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Plenilunios

de Cayena

Por

Atil Bonifacio Parales Duran




Dedicado a mi eterna amante y esposa; Yaneth Ramos y a quienes


crecieron silenciosamente en su ser: Andreith Bonifacio y Lunayaneth,
nuestros hijos.
AGRADECIMIENTOS a Irene Castro y a Lic. Rosa Clemencia Loyo.

PRIMERA PARTE

Imaginaba a Candelaria con el corazón palpitante y la piel erizada;


repasando uno a uno los pimpollos de cayena que dormían iluminadas por
cocuyos fugaces que pasaban junto a la caballeriza; en donde los céfiros
enredaban sus crespos de oro, ávidos de frescura, esperando la llegada de mi
rucio marmoleño, que cada noche de plenilunio me llevaría a su regazo.
Sin tratar a más hombres que su padre y unos cuantos obreros que
desfilaban por Campoalegre, mi Candelaria había crecido en medio de la
esmeraldina sabana crepúscula e imponente, que a la distancia se perdía hasta
el punto de tocarse con el arqueado cielo; allí, el rocío humedecía los
pastizales que luego caía deslizándose en débiles hilos de agua hasta el río
Casanare; para que este bañara la pampa y le diera esmeraldina vestimenta a la
sabana, como un tapete inmenso que contrastara con la bóveda azul del
firmamento.
Esa noche como una de las tantas deseadas, por fin estaríamos juntos unos
instantes; aún esquiva y retraída por la faena del día, friccionándonos las
manos y susurrando un diálogo pasivo, que era llevado por la brisa vespertina
que movía los pastizales alrededor de la caballeriza plateada; donde por
momentos titilaban luciérnagas hechas cada vez más vistosas, por la opaca
silueta de la impávida luna escondida detrás de los velos de las nubes, que sin
miedo la iban tapando. Estaríamos sin más compañía que la del rucio
marmoleño, corcel incondicional; y el canto de un grillo invernero que
extendía su melodía, sin arpa; pero con tonadas que nos harían sentir celestes
ritmos angelicales en un concierto sólo para Candelaria; destinado por la
naturaleza y deslizándose entre los pétalos de la flor de cayena que recogí y
puse en su regazo.
Fue el primer momento que estuvimos frente a frente sin nadie más que
interrumpiera el silencio de la noche; salvo el latido de dos corazones que se
sentían entrelazados sin poder separarse por la fuerza del amor; como el aroma
del mastranto en la brisa sabanera. Sin más que mis zamarros de valor, pisé el
estribo y me monté en el corcel, dándole un adiós con mi mano derecha a
Candelaria mientras que con la otra solté la rienda para regresar a Las Pampas,
pues pronto estaría allí con mis ojos cerrados, recorriendo paso a paso ese
momento de lozanía y de sosiego que siempre busque en la mujer soñada.
Tendría que recorrer unas tres horas a caballo cruzando el hato Campoalegre
de don Luis Corredor, el padre de Candelaria, hasta el río Casanare, para luego
llegar al hato de Las Pampas.
Campoalegre se extendía cual gigante acostado desde las orillas del Cravo
Norte por el nororiente; haciendo el recorrido con el sol, hasta pegar a las
estribaciones de la cordillera oriental en donde se levantaba el pueblo girara de
Tame, hasta encerrar por el sur con el río Casanare. Pues dicen los viejos
antiguos que formó parte de la que en otrora época fuera la hacienda de
Caribabare; que desde aquí se remontaba la hacienda cogiendo el cajón de los
departamentos de Arauca, Casanare y el Meta; con unas doce mil reses y un
millar de caballos. Los Jesuitas domaron desde antaño a los Giraras y
Guahíbos que vivían en estas estribadas mesetas y ondulaciones de la
agonizante cordillera oriental. Sin lugar a dudas el dueño de Campoalegre era
el dueño del Arauca, el progenitor que junto a doña Bárbara en una noche de
mayo trajeron a Candelaria; la flor del llano de aroma mastrantina que desde el
cielo siguieron en noches oscuras los ojitos de Santa Lucia, quedando fijos
desde el cenit para iluminar su sendero de inocencia.
Al llegar al Casanare me esperaba la canoa del recuerdo, compañera
incansable en la que navegaban mis sentimientos para cruzar el río, que unía
las sabanas de los departamentos de Arauca y Casanare; llevando de éste
último su nombre, como identidad eterna y convertido en una cinta ancha y
majestuosa, que nace en débiles manantiales del nevado del Cocuy; casquete
blanco y encopetado a quien los nativos adoraron como sumo dios y señor que
extendía su dominio hacia el oriente, hasta donde se disipaban los relámpagos.
Desde allí se unían los manantiales arrastrando vetustas piedras renegridas y
salobres de las salinas, desprendiéndose cada brazada abajo, formando
pequeños remolinos que a su vez daban origen a espumas viajeras. Al llegar a
la tierra del alcaraván, del pato güire y la codúa; se formaban grandes
remansos represados por los caramos y desolaciones, que en cada creciente
arrastraba como preciados trofeos en su lucha titánica con la naturaleza. En los
veranos mostraría menuda arena cristalina que servía de casa y abrigo, en
donde se empollarían los huevos de tortuga y terecay; para luego salir de los
cascarones monedas andantes como nueva generación faunística, que después
de vivir lo suficiente, retornarían en los próximos veranos cargadas de
esperanza para darle nuevos seres a la naturaleza.
-Amigo, compañero de faena. - Le dije a mi rucio marmoleño.
Quitándole la silla para meterla a la canoa. Un forrido y movimiento de
mano izquierda, fue la respuesta halagadora del corcel.
Pronto cruzaríamos el río y le daría rienda suelta para que el también fuera
con su potranca de romance.
La mañana siguiente, antes que cantaran los arrendajos del colosal abejón
que se levantaba en el paradero, escuché las retahílas de Moncho.
-Tariraaa… ponte la vaca lebruna, que la vamos a ordeñaaa.
Quedé de pie, había iniciado la faena del día; con más razón que nunca y
con el ánimo rozagante me lavé la boca, saqué del jagüey dos baldados de
agua, me bañé y con la rapidez de un relámpago llegué al corral.
-¿Cómo va el ordeño, si están dando leche?- Pregunté a Moncho.
-Yo pensé que se lo había llevado el silbón anoche, porque no aparecía. Me
dijo Moncho.
Aún con el recuerdo a flor de piel, repasando segundo a segundo aquel
instante junto a Candelaria; lancé un suspiro que traspasaría el Casanare y se
remontaría sobre la sabana hasta llegar al oído de Candelaria; despertándola y
avisándole, que ya se extendían los tentáculos del sol, convertidos en pálidos
rayos de luz sobre la estepa.
-No, aquí estoy vivito y coleando, primo. –Repuse quedamente.
-Apostemos quien saca un baldado de leche primero. - Me retó Moncho.
-Apostemos, primo - Le dije.
Con el brío de un potro cerrero, enlacé primero que Moncho, manié y me
puse a ordeñar.
-Ah carajo – grité. - Cuando el balde iba medio, la vaca jodió y me voto la
leche.
-Caramba Joropo, ¿en qué está pensando? Parece que ordeñara primera
vez, se descuidó y comió varón la vaquita. – Dijo burlonamente.
-Primo que vaina, - le dije, -usted gana por ahora.
-Pilas que la vida puede jugar una mala corrida. - Me comentó
satíricamente.
-No, la tengo que amansar, para que me dé varios baldados de leche
después. –Agregué.
Llevamos la leche, tomamos tinto y ya el mensual nos tenía los caballos
listos para el trabajo de llano.
Con unas tajadas fritas y carne en el pollero, aún sin aclarar el día nos
remontamos sabana a dentro, sin más compañía que el aguaitacamino, que
decía “cujío”, cada vez que se espantaba al paso de los caballos. En el
recorrido se recogió un lote de ganado; se debía estar preparado por que cada
rato partía un animal sin atender la gritería de los vaqueros. Uno a uno le
tocaba encallejonarlo, aparearle el caballo, hasta jalarlo por la cola y que diera
vuelta de campana, allí quedaba el animal tendido; un llanero diestro no
dejaba parar el animal, una vez este caía frenaba el caballo, se tiraba y lo
guayuqueaba; cuando era orejano se aprovechaba de una vez para señalarlo,
estocarlo si tenía mucha punta el cacho; debía estar pendiente porque tocaba
torearlo con la ruana o con el sombrero, se le sacaban unos lances, hasta que el
animal entendía que debía seguir el atajo; no debía perder de vista el caballo,
pues si le embestía, el deber del llanero era lograr que el caballo y el jinete
salieran bien librados.
Ya en las horas de la tarde cuando el ganado se amadrinaba, cada vaquero
pelaba por su pollero; las tajadas tostadas y la carne frita, eran devoradas por
mascadas que se alternaban con los gritos de, ¡ahí va la vaca cuñadito, no la
deje ir!
Bajo este cielo llanero retornó a mí pensamiento Candelaria. Seguramente
estaría entre cayenas o simplemente aprendiendo a coser los chingues de
trabajo que remendaba doña Bárbara o quizás tostando café, revolviéndolo con
la paleta de guadua para que no se quemara. La veía incólume, inmaculada,
aprendiendo los oficios que una buena mujer debe saber; lo haría
perfectamente cuando viviéramos juntos, cuando tuviéramos nuestro hogar,
cuando solo estuviéramos el uno para el otro, cuando no tuviera que recorrer
leguas de sabana para verla.
-Despiértese gran pendejo, ahí va el tercer animal partiendo y se nos va a
regar el ganado. –Gritó mi papá
-Ah carajo, nos llevó el que nos trajo. - Gritó Moncho.
Pues una vez se riegan los animales no los recoge ni el diablo.
Le hinqué los talones al mocho y corrí tratando de atajar la vacada; cuando
se presentan estos casos, lo mejor es no enlazar pues si uno lo hace, detiene
uno, pero los demás animales se van. Lo mejor es abrir a los vaqueros lo más
que se pueda, formando un círculo grande y gritando para que el ganado se
sienta encerrado, luego se va corriendo achicando el círculo, hasta que el
ganando vuelve a formar madrina con un jinete alante y los demás arriando.
-¿Qué le pasa Joropo? Desde esta madrugada no le veo en sus cabales. –
Me pregunta Moncho.
-Carajo, me apendejé un poco. –Repuse quedamente.
-No, no andas apendejado, andas pensando en bartola. –Me increpa.
-Mira cuñadito, fue que anoche no pude dormí. –Le contesté.
-Cómo no va a podé dormí, o fue que se le acabó el chimó. Contestó. –
Repuso.
-Chimo tengo, como también tengo una estaca aquí en el pecho que no me
deja dormí. - Contesté
-Más bien camarita, usted como que echó a nado su corazón, que vaina tan
arrecha cuando uno se enamora. - Me dijo Moncho abriéndose un poco para
que no se volviera a regar el ganado y luego se adelantó corriendo a correr las
trancas del corral.
La faena de herranza del día siguiente demandó que esa noche nos
acostáramos temprano después de cenar un pisillo de chigüiro, con arroz y
plátano frito. Se escucharon en la caballeriza unas tonadas en seis por derecho,
unos pajarillos, un san Rafael, una chipola y unos agonizantes pasajes que
cantaron los vaqueros; para alegrar la noche y alejar los espantos como la
bolefuego, la llorona y el silbón que a veces, hacían erizar la piel de los más
valientes llaneros del cajón de Arauca-Casanareño. Al encomendar a Dios mi
sueño, le pedí al altísimo por Candelaria; para que desde su trono de gracia,
extendiera su protectora mano sobre Campoalegre, que durmiera
profundamente hasta ver al centauro de sus sueños, para que la acompañara y
cabalgaran sabana adentro. Saltando las candelas de marzo; nadando sobre los
esteros de mayo; acompañando la espuma viajera; sobre ella volara una
diadema de garzas y saboreando en sus labios la miel de matajey.
Con un tinto cerrero y un viento invernero recibimos el nuevo día.
Caramba, tocaba herrar todos esos bichos, señalarlos y a la vez a los que
tuvieran los cachos más puntudos tocaba destoconarlos, sin perder de vista que
a los más bravos se les debía sacar unos lances. Desde el más mostrenco hasta
el más pequeño que moviera cola; mi papá enlazaba, luego tiraba el rejo por la
horqueta del botalón; con Moncho nos turnábamos coleando, luego
guayuqueando, pelábamos por el cuchillo para señalarlo y caparlo; el mensual
le ponía el hierro, eso sí bien rojito, que lo marcara para siempre; a los
cachopuntudos se les destoconaba con la segueta y luego se les soltaba con
una soga del rejo en cadeneta que al partir el animal el nudo solo se le iba
soltando. Había que estar con una pella de chimó en la boca, que dormía la
lengua, hacía perder el miedo, daba fuerza para tumbar un toro por la cola,
sacarle un lance si embestía o para aguantarle los brincos a un potro sin
amansar.
-Cacho en la manga. - Gritaba un llanero, cuando se paraba un toro,
sacando barro con las manos hacia atrás, ahí tiene que bajarse un veterano,
porque ese animal está resteado.
Cuentan que por los lados de San Salvador a José Eulogio Méndez lo mató
un toro negro. Él era un hombre alto y gordo, le sacó un lance al animal y se
resbaló en la bosta; el toro dio la vuelta y lo ensartó por el vacío, lo levantó
como a tres metros del suelo y lo votó por encima del corral; cuando lo
recogieron el hombre ya agonizaba, dejando eso sí, rojito de sangre la
caramera del toro. ¡Ah vida la del llanero!; si no lo mata un animal de estos, lo
puede estrangular un caballo cuando lo tira al suelo; lo puede enrollar un guío
por defender un becerro o se lo puede tragar un caimán en la sabana llena de
agua a pleno mes de junio. Pero sigue siendo llanero, hombre bravío, de
cotiza, pantalón arremangado, con un cuchillo en la cintura, camisa abierta al
viento y un sombrero para protegerse del sol y de vez en cuando utilizarlo para
torear.
En la tarde se les abrió el corral para que retornaran su madrina natural, no
sin antes tirar el rejo para amarrar una mamona, que quedaría en la pata del
botalón para comer asada; no dudaría en escoger la osa o la raya, pues estas
presas se asan con cuero, para que la carne quede jugosa; el entreverado es
otro chuzo bueno para comer.
Posteriormente tuvimos una visita inusual. El caballicero de Campoalegre,
llegaba a Las Pampas a contratar unos vaqueros para el trabajo de llano; en
estas regiones por el mes de mayo antes de que se inunde completamente la
sabana, en los hatos ganaderos se acostumbra a herrar y apartar los animales
que se caparan y se echarán a pasto. Atento escuchaba cada una de las faenas
que contaban, pero en ninguna de ellas oí nombrar a Candelaria, quería oír su
nombre pero fue inútil, nadie dijo nada. Yo me ofrecí para ir a trabajar junto a
otros vaqueros que contrataron; convencido que Moncho me acompañara, con
él me entendía coleando y guayuqueando. Esa tarde alistamos maletera;
echamos chinchorro, toldillo, pollero y lo que no debe faltar unos bojoticos de
chimó; porque el siguiente día madrugaríamos hacia Campoalegre a trabajar y
seguramente podía ver la mujer que adoraba, la que me tenía cautivo, la que en
un día no muy lejano, nos permitiría unir en un solo hato, a Campoalegre y
Las Pampas; con la cinta serpenteante del Casanare corriendo por el centro,
como una arteria de vida para la llanura.
A la distancia con los primeros rayos del sol se veía Campoalegre. Sentía
palpitar mi corazón; estaría nuevamente junto a Candelaria, no quería ser el
primero en entrar al hato, deseaba llegar de último disimulando cualquier
relación; mostrándome como un hombre al que el sol y el agua, habían
templado el alma como el acero. El trote de los caballos alertó a los sabuesos,
que salieron latiendo avisándole a los residentes nuestra llegada. Al pasar por
el jardín contemplé las matas de cayena con flores abiertas al sol, con sus
pétalos en posición de adoración; pero guardando en sus más remotas junturas,
los momentos inolvidables que pasé junto a Candelaria.
Doña Bárbara una mujer nacida y criada en el llano, no dudó en llevarnos
un pocillo de tinto a cada vaquero, no sin antes decirnos buenos días y
nosotros como buenos caballeros, nos quitamos los sendos sombreros al
contestar el saludo. Con su delantal blanquito como la espuma que bajaba por
el río Casanare, dejaba entrever en su figura, que había heredado el nombre de
Bárbara, por haber nacido un 4 de diciembre, día de su patrona, en las sabanas
araucanas.
-¿Cómo quedaron en Las Pampas? - Me preguntó don Luis Corredor, el
padre de Candelaria.
-Bien don Luis, muchos recuerdos le manda mi viejo - Le dije.
-Caramba y usted viene a trabajar también.
-Sí don Luis, me han dicho que trabajar llano aquí es muy bueno.
-Bueno Joropo, creo que tienes en sus venas la sangre del viejo Efraín
Boada, que no se achicopala por nada, veamos cómo se defiende, espero que
no vaya a tener la carrera del chigüiro.
Sonriente contesté. - No don Luis, amanecerá y veremos.
Pasamos al desayuno asumiendo la misma posición de los vaqueros.
Comía de la mesa picoteando; ya un pedazo de carne, ya unas tajadas, un
pedazo de yuca, pero sin sentarme. Repasaba con mi vista la cocina, las
piezas, tratando de ver a Candelaria, pero me era esquiva; lo que tanto deseaba
ver cuando llegara a Campoalegre me era imposible, quizá el destino
anteponía una jugada de las que hace sufrir a un hombre enamorado, que
busca en una mirada satisfacer los deseos más profundos del corazón.
Cuando ya nos alistábamos para montar en nuestros caballos, escuché los
gritos de doña Bárbara llamando a Candelaria que lavaba una ropa en el
jagüey, diciéndole que ya estaba el desayuno. Con el alma triste y el corazón
casi dejándome de palpitar nos alejamos de la casa, sabana adentro, a las
faenas propias del trabajo de llano. Formé con Moncho mi dúo de trabajo
estaba convencido que en cualquier momento difícil no me dejaría metido,
siempre estaría presto a ayudarme. Hacia las seis de la tarde retornamos con
un atajo de unos quinientos animales que habíamos recogido sobre El Jobal;
había toros de todas las edades sin herrar y destoconar. ¡Qué faena tan verraca
nos esperaba al siguiente día!
Ojalá Dios me ayude, rogué para mis adentros; que pueda colear, tumbar y
destoconar, no me perdonaría don Luis Corredor que le saliera capón, tenía
que demostrar que tenía cojones. Peor aún, qué tal que a Candelaria se le dé
por ver la faena; en esa eventualidad me hago restear, me hago matar del toro,
pero no le retrocedo un paso; los hombres criollos no se rinden, lo dan todo,
hasta dominar el animal.
Esa noche en la caballeriza como de costumbre en los trabajos de llano; se
escucharon contrapunteos, seis por derecho, gabanes, pajarillos y pasajes.
Moncho tocaba el cuatro, cada uno hacía su improvisación, buscando que le
rimara la copla; se echaron versos con terminaciones difíciles como en “u”. En
los pasajes yo me animé, no me iba a dejar echar tierra, le quité el cuatro a
Moncho y por sol mayor me entoné mi pasaje:
“Yo seré tu jardinero
Y tu mi fragante rosa.
Te amaré lo suficiente,
Mi linda flor, te haré feliz y dichosa.
En el jardín de mi amor
Tú serás la más famosa,
Andaremos tú y yo
Desde que nazca la aurora;
Hasta que allá en el ocaso,
Mi vida te deje sola.
Lo canté a todo pulmón para que se escuchara en Campoalegre; ojalá el
viento lo llevara hasta la cama en donde reposaba Candelaria; que no le
quedara la menor duda que este ruiseñor, que este turpial sabanero, tocaba en
su ventana. Ojalá don Luis Corredor y doña Bárbara, también lo entiendan y
sepan que este criollo, ya le va a poner el lazo a esa potra sabanera.
Uno a uno caían los toros para ser castrados, sólo se salvaban los mautes
menores de un año; los otros se herraban, señalaban, capaban y destoconaban.
El sol ardía quemando la frente de los llaneros, templaba el alma y curtía las
manos encallecidas. De vez en cuando se reventaba un rejo, el animal se
levantaba bravo y tocaba torearlo para que se juntara nuevamente en el lote de
ganado que remolineaba en el corral. Con una totuma nos echábamos de vez
en cuando sendas porciones de guarapo que había llevado don Luis en una
tinaja; era buena enfriadora, de tal manera que nos colmaba la sed y reanimaba
a continuar el trabajo. De la hoguera donde se calentaban los hierros se
extrajeron unas brasas; los testículos que le sacamos a los toros eran asados
sobre ellas, roseándoles un poco de sal, luego los comíamos como botín de
guerra; qué verraquera era masticarlos ahí calientitos en la orilla del corral, a
la vista de los mismos animales que si tuvieran la posibilidad de saltar la
empalizada, seguramente tratarían de vengar su virilidad, su derecho de ser
macho.
Ya en la tarde se abrieron las trancas del corral y el ganado corrió sabana
adentro, como un huracán llevando a tierra los pastizales. Pese a que la faena
era en el corral, cada hombre que tenía su caballo ensillado ayudó a recoger
los becerros de las vacas de ordeño. Después se desensillaron los hidalgos, se
bañaron, se soltaron al potrero para que pastaran. Algunos hombres entre ellos
Moncho, se pusieron a cortar unos cueros que estaban estacados para sacar
rejos; otros se pusieron a picar leña, la cual una vez rajada a punta de hacha, se
echaba en la parihuela para ser transportada por dos personas hasta la cocina;
yo con el corazón flechado y el alma de enamorado, me fui hacia las topias
debajo del colepato de la casa, sacudiendo el pilón para quitarle la cáscara al
arroz que estaba en pergamino y acompañar a doña Bárbara que tostaba café
en un caldero. Tenía la esperanza que en algún momento llamaría a Candelaria
para pedirle el azúcar que se le agrega al café; estaría presto para verla,
sonreírle, enviándole mensajes de amor en cada cruce de miradas.
-Ya se iba a acabar el arroz descascarado, usted parece que fuera adivino,
para ponerse a pilar. –Me dijo doña Bárbara.
-Bueno, a veces es bueno ayudarle a las mujeres en los oficios de la casa. –
Repuse quedamente.
-Si, a la pobre Candelaria es a la que le toca pilar arroz cuando el mensual
no puede.
Un poco pensativo por lo que ella me dijo agregué. - Caramba, este oficio
es muy duro para esa muchacha.
-Pero cuando toca, toca; usted sabe que “el que no tiene quien lo meza,
saca la pata y se mece”. –Manifestó.
-Si, pero hoy le voy a dejar pilado un bulto, para que descanse de ese
oficio; me imagino que esta manigueta es muy pesada para ella, debe sacarle
vejigas. –Exprese admirado.
-Eso no es nada, algunas veces después de pilar el arroz le toca moler maíz
para los pollos; en el verano debe madrugar a sacar suficiente agua para las
matas del jardín, la que se necesite en la cocina y llenar la tinaja; sin descuidar
que debe hacer el tinto para los peones, esa es la vida de una mujer, debe
aprender todos los quehaceres de la casa.
Luego agregó. -Es como ustedes, un muchacho debe aprender los
quehaceres de los hombres; desde hacer los oficios más sencillos hasta
amansar un toro para cogerlo de buey. Mire Joropo un hombre debe saber; ahí
si, como me decía mi taita. Un llanero debe estar preparado para picar un
cuero y sacar un rejo de cuarenta brazadas; debe hacer una buena campechana
y tener las estacas suficientes para estirar un cuero; un llanero sabe cuántas
presas se le sacan a una res, meter en un chuzo la raya o la osa para ponerlas a
asar; qué tal un llanero que no sepa ni siquiera parar una casa a donde se lleve
a vivir la mujer que se consiga; un hombre criollo debe labrar un pilón de tal
manera que simule la figura de una copa, a pura hachuela con su respectiva
manigueta; defenderse con un charapo o peinilla limpiando el conuco o con un
hacha espalando para sembrar el conuco; un hombre llanero debe aguantarle
los brincos a un potro cerrero en pelo, sin nada más que la crin para sostenerse
y aunque dicen que hasta el pelo del espinazo del animal se cae, no se debe
soltar; debe torear un toro, colearlo y guayuquearlo; sabe castrar matajey en
verano y el que no lleva cacho no bebe agua.
Reflexionando le dije: - Si señora así es, tiene razón, debe saber todo sobre
el llano.
-Claro muchacho, porque si no, deja morir la mujer de hambre.
¡Candelaria! tráeme el azúcar y la canela para echarle al café. - Gritó después.
Sin reponerme de la asoleada que me pegó la vieja sobre lo que debía saber
un hombre cuando quiere conseguir mujer, aceleré los golpes con la manigueta
al arroz; tratando de dejar en el ambiente, que ya sabía todo esto, que solo me
faltaba la mujer para formalizar mi hogar y que ella era Candelaria, que no
había otra en el mundo que despertara en mi ser tanto cariño.
Paso a paso sentí que se acercaba Candelaria, que venía de la cocina,
seguramente traería una totuma con azúcar y la canela, solicitada por doña
Bárbara.
-Buenas tardes Joropo ¿y eso que vientos lo echaron a pilar arroz?
Preguntó Candelaria.
-Los vientos del cañaote de Las Pampas hija, -Contestó doña Bárbara.
Con una leve sonrisa y voz entre cortada contesté. -Las del cañaote y las
del rio Casanare.
-¿Toma tinto? - Me preguntó.
-Hija eso no se pregunta, yo también me tomo uno –Tráelos por favor.
Candelaria rápidamente se fue para la cocina y en cuestión de segundos ya
nos traía el tinto.
-Carajo esta muchacha voló a traer ese tinto. -Murmuró doña Bárbara.
Me detuve colocando la manigueta sobre el pilón y me dispuse a tomar el
pocillo de tinto; me distraje viendo el hilo de humo que se levantaba como
formando corazones, que se disipaban con la brisa vespertina.
-Cuidado se queman - Gritó doña Bárbara.
Se me había caído el pocillo de tinto que no pude agarrar bien; aún estaba
nervioso por estar junto a Candelaria.
-¡Que vergüenza con ustedes! yo lavo el pocillo - le dije a Candelaria.
