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Plan supremo de evangelización

Por Robert Coleman

Traducido por José María Blanch

CASA BAUTISTA DE PUBLICACIONES

© Copyright 1983, Casa Bautista de Publicaciones. Este libro fue publicado originalmente en inglés por Fleming H. Revell
Company bajo el título The Master Plan of Evangelism. © Copyright 1963, 1964 por Robert E. Coleman. Las primeras dos
ediciones en español fueron publicadas por la Editorial Caribe y la Casa Bautista de Publicaciones. Traducido y publicado
con permiso. Todos los derechos reservados.

Ediciones: 1972, 1974, 1977, 1978, 1980, 1983, 1984, 1986


Novena edición: 1989
Clasificación Decimal Dewey: 269
Temas: 1. Evangelización
ISBN: 0-311-13816-0 C.B.P. Art. No. 13816
Printed in U.S.A.

CONTENIDO

PROLOGO
INTRODUCCIÓN.
CAPÍTULOS:
1. SELECCIÓN
2. ASOCIACIÓN
3. CONSAGRACIÓN
4. COMUNICACIÓN.
5. DEMOSTRACIÓN
6. DELEGACIÓN
7. SUPERVISIÓN
8. REPRODUCCIÓN
EPILOGO
BIBLIOGRAFÍA

1
Recibid el Espíritu Santo. Juan 20:22
4 • COMUNICACION

Se entregó a sí mismo
Jesús quiso que sus seguidores le obedecieran. Pero juntamente con esta verdad, él hizo
realidad el hecho de que sus discípulos descubrieran la experiencia más profunda de Su
Espíritu. Al recibir el Espíritu, ellos conocerían el amor de Dios por un mundo perdido.
Por esto su exigencia de disciplina fue recibida sin discusión. Los discípulos entendieron
que no se limitaban a cumplir una ley, sino que respondían a alguien que los amaba y
que estaba dispuesto a entregarse por ellos.
Su vida fue de entrega: entregar lo que el Padre le había dado (Jn. 15:15; 17:4, 8, 14). Les
dio su paz, que los sos^ tenía en medio de la tribulación (Jn. 16:33; cp. Mat. 11: 28). Les
dio su gozo en el que vivían en medio de los sufrimientos y penas que los rodeaban (Jn.
15:11; 17:13). Les dio las llaves de su reino contra el cual los poderes del infierno nunca
prevalecerían (Mat. 16:19; cp. Luc. 12:32). En realidad, les dio su propia gloria que había
poseído desde antes de la creación del mundo, a fin de que pudieran ser uno como él lo
era con el Padre (Jn. 17:22, 24). Les dio todo lo que tenía: nada se guardó, ni siquiera su
propia vida.
Así es el amor. Siempre se entrega. Si anda con precauciones, no es amor. En este sentido
Jesús hizo ver con toda claridad a sus seguidores el significado de "de tal manera amó
Dios al mundo" (Jn. 3:16). Significaba que Dios dio todo lo que tenía a los que amaba,
incluso su "Hijo unigénito". Y para el Hijo, el encarnar ese amor significó renunciar al
derecho que tenía de vivir, para dar su vida por el mundo. Sólo a la luz de esto —cuando
el Hijo pasa a ocupar el lugar del mundo— se puede comenzar a entender la cruz. Pero
para esto la cruz de Cristo es inevitable, porque el amor infinito de Dios sólo puede
manifestarse en un modo infinito. Así como el hombre tenía que morir por razón del
pecado, así Dios por razón de su amor tuvo que enviar a su Hijo para que muriera en
nuestro lugar. "Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos'
(Jn. 15:13).

El apremio de evangelizar
Jesús no dejó pasar oportunidad de grabar bien en sus seguidores el apremio profundo
de su propia alma abrasada con el amor de Dios por un mundo perdido. Todo lo que hizo
y dijo tuvo como motivo esta pasión consumidora. Su vida no fue más que la revelación
en el tiempo del propósito eterno de Dios de salvar para sí un pueblo. Por encima de
todo, esto es lo que los discípulos necesitaban aprender, no en teoría, sino en la práctica.
Y lo vieron puesto en práctica ante sus ojos de muchas maneras todos los días. Aunque
las pruebas de ello fueron a veces duras de aceptar, como cuando les lavó los pies (Jn.
13:1-30), no pudieron dejar de entender lo que les quería decir. Vieron cómo el Maestro
se negaba a sí mismo muchas de las comodidades y placeres del mundo para convertirse
en siervo en medio de ellos. Vieron cómo las cosas que más querían — satisfacción
física, aclamación popular, prestigio— las rechazaba; por el contrario, las cosas que ellos
trataban de eludir—pobreza, humillación, penas, e incluso la muerte—las aceptaba
voluntariamente por amor a ellos. Al contemplarlo ministrar a los enfermos, consolar a
los afligidos, y predicar el evangelio a los pobres, comprendieron con claridad que el
Maestro no consideraba ningún servicio demasiado pequeño, ni ningún sacrificio
demasiado grande, si eran para la gloria de Dios. Quizá no siempre lo entendieron, y sin
duda no podían explicarlo, pero nunca pudieron engañarse en cuanto a ello.

