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1.1. DEFINICIÓN
La virtud puede definirse como el hábito operativo bueno, esto quiere decir, que las
virtudes son cualidades estables y por eso son hábitos y no meras disposiciones o cualidades
transeúntes. Las virtudes perfeccionan las potencias operativas disponiéndolas a las obras que
están de acuerdo con la naturaleza del sujeto, las acercan más a su obrar propio, confiriendo a la
facultad operativa una mayor perfección. Los vicios, por el contrario, dan a la potencia una
disposición hacia las malas obras.
La virtud es el dominio de la parte racional del alma sobre la parte apetitiva (tendencia a
lograr un fin sensible) y sobre la parte irascible (tendencia a evitar un daño sensible).
1.2. ETIMOLOGÍA
La palabra virtud proviene del latín virtus, al igual que su equivalente griego, areté,
significa "cualidad excelente", "disposición habitual a obrar bien en sentido moral".
La vida es moralmente virtuosa si se tiene el hábito de la virtud, "por el cual el hombre se hace
bueno y por el cual ejecuta bien su función propia"; la práctica habitual de las virtudes éticas, que
consisten en un justo medio entre dos excesos, hace al hombre moral y lo dispone a la felicidad.
Son hábitos intelectuales que dan la capacidad de obrar bien, pero no aseguran el recto
uso de esa facultad; alguien puede utilizar la ciencia o la técnica para hacer el mal. Por eso estos
hábitos no cumplen plenamente la razón de virtud, que ha de ser una cualidad que hace moralmente
bueno al que la tiene. Se exceptúa la virtud de la prudencia, pues, aunque ser intelectual por su
sujeto (la inteligencia, es moral por su objeto y por tener la rectitud de la voluntad como requisito
esencial. La misión de la prudencia no es el recto conocer, sino dirigir el recto obrar; su acto
principal no es el juicio sobre lo que se ha de hacer, es el imperio, por el que guía a los demás
potencias según la ley moral. La prudencia no puede cumplir su tarea si el hombre no quiere
comportarse bien.
Con el término "electivo", Aristóteles quiere poner de manifiesto que el acto principal de
las virtudes morales es la elección recta, la decisión de hacer lo que aquí y ahora es preciso para
comportarse bien; con justicia, templanza, fortaleza. Como el bien humano adquiere en el ámbito
de las acciones concretas, una multiforme variedad, según las circunstancias, la obra virtuosa
requiere el discernimiento y la elección de lo indicado por la prudencia.
El término "electivo" significa dos cosas más. Por una parte, que la obra buena ha de ser
querida y elegida como tal; no basta que la acción tenga una conformidad meramente externa con
la ley moral, porque esa adecuación podría tener su causa también en el miedo, la casualidad o el
interés egoísta. Por otra, que el acto de las virtudes morales es de índole apetitiva, una elección, y
no un conocimiento o la producción de un artefacto, como sucede en las virtudes morales; son
propias de las potencias apetitivas; la voluntad (justicia) el apetito concupiscible (templanza) y la
tendencia irascible (fortaleza).
Hemos visto, al estudiar la moralidad de los actos humanos, que no es posible una recta
elección sino va acompañada de una recta intención; no es lícito hacer algo en sí mismo bueno, en
orden a un fin malo. Por eso, Santo Tomás de Aquino afirma que las virtudes morales también
hacen recta la intención, determinando las potencias apetitivas hacia los fines de las virtudes. La
justicia, por ejemplo, hace que el hombre que la posee tenga las demás. A partir de esa intención,
la prudencia determina qué exige la justicia en esta ocasión o en aquella otra, y la virtud actúa
nuevamente, facilitando la elección de lo señalado por la prudencia, aunque aquí y ahora exija
sacrificios o renuncias.