-No tranquilo, yo lo lavo y le traigo el tinto de nuevo – Replicó.
-Estos muchachos como que viven pensando es en bartola. -Replicó doña
Bárbara, haciendo hincapié que estábamos elevados.
Ella me trajo nuevamente el tinto. -Aquí está Joropo, no se vaya a quemar
ni a botar nuevamente.
-No, ya está bien agarrado, como cuando tengo con un rejo al rucio
marmoleño.
-¿Cómo quedaron en Las Pampas? - Me preguntó Candelaria.
-Muy bien gracias a Dios, ya terminamos el trabajo de llano.
-¿Mamá, cuando vamos a las pampas a visitar a Chinita?, le preguntó
Candelaria a doña Bárbara, picándome el ojo izquierdo.
-Sí, hay que ir, ya tengo más de un año que no la veo y Chinita se preocupa
mucho por nosotros. – Contestó.
-Mi mamá le envió muchos saludos Candelaria, sería bueno que la
visitaran.
-Mamá, si no podemos ir ambas por la comida de la gente, déjeme ir a
visitarla.
-Tiene que pedirle permiso a su papá, le dijo doña Bárbara.
-Sería bueno que fueran ambas y se quedaran un fin de semana, la comida
para los peones la hace el mensual, - les propuse.
Sorbo a sorbo me fui tomando el pocillo de tinto, con mis ojos fijos en
Candelaria como los rayos del sol sobre la tierra, repasando cada atributo de la
geografía de su cuerpo.
-Joropo, cuando termine de pilar ese arroz, me ayuda a moler ese calderado
de café. - Propuso Candelaria.
-Chica, ese hombre después de la faena de hoy en el corral debe estar
cansado. - Añadió doña Bárbara.
-Tranquila Candelaria, voy a terminar esta pilada y ya le ayudo. Usted sabe
doña Bárbara que hombre es hombre.
-Bueno en fin, está muchacho y el muchacho poco se cansa - manifestó
doña Bárbara.
Empecé a golpear con la manigueta más fuerte el arroz, acelerando los
golpes sin sentir cansancio. Rápidamente empecé a sudar, empapando la
camisa sin darme cuenta hasta quedar plenamente mojado; pero con la
convicción que moliendo el café estaría nuevamente cerca de ella; escuchando
su voz en susurros y sintiendo su humor de potra sabanera; admirando su
belleza de garza blanca que se eleva a contemplar las aguas que se extienden
abrazando la sabana en el invierno, para compenetrarse con la tierra en un
romance perenne.
-Bueno muchachos, ya está el café y muélanlo calientico para que les rinda
- Recomendó doña Bárbara.
En ese momento sin terminar la pilada de arroz, le hice señas a Moncho
que viniera, porque ahí sí; “como dijo Chepe Meléndez, corriendo la piedra en
palujan. El hombre que no es pendejo, en los tiros se acomoda”. Le di la
manigueta a Moncho para que terminara y yo como un rayo ya estaba en el
molino alistando la tolva y poniendo una totuma para recoger el café que
saldría vuelto harina.
Candelaria llenaba la tolva y de vez en cuando movía la totuma que
recogía el café molido para que no se botara. Turnaba las manos moliendo
muy serio sin ver a Candelaria, tratando de dar una imagen como si nunca nos
hubiésemos visto; pues don Luis Corredor cada rato pasaba cerca para ver si
teníamos alguna rochela o charla comprometedora, a lo cual no debíamos dar
ni la más mínima pista, porque seguramente le daría unos chaparrazos
castigándola a cocinar en Campoalegre.
-Candelaria ¿Cuándo nos volvemos a ver?
-En el próximo plenilunio, para que puedas venir sin peligro alguno,
porque me preocupa que le salga la llorona y lo asuste. - Contestó.
-Yo a ese espanto no le tengo miedo; por estar a su lado, así me toque
chaparrear ese espíritu para que llore más.
-¿Y si está hondo el río? – Preguntó.
-No importa, le apareo el caballo a la canoa del recuerdo y a punta de
canalete lo cruzo; además, mi rucio sabe que venimos para acá, él se alegra
como yo.
-Mire las cayenas Joropo antes que oscurezca ¿si notas como están de
floreadas?
-Sí. – Contesté, luego le dije. - En el mismo sitio que nos vimos, en esa
rama que está inclinada le dejaré una pluma de corocora en un capullo que esté
para abrir, ahí la dejo; consérvala para que consienta sus mejillas pasándola
como si fueran mis manos que la acarician, diciéndole buenos días, aquí está
su galán. Esa pluma se la quité a una corocora que logré atrapar en el cañaote
de Las Pampas, sabes que ellas son ariscas, pero lo hice, luego la solté y para
sorpresa mía, salió con rumbo a Campoalegre; la vi volar hasta que cruzó el
rio Casanare, esa debe estar en estas sabanas. Eso si cuídela por siempre, hasta
que el destino nos una para siempre.
-Viene mi papá - Dijo Candelaria.
-¿Ya casi terminan de moler? - Preguntó don Luis.
-Ya casi don Luis - Contesté.
-Voy a mandar el mensual para que termine de moler ese café y usted vaya
a cenar Joropo.
Quise contestarle que así me quedara sin cena yo le ayudaba a moler el
café hasta terminar, pero sentí respeto por el viejo y no le dije nada. Una vez
se retiró le comenté en voz baja a Candelaria:
-Bueno ya sabes en poco es plenilunio, allá estaré en las cayenas, pero eso
sí, no olvides recoger mañana la pluma de corocora.
También quiso entregar una prueba de su amor y me dijo. - Cuando llegues
en la tarde, también encontrarás en la misma rama algo que le voy a dejar,
guárdalo hasta que la divina providencia nos permita estar juntos.
-Si Dios quiso que nos conociéramos él nos dará la oportunidad de estar en
un solo ser, adivina haciendo qué. Pregunté
Candelaria sonrió y contestó: - Sembrando cayenas, muchas cayenas en
nuestra casa.
-Si, muchas cayenas.
-Joropo, que vaya a la cena - Dijo el mensual.
-Si, gracias que les rinda. – Repuse retirándome.
-Joropo duerma bastante esta noche y sueñe sembrando cayenas.
Ya en la mesa los llaneros comían rápidamente picoteando la carne seca,
los topochos cocidos y de sobremesa un pocillo de tinto. Yo comía lentamente
repasando los segundos acabados de vivir, lo que hablé con Candelaria; eran
para mí momentos de paraíso terrenal, de naturaleza de hombre y mujer.
Esa noche en la caballeriza no se escucharon las tonadas en el cuatro. Cada
vaquero sacó de su maletera su chinchorro y toldillo para colgarlo bien
templado. Entre el indio Gonzalo y Moncho se echaron una broma, Gonzalo le
había escondido las varas del toldillo y Moncho se veía obligado a utilizar los
palos de escoba que estaban en la caballeriza.
Un vaquero de Campoalegre contó que una noche mientras venía con unos
buenos palos de aguardiente del caserío de Cachama, lo había acompañado el
silbón un buen rato; a veces le silbaba adelante del caballo y otras veces atrás;
él trataba de sostener duro el caballo por la rienda, al comienzo sintió miedo,
se le erizó la piel, no sentía el sombrero en la cabeza, el caballo forreaba con
ganas de salir desbocado y no había luna; era una noche de azabache y el cielo
estaba encapotado. Cuando pudo reaccionar un poco, se acordó que Juan
Hilario una noche que venía de parrando, había tenido su sampablera con el
silbón; lo importante del caso era que debía tener a mano el chaparro, si se le
acercaba debía arrecostarle el chaparro unas cuantas veces; para que no asuste
a los hombres llaneros, estos se respetan.
Entre cuentos de camino y uno que otro chiste, yo no podía conciliar el
sueño; había dejado la pluma de corocora en el capullo sin abrir de cayena,
¿será que el viento la tumba? me preguntaba continuamente. Recordaba todo
lo que me había dicho esa noche doña Bárbara, lo que debía saber un hombre
cuando quería conseguir mujer, bueno la vieja tenía razón; reflexionaba que a
veces no le prestaba atención a lo que mi papá trataba de enseñarme. El viejo
siempre dice lo que uno aprende jamás le sobra; pero él ya me había enseñado
algunas de esas cosas sin que yo le hubiese prestado la atención necesaria.
Tocaba entonces recurrir a los buenos oficios del padrote de Cachama
Benjamín Acosta; él sabe de todo, porque en los hatos lo llaman para hacer
casas, pilones a punta de hachuela, hizo la canoa del recuerdo; claro, ese es el
hombre que necesitaba, me toca pegarme el viaje hasta donde el viejo. Cuando
él me pregunte la razón de saber todo eso, le diré que yo voy a ser quien dirija
ahora Las Pampas, que debo tener conocimiento para que los obreros no me
mamen gallo; que quiero ser un hombre verraco, capaz con los quehaceres que
demanda el llano.
A las tres de la mañana ya teníamos los caballos ensillados, los habíamos
dejado sueltiados para que no bregáramos al amarrarlos. El lucero de la aurora
se levantaba majestuoso sobre nuestras figuras centáureas, alertando a los
alcaravanes que ya salían los tentáculos del sol, abrazando centímetro a
centímetro la faz de la sabana. Me cercioré que la pluma estuviera en su lugar
y evidentemente estaba allí en donde la había dejado, era el primer regalo que
le ofrecía a Candelaria; no me costó dinero alguno pero sí el sacrificio de
haber capturado la garza Corocora y sacado la mejor pluma de su cuerpo,
rojiza y brillante; con ese detalle le demostraba mi destreza y lo baquiano que
era para desenvolverme cuando de algún lugar salían varios caminos y tocaba
coger el que era.
-Téngase duro. - Le gritaron a Moncho, - ese potro lo va a tumbar, va a
comer fresco el caballo.
-Caramba, que vaina con esos caballos, dijo don Luis Corredor -Hay días
que amanecen cerreros.
Se abrió caballo y jinete sabana adentro, corcoveando como si fuera la
primera vez que se le colocaba la silla. El potro metió la cabeza entre las
manos y corcoveo como nunca, le apareamos los otros caballos para
amadrinarlo, hasta que por fin entendió que no sería capaz de tumbar el jinete.
Ese día en plena sabana cruzamos esteros, cañadas llenas de agua;
recogimos una madrina de bestias cerreras para traerlas al corral a herrar. En la
faena de esa tarde, una vez herrado el animal se traía hasta la puerta del corral
y se le montaba un llanero en pelo, para pegarle la primera montada; no había
escapatoria, tocaba por turnos, uno a uno. El reto era el que más tiempo durara
sin que lo tumbara la bestia; los hombres echaban a la boca sendas mascadas
de chimo, lo remolineaban con la lengua y escupían, era un duelo de hombre y
caballo, en donde se demuestra quien domina a quien. A mí me toco un potro
blanco, altivo y forreador. Sin pensar en nadie más que en Dios y Candelaria,
de un salto pasé de mi caballo a los lomos del potro, me le agarré de la crin y
le pasé los talones por la barriga. ¡Dios mío! ese caballo no corrió sabana
adentro sino que se plantó a corcovear haciendo círculos pequeños; me solté
de la mano derecha y con la izquierda me sostenía de la crin para equilibrar el
cuerpo. Se me cayó el sombrero, caballo y jinete nos confundimos en lucha
titánica, oía la gritería de los llaneros y relinchos de animales, hasta que
aparearon otros caballos y el animal salió del corral, salté y quedé parado en el
suelo, haciendo alarde de un buen amansador. ¡Que vaina! me temblaban las
piernas, pero no me deje caer, sentí orgullo de ser llanero.
En la tarde después de bañar caballos y dejar todo listo para regresar a Las
Pampas, antes de cenar me propuse andar el jardín hasta llegar al sitio donde
encontraría lo que me había prometido Candelaria; recorrí rápidamente las
matas, hasta encontrar amarrada a la misma rama en donde se desprendía el
capullo, una crineja de cabello tejida perfectamente. Era sin lugar a dudas de
la cabellera de ella. Sentí que había tocado el cielo con mis manos, que tenía
una gasa de arrebol entre mis dedos; quizás se desprendió del cielo sin que el
arco iris se diera cuenta. Tenía parte de su inmaculado cuerpo, lo tomé y solo
pensé en mi sombrero; lo coloqué sobre la cinta en la parte externa y la amarré
de tal manera que no se fuera a soltar, así estaría sobre mi cabeza. Me lo
coloqué para que Candelaria a la distancia observara, se diera cuenta que lo
había colocado en la parte más alta de un llanero, pues el sombrero forma
parte de la vida de la figura centáurea.
Cenamos y antes de acostarnos fui al jagüey a sacar unos baldados de
agua. Candelaria descansó de su hombro la tinaja que llevaba para que le
echara agua y disimuladamente me susurró que la nueva cinta de mi sombrero
era única en el mundo, que yo tenía ese privilegio; momento que aproveché
para advertirla que tan pronto viera salir la luna por encima de la mata
oriental, yo vendría en mi caballito para vernos en el jardín junto a la
caballeriza.
Al retirarnos de Campoalegre sentí que parte de mi vida se quedaba en ese
hato inmenso. Siempre volteaba a ver la casa, la caballeriza, las cayenas;
añorando en recorrer nuevamente el jardín empradizado de flores. Paso a paso
nos acercamos al rio Casanare, que bajaba crecido de la andina oriental; tal
vez el nevado del Cocuy había sacudido las nubes del estrado de su trono, que
ahora bajaba en remolinos, llevando la espuma viajera recuerdos lejanos. La
canoa estaba al otro lado, nos tocaba cruzar a nado y lidiando los caballos para
que no se fueran a ahogar.
Cuando llegamos a Las Pampas, después de tomar agua del tinajero, nos
aprestamos a soltar los caballos; sin perder de mis pensamientos que debía
aprender lo más que pudiera de los quehaceres de un hombre de hogar; al
menos eso me hizo entender doña Bárbara.
-¿Cómo les fue en Campoalegre?- preguntó mi mamá.
-Bien, muy bien, fue duro el trabajo pero aquí estamos vivitos y coleando.
– Contesté.
-Qué bien. - Repuso ella.
-Y ¿Cómo quedo Bárbara, Candelaria y el viejo Luis Corredor?
-Todos quedaron bien.
-El único que está aquí en cuerpo, pero que dejó el corazón en
Campoalegre, es Joropo - interrumpió Moncho.
-Y ¿Por qué? - Preguntó mi mamá.
-Yo no sé, pero ese muchacho quisiera irse a vivir allá. - Repuso Moncho.-
Eso pila arroz, muele café y jinetea duro, para demostrar que es el de la hiel
colgando.
-Bueno Moncho, no es para tanto, es que uno debe ser colaborador.
- Dije.
-No sea hijo que ya está empezando a comprometer su corazón, usted es un
ombligo verde todavía, déjese crecer un poquito más.
-Pero bueno, eso no es pa tanto, vamos más bien a achicar los becerros del
ordeño, para que haya buena leche mañana. ¿No le parece Moncho?
Con el paso de los días, le dije a papá que debía ir a Cachama; que
necesitaba unas riendas tejidas de cuero, que el único que las hacía era
Benjamín Acosta, que debía estar allí un tiempito suficiente para que él las
hiciera; sin muchos reparos el viejo me dio permiso.
Alisté maletera y con el corazón libre como el viento le dije al rucio
marmoleño, que nos íbamos de paseo unos días, que dejara a su potra en el
potrero, que ella lo esperaría hasta que volviera. Mi sana intención era
preguntarle al viejo Benja todo lo que me había dicho doña Bárbara; quería
aprenderlo, así que silbando me fui para Cachama pasando el rio Casanare por
los lados de Guafal.
*
Al otro lado del rio se extendían casas de palma como siguiendo la
dirección en la que corría el agua; era un caserío de palma enclavado en medio
de flor amarillos que en épocas de marzo, sus follajes formaban como
nubarrones amarillentos apreciados desde varias leguas de camino. En una
casa de tapia pisada, con cocina de bareque y amplios corredores, estaba
colgada una campechana en donde se mecía el viejo Benjamín.
-Buenas, don Benja.-Saludé
- Caramba ñero, ¿Qué vientos lo echaron por aquí? -Contestó el viejo.
-¿Cómo que qué vientos? cada rato vengo a Cachama.
-Pija, pero se vuelve una perdiz, porque yo no lo veo - Porfió el viejo.
-Bueno don Benja, es que vengo a hacer mandados, a llevar alguna cosa
que a veces hace falta en Las Pampas. Como muchacho de mandado. – Acoté.
-Tómese un tinto hijo, está calientico con el rescoldo de las brasas. Y,
cómo quedó Efraín, Chinita…
-Bien, don Benja. - Contesté sorbiendo el tinto que estaba más caliente que
la lengua de una suegra cuando el yerno es bien sinvergüenza.
Con el propósito de corroborar mis intenciones pregunté. - Don Benja,
mañana es primera noche de menguante ¿verdad?
-Sí, hay que ir a linternear una lapa que es más mañosa que el carajo. La
otra noche se me fue de los labrados. – Manifestó.
-Caramba, entonces vamos a comer lapa mañana.
-Si hijo, si Dios quiere. – Repuso.
-Tengo que ir a Campoalegre, espero que no me coja la noche de regreso;
claro que vengo a que me dé posada aquí en su casa, si no es mucha molestia,
¿me puedo quedar unos dos días?
- Claro muchacho, con eso me ayuda a cortar unos adobes.
-Eso es conmigo don Benja, porque ese oficio no lo he hecho nunca, quiero
aprender esos oficios de hombres; si pudiera quedarme un mes, me quedaría,
con eso me enseña muchas otras cosas. - Le dije, recordando todos los oficios
que doña Bárbara me había enumerado.
-No está mal hijo, el que a buen árbol se arrima buena sombra lo cobija.
Almorzamos con unos chicharrones, arroz y topochos; don Benja era un
viejo solitario, había enviudado y sus hijos estaban regados en la sabana con
algunos familiares. Era un hombre de temple, un llanero completo, de
sombrero pelo de guama, pantalón arremangado y cuchillo en la cintura.
En las horas de la tarde emprendí camino con rumbo occidental, para
ganarle camino a la luna que seguramente me alcanzaría levantándose sobre
los pajonales rompiendo el hechizo de la noche; para que salga el agüaita
camino, compañero incondicional en el sendero oscuro, entreteniendo con su
canto cujío la soledad de los llaneros que sobre su corcel cabalgan sabana
adentro galopando; contemplando los cocuyos que con sus luminarias rastrean
a un amor pedido, hasta encontrar a la distancia su encantadora diosa que al
percatarse de la presencia de su galán, interrumpen sus luminarias
coqueteándose el uno con el otro, hasta juntarse en sus encantos naturales.
Mi rucio marmoleño levantó la cabeza y con sus orejas señaló la inmensa
cordillera oriental; forreaba, anunciando que a la distancia se veía la casa de
Campoalegre. Empezaba a oscurecer rápidamente, y debía estar en la
caballeriza en ese lapso de tiempo, para que pasara inadvertida mi llegada,
pues a pleno plenilunio, don Luis Corredor o doña Bárbara advertirían mi
llegada.
Paso a paso y como andando en las playas del Casanare, el corcel
marmoleño entendía que debíamos hacer el más mínimo ruido hasta llegar por
detrás del jardín en donde las gigantescas cayenas ocultarían nuestra
presencia; pero guardando en sí, un mundo de pasión, que siempre bañaba con
su lozanía el jardín.
En momentos en que aparecían los lacios de la luna en el firmamento
extendiéndose tranquilos por encima de la andina oriental, empezaron a
cerrarse lentamente los ojitos de Santa Lucía; para ver con el alma lo que
ocurriría entre flores, entre polen, entre rojizos pétalos que se iban abriendo
para darle paso a la frágil figura que las apartaba con sus manos hasta llegar a
mis brazos. Allí mudos, temblorosos y apasionados, mi boca buscó sus labios
rojizos como el clavel y dulces como la miel de arica; sentí en mi cuerpo un
extraño escalofrío, como si emanara de mí el aroma del mastranto. Creí por
momentos que juntos paseábamos la extensa llanura de Arauca y Casanare
montados en una inmensa garza blanca, que sobre la cabeza de Candelaria las
corocoras hacían una diadema y que escuchaba en las ondas del viento las
tonadas de un arpa bullanguera.
-Candelaria, quiero estar junto a usted siempre, siempre.
-Es también mi deseo Joropo, lo veo en mis sueños, lo observo a cada rato
aquí en el jardín y aún en el espejo del agua del jagüey cuando voy a sacar
agua para echarle a la tinaja.
-Yo estoy en Cachama, voy a estar ahí unos días, aprendiendo de don
Benja, eso sí todo lo que pueda, además lo que dijo doña Bárbara aquel día
cuando pilábamos el arroz, ¿Recuerda Candelaria?
-Sí, es mejor que sepas de todo, de trabajo y también de amor, para que
formemos nuestro hogar.
Con el temor de que nos vieran en el jardín decidimos recostarnos sobre mi
poncho extendido sobre la grama. La luna ya estaba muy clarita y alguien
podría percatarse de nuestro encuentro. Juntos observábamos el firmamento.
-¿Ves Joropo esa figura en la luna?
-Sí, dicen que es la de un labrador, - Contesté.
-No, Joropo, no es la de un labrador, es la de un caballero de espaldas.
Guardamos un poco de silencio, luego rozando su mejilla con la mía e
indicando con la mano izquierda le dije: - Sabes Candelaria, no quiero ni la del
labrador, ni la del caballero, mira con los ojos del alma y veremos la réplica de
los dos acostados abrazados entre pétalos de flores, en el centro de la luna.
-Oh, sí, es mejor esa figura - Replicó Candelaria apretándome en sus
brazos.
Poco a poco nos fuimos perdiendo en nuestros deseos. Fui desabotonando
cada ojal de su vestido con mis manos, beso a beso fui descubriendo su
virginal cuerpo. Pausadamente y con mucha ternura fueron quedando al
descubierto sus voluptuosos senos, firmes, blancuzcos, con cúspides rojizas
que me eclipsaban; cual los picos geográficos del magno nevado de la
cordillera oriental que se levantan imponentes en mañanas y en noches de
lunas claras. Me arrodillé y empecé a coger flores, las coloqué en su costado,
en su cabeza, para que adornaran el poncho. Pronto veía su frágil figura en un
lecho rojizo como nebulosa, formado por tantos pétalos que estaban a su
alrededor.
No quise tocarla con mis manos. Me coloqué un pistilo de flor entre mis
labios y empecé a recorrer su cuerpo inmaculado; dejando débiles hilos de
polen amarillentos sobre sus mejillas rosadas de arrebol, en sus labios de
grana; me desplacé lentamente bajando por su cuello despertándole el
cosquilleo pasional, que guardara inconsciente hasta ser despertado por su
naturaleza ante las caricias de un hombre; sus protuberancias firmes cual gasa
rosada apuntando con sus dos botones las siete cabrillas, opacos dadas las
nubes de polen que se posaban sobre ellos queriendo tapar su desnudez; al
continuar desprendiéndome por su abdomen el hilo de polen se fue tornando
difuso y al encontrar su depresión umbilical dejé sobre él pedazos de pétalos
cotejados a su alrededor, como una naciente flor que se abría para que mis
labios de picaflor entraran en su interior, a degustar la dulzura natural de su
piel. Al continuar con el idilio extasiado de amor, me perdí en su oasis cual
colmena de polen que emanaba desde su interior la dulzura de la miel de la
campiña oriental, la fragancia del mastranto florecido y el olor a tierra mojada,
que sentía y podía percibir con mis ojos de candela en marzo. Luego
conquistaría y poseería su cuerpo con lozanía y pasión, penetrándola hasta
hacerla sentir mujer por primera vez.
Todo pasó en silencio y con un leve gemido de mujer apasionada se aferró
a mi cuerpo diciéndome al oído: - Siempre seré tuya, únicamente tuya, pronto
formaremos un hogar los dos.
--Sí, Candelaria, nos casaremos. –Repuse quedamente.
Un nubarrón tapó temporalmente la luna y aprovechamos para vestirnos;
cuando recogí el poncho blanco que había extendido para sentarnos, encontré
en él manchas de sangre que habían brotado de las entrañas apasionadas de
Candelaria. Las tomé sin que ella se diera cuenta y doblé el poncho tratando
de que se conservaran, tal como el amor dibujo.
Aún cautiva en nuestro idilio me comentó. - Joropo, espero que cuentes
por cada cabrilla un plenilunio, ojalá estemos juntos por siempre antes de
llegar a último lucero.
-Así será. Candelaria, quédate con las cayenas y mi amor. – Le dije
montándome en el rucio marmoleño.
Paso a paso el corcel se fue retirando hasta poder galopar, galopar y
galopar. Era a la distancia una figura centáurea plateada cabalgando hacia
Cachama; por momentos revivía la idílica entrega del amor inmaculado de
Candelaria, contemplaba las siete cabrillas en el firmamento convencido de no
jugar más mi suerte al azar. Le pedía a los ojitos de santa lucía que no
caminaran conmigo, que se quedaran fijos sobre Campoalegre, que estuvieran
pendientes de Candelaria, que en la noche no espabilaran un segundo. Quedé
viendo la luna, detuve el caballo y qué sorpresa la mía; como en un espejismo
aquella figura que se erguía en relieve era la mía y la de Candelaria, acostados
en el prado. Ojalá en los demás hatos y fundos de esta inmensa llanura
contemplen esa silueta que es la de un hombre y una mujer, unidos por el amor
como mandamiento divino.
Poco a poco nos fuimos acercando a Cachama. Debía llegar muy
silencioso para no interrumpir el sueño de don Benja, pues no es grato que
como visitante se llegue tarde a interrumpir el descanso de los dueños de casa.
“Se va ocultando la luna
Por detrás del potrerito,
Que lindo son los amores
Cuando uno esta solterito”.
Salió esta copla de la campechana de don Benja y agregó: - Caray
muchacho que vaina, esas mismas correrías las hacía cuando estaba
muchacho, cuando mi corazón era como el viento, corría buscando amores
hasta encontrarlos.
-Disculpe don Benja por llegar tan tarde, es que me iba perdiendo del
camino por el lado del caño La Tigra. – Interrumpiéndole.
-…Sea lo que sea, usted no me engaña, es mejor que durmamos y mañana
hablamos, ustedes los muchachos son traviesos. – Agrego.
Esa noche saqué de la maleta el chinchorro, el toldillo y la cobija, le quité
unos pedazos de rejos a don Benja y colgué.
-Si quiere dormir en el zarzo, hágalo, suba por esa escalera, arriba no hay
zancudo. - Me dijo don Benja.
-No tranquilo, ya colgué aquí en el corredor, con eso duermo fresco,
porque corre bastante viento.
-Bueno, hijo que duerma y que el Todopoderoso, le conceda lo que tiene
