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Colección
Dame de beber
Meditaciones del Pbro. Manuel Pascual
* En preparación
Manuel Pascual
Lo reconocieron al partir
el pan
12 meditaciones
Diseño y composición: Alberto Azzolini y Adrián Broggini
Editorial Guadalupe
Mansilla 3865
1425 Buenos Aires, Argentina
Tel. / Fax.: (11) 4826-8587
Internet: http://www.editorialguadalupe.com.ar
E-mail: ventas@editorialguadalupe.com.ar
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Lo reconocieron al partir el pan
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mundo y toda su Persona, hay que estar con los sentidos bien
abiertos.
Quiso quedarse entre nosotros hecho pan y vino, no es
casualidad la forma… ¿Para qué? para que podamos
alimentarnos con su amor. ¿Cuál es el mensaje? El hombre
no sólo vive de pan o, mejor dicho, el pan es el amor, de eso
vive el hombre. Jesús se quedó hecho pan para que, al
asimilarlo, lo encarnemos haciéndolo presente. Fíjense qué
linda manera de multiplicarse: si comemos ese pan nos
hacemos pan. Una señal de haber comulgado bien es
encarnar el amor, ser compañeros de Emaús para otros, eso
es lo que produce la Eucaristía cuando comulgamos bien.
Somos nosotros los que tenemos que ir al encuentro de los
desilusionados, de los abatidos, de los que están sin
esperanza, para hacer lo que hicieron con nosotros.
Nuestra vocación más profunda es la comunión.
“No conviene que el hombre esté solo” (Génesis 2,
18),
dice la Biblia allá en sus primeras páginas. Nuestro destino,
ciertamente, no es la soledad.
“Esta sí que […] es carne de mi carne” (Génesis 2,
23),
exclama Adán y todo hombre que, en la comunión, saborea
la plenitud a la cual fue llamado.
Esto lo voy a explicar un poco: este es el primer “Cantar
de los Cantares” de la Biblia; ¿cantar qué?: un canto al amor
que permite intuir “el Amor”. El hombre, ¿cuándo canta el
amor? No sólo cuando encuentra un amor humano sino
cuando, al encontrar amor humano, intuye el Amor con
mayúscula. Por eso es el primer cantar de los cantares de la
Biblia. Fíjense que hasta el libro, El Cantar de los Cantares es
el canto que permite intuir el amor.
Fíjense que, si fuéramos lectores de la existencia, cada vez
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Si conocieras el don de Dios y quién es el
que te pide de beber
“Jesús le respondió:
«Si conocieras el don de Dios
y quién es el que te dice:
’Dame de beber’,
tú misma se lo hubieras pedido,
y él te habría dado agua viva»”
(Juan 4, 10)
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2ª meditación Si conocieras el don de Dios ...
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comunión con Dios, es entrar con Aquel que nos puede ayudar
a comprender lo que somos y, conociéndolo a Él, vamos a ir
conociendo al que tiene nuestro sueño.
Sin embargo poder decir que somos un llamado, un
congregado, un ser creado, es poder decir mucho. Alguien
nos llamó a la vida, a la existencia. Y esto, en una mirada
rápida, diríamos qué poquito y, sin embargo, qué pista pro-
funda porque quiere decir que alguien nos llamó a la vida y
a la existencia. Y esto que parece poco, saber nuestro origen,
saber que somos una creatura amorosa, que somos el sueño
de otro, saber que somos un proyecto amoroso de Dios, es
saber mucho más que si pudiésemos escribir un libro sobre
nosotros. Porque esta es nuestra raíz, la clave de nuestra
identidad.
Y justamente el religioso es el hombre que toma conciencia
de esto, que sabe y comprende y lee la vida, las cosas, el
mundo como una creación, que todo proviene de Dios y ha
comprendido -el hombre religioso- que, para entenderlo,
para resolverlo, para llevar a su plenitud esto inconcluso que
somos, hay que estar frente a Él, que es el Autor, el Creador y
sólo frente a Él se puede resolver el enigma de la vida.
Otra manera de decir esto sería preguntar: ¿quién es el
hombre agradecido? Agradecido es el hombre que se sabe
amado. Si sólo supiéramos que somos un ser amado por Él,
eso bastaría para encontrar luz, para transitar esta oscura
existencia. ¡Qué breve definición de nosotros mismos: un ser
amado! Y, sin embargo, si esto lo creyéramos a fondo, sería
luz suficiente para transitar por la oscuridad de la vida.
