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Este es el último capítulo de la última carta de Pablo a Timoteo. Pablo está en Roma
esperando su sentencia de muerte y en su mente está puesto el presente y futuro de la
iglesia. ¡Son pasajes maravillosos! La batalla de Pablo había sido una batalla contra
Satanás; contra principados y potestades, gobernadores de las tinieblas de este
mundo. Había luchado contra el judaísmo entre los gálatas; contra los pleitos y la
fornicación entre los corintios; contra el gnosticismo entre los efesios y colosenses,
y su batalla principal, contra la ley del pecado y muerte que actuaba en su propio
corazón.
Pablo ha llegado a sus últimos días con un corazón transformado y una mente
renovada por Cristo. Cuando Jesús oró por sus discípulos, él dijo: “he acabado la
obra que me diste que hiciese”. Ahora Pablo dice a su discípulo más preciado: “He
peleado la buena batalla, he acabado la carrera”. Timoteo es para Pablo su principal
colaborador, a quien llama repetidamente su “hijo amado”. Él, es quien encarna toda
la esperanza de la continuidad de su ministerio.
Los tres primeros capítulos sirven de antesala para el llamado que Pablo hará a
Timoteo, en la víspera de su muerte. 2 Ti. 4:1,2 registra las solemnes palabras: “Te
encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los
muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a
tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y
doctrina.”
Hoy más que nunca, el solemne llamado de Pablo es de suma importancia para la
iglesia. Estamos llamados a vivir una experiencia tal con la Biblia, que nos habilite
para ser considerados embajadores de Dios en la proclamación de un mensaje lleno
de poder. Nuestra predicación tendrá éxito siempre que esté conectada al
conocimiento de Dios en su palabra y relacionado con la experiencia de vida y
salvación.