ahí guardado en el corazón. – Me dijo picarescamente.
Un poco cansado contesté. - Gracias don Benja.
Hacia las cuatro de la mañana me despertaron los pasos del hombre, estaba
con los huesos de punta como solía decir; tocaba traer agua del río para la
tinaja, para hacer el tinto y para el consumo diario. Mientras yo en un taparo
traía el preciado líquido, el viejo coló el tinto.
-Bueno mijo, toca ir al conuco a traer unos topochos.
Mientras caminábamos don Benja me decía: - Esta vida de trabajo en
nuestro llano se puede acabar; andan diciendo que por los lados de Marrero
hay hombres armados, que es la guerrilla; se suelen llamar los defensores del
campesino, los protectores de los indefensos, los únicos que pueden impartir
justicia. Pero que va, esos son cuentos de camino, porque un hombre de llano
no se debe meter en esas cosas, a uno no le queda tiempo para hacerle mal a
nadie, ni quiera Dios eso, hijo. Esa gente es mala, el palo ya no está para hacer
cucharas. Yo recuerdo que en la violencia de los años cincuenta, cuando
estuvo Guadalupe Salcedo aquí en el llano; la gente sufrió mucho, nos tocó
vivir en el monte, cocinar de noche, sufrir enfermedades por culpa de esa
maldita guerra. Ojalá esa gente armada no venga por estos lados, que nos
dejen en paz.
Mire un hombre como usted debe arrastrar los dedos con la peinilla talando
el conuco, cuando uno lo limpia arrastrando los dedos, el monte dura para
nacer; a no ser que esté trabajando en un potrero donde sólo se desmatona para
no cortar el pasto.
Cuando se va a sembrar en el conuquito los callejones deben tener
amplitud para que el viento circule, entre el sol y el agua a la pata de la mata;
al cortar un racimo de topocho, se debe limpiar dejando uno o dos retoños que
serán los que a futuro nos darán más comidita.
Otra cosa que debe aprender Joropo, es hacer su propio rancho; se debe
tener destreza para subir a una palma, cortar la penca y luego en tierra; rayarla
con la punta de la peinilla, abatanarla, zapatillar y acomodarla. La madera al
igual que la palma debe cortarse en menguante, la luna tiene sus secretos; debe
pelar las varas, acomodarlas de tal manera que no se tuerzan; hay árboles de
viento y otros deben ser de corazón; los horcones y tirantes preferiblemente de
abejón, de flor amarillo o algún otro palo duro.
Cuando usted vaya a parar una casa zapatilla y entierra los horcones, tiende
sobre ellos las soleras, descansa sobre las soleras los tirantes; luego sostiene
con madera la vara del techo y empieza a pegarle las varas de viento que son
el costillar, a estas a su vez se le amarran los nudillos para que el peso de la
palma no las arquee y finalmente arma las culatas. Luego se empalma
intercalando la pata y la cola de la penca. Se amarra o apuntilla; aquí en el
llano se amarra con bejuco, eso rinde bastante y no se pudre muy fácil.
Un hombre de llano sabe despresar una res y para estacar un cuero debe
tener de veinticinco a treinta estacas; pica un rejo y saca una buena
campechana, yo creo que de animales no necesita aprender mucho Joropo,
pues Efraín lo crio en esos trabajos.
En la tarde me dijo que nos tocaba cortar adobes, que necesitaba unos para
terminar de encerrar la cocina. Nos metimos en un hueco donde picamos tierra
sacando suficiente greda; se mojó, se le agregó estiércol fresco de ganado y
empezamos a batir la mezcla con los pies. Al verse bien compacto el barro se
encajona en la gavera; donde se pisa y aplana con la mano, luego se corta el
barro para despegarlo de la formaleta y se levanta la madera dejando dos
adobes marcados, que deben secarse al sol. Que trabajo tan duro, me dolía la
cintura y corría por mi cuerpo tanto sudor como si estuviera saliendo del río
Casanare, después de haber caído con ropa al agua.
En repetidas ocasiones me decía don Benja: - Uno debe estar preparado
para todo, imagínese que usted está con su mujercita y un vendaval le tumba la
casa, por aquí no se consiguen maestros de construcción, le toca a uno mismo
como todo un varón levantarla, porque no se puede dejar la mujer a la
intemperie.
Ah vida tan difícil, encontrarse uno con tan dura realidad. Tal vez así de
fuerte le tocó a mi tatarabuelo, a mi bisabuelo, a mi abuelo y a mi taita. Ahora
me correspondía a mí, no podía ser más débil que mis antecesores; debía ser lo
suficientemente fuerte, porque cuando lleguen mis hijos los que tendré junto a
Candelaria; deben sentir orgullo de la fortaleza de sus padres; una familia de
trabajo, de resultados, de progreso y echada palante.
Esa noche don Benja, después de haber cenado, me contó de su infancia,
de su juventud; lo que más recordaba fue una vez que se fueron de cacería, se
metieron medio día montaña adentro en busca de dantas. Ese día llovió tanto
que perdieron la pica por donde habían entrado, por estar detrás de una que
lograron tirar con un rifle; caminaron casi hasta oscurecer en la montaña sin
rumbo fijo. Cuando ya se cercioraron que estaban perdidos, abandonaron la
carga y empezaron a andar más rápido buscando salida hacia la sabana;
oscureció y les tocó dormir en las aletas de una ceiba, en donde además de
protegerse de los zancudos se resguardaban del fuerte invierno que cayó toda
la noche. El otro día una vez salió el sol, se orientaron y pudieron salir a la
sabana casi a las tres de la tarde. Ya los demás vecinos se aprestaban para salir
a buscarlos.
-Joropo Dios lo bendiga y que duerma, debe estar cansado.
-Igualmente don Benja, que descanse. – Le dije entre dormido.
Esa noche dormí tanto que no pude pensar en nada más que me desvelara;
la jornada del día había sido extremadamente agotadora.
Después del desayuno, mientras rajaba leña, don Benja siguió con su
discurso de experiencias, me habló de cómo tumbar un árbol, cómo usar la
hachuela para sacar una canoa o poder hacer de tabla un bongo de esos que
suben por el Casanare desde Cravo Norte, pasando por puerto Rondón hasta el
Puerto San Salvador, trayendo mercado; cuando bajan llevan plátano, pluma
de garza y pieles.
También me explicó cómo labrar un pilón en forma de copa, cómo labrar
la mano del pilón.
Me enseñó a contar las cabañuelas. El primero de enero es el espejo del
año; luego empieza a contar el día dos corresponde a enero, el tres a febrero, el
cuarto a marzo y así sucesivamente hasta que el día trece corresponde a
diciembre; luego se regresa, el día catorce vuelve a ser diciembre, el quince es
noviembre, el dieciséis es octubre, el diecisiete es septiembre, hasta llegar al
día veinticinco que es enero nuevamente. Cómo cada día corresponde a un
mes del año; entonces si ese día está nublado o llovizna, quiere decir que ese
mes es invernizo; si el día es soleado, quiere decir que el mes es veranoso;
usted conoce el tiempo, sabe cómo va a estar ese año; en qué mes llueve y en
que mes no. Es el mejor indicador para predecir el tiempo aquí en la sabana.
Con muchos consejos como de padre a hijo, don Benjamín quiso dejar en
mí la experiencia que acumuló a través de los años. Con dos anzuelos que sacó
de la palma nos fuimos a pescar al Casanare.
Un poco precavido, tiraba el anzuelo lejos con el ánimo que no se me
enredara en algún caramo y me tocara chocarle al agua turbia que bajaba,
mientras don Benja lo tiraba corto en los remansos arriesgando perder el
anzuelo enredado en algún palo por debajo del agua.
-Siempre debes estar presto a servir y en paz con el prójimo hijo; este
mundo es tan pequeño que en el peor momento uno necesita de su semejante.
Aún más, este mundo es un pañuelo, usted no se puede salir de el por más que
camine y camine. Recuerda que siempre vas a encontrar a gente que piensa
diferente pero es natural; que tal que todos pensáramos lo mismo, pues
seguramente estarían todos aquí pescando con nosotros. Es importante la
pluralidad; es decir, que cada uno piense lo que sea; pero sus hechos no deben
lastimar el derecho de su vecino. Eso también es respeto.
Yo deseaba que don Benja se callara un momento, pues pensaba que
mientras él hablara, se hacía mucho ruido y los peces no tendrían en cuenta
ese costado del río para acercarse. Y así fue, toda la tarde tiramos los anzuelos
sin pescar una arenca. La suerte ya estaba echada, nos tocaría comer otra vez
pisillo de chigüiro con topocho cocido y un pocillo de tinto de sobremesa.
Cuando ya oscurecía venía río abajo un bongo con su carga de plátano,
pieles y pluma de garzas, del Puerto San Salvador. Sus ocupantes metían
canalete y palanca para guiar la embarcación río abajo hasta llegar a Puerto
Rondón; canaleteaban apresuradamente como si alguien estuviera
persiguiéndolos. Y, evidentemente era la noche que se extendía con su velo de
azabache sobre la faz del río haciendo cada vez más difícil divisar los troncos
que se escondían bajo el agua con peligrosas puntas capaces de perforar una
tabla con la que construían las embarcaciones, que transitaban impetuosas por
el río.
Sin más que nuestros anzuelos mojados, regresamos a la casa, en donde
calentamos lo que había quedado del almuerzo y nos apresuramos a
acostarnos.
-Hijo, que mis consejos no se los haya llevado el viento. Aquí están las
riendas que necesita.
-No don Benja, siempre los tendré en mi mente, quiero ser un hombre de
bien, muchas gracias por todo - contesté.
Muy de mañana y después de tomar tinto monte mi caballo para regresar a
Las Pampas. Con recados de añoranza y mil consejos cotidianos, estaría
dispuesto a enfrentar la vida; para que esta no se me impusiera en el derrotero
a seguir, ya que si me encontraba sin rumbo trataría de imponerme el destino
del azar.
Retozón y con sincronización repicaban los cascos del rucio marmoleño, al
pasar nuevamente por el Guafal, para luego coger los bancos de sabana del
hato El Danubio; en donde varias manadas de venados caramerudos, color
madera envejecidos, danzaban bellacamente; interrumpiendo a los patos
güires, que se levantaban en manadas, con un graznido ensordecedor de güire,
güire, güire.
Al latir los mastines, mi mamá se percató que ya estábamos llegando al
paradero. Antes de bajarme del caballo me dijo: - ¡Mijo, estábamos muy
preocupados! creímos que le había pasado algo.
-No, aquí estamos gracias a Dios. – Respondí.
Con mucha preocupación continuó. - Es que por aquí llegaron los rumores
que al otro lado del río la cosa está muy fea, que llegó la guerrilla por los lados
de Marrero, que el que no está de acuerdo con lo que ellos dicen le toca dejar
el hato, ganado, caballos, gallinas, sabuesos y todo.
-Eso me contó don Benja, pero usted sabe mamá que los llaneros no
tenemos corazón y tiempo para hacer maldades. – Contesté tratando de
tranquilizarla.
-Sí mijo, eso es cierto, pero violencia es violencia, y el que tiene las armas
intimida, sobreponiendo lo que quiere. Ya le he contado cómo nos tocó de
duro en la violencia de los cincuenta, yo estaba pequeña y me tocó pasarla en
Hato Corozal, allí nos refugiamos de la chusma que cada vez hacía más y más
maldades sin compasión alguna. Esos fueron tiempos de mucho dolor y
sufrimiento y no se los deseo a nadie, menos cuando se tienen muchachos
pequeños, uno en fin aguanta, pero un niño no sabe de guerra, lo que quiere es
comer y jugar.
-Bueno mamá, pero eso no va llegar por acá, tampoco nos escandalicemos
tanto.
-Eso inicia así, salen uno, dos o tres hombres; engañando incautos por ahí
en el campo y después que se hacen a la vida fácil, a tener dinero y
emborracharse sin tener que trabajar, muchos muchachos se meten a eso a
hacer daño. Efraín está muy preocupado por don Luis Corredor, Bárbara,
Candelaria y los demás trabajadores de Campoalegre, ellos están muy cerca de
Marrero y pueden hacerle daño a esa gente trabajadora. Hasta secuestrarlos si
no les dan lo que ellos piden. Usted no ha visto nada hijo, todo eso se vivió en
la guerra pasada; muchos dueños de hatos los retuvieron para quitarles todo,
hasta que los dejaron limpios y los que no quisieron darles nada les tocó salir a
los pueblos, dejando a merced del que llegara, del que quisiera hacer de las
suyas, eso le tocó vivir a los del hato Machadero, el de Pedro Delgado y
muchos más. La guerra no tiene compasión de nada ni de nadie, ella no se fija
si usted tiene que sudar la frente, a ella lo único que le interesa es acabar con
lo que hay, dejar reinando el desorden y la impunidad.
Aún dialogábamos con mi mamá cuando de pronto llegó Moncho a la
caballeriza e interrumpió la charla, añadiendo que él había escuchado que ya
le estaban robando ganando a don Luis Corredor del hato Campoalegre.
-¿Cómo así Moncho? ¿Quién le dijo eso? - Pregunté
-Pues no me lo crea, esos rumores lo comentaron unos vaqueros que
venían del otro lado del río.- Contestó
-O sea que el problema está más cerca de lo que pensaba.- Repuse.
-Sí, eso avanza como gangrena. Hay que avisarle a don Luis, para ver que
se hace. Se le debe informar al corregidor de Puerto Rondón, o a las
autoridades en Tame, a ver que medidas se toman.
-Caramba, qué cosa tan fregada - replicó mi mamá. - Se dañó la paz y la
tranquilidad con que vivimos en estas tierras, ya le da miedo a uno hasta ir a
buscar un cachicamo o un venado para comer. Cuando laten los sabuesos de
noche me parece que escucho pasos, que es esa gente por aquí, yo no duermo
tranquila; al menos ahora el río está hondo y no tienen paso, pero imagínese en
el verano, cuando se seca tanto y por cualquier lado cruzan el río.
Interrumpiendo la charla me fui a bañar el caballo al río. Repasando en mi
mente una plegaria de protección por Candelaria y todos los que Vivian en
Campoalegre; para que los malvados y violentos estuvieran lejos, muy lejos de
las sabanas, que no interrumpieran la paz y tranquilidad que se vive en los
llanos; que sobre este terruño solo existen hombres y mujeres con el deseo de
trabajar, de estar ocupados todo el día en los quehaceres, para luego descansar
en la noche en un solo sueño; que aquí es una ley del llanero darle la mano al
que llega; la tranquilidad que se vive y respira, sea interrumpida solamente por
los aguaceros que caen en el mes de junio y julio, o por los truenos de octubre
que siempre estremecen el llano.
Mi papá, pendiente de don Luis Corredor y su familia, propuso el próximo
fin de semana para ir a Campoalegre, con el fin de recomendarle si era
necesario pasar parte del ganado hacia las sabanas del Casanare, para evitarles
posibles saqueos de la guerrilla. Pensaba decirle que si era posible sacara la
familia a Tame, en donde podía comprar una casa para tenerla lejos del peligro
de los vándalos.
-Evitar no es cobardía, - repetía frecuentemente. Es mejor prevenir que
curar. Pienso que con estas alternativas podrá evitar dolores de cabeza más
adelante; Dios no lo quiera, si en alguna eventualidad esos vándalos se acercan
al río, nos iremos inmediatamente hacia Hato Corozal, allí nos estaremos hasta
que pase el peligro. Creo que el gobierno ya está tomando cartas en el asunto,
para no dejarnos a merced de quienes expanden el terror por el campo y
veredas colombianas.
Yo recordaba con mucha atención los consejos que me dio don Benja,
coincidía en todo con mi papá; que esta era una tierra de paz y trabajo.
Ah malhaya el que se inventó la guerra, quizás en ese entonces no había
nada que hacer, la gente estaba tan desocupada que solo dedicaban el tiempo
para pensar en hacer el mal al prójimo, dañar la naturaleza y sembrar rencillas
en los corazones. Al parecer nunca habían amado, ni tratado de entender a sus
semejantes; hay quienes piensan y tienen opiniones diferentes a las nuestras,
es una diversidad de ideas respetables; pues cada cabeza es un mundo.
Moncho que se veía un poco retraído por tantas cosas que se comentaban,
salió a dormir y me fui tras él. Después de un rato de silencio comentó:
-Mano, hubiese preferido que la bolefuego me hubiera llevado aquella
noche que me salió, para no oír tantas cosas que comentan ahora. Ese día me
cogió la noche en Cunabiche estaba de enamorado, esas muchachas son muy
bonitas; yo venía más tranquilo y contento que un malario matando cucas;
silbandito y tarareando uno que otro pasaje, cuando de pronto se empezó a ver
claro. Pensé que era la luna que venía saliendo a mis espaldas, pero la claridad
avanzaba muy rápido y el caballo empezó a relinchar y a correr; los pelos se
me pusieron de punta, no sentía el sombrero en la cabeza, me daba miedo ver
para atrás. De pronto se me apareó por el lado izquierdo; era una bola de
candela, en el centro se veía como el rostro de una mujer, con una nariz y
quijada bien puntuda, las llamas parecían ser como una cabellera bien larga
tratando de envolver la horrible cara. A veces se apagaba repentinamente y se
volvía a encender apareciendo por el lado derecho. Yo lo único que hacía era
pedirle a Dios que no me fuera a dejar llevar de ese espanto, -¡Dios mío
ayúdame!, ¡ayúdame!,- ya no sabía para donde iba, porque cuando se prendía
y apagaba repentinamente me dejaba encandelillado; eso duró más o menos
una hora que el espanto me acompañó. Cuando definitivamente se fue estaba
en un barzal del que no podía salir, la noche estaba muy oscura y me tocó
pernotar, hasta las cinco de la mañana pude orientarme y buscar el camino.
Tres días después estábamos listos para ir a Campoalegre. Cuando
llegamos a la costa del río nos enteramos que esa noche había crecido y se
había reventado el lazo que amarraba la canoa. ¡Malaya la suerte de la curiara!
Iría río abajo después de habernos servido tanto. Se llamaba la canoa del
recuerdo, pues en ella remontamos varias veces desde Cachama y Rondón las
remesas que se necesitaban en Las Pampas; ella también era testiga muda de
las alegrías con que regresaba de Campoalegre después de visitar a Candelaria.
El rucio marmoleño también notó la ausencia y con su mirada río abajo
despidió esa parte de su vida, que en noche oscura partió con canalete y
palanca para más nunca volver. Qué vaina, no podíamos cruzar el río a solo
nado con los caballos, la suerte ya estaba echada; nos tocaba esperar mientras
se hiciera una balsa que nos permitiera sobreponernos a esa dificultad. Esa
noche se me hizo muy larga; esperaba el primer canto del gallo para
levantarme y poder tomar el camino nuevamente, que por cosas del destino no
pudimos recorrer el día anterior.
En la mañana siguiente muy temprano me puse mi sombrero; tomé el
poncho engalanado con flores de cayena, esas que dibujé alrededor de las
manchas de sangre que pinto el amor y con la bendición de Dios emprendimos
nuevamente el camino. Cruzamos el río pasando uno a uno los caballos, los
volvimos a aperar y nos centramos en los bancos de sabana de Campoalegre.
Cuando llegamos sobre los esteros del Jobal encontramos al indio Gonzalo
que echaba una travesía.
-¿Qué pasó Gonzalo para dónde va? - Preguntó mi papá.
El indio un poco asustado le contestó: - Don Efraín, yo venía de Rondón,
cuando me encontré unos jinetes que venían armados, eran como unos
cincuenta hombres; me dijeron que eran de la guerrilla, estaban recorriendo
todos los hatos y fundos de estos territorios; que debíamos cooperar con ellos,
puesto que eran la única ley que había por aquí, el que no estuviera de acuerdo
con ellos se tenía que ir, dejando ganado, bestias y todo; los otros hombres que
los acompañaban se habían ido para Campoalegre, a ver cuál era el problema
que estaba poniendo mi patrón don Luis Corredor; porque no les había querido
mandar plata, que ellos ya le habían pedido dos veces, ahora que se atuviera a
las consecuencias. ¿Se imagina don Efraín? Quien sabe que diabluras harían
en la casa.
-¡Dios mío, Gonzalo! ¿Luís estaba en Campoalegre, cuando usted salió?
-La verdad, don Efraín escuché que de pronto él iba con doña Bárbara a
Tame, a dar las vueltas para conseguir una casa y sacar las mujeres, que en el
hato solo nos quedaríamos los hombres, mientras la cosa se compone un poco,
pero yo salí de la casa hace dos días y me quedé en Rondón, entonces no sé si
ellos estaban o no.
Muy preocupado mi papá soltó la rienda al caballo y dijo: - Vamos para
Campoalegre, nos toca llevar los revólveres a mano. Si no son muchos los
enfrentamos, ahora si son bastantes, tiramos las armas a un matorral sin que se
den cuenta.
-Yo no tengo arma - repuso Gonzalo.
-No se preocupe, guarde este treinta y ocho corto, que yo con el largo me
defiendo, - Dijo mi papá.
Tomamos camino hacia el hato con la esperanza que todos estuviera bien:
Candelaria, don Luis y doña Bárbara. Ojalá estuvieran en Tame dando las
vueltas de la casa. De vez en cuando habría el poncho y contemplaba las flores
de cayena que había dibujado, tratando de identificar cuantos pétalos había
pintado el amor y cuantos los había hecho el pincel con mi mano. Recordaba
paso a paso mis andanzas en noches de plenilunios por estos caminos, con el
corazón rebosante de alegría, de pasión y afecto por el amor que me había
deparado la vida.
Atardecía y empezó a guardarse por detrás de la cordillera andina el sol;
extendiendo débiles tentáculos que parecía mezclarse con una veta morada
azulosa que se levantaba por encima de los árboles, colocándose cada vez gris
oscura anunciando los primeros vestigios de la noche.
Divisamos sobre los árboles de la casa una veta de humo que se levantaba
muy alta.
-¡Dios mío! ¿Qué pasaría?- Preguntó Gonzalo.
Yo no podía hablar, sentí por mi cuerpo un extraño escalofrío, casi
perdiendo la conciencia, hinqué los talones al caballo, apresurándome a llegar,
para conocer a primera mano qué había sucedido.
-¡Espere Joropo, espere!- gritaba mi papá - pueden matarnos, hay que tener
prudencia, confiemos en Dios que todo está bien.
Avanzamos cautelosos. No se sentía ruido de gente, ni perros que latieran.
En la caballeriza no se veían caballos amarrados, ni se vislumbraban rasgos
que persona alguna estuviera, ni debajo de los árboles frutales, tampoco en el
jardín; solo humeaban los horcones de lo que en otrora época fue vivienda.
Al cerciorarnos que definitivamente no había nadie, después de rodear la
casa a prudente distancia, nos acercamos por el lado del corral; allí
encontramos que por la talanquera, había rastros de varios hombres, por el
pisoteo de los caballos y de los jinetes que dejaron sus huellas en la arena
húmeda de la corraleja. Amarramos los caballos en la empalizada y nos
dispusimos a recorrer el patio; a través de unos naranjos sólo veíamos unos
palos de corazón que humeaban. Todo lo habían incendiado, cocina,
caballeriza, casa y chiqueros de marranos. Se había quemado la casa con todo
lo que tenía adentro: ropa, camas, muebles, herramientas. Ya todo era ceniza,
destrucción, terror y melancolía. Reinaba un silencio sepulcral que incluso
marchitó con el calor de las llamas, los árboles de naranjo, mandarinos y
muchas de las cayenas que adornaban el vivo jardín florecido; que por tiempos
fueron un edén en plena sabana.
-Gracias a Dios no hay muertos - comentó papá.
-Eso estaba pensando- repuso Gonzalo.
-¿Pero dónde está la gente, dónde está Candelaria? -pregunté.
-Seguramente se fueron para Tame, a buscar la vivienda, en donde van a
vivir las mujeres, - manifestó Gonzalo.
-A mí me late el corazón que todo está bien, dijo mi papá - esa gente del
demonio, esto es lo que vienen a hacer; a sembrar el terror, a interrumpir a los
que a diario nos la pasamos trabajando a sol y agua.
Decidimos partir para Tame, a ver que razón encontrábamos de la familia
Corredor. Teníamos la firme esperanza de encontrarlos a todos con vida. Una
vez pasamos por los lados de Rincón Hondo, nos encontramos a don Luis y
doña Bárbara que regresaban a caballo y de cabestro traían una mula cargada
con remesas para el hato.
-¿Y eso qué vientos los traen por aquí? -preguntó don Luis.
-Sucedió una calamidad- repuso mi papá. La guerrilla incendió en hato de
Campoalegre, nosotros nos preocupamos y veníamos a ver si los
encontrábamos.
-Dios mío ¿y Candelaria, Efraín? ¿Mi muchacha dónde está?-preguntó
doña Bárbara de un grito.
Don Luis, soltando la rienda del caballo y agarrándose la cabeza, replicó:
-Dios mío ¿porque me sucede esto a mí? Que se lleven todo el ganado que
quieran, pero a la china no.
-Nos toca ir a buscarla - repuso mi papá. Debemos ir a Tame, para hablar
con el cura y las autoridades.
-¡Yo iré a buscarla solo!
Le hinqué los talones al caballo, di la vuelta y empecé a correr, rumbo a
Campoalegre, a seguir la ruta por donde se habían ido los vándalos.
Corrí sin escuchar los gritos de mi papá, don Luis y de Gonzalo quienes
me decían que los esperara, que no me fuera solo, que me podían matar. Corrí
tanto que en poco tiempo ya estaba en Campoalegre. Revisé el trillado por
donde se habían ido, llevándose parte de mi vida, a Candelaria. Decidí
continuar corriendo, el caballo saltaba pajonales desbocado, como si le huyera
a la muerte; sentía que el viento iba en la misma dirección de nosotros, que
nos impulsaba, como un eterno aliado que coadyuvaría a encontrarla.
Enceguecido en la persecución, el caballo se enredó en una cola de mocho,
caímos dando bote caballo y jinete. El corcel tembloroso, sudoroso y botando
espuma por la boca, quedó echado sin poderse levantar. Quedé un poco
atontado del golpe, pero enviaba suspiros en cada ráfaga de viento que pasaba,
tratando de alcanzar a Candelaria en la infinita llanura.