Dios, al tomar la iniciativa, no solo crea, sino que quiere
crear conciencia. Bienaventurado es aquel que ha podido
comprobar que no se puede entender ni salvar solo (Mateo
5). ¿Cuándo estamos terminados de ser creados? Cuando
Dios crea conciencia de lo que somos. Tomar conciencia es
como darle a nuestro ser su plenitud. Una cosa es ser algo y
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2ª meditación Si conocieras el don de Dios ...
otra es saber que uno lo es. Por eso ¡si supiéramos quiénes
somos…, si supiéramos quién está frente a nosotros…! Dios
quiere crear conciencia.
De estar vivo a poder dar gracias por estarlo hay un largo 2
trecho. Una cosa es haber nacido y otra cosa es que algún
día, aunque sea el último, podamos decirle a Dios: “¿Sabés
qué, Señor? Te agradezco profundamente que me trajeras a
la vida”, y esto no es muy simple de decir con los ojos abiertos.
Basta mirar la Escritura y descubrir que más de un hombre
de Dios se preguntó si tuvo razón de haber nacido o no
hubiera sido mejor morir de niño. Tal vez, preguntarse esto
sea parte del camino de la vida. Entonces no sólo hay un
largo trecho entre estar vivo y dar gracias por la vida, sino
que también hay un largo trecho entre el Bautismo y la
Eucaristía. Una cosa es estar bautizado y otra es poder un
día celebrar nuestra existencia cristiana y a Jesús. Es como el
paralelo cristiano de lo dicho antes.
¿Quiénes celebran la Eucaristía? Los que se dieron cuenta;
recién entonces tienen motivos para celebrar. ¿Por qué estoy
diciendo todo esto antes de introducir? Porque si Eucaristía
significa acción de gracias, la gran pregunta tiene que ser
¿de qué? Para poder dar gracias y que no sea una obligación
sino una necesidad interior del amor, hace falta saberse
amado, darse cuenta de que se es amado.
La vida tal vez no sea otra cosa que tomar conciencia y
aceptar que Dios y los otros nos ayudan a alcanzar su plenitud.
Si llegamos a comprender esto, entendimos algo muy hondo.
Y no es tan simple entenderlo, ya que podríamos decir que
vivimos para esto, para darnos cuenta de esto, y aceptarlo y
dejar que Dios y los otros nos ayuden a alcanzar la plenitud.
Teniendo la imagen más típica de un pueblito en el campo,
a veces de un barrio, vieron que a Misa muchas veces se
llama tocando la campana. La voz de la campana, decíamos
antiguamente, era la voz de Dios y no sólo en el convento,
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“Este hombre recibe a los pecadores y
come con ellos”
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demasiado bello para ser cierto. Vieron que cuando nos pasa
algo lindo enseguida decimos, pero ¿me puede pasar a mí?,
vieron que medio en broma, me pellizco a ver si no estoy
durmiendo..., es cierto esto, es tan lindo que cuesta creerlo.
Entonces el Gloria empieza embalado pero termina casi
dudando.
Desde nosotros que amamos sólo lo bueno, bello y útil es
difícil creer que alguien nos ame aunque no seamos tan
buenos, tan bellos y tan útiles. Por eso luego del Gloria viene
la “oración colecta”, donde conscientes de que estamos ante
un don -el amor, que no es premio a nuestras virtudes, a
nuestra belleza, a nuestras capacidades-, nos disponemos a
recibirlo. Frente a los dones uno puede disponerse y pedimos
–humildes- que nos los den, ya que exceden nuestros méritos
y capacidades. Ante el amor no hay conquista, hay
disposición, humildad y pedido.
La disponibilidad ya no es sólo la motivada por la pobreza
sino la que suscita el amor. Ejemplo: si una persona está
muerta de hambre golpeará la puerta de una casa y dirá:
“por favor ¿tiene algo de comer?” y aceptará casi cualquier
cosa porque tiene hambre. La disponibilidad suscitada por
la pobreza es “cualquier cosa porque tengo hambre”. La
disponibilidad suscitada por el amor no es “porque no tengo
más remedio acepto cualquier cosa”, sino porque intuí tu Amor
acepto cualquier cosa, que es distinto. Si uno empezó a
vislumbrar el Amor de Dios, el amor suscita disponibilidad,
pero no ya la disponibilidad de la creatura pobre que está
ante Dios y se da cuenta de que no puede pedir algo, sino de
la creatura que se dio cuenta de que Dios es Amor y, ante el
Dios que es Amor, puedo estar disponible porque sé que no
me va a dar cualquier cosa, sino lo que necesito.