Su santificación
2
La renovación constante de la consagración de sí mismo a Dios, por medio del servicio
amoroso a los demás, constituyó la santificación de Jesús. Así lo dijo él mismo con toda
claridad en su oración sacerdotal: "Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado
al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean
santificados en la verdad" (Jn. 17:18, 19). Adviértase que este apartarse a sí mismo para
Dios, como lo indica la palabra "santificar", no fue necesario que en el caso de Jesús
produjera purificación, ya que fue siempre puro1. Ni tampoco fue necesario para recibir
poder para servir, ya que Jesús poseía todo el poder imaginable. Más bien su san-
tificación, como lo revela el contexto, fue en el terreno de la entrega a la tarea para la
que había sido "enviado al mundo",0 y en la dedicación a ese propósito de evangelismo
entregó constantemente su vida "por ellos".
Su santificación no tuvo como propósito beneficiarle a él mismo, sino que fue en bien de
sus discípulos, para que ellos fueran "santificados en la verdad". 2 Es decir, al en tregarse
a Dios, Jesús se entregó a los que lo rodeaban, a fin de que llegaran a conocer por medio
de la vida de él una entrega semejante. El vivía la misión para la que había ve nido al
mundo. Todo su plan de evangelización giraba en torno a esta dedicación, y a la fidelidad
con que sus discípulos se entregaran a sí mismos por amor al mundo que los rodeaba.

Credenciales del ministerio


Esta iba a ser la medida que debían aplicar a su propio servicio en nombre de él. Iban a
tener que dar con la misma liberalidad con que habían recibido (Mat. 10:8). Tenían que
amarse unos a otros como él los amaba (Jn. 13: 34, 35). Por este distintivo serían
reconocidos como discípulos suyos (Jn. 15:9, 10). En esto se contenían todos sus
mandamientos (Jn. 15:12, 17; cp. Mat. 22:37-40; Mar. 12: 30, 31; Luc. 10:27). Amor —amor
de calvario— era la norma. Tal como lo habían visto durante tres años, los discípulos
tenían que entregarse en dedicación desinteresada a aquellos a quienes el Padre amaba y
por quienes el Maestro moría (Jn. 17:23).
Tal demostración de amor por medio de ellos iba a ser el conducto para que el mundo
reconociera que el evangelio era verdadero. ¿De qué otro modo se podría convencer a las
multitudes? El amor es el único medio para ganarse la respuesta voluntaria de los
hombres, y esto es posible sólo por la presencia de Cristo en el corazón. Por esto Jesús
oró: "Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han
conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer
aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos" (Jn. 17:25, 26).

La obra del Espíritu Santo


Que nadie imagine, sin embargo, que esta clase de experiencia con Cristo pudiera ser
fruto de la inventiva humana. Jesús dijo con claridad meridiana que su vida nos llegaría
sólo por medio del Espíritu Santo. "El espíritu es el que da vida; la carne para nada
aprovecha" (Jn. 6:63). Por esto, incluso para comenzar a vivir en Cristo, uno ha de nacer
de nuevo (Jn. 3:3-9). La naturaleza corrupta del hombre tiene que ser regenerada por la
1
Los tiempos del verbo "santificar" revelan una diferencia Importante entre la santificación de Jesús y la de sus discípulos. Un el caso de
la santificación del Maestro está en presente de Indicativo, lo cual indica una condición permanente — "sigo santificándome a mí
mismo". Por otra parte, cuando Jesús se refiere a sus discípulos en la frase siguiente, se emplea el participio perfecto pasivo con el verbo
"ser", lo cual lo convierte en una construcción perifrástica que denota, en este caso, que exis te un punto decisivo y concreto de entrega
en la santificación <le los discípulos, aunque no obstante se recalca, sobre todo, el resultado constante de este aspecto decisivo. Una
paráfrasis libre de este pasaje de Juan 17 diría así: "Por ellos constantemente momento tras momento— renuevo mi entrega a la labor
de evangelización, y estoy dispuesto a hacer todos los sacrificios necesarios para llevar a cabo este propósito que Dios tiene para mi vida.
Y como sé que ninguna otra cosa bastará para que la obra de Dios se lleve a cabo en el futuro, os pido lo mismo a vosotros. Os he
encargado que salgáis a realizar mi obra, pero antes de que sintáis realmente mi compasión por el mundo perdido, tendréis que hacer
entrega absoluta de todo lo que sois y tenéis al plan que Dios tiene para evangelizar al mundo, y mantener dicha entrega todos los días
de vuestra vida". Creo que una dedicación así, tomada a pecho, haría más en pro de la evangelización del mundo que ninguna otra cosa.
Sin duda que estamos frente a una dimensión de la vida santificada que necesita subrayarse más.
2

