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Si uno se guiara plenamente por su prosa, se podría imaginar el encuentro con este
escritor en una pulpería de mala muerte, alejada del cemento gris de la ciudad. O en un
matadero, con la sangre de las vacas destripadas aún fresca. Sin embargo, estamos acá,
en el corazón de Caballito, una mañana soleada en un bar que bien podría ser el punto
de encuentro de una pareja hipster. “Mi vida es cada vez más burguesa y aburrida”,
cuenta Lamberti, y sonríe mientras disfruta de un cigarrillo tempranero. Su obra toca las
mismas cuerdas de toda una generación de escritores argentinos contemporáneos que
exploran la dimensión más ominosa de lo cotidiano. El terror de lo no dicho, bajo el
tamiz del realismo sucio norteamericano y la tradición local, conviven en sus cuentos y
novelas.
-¿Creés que cuando uno escribe un cuento tiene que tener presente el final, hacia
donde uno se dirige, o te dejás llevar también?
-Nunca sé hacia dónde voy. No soy esa clase de escritores. Los entiendo y quizás
cuando estás empezando a escribir es necesario, pero a mí nunca me salió planificar un
cuento. Con la novela quizás tenga una idea más general. Tampoco sé cómo va a
terminar. Pero sí conozco el medio. En el cuento puede ser cualquier cosa. Desde una
idea de trama, a una imagen o a una frase. Me pongo a escribir y estoy completamente
ciego. Después, obvio, tengo que corregir, que reescribir. A veces esa semilla te lleva en
cualquier dirección y la idea inicial queda cambiada. Con el tiempo aprendés a dejar de
lado el ego, al igual que esa frasecita que tanto te gusta, dejarla de lado porque el cuento
se fue transformando en otra cosa. Hay que respetar eso que fue saliendo. Es como si se
te cayera pintura en un lienzo y la forma en la que queda eso es lo que tenés que
trabajar. Tiene que ver un poco con el accidente. Hay etapas. Una es el accidente, lo
inconsciente, lo que vomitás, lo que te sale sin pensarlo, y otra es la etapa de la razón y
de decir «esto sirve, esto no sirve». Siempre pienso en términos de efecto, de tensión, de
sorpresa. De lo que le va a pasar al lector cuando lea y de jugar un poco con sus
expectativas. Uno cuando está leyendo está siempre adelantando el final. O te pasa
cuando ves una serie. Siempre estás adelantando lo que va a pasar. Jugar con eso que va
a pensar el lector me parece esencial.
-Hablabas de la cuestión política antes. Uno de tus cuentos más políticos, que es El
espíritu eterno, incluso tiene mucho humor en ese narrador que construís en
segunda persona. ¿Ese cuento es reciente?
-Ese es del año pasado. Fueron muchas cosas. Estaba reviendo The wire con mi mujer,
que no la había visto, y vimos esa temporada donde está todo el crecimiento de este
alcalde de Baltimore como político, que me pareció una figura re bien construida, entre
lo que vos esperás que sea corrupción y lo que termina siendo corrupción. A la vez, un
cuento de Karen Russell de presidentes norteamericanos que mueren y se despiertan y
son caballos en un establo. ¡Es genial! Por otro lado, la figura de Macri, que desconcertó
a todos cómo llegó a ganar la presidencia. Me parecía copado eso y que no había
muchos cuentos argentinos sobre presidentes. Ahora está la película La Cordillera. Me
pareció copado escribir en segunda persona. Da una intimidad rara con el personaje, que
después se descubre que está narrado por los ex presidentes, en esa sala en donde están
todos. Y quise meter algo extraño que fue imaginar a Perón como dirigiendo todavía los
destinos de la Nación. Es un cuento exteriormente político. Es más político un cuento
que no lo sea. Hay otros cuentos que son más políticos que ese y no son tan evidentes.
-También aparece en tus cuentos la figura del sacrificio, hacia una entidad mágica
o demoníaca. Pienso en La casa de los eucaliptus o El loro que podía adivinar el
futuro, de tu libro anterior. ¿Te interesa eso?
