encuadraba el inodoro de cien bando a la tienda. Y en el espejo ya vetusto y desper-
años, y el reducido lavabo, señalaban la idea primitiva eudido enmarcado en negruzco roble, Uziel se miraba
según la cual aquel piso debió ser al comienzo vivienda otra vez, antes de abrir la novela folletinesca de crí-
de los fundadores del Ron Suave Gavilán. A causa de menes o duelo que leía saltando párrafos. Ponía hasta
la leyenda de haberse podrido allí el cadáver del fon un año en acabarla y meses en comprar otra nueva.
dador de la marca, víctima de un ataque o de un crimen. A leer prefería fantasear, festejándose, sintiéndose un
no descubierto, todo aquel piso o desván había quedado gran señor, silbando fragmentos vivos de las óperas
reducido a la suerte de mero y triste depósito de enea. m uertas.
ses por unidad y cajones estampillados. A las once, hiciera sol o hiciera gris, empezaba cada
Allí no subía Uziel cada día sino para hacer uso día a llegar gente a la tienda de ventas. Conocidos o
de los accesorios del antiquísimo baño, vigilar las desconocidos merecían de Uziel la risa estentórea y el
existencias o acompañar a los repartidores que llega. bravío y fatuo saludo de divo silbador. En los intervalos
han por la mañana —nunca por la tarde— para buscar de las charlas o mientras envolvía las botellas, con su
a fin de cargarlos en sus chatas los cajones de ron embo- orgullo de buen mozo y sus labios adecuados, llenaba
tellado que desde la fábrica remota habían llevado ellos el espacio de feroces trozos de ópera silbada.
mismo, u otros, años o meses o días antes, hasta el Los viejos clientes aprobaban, sonreían; los des-
severo local de ventas de la planta baja. conocidos esperaban, se achicaban, asombrándose de
Silbando siempre, siempre estentóreo, Uziel reco- semejante soplo y tamañas melodías.
nocía cada mañana al abrir la puerta el funerario olor 1Ehl —estallaba el empleado de repente, po-
a encierro del antiquísimo negocio. Colgaba su sobre- niendo un intervalo monosilábico al vibrante regodeo
todo si era invierno, o dejaba su sombrero de paja si musical.
verano, en la percha vertical de románticas volutas. Los clientes sonreían, aprobando aún y llevándose
Luego ponía las llaves de la caja junto al aparato de las botellas. De vez en vez se filtraba entre el vendedor
níquel en su modelo de principios de siglo. Era el y los compradores el comentario de alguna noticia
momento en que la cavatina alcanzaba en los labios de aparecida en los diarios, que Uziel, apresurado en
Uziel la suavidad modesta del remanso. lucir su destreza habitual, espantaba pronto, con un
Solo después saltaba Uziel de dos en dos los esca- ademán parecido a aquel con que el criador de palomas
lones hasta subir al depósito para apenas echar la en un rapto de tedio echa a volar las aves apresadas.
misma ojeada y ver si todo estaba en orden.
Allí, en el aire, se olía el aguardentoso olor a viejo
del ron embotellado: siempre había por el suelo botellas II ,
rotas, pajas húmedas, maderas impregnadas; y el vasto
depósito olía a todo aquello como una vieja matrona, Por ese tiempo Uziel tenía treinta y cinco años, y
perfumada día tras día, semana tras semana, año tras había cultivado su briosa soltería como un orgullo que
año, en una vida entera de suspiros. se manifiesta.
98 Eduardo aub
kombre que d ilb ah a
99
Había vivido en Solfamaras desde los diez alee
modelos. Silbando, se sentía, no solo Tita Rufo o
cuando llegó sin dinero ni padres sino la carta que le'
Chaliapin, sino el héroe de las operetas admiradas,
abrió las puertas del pretencioso Bar Moderno. se
a lgo así como una especie de Conde de Luxemburgo,
padre le había dado, en previsión de su muerte, aque.
astuto y austral. El que rompió la cáscara del huevo fue
Has líneas garabateadas para el dueño del establecí si, mocito insoportable, que al fin cambió en la ciudad
miento de la localidad vecina. Y el dueño del estable,'
de provincia el mostrador del Bar Moderno por la
cimiento acogió a ese hijo de Uziel que miraba di tienda del Ron Suave Gavilán.
frente con insolencia infantil de pergenio que no teme
Solfamaras fue la sala donde él se sentía el admi-
a nada. El chico entró para lavar platos, con briosa
rable espectáculo. No era un rey; pero era Uziel. Y si
desenvoltura, como si se sintiera hijo de aquel impor.
la ciudad del interior no era París ni Roma, era al fin
tante dueño de bar. Desde el primer día, con su único y al cabo Solfamaras. Todo es según lo sintamos o
pantalón gris y su única camisa de bombasí verde
interiormente lo decretemos, con tal de que se nos
oscuro, saludaba a los clientes por sus nombres, des- importe un bledo del punto de vista circundante. Y el
carado y de igual a igual. Eso, causaba gracia.
arma de Uziel y el rango de su reino fue el capital de su
Fue de tal gracia de donde nació un destino fatuo
silbido, con el que podía hacer milagros, a fin de no ser
de suficiente y de impertinente. El chico que dormía en menos que un rey ni inferior al dueño mismo —un
un desván fue creciendo como el que está seguro de
inglés triste, metido en un traje a cuadros—. del Ron
dormir en cama de rico. Se burlaba de su protector, le Suave Gavilán.
hacía mangas de capirote, le contestaba mal; y a los
El inglés y el gracioso muchachón hicieron buenas
dos años de trabajar con él ya se escapaba al Teatro
migas: de tan contrarios —hipocondríaco el uno, jovial
Lírico, donde entraba sin pagar, haciendo gracia a los y sonoro el otro —se entendieron a las maravillas.
empresarios. El arrastre mismo de su silbido elevaba y conducía
Descubrió el mundo según la imagen de aquellas al elegante dependiente, dándole aquella prisa en todo,
operetas, actrices de boa de pluma y tronados cala.
aquel paso ligero y fatuo, y aquel modo de entrar por
veras, desde las filas de más atrás del teatro para las calles desafiantemente, con su arte enarbolado o sea
hombres solos. Al concluir las funciones esperaba a las con su música al aire o a la loca. El joven se seguía a
tiples para admirarlas y verlas aceptar las invitaciones
si mismo conducido por su silbido. Echaba adelante y
de los solteros y las propuestas de los casados. El al aire su frenesí, y era el gran Uziel del genial poder.
chico abrió los ojos. Los ojos se le hicieron codicia;
«El gran Uziel de genial poder», pensaba con su
pero más que todo fue su pasión secreta por el lujo petulante intuición, calificándose con orgullo. Silbaba;
lírico lo que le agrandó de ambición mimética la picar- y en el aire vibraba su soberbia, disfrazada del prota-
día. Silbaba en la calle, en su cuarto, en el bar aquellos gonista del Barbero o de la insolencia del Don Juan.
aires primero picarescos, luego violentos, luego melodra-
Uziel dejaba atrás a esos personajes, avanzaba más
máticos. Se hizo adolescente y después mayor, el bufo
allá de ellos con su silbido, haciéndose, de todos, uno.
de sí mismo, imitándose como si imitara a un personaje Todos los grandes eran en él su ardiente soplo condu-
dotado de las condiciones triunfales de sus propios cido adelante por las piernas rápidas del actor de sí,
100 Eduardo ilf al, El kondire que silbaba 101

que enarbola y luce por las calles su conquistador pro• miraba, como el paralítico al infierno; aguantaba, se
digio rítmico. iTenía que andar, que vivir siempee pregu ntaba, parecía preguntar algo a la música. Y hasta
ligero, debido a la soberbia, versatilidad y pujanza de Uziel no cesaba en sus entusiasmos, en sus ensayos
que
de inter pretación, en sus aéreas interpretaciones, ella se
su donl
«Eso que los hace quedar callados es la envidia», se abrigaba. inmovilizándose en su pañoleta, no osaba
decía, al pasar por veredas y por casas donde se le levantarse para irse a dormir. Al fin siempre se hacía
abría paso, pero sin el merecido comentario. No di,. d silencio. Y ella esperaba ese punto con una resigna-
minuía su brío. Continuaba a paso rápido —inflamado ción que tenía su misma edad.
él, sino todos.— por las pacíficas calles de Solfamaras De pronto, Uziel invitaba de noche a algún amigo
Solo en las calles centrales, al ver de reojo a los otros' para que fuera a oír un disco nuevo. Uziel le silbaba los
sentía de pronto el odio dentro de la envidia viendo a "motivos que el tocadiscos producía: lo importante pare-
aquellos contemporáneos suyos sonriendo de pie en cía el silbido y no la grabación. Quería entusiasmo, y
grupo a las puertas del Bar Roma; el odio en la envidia con subrayados melódicos y recomendaciones vivaces
al verlo a él abrirse paso así, con su vida hecha aire estimulaba a su invitado si su invitado no reaccionaba
por delante y todo lo demás atrás. bastante.
Era que le temían. «Es que me temen.» Lo pensaba Por las mañanas Uziel se levantaba temprano, se
en el fondo de su silbido al verlos él al revés, ahí afeitaba silbando, se vestía nervioso de puro querer
mirándolo sin admirarlo mucho, envidiándolo mucho. largarse a la calle para excitar todavía los oídos y la
Entonces apresuraba el paso en dirección a la tienda admiración de las gentes, al mismo tiempo que se daba
del Ron Suave Gavilán, y daba al soplo silbado de su la prueba de su admirable estado de salud, la potencia
melodía el rapto irónico y sonriente de Cosí fan tutte. de sus pulmones y la genial musicalidad que alcanzaba
debido a su bravo brío lírico e inigualable poder de
afinación.
III Silbaba cualquier cosa: trozos de óperas célebres,
cake-walks, tangos lánguidos, impetuosas marchas mili-
Huésped único de una pobre octogenaria —que tares, fragmentos líricos con los que estaba seguro de
había sido la mujer triste de un caudillo—, Uziel producir el deliquio de los oyentes fuera cual fuere el
mandaba desde el principio en la casa y sistemáti• sitio donde demostrara su talento y el poderío de sus
camente ponía discos bravos. Los vecinos no se atre- pulmones. Había reído dejando a mujeres asombradas.
vían a quejarse. Nadie se le atrevía, por ser una po. Y confiaba tanto en el resultado de sus exhibiciones
tencia. La anciana moría de escuchar. Se sentaba como si se hubiera tratado de un divo glorioso que son-
paciente en las noches tristes: miraba la música. Algo riera ufano de su fácil dominio del soplo sobre la vulga-
le preguntaba, sin duda. De noche, frente a ese sillón ridad de los no dotados.
hamaca desde donde ella lo veía, aquel mozo inquieto A veces, en el propio negocio, mientras envolvía las
ponía disco tras disco, interrumpiendo unos para probar botellas, regalaba a algún cliente con un trozo alegre-
los otros, todos viejos pero todos triunfales. La anciana mente silbado. El cliente, en largo arrobamiento, abra-
102 Eduardo maltea o koluke que eilbaba 1o3

zaba la botella de ron envuelta en papel de colores. desprecio el verdadero tono de aquellas piezas trai-
O bien Uziel preguntaba cionadas.)
¿A qué no sabe de qué ópera es esto?... ivIásde una vez, Uziel había debido contestar con
Y producía el trozo insigne. El cliente sonreía acer- airado desprecio a los que impugnaban la categoría de
tando, fingía hacer memoria, o mostraba la vergüenza su genio. Como dando a un verdadero don la poca
de su total incultura. importancia de una habilidad subalterna, aquellos fu-
A veces Uziel llegaba a improvisar —particular- madores de tabaco negro en ocasiones aventuraban
mente en la calle—, mientras avanzaba a solas a lo hoscos reparos. El silbaba sin hacer demasiado caso de
largo de las veredas del pueblo. Alguna vez se asomaba la cosa: le gustaba ser medido conforme a la vara
por entre las celosías algún par de ojos. Solitariamente co rrespondiente a su categoría, y ante los mediocres
curiosos, los ojos seguían inmóviles el paso del caba- podía encogerse de hombros. A aquellos que le rega-
llero estentóreo, oían alejarse y desaparecer su silbido. teaban valor o desoían su destreza, no los saludaba más.
El virtuoso entraba a veces en tal o cual confitería A veces pasaba derecho ante el grupo burlón de
con el fin de comprar algunas masas o algún postre, o se ñoritos parados a la puerta del café Ciervo Viejo,
en cualquier estanco un pomo de betún para los zapa- un lugar menos fácil, frecuentado por un público más
tos, indiferente a los billetes de lotería exhibidos en joven, y sabiéndolos irónicos u opositores, redoblaba
los escaparates. Mientras esperaba que le envolvieran ante ellos su fuerza, lanzando al espacio el aire des-
lo comprado, silbaba indiferente unos compases. No le preciativo del más insolente de sus pezzi di bravura.
importaba más que su talento melódico, esa era su
lotería y el resto del mundo podía hundirse si no lo
escuchaba, si no reaccionaba o aplaudía. «O me reco- IV
nocen o no existen, parecía decirse fatuo y brioso,
Y brioso y fatuo contaba a la dueña de casa, al Sí, por todo eso ha pasado; pero ahora, al co-
regresar por la noche, los éxitos que le habían valido mienzo de su madurez, en definitiva él es él. El jovial
en el bar de la plaza o en el salón de lustrar donde se Uziel. El jovial y solo Uziel. Uziel el incomparable.
comentaba la política, tal o cual trozo de opereta, Su soltería la ha vivido — [qué! — silbando. Entre
después de cuyo saboreo los parroquianos habían guar- la casa de la anciana, los bares crepusculares y el
dado sus temas, aplaudiéndolo con las sonrisas dulcifica- mostrador de la tienda del Ron Suave Gavilán, los
das, en los rostros viriles y bravos, por obra de la destre- años han pasado sin haber ocurrido nada, y, cuando
za melódica del joven y elegante vendedor del Ron Suave acuerda, tiene más de treinta y cinco. En el espejo,
Gavilán. (Al final de algunas tardes, después de haber aquel brillante pelo embetunado parece el casco de un
cerrado el negocio, le gustaba ir a tomar un aperitivo famoso vencedor. Pero está solo.
con maníes y aceitunas en la confitería más central, A veces le molesta, al revés de antes, que su silbido
donde una orquesta de señoritas de celeste interpre- y su soberbia no lo dejen saber la opinión de los que
taba ciertos trozos de gran música que en aquella inter- quedan atrás en los sitios por donde pasa. «Son los
pretación él desdeñaba, silbando en los intervalos con gajes del talento», decreta; pero amargo.
104 Eduardo /T
U, hombre que eilbaba 1o5

No ha encontrado mujer que mirar, hasta esa tarde una partida de cajas de ron. Las recibió de vuelta,
en que ve salir del cinematógrafo a la suma dulzura : asombrado.
una dulzura llamada Destino. Sale alta, pálida, abs, A los diez días se presentó en casa de ella. Había
traída, de negro, junto a otra muchacha en cabeza, estado equivocándose en todo lo que hacía.
Y él, a quien no le ha gustado nunca ir al cinema. Ella abrió la puerta cancel de vidrios esmerilados
tógrafo porque durante una hora no puede silbar, con sus dibujos de fin de siglo.
bendice esa tarde, ese encuentro. «Es Nirao, le dice Tembló de verlo ahí, sin aviso.
el elegante Safor contestando a su pregunta, mies. —No lo puedo recibir —le dijo, mientras él la
tras todavía sale la gente de la sala del cine en el veía de una palidez blanca bajo el pelo negro, en su
crepúsculo de domingo. traje negro.
—¿Nira? Uziel la miró así, sin contestar. Y entonces ella
Nira que ha quedado sola. Nira la hija de fue cerrando lentamente la puerta, como quien no
Maradón, muerto hace tres meses. quiere herir a alguien, sin dejar por eso de rechazar
—¿Y esa que va con ella? su avance.
—Es su vecina: la hija del inglésWinnering Ghost. Desapareció detras del vidrio esmerilado, lenta-
—1Winnering Ghost] 1Qué nombre] Pero ella, la mente, firmemente.
de negro, ]qué bonita! Y él se fue. Sin silbar.
Silbó in crexendo el aire del elogio. Ella, que salía, Solo al dejar atrás el cruce de la calle, cien metros
lo miró. iQué fijeza en los ojos] Él la ve y se dice solo más allá, empezó de nuevo a llenar el aire con la ca-
entonces: «Sí. Está de negro.» vatina. Sin saber lo que silbaba. Ignorando lo que
Y entonces Safor, avanzando, los presenta. Los hacía, las calles por donde tomaba, la dirección que
presenta a la puerta del cine, entre los apretones de llevaba. Apenas caminando y silbando, bajo los faroles
la gente que sale hastiada de esas imágenes lentas y que se encendían, en el anochecer lleno de gente.
tediosas que los carteles prometían admirables: El Pero, ¿quién decide? Las cosas ocurren, cuando
gran Dinaga. tiene que ocurrir.
Uziel no pensó más que en que lo oyera silbar. Y las cosas ocurrieron.
—¿Puedo visitarla en su casa? Ella volvía una noche sola a su casa y él salía y
Nira contestó casi fría. otra vez caminaba silbando, sin rumbo, apenas echada
—Estoy de luto. Estoy sola. No recibo a nadie en la llave a la puerta del negocio del Ron Suave Gavilán.
casa. Casi se toparon, y Uziel quedó mudo, y ella quedó
Uziel midió el valor seco de la negativa. muda, queriendo pasar y seguir, mientras él seguía
Se despidieron. La vio de espaldas, de negro, alta, ahí parado.
melódica, con su triste pelo castaño apretado en la Mientras él seguía ahí parado. Preguntándole:
bonita cabeza sin sombrero. — ¿Cómo está?
Durante una semana él silbó abstraído, interrum- —Bien, gracias.
piéndose, equivocándose. Se equivocó en el envío de -- ¿Puedo caminar un poco, a su lado?
Eduardo hombre que ¿ababa
106
1 allF 107

Nira titubeó, callada. El sol entraba filtrado por las celosías. El sol reía,
Y entonces se vieron caminando por la oscura pese a ellas. Nira sonreía sin sonreír y él silbaba abajo
calle del Virrey, desierta. o hablaba fuerte con los clientes o lanzaba aquella
—Salgo de la casa de Alicia —dijo ella breve....., corta carcajada. ¡La carcajada de é/ de Uziel] Tan
Acabo de tomar el té. franca, tan bárbara, tan copiosa como el silbido de él,
—¿Le gusta el té? de Uziel.
—Sí. ¿Cuándo no había silbado, desde tantos meses a
—A mí el café. aquel día?
Y así hablaron del té y del café, de las Guayanas y Se acostaba silbando, venía del baño silbando, y
del Brasil, de lo dulce y de lo amargo, de la vida con silbando se metía bajo las cobijas. Un poco de amor,
té o de la vida con café, de la vida de los solitarios. lo más a la ligera posible, y luego otra vez el silbido
Así fue cómo empezó y así fue cómo terminó. Se ry solo después el sueño. El sueño mientras ella al
casaron tan pronto que en muchos casos se olvidaron lado pensaba.
de avisar. No bien saltaba de la cama, ya estaba silbando,
— ¡Qué distraídos] —decía ella. venía del baño silbando; ya partía el aire con sus vi-
—Verdaderamente —decía él. vaces, pánicos acordes. A ella la despertaba ya cada
—Lo hemos hecho todo tan mal —dijo ella. día aquel silbido triunfal del hombre que se despierta
— ¡O tan bien! —dijo él. escapándose de sí y de cuanto existe, a bordo de su
Y se fueron a vivir a los altos del negocio del Ron propio soplo modulado, entrando vital y sin proemio
Suave Gavilán. Al desván. Pensaban que era el desván en la copiosa melodía. Sin proemio. Sin tránsito. Sin
de la felicidad. ¿Qué les importaba el olor a paja, a tregua. Ni la veía ya, a ella, a la que salía del sueño
vejez; lo enorme y frío del salón; lo exiguo del baño; a su lado. Él se había acostado silbando en el desván,
el crujir de las estanterías en la planta baja? con la luna afuera, y se levantaba silbando, con el
sol ya en las celosías. Era como un soplo cada vez
más prometeico, invasor, estentóreo que llenaba los
V altos del negocio y se encajonaba en el baño repercu-
tiendo aún, saltando en modulaciones siempre triun-
Uziel silbaba otra vez; y ella lo creía alegre. ¡Qué fales, siempre vivaces, siempre fragorosas. Dentro del
alegre se sentía ella al sentirlo alegre! La alegría es baño, sin duda se superaba, se multiplicaba. Parecía
la voz viva de la unidad. ¡Qué suerte haber encontrado tener el alma llena de óperas. Su misma alma parecía
un hombre así! Él silbaba en el baño y ella pensaba una inmensa ópera silbada. Todo él escapaba y se
aquello; y al rato, mientras ella limpiaba aquel gran, expandía —archivitalmente— en el diabólico, vibrante,
gran cuarto, aquel enorme desván, viéndolo bajar lo poderosísimo sonido.
despedía sonriendo mientras él le devolvía la risa sil- Ella lo oía, desde la cama. Lo oía ya sin fin, mien-
bando alegre al saltar los escalones e ir a abrir las tras él se afeitaba, mientras él se bañaba. Lo sentía
puertas del negocio del Ron Suave Gavilán. después salir para vestirse a toda prisa, silbando cada
108 Eduardo Mallea bombee que oilbaba 109

vez más a toda prisa, cada vez en tonos más vehe. A veces se le oía saludar al vecino de enfrente —el
mentes y fornidos, hasta escapar hacia abajo por la zapatero balcánico— con un arpegio labial.
escalera para abrir las puertas de la tiende y dejar Cuando vendía mucho, silbaba, en la tienda ; y
entrar el sol como el victorioso interventor entre las cuando no vendía nada, silbaba también. Como el
botellas del Ron Suave Gavilán... Y Nira empezaba a aire es espíritu, sin duda pensaba expeler constante-
vestirse lentamente, en silencio. Pensando en el hom. mente el espíritu en aquella emisión ampulosa de fa-
bre que silbaba. Preguntándose pronto si quedaría en mosas silbatinas, en aquellos inmensos trémolos y
el fondo de aquel hombre algo del hombre a quien ella marchas. Y si vivía, era de puro poder escapar en
había elegido; algo, en el fondo de aquel estrépito aquellas fugas sucesivas.
silbado. Una a una se ponía ella las prendas en silencio. Sin embargo, al principio le guastaba a ella que él
Y luego iba sola al baño, en silencio, cansada. silbara. Se sentaba frente a él en el sillón a tejerle una
Después de la ducha tibia, cuando empezaba a or- tricota mientras él silbaba en el sofá, conservando el
denar las ropas en el desván, escuchaba siempre lo diario abierto ante los ojos, los compases absolutos
mismo: las frases de Uziel cambiadas con algún com- de algún fragmento wagneriano. Al principio el sil-
prador, el ruido de la puerta de la tienda al cerrarse bido le daba a ella aquella sensación de alegre paz.
después; y después, nuevamente, los compases del Afuera podía nevar, el silbido de Uziel era siempre
Cool fan tulle, la silbada Cidade Maravilkoea... cálido, siempre desafiante, siempre triunfador.
A veces caía al suelo alguna botella. Nira oía ese Al irse a dormir, ella lo escuchaba todavía, lo oía
otro sonido. Luego, nuevamente, el silbido de Uziel al silbar en el baño. Y él, abriendo y cerrando luego la
recoger en el suelo los fragmentos de la botella que. puerta, venía hacia ella con su jovial, conspicuo,
brada. poderosísimo silbido.
Elegía él, en la mesa, arriba, al mediodía, los Durante los agitados primeros meses, Nira había
trozos de lo que iba a comer. Ella se servía lo suyo, pensado: «Es alegre y lo quiero alegre. Por eso silba.
le preguntaba algo. A veces pronunciaba una queja; Por eso me gusta tanto.»
ya no iban al teatro, al cinematógrafo, al puerto, salvo El silbar de él entonces la alegra todavía tanto.
rápidamente, de modo que él pudiera estar cuanto /111
. La alegra. ¿Qué duda cabe? Pero..., ¿por qué silba
antes consigo. Y su consigo era su silbido. así? ¿No descansa, una vez despierto? Está ahí en el
Él nada contestaba a aquellas reclamaciones. Reía; baño, se encierra para silbar. El torrente del brioso
porque pensaba que tenía bastante con su silbido. silbido llena el desván, la escalera, el viejo salón
Nira interpretaba exactamente la falta de contes- bajo, tan triste. Sin duda lo oyen desde la calle. Él, que
tación. Se le veía la cara pensativa y mortificada de antes hablaba, ahora no está más que en su silbido.
los dejados solos. La amargura del que ha sido deser- Nira lo piensa. Primero con asombro.
tado. Levantaba los platos mientras Uziel iba a lavarse —¿Te gusta tanto silbar, eh? —le ha preguntado
los dientes antes de mirárselos en el espejo y juntar al principio.
satisfechos los labios en la primera silbatina despreo- iEs mi genio!
cupada de la tarde. ¿Te gusta tanto, eh?
lo Eduardo ma lle, 1 hombre que eilbaba 111