SEGUNDA PARTE

Con el propósito de protección se formó un refugio de familias que


cruzaron el rio para ubicarse en las sabanas del departamento de Casanare,
desde Puerto Colombia hasta Hato Corozal. Cada labriego pasó a su esposa e
hijos; además, los enseres indispensables para subsistir, protegidos en ese lado
por las crecientes del río. Aún las personas que tenían ganado, lograron
trasladar atajos tras de atajos, para ponerlos a salvo del abigeato.
Don Luis Corredor logró pasar unas mil quinientas reses. Junto al indio
Gonzalo, pastoreaban los rebaños, para que no se perdieran entre los demás
ganados las crías que aún no se habían herrado; cada mañana salían a caballo
llevando consigo el pollero repleto de tajadas y carne frita para sosegar el
hambre, hasta que el sol se pusiera nuevamente en el ocaso.
La vida había cambiado de la noche a la mañana. Ya no se respiraba la paz
ni la tranquilidad que desde antaño habían vivido los viejos llaneros, la
zozobra de que en cualquier momento una persona fuera objeto de retención o
asesinato les llenaba de pánico cotidianamente.
Algunas familias de Cachama que eran bastante numerosas, vivían solo del
jornal, no tenían ganado ni muchas cosas de qué echar mano. Se pensó
entonces que se debían sacrificar reses para repartirlas a las familias más
grandes, mientras que los hombres y los muchachos que pudieran trabajar
llano, prestaran sus servicios de vaqueros o campovolantes. Los que no
supieran lidiar con un animal, se dedicaron a realizar trabajos en los conucos;
había que talar rastrojos para sembrar maíz, arroz y topocho.
El Guafal, fue el caserío en donde más se refugiaron familias. Hasta
cincuenta personas vivían en ranchos pequeños, los chinchorros se veían tan
pegados los unos de los otros que parecían un matorral tejido por donde
difícilmente pasaba una persona.
-Esto está muy complicado - comentó don Benjamín que también había
pasado a este lado del río huyendo de la violencia.
La gente en el Guafal está aguantando la vivita hambre, se ve montonera
de gente en ese caserío. Allá no se consigue café ni sal, hubo que traer de
Puerto Rondón en un bongo que venía subiendo. A esa pobre gente hay que
regalarle unas reses para que al menos se acuesten cenados. Los niños lloran
mucho menos mal que se ha puesto a secar bastante cocuma de plátano, para
darle con un poquito de leche. Hace como dos días, parieron tres mujeres;
imagínese eso, más gente, más bocas que piden comida, esos niños lloran
mucho y sin poderles dar una pastilla que los calme, porque de dónde diablos
se puede sacar un medicamento en estas lejanías. Aquí si estamos a la
misericordia de Dios, menos mal que se consigue hierba mora, mejorana,
hierbabuena, poleo y mata ratón hasta para aliviar una fiebre de esas que
suelen dar.
-Si, deben estar muy enfermos; hay una epidemia de tosferina que está
atacando los pequeños - Manifestó el indio Gonzalo. - Las mamás les dan
seno, hoy lo único que se les pudo dar de más fue agua panela con leche. Vi a
un niño muy débil hacia el mediodía, los ojos vidriosos y una mirada
somnolienta.
-Dios quiera que soporte esta situación, aquí le toca a uno revestirse de
coraje, de ánimo de vivir y hacerle frente a la vida. – Comenté quedamente.
Gonzalo frunciendo el ceño expresó - Pero chico, un niño a esa edad no
piensa nada, lo único que desea es comer y dormir; ellos no están pensando en
guerra ni en hombres armados, no saben de odio, de rencores, ni de robo de
ganado; aún más no les embarga el miedo que nos azota a nosotros cuando
salimos de a caballo, de encontrarse a alguien que le va a hacer daño, ellos no
piensan eso. Lo único que les preocupa es comer y nada más.
-Que cosa, dichosos ellos que al menos pueden dormir, aunque con
hambre. – Le dije.
En la madrugada se escucharon unos lloridos de la señora Rosa Velandia.
Decía que no lo podía creer, pues su niño Víctor David, yacía pálido
acostadito en el chinchorro.
Gonzalo comentó un poco apesadumbrado: - Se los dije anoche, que había
visto ese niño muy mal.
-Caramba, Gonzalo y sin nada que pueda parar esa epidemia de tosferina,
hay que darle creolina en leche a ver si se combate esa tos.
A los niños más grandes se les puso un parche de caraña en el ombligo,
para evitar que se helaran. Esa era otra ñara que le resultaba al cojo. Porque
con unos niños que se enfermaran de esto, tocaba seguir enterrando
muchachos; cuando hay un muerto por aquí, toca alejar a los niños que aún no
comen comida de sal; porque de los cadáveres sale un helaje, que fácilmente
se le prende a un pequeño, ese helaje se le penetra en el cuerpo, no comen, el
color de la cara se vuelve amarillento, empiezan a perder fuerza y peso, ese
hielo es como una maldición que paulatinamente acaba con la vida de su
víctima. El único remedio para alentar un muchacho es agarrándolo y
metiéndolo en la panza de una vaca recién muerta hasta el cuello. Como las
entrañas de la res aún están calientes, el calor hace sudar al niño, hasta que
vuelve a botar ese hielo de muerto. Eso sí, salen untados de bosta de ganado,
se limpian con un trapo húmedo y no se bañan hasta que el sol esté bien
caliente, ojalá con agua de mata ratón y cordoncillo. Ese es el mejor remedio.
Mientras mi papá cortaba unas tablas de cedro para hacerle un cajoncito al
bebé muerto, se adecuaron dos mecheros de petróleo para alumbrar el cadáver.
Unas mujeres le chocaron a la cocina a hacer tinto, mientras que las más
viejas, trenzaban unas coronas con ramas de mirto y flores blancas.
Esa noche fue de velorio. Reinó el silencio y una que otra charla que se
escuchaba de personas recostadas a los horcones de la caballeriza.
Temprano nos apresuramos con Moncho a abrir un hoyo cerca del cañaote,
para sepultarlo. A barretón y pala en una hora y media habíamos abierto un
hueco de tal manera que ya nos tapaba.
-Ya vienen con el angelito muerto. - Me dijo Moncho Saliendo del hueco. -
Replane bien la tierra, de tal manera que el ataúd quede bien nivelado
-No - repuse- debe quedar un poco más alto del lado de la cabeza, de esa
forma descansa mejor el cadáver.
-No mano, uno ya muerto no siente nada, que cuento de descansar, eso uno
se murió y se acabó - me dijo.
-Pero he oído que uno puede resucitar si en esta vida hizo las cosas bien,
sin hacerle mal a nadie, uno se levanta nuevamente y se va para el cielo o para
el infierno si fue muy malo en esta vida.- Agregué.
-Eso dicen; pero yo no sé, qué pasa con este cuerpo, si se levanta después
que los gusanos se lo hayan comido. – Acoto frunciendo el ceño.
- De todas maneras ese es un angelito, ya Dios lo tiene en la gloria y el
cuerpo debe quedar de tal manera como si tuviera una cabecera, debe
descansar, ya que la tosferina no tuvo compasión.
Cuando se fue a enterrar, mi papá abrió el cajón para que doña Rosa y su
familia le dieran el último adiós. Me di cuenta que le habían dibujado unas
alitas de ángel y le habían colocado en la cabeza una aureola también de papel.
Era un angelito en cuerpo pero sin alma. Víctor David, ya estaba en el cielo,
estaba en el ataúd boca arriba, con sus manitas sobre el pecho, el cuerpo estaba
en sentido de adoración a Dios, por el regocijo de que su alma ya estaba en el
cielo, tocaba hacerle la réplica de un ser celestial que quizás ya entonaba
melodías angelicales.
El ataúd fue cerrado y se bajó con unos lazos; poco a poco se le empezó a
tapar con tierra, las mujeres y en especial la mamá lloraba mucho; echaban las
flores y las coronas al hueco. Los hombres un poco más resistentes al llanto,
recogían manotadas de tierra y las tiraban encima del cajón; en poco tiempo se
le hizo un arrume de tierra y se le colocó una cruz de madera. Allí reposaría
Víctor David por la eternidad.
Después del sepelio se continuó analizando la situación.
-Compadre, una cosa que he visto es que hay una caza indiscriminada de
chigüiro, por todos lados se ve cardume de gente maceteándolos- comentó don
Luis Corredor.
-Sí, replicó mi papá, - Lo difícil de todo es que ante una situación de esta,
uno viendo a su mujer y a sus hijos aguantando hambre, alguna cosa busca
para comer; gracias a Dios en este sector, la tierra nos deparó bastante carne
para comer compadrito.
-Por los lados del Guafal había manadas completas de este animal y ahora
no se consiguen ni para un remedio. Hasta a los pequeños los mataron. –
Agregó don Luis.
-Bueno eso sí está mal, hay que decirle a la gente que mate los grandes y
preferiblemente los machos, las hembras hay que dejarlas para que se
reproduzcan y los pequeños hay que dejarlos crecer. Según cuentan botan los
cueros al rio Casanare, porque la fetidez es mucha por todos lados, al menos
en el río los caribes despedazan esas pieles. Ahora ya no botan ni los huesos,
eso lo despresan como marrano, lo único bueno es que no desperdician nada.
-Hay que hacer conocer de esta situación a las autoridades en Tame y en
Hato Corozal. Esto no puede seguir así, porque se acaba la fauna. Después se
continuará con el ganado y bueno, quien sabe en que vaya a parar esto.
Hay que decirle a la gente, que la cacería debe ser en orden y de acuerdo a
la necesidad de cada uno, que si alguien mató un venado, o un chigüiro o sacó
algún pescado; se debe compartir, porque mañana el vecino puede cazar algo y
entonces le da la mano vuelta, no estamos para sacarnos los ojos los unos con
los otros, debemos ser solidarios.
En las noches nos sentábamos en las varetas del corral a escuchar las
retahílas y los versos de improvisadores, que salían como arroz para tungo,
hasta el más pendejo a veces salía con versos a flor de labio y no lo paraban a
las buenas. Se escuchaban cuentos de casos que sucedían en el llano y otros
que les habían escuchado a los abuelos desde épocas remotas.
Entre los cuentos más curiosos que se oían fue el de por qué a las primeras
noches de casado, se le llamaba luna de miel.
“Desde las épocas más antiguas,
Cuando los días ni los meses tenían nombres.
Se contaba el tiempo por los cambios de luna.
Y los papás decidían desposar a sus hijos.
Entonces como Vivian en zona desértica y
Tienda de campaña.
Bendecían la nueva familia
Y les permitían alejarse de la
Tienda por un cambio de luna.
Durante esos días, para
Reforzar la actividad sexual, en
Especial la del hombre, le echaban
En cuernos miel de abeja,
Para que comieran durante
El tiempo que estuvieran solos;
Garantizando fertilidad en la nueva familia.
Por eso llamaron luna de miel.
Algunos otros cuentos como el caballo cascos de oro crin de plata; Juan
Hilario y El Silbón; formaban parte del entretenimiento nocturno.
Don Luís tuvo conocimiento de una comisión que había salido de Tame,
integrada por el sacerdote, el personero y unos defensores de derechos
humanos; con el fin de tener contacto con el grupo armado y realizara
gestiones humanitarias, tendientes a la liberación de Candelaria. Debían
internarse en la selva por los lados de Marrero, tratando de encontrar algún
contacto con la guerrilla. Doña Bárbara que ese día se regresó a Tame a
colocar la denuncia, era la encargada de buscar la liberación.
-Joropo, todo va por buen camino, a don Luis Corredor seguramente le van
a pedir unos riales por liberar a Candelaria. - Comentó Moncho.
-Así pidan todo el ganado que quieran, si les hace falta convenzo a papá
para que nosotros le colaboremos, ahora lo importante es tenerla a nuestro
lado. - Contesté.
Un poco pensativo agregó Moncho: - En esta vida ya todo es plata, hasta la
guerra; porque retener a una persona para pedir dinero por su liberación,
amparados en la guerra, quiere decir que es un negocio o lo que comúnmente
llaman una empresa. Claro, una empresa malvada, porque se fortalece con
recursos del abigeato, del chantaje y la extorsión. Algunos dicen que en la
guerra todo se vale; pero hay reglas y deberían respetarlas quienes están ella.
- Lo único que quiero es que ella esté libre, imagínese a esa muchacha a
donde la tienen, en esas selvas; llevando pico de zancudo, corriendo de un
lado para otro, sin tener paz ni tranquilidad, porque uno debe andar
preocupado que en cualquier momento lo maten. Y pa más mujer, si fuera un
hombre aguanta; pero ella, que don Luis ni la sacaba a la sabana. Moncho, si
pudiera hablar con algunos de ellos, le pediría que me canjearan por
Candelaria, yo soy capaz de quedarme con ellos, mientras se paga el rescate,
pero que no la tengan a ella.
-A ella la liberan prontico, usted ya escuchó lo de la comisión que
integraron en Tame, para buscar su liberación, ahí va el sacerdote el personero
y los defensores de los derechos humanos, a esa gente le encomendaron la
misión y no descansaran hasta lograr la liberación; lo único es que don Luis
debe tener los riales listos para pagar, porque esa gente necesita plata para
seguir haciendo maldades y lamentablemente toca dársela, toca pagársela.
Al cabo de unos cinco días se tuvo noticias de Candelaria. La comisión que
realizaba las gestiones humanitarias, había tenido contacto con el grupo
armado que la había retenido. Estaban dispuestos a liberarla una vez don Luis
Corredor, entregara una cuantiosa suma de dinero, que no se quiso comentar
por razones de discrecionalidad. Debía entregarse en efectivo el dinero, para
que luego la entregaran a la comisión humanitaria en alguna de las fincas de la
región.
Todo se programaba para que saliera bien. Don Luis vendió un ganado
rápidamente en Hato Corozal, todo bicho que moviera cola salía uno con otro,
lo importante era tener el dinero que se necesitaba.
-Ganado y plata se consigue trabajando con honradez nuevamente, eso en
fin es material, pero la vida de mi hija, no tiene precio; Bárbara ya se me está
enfermando a causa de este problema. - Afirmó don Luis.
-Deben dejar esa muchacha en Tame tan pronto la liberen. Hay que hacerla
ver de un buen médico, después de tantos días en el monte sin estar
acostumbrada, quizás mal alimentada; el trato que esa gente le da a los
secuestrados no es el mejor, entonces hay que sacarla unos días para que
cambie de ambiente, que olvide todo ese trauma que le ocasionaron. -
Comentó mi mamá.
-Eso mismo piensa Bárbara, ella dice que mejor es que nos vayamos a
vivir a Tame, que ya en estas sabanas no se puede sentir uno a gusto. Después
de haber nacido y criado en esta llanura, escuchando las mirlas y turpiales;
después de haber percibido el olor a tierra mojada y las fragancias sabaneras;
tener que salir por la puerta de atrás es muy duro. – Escuché de don Luis
Corredor.
Para el día indicado de la liberación todo estaba de colorido. Los más
viejos se quitaban el sombrero y se echaban aire en la cara. Se habían
preparado unos cincuenta caballos para los que quisieran ir al encuentro de
Candelaria con la libertad, las mujeres hacían rápidamente chicha y se fue
preparando el asado de mamona que no faltaría.
Don Luis pidió que no se hiciera fiesta, que solo se diera un almuerzo para
todos los que estuvieran presentes, que cada familia fuera y comiera hasta que
se le parara el ombligo; que no se colocara música, que fuera un acto de
regocijo y compartimiento con todos.
Yo, pendiente de ver a Candelaria, me coloqué el sombrero bajando un
poco la aleta del mismo, para que ella pudiera ver la crineja de oro que lo
engalanaba.
El poncho con los pétalos de cayena reposaba en mi cuello con las puntas
descolgadas por encima de mi pecho. Así tan pronto ella las observara, estaría
convencida que a pesar de estar lejos, separados por el destino; siempre llevé
dentro del pecho y sobre él, las huellas inmaculadas que dibujó el amor en
plenilunios.
Esa mañana el sol incandescente anunciaba en su titilar que se levantaba
orgulloso, porque quizás no veía insomnios ni corazones confundidos por la
soledad aterradora que genera la retención en contra de la voluntad de una
persona; por la desfachatez de quienes queriendo defender a los humildes,
terminan generando terror a sus semejantes.
La comisión partió llevando consigo un dulce de papaya, unas hojas de
mañoco y agua para tomar. También llevaban un vestido para Candelaria, un
sombrero y su caballo preferido; para que al darse la libertad, pudiera correr
libremente como el viento, como siempre lo había hecho en Campoalegre;
desde que su niñez le permitió montar a caballo, para andar por encima de la
estepa esmeraldina, cual garza real que despliega sus alas al mejor estilo
coreográfico.
Tal y como se había planeado, la comisión tuvo contacto rápidamente con
un campovolante que el grupo armado había previsto, para que los guiara a un
sitio diferente. Después de haber andado unas tres horas a caballo, se
encontraron sobre el Mate palma, con un mando medio que les recibió los
recursos; agarró las bolsas y les dijo que se devolvieran, que Candelaria ya
estaba delante de ellos, que en horas de la tarde cuando estuviera cerca de
Tame, ella estaría uniéndose al grupo. Les advirtieron que no querían ver
gente, lo mejor era que se fueran a casa, porque podían retener a alguna otra
persona. También les dijeron que le colocaran en la cabeza a un caballo un
poncho blanco que ese era el santo y seña para que la comisión que la tenía la
liberaran.
La comisión se regresó un poco preocupada comentando entre sí que podía
ser una mala jugada; algunos como el sacerdote decía que había que tener fe,
que a ella la entregarían más adelante.
Cuando divisamos la comisión montamos los caballos; corrí
desbocadamente con los ojos fijos en el grupo que venía, trataba de distinguir
el cuerpo de alguna mujer; pero era inútil, mientras más me acercaba, pude
contemplar el caballo de Candelaria de cabestro.
-¿Qué sucedió? -pregunté, ¿Dónde está Candelaria?
-Calma Joropo, que la liberan cerca de Tame, aquí no la tenían.
Nos comentaron la corta charla que habían tenido, recomendándonos que
nos fuéramos para el Hato para evitar posibles retenciones.
Don Luis Corredor se le unió a la comisión y partieron para Tame. Tal
como lo habían anunciado, cerca de Rincón Hondo, la dejaron libre para que
ella se encontrara con la comisión. Después de abrazos y lágrimas de
bienvenida, continuaron hacia el pueblo, para hacerla ver de un médico.
En el pueblo su reencuentro con doña Bárbara fue muy emotivo, llamaron
al médico Evaristo Delgado para los exámenes de rigor y la dejaron en reposo.
Una vez recuperada de las huellas nefastas de la retención en contra de su
voluntad, Candelaria contó por menores del día en que fue llevada de
Campoalegre, de cómo veía que le metían candela a la casa y se reían como
Satanás; luego de llevada al campamento, como hizo para acostumbrarse a la
comida y de sus primeros días de relación con sus opresores.
Contó que un buen día después de que una muchacha de ellos le trajo el
desayuno, se animó a romper el silencio, la saludó y abrió charla
preguntándole.
-¿Cómo estás? Gracias por traerme todos los días alimento.
La Chiqui un poco nerviosa y sin que se dieran cuenta sus jefes, le
contestó:
-Candelaria, es mi tarea cuidarla.
Que posteriormente siguieron charlando muy limitadamente hasta que le
conto su ingreso a la guerrilla. - Yo estudiaba en la escuela El llanero, mi
madre nunca me dejaba salir al hogar donde estaban mis hermanitos
internados. Un viernes dieciocho de julio, eran las dos de la tarde; mi mamá
me mando por los niños al jardín, cuando regresé la casa estaba sola, ella se
había marchado con la niña menor. Duramos dos meses solos; mi padre, dos
hermanas y dos hermanos y sin saber nada de ellas. Mi papá decidió sacarme
de la escuela para que le cocinara a los obreros y llevó a Daniela a estudiar a
Tame.
En las plataneras había un grupo de milicias que las comandaba un señor,
ellos venían por agua, sal y panela; empecé a hablar y relacionarme con ellos.
Mi papá me había prohibido hablar con una vecina. Una tarde que estaba sola
me fui para donde ella a hablar. Cuando regresé mi papá me castigó con un
nailon venezolano. Me volé y me fui para Tame, a donde estaba mi otra
hermana. Busqué empleo, la idea era encontrar un trabajo de niñera, o en
algún negocio de vendedora, si no había más estaba decidida a trabajar en
cocina, haciendo todos los quehaceres de una casa, a pesar de que estaba
aburrida de servir en la casa haciendo todos los oficios. Quería tener un trabajo
digno, realizar una labor que a mi corta edad me permitiera comprar mi
vestuario y darme el estudio, que me permitiera ser alguien en la vida. Fue
inútil, recorrí muchas casas de familia y almacenes, le recomendé a algunas
personas que me ayudaran; mi hermana también estuvo muy atenta a
cooperarme, pero cada vez se desvanecían mis esperanzas de encontrar una
oportunidad en la vida, que me hiciera sentir realizada.
Quise tomar un transporte e irme a otra ciudad en donde pudiera encontrar
una actividad para hacer; pero los recursos con que contaba eran insuficientes,
no me alcanzarían para comer mientras buscaba un trabajo y entendía que si
no encontraba un trabajo en este pueblo que conocía, muchos menos
encontraría en otro.
Me encontré en Tame con un miliciano; estuvimos charlando y me dijo que
allá tenía la posada, tenía empleo y nunca me faltaría nada. A los tres días me
fui para Caño Limón, a la casa del comandante de las milicias. Mi papá se
enteró que yo había bajado y me mandó a buscar con un hermano. Él llegó y le
preguntaron qué se le ofrecía, eso se lo preguntó un miliciano. Mi hermano
contestó que a ellos les habían contado que me habían visto bajar y que
seguramente yo estaría con ellos. Que por favor le dejaran hablar conmigo,
para que volviera a casa. Le negaron mi presencia.
Llegó el señor después de unas tres horas y me dijo: - Hay miliciana nueva
¿cuántos años tienes?
-Once.
-Alístese. Dentro de cinco días dictan un curso de pistoleros para que
participe. Si le preguntan qué edad tiene, diga que tiene catorce años.
Al día siguiente llegó mi papá buscándome; el comandante me llamó y me
dijo que si realmente quería seguir en el grupo o definitivamente me iba con
mi papá. Como ya tenía uniforme y me habían dotado de una pistola me sentí
grande, y le dije a mi papá que no me iba con él. Mi papá me abrazó, lloró, me
dio la bendición y se despidió.
En ese momento el comandante dijo que tenía que sacarme rápido antes
que me desanimaran, pidieron un carro y me llevaron al campamento.
Al día siguiente inicié el curso, estaba con unos doscientos muchachos;
más o menos mitad hombres y mitad mujeres.
Iniciaron dándonos una charla, nos mostraron videos del “propio
Cachuchon”, nos daban charlas también en la noche. A las tres de la mañana
nos ponían a trotar hasta las siete con camuflado y todo. En el recorrido les
ponían trampas para saber si estaban pendientes o no. Enviaban unos
milicianos de los más antiguos, para que les tiraran terrones o papas,
queriendo demostrar que el enemigo les estaba disparando.
Al finalizar el mes terminó el curso y ya sabíamos disparar, armar y
desarmar fusiles. A mí y a otras tres peladas nos escogieron para hacer un
curso de explosivos, pues como éramos mujeres tendríamos más
oportunidades de explorar cuando el enemigo estuviera cerca. En este nuevo
curso conocimos todos los tipos de mechas, polvos, ureas rojas; también
vimos cómo se armaban las ramplas y su lanzamiento. Estaban las ramplas
normales y las lloviznas; nos enseñaron a armar minas quiebra patas. Fueron
unos ocho días de preparación.
La Chiqui mostraba su miedo contando y se comía las uñas, Candelaria le
preguntó: - ¿Usted no sentía miedo? ¿Vio algún muerto por estar armando
explosivos?
-Claro si, le había contestó la Chiqui; se siente miedo, qué tal que eso le
llegue a explotar... y, una vez nos llevaron a ver a uno que lo mató un
explosivo por estarlo armando, ¡eso quedó despedazado!
La Chiqui prosiguió contándole a Candelaria su historia. -…Luego se
retiraron del campamento y llegaron a la finca del comandante, nos llamaban
por el nombre que le habían colocado a cada uno, nos pusieron a talar y
quemar para sembrar cultivos de maíz, plátano y yuca para la alimentación.
-¿Cómo era la relación entre hombres y mujeres? – Le había preguntado
Candelaria con curiosidad.
- Usted debe entender, Candelaria… - contestó la Chiqui. -… Las
convivencias eran diferentes entre milicianos y guerrilleros; los milicianos
tenían sus parejas en los pueblos. Solamente los jueves y lunes les permitían
que durmieran juntos. La Chiqui no había tenido el primer novio, las mujeres
no podían tener novios civiles, en cambio los hombres si podían tener novias
civiles. Una pelada podía “asociarse”; es decir, lo que ustedes llaman
noviazgo, entonces se habla con el comandante, como si fuera el papá para
poder asociarse. El comandante tenía su esposa que era civil; tanto ella como
sus hijitos compartían el campamento como si fueran una sola familia.
Dentro de las cortas charlas que tenían, también la Chiqui le contó el
problema de la hermana; que tocaba darle chumbimba, porque al parecer
estaba aliada con los paramilitares que ya empezaban a hacer presencia por las
calles de Tame como Pedro por su casa.
Con engaños la hicieron bajar hasta la vereda, donde la retuvieron y
encadenaron. El papá de la Chiqui intervino y pidió que la sostuvieran en la
finca del comandante, mientras la mamá regresaba.
Para ella había sido muy duro verla así, que cuando estuvo frente a ella, lo
primero que le había suplicado era. - Hermanita pida las llaves y me afloja la
cadena me está lastimando.
La Chiqui fue a donde el comandante, le pidió el favor de prestarle las
llaves y él se limitó a contestarle: - Déjela quieta que eso le pasa por paraca.
El día siguiente llegó un carro y se llevó a la Chiqui con cuatro personas
más a un reposo a Puerto Nidia. Después de unos ocho días regresó y escuchó
una recocha; allí estaba la hermana de la Chiqui con el comandante y otros.
Ella estaba con uniforme camuflado. La habían soltado pero ella decidió
meterse a la guerrilla.
-La Chiqui le preguntó: - ¿Tati, usted que hace acá?
Y ella le contestó que ya había tomado la decisión de quedarse con ellos.
Le dijo que le iba a pasar igual que a ella, que dentro de un mes iba a estar
muy arrepentida de la decisión que había tomado.
-No, hermanita cuando yo tomo una decisión, la tomo con los pies firmes. -
Fue la respuesta de Tati.
Candelaria pensaba que ya tenía una buena amiga, para dialogar, para no
sentirse tan aburrida, pero las cosas estaban cambiando rotundamente. El
comandante se dio cuenta que cada vez que la Chiqui le llevaba la comida a
Candelaria, se demoraba más del tiempo acostumbrado. A veces desde el lugar
donde estaba les prestaba mucha atención y veía que dialogaban con mucha
confianza, tanto que ya parecían ser muy buenas amigas, y hasta confidentes.
Una noche escuchó que los llamaron a formación, que a la Chiqui la
pusieron a trotar, saltar y hacer flexiones de pecho. Apenas alcanzaba a oír que
era castigo por romper las reglas del grupo, que debía entender que allá se
cumplían órdenes, de lo contrario para que se habían metido a eso. Le
ordenaron recoger todo su equipo de campaña, porque les tocaba mandarla a
otra comisión en donde no tuviera contacto con civiles.
Esa noche la Chiqui desapareció del campamento, Candelaria no tuvo
conocimiento para donde la mandaron y el cautiverio se le iba a hacer más
difícil; de mayor soledad y silencio.
Después le cambiaron de guardia porque presintieron que la Chiqui le
podía estar mandando información. Estuvo por dos días con unos hombres
armados que estaban muy pendientes de ella, después decidieron dejar a otra
guerrillera llamada María que vigilara a Candelaria.
María no le prestaba la cara para saludarla, estaba muy prevenida, siempre
le decía: levántese, báñese y aquí está la comida. Hasta que un día la vio con
un niño al parecer de unos tres meses, lo acariciaba con sentido maternal. Un
día Candelaria le comentó. - Si trae una aguja de croché y lana, le puedo tejer
unos patines para su niño.
-¡Usted sabe tejer! - Le preguntó María admirada.
-Si, muy bien, estoy segura que le van a gustar. - Le contestó Candelaria
Luego María le llevó la aguja y dos bojotes de lana, que según le comentó
a Candelaria, se los había sacado prestados a una vecina del lugar. - Aquí tiene
la lana y la aguja, veamos que es lo que sabe hacer, hágalo discretamente. Le
dijo Maria. Cuando volvió a traerle el almuerzo le había tejido los patines,
pues no tenía nada más que hacer, sino tejer y tejer.
-Tan rápido, ¿ya los hizo? - Le preguntó.
-Si, y con mucho cariño para su bebé. Repuso Candelaria.
-¡Que lindos! Le traeré más material, ¿Quién le enseñó a tejer tan bonito?
Le preguntó Maria.
-Mi mamá, eso le enseñan las mujeres llaneras a sus hijas y estas a sus
descendientes, de generación en generación. – Contestó Candelaria.
- Hubiera querido aprender también, pero nadie me enseñó, lo único que se
es manejar el fusil.
Al parecer esta guerrillera no había tenido padre ni madre, al papá lo
mataron cuando tenía seis años y la mamá murió de cáncer cuando tenía cinco
años. Quedó a merced de los vecinos; contó que ella había visto cuando