Algunos jamás llegan hasta aquí, hasta esta disponibilidad
suscitada por el amor. Por ejemplo cuando estoy ante una
persona que creo que me quiere y es mi amigo, ya no me
defiendo y estoy. Si me dicen, -por ejemplo, en mi caso-:
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conocidos y amados.
No sé si se entendió, y permítanme este ejemplo y termino.
Vean la escena de la crucifixión de la película Jesús de
Nazareth. Si alguna la vio hace poco recordará esto: estaban
María, Juan y estaban los soldados romanos y la Cruz. Y se
acerca María Magdalena, y el soldado romano le dice:
“fuera, acá están sólo los de la familia”. Y entonces María
Magdalena le dice: “To soy de la familia” y la mira a la Virgen.
Y María dice: “Es de la familia”. ¿Se entiende? Y era María
Magdalena.
¡Fíjense qué lindo, al lado de la Virgen no se sentía
incómoda una mujer pecadora! Por eso dije: que nunca un
pecador se sienta incómodo de estar al lado nuestro porque,
si no, el problema no lo tiene el pecador: lo tenemos nosotros
porque no entendimos dónde estamos, quiénes somos y qué
tenemos que infundir.
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que a veces hay una reunión y uno dice “va a ser una reunión
formal” y supongamos que una hermana de golpe dice: “per-
donen pero yo les tengo que decir algo” y les habla desde
más adentro; ya la reunión no es la misma porque no se
puede seguir hablando de lo formal cuando alguien ya puso
el corazón y obligó a que ese diálogo tenga que seguir ya en
ese tono o se deja de hablar.
Quien se revela nos revela y por eso nos asusta que Dios
se revele porque, de alguna manera. que también Él aparez-
ca, pone de manifiesto lo que somos. Ejemplo bíblico: cuan-
do Pedro se da cuenta quién subió a la barca, ¿qué le dijo?:
“Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo:
«Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador»” (Lucas
5, 8),
porque darse cuenta del santo era percibir su condición
de pecador; darse cuenta del Señor lo hacía sentir pobre.
La Palabra es proclamada en la misa, en la liturgia. Co-
mienzan las lecturas, y esa Palabra leída pretende ayudar-
nos a interpretar esa otra palabra que es la realidad, la his-
toria, lo que acontece. Recuerdan que el Dios de la Biblia
nos dice que es el Dios que se revela en la historia y en los
profetas. Quien escuche a Dios sólo por la Palabra no lo va
a entender nunca, quien sólo mire la historia no lo va a en-
tender nunca. En cambio quien escuche la Palabra desde la
historia lo va a entender.
Lo vamos a decir en términos más personales: La Palabra
proclamada se hace elocuente cuando es escuchada con el
corazón en la mano desde una historia real que gime por
encontrar sentido. Si leo la Biblia por deporte y sin estar ex-
puesto con mi corazón, difícilmente voy a saber qué me quiere
decir Dios. Si lo escucho desde mi vida anhelante, sufriente,
sangrante, enamorada, herida, probablemente esa Palabra
diga: entonces entiendo, eso es para mí. Por eso, en algún
retiro, y a lo mejor cuando sea muy viejito, lo voy a hacer
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¡Qué sabia esa expresión que dice: “Hay razones que sólo
entiende el corazón y no la cabeza”! A lo más profundo no se
llega razonando sino intuyendo y, sobre todo, creyendo.
Vieron cuantas veces una mujer -y en eso la mujer es muy
sabia, es capaz de intuir, de leer el corazón, y a lo mejor no
porque lo razonó mucho-, lo entendió al niño con amor, a la
persona, al marido, al que sufre. Seguramente alguna de
ustedes es enfermera; a lo mejor un médico que piensa mu-
cho no sé si entiende tanto como una enfermera que ama.
¡Qué preciso, pero qué estrecho es el campo de la razón! No
todo entra en el laboratorio, en el microscopio.