Pero en fin: ella lo quería alegre y él es alegre. De «No hay otro Uziel» se repite Nira alma adentro,
eso es de lo que insiste en convencerse. De eso, se repite Nira ordenando la ropa, allá arriba, en el gran
De eso solo. desván con las viejas celosías bajas. Oyendo a alguien
Pero cuando salen juntos, él va silbando. Más des. que entra allá abajo; que ríe con una o dos carcajadas;
pacio; pero no menos absorto, no menos silbado por y a Uziel que no deja más que en ese instante de silbar
su silbido. para reír también, decir un chiste y volver a silbar,
«No menos silbado por su silbido» piensa ella volver a silbar._
por aquellos días al caminar al lado de él. Y ella se dice:
Lo oye, y camina al lado de él caminando con su «No, no hay otro Uziel. Uziel es el que se ausenta,
silbido. tiziel es el que necesita ausentarse en su silbido, en
Y ella que lo creía alegre, que lo quería alegre, e l sonoro sustituto musical de su melódico vacío, de su
ve —un viernes, un sábado o un lunes.— que aquello, total, universal, fatalísimo vacío... Escapa directa-
en Uziel, no es más que la ausencia de sí, del ser, en mente de su hueco a ese infernal constante que lo
un sonido. lleva.»
Desde aquel día distinto lo empieza a observar en Y así fue cómo Nira se fue quedando sola en su
silencio, ya salida ella de ou silbido, del silbido de él. silencio.
En la casa, en las calles, en lo alto del salón de ventas. Así fue cómo empezó a odiar, a detestar aquel
Sin decírselo a él ya—porque: ¿para qué? terrible, múltiple silbido.
Sin decírselo porque para qué. Aquel aire que se llevaba en vastas melodías cierto
Nira limpia cada mañana el desván, pensándolo, con espantoso vacío de alma, cierto hueco que parecía
Uziel allá abajo ejercitando el aire para que el aire formarse únicamente en la forma de otra forma mo-
salga de su boca hecho aquella especie de triunfo, dulada.
aquella especie de él lanzada a ser el no-él del rapto
melódico. La sinfonía, quizá triunfal, de su silbada VI
soledad...
Nira piensa, en la sombra: «Lo he querido alegre. Nira, en silencio, empezó a observarlo más y más,
Y sucede que no es más que la ausencia de sí, del ser, durante aquel segundo invierno. Sí, Uziel reía; pero
en un sonido. En un aire melódico sin peso.» escapaba a su otra risa, la risa suya para sí, la feliz
Y en esos días es cuando ella, al descubrir que risa de su melodía.
Uziel no es más que su silbido, empieza a odiar ese Salían al frío del pequeño pueblo austral, él silba-
silbido. teando, ella escuchándolo.
Ese silbido que sale del baño; que sube por la es- Ella lo fue mirando, lo fue mirando.
calera desde abajo, venido, subido desde la tienda Uziel usaba su silbido para todo. Era su silbido.
llena de botellas para decirle a ella: «Yo soy él. El Aun cuando viajaron aquel otro verano a la playa,
soy yo. No hay otro Uziel. Somos el silbido y yo. instalándose en el pequeño hotel, ante un inmenso mar;
No hay otro Uziel.,
1 aun cuando Nira quiso hablar, o mirar al lado de
XXXIV, 8
112 Eduardo Afauea hombre que oilbaba
113

él las olas o las nubes; aun cuando aquel verano mo- Y eso se lo repetía ella a sí misma, y se lo repetía y
dulaba él más bajo aquel silbido, el silbido era peor repetía. Y así se hallaba parecida a él; pues así como
que el otro, que el mayor, porque era más interno, más él estaba separado de ella por el silbido, ella estaba
de él o de él en él, más lentamente reducido al huyente separada de él por el silbido.
motivo de su entraña. Si saberlo empezó a odiarlo.
¿No estás conmigo? —le preguntaba ella deses- Pues como el silbido de Uziel era odioso, Uziel fue
perada. más odiado.
—¿Cómo? —protestaba él—. (Qué desconocimien- La gente acepta al todopoderoso, pero odia el
to de mí] Cuando me veas silbar será que estoy feliz. ruido del todopoderoso. Se teme al sigilo, pero se
Y ella se repetía para adentro esa frase de detesta el retumbo.
«Cuando me veas silbar será que soy feliz.» Ella empezó a salir sola cada mañana, a dejar
Después de otras vacaciones en que él exultaba .sin nadie al lado— la tienda del Ron Suave Gavilan.
silbando y ella sufría callando, volvieron al piso alto A caminar y caminar, cuadras y cuadras, con el silbido
de la tienda del Ron Suave Gavilán. en los oídos y con Uziel ausente de su alma, con Uziel
Y cuando él la poseía, era ella la que no estaba ya, desterrado a su silbido.
pues sabía que era él el que no estaba. Que era él el Nira iba por las calles, entraba en alguna iglesia,
que quería escapar pronto, lo más pronto posible, del salía sin poder soportar ya el silencio, funestamente
amor a la libertad. A la libertad —o soledad— de su atraída por el silbido, porque el silbido —el silbido de
silbido. A escapar de su nada en la musical forma de Uziel—' era ya su destino. Más que el destino de él, el
la nada. destino de ella; pues él tenía la evasión, y el destino
Mientras Uziel sonreía, ella recapitulaba. es la no evasión. El destino es el amurallarniento defi-
Se decía: nitivo, primero y último. El que se evade de algo o
‹<Él, primero, silbaba muchas cosas. Pero después por algo entra por un segundo en su no destino, por
ya no fue más que el sonido parecido a su monotonía; un segundo es libre —o parece libre—. El destino es
a su monotonía interior, moral, personal. Ahora, ya el pensamiento al que no dejaremos nunca de volver.
no es más que un solo motivo: un solo silbido siempre Porque nosotros no estamos sobre él; pero él está
repetido.» sobre nosotros.
Y así, lo que ella empezó de nuevo a odiar fue ese Ella no lo quería odiar. Ella lo que odiaba era su
silbido, esa repetición. silbido. 1Ah, si su silbido hubiera podido no ser él!
«Se ha vuelto la repetición de sí mismo —se ¡Dejarlo caer a él como dejan caer a su huésped las
decía—. Como si fuera un mineral sonoro y no un garras del ave carnicera]
cambiante y diverso y distinto ser humano...» (Cómo sufría de no poder odiarlo, de puro querer
A su vez cayó Nira en aquella infinita obsesión; en no odiarlo, mientras él estaba allá arriba en el ínfimo
aquella infinita decepción. Sí, Uziel usaba su silbido cuarto de baño o abajo en la bodega, silbando, sil-
para todo. Uziel era su silbido. bando, silbando la salida de sí mismo hacia ese viento
«Él es su silbido» se dijo la callada mujer. melódico, maldito e infinito como todo lo que nos
114 Eduardo ala El hambre que silbaba 115

arrebata algo: ser humano, o demonio, o invención lleva de pronto adelante su inmutable letrero. ¿Qué es
del no ser contra los seres! esa luz? No; no es una luz. Es la movilidad aparente
Todo siguió así, meses aun, un año más, dos quizá. de las letras, cuando son nuestros ojos los que se
¿Quién cuenta el tiempo mientras cuenta otra cosa? mueven.
Ella ya no contaba más que las horas sacrificadas por Pero se detiene y se dice, espantada:
su oído al no él de aquel él. Al silbido de Uziel. Yo soy el error. ¿Qué quiero? Uno no es
Se tapaba ella los oídos, echada en la cama del el otro.
dormitorio todavía deshecha, en la cama deshecha de] Aquella tarde, Nira volvió dispuesta a no desertar
desván. Hubiera querido que la puerta del cuarto de de él. A no desertar de él, sino de ella. Decidida a
baño estuviera más lejos, más lejos, más lejos, no anularse pensando: «Yo soy lo que soy. Él es lo que es.»
allí como una hoja que deja pasar todo sonido, cóm. ¿ Qué vidas se juntan, qué vidas no son definitivamente
plice de él, pero verdugo de ella. Que el lóbrego sa- paralelas? Ella no podía en definitiva irse. ¿Irse?
loncito de ventas quedara por un solo rato en silencio, ¿Dónde?
En silencio. El negocio del Ron Suave Gavilán estaba a oscu-
Lloraba, mientras él silbaba. Y ya no podía más. ras; y ella subió en su cuerpo a su propia sonámbula.
Y ya no tenía dónde escapar. Cada escalón le proponía su propia respuesta.
Es Uziel, sí, su marido, el que se mueve allá
arriba. La ha sentido llegar; pero no lo muestra. Ella
VII es otra. No él. Sigue silbando.
Fue entonces cuando Nira se detuvo en el escalón
Empezó Nira a salir más y más cada mañana, sin que iba a alcanzar.
peinarse, estando más tiempo en la calle, caminando y Pensó en la calle que estaba atrás, en la noche,
caminando, recogiendo las protestas agrias de él por- cuya oscuridad va hacia el silencio. ¿No es la noche
que dejaba las camas deshechas, el antiguo desván el subterráneo donde baja a la soledad la compañía?
desordenado, el piso del baño cubierto de agua, las Pensó que la soledad era su celda. La noche su
celosías sin subir... prisión, su soledad. Allí no encontraría ya el silbido;
!Cuánto llevaba Nira sin decirse, callada y con- allí no encontraría más que el silencio.
centrada, a sus melancólicos paseos] ¡Cuánto llevaba Nira bajó despacio sin saber adónde iba. Y enton-
allá adentro! Pero, ¿qué podía decirse? Nos mentimos ces abrió la puerta, echo a correr como loca, avanzó
creyéndonos hablarnos. No llevaba en los oídos más hacia ese vacío adonde el silbido de Uziel no le llegaría
que el eco del silbido de Uziel.
«iSi pudiera irme!» se dice entonces. Fue la primera vez que él oía un ruido; la primera
Atraviesa las calles caminando esa idea, oyendo vez que no se oía a sí mismo. Oyó el golpe de la
esa idea. puerta, y bajó en tres saltos por los escalones, Corrió,
Si pudiera irse. y la vio, allá en la esquina, tomar torpemente la acera
No piensa más que en eso. Más que eso. Cada cual y caer. La levantó, viéndola exánime y exhausta; la
116 Eduardo ilin fiea

levantó con una especie de gran lloro o inhábil, mil.


naria aflicción, en el alma años y años despoblada,
Y llevándola casi en vilo como solo la había'llevado
una vez, caminó los pasos necesarios, transpuso la
puerta que había dejado abierta y subió callado los
escalones.
Y nadie volvió a oír el silbido de Uziel, al pasar
ante la tienda del Ron Suave Gavilán. Los días
Eduardo Mallea. de la ocupación inglesa
8o6. Sábado 28 de Junio. San León II, Papa y
confesor.

Buenoe Airee
Sigue el temporal del Sudeste.
Los ingleses, un puñadito que apenas pasa de
1.5oo hombres, y no todos soldados, han dormido al
abrigo, en el Fuerte y en Cuartel de la Ranchería.
La ciudad, con la lluvia y el viento para más humillada
en su vencimiento.
José Fornaguera en toda la noche no halló sosiego
en su cama y ya comenzó a jurarse que había de re-
conquistar la ciudad. Al amanecer, en medio de la
4
lluvia, aporreó la puerta de la casa del Regente de la
Real Audiencia, don Lucas Muñoz y Cubero, para
preguntarle dónde podría encontrar armas y si las
capitulaciones que se habían hecho con los ingleses
obligaban a todos los vecinos a jurar fidelidad al rey
de Inglaterra, porque él, Fornaguera, estaba dispuesto
a luchar de todos modos. El regente, aún afligido y fa-
tigado por los sucesos de la víspera, le respondió que
él estaba sujeto al juramento y que si buscaba armas
Anticipo de un libro, que aún se investiga, sobre los años i8o6 y 1807
en el Rio de la Plata.
ii8 Alberto Lob cítele de la ocupación ingleea
Salad 119
fuese a casa del coronel Pérez Brito. Pero este tampoco Poco después de las nueve, el Ilustre Cabildo de la
tenía armas y solo le proporcionó, en consuelo, este ciudad, constituido por Francisco de Lezica, Anselmo
elocuente discurso: «10h1 Noble español, .37 cuánto Saenz Valiente, José Santos Inchaurregui, Jerónimo
deseo que sus elevadas ideas tengan el más feliz éxito; Merino, Francisco Antonio Herrero, Manuel José de
el dolor que me acompaña y que casi no me admite ()campo, Francisco Belgrano, Martín Gregorio Yanis,
articular palabra, es no saber cómo ha sido esta gran acompañado por don José Mauson Mila de la Roca,
pérdida; el señor Virrey no sé lo que se ha hecho, y en su calidad de intérprete, ingresó al Fuerte, llamado
lo que mas me aflige es que después de haberse él alisen. por la nueva Excelencia. La entrevista fue áspera,
fado me ha mandado el que tratase de la capitulación ; llena de quejas y de exigencias por parte del inglés
si yo hubiese tenido el mando no nos veríamos, tal vencedor: que sus tropas desde hacía tres días no
vez, en la miseria y bajeza en que nos hallamos; él ha comían alimentos calientes, que faltaban verduras y
obrado por su propia autoridad y por esto nos hallamos carnes —que ya las había pedido el día anterior—, y
tan vilmente avasallados.» Ya para esta hora —las que sin dudas algunos de los excesos cometidos por
ocho de la mañana— otros buenos vasallos españoles sus tropas se debían a esta insatisfacción. El Cabildo
andaban hablando y tratando diversidad de planes respondió que los ingleses debían tener un poco de
para sacudirse la vergüenza: Juan Trigo, Pedro Miguel paciencia porque la misma escasez sufría todo el
de Anzoátegui, Felipe de Sentenach, Miguel de Es. pueblo, con la diferencia de verse agobiado por los
quiaga... males de haber sido conquistado. Pero el general no
A las nueve de la mañana se izó en el Fuerte el cejó en su empeño de mortificar a los miembros del
pabellón británico, que fue afirmado con una salva de Ilustre Cabildo y prosiguió después exigiendo los cau-
artillería y saludado también a cañonazos por las dales del Tesoro Real, ese tesoro que ya habían
naves inglesas ancladas frente a la ciudad. La ciudad, comenzado a repartirse formalmente en la ciudad del
sacudida por el estrépito, siguió, sin embargo, como Cabo. Todos los argumentos fueron inútiles: que el
muerta. No se abrió ninguna tienda ni pulpería, y el tesoro estaba fuera de la ciudad cuando se trató de la
mercado de la plaza estuvo desierto todo el día. Los capitulación, que el asunto no era de competencia del
casacas coloradas hicieron guardia en las esquinas de Cabildo, que no sabía el Cabildo dónde estaba el
la plaza, en los portales del Cabildo, en unas calles Tesoro ni el Virrey. Beresford solo repetía que ya el
abatidas por el frío y el viento. día antes había exigido la entrega de esos dineros, y
A esa misma hora, Guillermo Carr Beresford, que lo quería a la mayor brevedad. Ni el brigadier de
«Comandante en Jefe de las fuerzas de Su Majestad la Quintana, que entró en esos momentos a cumplimen-
Británica empleadas en la costa del Este de la América tar al nuevo Gobernador, pudo convencerlo. Beresford
del Sur», comienza a tratarse y a actuar como Gober- se mantuvo adusto, amenazador, como dejando en-
nador de Buenos Aires y de todas sus dependencias, trever que si no se le concedía lo solicitado no habría
y comienza a sentirse superior al comodoro Sir Home capitulación y que podría ocurrir cualquier desgracia a
Popham, que ha desembarcado después del saludo de la población. El Cabildo, vista la circunstancia, pro-
las naves. metió escribir de inmediato al Virrey, donde se encon-
120 "liberto Al. Salad o día,' de la ocupación inglesa 121

frase, para que resolviese la entrega del Tesoro, como


condición previa a la firma de la Capitulación. Seres. Jicote de Castro
ford aflojó el ceño, y con una sonrisa, les dijo que
además necesitaba alimentos para io.000 hombres, Todo el rancherío se ha convertido en el campa-
pues sin dudas ya sabían que tenía diez navíos de línea me nto de las fuerzas que conduce el Virrey en su re-
entre Maldonado y Buenos Aires, y que además, tirada. La mayor parte de las tropas de caballería han
deseaba alojar a sus oficiales en casas de familias do ten ido que dormir a la intemperie, en medio de la
la ciudad. El Cabildo se despidió de Su Excelencia, lluvia y del barro. Solo pudieron comer algún mal
La jornada fue larga para el nuevo Gobernador, asado de las reses que arrearon de los Corrales de
ya que lo esperaban, acudiendo a su llamada, la Real
Audiencia, el Consulado, eclesiásticos y diversos fun- Temprano, en la mañana, el Virrey ha convocado
Miserere•
cionarios, a los cuales, siempre usando los servicios a una junta de sus generales, que no lo son: coronel
de Mila de la Roca, dio seguridades y garantías de don Pedro de Arce, subinspector general; don Manuel
respetar la religión, personas, oficios, bienes y propio. Gutiérrez, teniente coronel de Dragones; don Tomás
dades, sugiriendo, en pocas palabras que él desempe. de Rocamora, sargento mayor veterinario del Regi-
ñaría las funciones del Virrey. Sorprendió a todos los miento de Voluntarios de Caballería de Buenos Aires;
presentes, que escuchaban en silencio, que el prior el coronel de Caballería de la Frontera y comandante
de los Predicadores se adelantase a dar la obediencia de ella, don Nicolás de la Quintana; el capitán y co-
y las gracias por la humanidad de las armas inglesas, mandante de Artillería, don Joaquín de Vereterra.
agregando —no se sabe por qué inspiración— que El Excelentísimo, siempre compuesto y solemne, hizo
«... aunque la pérdida del gobierno en que se ha for- una abreviada relación de la desgracia ocurrida el
mado un pueblo suele ser una de sus mayores desgra- día anterior, agregando que el retirarse, como lo había
cias, también ha sido el principio de su gloria. Yo no hecho para no entrar en la capitulación, le parecía
me atrevo a pronosticar —continuó— el destino de la el camino más decoroso y adecuado para proseguir
nuestra, pero sí aseguro que la suavidad del gobierno la lucha y la defensa de los caudales que mandó extraer
inglés y las sublimes cualidades de V. E. nos conso- oportunamente de Buenos Aires. El Virrey no dejó
larán en la que hemos perdido ayer, pues aun cuando de señalar la malísima calidad demostrada por la tropa
nosotros y V. E. profesemos distinta religión como miliciana tanto en Quilmes como en Barracas. Todos
podría suceder, ambos debemos convenir en que hay los jefes estuvieron de acuerdo con el propósito expre-
un Dios que premia a los buenos y leales y castiga a sado por el Excelentísimo de establecerse en la primera
los malos y pérfidos». Y así siguió perorando, en villa o pueblo de esta campaña para iniciar la resis-
nombre de los prelados de las religiones allí presentes, tencia y el amparo de los bienes de S. M. C.
aunque con la disconformidad manifiesta del de los Hacia el mediodía llegaron al campamento don
Bethlemitas, que después se negó a firmarla, cuando se Juan Antonio de Santa Colonia y don Antonio de las
escribió a pedido de Beresford, muy halagado por Cagigas, diputados del Cabildo, que traían oficio soli-
todo esto. citando al Virrey que entregara los caudales. También
122 Alberto ,41. Salad se días de la ocupación inglesa 123

se recibió el oficio del brigadier José Ignacio de la entregar pasaportes a los oficiales que regresaban
Quintana, urgiendo lo mismo. Este Quintana, como a Buenos Aires, para ponerlos a cubierto de toda
hombre prudente, inició su carta diciendo .«Cuan- sospecha, como ocurrió con el capitán de caballería
do V. E. se ausentó, enterado del deplorable estado José Llano, el coronel Juan Ignacio de Elia, el coronel
de defensa en que se hallaba esta ciudad...» Tomás de Rocamora, «... el comandante don Francisco
Su Excelencia, siempre con abundancia de tiempo, Castañón, los capitanes don Felipe Castilla, don
siempre tan minucioso y detallista en sus decisiones Julián del Molino Torres, don Javier Riglos, don José
—a veces impenetrables— dictó las instrucciones al ma ría Balbastro y el alférez don Bernabé de San
subinspector Arce para que personalmente discutiera Martín»,
este problema de los caudales con el jefe inglés; in- Algunos tuvieron que regresar de a pie para ren-
cluso se acordó de indicarle en ellas los cumplidos dirse a los ingleses. Una humillación sobre otra.
iniciales de rigor. Pero las idas y las vueltas del
subinspector de nada han servido. El señor Virrey, tigio
presionado por todos y por el temor de que los ingleses 11306. Domingo 29 de Junio. Santos Pedro y Pablo
saqueen la ciudad, ha cedido todos los caudales del
Rey y hasta los de la Compañía de Filipinas, que aun- Bueno/ Aireo
que protegida por la Corona era una compañía par- Amaneció en las paredes un bando del general
ticular de comerciantes. Finalmente ha dado órdenes ing lés lleno de buenas palabras, de promesas y libe-
a los portadores, detenidos en Luján con sus pesadas ralidades: respetaría a las personas, a la religión y a
carretas para que entreguen el oro, y no falta en la sus santos ministros, los tribunales de justicia y la pro-
ciudad quien afirme que Sobremonte ha tomado dis- piedad. Asegura, además, que todo lo que consuman
posiciones adecuadas para salvar sus propios dineros, sus tropas será pagado a los precios que fije el Cabildo.
que por economizar transporte, llevaba en las carretas El mayor general, que obra así con espíritu magnánimo,
del Rey. declara en el papel apaisado impreso en los Expósitos
Durante el día se han recogido las armas de los e— que es la más graciable intención de S. M. que se
Voluntarios de Caballería de Buenos Aires que acom- abra un comercio libre y permitido a la América del
pañan al Virrey, todos vecinos de la ciudad. Más Sur semejante al que disfrutan las otras colonias
tarde el Virrey les ha ofrecido doble paga para que de S. M...» Por ello el mayor general confía en que
lo acompañen a Córdoba, hacia donde en verdad se todo buen ciudadano se unirá a él «.., para mantener
dirigía. Los hombres contestaron que no podían aban- la ciudad quieta y pacífica, pues pueden ahora gozar
donar a sus familias exponiéndolas a la mendicidad. un comercio libre y todas las ventajas de las relaciones
Otros dicen que hasta lo llenaron de improperios y se mercantiles con la Gran Bretaña, en donde no hay
volvieron a la ciudad. Los oficiales, visto y oído esto opresión, que como entiende ha sido lo único que han
se acercaron a S. E. «... pidiéndole su determinación, deseado las ricas provincias del Río de la Plata y los
quien les dijo: Vayan uotedee con Dioo.» Así lo comenta habitantes de la América del Sur en general para ha-
el teniente Juan Manuel Alzaga. El Virrey se negó a cerlas el país más próspero del Mundo.»
124 Alberto Al. Sala, Los días de la ocupación inglesa
125