-Tiene que ver con esto de La pata de mono. Cómo una entidad desconocida, un genio,
te da cierto poder o la posibilidad de acceder a este y, a la vez, te pide algo a cambio. Es
la idea de la divinidad. De que siempre que te encontrás con algo más poderoso, que te
puede conceder deseos, algo a cambio te va a pedir. Entonces me parece que el deseo es
en todo sentido como la pulsión de los personajes. La búsqueda de los personajes es
cumplir su deseo a rajatabla por más que tengan que pagar consecuencias espantosas. Es
algo que también vivimos en nuestra sociedad. En esta época donde el deseo es como el
dios, somos hedonistas y solo queremos el placer. Esos cuentos plantean el precio que
tenés que pagar por conseguir el placer.
-Respecto a The Walking Dead y a tu cuento El tío Gabriel, ¿Cómo ves la figura del
zombie? ¿Te parece una figura que permite pensar la actualidad?
-Creo que es una figura casi atávica. Es el miedo a la muerte representado en un
monstruo. ¿Cuándo no vamos a tener miedo a la muerte o rechazo hacia todo lo que
significa? Hay un libro de un francés que había leído para escribir sobre (Juan) Rulfo en
la facu, Philippe Ariès, que es La muerte en occidente, que muestra cómo evoluciona la
figura de la muerte y los tratamientos, la forma en que tratamos a los agonizantes a
través de la historia y cómo primero se morían en la casa, y después se van alejando
hasta terminar muriéndose en el hospital, solos, lejos de sus seres queridos. Cómo
vamos alejando la idea de la muerte haciéndola desaparecer cada vez más, porque no
podemos soportarla. El zombie te pone frente a eso. Lo que hice fue un zombie
inofensivo. Que no hace nada. Simplemente se dedica a estar ahí. Fue mi forma de
reinterpretar el género, desde algo más familiar. Además esa cosa de la agonía eterna,
que está presente en el cuento, de cómo sentimos alivio cuando se muere y nos sentimos
culpables por sentir alivio, cuando es completamente comprensible que alguien se
muera y que estés harto de ver a alguien que se está muriendo. No podemos decírselo a
todo el mundo porque te van a considerar desalmado pero la humanidad tiene que ver
con eso, con lo que por ahí no es socialmente aceptado.
-La cuestión de la tecnología aparece en tu cuento Carolina baila, en donde el
personaje se reconecta con un amor fallecido chateando y se pregunta si está ahí o
no.
-Eso un poco viene de la historia de un amigo que se le murió una ex de sobredosis y
quedó el Facebook abierto. Esa cosa de que quedan las redes sociales como flotando,
que también se escribió mucho sobre eso. O gente que conocí que se murió, que empecé
a escribirle en el muro y era raro, muy impresionante. Gente de mi edad. Me daba un
escalofrío. Y pensé: ¿Qué pasaría si alguna vez contestan? Se va todo a la re concha
puta. ¡Wow! (risas) Fue un poco eso y un poco también estaba releyendo Bestiario y
hay un cuento que se llama Las puertas del cielo donde en ese espacio de lo popular,
que Cortázar le tenía tanto rechazo y fascinación al mismo tiempo, aparece esta mina
bailando. Es un poco un homenaje.
-Aparece también el tema de Dios, de la religión en tu escritura. Directamente en
La santa y en otros cuentos se cuela un poco también. ¿Te interesa el tema de la
religión? ¿Sos creyente?