3
acción del Espíritu de Dios antes de que pueda conformarse a su genuino propósito de
criatura hecha a imagen de Dios. Asimismo, el Espíritu es el que sostiene y alimenta la
vida transformada del discípulo en su crecimiento en gracia y conocimiento (Jn. 4:14;
7:38, 39). Por la acción del mismo Espíritu uno se purifica por medio de la Palabra y es
puesto aparte para Dios en servicio santo (Jn. 15:3; 17:17; cp. Ef. 5:26). Desde el principio
hasta el fin, el experimentar al Cristo vivo en cualquier forma personal es obra del
Espíritu Santo.
Del mismo modo, es sólo el Espíritu de Dios el que capacita para proseguir la misión
redentora de la evangelización. Jesús subrayó muy pronto esta verdad, en relación con su
propia obra, al afirmar que lo que hacía era en cooperación con "el Espíritu del Señor".
Por la virtud del mismo predicaba el evangelio al pobre, sanaba al afligido, proclamaba
liberación al cautivo, abría los ojos al ciego, echaba demonios, y liberaba al oprimido
(Mat. 12:28; Luc. 4:18). Jesús era Dios revelado; pero el Espíritu era Dios actuando. Era el
agente de Dios realizando de hecho, por medio do hombres, el plan eterno de salvación.
Por esto Jesús explicó a sus discípulos que el Espíritu prepararía el camino para el
ministerio de ellos. Les enseñaría cómo hablar (Mat. 10:19, 20; Mar. 13:11; Luc. 12:12).
Convencería al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Jn. 16:9-11). Iluminaría con la
verdad para que los hombres pudieran conocer al Señor (Mat. 22:43; cp. Mar. 12:36; Jn.
16:14). Con el poder de Jesús los discípulos recibieron la promesa de poder hacer las
mismas obras de su Señor- (Jn, 14:12). 3 A la luz de todo esto, la evangelización no se
interpretó en absoluto como empresa humana, sino como proyecto divino que había
comenzado desde el principio y proseguiría hasta que se cumpliera el propósito de Dios.
Era por completo la obra del Espíritu. Lo que a los discípulos se les pidió que hicieran
fue dejar que el Espíritu tomara posesión completa de sus vidas.

Otro Consolador
Desde el punto de vista de la satisfacción propia, sin embargo, los discípulos necesitaron
aprender en una forma más significativa la relación del Espíritu con la persona de su
Señor. Jesús, desde luego, reconoció esta necesidad, y, por consiguiente, habló en forma
más específica acerca de ello en los últimos días de su vida. Hasta ese momento él
siempre había estado con ellos. Había sido su consolador, su maestro, su guía. En
intimidad con él los discípulos habían adquirido valor y fortaleza; con él sentían que
todo era posible; pero el problema era que ese Jesús regresaba al cielo. En tales
circunstancias, Jesús necesitaba explicarles cómo seguir adelante cuando él se hubiera
ido.
Por eso entonces Jesús les habló del Espíritu como de “otro Consolador" 4, como
abogado, como alguien que iba a estar junto a ellos, como persona que iba a ocupar
junto a ellos, en el reino invisible, exactamente el mismo lugar que Jesús había ocupado
en la experiencia visible de la carne (Jn. 14:16). Al igual que Jesús se había dedicado a
ellos por tres años, ahora el Espíritu los iba a guiar a toda verdad. Les mostraría las cosas
por venir (Jn. 16:13). Les enseñaría lo que necesitaban saber (Jn. 14:26). Los ayudaría a
orar (Jn. 14:13, 14; 16:23, 24). En pocas palabras, glorificaría al Hijo al hacer realidad las
cosas de Cristo para sus seguidores (Jn. 16:14, 15). El mundo no podría recibir esta
3
Juan 14:12 tiene una aplicación para la evangelización que abruma nuestro entendimiento. No sólo dice que los discípulos
realizarán las obras de Cristo, sino también dice que harán obras "mayores" porque Jesús iba al Padre. Tomado tal como está, este pasaje
nos enseñaría que los discípulos, con el poder del Espíritu Santo, iban a hacer todo lo que su Señor había hecho —y esto supone mucho
— y todavía más. Jesús no aclaró cuáles serían estas obras "mayores", pero del libro de los Hechos nos daría a entender que serían en el
terreno de la evangelización. Por lo menos, en este sentido, los discípulos de hecho vieron más resultados que Cristo. Sólo el día de
Pentecostés se unió más gente a la iglesia que durante los tres años del ministerio de Jesús.