Hoy entró en la ciudad Santiago Liniers, prov, Rosario (ofreciéndola las banderas que tomase a los
niente de Ensenada, que el día 26 fue llamado por el enemigos) de ir a Montevideo a tratar con aquel
Virrey. Edmundo O'Gorman, confidente de los señor Gobernador sobre reconquistar esta ciudad fir-
gleses, le gestionó el permiso para entrar a la ciudad, memente persuadido de que lo lograría bajo tan alta
sin definirse si Liniers estaba comprendido en loa protección».
términos de la capitulación, que aún no acabó d, En este día por primera vez se ha visto en la
firmarse. Se alojó en la casa de don Martín de Sarratea, ciudad el andar de las patrullas y rondas realizadas
su suegro, en las inmediaciones de Santo Domingo, por los alcaldes de barrio, dos vecinos y dos soldados
Después se presentó a Beresford, que hablaba el ingleses, para conservar el buen orden de la ciudad,
francés corrientemente. pero «... no obstante este celo hubo varios pequeños
Algunas personas de opinión ponderada y de incues- robos y otras violencias cometidas por las tropas in-
tionable fidelidad a S. M. han comenzado a advertir glesas, a quien se castigaba con frecuencia y vigor, y
cierta insolencia en los esclavos y han percibido entre por el paisanaje, siendo una de las desgracias los tres
algunos jóvenes criollos un aire parecido, como mo- sablazos que dieron en la cara y cabeza al contador de
fando de los metropolitanos, fieles vasallos de S. M. Diezmos, don Nicolás del Campo, lo cual fue tan
Aunque parece que se ha resuelto definitivamente terrible al general inglés, que este, no contento con
el problema de los caudales y se apresta un piquete de haberle mandado los cirujanos ingleses para que lo
caballería inglesa para ir a buscarlos, queda aún pen- curasen a su cuenta con el mayor cuidado y esmero,
diente el problema de las embarcaciones de cabotaje, pasó a visitarlo en persona...» La novedad de estas
más de 17o, de las cuales se han apoderado los inva- patrullas hace pensar que tal vez se limpie esta ciudad
sores, según sus famosas leyes de guerra. inundada de rateros y vagos que no se perseguían,
En los oficios religiosos de hoy «... se experimentó y de que resultaron muchos daños y muertes en las
decadencia y cierta frialdad en el culto por la prohi- pulperías, casas de juego y otros burdeles donde se
bición que se expusiese el Santísimo Sacramento.... acogían...»
En la cofradía del Rosario no hubo más que una misa En el día de hoy los catalanes don Gerardo Esteve
cantada «.., sin manifiesto, y habiendo concurrido a Llach y don Felipe de Sentenach se han comunicado
ella el capitán de navío de la Real Armada y Caballero sus respectivos proyectos para acabar con el insopor-
del Hábito de San Juan, señor don Santiago de Liniers table yugo inglés.
y Bremont, que ha manifestado siempre su devoción Alberto M. Salad
al Santísimo Rosario, se acongojó al ver que la función
de aquel día no se hiciera con la solemnidad que se
acostumbraba. Entonces conmovido de su celo, pasó
de la Iglesia a la celda prioral, y encontrándose en
ella con el Reverendo Padre Maestro y Prior Fray
Gregorio Torres y el Mayordomo primero, les aseguró
que había hecho voto solemne a Nuestra Señora del
Caballeríae del Nuevo Mundo 127

iimagen
magen especular y que la palabra es la sola traductora
de un mundo nuevo que surge, es decir, de una idea?
Porque la pezuña humana que una y otra vez choca
con el cristal, o el espejo, o el telescopio en el que la
atmósfera terrestre impide, fastidiosa, que toque el
más allá, tendrá que valerse sin remedio de su habla,
de su fabla, de su fábula; en fin, de todo aquello con lo
Caballerías que pueda responder a una incógnita y religarse al
universo. Actores o espectadores, todos improvisamos
del Nuevo Mundo nuestro papel; el destino de muchos es el de ahogados
en la historia, otros son náufragos a los que el azar o
la fuerza física mantiene a flote hasta que los salvan
UIZÁ asistimos siempre a un descubrimiento, En sus gritos o un golpe de viento los arroja a la playa.
la proposición arriesgo la duda porque la palabra Pensaba yo en cosas tan dispares como las que
descubrimiento —y la palabra en sí, como signo de día a día nos sirven en esta era espacial, de la fisión
inteligencia entre los hombres y puesta a su más alto nuclear y de la electrónica, época de la imagen que ha
servicio, que es el de la razón— viene a posteriori del superado para algunos a la de la «galaxia» Gutenberg,
sueño, enhebrada a la fantasía aunque no lo parezca, y a la vez en todas esas noticias, cartas, diarios de
La idea es cosa distinta y puede permanecer largo navegación e biatoriae verdaderas con los que los con-
tiempo en forma larval, latente, inexpresa, hasta que quistadores y cronistas del siglo xvi dieron satisfacción
logra salir a la superficie con su esencia, tangencial- y pábulo a la fantasía de los utopistas —precursores
mente unida a la apariencia de las palabras. Decía y sucesores—. En tan ágil salto de acontecimientos
Alfonso Reyes que «desde el día en que Adán puso no es extraño que se entremezclen los naipes, y el
nombres a los entes de la Creación para apoderarse surgir de nuevas nacionalidades africanas me haya
de ellos por medio del lenguaje, la suma sensualidad hecho acordar de las nuestras en América, ocurrido
humana es la palabra»; con ella se toca, se ve, se hace más de siglo y medio.
huele, se paladea y en última instancia, aunque sea la Vuelvo a mi primera proposición: quizá asistimos
primera, se oye. La comunicación es entendimiento de siempre a un descubrimiento. No es más que la abis-
algo que alguien ha descubierto: en suma, noticias de mada perplejidad del hombre ante lo que es capaz de
una idea que se vuelve realidad mediante la palabra. hacer. ¿Cómo él, la más indefensa criatura desde que
Y según se asciende en la escala de las inteligencias nace, ha podido resguardar su vida de la naturaleza
—recuerda Unamuno que Santo Tomás enseñaba— que lo acosa, labrar sus primeros útiles, inventar com-
«se comprende el universo con menos ideas, hasta plicados instrumentos, descubrir nuevos mundos a tra-
llegar a Dios, que lo ve en una sola: la de sí mismo.. vés del océano o seguir buscándolos en la bóveda
¿Será que el hombre, hecho a Su imagen y semejanza, celeste? Perplejo ante semejantes ideas, hasta se siente
andando el tiempo, descubre que el arte es igual a la tentado de concebir el universo en una sola: la de sí
XXXIV, 9
128 F. Scbultz de Mantovani Caballeríaa del Nuevo Mundo 129
mismo. Vade retro, que esa fue la culpa de Satán, el hombre que aquí procrea a su patria. Destaca Al-
Semejante, pero no igual a Dios, el hombre no puede fonso Reyes que la independencia no consistió en
hacer un mundo de la nada; todo lo que puede hacer desprenderse de un Estado, sino en «arrancarse de un
es descubrirlo. Existía, antes que él, y si hay pecado pasado ya muerto. Como hizo aquel Gonzalo Gue-
radica en el orgullo de un heroísmo colectivo, No haya rrero, abandonado por una de las primeras expedicio-
duda teológica: el hombre, con su libre albedrío, dis, nes en las costas mexicanas, que ya se había taladrado
pone en esta existencia de una oportunidad no desde. las orejas y tenía mujer india e hijos de la tierra cuando
ñable, tanto para el bien como para el mal. «El pro. lo encontraron Cortés y los suyos: optó por no se-
greso hacia el Bien es tan libre como el progreso guirlos, según refiere Bernal Díaz del Castillo. Es el
hacia el Mal —decía Berdiaeff—; los dos son volun. primer caso de ruptura, de enfrentamiento con el
tarios. Pero el movimiento del hombre hacia el Bien porvenir, de que se tenga memoria en este Nuevo
se efectúa con la ayuda de la Gracia.» Que es su sal. Mundo.
vación; porque solamente la gratuidad del amor puede Pero nadie puede encerrar bajo siete llaves un
salvar a la criatura condenada en primera instancia pasado aunque lo considere muerto, porque llega siem-
por su error. Error que no depende ya de la voluntad, pre, inesperado, como el fantasma del padre, como los
sino de la inteligencia; de una sordera de la inteligencia. rasgos familiares que sin duda Gonzalo Guerrero vio
Errores y de grueso calibre cometieron los hom- aparecer en la cara de sus hijos mestizos. O la lengua
bres que vinieron del Viejo al Nuevo Mundo. Proce- en la que él mismo soñaba, molde de un pensamiento
dían de una cultura cuyo sedimento griego, de fábula y que pretendió dejar atrás.
razón, se había dispersado por Occidente. (Atendiendo Codiciosos y hambrientos de gloria, como lo repite
al rotar de la tierra y la dirección del viaje, las Indias uno de los más antiguos conquistadores —que así dice
venían a ser, a su vez, el extremo occidente...) Lo de sí mismo Bernal Díaz—, vinieron a la conquista
cierto es que aquí se encontraron no con monstruos de la Nueva España, nombre que deliberadamente
sino con seres dii viri reeento, como había dicho Séneca, indica una filiación, «por dar luz a los que esta-
recordado por Montaigne en su ensayo Sobre lo caní- ban en tinieblas, que era la causal religiosa, «y tam-
bales: esto es, hombres recién salidos de los dioses. bién por haber riquezas, que todos los hombres común-
Pero, ¿qué surge del encuentro de esos hombres natu- mente venimos a buscar». El pasaje a las Islas de la
rales con estos otros, producto de la cultura europea? Especiaría es el otro señuelo, aparentemente real,
Una liberación, que tiene que ver con lo telúrico, pero pero mera fábula que abandonan en el camino. Es
sobre todo con el espíritu del hombre que cobra con- que, en verdad, no venían como exploradores, ni
ciencia de sus hazañas. América es una grande expan- curiosos pesquisantes interesados en averiguar rutas
sión del libre albedrío en Occidente, y en su faz geográficas, ni etnógrafos avant la lettre, cosa que si
cristiana significa la voluntad de luz sobre las tinieblas, se dio fue por añadidura; venían como cruzados de
el empuje de la razón, llevado de la rienda por la fan- una todavía reciente alma medieval, imbricada y sus-
tasía y el sueño utópico. En suma, la libertad sentida pensa en la hazaña más intelectual y renacentista que
como una idea que se abre paso conscientemente en consistió en el «descubrimiento» del hombre por el
1.30 F. Scbultz de Mantovabi Caballería,' del Nuevo ¿Pendo 131

hombre, de la criatura humana y su poder de perma- dignado por la Crónica de López de Gómara que, en
nencia en la Tierra: vencer a los astros adversos. su afán por exaltar a Cortés, olvida a los que lo acom-
// saggio piega a sé anche le alele, dice el proverbio. pañaron; y lo que también lo irrita, el nombre de sus
Alimentados por las utopías del Renacimiento, los caballos, y hasta el pelo, que él recuerda con macha-
cronistas del siglo XVI hablan del Nuevo Mundo corno cona insistencia. Más que relación, la de Bernal Díaz
del sitio prefigurado por los vaticinios. Si hasta el del Castillo es una novela de caballerías, parecida a
mismo Colón, entre el 20 de noviembre de 15oo y la del Amadís, que no se sabe si alguien le contó o él
octubre de 1501, mientras prepara su cuarto y último se trajo en sus faldriqueras (salvo la aparición de
viaje, escribe el Libro de las profecías ayudado por el Urganda, sustituida por la de la mujer, real y tan-
cartujo italiano Gaspar Carricio. ¿Se sentía un pre- gible). Es un testigo veraz: desde su irritación, que lo
destinado? Todos estos hombres quizá lo fueran, aun- mueve a escribir tan tarde, hasta el desasosiego que
que desconociesen la última cara que les iba a pre- confiesa, cuando nos cuenta que lo ensordecieron los
sentar su destino. Con el nombre de uno de ellos iba tambores indígenas por la noche, hora en que sacri-
a quedar bautizado el continente que describía su ficaban a los soldados españoles. Y que temió mucho
obra: Mandas 110VIld . Lo que escribió después, desde a la muerte, y al maleficio que entraña tocar a los
1505 a 15o6, Lettera di dinerigo Vespucci dele ¿sale ídolos, así sean de gentiles, cuando se los derroca para
nuovamente trovate in quattro suoi viaggi, se reedita siete implantar la imagen de la Tececiguata, que era el nom-
veces el mismo año de su aparición, y nueve más, en bre que esos indígenas daban a Nuestra Señora.
latín y en alemán, durante el siglo. Es que, fuesen «La investigación de los mitos se ha contentado
relatos autobiográficos de quienes no se resignaban a hasta ahora con ideas solares, lunares, meteorológicas,
dejar en silencio sus aventuras, o historias de letrados de vegetación y otras auxiliares —ha dicho Jung en un
que no salieron de España pero recibieron información ensayo publicado en esta misma Revista de Occidente en
de quienes lo hicieron, todos tenían conciencia de lo su primera época—. Se olvidó casi por completo que
que estaba aconteciendo. Pedro Mártir de Anglería los mitos son en primera linea manifestaciones psíqui-
coincide en el nombre que el florentino Vespucio da cas, que representan la esencia del alma., ¿Será preciso
a estas tierras y llama a sus escritos De Orbe Novo deducir, por tanto, sin forzar demasiado el análisis,
Becada Octo. que las leyendas del Rey Blanco, de las Amazonas,
Sin embargo, nadie iba a anclar más definitiva- de la Ciudad de los Césares y de la Plata eran, no lo
mente en esta «novedad» humana como el autor de la que en realidad existía, sino lo que los navegantes
Verdadera y notable relación del Descubrimiento y Conquista deseaban que existiese? ¿Qué era lo que habían venido
de la Nueva Espada y Guatemala, Bernal Díaz, el a buscar, la tierra inhóspita con sus montañas, sus
soldado tan anónimo que hasta se ignora la fecha de selvas y sus planicies desmesuradas, con el cambio
su nacimiento en Medina del Campo y solo se sabe la radical de sus estaciones climáticas, con su contradic-
de su muerte, en 1582, en su encomienda de Guatemala, ción de nómadas, desnudos y, más que mentirosos,
lograda en parte por esta requisitoria de la que escribe incomprensibles habitantes? Lo cierto es que, en lo
el prólogo, a los ochenta y cuatro años de edad, in- que nos toca, en la larga serie de experiencias desas-
132 T. Schultz de Mantavanj Caballerías del Nuevo Mundo 133

trosas, para los que vinieron al Río Grande de Solís cuya voracidad la condenó, en descampado, la mala
Mar Dulce o de la Plata, no contaba o contaba muy' justicia de los hombres.
poco el desencanto. Es que el entusiasmo es padre de La leyenda tiene mucho de ficción, pero en lo que
la invención; y de la fantasía, que no se da por vencida, no inventa es en aquella línea de manifestación psí-
La vereda de la razón queda en Europa; América es quica de la que habla Jung. Lo que vale es lo que
el vértigo de lo vital, donde cabe el apetito, que aguza quiere decir, la transfiguración de lo real en un hecho
el ingenio. deseable: la Maldonada, a la que desde ese momento
Así, Gian Ambrogio degli Eusebi, que fue secre- llamaron la Biendonada, es una de esas ejemplaridades
tarjo y discípulo del Aretino, escribe a su patrón directamente venidas de la fábula griega que atribuía
en 1545: «El río donde estamos se llama Paraguai; a seres irracionales o elementos de la naturaleza reac-
el otro más abajo, en el que este entra, y que va al mar, ciones y virtudes solo dable esperar de los humanos.
Paraná. Estos dos ríos son largos de dos mil millas, La invención, como descubrimiento, también corre
y todavía no hemos visto el origen donde nacen, a lo largo de la historia. Me he valido de una y otra:
porque los dejamos después y entramos por tierra, la del siglo xvi y la contemporánea, la de la ruptura
donde dicen que está el oro y la plata.» Le habla de con el pasado producida en quien ponía el pie en
las amazonas, que no tienen hombres con ellas sino América, y, por contraposición, la actitud de conti-
en ciertas épocas, y promete, en tres años más, re- nuidad del renacentista, el equilibrio de los siglos
gresar con tesoros para darle. Entre tanto le pide que siguientes, las revoluciones emancipadoras del xix, y
le envíe, con un Grimaldi genovés, que integró la la independencia que, en buena amistad o lucha franca,
expedición de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, unas desliga hoy a pueblos lejanos de una mancomunidad
cuentas de vidrio azul para dar a algún indio principal, de naciones o Commonwealth. Pero todo me lleva a
y algún libro suyo de los nuevos para divulgarlo en decir que el hombre siempre está descubriendo un
estas tierras donde, quizá entre hambre y guerras, vecino «orbe novo», como vecinos parecen ahora los
podrían caber el ocio y la lectura. Pero, ¿para qué planetas y nada más que a un tiro de cohete la Luna
hablar de riquezas, si hasta los padecimientos daban impasible. Es que esta historia ininterrumpida es un
quehacer a la fantasía? Ruy Díaz de Guzmán, en el libro de caballerías del que no sirve buscar el desen-
siglo siguiente, al rememorar el gran hambre que pa- lace: vale por cada uno de sus episodios. Quizá uno
decieron los fundadores de Buenos Aires, lo compara de los más importantes es el que narra el enfrenta-
al de la sitiada Jerusalén, en tiempos de Tito y miento del hombre del xvi con la nueva realidad que
Vespasiano, cuando tuvieron que comer carne hu- había buscado y en la que está la mujer, esa desco-
mana: cuenta el caso de la Maldonada, la mujer que nocida que cobraba relieve, así se llamase Isabel la
huyó después de ver cómo devoraban el cadáver de su Católica, que creyó en un visionario regalador de
marido, por la noche, los soldados hambrientos. Dice imperios, o esa otra que no era nada ni nadie, su
que se amparó en una cueva, ayudando a una leona a homónima, Isabel de Guevara, la que escribió una
dar a luz sus cachorros. Y que más tarde la leona la carta en 1556 desde el Río de la Plata. En ella dice
reconoció, defendiéndola día y noche de las fieras a a la princesa gobernadora Doña Juana: que las mu-
134 F. Schultz de Mantovant

jeres «sargenteaban, a los hombres, porque era nece.


sacio, atendían a la vela y al trinquete, y como más
resistentes al ayuno, guardaban el ánimo ante la grand e
hambre que se sufría en Buenos Aires. Isabel de
Guevara, como Bernal Díaz del Castillo, también
decía de sí que era una de las primeras conquistadoras
y, sin embargo, formaba parte de los olvidados y
postergados.
Pero tenía que ser un castellano viejo, un soldado
raso como aquel cronista improvisado de Guatemala,
el que descubriese en la india Doña Marina, concu.
bina de Cortés, a la mujer «que en todo se conocí a
que era muy gran señora y principal». Ella es la que
arraiga al hombre en la tierra dándole hijos que
hablan de sus sueños renacentistas. Por ella el Nuevo una novedad sensacional
Mundo se acentúa desde entonces en un nosotros, los
pueblos, compuestos sin exclusiones de raza, sexo,
religión ni color. Para eso era el Descubrimiento.
HISTORIA
Fryda Schultz de Mantovant
UNIVERSAL
en sus momentos
cruciales
por
Itrandon, I leer. 1"almer,Thomas y otros
Una magistral obra sintética que describe el largo camino del hombre
a través de las edades y las civilizaciones, mediante el estudio de
100 momentos cruciales de su historia.