-Fui muy católico de chico y ahora creo en Dios sin ser religioso. No creo que Dios sea
un señor de barba blanca sino que creo que es algo mucho más evanescente, mucho más
parecido a un animal, sin una consciencia como la nuestra. ¿Cómo alguien eterno va a
tener una consciencia como la nuestra? No estamos hechos a su imagen y semejanza. O
es una semejanza muy extraña. Más allá de que seas religioso o no, hay ciertas
cuestiones relacionadas con el vivir en un mundo judeocristiano como Occidente…
cuestiones de culpa, de moral, de qué está bien y qué está mal, que es algo que está
bueno recuperar. No está todo bien, hay cosas que están mal. El mal existe, no es
agradable. Como lo digo en Los chicos de la noche, cuando uno es adolescente por ahí
busca el mal y le fascina, y el mal es la salida a la aburrida sociedad de los padres y de
todo lo que nos imponen, el deber ser. Y cuando uno se encuentra con el mal no es nada
lindo (risas). Es más pesado de lo que podés soportar. Si no habla del mal y del bien en
la literatura, ¿qué sentido tiene? ¿Para qué mierda vamos a escribir? Siempre lo que
escribo se corre hacia decisiones morales. Por ejemplo, para mí la mejor serie de la
historia es Los Soprano. Cada capítulo es una decisión moral. A veces Tony hace las
cosas bien, te cae bien, y después hace las cosas mal, te cae mal. Esa ambigüedad moral
se juega en toda la serie.
-Mencionamos antes a Stephen King. Es una gran influencia para vos. ¿Lo leíste
siempre?
-Lo que más me gusta son sus libros de juventud. Tuve la suerte de, cuando estaba
todavía en la primaria, una tía me regaló una bolsa llena de libros donde estaba la
traducción de Misery hecha por (César) Aira que salió en Emecé, que era impresionante
porque es un libro impresionante traducido de una manera impresionante. Además se
nota que le gustó. Después leí que realmente le gustó. Es un libro maravilloso, que
habla sobre el hecho de escribir. En las obras que él escribía más hecho mierda hay algo
impresionante. Cementerio de animales, Misery, Carrie, El umbral de la noche -que es
su primer libro de cuentos-. Muchos escritores como protagonistas, y para un escritor no
hay nada mejor que leer una novela protagonizada por un escritor.
-¿Cómo te marcó?
-Fue una re influencia. Nadie como él sabe ser tan realista. Para mí, la mejor radiografía
de EE.UU es su obra. Por más que él estuviera escribiendo sobre sus adicciones y sus
problemas personales, estaba describiendo de una forma casi «dickensiana» la sociedad
de la época antes de meterte el monstruo. El monstruo aparece a la mitad. Eso es muy
genial. Después hay muchos libros más cercanos que no me interesan, me aburren. Y no
lo puedo creer, porque es él (risas). El último que me gustó muchísimo fue Corazones
en la Atlántida. Pero después… El atrapador de sueños es un libro pésimo, además está
muy alargado. Tiene mucho la necesidad de hacer libros largos al pedo. Pero sigue
siendo un genio. Incluso ahora los académicos lo reivindican, le dan premios. Cuando
estudiaba letras lo tenía que leer a escondidas. Se la tuvieron que comer doblada.
-Respecto a los talleres literarios, que decías antes que dictabas, ¿Qué opinión
tenés sobre ellos? ¿Qué pensás que pueden aportar a alguien que quiere ser
escritor?
-Como alumno fui algunos meses de muy chico a un taller municipal en San Francisco.
En mi época de la facu teníamos una revista que se llamaba Fe de Ratas que hicimos
con Fede Falco y un montón de amigos. Teníamos una especie de taller horizontal,
donde discutíamos acerca de los artículos que iban a ir en la revista o no y después nos
empezamos a pasar lo que escribíamos. El taller tiene que ver con eso, con la camarilla,
con el grupo literario. Pasar tus textos con un filtro. Incluso ahora lo hago. Siempre mi
primera lectora es mi mujer y algunos amigos. Siempre los escucho. Cuando aciertan, te
dicen algo que ya sabías, que pensabas que nadie se iba a dar cuenta, porque sos un
boludo. En general, lo que vos ya sabías había que cambiarlo. Y lo cambio. Está bueno
tener una mirada externa. Si no, a veces estás tan involucrado, lo reescribiste tantas
veces que ya no sabés de qué mierda estás hablando. Pienso que la literatura es un
código. Si vos no leíste mucho y no entendés los alcances de ese código no vas a poder
escribir. El taller también sirve para dar cierta disciplina para la corrección. Hasta que
no entiendas que quizás el 70 por ciento de escribir es corregir, no vas a haber entendido
nada. Porque escribir escriben todos, pero los que terminan son los escritores.