mataron al papá, eran dos señores; lloraba desconsoladamente y una vecina le
llevó a su casa junto con una hermanita de tres añitos.
También contó que ella se había metido porque tenía un novio que era
sicario, él le empezó a hablar de eso, ya tenía unos quince años y cuando se
dio cuenta ya estaba hasta las orejas. Inició a trabajar en las milicias, haciendo
retenes en la vía, usaba uniforme y le dieron una macoca de dotación, ella se
sentía bien, orgullosa, era una experiencia novedosa, duró más o menos unos
ocho meses en ese trajín; luego se sintió aburrida, porque peleo con el novio, a
través de un compañero se contactó para ingresar a la interna, le llevó en una
moto a Betoyes y se la entregaron a un comandante; él le dejó en la casa de
uno de sus familiares, mientras le compraba las botas de caucho, útiles de
aseo, ropa interior y unas camisetas; volvió y le llevó a donde estaban los
cascudos, la entregó a ellos; allí le preguntaron el nombre, el de la familia y si
tenía algún familiar trabajando en el grupo armado; le contestó que no, luego
le preguntaron por el seudónimo que quería utilizar y les dijo que María. Le
dieron una hamaca, uniforme y una pistola, carpa y todo el equipo de interno;
duro unos quince días con ellos y le trasladaron para la central, desarmada;
cuando llego le dieron un fusil fal, una pistola nueve milímetros y una granada
nueve veintiséis. El mando los formó a todos, la habían presentado a los
compañeros, organizaron la guardia y a quienes les tocaba el rancho. Ahí,
mantenían como guardaespaldas. Luego la trasladaron a la comisión; en ella
había más gente armada, son unos treinta y cuatro integrantes, esta se la pasa
andando; cuando llegaban a algún lugar máximo duraban quince días, luego a
seguir andando con equipo y remesa a las espaldas, el equipaje pesa más o
menos unos quince kilos.
Pero usted no se preocupe Candelaria, que a usted no le va a pasar nada,
parece que su familia va a pagar el rescate, nada de nervios le dijo María.
-María, si alguna vez tienes tiempo, o le dan vacaciones; le puedo enseñar
a tejer para que le haga la ropa a su hijo. - Le dijo Candelaria interrumpiendo
por instantes a su opresora.
-Sí, quisiera aprender, a veces en esta vida se aburre, esto no es lo mejor.
Lo que pasa es que lo ilusionan a uno, le pintan pajaritos de oro y pajaritos de
plata; por lo general a niños, es el bocado perfecto para engañar; como a esa
edad uno quiere tener de todo, tener vida fácil y otras veces porque le han
arrebatado la familia. Candelaria si algún día me puedo salir de esta mierda,
espero que me ayude, que me enseñe las buenas costumbres que usted sabe.
- Sépalo María, que siempre estaré atenta a cooperarte, pero pilas que hay
viene el comandante.
Pilas alguien viene, María de un salto quedó de pie y se recostó a la cañiza
que protegía la cama de tabla.
Le contó que luego la pasaron a la compañía, en ella, la vida era muy
difícil; ahí, le dan dotación nuevamente, le cambian el camuflado, botas
nuevas, equipo nuevo y portas para comer. Les toca caminar mucho, incluso
de noche, a la hora que sea lo hacen cambiar de cambuche; el barro algunas
veces llega hasta las rodillas, a veces le chupa la bota dejándola atollada y el
pie en el barro; le toca cargar mercado, equipo de campaña y hasta ollas
encima del equipo. Eso es muy duro y más si hay combates.
Una vez estuvo en un combate; cuando se van a pelear separan las
escuadras y si hay parejas las apartan que no se miren el uno al otro, es decir
se van en escuadras diferentes; en los primeros disparos sienten miedo,
después la sangre se calienta y se pierde el miedo para combatir; a las parejas
no las dejan combatir unidas, porque si en alguna eventualidad le dan a alguno
de los dos el otro puede enloquecer y se corre el riesgo en que sea herido o
muerto.
Los entrenamientos son muy fuertes, lo hacen correr, saltar, flexiones de
pecho, enrollar alambre, tirarse boca abajo; también les tiran granadas para
saber si están preparados en el momento de recibir las ondas explosivas.
Candelaria le insistía con frecuentemente a María que ella estaba muy
joven para seguir esa vida y que debería pensar en buscar un trabajo digno
para que pudiera disfrutar junto a su hijo para que le diera un buen futuro;
porque debía suponer que no querría que él viviera lo que ella estaba viviendo
en carne propia.
-Siempre me dan ganas de salirme, lo que pasa es que los mandos pueden
tomar represarías; sino se vengan con uno lo pueden hacer con algún familiar.
Agregó María.
-Trate de irse alejando poco a poco, excúsese en el niño que le toca llevarlo
al médico, de esa forma usted se va saliendo - Le recomendaba Candelaria.
-Candelaria, no es fácil, pero eso si le encargo si algún día estoy por fuera
de esto y usted esta bien, me tiende una manito.
-De ese puede estar plenamente segura María, debe tener mucho cuidado
para que se pueda salir.
Así se le pasaron los últimos días inadvertidos en medio de la selva, a
Candelaria.
Esa noche le dijeron que debería recoger sus pertenencias porque debían
trasladarse a un sector en donde posiblemente al día siguiente sería devuelta a
sus familiares, si se daban las condiciones que habían pactado. La noche
estaba muy oscura seguía lloviendo en la selva, de vez en cuando un
relámpago iluminaba la espesa vegetación; los caballos en los que se
remontaban andaban en fila india, llevando a su paso una nube de zancudos
que a su vez daban origen a un zumbido que a veces se perdía por el goteo del
agua sobre las hojas. Delante de Candelaria iba María. Eso le reconfortaba y le
daba seguridad. Cuando el día aclaró estaban por los lados de Betoyes;
descasaron en una casa y esperaron que pasara la comisión. Avanzaron hacia
Rincón Hondo a esperar el regreso de la comisión con el santiseña acordado;
eso quería decir que ya se había recibido el dinero de conformidad con las
exigencias, afortunadamente todas las cosas salieron tal cual como el grupo
armado lo planeo y fue puesto en libertar.
Así Candelaria contó una a una las cosas que le habían marcado su vida a
temprana edad. Y, que parecía ser el derrotero de muchas personas que Vivian
en el “Arauca vibrador”.
Don Luís Corredor no quiso que volvieran a Campoalegre doña Bárbara y
Candelaria; le buscaría un cupo en el Liceo Tame, para que iniciara sus
estudios de Secundaria, doña Bárbara le atendería, mientras que él y Gonzalo
se ocuparían de lidiar el ganado en la sabana.
La vida se ponía cada vez más difícil, mientras en las planicies araucanas,
los grupos guerrilleros imponían su ley; además, empezaron a llegar rumores
que por los lados del departamento de Casanare, también se organizaban unos
grupos de derecha, quienes solían llamarse los defensores de los ganaderos o
autodefensas
-Ahora si no las pusimos, - le manifestó mi papá a don Benjamín – lo que
nos faltaba, nos salieron redentores de donde menos pensábamos, ahí si como
se dice, de lo más limpio sale un tigre.
-Efraín de aquí a unos días vamos a estar entre la espada y la pared,
nosotros que solo sabemos de campo, de llano y trabajo recio, vamos a pagar
los platos rotos del juego cruzado entre guerrilla y paramilitares. – Agrego don
Benjamín.
-Y es lo que nosotros le enseñamos, también a esta juventud, desde
pequeñitos deben hacer el bien; nuestra raza tiene sangre de indio chiricoa y
desde antaño demostró que no es violenta, que la guerra no es el mejor
camino. A nosotros que nos dejen seguir cruzando estas sabanas a sol y agua,
con los pies descalzos errantes como potros salvajes. Yo recorría desde el paso
real del Ariporo hasta Puerto Rondón en una jornada; de Puerto Rondón Hato
Corozal en otro día; de Tame a Puerto Rondón también en otro día y no había
nadie que me parara a preguntarme de donde viene o para donde va. Menos
que me identificara, andaba como el viento, libremente sin más nada que la
maletera al hombro, el sombrero y el cuchillo pegado a la cintura. Ahora dicen
que no es así, en cualquier lugar lo paran y lo confiesan. ¿Qué hace por aquí?,
¿de dónde viene?, ¿para dónde va? No hombre, que vainas que pasan; nunca
imaginé encontrar un confesionario en cualquier mata de esta tierra, a
sabiendas que ni siquiera son curas.
Tan pronto tuvimos conocimiento que don Luis Corredor había salido de
Tame y llegaba ese mismo día, preparamos un conjunto llanero para un
parrando en Las Pampas, así celebrábamos la libertad de Candelaria, aunque
ella no estaría en la fiesta, toda la celebración sería en su nombre.
-Alistase Joropo, porque hay que bailar más que una tara tuca, - me dijo
Moncho.
-La verdad Moncho no quiero fiesta. Si al menos Candelaria estuviera con
nosotros, no dudaría un segundo de bailar al son del arpa hasta que los rayos
del sol salgan vueltos una braza de candela en el oriente; pero ella no está,
sería infiel que me pusiera a bailar con otra mujer, mejor dicho no me hallo
haciendo eso.
-Se que la quiere mucho, pero eso no es serle infiel, lo que se trata es de
estar contentos porque ya está libre. – Me refirió.
-Si pero es que la veo en todos lados, hasta en la sombra; a veces dialogo
con ella creyendo que es Candelaria que va a mi lado. Estaré en la parranda
pero no bailare, el día que lo haga sería con ella.
Esa tarde llegó tanta gente que no cabían en la casa ni en la caballeriza.
Los caballos se iban soltando en el mangón que quedaba junto al río Casanare;
las mujeres llegaban algunas con una flor de cayena en el pelo, como símbolo
de pareja de baile, de diosas que descendían del cielo en esferas de oro
formadas por pétalos de Flor Amarillo.
Pero en ese ramillete de mujeres, faltaba la silueta enternecedora de
Candelaria, con un vestido de arco iris pasando entre el jardín de Campoalegre
con una pluma de corocora sobre su vestido.
Pronto estaba en todo su furor el arpa, el cuatro y los capachos; los
copleros desfilaban desde interpretar pasajes inéditos, hasta los más recios
contrapunteos en son de pajarillo, chipola, san Rafael, carnaval y zumba que
zumba.
El aguardiente corría de mano en mano como aguacero en tiempos de
mayo. Don Benja recordando sus viejos tiempos, jaló una pareja y la zarandeó
de esquina a esquina en la caballeriza a punta de escobillado; se armó la
grisapa y aplausos, que lo motivaban a agarrarla por la cintura como si
estuviera tocando un cuatro. Ahí la va p’al Casanareño; mejor p’al Araucano,
le decía el arpista tramando el bordoneo.
Moncho bailó cuanta vieja se le aparecía, no respetaba si estaba casada o
separada, lo importante era bailar y disfrutar del parrando; pues hacía muchos
años que no se parrandeaba así.
El arpa no cesó un momento en toda la noche; levantó su melodía cual
lamento de alcaraván, trino de turpial y melodía de paraulata. Acertó el dios
que le dio el nombre de arpa; compañera del centauro; la premio con treinta y
dos cuerdas, y sendas clavijas; para que en los céfiros sabaneros corrieran sus
tonadas, por los lugares más recónditos, acompañados de versos a flor de labio
de bohemios natos; bajo la luna roja, eterna seductora del sol vespertino.
El cuatro sonoro con cintura de quinceañera, siguió el arpa cual sombra al
hombre a pleno sol; como aguaitacamino al errante transeúnte en la inmensa
planicie; cual cocuyo que en época de Semana Santa, deja su silueta luminaria
en el pensamiento extasiado del admirador enamorado en plenilunio.
Los capachos cual chicharra sabanera anunciaban cada rato que debía
prepararse el nuevo coplero; eran compañeros inmortales de la trilogía llanera;
que cada vez que sonaban anunciaban al mundo que el que nace en el llano;
vive para parrandear, trabajar y vivir en paz.
Don Luis Corredor pasaba de borrachera en borrachera, con una botella en
la mano, brindando a cuanto se le atravesara en el camino, fuera hombre o
fuera mujer; de vez en cuando las agarraba por un brazo y les pegaba una
zapateada al mejor ritmo llanero. Siempre demostró porque es una ley del
llanero, bailar un escubillado al mejor ritmo de chipola.
En la mañana enguayabado y tiste por no ver a Candelaria, decidí amarrar
el caballo; compañero de andanzas, de citas y de penas. Me monté galopando
hasta la orilla del río, como nadie se dio cuenta que había salido, decidí cruzar
marchando a paso firme hacia Campoalegre; quería estar cerca del sitio de los
gratos recuerdos; por donde cabalgue dejando huellas de hombre enamorado,
en esa belleza inédita que dieron las hadas a Candelaria; cuando fueron
esparcidas por la tierra.
Cuando me aproximaba a los horcones del sitio de Campoalegre,
renegridos por la acción del fuego cuando fue quemada la casa; se empezaron
a desprender de mis ojos sendas lágrimas que no pude ocultar a la mirada del
sol. Al llegar a donde quedaba la caballeriza, amarré en un palo a mi rucio
marmoleño y corrí desenfrenadamente por entre escobas que crecían voraces
tratando de asfixiar el edénico jardín que cuidadosamente día a día cuido con
esmero Candelaria.
Al buscar la cayena que quizás guardaba en sus floridos las imágenes que
aun salían de mi pensamiento, como si hubiesen sido grabadas en el inmediato
ayer; encontré tantas mariposas que formaban un espectro matizado, que de
vez en cuando volaban formando en remolino una frágil figura tan particular
como la de Candelaria. Quise abrazarla, pero cada vez que me les acercaba se
disipaban en desbandada, cual garcero cuando se sienten amenazadas por
alguien que rompe su silencio.
Recorrí paso a paso las paredes de tapia pisada que aun se levantaban
resistentes a caer víctimas de la intemperie de los torrenciales inviernos.
Recorrí la otrora pieza donde Candelaria seguramente soñó con estar conmigo
para siempre; en donde muchas veces a la ausencia de mis manos, se habría
acariciado con la pluma de corocora que le regale; con la convicción de
remplazar mi calor corporal y la presencia de quien estaría a su lago hasta que
el ocaso nos separara.
Sin más compañía que el valor y el caballo, conocedor de mis andanzas;
quise ir hasta Tame para saludarla, compartir unos momentos y sentir la
calidez de su amor. Por instantes vacilaba entre arrancar de una vez en plena
carrera o regresar a Las Pampas para no generar preocupaciones cuando me
echarán de menos; opté por montar en el caballo y regresar paso a paso,
contemplando uno a uno los matorrales y morichales, que se levantaban
titánicamente rompiendo el relieve de los pastizales.
Al regresar a la casa mi papá estaba preocupado porque no me había visto
en todo el día, preguntado sin tener respuesta alguna. Al verme regresar a
caballo me pregunto. - Mijo ¿dónde estaba?
-Papá, echándole un vistazo a los animales, por los lados del paso y me
eché un chapuzón en el río. – Dije quedamente.
-Hoy es día de parrando, los animales aguantan y los podemos ver después.
Pero me alegra tener un hijo dedicado a los quehaceres, pese a que es un día
de fiesta por la libertad de la muchacha. Que todo sea un motivo, que la gente
se sienta feliz, tranquila y con buena comida en la muela.
Así debe ser papá. - Ya veremos que todos coman y la pasen bien. No me
siento bien para parrandear, además con toda esa información que corre de un
lado para otro.
-El que se pone a pensar en gavilanes no cría pollos; entonces mijo palante,
porque palante es pa allá.
En esos días llegó él el mensual de Cunabiche que venía de los lados de
Hato Corozal. A su paso por Santa Elena, se encontró con tres hombres de
acaballo que se identificaron como paramilitares; que ellos se encargaba de
proteger a los ganaderos, de todas las fechorías que cometía al otro lado del río
la guerrilla. El mensaje era claro: a todos los ganaderos y a quienes habitaban
la región, no podían pasar a las sabanas del departamento Arauca; quien
infringiera esa orden era objetivo militar por estar en contacto con la
insurgencia guerrillera. El que tuviera problemas debía reportarlo para que se
lo solucionaran, el que robara lo mataban; en fin se debía estar a órdenes de
los nueves jefes defensores de los ganaderos; la orden era tajante ni siquiera
podían ir a Tame y los que vivieran en el departamento de Arauca no podían
pasar a las sabanas del departamento de Casanare porque eran infiltrados que
estaban llevando información. Mejor dicho, el río se convertía en una frontera
invisible; que impediría el paso de un lugar a otro, so pena de ser eliminado.
Mientras el mensual contaba las reglas de juego que en contra de la
voluntad de los dueños de hato surgía. Nos preguntamos del uno al otro;
¿ahora que vamos hacer?, ¿para dónde cogemos?, ahora si estamos más mal
que tres en un burro y con gurupera corta.
Don Luis Corredor se rascaba la cabeza, pues parte de su ganadería estaba
en las sabanas del departamento de Arauca y la otra en el departamento de
Casanare; ya no podía moverse con libertad de un lado para otro.
Pese al confinamiento que a menudo se vivía, se decidió ir por dulce al
trapiche que tenía el viejo Bartolo Carrero en la isla. Don Benjamín haciendo
uso de sus buenos conocimientos, manifestó que él se iría con los que lo
acompañaran; allí podría cambiarse carne por dulce. Nos ofrecimos unos cinco
hombres acompañar a don Benjamín. En la mañana con maletera y pollera
partimos a caballo, estos se dejaban a la orilla del río en la casa que quedara
más cerca, para que a la vuelta no tocara llevar la miel y la panela al hombro
trayectos largos.
En la isla don Bartolo nos recibió con la característica ley del llanero
“darle la mano al que llega”. Se puso muy contento al recibir las cecinas secas
de carne que se le llevaron y puso a nuestra disposición el trabajo de molienda
para sacar el dulce que necesario.
-Carajo Benjamín, hacía tiempo que no venía por estos lares. – Reconvenía
el viejo.
A lo que contestó don Benjamín. - Caramba compadrito, es que los
tiempos han cambiado, ya no se goza de libertad; usted porque se la pasa aquí
metido sin pasar de un lado para el otro sin darse cuenta de lo que sucede;
claro que es mejor así, con eso se le va a uno la vida sin saber que está
pasando a su alrededor.
-Si compadre. Yo me la paso aquí feliz, el que llega se le da comida; si
quiere quedarse ahí está la campechana; si quiere agua, hombre la tinaja
permanece llena o para el lado que quiera ir encuentra el río para que tome
toda la que quiera. – Agrego sonriente.
-Compadrito Bartolo eso es lo bueno de la vida; servir, hacer el bien,
comer tranquilo y trabajar dignamente como Dios lo ha establecido. – Agregó
don Benjamín. - ¿Y quiénes más vienen?
-El chino de Efraín Joropo, Moncho y otros criollos que no se dejaron criar
pero ya tienen mujer.
-Bueno que se alisten compadre porque usted ve como está ese cañal, está
a punto de corte. Mejor es que descansen hoy y se preparen para mañana; eso
sí, muy a las cuatro de la mañana deben estar con los huesos de punta, listos a
sudar hasta que el sol se oculte; este trabajo es de mucho cuidado y de
constancia, porque no se debe desatender ni un minuto y menos cuando se está
en la etapa de cocida del guarapo, es cuando se debe tener mayor diligencia y
concentrado en lo que se está haciendo.
Muy temprano le chocamos a las piedras de amolar. Empezamos a tallar
las peinillas primero por un lado y luego por el otro. En las primeras pasadas
buscamos espalmarlas, luego arreglarles el filo; ponía cuidado a algunos
hombres que se la pasaban por las piernas para ver si raspaban todos los
bellos. Cuando lo lograban, las machetas estaban afiladas.
Nos tomamos sendos pocillos de tinto y manos a la obra. Don Benjamín y
don Bartolo iniciaron adelante y nos explicaban como cortar la caña; cuándo
estaba de corte y cuándo estaba tierna; cómo desparejarla e incluso cómo se
agarraba para que la pelusa no fregara a la persona. A la vez tocaba ir
limpiando el cañal, con mucho cuidado para conservar los retoños, que en
postrera época estarían también buenos para cortar. Nos explicaban como
amontonar las cañas cortadas para cuando tocara cargarlas hacia el trapiche no
se enredara y pudiera realizarlo rápidamente.
A eso de las diez de la mañana, la cosa estaba peluda: - Moncho tengo
mucha pelusa, me pica todo el cuerpo, me dan ganas irme a consumir con ropa
al río.
-A mí también Joropo, me está picando todo, pero ni se le ocurra irse a
meter al río, está muy acalorado y eso es muy dañino para el cuerpo.
-Entonces ¿cómo hago para quitarme un poco la piquiña? – Agregué.
-Ráspese las manos con la peinilla, eso si con mucho cuidado, no sea que
se corte y creo que don Bartolo no tiene ni una gota de alcohol. A mí también
me tiene jodido la pelusa.
Sin otra alternativa, cada uno siguió agachando la cintura, para tratar de no
quedarse a los viejos que eran veteranos y les rendía cortar, amontonar e ir
limpiando el corte.
Hacia el mediodía escucharon el pitar del cacho que indicaba la hora de
almorzar. Nos retiramos del corte llevando rosetones en la piel, producto de
tanto rascarnos.
En la mesa no se escucharon chistes; todos comimos calladamente,
rascándonos impacientemente los brazos, la cara y el resto del cuerpo.
-¿Cómo se sintieron muchachos en esta jornada?, preguntó don Bartolo.
Nadie contestó, por fin don Benjamín repuso: - Carajo, están como
caballos corridos, no deben achicopalarse; esto hasta ahora está comenzando.
¿No es verdad compadrito?
-Sí compadre, tienen que demostrar la casta; mejor aún no pueden
demostrar cansancio, eso que lo hagamos los viejos, pero estos hombres llenos
de vida deben ir encabezando corte. –Dijo frunciendo la ceja.
Esa tarde se puso nublado el cielo, no se vio más el sol; pudimos
defendernos hasta emparejar a los viejos.
El día siguiente fue muy similar a la tarde anterior, se trabajó en un
ambiente fresco, la pelusa no se sintió tanto y pudimos completar la caña
necesaria para pasar a las otras etapas de sacar dulce.
Antes que oscureciera tuvimos que cortar un palo de guamo seco para la
leña, amontonamos casi tres tareas de leña listas para la molienda y el cocido
del guarapo.
-Prepárense mis hijos que llegó lo bueno, hoy si vamos a trabajar en la
sombra para que el sol no los joda. – Decía don Bartolo.
Rápidamente estuvimos de pie y listos para comenzar. Un burro tiraba la
punta de un palo de balso en círculo, para girar las piedras del molino que
estaban engranadas en este. Cuando el animal comenzó a caminar alrededor
del molino, empezó a chorrear guarapo de caña; el guarapo de la caña se
recogía en camazas para vaciar a los calderos. Don Benja y don Bartolo
alistaban las gaveras para sacar la panela y estaban atentos a que la candela
fuera constante; los demás traían la caña a brazadas y al hombro desde donde
se habían dejado amontonadas los días anteriores.
Hacia el mediodía el guarapo ya hervía en los calderos, era necesario sacar
cucharadas de cachaza que era una especie de espuma que salía del guarapo
hirviendo, con hilachas de pulpa de la caña; también se sacaba guarapo y se
echaban en una totuma para saber si ya estaba melando, debía estar en el punto
exacto para sacar tanto melado como panela. Al dar punto se sacaba
rápidamente la miel y se echaba en la cuadrícula de madera que le daba
tamaño y forma a la panela. Se sacaron unos batidos o parados que es un punto
intermedio entre el melado y la panela. Fue una experiencia nueva, ni me
había imaginado todo el proceso que debía hacerse para sacar esos terrones
cuadrados de dulce con los que a diario endulzábamos el tinto y el agua para
tomar limonada en Las Pampas.
Antes que oscureciera, nos tocó sacar con mucho cuidado las divisiones de
madera y amontonar la panela en costales. Aún estaba calientica, algunas que
se partían le caíamos a comernos los pedazos; con la miel era más difícil
porque ya había recipientes para guardarla, se llenaron unos galones que don
Bartolo tenía y la otra hubo que echarla en taparos y totumas para guardarla
donde no se fuera a regar.
-Bueno Benjamín, ahí esta esa miel y esa panela para que la lleven. No
vayan a dejar nada, que yo me bandeo con la que quedó en las totumas.
Don Benjamín contesto. - Ahora si tenemos dulce para todo este año.
Compadrito, a lomo de caballo debe llegar a Las Pampas, nosotros nos vamos
caminando, lo importante es que no nos llueva porque se nos derrite y no
tenemos con que taparla.
-No compadre, eso no llueve, todavía no es cambio de luna, estamos en
plena menguante. – Acotó don Bartolo.
Tuvimos que cruzar el río con muchas precauciones para no ir a mojar el
dulce. Don Benjamín como veterano de andanzas, tomo el canalete.
-Joropo, usted palanquea la canoa alante, debe estar pendiente de que no
pelemos el paso, para no bregar tanto.
-Como diga don Benja, hay que llevar primero el melado, y en el otro viaje
la panela, los demás deben esperar el tercer viaje porque esa dulce pesa.
Don Benja se sitúo en la parte trasera de la canoa y se empezaron a colocar
los recipientes con miel en el centro de la canoa. Se subió Moncho y con vara
en mano empuje la canoa de la orilla y arrancamos para el otro lado. No hubo
necesidad de utilizar la palanca, con el solo canalete don Benjamín guio la
pequeña embarcación hasta el paso; con mucho cuidado se amarró la canoa a
una caña brava y se descargó el primer viaje.
-Don Benja yo me quedo, usted a puro canalete puede dar los otros viajes -
Manifesté.
-Carajo este muchacho como que nació en el día de los cansancios- repuso
el viejo. - Pero metió el canalete al agua para zarpar a buscar los otros viajes.
Una vez estuvo toda la carga en la orilla del río, nos despedimos de don
Bartolo que había venido en el último viaje para regresar la canoa.
Cerca de Las Pampas nos encontramos con unos jinetes desconocidos,
quienes nos preguntaron: - ¿De dónde vienen los señores?
-De la isla. Estábamos sacando un dulce - Contestó don Benja.
-¿De cuál isla? ¿vienen del otro lado del río? – Agregaron con tono fuerte.
-No señor, al otro lado del río no hay caña porque la tierra es muy mala.
Venimos de la isla, de donde el viejo Bartolo Carrero, que nos regaló dulce, -
Repuso don Benjamín.
Con voz de mando y acercándose un poco, uno de ellos nos dijo: - Miren
señores, nosotros somos las autodefensas y operamos aquí en el departamento
de Casanare; nuestras fuerzas las constituyen quienes no estamos de acuerdo
con lo que hace la guerrilla al otro lado del río. Somos los que defendemos a
los ganaderos de esos atropellos, pertenecemos a la derecha en Colombia y
aquí todo lo controlamos. Si alguno de ustedes quiere unirse a la causa
bienvenido, si no deben estar atentos a la información que se les dé. No deben
robar, a los cachilaperos los matamos; no deben cooperar con información a la
gente que está del otro lado. Pero escuchen bien: si saben algo de ellos, deben
informarnos inmediatamente. Entre otras cosas necesitamos unas panelas.
-Con mucho gusto señores, les contestó don Benja - Venga uno y me ayuda
a descargar este animal nos dijo.
Rápidamente corrimos, bajamos unas panelas y se las repartimos, cada
jinete recibió las que le cabían en el pollero.
-Bueno señores muchas gracias, pueden seguir, ¿Para qué hato van?
-Para Las Pampas - Manifesté.
-A bueno, de allá venimos. Pueden continuar.
Una vez nos despedimos seguimos paso a paso, con un temblor en el
cuerpo, pues nunca habíamos tratado con tantos hombres armados desde que
tuvimos uso de razón.
Más adelante y un poco maravillado, manifestó don Benjamín. -
Muchachos, deben abrir muy bien los ojos, este mundo ya está invivible. ¿Si
ven como andan tratando de meterles por los ojos eso? Más ustedes que son
muchachos, uno en fin, no sirve ni para tacos de escopeta vieja, ellos buscan
es gente joven, para engatusarlos a meterse en problemas.
-Don Benja, aquí nos toca es trabajar todos los días, para no darles chance
que le estén metiendo a uno cucarachas, si lo ven a uno ocupado, seguramente
no se meten con uno - Comentó Moncho.
-Si, trabajar es buena alternativa.
Aún hablábamos cuando divisamos por encima de un pajonal la casa de
Las Pampas. Yo andaba rápido para ver como estaban en casa y que les habían
dicho los hombres con quienes nos cruzamos en el camino.
En el paradero, mi papá salió a recibirnos y con parihuela en mano
empezamos a llevar el cargamento hasta la cocina, trasvasamos el melado a
unos timbos con tapa y la panela se echó en latas para que no se la comieran
las hormigas.
-¿Se encontraron con alguien en el camino? - Preguntó mi papá.
-Si señor, iban unos hombres armados y hasta le dimos panela porque nos
pidieron, - Contesté.
-A esa gente hay que darle lo que pidan, porque si no se los echa uno de
enemigos.
-Sí - contestó don Benjamín - ahora toca mire lo que mire, escuche lo que
escuche, se debe callar, hay que saber con quién se habla, hasta las paredes
tienen oído. Más aún, sin poder ahora cruzar el río, porque hasta lo matan,
sean los unos o los otros.
Reinó un silencio toda la tarde. Solo se veían caras largas, intranquilas y
preocupadas por la nueva situación que se estaba presentando en el rincón
sabanero en el que en otrora época solo se escuchaban los arrendajos, el turpial
y la paraulata.