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Situación del filósofo
argentino
L—La labor filosófica argentina, en el presente, ha
dejado de ser un esfuerzo aislado y esporádico; las téc-
nicas de investigación ya no son rudimentarias ni la
información insuficiente. Contamos, a lo largo del país,
con múltiples cátedras de filosofía en las que el nivel
de la enseñanza es satisfactorio; nuestros estudiosos
manejan textos, por lo general, en sus lenguas origina-
les y con buen aparato erudito. La bibliografía elabo-
rada en los grandes centros llega relativamente pronto
a nuestras manos y el ritmo de las publicaciones, entre
nosotros, va en aumento. Son frecuentes los trabajos
rigurosos, personales y exigentes. Además de los ilus-
tres nombres fundadores de Alejandro Korn y Alberto
Rougés, pensemos en la valiosa labor realizada en las
últimas décadas por Francisco Romero, Coriolano
Alberini, Vicente Fatone, Carlos Astrada, Ángel Va-
sallo, Eugenio Pucciarelli, Juan Adolfo Vázquez y
Emilio Estiú.
Es cierto que el pensamiento argentino se alimenta
de tres vertientes filosóficas: la alemana, la francesa y
S. h. la inglesa. La influencia española es bastante escasa,
PEDIDOS A: 1000., con la sola excepción de Ortega y Gasset. Durante
A1.10111 mucho tiempo, pensar filosóficamente equivalía, en la
00, 38 pis
Sección .1,fiadrld
Madrid• 11 ttspeltal Argentina, a utilizar la artillería conceptual germánica.
lelék. 20 00 48.46
136 Fíctor maddub Situación del filósofo 137

En la actualidad el panorama es mucho más variado , de loe fundamentos, parece evidente que el hombre de
tenemos cultores de diversas corrientes y escuelas. Al nuestros días satisface tal apetencia metafísica con los
tradicional interés por la fenomenología, la antropolo- va riados productos que le ofrecen las disciplinas seña-
gía filosófica, el existencialismo y el pensamiento de ladas. (De donde se advierte que, paradójicamente, el
Heidegger, se fue agregando la preocupación por la auge de la ciencia no concluye neutralizando a la meta-
filosofía analítica, el marxismo y el estructuralismo. física sino sustituyéndola con productos cuyo empleo
En otro sentido también crece, sobre bases sólidas, el bastardo la ciencia misma no puede controlar.)
interés por la filosofía de la religión y el pensamiento Esta marginalidad del filósofo en el cuadro de la
oriental. Asimismo contamos con buenas traducciones cultura es un hecho universal. Su versión argentina
de clásicos de la filosofía; el trabajo en este campo es presenta la siguiente imagen nuestro pensador ha alcan-
riguroso y sostenido. En virtud de todo esto, creo q ue zado la «normalidad», trepó finalmente al tren de la
la labor filosófica en la Argentina tiene, en general, un filosofía occidental, en un momento en que este tren
excelente nivel. A esta altura del tiempo podemos decir comienza a detener su marcha y arrumba sus vagones
que hemos alcanzado aquella «normalidad filosófica» en vías muertas. El filósofo argentino aprendió a arti-
que pedía Francisco Romero. cular un lenguaje especulativo aceptable en el instante
en que ya no se le presta atención. Ha quedado sin
H.—Pero lo sorprendente de esta situación es que auditorio, escribe monografías que pocos leen, se esmera
el filósofo argentino alcanza tal «normalidad», justo en en dictar cursos para alumnos que por lo general están
un momento de la historia del mundo en que la filosofía pensando en otra cosa, y apenas dialoga con sus colegas
misma pierde gravitación en el cuadro general de la porque el lenguaje filosófico se ha fragmentado, refinado
cultura, y deja de constituir un sistema de ideas orien- y sectarizado hasta el límite de lo ininteligible. La sole-
tadoras de la vida contemporánea. Además, son muy dad del filósofo argentino es, de este modo, una expre-
pocos los que aún le reconocen aquella función seña- sión de la inoperancia histórica de la filosofía en gene-
lada por Hegel: la de ser autoconciencia conceptual de ral. No se espera ya que pueda decir cosas importantes
su tiempo. Para todos estos menesteres, ella ha sido para el educador, el político, el artista, el científico o
sustituida por ciencias humanas como la sociología, la el religioso.
economía, la antropología cultural, la psicología y la
ciencia política. En un mundo de sociedades urbanas III.— ¿Qué hacer para que el filósofo supere esta
crecientemente muchedumbrizadas y tecnificadas, que marginalidad, su tarea se vuelva decisiva, y se advierta
idoliza la producción de bienes de consumo y parcela su presencia en la vida social, política, literaria y cien-
el conocimiento en una serie de áreas incomunicadas, tífica de nuestro país? A esto puede responderse tanto
es muy frecuente que se rechace al filósofo —o senci- desde el lado de la sociedad como desde el de la filoso-
llamente se lo ignore— como el fabricante de visiones fía. Es decir, podemos preguntarnos por las condiciones
totalizadoras que nada tienen que ver con la realidad. objetivas necesarias para que la sociedad se haga recep-
Si la filosofía halla uno de sus orígenes en la humana tiva a la labor filosófica; o bien, por las exigencias
apetencia de poseer una violón de la totalidad y una teoría subjetivas a las que debe responder individualmente el
138 Víctor Atoesud situación del filósofo
139
filósofo para que su palabra fuerce la atención de si, con todas las fuerzas de la inocencia, de quien tiene la
contemporáneos. Quisiera encarar este segundo aspect o ilusión de ver por vez primera y ser el destinatario de
de la cuestión. una verdad inédita. Entrar a solas en la pregunta,
Creo que el filósofo argentino debe enfrentar su dejarnos caer lentamente en ella, recorrer su laberinto,
marginalidad histórica, examinar sus rasgos, tomar con, asediar el núcleo último y volver con el esquema de su
ciencia de ella y convertirla en el punto de partida de íntima coherencia. Y sobre todo: saltar el cerco de las
una nueva aventura espiritual. Puede sacar partido de especializaciones, tomar el material que se considere
su impotencia y hacer de ella el origen de un poder valioso sin pedir permiso a sus guardianes.
insospechado, de una experiencia radical: la de un,
libertad especulativa sin reservas. Si la filosofía ha sido IV. Cuando pienso que la filosofía argentina
olvidada en nuestro tiempo, quiere decir que su pasado puede asumir su marginalidad como aventura, como
no se impone al pensador argentino con la fuerza de libertad creadora, no propongo el ejercicio de una intre-
una tradición viva, prestigiosa y coactiva; está allí, pidez irresponsable, locuaz y charlista. Creo que nos-
neutralizado, inoperante, borroso, y es el filósofo quien otros, más bien, peligramos de lo contrario. La labor
decidirá qué dimensión filosófica de ese pasado deberá filosófica en la Argentina actual, padece de un exceso
ser rescatada, qué línea de ideas continuada. En razón de cautela que, muchas veces, amenaza con paralizarla.
de su desamparo, el espectro de las posibilidades es Con frecuencia sufrimos de una timidez o un perfec-
mayor: puede crear su tradición, dar vida a los fantas- cionismo que terminan convirtiéndonos en meros comen-
mas del ayer, y sacar de sí un orden de coherencias taristas o expositores de obras extranjeras. Esconde-
con verdadera solidez fundante. Esta libertad del filó- mos nuestro argentino temor al ridículo detrás de pul-
sofo, fruto de su marginalidad, es una invitación a la cras monografías o de una entrega a la lectura voraz
más notable de las aventuras creadoras. de las últimas publicaciones. Nos angustiamos cuando
También puede asumir su pobreza como un asce- se pide nuestra opinión directa, informal, sobre alguna
tismo que lo libere de una cargazón metodológica que, cuestión filosófica o cuando se nos compromete a un
con frecuencia, asfixia a la razón en lugar de estimu- enfoque personal. (Me apresuro a confesarlo: en todo
larla. Se trata de que la razón recobre la espontaneidad esto estoy ejemplificando, principalmente, conmigo mis-
de sus movimientos, se contamine con la imaginación y mo, con mis propias vacilaciones.)
la locura, y recupere una sabia simplicidad que la con- Se trata, en esencia, de no eludir los riesgos de un
vierta en una mirada abierta al todo. Que la filosofía pensar directo, encarado a la intemperie, en pleno des-
busque la inmediatez, casi táctil, del objeto y no su amparo cultural y con el cual estaremos librados a
distancia; que se adhiera a las cosas aprendiendo de la nuestras fuerzas, queriendo ver con los propios ojos.
fidelidad silenciosa y extática de los sentidos, y se Resultará, qué duda cabe, un producto intelectual tur-
cierre sobre los enigmas que lastiman nuestra piel o la bio, inseguro, perecedero; pero con el que seremos más
de nuestra circunstancia histórica. He aquí la tarea: fieles a nuestra condición humana y al reclamo de
buscar para la reflexión un tema, un misterio, un punto libertad especulativa inherente a las más altas realiza-
de partida visible, directo, entrañable; ahondar en él ciones del pensamiento. Solo cuando el filósofo argen-
140 Victor Afamó, Situación del filósofo
141

tino decida aceptar los riesgos de su independencia y sofía no puede sino ser nuevamente un principio de
escucharse a sí mismo, será también escuchado por sus unificación, brindar visiones de conjunto. A la idolatría
contemporáneos. • del fragmento debe oponer una vocación por el todo;
a las significaciones parciales la búsqueda de una signi-
V.—Por otro lado, convendría no ceder a un co m. ficación última, fundante.
plejo de menor valía filosófica frente a las exitosas cien. Las voces cautelosas advertirán, con justicia, que
cias particulares. Hay tres formas en que el filósofo no podemos apresar el todo, ni la realidad última, que
sucumbe a esta fascinación: 1.0) Cuando se viste con todas las respuestas son provisionales. ¿Pero tiene el
los ropajes de la ciencia, procura la mayor asimilación filósofo otra tarea que lo imposible? ¿No ha sido siem-
posible de sus métodos y quiere pasar él mismo por pre esta imposibilidad su verdadero desafio?
científico; aquí la filosofía se limita a la condición de
disciplina auxiliar de la investigación científica y su Ficto,' Mamá
tarea se agota en la traducción de sus resultados en
símbolos lógicos. 2.0) Cuando el filósofo se considera el
artesano de un oficio en vías de extinción dentro de una
cultura de cuño científico-técnico. En este caso acepta
que se destine algún desván académico en donde echará
sus huesos cansados y se dedicará a bordar bellos tapi-
ces evocadores de un glorioso pasado. 3.0) Cuando el
filósofo aparece como el diligente funcionario de una
empresa de investigaciones realizadas en equipo, y
rechaza toda forma de meditación solitaria e individual
como un resabio de culturas metafísico-religiosas.
Es deseable que la filosofía argentina no ceda a
estas tres formas de su autodisolución, Debe reconocer
la grandeza de la aventura científica sin renunciar a la
autonomía y la especificidad de su propia tarea: su
doble condición de teoría de los fundamentos y de órga-
no de la totalidad. Vivimos en un mundo cuyo símbolo
más expresivo es el fragmento. La realidad ha sido
fragmentada en .realidades», el conocimiento en una
serie de especializaciones, la continuidad de la vida
histórica en una enconada ruptura de generaciones, el
oficio unitario de ser hombre en una atomización de
ocupaciones con sus éticas particulares y su funciona.
lidad excluyente. Partes, átomos, fragmentos. La filo-
11.XXXIV, 10
111Sauacián del arte 143

autárquica cuya misión principal consiste en fomentar


la actividad artística mediante subsidios y préstamos a
organismos e individuos de antecedentes meritorios.
Dadas esas premisas, no es extraño que tal actividad
sea intensa en el ámbito de la Nación y, en particular,
en la capital federal.
Huelga explicar a los lectores de la Repleta de Occi-
Situación del arte dente que las artes argentinas son más tributarias de las
europeas o, si se quiere, más afines con estas que
argentino «americanas» en el sentido de una vinculación con las
nobles tradiciones precolombinas existentes en países
como el Perú o México. En este extremo sur del con-
tinente, el legado de antiguas culturas aborígenes se
ENlaelArgentina
campo de las artes plásticas, nada ocurre en
de hoy que difiera notablemente de reduce a pictografías, algunos metales labrados, cerá-
lo que acontece actualmente en cualquier nación del mica, barro modelado, escasas tallas en piedra y ruinas
mundo occidental. Talento y mediocridad, valentía y de construcciones elementales que, como las sobrevi-
desplante, ímpetu creador y saña destructora, vocación vientes labores artesanales de la lana, la paja y el cuero,
auténtica y apetencia sensacionalista, visión del mañana despiertan en el argentino actual más interés arqueoló-
y obstinación en el ayer alternan aquí como en todas gico que inspiración para crear de acuerdo con sus
partes, bajo el signo de una internacionalización de las dictados formales o espirituales. En esto es muy distinto
tendencias y de los lenguajes artísticos. el caso de la Argentina del de otros países continenta-
La enseñanza especializada cuenta con escuelas les. Salvo contadísimas excepciones de artistas cuya
nacionales, provinciales, municipales y privadas, de las ascendencia es dominantemente autóctona, quienes cul-
cuales regresan año tras año capacitados artistas jóve- tivan aquí las artes plásticas pertenecen, en aplastante
nes. Las grandes ciudades de provincias tienen cada mayoría, a familias oriundas de diversos rincones de
cual uno o dos museos de Bellas Artes y la capital de Europa. Llámense Panagiatopulos o MacEntyre, Fe-
la República abarca no menos de diez de ellos. Existen kete o Batlle Planas, Butler o Paparella, Schulz o
en Buenos Aires alrededor de cincuenta galerías dedi- Witjens, Spilimbergo o Sarniguet, Martorell o Petto-
cadas a la comercialización de obras artísticas. Otras ruti, Jonquiéres o Dowling, Centurión, Del Prete,
funcionan en el interior del país y en todas, como Kantor, Delhez o Seoane, son vástagos próximos o
también en los museos, se suceden las exposiciones de lejanos de españoles, alemanes, franceses, griegos, ita-
arte nacional y extranjero. En la Universidad de lianos, ingleses, húngaros, belgas, holandeses y demás.
Buenos Aires se cursa una carrera de «Historia de las Y sus apellidos europeos no enmascaran mestizajes,
Artes» que atrae a numerosos alumnos. Finalmente, la sino que señalan inequívocas filiaciones. Así las cosas,
Argentina posee una institución única en el mundo, el las débiles tradiciones amerindias que pueden recogerse
Fondo Nacional de las Artes, entidad autónoma y en la Argentina son para estos artistas algo totalmente
144 1
Julio E. Pard111,
Y Situación del arte 145
exótico. En cambio, la voz de Europa resuena en ellos,
local, ya que la época en que vivimos rechaza los
familiar y próxima.
localismos estrechos y obliga a tender a lo universal,
Esta realidad ha escapado a menudo a la crítica del
Hubo, es verdad, hace años un momento de debili-
Viejo Mundo, prestando a ingratas y a veces torpes
dad en que los malos pastores intentaron inclinar el
interpretaciones, como la de cierto importante historia.
arte de la Argentina, por mal entendido nacionalismo,
dor francés que, luego de visitar distraídamente el
hacia lo típico, lo regional, lo folklórico y una artificial
Museo de Buenos Aires, abarrotado de obras de pM.
aceptación de tradiciones incaicas que para nosotros
tores y escultores locales, preguntó con ironía: Pero,
son foráneas. Pero eso pasó muy pronto, cundiendo el
¿dónde eotá el arte argentino? No concebía el visitante
espíritu de modernidad. El siglo xlx había sido aquí un
que un porteño se atreviera a pintar o modelar como
período de tanteos entre la ingenuidad de los autodidac-
un francés, pero lo hubiera aplaudido por su origina.
tos y la destreza inane de los académicos. Al alborear
lidad «americana» si se hubiese disfrazado de azteca o la vigésima centuria surgió tardíamente el impresio-
de kwakiutl. No exageramos al aludir a ese descono.
nismo en la pintura y el entusiasmo por Rodin en la
cimiento de los europeos en cuanto a la diversidad e
escultura. Algunos intentos intimistas y sintetistas, algo
inmensidad de América: en París, cierto crítico para
del Art Nouveau, débiles influjos del 'opimo, adapta-
quien lo americano era una sola pequeña cosa, de la
ciones del costumbrismo español ocuparon luego los dos
Patagonia a Alaska, consideró altamente «argentinas»
primeros decenios del siglo xx, hasta que el arfe argen-
las creaciones de un estatuario de esta nacionalidad
tino empezó a actualizarse, a partir de 1924, con suce-
porque las juzgó inspiradas en los mástiles totémi-
sivos aportes del cubismo, del futurismo, de la Escuela
cos, característicos del extremo septentrión del conti- de París, del Noveeento italiano, del expresionismo figu-
nente. rativo y abstracto y del superrealismo. Con todo, la
Cabe, por cierto, preguntar en qué medida estos
actualización definitiva solo puede señalarse desde que,
euro-americanos que son casi todos los artistas argen-
al concluir la Segunda Guerra Mundial, los artistas
tinos han sufrido el influjo de lo que se da en llamar lo
argentinos retomaron contacto con los grandes centros
telúrico y han visto modificados su pensamiento y su
internacionales, manteniéndose al día mediante publi-
sensibilidad por el geniue lod, marcadamente distinto del
caciones, exposiciones, viajes de estudio o prolongadas
que anida en el Viejo Mundo. Esto no queda dilucidado
residencias en el exterior. Algunos, radicados en Fran-
aún, aunque no cabe duda de que en muchas de las obras
cia, en Italia, en los Estados Unidos, han sabido con-
de arte argentinas se descubren sonoridades, timbres
quistar posiciones y señalarse a la atención de la crítica
peculiares, cierta tendencia a la expresión amplia y
y del público como valores internacionales. A decir
rotunda, acaso derivados de secretos influjos de la
verdad, y sin patrioteras flaquezas del juicio, los pinto-
dilatación de las pampas, la cordillera gigante, la vio-
res y escultores de este país, cuando son auténticos
lencia de los meteoros, la desmesura de los ríos, la
talentos, pueden medirse con los mejores de otras nacio-
luminosidad del cielo, la implacable intensidad del sol.
nes y hacer excelente papel, no solo por su técnica per-
Debemos felicitarnos, empero, de que tales gravitacio-
fecta y la amplitud de su imaginación plástica, sino
nes no hayan generado un léxico artístico puramente
también por su dominio del concepto estético y del
146 TSituación del arte
Julia E. PayilI 147

estilo. En determinados casos se han distinguido por la dad el fin de algo e hicieran prever el comienzo de otra
originalidad de sus creaciones al punto de cobrar figura cosa. Para los más débiles, ese supuesto fin de algo
de cabezas de movimientos avanzados, como por ejem- equivale a un fin de todo. Hay quienes, aquí, han pro-
plo en ciertas tendencias del arte cinético. clamado la muerte de la pintura, la muerte de la
Tenemos gente que, como en otras partes del mundo, escultura, como hay quienes se consagraron pontífices
cultiva todavía formas anticuadas del naturalismo, ape- del «anti-arte». En una nación que no ha conocido las
tecidas por una clientela de mentalidad extemporánea. guerras atroces, las catástrofes, las destrucciones, las
Esas formas respondieron otrora a una necesidad, fue- hecatombes que en otras partes pueden justificar psico-
ron hijas del espíritu de un tiempo; mas, al cabo de los sis y rebeldías, se han venido practicando actitudes de
años, han perdido su vigencia y aquellos mismos que resentimiento iconoclasta y de pesimismo existencial
las utilizan están mintiéndose, extraviados en estériles que, las más de las veces, se revelan puramente super-
remedos. No ofrece interés el comentario acerca de ficiales fenómenos de «moda», aunque en contadas ins-
este tipo de pasatismo, que sin embargo hemos de rela- tancias sean respetables manifestaciones del nihil humani
cionar con otras actitudes, no menos pasatistas, pero mihi alienum cuando el argentino aparece como autén-
que toman las apariencias de afirmaciones de vanguar- tica tabla de resonancia de la angustia y el dolor del
dia. Nos referimos a intentos de resurrección de movi- mundo.
mientos relativamente recientes, que fueron abandona- Así como el pasatismo de nuevo cuño quiere hacer
dos por inoperantes e infecundos por anteriores gene- revivir las fenecidas formas del Art Nouveau bajo el
raciones y que reaparecen ahora como novedades de signo del pop-art, tan significativamente norteamericano,
la última ola para quienes no conocen bien el proceso o se vuelca hacia el pretérito dadaísmo como si viviéra-
evolutivo del arte de nuestro tiempo. Más de un colec- mos en la Alemania derrotada y humillada de 1919, o
cionista se ha engañado acerca del valor real de pro- resucita las insolencias del primer superrealismo fran-
ducciones de ese tipo y otros experimentos de brevísima cés sin alcanzar la gracia, el apea de sus desplantes
resonancia. Al desengañarse tardíamente, se han re- parisinos, estamos asistiendo en la Argentina a espec-
traído los aficionados, provocando en el mercado de táculos cuyo objetivo consiste solamente en hacer ruido
arte —en el cual no hace mucho hubo un boom colosal— y llamar la atención, aparentemente de acuerdo con la
una crisis que en estos momentos afecta tanto a los norma contenida en los famosos versos del Cavalier
aventureros cuanto a los artistas de pro. Marini:
Vivimos los años de un fin de siglo que, hecho sin- Chi non dappia stupir,
gular, como todos los fines de siglo pasados parece pada alta griglia.
traer consigo, con marejadas de manierismo, flaquezas y
desmayos propicios para los amagos de revivald, de retor- Con este retorno al preciosismo se pretende que la
nos que son otras tantas fugas hacia el ayer. Es extraño función del arte ha de consistir en causar estupor a
el estado psicológico en que nos sumen los últimos días cualquier precio. Solo vale lo que asombra. Y como el
del año o del siglo, como si esas divisiones del tiempo asombro no es duradero, se requiere que el artista
no fueran convencionales: como si señalaran en reali- cambie continuamente, de día en día, de año en año, y
14 8 Julio E. Payll
rd ir Situación del arte 149

