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6.

Cuándo el amor no es amor…

¿Qué ha sucedido en los últimas semanas con los pacientes de los que he hablado a lo largo
de estos capítulos? Mirela, está en un duelo muy importante. Hace mes y medio murió su
labrador que estaba enfermo y como respuesta a esa pérdida se ha encerrado aún más. El
director de la agencia de publicidad que publicita a la Sinfónica Nacional en el extranjero,
enviudó hace cerca de dos años y la ha invitado a salir, sin embargo, Mirela lo ha rechazado
en varias ocasiones. No le interesa darse la oportunidad de tener una relación de pareja,
aunque todo parece indicar que el publicista es un hombre decente, serio, interesante y bien
intencionado. Mirela se aferra al arquetipo de “la ermitaña”, perpetuando su soledad y su
silencio.

Después de cuatro meses de volverlo a intentar con Pablo; Liz llegó a su sesión de los lunes
totalmente devastada. Cómo lo puedes imaginar, después de una boda en la que ella había
tratado de darle en gusto a todo, estando a su lado sin hacerle ver que estaba bebiendo
demasiado y seguirlo como si ella fuera una dama de compañía, terminó por sentirse ignorada
y excluida pues él, que se comportó de manera distante e indiferente durante todo el
evento, casi ni la volteó a ver. Liz no dijo nada, por miedo a que él se molestara, sin embargo,
algo sucedió que el patrón de conducta se se volvió a repetir: después de la boda, ese
domingo antes de la hora de la comida, Pablo le notificó a Liz a través de un mensaje de
WhatsApp, que su relación de pareja había terminado. Él no se había sentido apoyado en la
boda y por lo mismo se sentía confundido; y después de considerarlo seriamente, había
llegado a la conclusión, esta vez de manera definitiva, de terminar con Liz. Mi paciente,
ansiosa y temblorosa, no podía dejar de llorar. “No he de dejado de llorar desde ayer, me
siento tonta y engañada. Me la volvió a hacer. Pablo no me ha contestado las llamadas y me
bloqueó de todas las redes sociales. No pude dormir en toda la noche, no entiendo en que
me equivoqué esta vez. Hice todo lo que él me pidió y de todas maneras terminó conmigo.
¿Qué hice mal? Esta vez no reclamé nada. Fui la novia que él me pidió que fuera, y terminé
en el mismo lugar” – me explicó entre llanto y mocos mi dolorida paciente. Su última frase
no dejó de revolotear en mi cabeza durante toda la sesión: Terminé en el mismo lugar… ¿Y
cómo podía haber sido diferente, si Pablo siempre se ha comportado bajo el mismo patrón
de relación a lo largo de todos estos años? – pregunté para mis adentros. Liz se siente
totalmente abatida, sin embargo, para ella ahora solo quedan dos opciones: intentar bajo
viento y marea volver a convencer a Pablo de que ella es la mujer indicada para él; o bien,
retirarse y dejarlo ir, elaborando el duelo de aquella relación que debió terminar hace
muchos años y que se mantuvo gracias a ella. Solo así, Liz podría finalmente sanarse a sí
misma y modificar el patrón de conducta bajo el cual ella se relaciona en el amor.
En estos cuatro meses, la vida de Gaspar tampoco ha estado tanto mejor. Cada vez sube
más de peso y ha aumentado considerablemente su manera de beber. No lo reconoce, pero
ingiere alcohol en exceso por lo menos cuatro veces a la semana. Se siente cada vez más
ansioso. No tiene una situación fácil, su esposa lo cela cada vez más y le recuerda cada vez
que puede que no confía en él. Gaspar necesita demostrarle en todo momento donde está y
su celular no puede tener clave, ella le marca varias veces durante el día para confirmar que
está con quien dijo. Por el otro lado, la relación con Diana, su “novia” panameña, dejó de
funcionar, en el fondo, nunca funcionó, pues él solo la ha usado para darle celos a Pamela, y
ella solo lo ha usado para sacarle dinero, sin embargo, él se obliga a creer lo contrario. “Me
divierte y está muy guapa, me trata como rey y no anda jodiéndome con que me divorcie,
como la venezolana. Todo es más fácil todo con ella y entiende su papel: es mi amante pues
esposa ya tengo” – me dice frecuentemente, aunque yo me doy cuenta que sigue obsesionado
con Pamela y celoso por la relación que ella mantiene con su amigo venezolano. “Me tiene
hasta la madre, no entiendo qué le ve… Podría tenerlo todo conmigo, pero su orgullo la hizo
perderlo todo. Yo no vuelvo a poner en riesgo mi matrimonio” – me asegura sin que yo le crea
absolutamente nada. En efecto, todo este tiempo, Pamela ha seguido saliendo en Venezuela
con aquel amigo de la infancia y Gaspar enloquece de celos. Finalmente, él logró acelerar su
trámite migratorio y le compró un boleto de avión para que regresara a México a finales de
este mes. Pamela se lo agradeció y lo aceptó, pero le aseguró que ya no volvería con él. “Era
muy desgastante la relación y quería vivir en paz con su hija. Buscaría un trabajo decente y
se establecería en México para buscar la residencia en el país. Así que, a partir de ahora,
serían amigos. “Amigos, ¿dime tú?, yo le he dado todo, he arriesgado a mi familia y ella
pretende que la vea como a una amiga… está como loca… ¿no?” – me preguntó mirándome a
los ojos. Al igual que lo que me sucedió con Liz, la última frase de Gaspar quedó rondándome
en la mente: - Está cómo loca… ¿no? La realidad es que Gaspar ya no alcanza a vislumbrar
que toda la situación que él se ha generado es lo que es una verdadera locura… No está
dispuesto a renunciar a su esposa y está convencido que Pamela volverá con él, acepando
otra vez ser su amante y que esta doble vida seguirá siendo sostenible a largo plazo. Gaspar
cada vez sube más de peso y me preocupa la manera en la que está abusando del alcohol…