TERCERA PARTE

En Tame la vida para Candelaria y doña Bárbara trascurría


acostumbrándose a los modales pueblerinos. Ya no estaban rodeadas de
pajonales sino de casuchas de palma y zinc seguidas unas de otras, con unos
cuantos negocios de víveres y cantinas en donde disipaban las penas los
llaneros después de entrar por las puertas de vaivén dejando amarrados los
caballos en las barandas externas.
En algunas charlas de vecinas se enteraron que el pueblo fue fundado en
1628 por don Alonso Pérez de Guzmán, era el caserío más viejo que existía en
el cajón de Arauca-Casanareño e incluso del Apure Venezolano. La llanura era
un solo manto verdoso claro, con algunos matorrales oscuros, desde las épocas
más remotas; pero cuando llegaron los primeros fundadores, quisieron
disfrutar del contraste natural que forma el Nevado del Cocuy, la guardiana
andina, las terrazas en mesetas de las estribaciones, la planicie esmeraldina y
las cintas de ríos cristalinos como la del río Tame, de quien heredó su nombre
por estar el poblado sobre sus costas.
Los nativos giraras ayudaron a construir las primeras chozas de Tame que
en dialecto nativo quería decir “Mi labranza”. Pero estos indígenas fueron
forzados a duros trabajos, levantándose posteriormente en rebeldía y dieron
muerte a don Alonso Pérez de Guzmán.
Después de algún tiempo los Jesuitas lograron el beneplácito del rey
español y a través de la encomienda, se les otorgo la franja de tierra que va
desde la parte oriental de la cordillera hasta encerrar con los ríos Arauca y
Orinoco. Fundaron la hacienda de “Caribabare”, en donde alcanzaron a contar
millares de ganado y caballos. Los Jesuitas más racionales con los nativos,
lograron culturizar a los giraras, pudiendo de esta manera contar con suficiente
mano de obra para los trabajos.
Ya en la época emancipadora, por ser este poblado no importante en el
tráfico entre Venezuela y Bogotá; ya que la ruta del transporte era por Cúcuta;
se pudo instalar el general Francisco de Paula Santander en este recóndito
lugar, a preparar unos criollos para luego reforzar el ejército libertador al
mando de Bolívar que vendría de los llanos Venezolanos.
Eran de Tame algunos lanceros renombrados; como Inocencio Chincá,
Pablo Matute, los hermanos Bonifacio y Saturnino Gutiérrez.
Antes de salir del pueblo, Bolívar al realizar un homenaje dijo “Brindemos
por esta tierra generosa y bella que merece con justicia apellidarse Cuna de la
Libertad”. Desde ese entonces de generación en generación, se escuchan en las
esquinas los cuentos y hazañas de aquellos hombres y mujeres, que no
escatimaron sus vidas por la salud de la patria.
En las cocinas de las casas se escuchaban otro tipo de cuentos como el
espanto de Gualavao, el de la sabana de la Vieja y el del Encanto.
Candelaria preocupada, procuraba no andar sola por las calles para evitar
los piropos de unos cuantos jovencitos que no desperdiciaban oportunidad.
-Hija la próxima semana inician clases, debe aprovechar este medio año
que hace falta aunque sea de asistente, para que se vaya actualizando - Le dijo
doña Bárbara.
-¿A dónde voy a estudiar? - Preguntó Candelaria.
-En el Liceo Tame. Hija, debes llevar un cuaderno y un lapicero, el primer
día te dan la lista de cuadernos.
-Mamá, pero a estudiar medio año de asistente, mejor espero y el año
entrante inicio el año completo.
-Pero mija, ya el Rector me dijo que la podía recibir de asistente para que
se vaya acostumbrando, además debe estar ocupada para que olvide lo que le
pasó.
-A mí me da pena con los demás muchachos, ellos van adelantados, y yo
hasta ahora a iniciar.
-Eso no se preocupe, quien sabe cuántos se han cambiado de colegio y
están también iniciando clase de nuevo. Además ese colegio es muy bueno,
dicen que de ahí salen los mejores bachilleres, quien quita se pueda graduar y
salir de profesora, a ganarse la vida de una forma diferente.
-Después que terminé el quinto de primaria quise venirme a estudiar pero
mi papá no quiso; ahora si me dicen mija estudie cuando ya no tengo ánimos
de nada. – Repuso candelaria frunciendo el ceño.
-Nunca es tarde hija, además usted está joven, a esa edad debe estar
pensando en superarse, quien se prepara es alguien en la vida.
Un poco meditabunda, Candelaria recordó sus primeros años de estudiante
en la escuela el Guafal, a donde debía llegar después de varias horas a caballo,
sorteando las crecientes del río Casanare en invierno, pero hasta allá llegaba
para cumplir con sus deberes de estudiante. Y dijo:
-Recuerdo todas las maromas que me tocaba hacer, lloviera, tronara o
relampagueara, pero iba a la escuela. Así terminé la primaria. También pienso
en las maldades que a veces le hacíamos a Joropo, cuando algún muchacho le
decía lo voy a hacer sonar y empezaba a canta, pues claro era un joropo que
entonaba. Dichoso él porque al menos está en la boca de todos los cantautores
criollos; Joropo es sinónimo de ternura, de libertades. Las siete cabrillas le
dieron el nombre porque los centauros sincronizaron el ruido de sus cascos
con los bordones del arpa, con las tonadas del cuatro y el son de los capachos.
Su nombre se extiende audiblemente en el pito de los toros, en el canto de la
chicharra veranera y el relincho del potro cerrero que encorvando la cabeza
levanta la cola para cabalgar sobre las cabañuelas del tiempo. Es el rey del
verso, de la copla sabanera; el sueño del que inspira cantarle a la llanura, en
auroras o vespertinos atardeceres; o, a la luna roja de marzo madre de cocuyos
y luciérnagas; como también al relámpago y al olor a tierra mojada.
Todo eso reunía ese nombre, según la profesora. Que dicha, si algún día
me cantara canciones.
-Pero chica, de donde sacaste ese repertorio, deja quieto a ese muchacho
que le estarán silbando los oídos; déjalo en paz, porque con esos suspiros lo va
a tumbar del caballo - Agregó doña Bárbara.
En el colegio, las cosas para Candelaria no le salían tan bien como se
esperaba pues pese a estar de asistente, debía rendir igual que todo el grupo.
Los muchachos formaron corrillo, cada uno quiso prestarle los cuadernos para
que se adelantara, los más osados le propusieron acompañarla a la casa para
cooperarle a adelantar los temarios de cada área. Las compañeras sintieron un
poco de envidia porque ella era la atención de los inquietos picaflores e
incluso de los de cursos superiores.
-Mire sabanerita, la tarea que dejaron para hoy es esta. Venga y se la dicto -
Le propuso el compañero de pupitre que lo apodaban Pollito, por ser el más
delgado del grupo.
-Gracias, me da pena que se moleste, aspiro en una semana tener todos los
libros que exigen en este colegio - Increpo Candelaria.
-No se preocupe, yo tengo algunos y aquí hacemos las tareas en grupo,
vamos a la casa del compañero que tiene los libros y así nos turnamos, -
reiteró Pollito.
-Que bien que sean amigables, que se ayuden entre sí, - manifestó
Candelaria, - en la escuela de la sabana es muy difícil, mi papá me compraba
todas las cartillas para que me guiara; los compañeros no podían ir a hacer
trabajos en grupo, porque la distancia de una casa a la otra son horas. Aquí en
cambio son cerca, es una ventaja estudiar en el pueblo.
Rápidamente Pollito le dictaba las siglas con su correspondiente
definición. Cuando terminaron él le preguntó: - ¿Los profesores exigen mucho
por allá?, es decir todos en un mismo día le dejan varias tareas.
-No, en la escuela rural solo hay un maestro, el dicta todas las clases;
Matemática, Español, Geografía, Historia, Ciencias y Religión; a veces deja
tareas de una sola materia, pero con las cartillas-guías uno las hace
rápidamente. - Contestó Candelaria.
-Chica, viene el profe.
-Buenos días - Saludó el maestro.
-Buenos días, señor profesor - Contestaron los alumnos.
-Tenemos alumna nueva, profe - Dijo el monitor del grupo.
-Que se presente - Contestó el profesor.
Un poco asustada y con la cara enrojecida Candelaria se puso de pie y con
la voz entrecortada se presentó.
-Señor profesor, mi nombre es Candelaria Corredor, vengo de la sabana,
del hato Campoalegre.
Se sentó, tomó un poco de aire y le sonrió a Pollito. El profesor como
recordando un poco, le preguntó: - Usted es Candelaria, la muchacha que
estuvo retenida unos días por los grupos armados al margen de la ley.
-Sí, señor - Contestó Candelaria.
El profesor con cara de alegría le dijo: - Qué bien que se encuentre libre,
supongo que fue una experiencia muy desagradable para su edad, pero
estamos viviendo en un mundo en donde se perdió el respeto por la libertad,
por la vida, por todo. Espero que mis clases le ayuden a olvidar un poco su
pesadilla, sus compañeros aunque recocheros a veces hacen cosas buenas.
-Huy profe, siempre hacemos cosas buenas, - Interrumpieron los más
inquietos.
-No siempre, les contestó el profesor; cuando están de indisciplinados
molestan; claro como no se los aguantan en sus casas, los mandan al colegio a
ver si los profesores pueden orientarlos. Bueno ese no es el tema de hoy,
seguimos, ¿en dónde quedamos?
-Tenemos tarea, contestó pollito.
-¿Quién pasa el tablero? -preguntó el profesor, si no hay nadie,
democráticamente pasan Carlos, Luis y Antonia.
Uno a uno fueron pasando al tablero a copiar las siglas con su definición y
luego el maestro continúo con la clase.
Pasó el primer día y rápidamente Candelaria se acopló al ritmo de trabajo
del grupo. Adelantó todos los cuadernos con la cooperación de uno que otro
admirador, que terminaba dejándole en la última página del cuaderno dibujado
uno que otro corazoncito y versos sentimentales venidos de los pensamientos
de la adolescencia.
Una buena tarde cuando hacía las tareas le preguntó a doña Bárbara:
-Mamá ¿qué sabe de Las Pampas, cuando viene mi papá?
-No se hija, por allá hay problemas, esa pobre gente ahora no puede venir
para acá, ni nosotros podemos ir; cuando no es por el corte es por la
quebradura. Ni el ganado se puede trasladar de un lado para el otro.
-Mamá esta vida está llena de problemas, ahora mucho más. A los
ganaderos nos toca actuar con mucha prudencia, porque llega un grupo y hay
que darle de comer, al día siguiente llega el otro y también hay que darle,
porque si no lo matan. Lo mejor es no tomar partida con ninguno; de ahí no
nos podemos salir, el que quiera llevarse una res que se la lleve, un animal se
vuelve a conseguir, lo único que no se puede conseguir nuevamente es la vida.
-Sí mija, hay que dejarle a mi Dios las cosas, no meterse con nadie y que lo
vean trabajando eso me enseñó mi taita; siempre me decía hija no hay que
hacerle mal a nadie, se debe servir a quien se pueda, no se debe negar un plato
de comida, hay que darle la mano al que llega, eso deben hacer los llaneros.
Los hombres criollos no son gente de guerra ni de pelea, nuestra lucha es con
un animal para domarlo.
Después de una pausa: - Candelaria, no se le olvide que mañana tan pronto
llegue del colegio debe ir al Encanto a lavar, ya hay mucha ropa sucia.
-Mamá a ese caño me da miedo ir, porque dicen que sale un espanto, mejor
voy al Gualavao.
-Qué espanto del carajo, cuantas veces no anduvo tarde en la noche a
caballo en la sabana y nunca le salió nada.
-Sí, pero aquí si salen, eso cuentan hasta en el colegio.
-Bueno va a lavar a donde sea, lo importante es que lave.
Candelaria escogía el Gualavao, por ser un caño de aguas cristalinas que
bajaba por encima de piedras blancas. Nunca en la sabana había podido
contemplar esas aguas diáfanas y frías; además muchas compañeras del
colegio iban a ese lugar a cumplir con la tarea domestica de lavar la ropa.
Algunas se ponían citas con los galanes, quienes en el afán de recoger leña
para las casas, convergían al mismo sitio para robarles una mirada saltarina
con guiños de ojos a sus enamoradas. Sobre unas piedras grandes en forma de
bateas, lavaban las mujeres la ropa.
Los buenos modales de Candelaria y su carisma le permitieron hacer
amistades con facilidad. Entre ellas la de Ana Lucia, otra adolescente del curso
y que bajaba a lavar.
Ana Lucía le contó, que le gustaba ir a lavar, porque se ponía de acuerdo
con el novio para versen en el caño.
Huy Ana Lucia usted si es pilla, si su mamá se da cuenta le da chaparro, le
había comentado Candelaria en una oportunidad.
A lo que le respondió. - Si chica, es que le toca a uno valerse de mañas,
para verse ¿usted no tiene a nadie en el colegio?
-No, Ana Lucia. Aquí en Tame no tengo, él está muy lejos, las cosas se han
puesto muy difíciles y no nos podemos ver, ya tengo bastante tiempo que no
nos cruzamos ni un saludo, solo recuerdo de él los pocos momentos que
compartimos; su caballo, su valentía de hombre llanero, de soga porque enlazó
mi corazón, lo amarró con nudo moreno, él es parte de mi vida, lo veo, lo llevo
conmigo; tengo sus huellas en mi cuerpo y cuando sale la luna, lo veo
cabalgando sobre los pastizales que viene a mis brazos, a mis mejillas, a mis
labios; que trae el rocío sabanero, llegando como un ruiseñor a mi cuerpo. Él
es Joropo, es el único hombre que he besado en mi vida y el que me conoce de
pies a corona. Tengo de él un regalo especial, cuando me voy a acostar la
busco en la orilla del baúl, la saco y con ella recorro todo mi cuerpo, tal como
Joropo me recomendó que hiciera; es tan tierna y sencilla como el pétalo de
una flor, aún más es de grana, caída del cielo. Joropo la logró quitar de una
corocora, es una pluma, seguramente esa ave estará volando los territorios
araucanos. Esa es mi vida sentimental Ana.
-Vaya, vaya Candelaria, se había guardado todo eso y no me lo había
contado, repuso Ana Lucía con una sonrisa picaresca. - ¿cómo hizo para
conquistarla? Un hombre así de tierno vale la pena cuidarlo.
Un poco preocupada Candelaria por haber contado parte de su vida,
repuso: - Ana Lucía se lo he contado a usted únicamente, no se lo diga a nadie,
en la casa ni mi mamá lo sabe.
-Es mejor porque nuestras mamás nos tienen prohibido tener novios, como
si ellas no se hubieran enamorado algún día. Me pregunto a veces, ¿cómo hizo
para cuadrarse a mi papá? Pero ellas eso sí no lo recuerdan - Replico Ana
Lucía.
Hubo un poco de silencio tal vez por el esfuerzo que demandaba la lavada
y restregada de las prendas para que quedaran limpias; luego Ana Lucía
intrigada por oscultar más de la vida de Candelaria pregunto. - Candelaria,
cuénteme más de su vida, de Joropo, de ese llanero de caballo, soga y
sombrero.
-Amiga, es muy triste no tenerlo aquí en Tame, en este momento seguro
que estaría con nosotras acompañándonos. Él está en Las Pampas, en las
sabanas casanareñas. También tiene recuerdos míos, lleva sobre su sombrero
una crineja de mi cabello que le regalé; la luce como símbolo de nuestro amor,
como compañía que le hago en esas horas solitarias cuando está en la sabana.
Se que me piensa, que a cada momento me envía un suspiro, porque lo siento,
me dan esas corazonadas.
-Ese va a ser su marido Candelaria, - interrumpió Ana Lucía, - la noto muy
enamorada, yo de usted no estaría por aquí en un colegio, estaría en los brazos
de ese hombre.
-Es cierto, pero mi mamá me dice que hay que estudiar, es una forma de
ser alguien importante en la vida. Porque la plata no lo es todo, dice que ella
vio capitales que de un momento para otro se acabaron; ganado, caballos y por
último vendieron las tierras; pero lo que uno aprende nunca se le olvida, va
con uno, nadie se lo puede quitar, a no ser que lo maten; pues esa es la mejor
herencia que un padre le puede dejar a su hijo. Por eso estoy estudiando,
aspiro terminar el bachillerato y en lo posible ir a la universidad.
-Sí, las mamás tienen razón en eso, la verdad mi familia no tiene dinero
para mandarme a estudiar más, de pronto termino el bachillerato y ahí me
quedo. – Agregó Ana Lucia.
Terminaron de lavar y pronto estarían de regreso con los platones en la
cabeza llenos de ropa lavada y retorcida de tal manera que no llevara mucha
agua que hiciera más pesada la carga.
Candelaria un poquito retardada corría hacia el colegio un buen día. De
pronto alguien le gritó desde media cuadra haciéndole señas que esperara; ella
preocupada porque se quedaría por fuera de la primera hora de clase, no prestó
atención para detallar el cuerpo femenino que se le acercaba con una cachucha
puesta. Cuando ya estaba a pocos metros Candelaria sintió temor y se recostó
a la pared de una casa, temblaba, se le entrecortó la voz y con mucha
dificultad pudo contestarle el saludo a la transeúnte.
-Soy yo, María. No se preocupe que no le voy a hacer daño, dígame en
donde podemos hablar. Me salí de allá de donde sabemos, necesito que me
ayude.
Sacando valor de su cuerpo tembloroso y precisando un poco la voz, le
respondió Candelaria.
-Mire nos vemos esta tarde en el Gualavao, en el caño en donde lavan las
mujeres del pueblo, a eso de las tres de la tarde. Pregunte por donde es la
salida y allá nos vemos.
-Listo Candelaria, allá estaré.
Sin mediar más palabra, Candelaria salió corriendo a tratar de entrar lo
antes posible al colegio. Se sentía más segura en el salón de clase. No podía
olvidar la silueta de aquel cuerpo que volvía a ver, se hacía muchas preguntas,
quizá fuera una trampa para volverla a retener o de pronto era cierto que María
se había volado y era una oportunidad valiosa para ayudarla a ser una persona
de bien; sería una menos en el conflicto armado y una persona útil a la
sociedad; quizás forjadora de progreso, de integración y que propendía por el
bienestar de los demás.
Candelaria no se podía concentrar en la clase. Desde el puesto aledaño Ana
Lucía observaba a Candelaria lo distraída que estaba y aprovechando un
descuido del profesor le susurró al oído.
-Candelaria, en quién piensa ¿en Joropo?
Candelaria sonriendo un poco, con un ademán le dio a entender que no.
Más sin embargo en el descanso se le acercó y volvió a preguntarle.
- Candelaria, ¿por qué está tan preocupada? ¿Tiene problemas? ¿Su mamá
le dijo algo porque llegamos tarde?
-No, Ana Lucía, he estado con un dolor de cabeza toda la mañana; siento
que me explota.
-Pida permiso para ir a casa o para que le den una pastilla y repose un rato.
-No, como se le ocurre; yo no pido permiso, prefiero morirme antes que
perder las clases.
-Entonces voy a pedir en enfermería una pastilla para mí y se la traigo.
-No, Ana Lucía, ya se me está calmando. Tranquila amiga.
Pasó el descanso y Candelaria continúo en medio de la zozobra. Las horas
se le pasaban con tanta rapidez que pronto era medio día. Nunca se le habían
esfumado las horas de clase, ni la mañana tan rápido como ese día. Pensaba
comentarle a Ana Lucía y que la acompañara a darles aviso a las autoridades
para que se apersonaran del asunto; o tal vez, el sacerdote pudiera intervenir,
era un dilema muy complicado y debía sortearlo antes de las tres de la tarde.
Ese día fue tanta la preocupación que no almorzó, justificó que había
acabado de comerse unos bananos que le habían dado de paso en la casa de
una compañera. Sin tener otra opción que enfrentar la cruda realidad, decidió
recoger unos chiros sucios; echó en el fondo del platón unas piezas de ropa
limpia para que se viera bastante y así justificar la ida a lavar.
Cuando se acercaba al caño Gualavao pudo observar la silueta que había
visto en la mañana, pero estaba de espaldas, sentada a la orilla del caño. Se
detuvo, quiso devolverse, su corazón empezó a palpitar presuroso como si se
le quisiera salir del pecho; pero más sin embargo se llenó de valor y dijo “a
santa rosa o al charco”; continúo con paso firme, disimulando cualquier