se le fustiga si se dedica a elaborar y enriquecer su obra. Créase o no, un sector de estragados catadores consi-
Es lo que quiere cierta crítica que desdeña la evolución deró que este desmán demostraba el éxito de la muestra.
y el perfeccionamiento y solo atiende a la novedad sor- Hace más de cincuenta años, en uno de los abowd
prendente. Encontramos con inquietud, por ejemplo, en dadaístas, al lado de una pieza escultórica estaba colo-
un resumen periodístico de lo actuado en 197o en mate- cada una hacha acompañada por una invitación a hacer
ria de artes plásticas, la expresión del disgusto del uso de ella para destrozar el objeto exhibido. No es
cronista porque «no ha habido cambio de lenguaje„, nueva, pues, la idea de la «participación», como no lo
[Qué mal parados quedarían Van Eyck, Miguel Ángel, era la de exhibir en una galería, como obra de arte, un
Velázquez, Vermeer y tanto otros si midiéramos la mingitorio en cuyas paredes se leían egraffiti obscenos.
grandeza con el rasero del cambio] Mas, en nuestros Todo eso, y mucho más, lo hicieron en los primeros
días, hay quienes quieren que el arte se adapte al ritmo decenios del siglo Dadá y el Superrealismo. Solo falta
de la paute out= femenina, brincando de la mini a la que lleguemos al bappening ideal, tomado de las viejas
maxi y de la maxi a la midi. películas de Chaplin, que podría consistir en que el
Todos los excesos y disparates que se cometen en visitante de un museo recibiera en plena cara, al entrar,
el campo artístico mundial hallan su repercusión en la una torta de crema pastelera. La «participación», en
Argentina. Los saborean únicamente aquellos amateur semejante caso, sería sin duda total.
cuyo paladar está tan estragado como para que solo los Decía ya en sus mocedades Ortega y Gasset que si
afecten las salsas más irritantes y aquellos conocedores el valor de una obra se midiera por su capacidad de
que a fuerza de especialización en la materia han con- arrebatar, de penetrar violentamente en los sujetos,
cluido por aburrirse inconscientemente de ella. Una de «los géneros artísticos superiores serían las cosquillas
las nociones más recientes es la de que el espectador o el alcohol». Con esta aguda observación del filósofo
debe «participar» activamente en el espectáculo que se y sus referencias del contexto acerca del efecto que
le brinda. Si nos colocamos frente al «Saturno» de Goya pueden producir la literatura folletinesca y la novela
y lo contemplamos con toda la atención y la sensibilidad pornográfica quedaron denunciadas y condenadas de
de que seamos capaces, esa «participación» no es sufi- antemano muchas de las inútiles audacias de la
ciente: es preciso que actuemos y que el objeto contem- nueva ola.
plado de algún modo nos agreda. Es, entre otros, el Como es natural, los argentinos jóvenes, curiosos y
principio del bappening, del cual se han visto aquí ejem- despiertos, leen o escuchan toda clase de prédicas, a
plos grotescos, como el que se registró no ha mucho menudo deletéreas, tales como la de un pensador muy
en una ciudad de provincia donde un grupo de jóvenes difundido para quien «lo propio del hombre no es apor-
convocó al público a una galería y lo encerró bajo llave tar la belleza a la naturaleza [—I, sino aportar la
«para ver cómo reaccionaba». En una reciente exposi- fealdad, puesto que le hace falta tener conciencia de un
ción de escultura al aire libre, la famosa «participación» desacuerdo esencial entre él y las cosas». Basta meditar
redundó en la destrucción, a manos de los espectadores, un poco esas palabras para medir los desastrosos efec-
de la obra metálica que casualmente había obtenido el tos que pueden producir en el campo estético. Más de
primer premio y de la cual no quedó ni un rastro. un artista, movido por el espíritu de contradicción
150 Julio E. Payr Situación del arte 151

generacional, por un cultivado pesimismo romántico, culadas con la arquitectura, tales rasgos surgen clara-
por la apetencia del desacuerdo (más que por la compro- mente de las coincidencias existentes en las creaciones
bación de su existencia), se vuelca hacia mgdos de de maestros como Picasso y Mondrian, Klee y Léger,
expresión agresivos e iracundos, desprovistos de fina- Braque y Baumeister, Archipenko, Moholy-Nagy,
lidad, o realiza experiencias vanas que alguna vez pue- Lipschitz, González, Moore, Calder y tantos otros que
den aportar incitaciones útiles pero que producen abrieron hacia el porvenir sendas transitables para las
resultados invariablemente opuestos a lo que reclama generaciones que les sucedieron. En todos ellos encon-
la indudable vigencia de un estilo propio del siglo xx. tramos, como en Gropius, Neutra, Le Corbusier,
Esto es lo que más nos preocupa, pues consideramos Sant'Elia y otros talentos, la feliz combinación del
que este siglo tiene su fisonomía, su «personalidad», y cálculo y de la imaginación (en proporciones variables
que alzarse contra lo que es de su esencia a nada con- según los temperamentos individuales, pero siempre pre-
duce que no sea el caos. Aclaremos, por las dudas, que, sentes en mayor o menor medida), que son precisamente
en lo que hace al arte, nos hallamos muy lejos de resistir las que determinan la capacidad del hombre de ciencia,
a la novedad, en pro de la cual hemos venido luchando que solo opera con el auxilio del numen y del número.
durante medio siglo, como consta a quienes conocen Vivimos un tiempo en que la idea de «estructura» invade
nuestro quehacer. Eso sí, exigimos, en primer lugar, que los más variados campos de la investigación. ¿Cómo
la novedad sea realmente nueva y no una versión des- no habría de tener vigencia en las artes de hoy y exigir
vitalizada de algún experimento de antaño, y en segundo de ellas rigurosa estructuración?
lugar, que constituya un aporte necesario a la afirma- Afortunadamente, en la Argentina, no todo es estré-
ción del estilo de nuestro tiempo. Este no admite, en la pito y fútil novelería: contamos con una brillante y
creación artística, las complacencias con el desorden amplia pléyade de artistas compenetrados del espíritu
formal, la «estética de la prescindibilidad» y otros fre- de la hora, que contrapesan con éxito la acción de los
nesíes del instintivismo desenfrenado. El estilo del cultores del anti-estilo y, con variantes nuevas y bellas
siglo xx es substancialmente racional y todo aquello y proyecciones a menudo inesperadas han sabido seguir
que se desentiende de lógica y razón, aún so pretexto el ejemplo de gran estilo propuesto por los maestros
de dar libre curso a la riqueza del instinto o a la co- de la primera mitad del siglo. Figurativos o abstractos
rriente imaginativa, se sitúa por definición en el anti- —esta división formal no cuenta en lo que a estilística
estilo que la posteridad considerará como «accidente» se refiere—, afirman cada cual su verdad mediante los
y no como representación normal de nuestra época. lenguajes plásticos más diversificados, recorriendo toda
Los ragos estilísticos propios de las artes de un la vasta escala de posibilidades ofrecidas por nuevas
mundo regido y transformado —a izquierda y derecha interpretaciones o aplicaciones del vocabulario de sig-
por igual.— por la ciencia y por la técnica, son plena- nos heredado del forionio, del cubismo, del neo-plasti-
mente perceptibles en la obra de los mejores arquitec- cismo y otras tendencias constructivas del reciente
tos contemporáneos (entre los cuales se cuentan por pasado. No son imitadores ni epígonos sino inspirados
cierto algunos argentinos). En la pintura y la escultura, discípulos y herederos, fuertemente asentados en su
que hoy como ayer deben permanecer íntimamente vin- propia personalidad. Así, por un lado, tiene la Argen-
152 Julio E. Payró

tina su irritante dosis de estridencias, tan espectacula-


res como pasajeras, en el campo del instintivismo, de
lo informe, lo inconexo, lo desgarrado y lo casual, y
por otro asiste al esfuerzo meditado y fecundo, aunque
escasamente publicitado, de artistas de vocación defi-
nida y sólida formación estética que, en vez de rechazar
soberbiamente la tradición cercana han sabido escuchar
su lección, asimilarla y deducir de ella algo que es Teatro argentino:
auténtico, inédito y de valor permanente. Entre estos
escultores y pintores talentosos, unos revelan afinidad aproximación
con el superrealismo, otros son expresionistas, abstrac-
tos rigurosos de la «línea dura›>, cinéticos, generativos
o polimatéricos, abarcando, como se advertirá, un vasto
a un pecado original
sector de recursos expresivos modernos. Algunos se
están destacando notablemente en la especialidad del
diseño de bellísimos objetos ejecutados en materiales
plásticos coloridos, translúcidos u opacos, de intenso
TALevitar
vez convenga, para orientar al lector —o para
su desorientación, empresa más modesta
efecto decorativo. Otros más se muestran originales y pero igualmente eficaz— aclarar que la presente nota
sabios en el arte del tapiz o constituyen una notable no intenta un detallado panorama del teatro argentino,
escuela de eximios grabadores. pasado o actual, ni una revisión de sus autores o de sus
Deliberadamente hemos omitido en este comentario obras. La empresa exigiría espacio y fuerzas ajenos a
los nombres claves de las figuras características de los que aquí se dedican. En cambio, no hacer simple-
tales o cuales orientaciones artísticas, tanto las discu- mente historia, sino interpretarla, en lo que esa his-
tibles cuanto las que merecen aplauso. Desearíamos, toria tiene de esclarecedor. Y el pasado, siempre, tiende
empero, señalar a la atención de los lectores la nómina generosamente la mano al presente, ayuda a su com-
de los argentinos que, como Alicia Peñalba, Sergio de prensión, señala las causas, porque se trata justamente
Castro, Emilio Pettoruti, José Antonio Fernández de eso, del pasado. Tampoco encierran estas líneas una
Muro, Leopoldo Torres Agüero, Marcelo Bonevardi, crítica, u objeciones a determinada manera de ser, de
Luis Tomasello, Julio Le Parc, Luis Seoane, han con- pensar, de decir. Quieren, en la medida de lo posible,
quistado justiciera fama fuera de las fronteras de su desbrozar la maleza que impide la exacta apreciación
patria. No son los únicos merecedores de tal distinción: de algo cuya importancia es, desde cualquier ángulo,
muchos otros, de darse las circunstancias propicias innegable: la presencia de un teatro argentino, de qué
—sobre todo por inteligente iniciativa del Estado— manera se establece esa presencia, y cuáles son sus
recogerían el beneplácito del extranjero como recogen características. Solo después de aceptadas estas últi-
ya el de sus compatriotas. mas, podrá entrarse a formular su valoración. Nunca
Julio E. Payró antes. Y aunque en todo cuanto trate de espíritu o de
154 Céoar Magrini Teatro argentino 155

intelecto las leyes no sigan caminos tan rigurosos como en cambio siente gran inclinación por predecir, por
cuando de la pura materia se trata, es igualmente cierto vaticinar, por expresar el futuro, aun cuando ese futuro
que a determinadas causas corresponden, siempre, de. esté, siempre, condicionado por el presente. Tal vez así
terminados efectos. En esta nota, modestamente, se se explique el gran auge de géneros literarios que po-
parte de la observación de esos efectos, en busca de las drían aparecerle tan ajenos como el de la ciencia ficción,
causas, y desde ellas, la comprensión de esos efectos el cuento fantástico, la novela policial; pero aquí cabe
es, entonces, más diáfana. la primera reflexión: narrativa, nunca teatro. Una cosa
La Argentina de hoy es sumamente compleja: pero es la imaginación confiada a una criatura también de la
salvadas las distancias, no lo es más que la del pasado imaginación, hecho del cual no se es, en el fondo,
ni, presumiblemente, que la del futuro. Esa complejidad cabalmente responsable, y otra muy distinta poner esas
eleva sus barreras frente a la tarea del más arriesgado cosas en boca de un personaje que, aún ficticiamente, es
de todos los investigadores: el que se interne en un de carne y hueso, y por lo tanto se nos parece. Esa seme-
pueblo como en algo vivo, no como en la materia prima janza es peligrosa, podría darle derechos. Y el teatro,
de una vivisección. La modalidad argentina está he- persistentemente y durante décadas, se alimenta esen-
cha de contradicciones, de grandes silencios, de una suma cialmente de lo cotidiano, de la realidad que nos cir-
de soledades; raramente de convergencias. Es muy fácil cunda; nace y muere con esa y desde esa exacta y
saber en qué se discrepa, pero extremadamente difícil cerrada realidad. Porque el argentino, ser complejo,
establecer las coincidencias. Fuerte individualismo, una tiene también su gran complejo. Maduro en lo indi-
enorme masa inmigratoria fundida casi mágicamente en vidual, se niega a reconocer su inmadurez en lo general.
la aniquilación del posible pasado, para disolverse en el Se refugia en vagas especulaciones, la mayor parte de
nirvana de lo que caprichosamente se llama «naciona- ellas inconscientes. El verdadero teatro, y la letra de
lidad», y que inexorablemente deriva, para los nativos, tango, nacen aquí casi contemporáneamente. En ambos
en un exacerbado nacionalismo. De donde se comienza irrumpen personajes, situaciones, hasta un vocabulario
a vislumbrar un fuerte rasgo de ese «ser nacional», que similar. En ambos hay siempre la lamentación de un
hasta ahora solo ofrece jugarretas y trampas a serios paraíso perdido, la queja por una realidad más fuerte
y eruditos sociólogos, psicólogos de masas, pensadores y que las propias fuerzas, la búsqueda de protección, de
reflexionantes que no han advertido hasta qué punto, techo, de sostén. Su protagonista, salvo raras excep-
y por temor al pasado y al porvenir, el argentino vive ciones, es siempre el hombre, nunca la mujer. Pero un
tenazmente aferrado a su presente; no al presente, sino hombre débil, víctima de los hechos, y que dama, solita-
a otro que le es propio, y que él quiere mantener así, riamente, por la mujer. Algo así como un huérfano que
particular, cerrado e inviolable. comprendiese, tardíamente, su orfandad. Y como la
De allí que el argentino, intuitivo, curioso e inteli- realidad, o el momento presente, no ofrecen mayores
gente por naturaleza, se ahonde de tal manera en la peligros, de allí su predilección por el presente, con
contemporaneidad. Sin saberlo, es un perfecto humanista todo cuanto este implica de realidad, de limitación, de
del siglo xx. Tal vez no se detenga demasiado a anali- seguridad. El pasado suele interrogar, y el porvenir
zar, preocupado como está por vivir el momento, pero solo le ofrece incertidumbre. En cambio el presente es
156 Céear Teatro argentino 157

de fácil solución. La misma frase da vida de todos los eso hay especial predisposición), pero los primeros para
días», norte y brújula del teatro argentino, cómodo la insurrección.
territorio desde el cual repartir las quejas del tango, lo Anteriormente se ha hecho mención al total des-
ejemplifica sin necesidad de otro comentario. Él «lila_ apego que siente el argentino -'en marcada diferencia
levo» o el «compadrito», ejemplar criollo del «apache» con otros pueblos— por la historia como materia de
francés (y con seguridad, su antecesor), protagonista de arte y, en especial, desde el punto de vista del teatro.
tanto episodio local, no es, en el fondo, otra cosa que Una historia que ofrece multitud de hechos y de episo-
un inseguro. Y sobre esta motivación convendrá volver. dios que sobrepasan a la más imaginativa de las ficcio-
De teatro argentino propiamente dicho no puede ha- nes; pero aquí no ha prosperado nunca ese tipo de
blarse hasta bien entrada la segunda mitad del siglo :In; teatro, ni el poético, el fantástico, como tampoco el
y aún aquí, la denominación debería estrecharse, y histórico. En cambio no se abandonan las críticas acti-
quedar limitada a la de «teatro rioplatense», es decir, el tudes de un revisionismo casi siempre virulento; si se
nacido y desarrollado entre Buenos Aires y Montevi- vuelve al pasado no es para comprenderlo o para expli-
deo, a ambos lados del río de la Plata. Ni los anteriores carlo, sino para cambiarlo. Y aquí aparece, nuevamente,
dramas históricos, ni las imitaciones de la tragedia neo- esa inseguridad que está también en la raíz de tanta y
clásica o los intentos de un trasnochado y retórico teatro tanta letra de tango, ya que lo que los argentinos bus-
romántico pudieron trascender, nunca, el hecho de haber camos, conscientemente o no, es corregir un pasado que
constituido simples imitaciones. En el caso argentino, no nos gusta. Revisionismo: oscura manera de psicote-
hay algo, estrictamente histórico, que debería llamar a rapia social. Pero también miedo y peligro. Como se
la reflexión: cronológicamente, esta parte de América verá luego, el verdadero teatro argentino nació de la
fue la más postergada por la corona española, en cuanto realidad, estuvo sujeto a ella, en ella se limitó. Y el
a la concesión de lo que hoy llamaríamos «mejoras polí- fenómeno es fácil de explicar. Porque lo cotidiano, por
ticas, sociales y culturales»: la colonización se inició más que tenga implicancias sociales, o que aspire a
temprano en el río de la Palta, pero fuimos el último ellas, en una u otra medida, no puede prestarse a otro
virreinato, la última universidad, el último asiento de revisionismo, a otra psicoterapia, que la del propio
una imprenta. ¿Tal vez por estar hechos, o levantados, autor. Tal vez sin saberlo, este se defiende así del futuro,
sobre tribus errantes, más enamoradas del cielo abierto y se pone a salvo del pasado. Y ese elemento cotidiano
que de la piedra de sillería, de los frutos de la selva está en las raíces mismas del teatro argentino, y lejos
y las aguas, antes que de los sembradíos regulares y de haberlo abandonado, continúa cómodamente insta-
sistematizados? Pero en algo fuimos los primeros (aun- lado en él. Refleja —de grado o por fuerza— la situa-
que justo es reconocer que el ejemplo cundió vertigino- ción de las capas más bajas de la sociedad, y al trans-
samente): en revoluciones. De toda la América his- formarse esas capas con el correr del tiempo, es hoy,
pana, 1810 nos da la primacía. Puede que alguna vez ya sea a través de las comedias burguesas como de las
haya quien se detenga a meditar sobre esto que deter- piezas de crítica social, vehículo y baluarte de una
mina piscológica e históricamente a los argentinos: los difusa y confusa clase media: sus características más
últimos en recibir cultura (no en asimilarla, que para gruesas son fácilmente aprehensibles en el teatro, más
XXXIV, 11
158 César Magrini Teatro argentino
159

que en ninguna otra de las manifestaciones literarias Sombra, Manuel Antín capta agudamente las escenas
de la Argentina de todas las épocas. En un párrafo de la pantomima). Lo ofrece un circo norteamericano,
anterior se ha señalado el extraño paralelismo entre el de los hermanos De Carlo, como un número más
ciertas formas teatrales y las letras de tango: similitud dentro del espectáculo. Su escena, el «picadero., o
de personajes, de temas, de lenguaje. Exteriorización posteriormente, un tabladillo improvisado, cuando se
de un individualismo que se finge más fuerte de lo que lo comienza a llevar desde la ciudad al campo. En un
realmente es. Hasta nuestro característico «voseo» es, arreglo de José Podestá, su primer protagonista, y
en el fondo, una manera de querer imponer ese indivi- dividida en dos actos, la obra, tosca y rudimentaria,
dualismo: las sílabas se acentúan en la segunda persona es ofrecida en Chivilcoy el 10 de abril de 1886; se
del singular, única que ha cambiado sus desinencias; y le incorporan danzas nativas, y tres años después se lo
adviértase que es con la segunda persona del singular conoce en Montevideo. Se le añaden luego otros per-
con la que se entablan —o no— los diálogos... sonajes, extraídos todos ellos de la realidad, y entre
Hoy se admite que el teatro nacional tiene partida el gaucho pobre, el borracho, el vasco, etc., aparece
de nacimiento, en la Argentina, con la pantomima uno fundamental: el «cocoliche», máscara grotesca del
circense de «Juan Moreira», apenas después de 188o: italiano acriollado, a la vez que se van acuñando los
el mismo Ricardo Rojas, tantas otras veces reticente primeros términos del lunfardo. El paso inicial ha
en cuanto a estar de acuerdo con fechas, así lo reco- sido dado. Del picadero a la escena, desaparece Juan
noce. Ese «Juan Moreira' había sido protagonista de Moreira, pero no sin dejar fuertes influencias. Sus
una barata novela de Eduardo Gutiérrez, periodista, personajes, disimulados o no, integrarán desde enton-
a veces improvisado escritor; el personaje, aunque de ces la estructura del sainete, se contagiarán al «teatro
forma un tanto bastarda, tiene vinculaciones con el serio», dominarán indisputadamente la escena nacional.
inmortal «Martín Fierro», de José Hernández, aunque Parecería como que la historia literaria de la Ar-
esté muy lejos de su estatura literaria. Juan Moreira, gentina (y también la otra) estuviese hecha de reac-
personaje, es un gaucho «alzado» contra la ley, cantor ciones y de discrepancias. Porque «Juan Moreira» es
de pulquerías, víctima de la autoridad, de los alcaldes contemporáneo de una de las más finas generaciones
y de los jueces de paz, y que se defiende a punta de su de prosistas que haya tenido el país: la de los hombres
cuchillo, o con algún pistoletazo de su trabuco. Como del 8o, entre quienes se cuentan Miguel Cané, Lucio
Martín Fierro, escapa de la justicia y va a refugiarse López, Eduardo Wilde, Lucio V. Mansilla. Conti-
entre los indios; pero se distingue de este en cuanto nuadores, en cierta manera, del coloquialismo de Sar-
hace del coraje personal un verdadero culto. Así, y miento, pero sin su fuerza, y más preocupados por la
como bien lo destaca Roberto F. Giusti, Juan Moreira estética, que a veces se convierte en ellos en factor
encarna «el sentimiento popular de rebeldía y protesta simplemente estetizante. Ante ese avance de la cultura
contra los abusos, entonces generales, de comandantes europea (la francesa, en primer término, por más que
de campaña y de jueces de paz». Su materia prima, la el cargo de extranjerizantes sería, en el caso de estos
realidad. Y el personaje de la novela pasa al teatro escritores, totalmente gratuito, además de injusto), el
en 1884 (recientemente, en su filme Don Segundo teatro se vuelve abiertamente hacia lo popular, y en
160 César Magrini Teatro argentino 161
lugar de la ciudad, elige el campo. Otra vez la vieja «Dentro de la verdad humana», o lo que es lo
antinomia de Sarmiento, nunca del todo resuelta. mismo, dentro de la realidad cotidiana. De «Juan
Claro que hay también matices políticos en estp. acti- Moreira» a Laferrere, el ambiente ha variado muy
tud, y un enfrentamiento que aun hoy, variado en los poco; la arena del circo se ha cambiado en un esce-
matices, sigue igualmente sin resolverse. Mientras que nario, pero el juego de los personajes sigue ceñido a lo
la literatura (en estos años, esencialmente narrativa) que esa realidad, o «verdad humana», quieran dictar.
«se hace culta», con los ojos puestos en Europa, el Anteriormente, se hizo referencia a «la generación
teatro insiste en aferrarse a lo popular, y busca temas del 8o», una de las más lúcidas que haya tenido el país.
y personajes en las capas más bajas de la sociedad. Ricardo Rojas definió muy bien a sus integrantes,
En las décadas siguientes, apenas si se apartará de cuando los llamó «fragmentarios»: los que no pueden
esos personajes y de esos temas. En el campo de las escribir nada intrínsecamente largo, nada que exija
suposiciones, pudo haber sido costumbrista al estilo trabajo regular y paciente. Alguna vez se intentará
de La gran aldea, de Lucio López; años después haría el análisis psicoestilístico de las obras de los hombres
eso Gregorio de Laferrere, pero el abismo se había de aquella generación, que no querían ser solo «hombres
marcado ya excesivamente. de letras», y que tanto nos dejaron, bueno o malo, pero
Conviene citar, aquí, al mismo Laferrere. Sus pala- siempre de buena fe. Ese fragmentarismo sigue en
bras eximen de todo posterior comentario, ya que son pie en la literatura argentina; explica por qué el
suficientemente claras en cuanto a definir la fuente de cuento ha prendido tan hondamente entre nosotros,
su producción teatral, no demasiado extensa, pero por qué —salvo honrosas excepciones—, ni la novela
valiosa y, aun hoy, de indiscutida vigencia. Laferrere, ni el cine, que exigen más amplio aliento, han llegado
periodista brillante, vivió entre 1857 y 1913; agudo y todavía a un notorio grado de madurez. Por qué, tam-
certero en sus descripciones, a su teatro bien podría bién, el ensayo —el breve— se enriquece aquí con
definírselo como costumbrista. Notorio como hombre de tantos y tan buenos cultores. Fragmentarios por vo-
mundo, en el sentido que este término tenía, estricta- cación y por decisión, la historia misma de los argen-
mente, a fines del siglo pasado, su nombre se impuso en tinos es también fragmentaria, así como una vida
la escena en 1904, con Jettatore, a la que siguieron política que lo evidencia con mayor extensión de la
Locos de verano (actualmente se la ofrece en Buenos que cabría desear. También se lo advierte en el teatro,
Aires), Lao de Barranco (no hace mucho representada en que en las últimas décadas no ha podido sustraerse a
Roma) y Loo invisibles, aparte de algunas otras obras las modalidades de esa contemporánea déspota, Atila
muy menores. «La acción se desarrolla naturalmente del espíritu, la televisión. Le ha contagiado su técnica
—escribe Laferrere en unas raras confesiones—, sin (varios episodios breves, unidos o no entre sí), su mo-
esfuerzo de mi parte, sin inventarla casi, pues los per- dalidad (la comedia sentimental y burguesa, en el
sonajes constituyen un pequeño mundo, que poco a poco go por Hm de los casos), su nivelar para abajo. Y casi
va tomando forma y adquiriendo consistencia. Yo no sobra repetir que así como la televisión se nutre, es-
gobierno a mis muñecos; se gobiernan ellos mismos trictamente, de los temas de la realidad, el teatro, para
como mejor lo entiendan, dentro de la verdad humana.» no ser menos —ni más—, sigue haciendo otro tanto.
162 César Magrini Teatro argentino 263