Dios se asoma al hombre desde las creaturas pero sobre
todo desde Jesús. Él asume el lenguaje humano y por eso
enseña viviendo y hablando. Las personas no sólo habla-
mos cuando hablamos; hablamos siendo, existiendo. Noso-
tros decimos muchas cosas con la vida, no sólo con las pala-
bras. Por eso las palabras de Jesús: estoy apuntando a apren-
der a escuchar a Jesús, no solamente las palabras de Jesús,
sino a escuchar esa Palabra que es Jesús. Aprender a escu-
char bien el Evangelio es tratar de asomarnos, por sus pala-
bras, a su Persona, que es la verdadera Palabra.
Las palabras de Jesús nos ayudan a entender a Jesús que
es la Palabra. La mejor predicación es la existencial. Por ejem-
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Creo que tú eres el Mesías,
el Hijo de Dios,
el que debía venir al mundo
““Jesús
Jesús le dijo: ««Y
Yo soy la R esurrección y la Vida.
Resurrección
El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás.
¿Crees esto?». Ella le respondió:
«Sí, Señor
Señor,, creo que tú eres el Mesías,
el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo»”
(Juan 11, 25-27).
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sino creemos que nos está amando. No basta creer que existe:
existe y me ama. Al Padre que nos ha creado, al Hijo que nos
ha redimido, al Espíritu fuente y principio de nuestra
santificación, el que nos hace hijos. En otras palabras; le
creemos a un Dios que nos ha asumido, sanado y elevado...
Eso creemos que está haciendo con nosotros.
Creemos no sólo en lo que es, sino en lo que está haciendo.
En otras palabras, creer es creer que Dios nos está amando,
eso es tener fe. Como Abraham, el padre de los creyentes,
que salió de su ciudad sin saber a dónde iba, la fe es un salir
oscuro, pero confiado en Alguien. No sabemos bien qué está
haciendo, pero sabemos quién lo está haciendo. ¡Fíjense si
pudiéramos creer a fondo, con certeza absoluta, que nuestra
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vida está siendo amorosamente guiada por Dios, , aunque
no entendamos por dónde! ¡Cómo descansaríamos, cómo
viviríamos todo distinto si siempre pudiéramos creer que todo
lo que acontece es adorable, es providencia, es amor!
La fe de Dios en el hombre suscita nuestra fe en Dios.
¿Quién es el primero que tuvo fe? Dios, tuvo fe en nosotros.
¿Qué quiero decir? Creyó que éramos capaces de acoger su
amor y de responder con amor. Por eso se animó a empezar.
Cuando uno se anima a empezar algo es porque cree que
algo es posible. Entonces, Dios cree en nosotros y por eso,
porque Dios cree en nosotros, nosotros podemos creer, no
sólo en Él sino que también podemos creer en nosotros.
Vieron que todos los que estamos acá esto lo hemos
comprendido, ¿Quién en el noviciado o postulantado no dijo:
“¿podré seguir adelante? Yo en Dios creo, ¿pero en mí?”
Ven: cuántas veces nuestros límites nos decían: hasta acá. Y
porque creo en Vos, entrego esto que me supera. Y así como
transitamos parte del camino, creamos que vamos a poder
transitar lo que le falta al camino.
Podemos creer en el hombre, en lo que somos, si él cree
en nosotros. Fíjense que nosotros dudamos mucho -y no digo
nosotros solos-, el ser humano duda de su suerte. Duda,
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sona, para bien y para mal. En una acción una persona puede
mostrar su fondo. Pero también tiene algo de injusto juzgar
una vida por una acción. Supongamos, el otro día estaba en
la casa de hermanas donde vivo y miraba a la cocinera y
digo: hace treinta años que está cocinando todos los días.
Supongan que un día la hermana se levanta y diga “hoy no
quiero cocinar”. ¿Podemos juzgarla a esa hermana que
cocinó treinta años porque un día dijo “hoy no quiero”? ¿Por
ese día vamos a juzgar treinta años de mañana, tarde y
noche? Sería injusto. Entonces, hay que tener cuidado. A nadie
llamemos santo ni pecador por un instante. La cosa es más
compleja. Lo mismo nosotros: no nos hundamos, a veces, en
el instante, sino miremos el conjunto.