preocupación, tratando de mostrar normalidad en la situación.
Cuando ya estaba muy cerca sintió tranquilidad; había varias mujeres
lavando y le hicieron sentir compañía en el lugar. Al estar relativamente cerca
María se percató de la presencia de Candelaria y se levantó a saludarla. Con
un abrazo como si fuera su hermana que hacía muchos años no la veía, se
posesionó del cuello de Candelaria.
-Candelaria aquí estoy como usted un poco libre; la verdad me estoy
retirando de esa vida.
-Habla pasito - Repuso Candelaria - Pueden oírnos.
-Tranquila.
Se acercaron a una piedra que estaba libre y se sentaron en posición de
lavar para poder conversar. Estando un poco más tranquila Candelaria le
preguntó. - Cuénteme María, ¿En qué pasos andas?
-Mire, estaba muy aburrida en eso, yo le conté varias veces a usted, que me
quería salir; además me hace mucha falta mi hijo, uno de mamá ya no está
para esos trotes. Le dije al comandante que me quería salir, lloré, pataleé y
poco a poco empecé a alejarme de esas actividades. Por eso estoy aquí, quiero
darle un nuevo rumbo a mi vida; ya no quiero hacerle mal a nadie, eso
finalmente es muy malo, tener gente retenida en contra de su voluntad,
extorsionar, no me hallo haciendo eso nuevamente; afortunadamente nunca
mate a nadie o si no como sería el cargo de conciencia; esto es que no lo hice y
me duele en el alma todo el perjuicio que pude causarle a la sociedad; ahora
quiero ser una mujer de bien, que pueda vivir en comunidad y lo más
importante de todo que pueda criar a mi hijo, darle amor, cariño y que sea una
persona de bien, un hombre de paz.
Candelaria cómo me dolía verla secuestrada; usted sola, lejos de su familia,
por sacarle unos pocos pesos a sus papás; perdóneme Candelaria yo nunca la
retuve, solo la distinguí cuando ese día le llevé el primer desayuno. Esta
guerra no tiene sentido, es una idiotez seguir con eso.
Ya un poco tranquila Candelaria y consiente que María le estaba diciendo
la verdad le comentó: - La guerra no es nada bueno, quienes la alimentan son
buitres engendrados de águila que nunca conocieron las caricias de las manos
de una madre; fueron tocados por los tentáculos del odio, acariciados por los
lazos de la envidia, arrullados por el desprecio; las mezquinas sonrisas que
recibieron manaban de los rencores y porque no decir, los de la vida fácil. Son
hijos del mal, siembran terror dejando a mujeres viudas, niños huérfanos,
hombres motilados. Eso hace la guerra, es la reina de la oscuridad, el imperio
de la impunidad. Gracias a Dios, usted se salió de eso María, lo único que
demanda la sociedad de usted es que haga el bien, que le dé a su hijo los
principios de urbanidad, el respeto y el trabajo.
Ella sonrojada contestó. - Sí, eso espero, ya que la vida me dio esta nueva
oportunidad, seré una mujer de bien. Usted que ya está radicada aquí en Tame
ayúdeme a conseguir un trabajo, necesito hacer algo, comprar lo que necesita
el niño; si la guerrilla me ve desocupada trataran de llevarme otra vez y no
quiero por nada del mundo volver a esa vida.
-La verdad no llevo mucho tiempo aquí en el pueblo, estoy desde que me
liberaron, pero averiguaré con los profesores o con los compañeros haber
quien nos colabora.
-Si, Candelaria ayúdeme.
-¿En dónde está posada?
-En la casa de una amiga por el barrio Santander - Respondió María.
-Yo vivo en el centro - Repuso Candelaria.
Tranquila que le ayudaré en lo que pueda. Con ese acuerdo y un estrechón
de manos se despidieron.
Al llegar a la casa, Candelaria no podía ocultar su preocupación por tratar
de solucionar la necesidad de su nueva amiga María, quien siguió con estricta
disciplina el consejo de abandonar su macabra actividad, por un trabajo digno,
por un oficio que por humilde que fuera dignifica a la persona, enaltece el
espíritu y redunda por el bien de la sociedad.
Ni en las clases podía ocultar la preocupación por su amiga. En las horas
de descanso abordaba a los profesores para averiguarle si necesitaban a una
muchacha para los oficios domésticos, pero era infructuoso; uno de ellos le
dijo que necesitaban a una muchacha para llevarla a Bogotá pero sin hijos.
Una vez, al llegar al salón después de la clase de deporte, Candelaria se
desmayó. Los compañeros trataban de revivirla y se formó un escándalo en el
salón; todos trataban de echarle aire. Al final se recuperó para ser llevada al
médico. En el consultorio, el Doctor Evaristo Delgado después de preguntarle
todos los síntomas que sentía, le ordenó unos exámenes que debía llevárselos
al día siguiente en sobre cerrado; como médico tenía algunos indicios, pero
necesitaba corroborar exactamente las causas del desmayo.
Al día siguiente cuando el médico destapó y leyó los exámenes corroboró
las palpitaciones que tuvo el día anterior.
-Hija ¿usted tiene novio o pareja?
-No, no, no ahora no tengo. Bueno… sí y no porque él no está aquí en
Tame.
-¿Cuando se vieron la última vez?
-Hace unos tres meses.
-Usted tuvo relaciones sexuales con él ¿cierto?
La cara de Candelaria se sonrojo, porque nunca había tratado ese tema con
nadie, ni siquiera con sus mejores amigas.
El médico, tratando de darle tranquilidad, le dijo que era normal tener una
relación.
-Mira hija, no se preocupe, usted tuvo relaciones con su novio y el examen
indica que está embarazada.
En ese momento volvió a desmayarse Candelaria. No estaba preparada
para tener un hijo. El médico veterano para sortear ese tipo de situaciones, le
dio un poco de agua y le puso paños de alcohol en la frente, una vez recobró el
sentido le dijo: - Candelaria relájese, no se preocupe, usted no es la primera
mujer que sale embarazada. Usted es una muchacha muy sana y traerá ese
bebé al mundo, es una nueva vida, un nuevo ser.
Apenas reponiéndose del desmayo balbuceó:
-Y ahora qué voy a hacer, mi papá, mi mamá, ¿Qué dirán?
-No se preocupe muchacha si es el caso, yo hablo con ellos, eso es normal.
-No doctor, no le diga a nadie todavía. Trataré de ubicar a mi novio le voy
a contar, nos casaremos y ahí sí que sepan, ya no importa nada.
-Eso es cosa suya mija, lo importante es que debe darle buenas emociones
a ese hijo que va a tener.
-Tranquilo médico lo voy a cuidar muchísimo.
Se levantó de la camilla, se despidió del médico y salió del consultorio.
Muy preocupada llegó a casa, le comentó a doña Bárbara que le había hecho
un examen de rutina a todos los alumnos para prevenirlos de la epidemia de
viruela que estaba dando en la región.
Esa tarde se encontró con un profesor que necesitaba a una persona para
los oficios del hogar, Candelaria inmediatamente le recomendó a María, a
quien el profesor le dijo que podía iniciar el trabajo la próxima semana dado
que se iba la empleada que tenía.
María sería una aliada perfecta para Candelaria, contarle lo del embarazo,
además tenía la experiencia de ya ser mamá, podría recomendarle muchas
cosas e incluso sortear la situación mientras podía comunicarle a Joropo que
esperaba un hijo de él, que fue concebido siendo testigos la luna, la sabana y
las matas de cayena.
Esa misma tarde Candelaria y su mamá tuvieron noticias de don Luis
Corredor, de Joropo y de las demás personas que estaban en Las Pampas.
Conoció de antemano que en varias oportunidades habían querido ir a Tame
pero que la situación de orden público no les había permitido; en las sabanas
de Casanare se había hecho un reconocimiento casa a casa de los habitantes y
podía detectarse fácilmente si una persona salía hacia Arauca.
-¿Qué hacemos mija? Esa gente no puede venir ahora - Le dijo doña
Bárbara.
Con un poco de preocupación Candelaria repuso: - Si ellos no pueden
venir, vamos nosotras. El fin de semana podemos salir rumbo a Hato Corozal
y luego a Las Pampas, a nosotras no nos pasará nada.
-Es peligroso, no podemos ir sólo mujeres.
-Sí mamá, vamos.
-Esperemos unos quince días. Si definitivamente no pueden salir, entonces
vamos nosotras.
-Quince días es mucho tiempo mamá, es mejor ocho días, lo antes posible
mejor.
-Chica y cuál es su afán, eso el tiempo se pasa rápido - Le dijo doña
Bárbara en tono de regaño.
Las circunstancias que se estaban dando dejaban muy impaciente a
Candelaria. Sólo ella y el médico sabían de su embarazo; debía hacerle saber a
Joropo cuanto antes, para adelantar la boda, siempre y cuando las cosas
salieran bien.
Pese a la relación con María quien inicio su trabajo en los oficios
domésticos, aún no le contaría lo del embarazo. Pensó que la tercera persona
en saberlo debía ser Joropo. Seguramente sería un motivo para que los
turpiales siguieran cantando, las paraulatas afinaran su trino y la cayena testiga
muda de los encuentros, siguiera con sus floridos; en el futuro enrojecerían los
jardines del hato que uniría a Campoalegre con Las Pampas.
En el transcurso de esa semana Candelaria pudo cerciorarse que a María le
gustaba el trabajo; no era muy pesado, podía estar con el niño y los patrones se
encariñaban con el chico. Una buena tarde lavando en el caño con María,
porque ella también solía ir a ese sitio a cumplir con el oficio, ésta le
manifestó a Candelaria: - Debes tener cuidado, vi a unos milicianos por el
pueblo quien sabe qué diablura piensan hacer.
-Hay que comentárselo a las autoridades con mucha discreción, si es
posible que los capturen - Repuso Candelaria.
-Es muy peligroso, lo pueden matar a uno. – Contesto María.
-Por eso mismo le digo que con mucha discreción, espero que usted no se
vaya a prestar para cosas María, ya que se pudo salir de eso.
-Si, tranquila.- Contesto.
-Sabe, tengo que ir con mi mamá hasta Las Pampas en los próximos días,
vamos a visitar a mi papá y unos amigos que viven al otro lado del Casanare.
María le increpó que la situación era difícil. - Este mundo está tan
despedazado que por todos lados hay problemas, de todas maneras me cuenta
antes de viajar, porque por todos los caminos no se puede andar, la guerrilla a
minado muchos lugares.
Al finalizar la semana Candelaria presionaba a doña Bárbara para que se
fueran ese viernes.
-Chica ¿Cuál es su afán?- Le dijo doña Bárbara.
-Mamá, hay que ir a saber cómo está mi papá. - Mas sin embargo le fue
imposible convencer a la vieja para que emprendieran el viaje, debía ser el
siguiente viernes.
Las cosas en Las Pampas seguían un curso normal; la gente trataba
cotidianamente de hacer los trabajos en los hatos sin inmiscuirse con los
grupos al margen de la ley. Joropo se empeñaba en ir en la primera
oportunidad que tuviese a Tame. Cruzaría el río, pasaría por los sitios de
Campoalegre para recoger unas cuantas flores de cayena y llevarlas al regazo
de su amada. Por eso insistentemente le decía a don Luis Corredor que le
acompañaría cuando fuera.
A lo que el viejo le respondió. - Tranquilo Joropo, le aviso con tiempo, con
eso me acompaña; una vez nos den permiso cruzamos el río y nos vamos por
Campoalegre. A demás voy a levantar nuevamente la casa, si me matan que
me maten en fin ese es mi hato, lo formé y lo vi crecer; entonces no voy a
continuar de forastero, pese a que aquí no me falta nada.
-¡Verdad! ¿Piensa recuperar la vivienda y volver a vivir allá?
-Si mijo, apenas pueda ir a Tame, de una vez me traigo los materiales que
necesito y empiezo a construir.
Un poco curioso, pregunté: - ¿A doña Bárbara y a Candelaria las va a
traer?
-Sí Joropo, a ellas me las traigo, esas mujeres no deben estar amañadas en
Tame, ellas están acostumbradas a vivir en esta sabana.
-Eso es cierto, yo voy a ayudarle don Luis, mejor dicho si quiere nos
vamos mañana, usted pasa a Tame y yo me quedo limpiando Campoalegre.
-Buena idea, pero en ese caso ¿dónde come? es mejor que baje Bárbara
para que nos cocine, con gente es rápido que se levanta una casa. Esto es como
volver a nacer mijo, después de tener uno todo organizado, que llegue otro y
en unos minutos le acabe lo que con sudor de frente se hizo, eso es muy duro,
pero bueno uno definitivamente vino a este mundo fue a darse golpes. Joropo,
usted me da una buena idea y es la de ir avanzando con algunos trabajos;
además de ir limpiando podemos ir cortando la palma, la madera e ir
arreglándola, estamos en plena menguante, es el momento oportuno para ese
oficio, arranquemos mañana, ¿con cuántos obreros nos vamos?
-No sé, usted dirá don Luis.
-Toca unos poquitos, para que no se den cuenta, si va usted, yo…
necesitamos tres más, vamos los cinco.
De una vez nos pusimos de acuerdo y amarré mi rucio, el caballo que
conocía paso a paso los correderos de Campoalegre, afilamos machete y muy
temprano cruzamos el río. Así, cuando el sol se empezó a levantar sabana
adentro nos confundimos con los matorrales y al llegar cerca de los horcones
que se levantaban como testigos mudos entre los frutales; el rucio marmoleño
empezó a levantar la cabeza, a dirigir las orejas hacia las ruinas y a forcejear
como avisando a un amor oculto, que llegaba.
Quedé inmóvil cuando estuve parado en el sitio donde aquella noche
recorrí con una flor todo el cuerpo de Candelaria, la estreché en mis brazos por
primera vez; con la luna como testiga muda desde el cielo resplandeciente,
colgada como un farol.
Los trabajos se adelantaron tratando de reutilizar la madera que aún servía.
En las horas de la tarde comimos un poco de carne frita y luego trabajamos en
jornada continúa para que nos rindiera. Don Luis y los obreros habían cortado
tanta palma que se podían hacer dos casas; la tarea estaba hecha. Faltaba cortar
algunos palos, pero esa sería la tarea del siguiente día.
Ese día de tardecita llegamos a Las Pampas muy cansados por la tarea que
habíamos realizado. En la noche no podía conciliar el sueño, veía el patio de
Campoalegre con un jardín florecido; a Candelaria arreglándolo, abonándolo,
podándolo y formando un espejismo entre ella y las flores.
Los trabajos continuaron con tal rapidez que don Luis manifestó
posteriormente. - Muchachos, nos rindió más que a “los negritos de Juan
Aragoza”; haciendo alusión a un cuento sabanero, de un dueño de hato que
tenía pacto con el diablo, no tenía obreros pero cuando empezaba a trabajar
salían tantos negritos, que en un rato, hacían el trabajo de cien hombres en un
día.
Por fin don Luis Corredor me dijo que ese fin de semana le acompañara a
Tame. En cumplimiento a las normas que se habían impartido, fuimos hasta
San Nicolás a pedir el respectivo permiso para ir al pueblo.
Cruzamos el río y continuamos el viaje por los lados de Puerto Gaitán;
pronto veríamos la serranía que se levantaba como una muralla impenetrable.
En esa fortaleza natural sobre una meseta se veían las primeras casas del
pueblo. Cuando llegamos buscamos rápidamente la casa en donde estaban
arrendadas doña Bárbara y Candelaria, pero no estaban. Ellas ese día habían
madrugado para las Pampas por otro camino, se habían ido por los lados de
Rincón Hondo, a salir a Campoalegre para luego cruzar el río y llegar a Las
Pampas.
-Carajo, esas mujeres se fueron solas - Exclamó don Luis Corredor.
- Mañana madrugamos, Don Luis y las alcanzamos en Las Pampas
-Ese no es el caso Joropo, lo que pasa es que por ese camino hay muchos
problemas. Usted me entiende, es más seguro por la ruta en donde nosotros
veníamos - Replicó el viejo.
En ese momento saludó una muchacha en la puerta. - Buenas tardes
-Buenas, - Siga contestamos.
Entró y preguntó por Candelaria. - Señor ¿Candelaria? le puede decir que
le necesita María.
-No señorita, ella no está, - Contestó don Luis.
-Para dónde se iría. ¿Usted es el papá?
-Si señorita. Según nos comentó un vecino, se fueron para Las Pampas y
no sabían que nosotros veníamos por otro camino. Por eso no nos
encontramos.
-Y ¿por dónde se fueron? - Preguntó preocupada María.
- Por los lados de Rincón Hondo - Contestó don Luis.
María quedó pálida. Su rostro mostró mucha preocupación, pero no hizo
más preguntas, no alcanzo avisarle que ese camino era el menos indicado.
-Bueno, hasta luego señores
-Hasta luego - Contestamos.
Cuando aún descansábamos antes de acostarnos, se corrió en el pueblo la
noticia que había explotado una bomba quiebrapatas después de Rincón
Hondo y que había matado una mujer. Esa noticia nos hizo quedar de pie,
decidimos arrancar de una vez en esa ruta, pero las autoridades no nos lo
permitieron por seguridad.
-Caramba, ¿dónde estarán aquellas mujeres? - Se preguntaba don Luis
impaciente, recorriendo la casa de esquina a esquina.
-Tranquilícese don Luis, ellas están bien. – Expresé.
Esa noche no pudimos dormir y antes que pintara el alba nos disponíamos
a iniciar el camino.
Cuando llegamos a Rincón Hondo, nos informaron que los hombres se
habían ido a ayudar a una víctima de una mina quiebrapata. En seguida
hincamos los talones a los caballos, corrimos hasta que vimos un grupo de
gente que traía una hamaca con un cuerpo adentro.
Cuando estábamos cerca salió un grito de llanto del grupo. - ¡Luis, Dios
mío lo que sucedió! - Era la voz de doña Bárbara.
En ese momento sentí un guaznido de guacharaca que presagiaba lo más
insólito que hubiese podido suceder. Cuando nos acercamos a ver la hamaca
enrojecida; yacía pálida y sin vida Candelaria, como un cuerpo angelical. El
llanto se apodero de nosotros; sentía que se esfumaban de mi mente las
ilusiones, las alegrías, el encanto.
En medio de la escena apocalíptica don Luis les dijo: - Señores les pago
muy bien, pero a esta muchacha no la entierro en Tame. Quiero enterrarla en
Las Pampas a donde regresaremos. Quiero que el llano que la vio nacer, la
reciba en su seno.
Inmediatamente tomamos camino hacia Las Pampas. Cuando pasamos por
el sitio de Campoalegre esperé que el cortejo se adelantara. Luego me
precipité rápidamente al jardín, desocupé la maletera, coloqué el chinchorro y
la ropa que llevaba sobre la silla y empecé a recoger flores de cayena hasta
llenarla.
Una vez llegamos a la casa: mi mamá, mi papá, todos llorábamos. Antes de
que la colocaran en un ataúd de tablas de cedro cortadas por mi papá, destapé
la maletera y empecé a sacar las flores de cayena que tenían el mismo
resplandor del jardín que ella había cultivado; fueron tantas las que coloqué
sobre el cuerpo inmóvil, que no se le veía la ropa blanca que le habían puesto.
Con ternura, coloqué una en sus crespos de oro como símbolo de reinado
perenne.
Una vez fue sepultada cerca al cañaote se le colocó una cruz de madera.
Don Luis pagó a los hombres que habían ayudado a llevar el cuerpo, los cuales
regresaron a su vereda.
Al paso de los días, doña Bárbara se repuso un poco, contó que caminaban
juntas hablando; decían que deberían regresar de nuevo a Campoalegre, que
no debían abandonar la sabana. De pronto una explosión las había separado,
ella sólo vio arena y polvo, y al volver en sí, vio tendida a Candelaria,
sangrando.
-Mamita no me dejes morir, ayúdame.
-Mija, Dios mío, ¿por qué esto?
-Mamita estoy muy mal… esta guerra sin sentido nos va a separar. Yo…
quiero que sepas algo mamita, quizás yo me voy, y conmigo lo que más
quiero. Dile a Joropo que cuando contemple la cara de la luna en plenilunio;
me verá junto a un hijo suyo que llevo en mi vientre. Perdóneme mamita por
no contárselo antes; pero la guerra que no iniciamos, que no es nuestra, nos
separará para siempre; en el cielo los espero con mi hijo, con mi hijo, mi hi….
Cuando oí esto de doña Bárbara, corrí a la pieza, saqué el poncho y el
sombrero con la crineja de Candelaria; los coloqué en la cruz y lloré
desconsoladamente hasta empapar el poncho de tal manera que las flores
dibujadas se volvían borrosas para siempre.

