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¿Celulitis en la iglesia?

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29 de abril de
2018

En términos generales la iglesia evangélica se ha alineado en dos grandes estilos: bíblico y


pentecostal, y todas las denominaciones, algunas sin percatarse, se hallan afiliadas al uno o
al otro. Los bíblicos centran su atención en las Sagradas Escrituras, los pentecostales ponen
su énfasis en la acción del Espíritu Santo a través de los carismas. Los primeros tienden a
ser cerebrales; los segundos, emocionales.

Ambas tendencias han incurrido en exageraciones. Desde su monte, los bíblicos gritan:
“Tenemos la Palabra de Dios”; desde su valle los pentecostales replican: “Tenemos el
Espíritu de Dios”. La ineludible disyuntiva parece ser: escrituralismo o manifestacionismo.

La iglesia integral es el nombre más adecuado para definir el movimiento que caracteriza al
cristianismo del inicio de siglo y milenio y que está interpenetrando a todas las
denominaciones. El Espíritu Santo quiere que los bíblicos avancen hacia el terreno
pentecostal, y los pentecostales se muevan hacia el bíblico, para que se abracen en el
centro, bajo la cruz. Sin embargo, sorprende que lo único que hoy parece unificar a todos
los cristianos es el afán de crecimiento numérico, que es sano en sus intenciones, más que
la preocupación por un auténtico crecimiento espiritual.

El gran historiador cristiano Richard Nieburhn hace la perspicaz observación de que cada
coyuntura histórica trae un nuevo movimiento dentro del protestantismo; y así, por
ejemplo, durante los últimos decenios:
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Las mega iglesias agrupan a creyentes que trabajan en el ámbito del conocimiento. El
pentecostalismo, en general, a personas sin grandes posibilidades de movilidad social.

¿Vamos, entonces, hacia la especialización de iglesias para élites e iglesias para proletarios?
Eso sería destruir por la base el principio esencialista de igualdad que, por virtud de la
Reforma, aniquiló al feudalismo.

Siendo imposible borrar las clasificaciones sociales, podríamos pensar en la iglesia como en
un jumbo jet con sus tres clases: primera, ejecutiva y turista. Todos los pasajeros viajan en la
misma nave, al mando de la misma tripulación, sometidos a la misma carta de navegación,
expuestos a las mismas turbulencias y todos llegarán al mismo aeropuerto…

Hablando de modas, el paradigma evangélico es el de los grupos caseros, según el sistema


celular ideado en Corea por el pastor Paul (hoy David) Yonghi Cho, de mucho éxito en su
caso particular, pero que (como tuve la oportunidad de comentárselo personalmente al
propio Cho durante su visita a Colombia en 1991) en Latinoamérica significa algunos
riesgos. El primero es el de la rebelión espiritual. En algunos casos, el líder de un grupo
casero, al hallarse ligado en la intimidad a sus miembros, cae insensiblemente en la
tendencia a sustituir a su autoridad: impone manos, ora por enfermos, expulsa demonios,
profetiza, ofrece consejería, etc. Poco a poco, el grupo invade el lugar de la iglesia y, a veces,
acaba por independizarse de ella.

Nuestra psicología colectiva difiere de la de las naciones amarillas de Oriente, más


disciplinadas y gregarias; ello explica el fracaso de quienes, al instrumentar el sistema Cho
entre nosotros en forma mecánica, sólo han conseguido crear grandes montoneras sin
identidad o fomentar una multiplicidad sectaria pintoresca.

Hay quienes experimentan responsablemente este sistema de iglecrecimiento y muchos de


ellos han diseñado organigramas que garantizan orden, disciplina y autoridad ¡Dios los
bendiga por ello! Pero no es saludable la tendencia incontrolada a generar células más o
menos espontáneas al cuidado de neófitos.

Las iglesias deberían tomar en cuenta una obvia prioridad: primero el obrero y después la
obra.

El pastoreo en estos países resulta más expedito a través de grupos especializados y


homogéneos en la propia iglesia, no competitivos sino complementarios de ella, bajo la
responsabilidad de líderes de tiempo completo y contacto permanente con el cuerpo
pastoral para mantener la integridad doctrinaria y moral de toda la feligresía. La copia de
métodos no garantiza eficacia. A la indisciplina propia de nuestra gente no deben añadirse
pretextos adicionales para la anarquía. Generalmente, lo que se ve es elefantiasis en vez de
crecimiento normal del cuerpo; y, sobre su piel, celulitis en vez de lozanía.

Sin duda, hemos tomado en préstamo ideas extrañas a las bíblicas. ¿Por qué no hacer un
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intercambio enriquecedor entre nosotros mismos? Si practicamos las esencialistas normas
de conducta de la iglesia primitiva, seríamos cristianos prósperos y felices. Nos hemos
enredado en tradiciones, religiones y denominaciones. Jesucristo nos hizo libres y, después,
nosotros inventamos cadenas para atarnos. Si el Señor no viene antes, este nuevo siglo será
un viaje de retorno de dos mil años, para gloria de Dios.

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