4
La palabra "otro" tiene un significado particular en el original griego. No es la palabra que se emplea para comparar dos objetos de
características diferentes, sino más bien la empleada para comparar dos cosas de idénticas características, con la única diferencia de ser
distintas personas. De ahí que el valor
4
verdad, porque no había conocido a Jesús; pero los discípulos sí lo conocieron, porque
estuvo con ellos, y en el Espíritu seguiría estando con ellos para siempre (Jn. 14:17).
No era de teorías, ni credos, ni arreglos artificiales que Jesús hablaba. Era la promesa de
una compensación genuina por la pérdida que los discípulos iban a sufrir. "Otro
Consolador", como Jesús, iba a llenarlos con la presencia misma del Maestro. En
realidad, los privilegios que los discípulos iban a disfrutar en esta relación más profunda
con el Espíritu eran mayores que los que habían conocido junto a Jesús por los senderos
de Galilea. Después de todo, en su carne, Jesús estuvo confinado a un cuerpo y a un lu-
gar, pero en el Espíritu estas limitaciones iban a desaparecer. Ahora podría estar con
ellos siempre, y literalmente ser capaz de no dejarlos ni abandonarlos (Mat. 28:20; cp.
Jn. 14:16). Considerándolo en esta perspectiva, era mejor que Jesús una vez terminada su
obra, regresara al Padre y enviara al bendito Consolador para que viniera a ocupar su
lugar (Jn. 16:7).

El secreto de la vida victoriosa


Es fácil ver, pues, por qué Jesús esperaba que sus discípulos aguardaran hasta que esta
promesa se les hiciera realidad (Luc. 24:49; Hch. 1:4,5, 8; 2:33). ¿De qué otra manera
hubieran podido jamás cumplir la comisión de su Señor con gozo y paz interior?
Necesitaban una experiencia tan real de Cristo que sus vidas se llenaran de su presencia.
La evangelización tenía que convertirse en un impulso ardiente dentro de ellos, que
purificara sus deseos y guiara sus pensamientos. Nada que no fuera un bautismo
personal del Espíritu Santo bastaría. La obra sobrehumana a la que fueron llamados
exigían ayuda sobrenatural: una comunicación de poder de lo alto. Esto significaba que
los discípulos por medio de la confesión de su orgullo y desamor tan profundamente
arraigados y en la entrega total de sí mismos a Cristo, tenían que llegar por fe a una
experiencia nueva y purificadera de la plenitud del Espíritu.5
El hecho de que estos hombres fueran seres humanos corrientes no fue obstáculo en
ningún sentido. Sólo sirve para recordarnos el poder avasallador del Espíritu de Dios
quien realiza su propósito en hombres sometidos por completo a su dirección. Después
de todo, el poder está en el Espíritu de Cristo. No es quiénes somos, sino quién es él lo
que constituye la diferencia.

