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e625.com/celulitis-en-la-iglesia
29 de abril de
2018
Ambas tendencias han incurrido en exageraciones. Desde su monte, los bíblicos gritan:
“Tenemos la Palabra de Dios”; desde su valle los pentecostales replican: “Tenemos el
Espíritu de Dios”. La ineludible disyuntiva parece ser: escrituralismo o manifestacionismo.
La iglesia integral es el nombre más adecuado para definir el movimiento que caracteriza al
cristianismo del inicio de siglo y milenio y que está interpenetrando a todas las
denominaciones. El Espíritu Santo quiere que los bíblicos avancen hacia el terreno
pentecostal, y los pentecostales se muevan hacia el bíblico, para que se abracen en el
centro, bajo la cruz. Sin embargo, sorprende que lo único que hoy parece unificar a todos
los cristianos es el afán de crecimiento numérico, que es sano en sus intenciones, más que
la preocupación por un auténtico crecimiento espiritual.
El gran historiador cristiano Richard Nieburhn hace la perspicaz observación de que cada
coyuntura histórica trae un nuevo movimiento dentro del protestantismo; y así, por
ejemplo, durante los últimos decenios:
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Las mega iglesias agrupan a creyentes que trabajan en el ámbito del conocimiento. El
pentecostalismo, en general, a personas sin grandes posibilidades de movilidad social.
¿Vamos, entonces, hacia la especialización de iglesias para élites e iglesias para proletarios?
Eso sería destruir por la base el principio esencialista de igualdad que, por virtud de la
Reforma, aniquiló al feudalismo.
Siendo imposible borrar las clasificaciones sociales, podríamos pensar en la iglesia como en
un jumbo jet con sus tres clases: primera, ejecutiva y turista. Todos los pasajeros viajan en la
misma nave, al mando de la misma tripulación, sometidos a la misma carta de navegación,
expuestos a las mismas turbulencias y todos llegarán al mismo aeropuerto…
Las iglesias deberían tomar en cuenta una obvia prioridad: primero el obrero y después la
obra.
Sin duda, hemos tomado en préstamo ideas extrañas a las bíblicas. ¿Por qué no hacer un
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intercambio enriquecedor entre nosotros mismos? Si practicamos las esencialistas normas
de conducta de la iglesia primitiva, seríamos cristianos prósperos y felices. Nos hemos
enredado en tradiciones, religiones y denominaciones. Jesucristo nos hizo libres y, después,
nosotros inventamos cadenas para atarnos. Si el Señor no viene antes, este nuevo siglo será
un viaje de retorno de dos mil años, para gloria de Dios.
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