FIN

GLOSARIO

AGUAITACAMINO: Ave nocturna de plumaje pardo grisáceo con


coloraciones rojizas y negras en la parte superior, está provista de una larga
cola con plumas blancas y negras, vive en zonas tropicales.
ALCARAVÁN: Ave de las zancudas de plumaje negro con el pecho blanco
de canto estridente.
BICHO: Interjección que denota sorpresa.
BOLEFUEGO: Espectro en forma de bola de fuego. Este espanto es
común en el llano.
CABALLERIZA: Casa sin paredes, donde el viajero amarra su
cabalgadura al llegar a un hato o fundo.
CACHILAPERO: Persona dada a robar ganado.
CANOA: Embarcación de madera usada como transporte en los caños y
ríos.
CAÑAOTE: Cañada grande.
CARIBABARE: Hacienda ganadera que fundaron los Jesuitas en los llanos
orientales
CARRAO: Ave zancuda de pico largo y fuerte, de color café que se
alimenta de caracoles; su canto anuncia la llegada del invierno.
CERRERO: Sin domesticar. Café sin dulce.
CHACHARO: parece un pequeño puerco salvaje de cuerpo delgado,
cabeza grande y patas cortas. De color negruzco o grisáceo. Vive en manadas
dominadas por hembras.
En 1952 los guerrilleros del llano inventaron un instrumento consistente en
un trozo de madera con una cuerda templada de sus extremos raspada con una
vejiga de res por un lado, mientras que por el otro se golpea con dos palos
cortos; de acuerdo con la melodía que se ejecuta, produce un sonido grave
parecido al del bajo.
CHIPOLA: Variante rítmica del joropo llanero.
CHIMÓ: pasta de extracto de tabaco y sal de urao que se utiliza para
mascar.
CHIVÓN: Nido de avispas. Avispero.
CHOCOZUELA: Corte de carne de res forma de la articulación entre la
pierna y la cadera.
CHUNCHULITA: Avispa pequeña de colores amarillo y negro, cuya
picadura es dolorosa.
CODÚA: Especie de pato salvaje anfibio común en América.
COLEPATO: Alero bajo de la casa llanera; se usa para guardar la leña.
COTIZA: Alpargata.
ERIZADA: Despelucarse por efecto del miedo.
GABAN: Ave parecida a la cigüeña, pero con el pico más grueso y el
cuello desnudo y de color negro.
GIRARA: Tribu indígena
GUAYUQUÍA: Pasar la cola de la res por la entrepierna una vez está en el
suelo para evitar que se pare
HATO: Ganadería. Cría de ganado.
HELAO: Niño enfermo por los humores que el cuerpo humano emana
cuando entra en descomposición.
JAGÛEY: Pozo profundo para extraer agua.
LLORONA: Espanto de la sabana. Fantasma.
MANIAR: Acción de manear, atar de pies y manos. Creencia popular
donde los espíritus actúan maneando a las cabalgaduras en las noches oscuras
de invierno.
MATAJEY: especie de panal de abejas silvestres, construyen el panal en la
rama de un árbol, como una gran esfera o bola oscura, casi negra, producen
miel, son abejas agresivas, de temperamento parecido a avispas, cuando se les
molesta atacan con agresividad.
PAJARILLO: Ritmo alegre y fuerte del joropo.
PATO GÛIRE: Pato pequeño de color café oscuro y pico rojo. En el
interior del país le dicen: cirio o pisisí.
PILÓN: Mortero de madera para pelar maíz, arroz, etc.
PIMPOLLOS: Retoño. Bretón, en Casanare.
PLENILUNIO: Luna llena
SILBÓN: Espíritu de la sabana. En el llano de Colombia se la llama sinfín.
TOPIA: Casa de barro de las termitas o comejenes. Soportes para colocar
las ollas en el fogón.

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