Esa curiosa y recalcitrante permanencia de lo co- de teatro leído, radioteatro y, desde luego, teleteatro.
tidiano en el teatro argentino explica, tal vez, las ra- Pero todo muere, o parece morir, al llegar a la super-
zones de su vigencia solo localista. Las excepciones, ficie. Si irrumpe determinada corriente de «vanguar-
en este terreno, no hacen otra cosa que confirmar esa dia», las imitaciones locales serán tímidas, cuando no
tendencia, dado su escaso número. No hay, ni ha rotundos fracasos. Empero, el fenómeno teatral es
habido, teatro fuertemente teñido de imaginación, o seguido con avidez, y estrechamente. No hay autores
de poesía siquiera de vehemente protesta social. A lo desconocidos, de antes o de ahora, para la mayoría de
sumo, se tienen las vociferaciones políticas de siempre, un público que ha consagrado hace muchas décadas a
y casi siempre, también, importadas. Pero es que el esos autores, y aun antes de ser reconocidos en sus
argentino está, y cómo, profundamente politizado. Otro países de origen. Pero los autores locales, tal vez de-
género que sigue lozano es el de la «revista de actuali- bido a ese verdadero pecado original, el de que el
dades», donde desembozadamente se ejercitan la pro- teatro argentino haya nacido de una estrecha realidad
cacidad y la burla del prójimo, dentro de connotaciones cotidiana, raramente se sienten dispuestos a cortar con
referidas, invariablemente, a una chata realidad. O sea ese fatídico cordón umbilical. Prolifera entonces un
que no se ha avanzado mucho desde aquel «Juan Mo- teatro que, en el mejor de los casos, no puede ser es-
reira», desde los sainetes iniciales, desde el costum- timado como otra cosa que secundario. Salvo que se
brismo de las obras de un Laferrere o un Pedro acuda a nombres de la dramaturgia extranjera; pero
E. Pico. Todo sale de la observación de la realidad allí el problema, obviamente, desaparece.
—allí nació, como se ha visto, el teatro argentino—, Para cerrar esta serie de aproximaciones, solo
pero sin poder convertir a esa realidad en materia tentativas en su búsqueda de una explicación para el
universal de arte. verdadero callejón sin salida en que parece encerrada
Y en esta serie de contradicciones, que tan nítida- la producción teatral argentina, bastará con consignar
mente marcan, por oposiciones y contrastes, al «ser un hecho sintomático: Juan Moreira se representa, ac-
argentino», asombra el sostenido fervor, no multitu- tualmente, en un escenario oficial de Buenos Aires.
dinario pero sí evidente, de los públicos de la Argen- Y como en la vida diaria suceden cosas que rechazan
tina con respecto al teatro, en sus diversas manifes- toda explicación, vaya el dato de que esa sala se le-
taciones y escuelas. No hay movimiento de importan- vanta en el interior del Jardín Zoológico. ¿Se habrá
cia en el panorama mundial, casi no hay obra de éxito querido acercar así a este Juan Moreira a lo que fue
que de inmediato no se represente, no ya solo en compañía de su nacimiento escénico, los animales del
Buenos Aires, sino en las principales ciudades del circo? La respuesta no dejaría de ser aventurada, pero
interior, y hasta en las menos importantes. Escuelas, se impone. Y al mismo tiempo, estaría diciendo que
academias, grupos de teatro oficiales y privados, cer- en casi cien años, el teatro argentino se halla aún en
támenes, festivales, florecen a lo largo y a lo ancho del su punto de partida.
país. Pero el fenómeno no envuelve a los autores, que Cééar Magrini
parecen seguir escribiendo «para», y no «por». Ese amor
por el teatro llega a exteriorizaciones tales como ciclos
Nueetra actualidad mueical 165

específico. Tiene que ver de muy cerca con lo que pasa,


contemporáneamente, en el mundo y esta circunstancia
es tanto más cierta en una tierra que, como la nuestra,
se define como un receptáculo de los más diversos
aportes migratorios. Si, como cultura, en sentido lato,
hemos sido, hasta hoy, tributarios de Europa, sin
ahorrarnos, tampoco, las crisis de un continente con-
Nuestra vulsionado por dos guerras, como portadores de una
música propia, en el terreno de lo autóctono o de lo
actualidad musical universal, hemos reflejado, y continuamos reflejando, un
quehacer que se muestra en la increíble capacidad de
resonancia que nos caracteriza, desde la colonia, como

CONFIESO que cuando Victoria Ocampo me


pidió que escribiera algunas líneas sobre la mú-
América. El progreso de la técnica, la facilidad de las
comunicaciones y el acelerado intercambio de las
sica en mi país —tema sobre el que ella misma tendría cosas como bienes enaltecidos en el consumo espon-
tanto que decir— sentí muy justificados deseos de táneo o dirigido, no ha hecho sino acrecer esa reso-
eludir la tarea. He llegado a esa edad, y, por lo tanto, nancia, promovida, ya, por el hecho de ser, nuestra
a ese estado mental, en que uno va apartándose insen- capital, una de las grandes urbes de la tierra y, al
siblemente de lo que llamamos actualidad. Es el periodo presente, el centro en que convergen, así sea una vez
de la vida en que nos conformamos con ver pasar las al año, las más grandes orquestas, los mejores con-
cosas, reduciéndonos, así, poco a poco a reservar la juntos de cámara, los más óptimos virtuosos y las más
opinión, si no —y hay bastantes motivos para callar— brillantes temporadas operísticas del mundo musical.
al silencio total. Estas circunstancias conducen a un De tal modo, no es exagerado decir que en Buenos
debilitamiento de la elasticidad necesaria para adap- Aires, en la medida en que la ciudad es el país, en-
tarse a los hechos nuevos y a un recrudecimiento del cuentran, hoy, eco los movimientos más avanzados de
parti prie sobre las cosas. En tales condiciones, ¿cómo la expresión musical creadora tanto como aquellos
ocuparme, cualquiera sea mi entusiasmo constitucio- que derivan de las posibilidades materiales de la más
nal por la música, de algo que he terminado por ver refinada interpretación. Estas circunstancias nos obli-
cada vez mas «de reojo»? Así, pues, si consiento en gan a desentrañar, dentro de un acontecer artístico
referirme a la música en la Argentina es porque doy que se configura por la plétora y la confusión, dónde
por sobreentendido aludir más al fenómeno social en que está lo nuestro y cuáles son los valores que se han
dicha música se halla de algún modo contenida que a unas abierto camino por derecho propio desde que, no hace
manifestaciones concretas de las cuales me he desin- mucho más de medio siglo, éramos apenas unos pocos
teresado en el orden informativo de su particularidad. los que rendíamos culto a la música, hasta el día de
La música, como toda expresión de la vida en los hoy, en que un público de masas colma, a más no poder,
tiempos que corren, ha dejado de ser un hecho local y las salas de concierto.
166 Mario d. Lancelottlit
i Nuestra actualidad musical 167

Quienes hemos visto crecer el Buenos Aires tau, nentes al desconcertante «concierto» de las naciones,
sical a partir de los años de comienzos del siglo, donde pasó el proceso monstruoso de la tecnología, la exas-
no pasábamos de unos pocos los que concurríamos al peración de las luchas de clases, el problema racial y,
salón La Argentina (sede, en sus primeros tiempos, de en fin, el estado de insurrección permanente en que
la Asociación 'Wagneriana) para escuchar los primeros vivimos desde que el hombre rebelado intenta sacudir
conjuntos de música de cámara; quienes, poco más una tradición religiosa y social milenarias y constituir
tarde concurríamos a los conciertos de Juan José el mundo —un mundo que ha pisado la Luna— desde
Castro y de Ansermet o nos extasiábamos, guía en unas famosas «otras» estructuras o bases o desde un
mano, con las óperas de Wagner, como aficionados dudoso «hombre nuevo».
que éramos «siempre los mismos»; quienes teníamos En todos los órdenes asistimos a un fenómeno his-
una idea más o menos aproximada de los grandes vir- tórico-social que he definido en varios artículos como
tuosos a través de los discos 78, estábamos lejos de «ruptura». Por lo que hace a las artes y a la música
pensar que un día nuestra ciudad se convertiría en uno ese rompimiento con lo anterior se manifiesta como una
de los centros «consumidores» de música más importan- fatiga, una imposibilidad de insistir sobre viejos moldes
tes del mundo. y una necesidad, que ha llegado a ser histérica, de
Entre tanto, ¿cómo olvidar los tiempos «heroicos» hacer «otra cosa». De un golpe, se ha renegado de la
en que Alberto Williams nos ponía en contacto con la tradición, de la historia, del «padre», y las llamadas
cultura musical del Viejo Mundo, en que el inquieto vanguardias y las nuevas generaciones han experimen-
Paz nos hacía conocer las manifestaciones de vanguar- tado el impulso de dar la espalda a los valores consa-
dia de la «música nueva»? ¿Cómo olvidar lo que el grados. El arte, la música, como expresiones de una
movimiento musical de entonces le debía a una Victoria totalidad, de una continuidad y de una universalidad,
O campo, que, no contenta con traernos viajeros ilus- han perdido prestigio, se han convertido en malas
tres en el campo literario y hacernos conocer las letras palabras. Desde hace muchos, demasiados, años: a
extranjeras, luchaba a brazo partido por organizar partir, digamos, del surrealismo, los jóvenes, y, con
conciertos que, bajo la batuta de Ansermet y de Castro, ellos, no pocos que no lo son, han preferido partir
nos pondrían en contacto con Debussy, Strawinsky, ex nihil° en nombre de una supuesta libertad que hiciera
Honnegger y con tantos otros representantes de la mú- tabla rasa del pasado y se atuviera a otras formas.
sica del tiempo de la primera guerra mundial? ¿Cómo Como la nada solo engendra la nada, el arte y la
no recordar, más tarde, los conciertos de Krauss, los música «nuevos» debieron apoyarse en algo: despren-
recitales de Backaus y de Rubinstein, los de Vecsey, didas de un cordón umbilical que parecía avergonzar-
Prihoda, Hubermann, hasta llegar a Kleiber, a Busch las, las vanguardias flirtearon con la técnica y la
y a los grandes divos de la expresión vocal? ciencia. Deshumanizadas, se echaron en brazos de la
Claro está que desde entonces hasta este año experimentación: un terreno donde todo era posible.
de 197o han pasado muchas cosas, en todos los. ór- Y ya estamos viendo adonde nos ha llevado esa expe-
denes. Pasó otra guerra, pasó la bomba atómica, la rimentación. No cabe responsabilizar, por cierto, al
conquista del espacio, pasó el acceso de otros conti- dodecafonismo o a la música mal llamada atonal, del
168 Mario d. Lancelatti Nuestra actualidad musical 169

caos en que se debate la música contemporánea. Un cializado, donde la propaganda y los complicados
Schoenberg, un Berg, un Webern, un Kreneck, eran mecanismos de una economía de consumo han origi-
«necesarios». Lo que ocurrió con ellos tenía que. su- nado, junto con la irrupción de una nueva y amorfa
ceder. Estaba anticipado en el Preludio de Tristán, masa media, un gusto dirigido y un creador y un espec-
en Debussy: la música, como el arte en general, tador más o menos sofisticados. Como si fuera poco,
tendían a disolverse y parecía ineludible, a partir de un la industria fotográfica, con sus primorosos refritos,
estallido que solo nos procuraba sus añicos, organizar exaltados en el preciosismo de la ejecución —donde
las cosas de otro modo. La discontinuidad sonora, el Verdi convive con Vivaldi y con Bartok, por la sen-
puntillismo, se convirtieron en reglas. En rigor, se cilla razón de que son muchos los tontos ilustrados que
escapó de una dogmática para caer en otra. Amparados poseen una discoteca en la cual, con el pretexto de
en las matemáticas, en la física, quienes siguieron a las «versiones», Los puritanos se mezclan con Las
los pioneros de la música serial, hoy también renegados cuatro estaciones o con Música para cuerdas, percusión y
como vejestorios, se pusieron a hacer otra cosa. El re- celesta— ha contribuido a oscurecer la cuestión. Se
sultado no es demasiado alentador y hay que creer o escucha menos a Beethoven que a Von Karayan.
reventar, si es verdad que, por muy matemáticos que El sibaritismo del discómano se confunde con la pedan-
sean los fundamentos formales de la música, esta es, tería del erudito en microsurcos y superficies, y Aris-
como toda manifestación artística, la expresión de tarcos insufribles nacidos a la sombra del disco ponti-
una emoción o un sentimiento: nuestro siglo, en vías fican sobre esta o aquella interpretación. Hace cua-
de terminar, no pasará precisamente a la historia por renta años escuchábamos con avidez y «en vivo» una
sus maravillas musicales. Nuestro siglo, sin verdadero Quinta Sinfonía, con Romain Rolland bajo el brazo.
genio ni época, ha pagado con creces el avance por- Hoy se grita (el aplauso pertenece al museo de la
tentoso de la técnica y del conocimiento científico en aprobación) cualquier cosa, con un fervor reivindica-
todos sus aspectos. No ha producido ni un Beethoven torio y «barbudista» que no distingue, en su indiscrimi-
ni un Goethe. Un lied de Schubert vale más, todavía, nado y artificial entusiasmo, entre la obertura de Gui-
en el orden de la emoción y de la inteligencia, que llermo Telt, una Cantata de Bach, el Bolero de Ravel, la
toda la obra de un Schoenberg y una sinfonía de Schwartakoff o el Tangazo de Piazzolla. Otra cosa nos
Brahms nos dice más —aventuro— que la monserga ha llevado a cualquier cosa. Y nosotros no hemos hecho
inaudible de los cuartos de tono de un Haba. Nada excepción a la confusión de las lenguas y a la sofisti-
digamos de lo que viene después; la «música» de un cación en que se debate la música de nuestros días.
Stockhausen o de un Chase (cito nombres al azar, no A través de mesas redondas y de contactos aislados
acudo al diccionario). No es preciso ir más lejos. El he tenido la oportunidad de conocer a algunos represen-
lector sabe a qué nos referimos. tantes de nuestra música de avanzada. Los hay muy
Claro que las cosas no son tan simples como pare- inteligentes, pero, fuera de su increíble capacidad para
cería desprenderse de este examen a vuelo de pájaro organizar galimatías —y digo organizar porque la idea
y, menos, del apretado espacio que consiente este pre- de creación en el sentido de «obra» está en ellos
ciso artículo. Vivimos en un mundo industrial y comer- «superada».— no les encuentro mejores cualidades que
170 Mario el, Lancelotti Nueotra actualidad mueical 171

la de un asombroso, y, a veces, inocente, desparpajo. saben tener el instrumento y podrían ser juzgados por
He conversado con algunos: la pobreza de la persona- un sordo. Paradójicamente, hablo de oídas. Los co-
lidad (mal muy generalizado), la precariedad expre- nozco. A diferencia de sus colegas europeos, y salvo
siva, el carácter sumario de sus respuestas, nos pe;mite contadísimas excepciones, carecen de la menor in-
sospechar que al famoso hombre unidimensional del quietud intelectual, y, en el fondo, de cultura general.
futuro le faltará, necesariamente, una dimensión. Por Es inútil decir que están mal pagados porque les falta
lo visto no se puede dar, impunemente, las espaldas al el amor al instrumento y la pasión por lo que hacen.
pasado. La consecuencia es que, por mucho «frente» Este juicio podrá parecer exagerado, pero si fuera
que exhiban, han perdido las espaldas. Es posible cierto tan solo en un so por ion sería válido. No digo
renegar del «padre», a condición de quedarse huérfanos. diez; cinco instrumentistas malos bastan para estropear
Y es eso : una típica orfandad lo que descubrimos en los la mejor orquesta. Un conjunto sinfónico no se reduce,
más jóvenes. Es cierto que no son absolutamente respon- pues, a sus «concertinos», ni siquiera a su director.
sables. Pertenecen a una neo-clase que inunda las salas Todos, absolutamente todos, deben ser maestros: «vir-
en donde se exhiben «objetos» o irrumpe con sus «expe- ' tuosi», como quería Paganini.
riencias» en ambos programas de concierto. Militan en Es inútil decir que nuestro país tiene a un Ginastera
una azada inedia sin otra caracterización que la de no o a una Marta Argerich, para no mencionar sino
tener ninguna, salvo la de formar parte del inmenso ejemplos evidentes. Ni basta, tampoco, reconocer que
«camping» con que nos tienen más o menos sitiados. existen algunos músicos serios que saben lo que hacen,
El auge de la música sinfónica o de conjunto nos sea en el dominio de la creación como en el de la
obliga a dedicar un párrafo aparte a nuestras orquestas. interpretación. El estado de una cultura en cualquiera
Una orquesta no se juzga por este o aquel instrumen- de sus aspectos no se mide por este o aquel exponente
tista. Digo esto porque tenemos, entre nosotros, más aislado. Ni, mucho menos, por quienes eligen la vía
de un flautista X, un oboísta o un percusionista que más fácil de la promoción. A diferencia de lo que
podrían figurar en lo mejores conjuntos del mundo. ocurre en literatura, donde podrían mencionarse con
Una orquesta es, en cierto modo, y director aparte, Borges a la cabeza, algunos nombres de excepción, a
la suma de sus componentes. Como totalidades nuestras diferencia de lo que somos capaces de hacer en pintura
orquestas son sencillamente deficientes. Los cronistas si pensamos que Spilimbergo es uno de los nuestros,
del periodismo musical vienen insistiendo hace mucho musicalmente somos más bien pobres. Y siempre fue así.
sobre este punto y hablan de falta de organización, de Por el momento, y en la medida en que también en este
la necesidad de poseer conjuntos estables, etc. No renglón vivimos demasiado pendientes de lo que se hace
hacen, empero, demasiado hincapié en una causa fun- afuera del país y sufrimos de la mala suerte de no
damental, visible, sobre todo, en las cuerdas: en su encontrarnos, nuestra música, en cuyo seno obran, por
mayoría, nuestros profesionales no estudian, les falta añadidura, demasiadas «capillas» y nepotismos, no da
«escalas», y así como tenemos escritores, con libro y pie para forjarse, por el momento, muchas ilusiones.
todo, que no conocen ortografía y mucho menos El futuro dirá.
sintaxis, en Buenos Aires hay violines de fila que no Mario A. Lancelolti
Tranógreeión y normalización en la narrativa 173

máticas, pero erizadas de halagos y trampas sonrientes,


que las editoriales publican en tirajes cada vez mayores
y las revistas de circulación masiva comentan con en-
tusiasmo y vocabulario pseudotécnico.
Lejos de sentirse agredida por unas experiencias
que parecen cuestionar todo cuanto da por sentado,
la masa de lectores las diluye en una costumbre. La
Transgresión literatura rebelde está ahora al alcance de su mano y
le ofrece lo que aún faltaba en su mercado: el eomfort
y normalización intelectual. Uso el término en el doble sentido de
«bienestar» y de «alivio»: al fin quedan abiertas las
en la narrativa puertas, revelados los misterios de los laboratorios
donde trabaja ese ser marginal, ese agitador clandes-
argentina contemporánea tino que es el intelectual, el escritor de vanguardia.
La sociedad se regocija ante el vasto campo cultural
puesto a su alcance y no lo ve como una incitación a la
duda sino, al contrario, como una reafirmación de la au-
LAcomo
historia de la literatura podría concebirse hoy
el registro del ritmo según el cual las trans-
toridad que le permite reducir la agresión a ornamento:
la lectura de lo insólito es un medio para evitar la
gresiones a las formas y estilos que alcanzan prestigio invasión de lo insólito en las uniformes vidas cotidianas.
en un ámbito cultural se convierten, a su vez, en acti- El aplauso a la transgresión hace de la ruptura un
tudes prestigiosas, en rebeliones institucionalizadas y simulacro. Y la ruptura de la historia se vuelve his-
ya sin ímpetu para crear mundos nuevos, o siquiera toria de la ruptura, porque las consecuencias mismas
para nombrar y descifrar el mundo en que vivimos. de cada ruptura se aíslan dentro de límites estrictos
Tal proceso ya no es sorprendente: los ataques contra que no rebasan el producto cultural inofensivo y sun-
las pautas del pasado se codifican en convenciones tuoso. Ilusión de libertad, reiterada en agresiones que
aceptadas sin escándalo por un público aficionado a se anulan como puro espectáculo, como entertainment
las audacias del escritor, pero que no ve en ellas un o a lo sumo como campo de investigación para estu-
genuino afán crítico, una exhortación a revisar las diosos desapasionados, siempre codiciosos de comple-
nociones corrientes acerca de lo que llamamos realidad jidades que autoricen sus exégesis. Pensemos en las
y lo que llamamos arte y, sobre todo, acerca de las versiones actuales del estallido surrealista (la primera,
fronteras —siempre ambiguas y fluctuantes-- que a la verdadera transgresión que a principios de nuestro
vez deslindan y comunican ambas zonas. La novedad, siglo sacudió los cánones éticos y estéticos del siglo
o más bien la aspiración a la novedad, se impone como anterior). Pensemos en la complacencia con que el
un valor per de. La burguesía argentina asimila imper- público burgués festeja los desacatos del pop-art,
turbable unas obras agresivas, deliberadamente enig- bulliciosa travesura que so pretexto de imponer un
XXXIV, 12
174 Enrique Pezzoni Trandgreeión y normalización en la narrativa 175