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Se los digo con otro ejemplo: en la Biblia, cada texto tiene
un sentido en sí mismo, pero se lo entiende en profundidad
sólo a la luz del todo. Imagínense si un día viene una
postulante tapándose el ojo y uno dice “¿qué te pasó?” “me
arranqué el ojo, hermana”, “¿por qué?” “y, el Evangelio dice
que si me es ocasión de pecado, que me lo saque”. Sería
peligrosísimo tomar un texto y no la Biblia. Por eso Jesús, en
el camino de Emaús les explica a los discípulos las Escrituras.
Hay que aprender a mirar el horizonte, y esto que nos causa
gracia es lo mismo que cuando, a lo mejor, algo nos salió
mal y uno se encuentra con una persona y dice “¿qué te
pasó?” “Me fue mal en catequesis” “¿Y por eso tenés esa
cara?”. ¿Podés juzgar tu vida, podés estar tan triste porque
una cosa te salió mal? No te hundas, hay que mirar el
horizonte, el mapa, el conjunto, no ahogarse en el instante,
en el vaso de agua. Vieron esa expresión tan gráfica: uno a
veces se puede ahogar en un vaso de agua. Creo que a todos
nos pasó, que algún día dijimos “no puedo más”. Y alguien
nos dijo “¿por qué no esperás una semana o un día o unas
horas?” Y uno, después, lo vio de otra manera. Y en aquel
instante hubiésemos jurado que no había salida, que estaba
todo perdido.
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años, un día nos demos cuenta de que hay que dar un salto
definitivo, cierto y oscuro, y terminar de abrazar la fe con una
decisión libre y consciente, donde le rindamos al Padre el
sublime culto de una confianza filial.
Permítanme un ejemplo, no sé si ustedes leen a veces el
oficio de lecturas, que toca en la Liturgia de las horas. Alguna
vez aparece san Ignacio de Antioquía, uno de los Padres de
la Iglesia, y no sé si recuerdan -para quIen no lo leyó es un
obispo que fue conducido al martirio-, y este obispo dice
“por favor, no intercedan, yo quiero ir a morir con Jesús” pero,
entre las cosas que dice, leemos “recién ahora empiezo a ser
cristiano”. Esa frase parece un poco exagerada, pero... Vamos
a decirlo en términos más actuales: supongamos que entrara
una señora o alguien y oyera que yo estoy diciendo
“hermanas, ustedes y yo, a lo mejor, tenemos que empezar a
creer”. Entonces esa persona diría “este padre está loco,
¿cómo él le dice a las hermanas y a sí mismo que a lo mejor
tienen que empezar a creer?”. Creo que ustedes me entienden;
hace años que creemos, pero, ¿no podríamos decir...? -yo lo
podría decir-: “tengo que empezar a creer”. Y seriamente.
¡Ojalá pudiera soltarme y vivir como hijo! Diría más, creo
que es el sueño profundo de cada una de ustedes. Miren si
un día cometemos la locura de volvernos hijos de Dios,
siempre, sin retorno, no un rato.
La fe puede crecer en extensión, ¿qué quiere decir? Por
eso hay que tratar de profundizar en sus misterios: uno puede
ir entendiendo un poco más la fe, en las lecturas, en las
meditaciones, en los cursos, compartiendo con otros pero,
sobre todo, lo que importa es crecer en intensidad. Qué
gráfico ese pasaje donde Jesús rodeado por una multitud
que lo apretuja pregunta: “¿Quién me tocó?” refiriéndose a
la intensidad de la fe de esa pobre mujer. Y los apóstoles lo
miran como diciendo “Señor, te están apretujando todo, ¿y
vos preguntás quién te tocó?”. Y Jesús sabía que alguien lo
había tocado con fe.
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Sólo dos moneditas de cobre
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El Señor, dándose vuelta, miró a Pedro...
Este recordó... y saliendo afuera,
lloró amargamente
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Por ellos me consagro, para que también
ellos sean consagrados
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tor, incluso ser sólo su Dios, sino Dios nos quiso hacer
partícipes de su familia, de su casa, de su intimidad, ser hijos
y herederos del Padre. Fíjense qué título tenemos, herederos
del Padre. Fíjense qué locos que somos, que si a lo mejor
tuviésemos una herencia de dinero o de honor saltaríamos
de gozo, y nosotros somos herederos del Padre y no
enloquecemos.