Talina, mientras tanto, sigue adelante con su relación de pareja con Hans. Aunque está
consciente de que es destructivo para ella y para sus hijas seguir a su lado, no ha tomado la
decisión final de separarse. Busca trabajo a escondidas de él y me asegura que apenas lo
consiga se irá de la casa con sus hijas, sin embargo, yo no la siento lista, no la siento
convencida. Algo la detiene. Le tiene demasiado temor a su marido. Tiene miedo de su
reacción ante la petición del divorcio y teme que le quite legalmente a su hija menor. Hace
menos de diez días, Hans volvió a golpear a Talina. Regresaron de una boda, él estaba
totalmente alcoholizado y quiso tener relaciones sexuales con su esposa. Ella, que se
encontraba molesta pues él insistió en manejar el auto hasta la casa en vez de tomar un
taxi, se negó, y entonces, forcejearon y él le rasgó el vestido y la golpeó en la espalda y en
las piernas, pero aun así, ella se negó a tener relaciones sexuales con él. Aunque ella se lo
había advertido, no cumplió su palabra y no levantó una denuncia en contra de él por miedo
a la reacción de su marido. “Por lo menos esta vez no me golpeó en la cara” – alcanzo a
aclararme Talina mientras me enseñaba los moretones que traía por todo el cuerpo. Una vez
más, su última frase quedó bailando en mi conciencia: Por lo menos esta vez no me golpeó en
la cara – cómo si haber sufrido tanta violencia el domingo en la madrugada no fuera grave
pues esta vez, Hans no le dejó ninguna marca en la cara. En esa sesión Talina me aseguró
que espera “no provocarlo” nuevamente y tratar de “llevar la fiesta en paz”, en lo que puede
divorciarse. “¿Llevar la fiesta en paz? ¿Cómo se puede llevar la fiesta en paz con alguien tan
violento como Hans?” – le pregunté azorado. Talina se tapó la cara con ambas manos y
empezó a sollozar como una niña pequeña. “Estoy atrapada, no tengo salida” – alcancé a
escuchar, esa frase que se ahogaba con su llanto.