antiarte que simbolice el repudio a la hipocresía con- noción de la realidad que suele no ser más que una
temporánea, busca la recompensa de una sociedad convención o un conformismo ante lo que un grupo
ansiosa por gratificar cuanto rebaje a parodia de trans- cultural o económicamente dominante obliga a acep-
gresión los ataques contra los tabúes que protegen su tar como real a. «La búsqueda de la literatura es la
modo de vida. La vanguardia se pierde en la historia, búsqueda del momento que la precede», dice Maurice
en una tradición que acumula vertiginosamente nove- Blanchot. Y Jorge Luis Borges: «Cada escritor crea
dades condenadas a envejecer no bien irrumpen en la a sus precursores.» Los novelistas del siglo xx nos
escena. «El arte desciende, pues, al nivel de las masas enseñaron a leer a Cervantes, o a Dostoievski, o a
—dice Edoardo Sanguinetti—, pero de este baños alu- Galdós; nos revelaron que su realismo es crítica, inda-
dable de rugosa realidad, de estimulante concreción, gación y hallazgo: procedimiento. Si olvidamos las
es inmediatamente catapultado al elevado e inofensivo clasificaciones extrañas a la literatura, simplistas, arbi-
olimpo de los clásicos [...] el alto burgués que mientras trarias, de tipo dualista (interior-exterior, imaginario-
puede regula los precios y dirige el consumo, sabe muy real, intención creadora-obra creada), toda obra se nos
bien lo que compra y, como a todo el mundo le consta, presenta como «realista» (sin excluir las rotuladas como
no se asusta ante nada, Como sabe que cada cosa «fantásticas»), puesto que al exhibirse como procedi-
tiene su precio, y se trata de saber gastar la cifra mento la literatura revela que los mundos por ella
exacta, asimismo sabe que todo producto artístico, propuestos son el resultado de una exploración, de un
antes o después, ha de hallar su propio museo.» saber experimental semejante a la ciencia. Y si el
¿Cómo devolver al escritor su libertad en este cambio violento, el giro brusco de las búsquedas del
contexto? Renunciar a las búsquedas y a la ruptura escritor es inevitable, lo es porque no hay en la litera-
significa asumir un triste compromiso: es perpetuar la tura conquistas definitivas. El destino del escritor
historia en lo que tiene de más anacrónico. A partir de no es reiterar las experiencias de quienes lo precedie-
la rebelión surrealista y, en el ámbito de la narrativa, ron, sino señalar qué hubo en ellas de invención y
a partir de la prédica que es la obra de Proust, Joyce hallazgo, y también en qué momento esos hallazgos se
y Kafka, quedó librada para siempre la batalla contra convirtieron en artículos de fe, en convenciones cano-
la realidad concebida como materia ya dada que hu- nizadas.
milla a la literatura, obligándola a convertirse en un Si al escritor le es tan imposible regresar al pasado
minucioso trompe Coeli, según la expresión de Marthe como interrumpir sus búsquedas, ¿cómo evitar que ese
Robert 1. Ni Joyce ni Kafka son superiores a Cervantes imperativo de innovar se degrade en el fenómeno
o a los grandes dioses más inmediatos a ellos que secundario de un antiarte consumido por la sociedad
fingieron derribar. Admitir tal superioridad es caer burguesa? Es difícil prever el sentido que tomarán las
en la artimaña que hace de la ruptura y el cambio un búsquedas cuyos descubrimientos se salven del proceso
fetiche. La lección de la novela surgida en la primera de normalización. Por otra parte no es absurdo exigir
mitad de nuestro siglo es de otra ínáole: revela que el tanto del escritor como de la crítica que indiquen el
mundo construido por la literatura es siempre una instante de la neutralización: el instante en que, como
conquista y a la vez una denuncia contra una presunta se ha dicho tantas veces, la vanguardia se hace guardia
176 Enrique Pezzoni
Tranograión y normalización en la narrativa 177

y guarida: defensa empecinada de un territorio ya con- Lo importante era mantener la idea del movimiento y
quistado donde el rebelde adquiere la prepotencia del el cambio. Pero acaso Octavio Paz y sus colaboradores
tirano; refugio donde se instalan cómodamente quienes debieron revisar esa distinción entre «ruptura» y «de-
aspiran al panteón de la modernidad con apariencia coro». Pues la actitud del decoro recupera hoy de
transgresiva. manera harto curiosa su antiguo sentido, puramente
En el prólogo a la antología Poeeía en movimiento relativo y sinónimo de decene: es el repertorio de recur-
(México, Siglo XXI Editores, 1966), Octavio Paz sos, la estrategia que conviene emplear para establecer
comenta las discusiones con Ah Chumacero, Hornero el contacto entre la obra y su público, y para lograr la
Aridjis y José Emilio Pacheco cuando quisieron elegir aceptación 4 . Así, «ruptura» y «decoro» dejan de ser
a los poetas mexicanos que, entre 1915 y 1966, se
categorías opuestas, puesto que lo decoroso parece,
inscriben en la tradición de la ruptura y el cambio y hoy, esa aspiración a la modernidad de que habla
conciben la modernidad como «una decisión, un deseo Octavio Paz: el empeño de obstinarse en el cambio,
de no ser como los que nos antecedieron y un querer
de perpetuar la transgresión, de reiterar la agresividad.
ser el comienzo de otro tiempo» (p. 5). Al compilar la Guardar la vanguardia. Proceso de normalización seme-
antología, Paz y sus colaboradores procuraron invertir jante al que padeció otro tipo de literatura antes con-
el procedimiento de la crítica corriente, que «ve el cebida como «indecorosa» o rebelde: la narrativa de
pasado como un comienzo y el presente como un fin esos autores que, poseídos de un afán de crítica social,
provisional»; esta vez, el propósito fue «alterar la solo concebían la obra literaria en una paradójica rela-
visión acostumbrada: ver en el presente un comienzo,
ción de dependencia con la realidad exterior que debe
en el pasado un fin» (p. 7). Fin también provisional,
denunciarse y modificarse. Nostalgia de la acción,
puesto que varía con el presente desde el cual se pro- subestimación de la literatura y el lenguaje como ideo-
yecta. Durante las mencionadas discusiones, surgieron logía capaz de operar tantas transformaciones como la
divergencias en cuanto a la aparente contradicción acción misma 5 . En el mercado literario de la Argentina
entre los términos «tradición» y «ruptura». Hubo un de hoy, esa literatura de supuesta denuncia ha dejado
momento en que los antólogos estuvieron a punto de de ser un habla distinta e hiriente para convertirse en
resignarse a incluir en la selección dos clases de auto- una concesión a la lengua y las normas codificadas: un
res : los representates de la ruptura y la «aspiración a la producto impuesto por ciertas empresas editoriales y
modernidad», y los que pertenecen a la tradición opuesta destinado a la contemplación apacible y satisfecha.
de «la dignidad estética, el decoro —en el sentido La lengua común, el código de la sociedad burguesa
horaciano de la palabra—, la perfección» (p. 8). La ya ha empezado a apoderarse de esa otra literatura que
solución fue desechada porque significaba caer en el propone una relación de asalto con la realidad exterior.
dualismo eclecticista que ha provocado, precisamente, Quizá ha llegado el momento en que el novelista deba
la crisis intelectual contemporánea. Al fin se aceptó abandonar no su actitud de ruptura, pero sí esa con-
«sin alegría» otra solución intermedia: incluir a los cepción de la «ruptura decorosa» que lo hace caer en
autores que cultivaron el decoro pero que, en algún la trampa de una sociedad que lo gratifica con el éxito.
momento, coincidieron con la tradición de la ruptura. Y quizá ha llegado el momento en que la crítica lite-
178 Enrique Pezzoni Tran,9reeión y normalización en la narrativa 179

raria empiece a ver que ciertas formas de la vanguardia Leopoldo Marechal y Julio Cortázar. Cada uno de
contemporánea han dejado de ser un comienzo para estos autores irrumpió en el ámbito cultural argentino
convertirse en un final. Al desplazar el objeto de su con un estallido de transgresiones y rupturas. Los tres
contexto, el dadaísmo entronizó lo inservible como sím- recelaron del lenguaje literario impuesto por las pautas
bolo burlón de una sociedad prosternada ante valores prestigiosas de su momento; los tres manifestaron ese
que se confundían con lo meramente utilitario. Hoy, disconformismo mezclando burlonamente, a veces enco-
los rebeldes que reiteran a Dadá hacen del objeto una nadamente, las normas lingüísticas más distantes entre
forma de arte que aspira a la admiración. Su presunto sí; los tres, en suma, fueron exigentes de lectores acti-
antiarte es la canonización del artefacto. De manera vos, que no se amedrentaran ante el esfuerzo de poner
semejante, la antinovela actual, reiterando las trans- en movimiento mecanismos erizados de dificultades.
gresiones de Joyce y ejercitándose en las gimnasias de Tanto Borges, como Marechal, como Cortázar fueron
la llamada «obra abierta», ¿no estará consagrando un encontrando el éxito en medios cada vez más vastos.
artefacto cuyo destino único es el mercado? Revalorar Solo que el aplauso los festejó en diferentes momentos
las transgresiones (es decir, comprobar si continúan de su producción. Eso los distancia y acaso muestra el
siéndolo): esa es la misión del intelectual y el escritor. momento en que dejaron de ser vanguardia para ingre-
En vez de concebir la historia de la literatura como un sar en la historia de la vanguardia.
sucederse de rupturas y cambios al margen de las obras
que acatan el prestigio, ¿por qué no plantearla como Durante mucho tiempo, la obra de Borges pasó en
el registro de esos hitos en que la tradición de la rup- la Argentina por ser una muestra oui generiJ de la lite-
tura se sale de quicio: el de las formas acatadas, el de ratura del decoro (aceptación de los grandes modelos
las transgresiones normalizadas por el prestigio? propuestos por la literatura y el pensamiento universa-
les) y a la vez de la ruptura: ensayos que se proponían
Y bien; la historia de la narrativa contemporánea como curiosas narraciones, relatos en que intercalaban
y, dentro de su ámbito, el proceso de neutralización de pseudo ensayos, etc. En todo caso, la destreza formal de
las actitudes transgresivas, puede encararse como una esos cuentos y ensayos, el refinamiento de los problemas
crónica entre los rótulos tiránicos impuestos por la metafísicos planteados, el aristocrático desdén por la
sociedad de consumo y como el registro de la aparición definición de una presunta autenticidad nacional (ur-
de los nuevos contratos de lectura 8. En la narrativa gencia que atormentaba por igual a los grupos intelec-
actual argentina, por ejemplo, ¿qué obras han suscitado tuales de derecha e izquierda): ese fue el repertorio
la actividad de lectores productivos? Y a la inversa, que la crítica en torno a Borges se limitó a señalar
¿qué obras han recaído en nuevas versiones de los entre 1925 y 1950. Por eso, desde el comienzo mismo
viejos contratos de lectura, so pretexto de «guardar la la literatura de Borges provocó entusiasmos vehementes
vanguardia»? o rechazos indignados que, en el fondo, eran igualmente
Un punto de partida para reconsiderar la narrativa injustos, pues no veían en esa literatura más que un
argentina actual podría ser la relectura (hecha desde artificio inobjetable. No quiero referirme ahora a la
esta perspectiva) de la obra de Jorge Luis Borges, hondura de los problemas filosóficos o cuasi filosóficos
i8o Enrique Pezzoni Tranogreoión y normalización en la narrativa 181

formulados por Borges: ya hay toda una profusión de tores que se enamoran de las hazañas verbales sin tras-
estudios que los ha comentado (y, por cierto, se ha dete- cenderlas a las representaciones que las palabras tienen
nido demasiado en ellos, como si los cuentos y poemas por misión comunicar. «Los que adolecen de esa supers-
de Borges fueran una «ilustración» de sus ensayos). Lo tición entienden por estilo no la efectiva representabi-
que me parece importante señalar aquí es que los pri- lidad o irrepresentabilidad de una página, sino las habi-
meros detractores o admiradores de Borges ignoraban lidades aparentes del escritor: sus comparaciones, su
que su obra solicitaba de sus lectores un esfuerzo no acústica, los episodios de su puntuación y su sintaxis...
precisamente de comprensión, sino de transformación es decir, no se fijan en la eficacia del mecanismo sino
de sus hábitos de lectura. Años antes de la llamada en la disposición de sus partes.» Los admiradores y
«obra abierta», el lector de Borges debía sortear una opositores de Borges tomaron este menosprecio del
serie de trampas hasta descubrir que en sus enigmáticos lenguaje como una travesura más del Borges que en sus
relatos, el misterio que debía resolver no era el de unos propias páginas elaboraba una dicción obstinadamente
mundos rotulados por la crítica como «fantásticos» o insólita. Borges los dejó en el error y al final del ensayo
«irreales», cuanto el misterio de un texto que se proble- sentenció que el destino de la literatura y de lo que la
matizaba a sí mismo como recurso inventivo y que, al hace posible, el lenguaje, es su desaparición: en la
mismo tiempo, era incesante invención: no el reemplazo mudez surge el imán de todas las significaciones posi-
de la realidad por la irrealidad, sino el enfrentamiento bles, un ámbito donde solo hay esas representaciones
dialéctico de diferentes formas de existencia. Obra puras con que se comunican los ángeles. La hermosa
«cerrada», pero con la cual solo podía establecerse un frase que cierra el ensayo, anticipa la muerte del len-
activo contrato de lectura. En el nivel lingüístico, los guaje como afirmación de esa forma de existencia
textos de Borges negaban toda eficacia comunicativa situada más allá de toda realidad, de toda irrealidad,
al lenguaje, pero hacían de él su objeto último: un ins- a que tiende la literatura: «Ignoro si la música sabe
trumento sorprendente, destinado a transmitir la nos- desesperar de la música y si el mármol sabe desesperar
talgia de «las representaciones directas y sin ministerio del mármol, pero la literatura es un arte que sabe pro-
alguno verbal». En el nivel de las acciones, esos textos fetizar aquel tiempo en que habrá enmudecido, y encar-
proponían hechos sobrecogedores, pero que se desmen- nizarse con su propia virtud, y enamorarse de su propia
tían a sí mismos como opciones definitivas y cuyo disolución, y cortejar su propio fin.» Pero una vez pro-
significado estaba más allá de ellos, en una suerte de clamada la transparencia del lenguaje para realzar la
sorpresa final «de segundo grado». Estas deliberadas luminosidad de las representaciones, Borges no entregó
contradicciones se extremaron como programa estético a sus lectores un mundo que admitiera una interpreta-
en un ensayo en que Borges acumuló negaciones que se ción única, aunque difícil. Fabricó, en cambio, un sis-
precipitan en un anhelo suicida, pero que son a la vez tema de personajes y acciones que sugieren interpre-
una rotunda afirmación vital. En «La supersticiosa ética taciones sucesivas, opuestas, provisionales, y que hacen
del lector», escrito en 193o y recogido en el tomo Die- de esa provisionalidad su sentido. Tal vez ha llegado el
cuaión, Borges acumula su rencor contra el lenguaje, momento de revisar las interpretaciones de la obra de
«díscola forzosidad de todo escritor», y contra los lec- Borges como la propuesta de un mundo irreal. La irrea-
182 Enrique Pezzoni
Trandgredión y normalización en la narrativa 183

lidad supone el cotejo con la realidad, es decir, cuenta


era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque
con ella porque necesita oponérsele y desmentirla. Las sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de
invenciones de Borges son previas, en todo caso ajenas
Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio.
a la idea de realidad. Se proponen como ámbitos qué
Verdadero era también el ultraje que había padecido;
solo se explican por sus propias, irónicas leyes. La solo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos
paradoja como método de conocimiento; el conoci- nombres propios.» Verdadero, falso: las palabras pare-
miento como ficción, como aceptación simultánea de cen inscribirse en un nuevo código cuya validez es
afirmaciones opuestas. «La imposibilidad de penetrar en radicalmente distinta de la que acatamos en la comu-
el esquema divino del universo —dice Borges— no nicación cotidiana. Horas, circunstancias, nombres pro-
puede, sin embargo, disuadirnos de planear esquemas pios : la mecánica inventada por los hombres para orien-
humanos, aunque nos conste que estos son provisiona- tarse en el mundo es reemplazada por otra que funciona
les.» Y en una nota a propósito de una novela de en sentido inverso. Segunda sorpresa: Emma Zunz, su
Wells « ¿Me atreveré a estampar que [esa novela] es
penosa entrega al marino en el puerto, su crimen ritual,
inverosímil y que la inverosimilitud es un privilegio de niegan el tiempo y el espacio y una vez más afirman
que suele abusar la realidad?» Contrapunto de nega- que acciones semejantes reiteradas en la ilusoria
ciones: el escritor descarta la realidad y en el vacío corriente temporal no son sino una misma, única
de su ausencia instaura un inédito modo de verosimi- acción que rebasa al individuo. «Es verdad que lo
litud en que negaciones y afirmaciones se multiplican
ignoro todo sobre él / —.salvo los nombres de lugar y
infinitamente. Negar la personalidad, el yo individual,
las fechas: / fraudes de la palabra», dirá asimismo
pero en personajes cuyo destino sea único, irrepetible; Borges en el poema «Isidoro Acevedo» al imaginar la
negar la sucesión y la distancia, pero en un ámbito muerte de su abuelo, que en la agonía inventa un
donde también se den el alejamiento, la separación y campo de batalla para acabar en él como un héroe.
la muerte. Pensemos en ese entrecruzamiento de planos El fraude de la palabra sirve a la vez para negar el
que es el relato Emma Zunz. Para el lector distraído,
tiempo, el espacio y cualquier yo individual que transite
consumidor de anécdotas, el cuento narra la historia por ellos; pero los niega desde unas vidas personalí-
de una mujer que venga tardíamente una traición come- simas, obsesionadas por un pasado que no se deja
tida contra su padre: en el «infame Paseo de Julio» se
anular. El de Borges es un texto perfecto, pero sobre
entrega a un marinero, cita al traidor (a cuyas órdenes todo en el sentido de concluso: círculo impecable que
trabaja como empleada) con el pretexto de una dela-
se ofrece a lectores capaces de arriesgarse en una
ción, lo asesina en una suerte de crimen que tiene a la empresa de descubrimientos que desembocan siempre
vez la torpeza del arrebato y la majestad de un rito en el punto de partida. Conocimiento último que no
y justifica al fin ante la policía ese crimen como la
promete más recompensa que la actividad de buscarse
venganza de su honor ultrajado. Primera sorpresa: el a sí mismo.
desenlace de esa compleja trabazón de hechos ideada
para que el verdugo sea, al mismo tiempo, víctima.
Los cuentos de Borges no pidieron el escándalo. Se
Pero el narrador termina así el relato: «La historia limitaron a desdeñar la costumbre de la comunicación
Enrique Pezzoni Tranegreeión y normalización en la narrativa 185
184