Acabamos de poner sobre el altar pan y vino, en el
Ofertorio, el pan y el vino, nuestras humildes, heridas e
inconclusas vidas. Y qué es lo que nos damos cuenta que
sucede: que Él toma lo nuestro y lo hace suyo... “esto es mi
Cuerpo, esta es mi Sangre”. Ya es mucho encontrar un amigo
que te busque, que tome la iniciativa en el amor, que te abra
el corazón y dialogue con nosotros sin defensas, pero el amor
alcanza su cumbre cuando se hace cargo. Ya no sólo escucha
mis problemas, ahora son suyos... Esto que dice la
Consagración: “Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”. ¿Qué
nos está diciendo Dios, esto que sos vos ahora es mío, este
problema que es ser hombre ahora es de Dios.
El amor busca la identidad e intuyendo nuestro deseo nos
dice algo todavía más fuerte, “hagan esto en memoria mía”.
¿Qué quiere decir? No sólo nos da amor, sino que su amor
nos capacita y nos invita al amor, es decir a la respuesta. El 8
amor de Dios no es algo que nos hace pasivos. El Creador
crea creadores y el amor suscita amantes, no sólo amados.
Es como si dijera, “Si me tienen presente, me hacen
presente...”. ¿Cómo? Con una memoria operante de mí,
dando el amor que yo a su vez les di. Por eso, ¿cómo termina
la Consagración? “Hagan esto en memoria mía”, esto que
Yo hice con ustedes háganlo ustedes con los demás.
El amor maduro se hace cargo, eso es la encarnación
redentora, hacerse cargo y llevar a plenitud. La consagración
no es otra cosa que eso, el sacramento de la encarnación
redentora. Jesús se hace cargo del hombre y quiere llevar a
plenitud su existencia. Este es el misterio de la fe, un Dios que
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Padre, esta es la Vida eterna:
que te conozcan a ti
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17, 1).
Es decir, pasó sin interrupción del diálogo a la oración.
Algo de esto le pasaba a san Pablo; en sus cartas está
tocando un determinado tema y, sin darse cuenta, lo
encontramos rezando. Por ejemplo, hablando de la humildad
termina con el himno del anonadamiento de Jesús (Filipenses
2, 6-11). Pablo le escribe a los Filipenses y les está diciendo:
“Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (2, 5),
porque se peleaban, les faltaba humildad; cuando Pablo está
hablando basta que diga: “Tengan entre ustedes los mismos
sentimientos de Cristo Jesús” y ahí sigue: “El, que era de
condición divina...” (2, 6). Esto le pasaba a Pablo, esto le
pasó a Jesús.
Cuando un corazón es profundo y religioso las fronteras
entre lo sagrado y lo profano casi no existen. Por ejemplo -en
el Noviciado es muy claro, tiempo de silencio, de recreo,
clausura, todo está como marcado-, si yo le pregunto a la
más viejita de ustedes: “Hermana, usted ¿cuándo empieza a
rezar y cuándo termina de rezar?”, “No sé”, me responderá.
“Tiene horario de oración pero ¿empieza a rezar cuando
llega el horario? ¿O estaba rezando cuando se despertó y
terminó de rezar cuando tuvo que salir de la capilla y tuvo
que ir a la cocina, a barrer un pasillo o hacer algo, o sigue
rezando ahí?
Jesús nos enseña para aprender en este mundo a levantar
los ojos al cielo. Él estaba hablando con los discípulos y, de
golpe, dice: “y levantando los ojos al cielo...”. La clave de
comprensión de lo que pasa no está aquí. El hombre de
oración pasa casi sin darse cuenta de la oración al diálogo y
de la vida a la oración.
Cuando nos lleva mucho tiempo disponernos a la oración
es que estábamos viviendo mal. Si yo estaba realizando una
tarea y, para ponerme a rezar, necesito media hora para
serenarme, estaba viviendo mal, es demasiado tiempo. Un
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Pensar que esa jovencita se atrevió a soñar con Dios. Es como
si Dios estuviera diciendo: “¿hay alguien que tenga ganas
de soñar? ¿Hay alguien que se prenda? ¿Hay locos todavía
que quieren vivir aventuras?” Bueno, Dios ofrece sueños para
los que quieran soñar y nos invita a participar de ese sueño.
Que eso es lo que estamos haciendo acá. Eso debe ser la
Iglesia, un lugar de comunión y de participación. De
comunión en los sueños de Dios y de participación en tratar
de hacer que esos sueños se hagan realidad.