¿Cuál es el común denominador entre Liz, Gaspar y Talina? Pues que se encuentran atorados
en relaciones de pareja destructivas en las cuales verdaderamente no hay amor. El amor
que lastima no es amor. El amor que maltrata no es amor. El amor que humilla no es amor. El
amor que controla no es amor. El amor que genera miedo no es amor…

Entonces, ¿por qué es tan común elegir quedarnos en relaciones que nos generan malestar,
a pesar de que nos sentimos angustiados, frustrados enojados y con miedo? Confundimos el
amor con algo más, con algo que se le parece, pero en una mala versión, una versión
desvirtuada y dolorosa y, creemos que estamos amando con intensidad, con fervor, con
pasión, cuando en realidad, eso que estamos viviendo no es amor. Hay personas que buscan
a un hombre valiente, pero que terminan eligiendo a uno dominante; hay otras que buscan a
un hombre sensible, pero terminan eligiendo a uno débil y otras que quizás buscan a un
hombre ordenado, para terminar, eligiendo a uno controlador. Lo mismo sucede con las
mujeres: podemos creer que hemos encontrado a una mujer tierna, cuando en realidad es
frágil, a una independiente cuando en realidad es egoísta o bien, una disciplinada que termina
siendo intransigente. En verdad, hay veces que creemos que estamos eligiendo algo
nutritivo, pero lo confundimos con algo que no lo es, que es tóxico, hasta terminar por creer
que amamos cuando en realidad, ese “amor” solo se trata de algún tipo de apego que engloba
nuestros más grandes miedos y carencias.
El libro titulado: Enamoramiento y amor, (1979), de Francesco Alberoni, se ha convertido
en uno de los libros de cabecera con mis pacientes. Explica a profundidad aunque en un
lenguaje sencillo y claro, cómo empieza, a través del enamoramiento, una relación de pareja,
y compara el estado de enamoramiento que vivimos los seres humanos con el fanatismo que
se experimenta dentro de un movimiento político, religioso o estudiantil. Alberoni define el
enamoramiento como: Un estado naciente de un movimiento colectivo de dos. En esta
primera etapa del amor, idealizamos al otro, como el otro nos idealiza a nosotros y no vemos
la realidad como es: la persona a la que nos sentimos atraídos no es diferente a las demás,
al igual que nosotros no somos esencialmente diferentes a los demás seres humanos. Lo que
nos vuelve especiales en realidad es solo el crisol con el que miramos y somos mirados por
el otro. Es el tipo de relación idealizada, lo que matiza esa experiencia como extraordinaria
y especial, diferente y mágica, y es lo que vuelve esa relación tan excelsa: la percepción
engrandecida del otro. Sin embargo, el enamoramiento no es igual al amor. Es solo una
primera fase de este, en la que nos encontramos embelesados, creyendo que el otro es
perfecto. ¿Y por qué en el enamoramiento definitivamente no puede haber amor? Pues
porque no podemos amar lo que no conocemos y en el enamoramiento creemos que conocemos
al otro cuando en realidad solo lo estamos idealizando. ¿El enamoramiento siempre termina?
La respuesta es: Sí. Helen Fisher, (2005), en su libro: ¿Por qué amamos? Naturaleza y
química del amor romántico; explica como el enamoramiento solo se presenta cuando se
produce en el cerebro la feniletilamina, compuesto orgánico de la familia de las anfetaminas,
que tiene la capacidad de aumentar la energía física y la lucidez mental. El cerebro responde
a tal compuesto con la secreción de dopamina (que inhibe el apetito), norepinefrina y
oxitocina, provocando que los enamorados puedan permanecer horas coqueteándose,
haciendo el amor o conversando sin sensación alguna de cansancio; sin embargo, con el paso
del tiempo y tras la bajada de feniletamina, las personas nos sentimos cada vez menos
enamoradas; aunque, si la pareja pudo construir una relación con bases sólidas, un proyecto
mutuo, disfrutar de momentos sociales y de una vida recreativa juntos, y siempre y cuando
exista la convicción de que el otro representa un buen compañero de proyecto de vida, la
pareja podrá ir forjando un camino sólido hacia el amor. El amor va mucho más allá de las
sensaciones que se despertaron en nuestro cuerpo...