literaria aceptada como un hábito apacible. Quizá sea Adán Buenodayreo, novela que simboliza al argentino
esto lo que ahora advierten en la Argentina los grupos que se busca a sí mismo en un ámbito que a la vez ama
ideológicos de izquierda que han resuelto deponer su y execra, los símbolos proclaman insolentemente su
antiguo rencor contra un Borges recluido en la atmóg- condición de tales y exigen formas de exégesis que el
fera «a-ideológica» del pensamiento y alejado de la texto invita a buscar fuera de sí. El Adán es un pro-
acción. Espléndido desenlace: en el momento en que el yecto: tensión hacia un modo de ser que aún no ha ad-
Borges real exagera su actitud reaccionaria y abraza quirido existencia. Leopoldo Marechal suministró con
el partido conservador so pretexto de que es «una abundancia, y desde fuera de su Adán, los apoyos que
forma de pesimismo», las izquierdas aplauden «al otro ese texto reclama y se entregó con entusiasmo a la
Borges»: al producido por sus textos. dilucidación de los problemas por él mismo planteados.
A diferencia de Borges, Leopoldo Marechal buscó Recuérdense «Las claves de Adán Buenooayreb, 8 que
el escándalo. Con su Adán Buenosayreo, publicado en Marechal escribió como ampliación, como «corrección»
1948, forzó los quicios de la narrativa argentina y se a una entusiasta reseña de Adolfo Prieto, uno de los
apartó ostentosamente de las pautas entonces acepta- primeros admiradores del libro. Marechal explicó cada
das. Su novela alardea de incoherencia, aspira a la uno de los dos símbolos que desfilan por su novela;
desmesura, entrechoca estilos y normas lingüísticas aclaró alusiones literarias felicitándose de que fueran
reñidas, baja desde el lenguaje empinadamente retórico recónditas; destacó influjos no vistos por sus exegetas;
o convencionalmente poético a la lengua más cotidiana, compuso una curiosa teoría acerca de un «simbolismo
edifica alegorías complicadas con copiosas abstraccio- estructural» en el relato (el viaje «horizontal» de Adán
nes y las enfrenta con caricaturas de personas o hechos se cruza con su afán de altura y trascendencia: símbolo
concretos del mundo real. La crítica reaccionó con el de la cruz, de la elevación cristiana). Y sobre todo,
escándalo previsto por Marechal. Solo dos ejemplos: distinguió su esfuerzo de las experiencias de Joyce: el
«Una caída, un bodrio con fealdades y aun con obsce- nao es para Marechal una mélange, un catálogo de
nidades, aunque importante como mitificación de su formas que no superan la mera «literalidad» del texto,
generación martinfierrista» (Enrique Anderson Imbert). mientras que el Adán Buentmayreo y su autor «acuciado
«Imaginad, si podéis, el Utioeo escrito por el padre por otras problemáticas» entienden «la lección homé-
Coloma y abundantemente salpimentado de estiércol y rica en su 'sentido simbólico' más que en sus aparien-
tendréis una idea bastante adecuada de este libro» cias literarias» (p. 2o). Para Marechal, el Miau es un
(Eduardo González Lanuza). Tales alarmas, ¿testimo- suicidio porque en él la letra mata al espíritu, mientras
niaban en verdad la aparición de un texto nuevo que, que el Adán denuncia al «demonio de la letra», rememo-
asumiendo el caos como programa estético, propusiera rando el precepto de las Escrituras: «La letra mata, el
un contrato de lectura que dinamitara los hábitos del espíritu vivifica» (p. 21). Desde esta exégesis altanera
lector pasivo, consumidor? El requisito esencial de que destruye lo que hay de valioso en su libro, Marechal
toda obra literaria es su autonomía: aunque exija lec- ignora que el Ulioeo no es un suicidio, sino un crimen
tores activos, estos solo pueden encontrar en el texto expiatorio: un asesinato de las formas novelescas here-
los elementos necesarios para inicar su productividad. dadas que así acaba con la agonía de una cultura de la
186 Enrique Pezzoni Tranegreeión y normalización en la narrativa 187
repetición. En el Mida de Joyce está el furor y también Esto es, de algún modo, lo que señaló uno de los
la nostalgia de quien mata un lenguaje y elige otro pro- escritores que, al aparecer el Adán Buenomyree, aprobó
visional porque no encuentra en su contorno indicacio- . con lucidez el intento que significaba la novela. El
nes expresivas que pueda seguir empleando. En 'el comentario de Julio Cortázar, publicado en la revista
momento de abandonar una tradición que ya no le per- Realidad, XIV (1949), denuncia y a la vez redime la
tenece, Joyce no oculta su angustia ante la pérdida de destrabazón del Adán Buenodayree. A los símbolos sin
esos cauces por donde la literatura se ha deslizado hasta autonomía que desfilan por la obra, opone otro símbolo:
entonces. Pero al elegir un nuevo, difícil camino en que el del libro mismo. En el «dibujo paranoico» del Adán,
las palabras abandonan sus relaciones habituales, Joyce su «lluvia de incesantes espejos», Julio Cortázar des-
rescata la literatura del peligro de la insignificancia. cubrió la alegoría del desasosiego que significa ser
«[. . .] la legibilidad se crea en el corazón mismo de lo argentino: «... Adán es desde siempre el desarraigado
ilegible, la sedimentación de las lenguas se convierte, de la perfección, de la unidad, de eso que llaman cielo
en la frontera del mundo y del sueño, en el mundo y el [—] Su angustia, que nace del desajuste, es en suma la
sueño de uno solo y de la humanidad toda [.. .] En la que caracteriza —en todos los planos mentales, morales
noche donde Joyce entró mediante su escritura, las y del sentimiento— al argentino, y sobre todo al argen-
lenguas se desatan y se hacen vivas, descubren su tino azotado de vientos inconciliables.» Esta explica-
ambigüedad, su multiplicidad, de las cuales somos refle- ción de Cortázar, ¿no anuncia el propósito de su obra
jos en plena luz: reflejos, imágenes que se creen prote- más ambiciosa?
gidas y claras»'. Rayuela, en 1963, emprende el camino en el punto
La autoexégesis de Marechal revela, contrario un" en que Adán Buenodayres se había detenido. Como el
sus verdaderas diferencias con Joyce: lo que en uno es Adán, Rayuela busca la superestructura, lo absoluto,
renuncia consciente y dolorosa, en otro es aprovecha- mediante el recurso de ofrecer al lector un material
miento enmascarado de desdén. Marechal no se des- que no parezca armado, que sea una invitación a pro-
garra de una tradición literaria: se apoya en ella para ducir, más que un producto. La crítica ha analizado ya
deformarla; no descarta una cultura: la caricaturiza y abundantemente los medios de Cortázar: su incon-
nos la tira por delante. Al mezclar dicciones diferentes, gruencia cronológica, su enfrentamiento de mundos ale-
no busca un lenguaje nuevo, aunque provisional, como jados e irreconciliables, su repudio de la causalidad
Joyce: el fm de su búsqueda es el contraste mismo, la lógica o psicológica como enlace de hechos y perso-
incoherencia no resulta. Y su obra no se dirige a un najes, su propuesta de una figura simbólica y estruc-
lector activo, sino a una mentalidad que acepte pasiva- tural que surja como abstracción de los elementos deli-
mente el simbolismo de tal incoherencia. Adán Rue- beradamente esparcidos y las dicotomías acumulados
nodayreo es un acto de terrorismo intelectual: sus agre- en el texto. Solo quiero señalar aquí que Cortázar no
siones, más revoltosas que rebeldes, son en el fondo es un revoltoso como Marechal, ni tampoco el rebelde
reaccionarias, porque se humillan ante la tradición que que sus críticos quieren descubrir. Cortázar es un
pretenden cuestionar y porque se desbandan por todos diestro oficiante que supera a Marechal en destreza, en
los caminos ya agotados por la literatura. capacidad de imponer al lector visiones que tienen toda
188 Enrique Pezzoni Tranegreoión y normalización en (a narrativa 189

la sugerencia del símbolo y la inmediatez de lo existente. llazos en el periódico uruguayo Marcha". Alarmado
Pero es una frontera última: no un principio arriesgado, ante el proceso de normalización de la literatura trans-
sino un hermoso final. La experiencia de Rayuela quizá gresiva, Collazos procura reimponer la idea de una
indica que en la Argentina la antinovela ha descubierto literatura que cumpla su función crítica restableciendo
ya cuanto podía descubrir en el camino en que ha avan- la antigua relación de dependencia con respecto a la
zado; quizá revela que antinovela empieza a ser un realidad exterior a la obra. Cortázar le observa bajo
rótulo tiránico, una convención mansamente aceptada el subtítulo burlón de «Realidad, cuántos crímenes se
por ese «lector hembra» contra el cual Cortázar reac- cometen en tu nombre]: «De hecho, ninguna realidad
ciona. A partir de Rayela el vanguardismo, entendido es concebible en el vacío; el poema más abstracto, la
como un aventurarse en zonas desconocidas, se vuelve narración más delirante o más fantástica, no alcanzan
experimentalismo y juego, en el doble sentido de meca- trascendencia si no tienen una correlación objetiva con
nismo y de diversión intrascendente. En una atmósfera la realidad, solo que ahora se trata de entender la reali-
donde todos los juegos están permitidos, el experimenta- dad como la entiende y la vive el creador de esas ficcio-
lismo se da como una operación no polémica. Es el caso nes, es decir, como algo que por muchos lados y muchas
de 62 Modelo para armar, la segunda novela experimental dimensiones puede rebasar el contexto sociocultural,
de Cortázar, publicada en 1968. Texto que exige del sin por eso darle la espalda y menospreciarlo» (p. 5o).
lector más lucidez y paciencia que fervor; texto que Pero al mismo tiempo, como si pensara en las aberran-
seduce y tranquiliza a un gran público que ya ve inser- tes parodias que su literatura ha producido, Cortázar
tada en el comercio cultural ese tipo de experiencias. se siente obligado a admirar una novela como Hombree
José Lezama Lima lo previó durante una discusión que a caballo, de David Viñas, precisamente en cuanto
sostuvo con Roberto Fernández Retamar y Ana María difiere de 62 Modelo para armar: porque no es «un expe-
Simo a propósito de Rayuela: «En Cortázar, la parte rimento literario sino una obra cabal y entera, un
crítica, la parte cenital es muy superior a la otra parte, producto a nivel de la comprensión general y a la vez,
al otro extremo de la balanza, es decir, al inconnu, al por sus grandes cualidades, capaz de levantar la pun-
desconocido. Por eso digo que es más bien un hombre tería futura de sus lectores» (p. 70). Más que caer en
de la era crítica, que un hombre que significa la nueva esta especie de transacción con la novela mimética,
medida, el nuevo rumbo, la nueva distancia». 'o Cortázar debió señalar el peligro de todas las actitudes
Este es un juicio valioso para indicarnos que la de vanguardia y las obras experimentales que se nor-
obra de Cortázar, síntesis deslumbrante, prohíbe su malizan por falta de un contrario dialéctico. Cuando esas
reiteración. Nos lo prueba la frecuencia con que, en la actitudes se reiteran sin avanzar, dejan de ser tensio-
Argentina actual, las experiencias de Cortázar se de- nes contra algo que les sea heterogéneo y se convierten
gradan en la obra de sus imitadores: laboriosos bric-a- en modelos de sí mismas: entran en la tradición del
braca cortados a la medida de los reflejos condicionados decoro. Y provocan, tanto en el creador como en el
del lector consumidor. Nos lo prueban también las crítico, esa nostalgia de la «acción» y el obvio compro-
vacilaciones y los quizá temores del propio Cortázar, miso político que impide ver un acto de protesta ideo-
durante la reciente polémica sostenida con Oscar Co- lógica en la existencia misma de un lenguaje que sea
XXXIV, 13
19O Enrique Pezzoni Transgresión y normalización en la narrativa 191

genuinamente nuevo y transgresivo. Quizá ha llegado Critique), Noé Jitrik echa de menos la vigencia ideológica en la literatura
aparentemente desinteresada de problemas sociales..[...] cuanto más grandes
el momento en que las vanguardias exangües se vean son los esfuerzos por condenar lo real, más exaltado es el pensamiento; en
a sí mismas no como modelos, sino como ese contrario otros términos, el instrumento se supera para condenar algo por lo cual se
siente superado; este algo es una fuerza que debe reprimirse y que ocupa
dialéctico que ahora les falta. Quizá de este modo' un lugar demasiado grande en esos hombres que están en proceso de descu-
surja un antiarte que trastorne los hábitos del lector brirse como seres históricos [...]». Esa fuerza, según Jitrik, fascina al intelec-
tual que estima más la acción que denigra que el pensamiento en que se apoyan
actual y devuelva a la cultura su carga subversiva. para denigrarla. Solo que es el propio Jitrik quien siente el deslumbramiento
de la acción «ausente», como lo demuestra en su conclusión: «Es evidente que
debería exponerse este conflicto todo a lo largo de la literatura argentina para
Enrique Pezzoni situar en ella a Borges. Por ahora, permítaseme decir que Borges lo muestra
en todo esplendor y sus términos verdaderos: es ante todo un intelectual argen-
tino en quien la universalidad congelada del pensamiento puede sofocar total-
mente la función transformadora del pensamiento.» (p. 114; he traducido del
texto francés.)
NOTAS Las expresiones «contrato de lectura» y «rótulo tiránico» nombran cate-
gorías descritas por Marcelin Pleynet. Cf. «La poésie doit avoir pon• but...»,
en Tbkrie d'endemble, Paris, Editions du Sed, p. 96. En los «contratos de lectura
Vanguardia, ideología y lenguaje (versión española de Ideología e linguagio), tradicionales», «rótulos tiránicos» tales como «novela», «poesía», originan y
Caracas, Monte Ávila Editores, pp. 12-13. Sobre el doble sentido, positivo programan nuestra lectura. «El texto así calificado no es más que un objeto
y negativo, que tiene para Eduardo Sanguinetti la «reducción al museo» de las propuesto al conocimiento distraído de quien se vive como signo de la verdad
vanguardias, véase 11 metiere di poeta, serie de entrevistas de Ferdinando en la verdad del código. El texto, por lo tanto, no es, en su conjunto posible
Camon con varios poetas italianos (Milán, Lerici, 1965). La entrevista con de signos, más que una manera amable, decorativa, de representar el modelo.»
Sanguinetti está reproducida en el número 29 de Tel Que!, pp. 76-95. Traduzco (p• 96).
de esa versión francesa (pp. 92-93): «En el primer caso [sentido positivo] me 7 Sobre el reemplazo de la noción de libro [como propiedad y producto
refiero a Cézanne: Cézanne resumía su propio programa pictórico, como es de un autor (agente activo) que se entrega o vende aun lector (agente pasivo)]
sabido, mediante esta proposición 'Hacer del impresionismo un arte de museo'. por la noción de escritura (el texto como mecanismo de significados que el lector
He retomado la frase aplicándola a la vanguardia: 'Hacer de la vanguardia pone en movimiento), cf. Pbillipe Sollers: «Le coman et l'expérience des limi-
un arte de museo'. Eso, partiendo de una protesta anárquica, inevitable en un tes», en Tel Quel, núm. 26, primavera de 1966.
intelectual que trabaja en una sociedad burguesa donde no existen tensiones Reimpreso, con tres artículos de Adolfo Prieto, Julio Cortázar y Gra-
revolucionarias suficientes para dar base social inmediata a los trabajos propia- ciela de Sola, por la Editorial Azor, Mendoza, 1966. Cito según esta edición.
mente culturales. [...] Cuando, al contrario, hablo de la relación vanguardia- ° Phillipe Solees, op. cié., pp. 28-29.
museo en sentido negativo, no me refiero a Cézanne, sino a Adorno y a su " Cinco miradas obre Cortázar, Editorial Tiempo Contemporáneo, Buenos
concepto de la neutralización de la cultura como actitud típica de la clase Aires, 1968, p. 55.
burguesa: «la cultura es cosa noble en la medida en que puede ser 'desinteresa- 77 Reimpresa en el volumen Literatura en la revolución y ~lucido en la
da', es decir, ineficaz y sobre todo inofensiva.. literatura, México, Siglo XXI Editores, 1970, que incluye la mediación de Ma-
7 Cf. «Toujours Don Quichotte», en Sur k papier,
París, Ed. Bernard rio Vargas Liosa: «Luzbel, Europa y otras conspiraciones». Cito según esta
Grasset, 1967, p. 13. reimpresión.
Sobre la noción de «realismo literario» como categoría relativa, sujeta a
modos de interpretación presionados por tendencias conservadoras o revolu-
cionarias en el enfoque de los cánones artísticos, véase Román Jakobson: «Du
réalisme artistique., traducción de T. Todorov, en Tel Que!, núm. 23, pp. 33-41.
' Cf. Pierre Grimal, L'ami Jur L'Art Poétique d'Hornee, Paris, Sedes,
1968, p. 112: «Observemos que esta noción de lo 'conveniente' [que en los
autores latinos aparece con los nombres diversos de aptutn, decuo, decorum,
deceno, etc.], en la medida en que establece una relación entre la obra de arte
y un público, no podría aplicarse a cualquier clase de obra poética o literaria,
sino únicamente a las que presuponen un público, las que no han sido escritas
por sí mismas o para lectores abstractos, una posteridad todavía indistinta.
Lo conveniente se propone instalar la obra en lo relativo, puesto que es relación.»
Aun hoy, después de un hábil análisis sobre las narraciones de Borges
(«Structure et signification de Fictiond de J.-L. Borges», en Linguivtique el
L111E:atare (Colme de Cluny, abril de 1968), número especial de La Nouvelle
Exculpación 193

tivismo fue en estas tierras una calamidad, pues ni


siquiera alcanzó en general el nivel comtiano : casi
siempre fue mero cientificismo y primario materialismo.
El espíritu era una manifestación de la materia, del
mismo modo que las ondas hertzianas; el alma, con
otros entes parecidos, fue desterrada al Museo de las
Supersticiones. Desde luego, la metafísica, que apara-
Exculpación tosamente era echada por la puerta, volvió a entrar
por la ventana, con calidad muy inferior, lo que debe
ser el castigo que el patrono de los filósofos tiene pre-
UERIDA Victoria: las serias preocupaciones que parado para los que descreen de la metafísica.
Q me han traído la salud de Matilde en estas últi-
mas semanas me ha impedido, finalmente, con gran
Claro, la difusión del positivismo en América
Latina tiene sus explicaciones. Estos países, que apenas
tristeza de mi parte, llevar a cabo el trabajo que inicié salian de sus guerras civiles, estaban necesitados de una
como modesta contribución a la Revista de Occidente. filosofía de la acción concreta, de un pensamiento que
Entregarlo en las condiciones en que se encuentra promoviera el progreso y la educación popular. Ese
constituiría una ligereza de mi parte y una falta de pensamiento, que estaba en el aire, y que más era un
consideración espiritual por la Revista y por usted, que Zeitgeist que una Treltanschauung, fue el que inspiró a
tan entrañablemente ha vivido el desarrollo de nuestra una clase dirigente progresista, liberal y laica; pues
entera cultura contemporánea. Le pido perdón por la Colonia, de la que querían sacudirse definitivamente,
esta frustración y le ruego lo haga en mi nombre ante estaba para ellos vinculada a la religión, al atraso y a
don José Ortega Spottorno. Y acaso esta misma carta la «metafísica». En esta posición dialéctica se echan
pueda ser publicada en reemplazo de mi fallida colabo- de ver ya todas las virtudes y todos los defectos que un
ración, como una forma de estar presente en el número. día harían necesaria la reacción antipositivista. Pues
Sur y la Revista de Occidente fueron dos poderosos si es verdad que el país necesitaba progreso y educación,
instrumentos en mi formación literaria y filosófica. es un grueso paralogismo imaginar que solo podían
Y sería un excelente tema el de examinar de qué alcanzarse mediante aquel tipo de pensamiento; pen-
manera y en qué medida contribuyeron en nuestros samiento que, llevado a sus últimas instancias, pro-
países a transmitirnos todos y cada uno de los signos movía un nuevo dogmatismo, más precario que el
más decisivos de la encrucijada en que se encuentra anterior y filosóficamente más superficial. Si Paulsen
el espíritu occidental en este siglo. Para referirme pudo decir que los Enigmas del Universo eran una ofensa
únicamente a la filosofía, ambas revistas, la editorial para el pueblo que había producido un Kant, nosotros
de la Revista de Occidente y el pensamiento mismo de podemos afirmar que por lo menos resultó muy triste
Ortega constituyeron excepcionales medios para la ofrecer como paradigma de nuestra cultura las obras
lucha contra la doctrina que tanto daño había hecho de un epígono de Haeckel como José Ingenieros.
en nuestro continente. Más que una filosofía, el posi- Del daño espiritual que aquella mentalidad
194 Ernesto Sábalo

ficó pueden dar cuenta los textos de enseñanza que se


utilizaron durante décadas, en que la lógica y la moral,
la estética y sociología, el derecho y la teología apare:
cían como productos de la psicología, la que a su vez Colaboradores de este número
era un resultado de la anatomía y la fisiología cerebral.
A este monismo zoológico se lo consideraba como la BIAGIONI, AMELIA. Poetisa, nacida en Gálvez, Santa Fe, en 1911.
máxima expresión del Progreso. Entre sus libros figuran Sonata de Soledad (1954) y El humo
Alejandro Korn nos dice que el Instituto de Paraná (1967).
produjo la emancipación del chato dogmatismo de
BIOY CASARES, ADOLFO. Novelista y ensayista nacido en Buenos
sacristía. Afirmación en la que hay algo de cierto: la Aires, en 1914. Entre sus novelas figuran La invención de
chatura del dogmatismo de sacristía. Pero silencia que Moret (1940) y El sueño de los héroes (1954).
fue reemplazado por otro dogmatismo de signo contra-
rio, tan chato y burdo como el precedente. Un dogma- BORGES, JORGE Luis. Poeta, ensayista y narrador, nacido en
Buenos Aires, en 1899. Entre sus libros figuran El dlepb
tismo que impidió durante mucho tiempo acceder con (1949) y El libro de los seres imaginarios (1967).
espíritu abierto a las más altas expresiones del pensa-
miento contemporáneo. Se comprende así la magnitud GALLARDO, SARA. Novelista y periodista argentina. Entre sus
y la profundidad de la lucha que hubo que afrontar. publicaciones figuran Enero (1958) y Pantalones azalea
(1963).
En esa lucha fue un arma inestimable la Revista de
Occidente y su editorial. GÁNDARA, CARMEN. Nacida en Buenos Aires, en 1900. Es
Reciba, querida Victoria, la expresión de mi afecto novelista, ensayista y crítico literario. Entre sus libros
figuran Los espejos (1951) y la colección de cuentos La figura
y de mi reconocimiento intelectual.
y el mundo (1958).

Emulo Sábato GIRRI, ALBERTO. Nacido en Buenos Aires, en 1919. Publicista.


Entre sus libros figuran Playa sola (1946) y Casa de la
(Santos Lugares, 22 de enero de 1971)
mente (1968).

HERNÁNDEZ, JUAN JOSÉ. Profesor de Sociología y publicista,


nacido en Buenos Aires, en 1924. Entre sus publicaciones
figura Imperialismo y cultura (la política en la inteligencia
argentina).

LANCELOTTI, MARIO A. Nacido en Buenos Aires, en 1909.


Ensayista y novelista. Entre sus publicaciones figuran
el libro de ensayos El universo de Kafka (1950) y la novela
El traficante (1954).

MAGRINI, CÉSAR. Nacido en Buenos Aires, en 1929. Poeta y cri-


tico de arte. Entre sus libros figuran Relato del sobreviviente
(1950) y Cuadernos del mar (1964).
MALLEA, EDUARDO. Novelista y ensayista, nacido en Bahía
Blanca, en 1903. Entre sus publicaciones figuran el libro
de ensayos Historia de una pasión argentina (1937) y la novela
Todo verdor perecerá (1941, reed. 1969, col. «Cimas de Amé-
ricas).
MASSEH, VICTOR. Nacido en Tucumán, en 1924. Profesor de
Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Entre sus
publicaciones figuran los ensayos América como inteligencia
y pasión (1955), La libertad y la violencia (1968).
OCAMPO, SILVINA, Poetisa y cuentista, nacida en Buenos
Aires, en 1906. Entre sus publicaciones figuran el libro de
poemas Loe nombres (1953) y el de cuentos La furia (1959).
OCAMPO, VICTORIA. Nacida en Buenos Aires, en 189o. Ensa-
yista. Directora y fundadora de Sur (1931). Entre sus
libros figuran El viajero y una de sus sombras (1951) y
Testimonios (siete series).
ORPHÉE, ELVIRA. Nacida en Tucumán, en 193o. Novelista.
Entre sus libros figuran Uno (1961) y Aire tan dulce (1966).
PAYRó, JULIO E. Nacido en Buenos Aires en 1889. Historiador
de arte. Entre sus libros figuran Facetas del arte argentino e
Historia general del arte. e
PEZZORI, ENRIQUE. Nacido en Buenos Aires en 1926. jefe de
redacción de -la revista =Sur•. Prepara un estudio sobre
Octavio Paz.
PIZARNIK, ALEJANDRA. Nacida en 1936, en la provincia de
Buenos Aires. Poetisa. Entre sus publicaciones figuran
La tierra más ajena (1955) y Loe trabajos y las noches.
SÁBATO, ERNESTO. Nacido en Rojas, provincia de Buenos
Aires, en 1911. Novelista y ensayista. Entre sus libros
figuran el de ensayos El escritor y sud fantasmas y la novela
Sobre héroes y tumbas.
SALAS, ALBERTO M. Nacido en Buenos Aires, en 1915. Histo-
riador y escritor. Entre sus libros figuran Crónica florida
del mestizaje de Indias y El Llamador.
SCHULTZ DE MANTOVANI, FRYDA. Nacida en Buenos Aires en 1915.
Poetisa y ensayista. Entre sus libros figuran el de ensayos
Apasionados del nuevo mundo (1952) y el de poesía Navegante.

Depósito legal: M. 3.576. 1963

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