Verdad oculta a los incrédulos


Con todo, conviene mencionar de nuevo que sólo los que siguieron a Jesús hasta el final
llegaron a conocer la gloria de esta experiencia. Los que siguieron de lejos, como las
multitudes, al igual que los que se empeñaron en no querer andar a la luz de su Palabra,
como los fariseos, ni siquiera oyeron hablar de la obra del bendito Consolador. Como se
dijo antes, Jesús no iba a echar sus perlas a los que no las querían.6

5
Esta promesa se les cumplió a los discípulos en Pentecostés (Hch. 2:4). Sin embargo, no se acabó ahí. En muchas ocasiones Lucas nos
llama la atención acerca de que la plenitud del Espíritu Santo era la experiencia permanente y sustentadora de la iglesia primitiva (Hch.
4:8, 31; 6:3, 5; 7:55; 9:17; 11:24; 13:9, 52). Basados en esto parecería que la vida llena del Espíritu vino a considerarse como la norma de
la experiencia cristiana, aunque no fue una realidad en el caso de todos. Por esto, por ejemplo, Pablo se vio constreñido a exhortar a los
efesios a que fueran "llenos del Espíritu Santo" (Ef. 5:18). La terminología utilizada para describir esta experiencia puede variar según la
perspectiva teológica específica del escritor, si bien el estudio de la historia cristiana revela que la realidad de la experiencia misma, sea
como fuere que se defina, es común en todos aquellos de quienes Dios se ha servido para comunicar el evangelio a otros.
6
Un buen ejemplo de esto es el famoso Sermón del Monte (Mat. 5:3—7:27; Luc. 6:20-49). No fue dirigido primordialmente a la multitud
que iba de paso, aunque lo oyeron (Mat. 7:28, 29). Antes bien esta afirmación sublime respecto a la conducta moral y ética del reino fue
dirigida a los pocos seguidores íntimos que podían valorarlo. "Viendo la multitud, subió al monte; y sen tándose, vinieron a él sus
discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba" ,(Mat. 5:1, 2; cp. Luc. 6:17-20). Quizá la ilustración más sorprendente de la forma
consciente en que Jesús negó su enseñanza a los que no la deseaban es la manera como ocultó su propia asociación con la promesa
mesiánica. Si bien la declaró a sus amigos al principio del ministerio (Jn. 4:25, 26, 42), y permitió que sus discípulos la afirmaran desde el
comienzo (Jn. 1:41, 45, 49), no se menciona que Jesús manifestara nunca que era el Mesías a los dirigentes religiosos de Jerusalén hasta
el momento del juicio, y aún entonces sólo después de que el sumo sacerdote le hubo preguntado a quemarropa si era el Cristo (Mat.
26:63, 64; Mar. 14:61, 62).
5
Esto caracterizó su enseñanza durante toda la vida. Jesús a propósito reservó para sus
propios discípulos escogidos, y sobre todo para los doce, las cosas más reveladoras (Mat.
11:27; cp. 16:17; Luc. 10:22). Realmente, sus ojos y oídos fueron bendecidos. Muchos
profetas y reyes habían deseado ver las cosas que ellos veían, y oír las cosas que ellos
oían, y no pudieron (Mat. 13:16, 17; Luc. 10:23, 24; cp. Mat. 13:10, 11; Mar. 4:10, 11; Luc. 8:9,
10). Esta táctica puede parecer extraña hasta que se vuelve a caer en la cuenta de que
jesús invirtió voluntariamente todo lo que tenía en estos pocos hombres, a fin de que
estuvieran adecuadamente preparados para realizar la obra.

El problema actual de principios


Todo gira en torno a la persona del Maestro. Básicamente su camino fue su vida. Y lo
mismo debe ser en el caso de sus seguidores. Debemos tener su vida en nosotros por el
Espíritu si queremos realizar su obra y poner en práctica su enseñanza. Cualquier obra
de evangelización sin esto, carece tanto de vida como de significado. Sólo en cuanto el
Espíritu de Cristo en nosotros exalta al Hijo, es que los hombres son conducidos al
Padre.
Desde luego, no podemos dar algo que no poseamos. La capacidad misma de dar la vida
en Cristo es la prueba de la posesión. No podemos negar lo que poseemos en el Espíritu
de Cristo, y seguir conservándolo. El Espíritu de Dios siempre insiste en dar a conocer a
Cristo. Esta es la gran paradoja de la vida: debemos morir a nosotros mismos para vivir
en Cristo, y en esta renuncia a nosotros mismos debemos entregarnos en servicio y
dedicación a nuestro Señor. Este fue el método de Jesús en la evangelización, que al
principio sólo vieron unos cuantos seguidores, pero por medio de ellos iba a convertirse
en el poder de Dios para triunfar sobre el mundo.
Pero no nos podemos detener ahí. Es necesario también que se vea en nosotros una
demostración clara de la forma de vivir de Cristo. Por consiguiente, debemos entender
otro aspecto obvio de la estrategia de Jesús con sus discípulos.

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