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Baja pronto, porque hoy tengo que
alojarme en tu casa
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¿Es que acaso asimilaste algo? ¿Te diste cuenta que había
matices?
Para comulgar hay que exponerse; es decir, yo no puedo
comulgar con otro si no me expongo y él no se expone. Y
podríamos decir ahí termina, ahí comienza, es el fin, el punto
de llegada, el punto de partida. Un ejemplo. Vieron que a
veces uno se anima finalmente a abrirle el corazón a alguien
y, a lo mejor, termina diciendo “bueno, telo dije, ya no tengo
más nada que decir”. Y no es que se acabó la amistad y
nunca más van a hablar, sino que a partir de ahora van a
hablar diferente. Punto de llegada, cuánto nos costó llegar
hasta acá. Punto de partida, ahora comienza otra cosa, ahora
ya es otro tipo de relación, de amistad, de encuentro. ¿Por
qué? Nos tenemos confianza, ya no hay defensas, ya sé
delante de quién estoy. Es lo que le dijo Job a Dios cuando
después de ese largo discurso y pulseada entre el hombre
sufriente y Dios, Job le dice
“Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han
visto mis ojos” (Job 42, 5).
Como diciendo, no es que ya no vamos a hablar más,
ahora me di cuenta que estoy ante el misterio de Dios, y no
ante un Dios que yo creí que era entendible con la razón
humana.
Sin encuentros es difícil llegar “al encuentro”. Podemos
aplicarlo, vamos a ejemplos bien humanos. Si no hubiéramos
charlado muchas veces de bueyes perdidos nunca
hubiéramos hablado a fondo. Sin encuentros es difícil llegar
“al encuentro”. Lo mismo con Dios. Lo mismo; ¿cómo llegar
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al Cielo sin encuentros en la tierra? ¿Cómo puedo llegar a
la comunión eterna si no fui comulgando con Vos en el
camino? Hubiera desfallecido. ¿Cómo llegar al Dios que no
vemos sino a partir de los encuentros humanos que también
me animan a saber que el amor existe? Que Dios tiene rostro,
corazón, sentimientos.
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“Señor, ¿Vos te diste cuenta quién soy? “No soy digno de que
entres en mi casa”.
Somos conscientes de nuestra pobreza pero también lo
somos de su amor, ¡qué lindo! Somos conscientes, es distinto
ser un inconsciente a un muy conciente. Alguien podría decir
“vos sos un inconsciente, comulgaste”, y a lo mejor tiene
razón; y a lo mejor es al revés “no, soy muy conciente de mi
absoluta miseria e indignidad pero también de su infinito
amor. Entonces, cuando decimos “no soy digno de que entres
en mi casa” por eso agregamos: pero una palabra tuya
bastará para sanarnos”. Entonces, somos concientes de las
dos cosas, y por eso soportamos la desproporción.
Acaso ¿no naciste en un pesebre? ¿te va asustar el mal
olor..? Si naciste entre bueyes y vacas... Acaso no ¿viniste a
“buscar y salvar lo que estaba perdido”?. Vieron que a veces
-no sé si alguna vez les pasó-, decir “Doctor, ¿no le va a
impresionar?; y el doctor, “hermana, soy médico”. Como
diciendo “estoy acostumbrado”. O alguna de ustedes es
enfermera, ¿no?. “Hermanita, y no se va a asustar”, “Soy
enfermera”. Y esto no sólo para el físico. Vieron que a veces
“Padre, ¿no se va a asustar de lo que le voy a decir?”
“Hermana, soy sacerdote”.
Cuando el amor es tan profundo que se hace comunión,
se ha probado la plenitud. Entonces... cuando dos amigos,
dos hermanos, padre e hijo, ¿Qué significa? Cuando el amor
es tan profundo que se hace comunión, cuando pudo haber
entrega mutua, confianza, apertura, vulnerabilidad, se ha
probado la plenitud. Por eso a veces uno recuerda con nos-
talgia a sus padres, a un amigo, el noviciado, tal retiro, tal 10
encuentro. Ahí probé la plenitud.
La vida tiene anticipos de infierno en la cruda soledad y
anticipos de cielo en el amor. Ante la plenitud hay algo que
se rompe, ya no es posible el equilibrio. ¿Qué se rompe ante
la plenitud del amor? La medida. El corazón humano tiene
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Después de despedir a la gente
se fue a la montaña para orar
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