Sin embargo, si al paso del enamoramiento le sumamos expectativas irracionales que se


crearon por ambos miembros de la pareja, los patrones destructivos de interrelación, los
roles rígidos y poco funcionales que ambos han establecido y las dinámicas tóxicas en la
comunicación de la pareja, la posibilidad de acercarnos a un amor verdadero se aleja, y
entonces; aunque comiencen a existir sentimientos negativos como sufrimiento, miedo,
celos, incomodidad, frustración, agresión y necesidad de controlar al otro; ambos miembros
de la pareja pueden creer que las anteriores son manifestaciones de un amor intenso,
profundo y real, pues se aferran al recuerdo de esa historia de cuento: esa chispa mágica
e iniciadora del enamoramiento.

En la gran mayoría de los casos, cuando nos enamoramos, poco nos fijamos en la
compatibilidad intelectual y emocional que tenemos con el otro. Poco analizamos si nuestros
proyectos de vida son factibles o si realmente nuestros principios, valores, nuestras
diferentes educaciones y nuestras filosofías de vida tienen altos puntos de convergencia.
El enamoramiento, en efecto, nos impide ver con claridad los rasgos de una persona,
especialmente sus defectos. Es hasta que termina el enamoramiento, que podemos conocer
la realidad del otro, tal y como es, sin la máscara que nosotros le hemos impuesto, y que
podemos cotejar si podríamos ser compatibles en una vida en pareja. Sin embargo, para este
punto, muchas parejas ya están “enganchadas”, es decir, están aferradas y han tomado
decisiones radicales de vida, (como casarse, tener un hijo, comprar una propiedad en
conjunto o mudarse a otra ciudad); entonces repelen a toda costa la realidad: la falta de
bases sólidas en las que se pueda sostener el amor. La simple idea de terminar los pone a
temblar, ya que creen que, como eligieron esas decisiones antes de que terminara el proceso
de enamoramiento, no solo idealizan a la pareja que tienen, sino también la vida a futuro que
prometieron compartir y aunque sea irracional, se aferran a esa persona y a esos proyectos,
que en realidad eran solo un espejismo, como la hiedra a la cantera… Aquellas decisiones que
parecían un acierto absoluto, no fueron más que apuestas al azar. Aquí radica el apego
emocional: quedarnos al lado de alguien con quien claramente no podemos ser felices, por lo
que algún día llegamos a sentir. “Yo no me puedo imaginar mi boda con nadie más que con
Pablo. Ya tengo en la mente hasta mi vestido de novia y la canción que balaríamos. Llevo
esperando ese día por muchos años. No puedo deshacerme de mis sueños” – compartía
conmigo desconsolada Liz, aquel lunes en el que me anunció que Pablo había decidido terminar
con ella, una vez más. En efecto, el enamoramiento es por esencia irracional, sin embargo,
lo es más el aferrarnos a una persona que es incompatible con nosotros y sobre todo, con la
que no experimentamos tranquilidad. El amor maduro, a diferencia del enamoramiento
funciona en sentido opuesto: es racional, consciente, prudente y templado. Le apuesta al
bien común y es paciente y sensato.

¿Entonces lo que siente Liz hacia Pablo, Gaspar hacia Pamela, y Talina hacia Hans no es
amor? Definitivamente no. Aunque ellos crean que sí, lo que viven es solo una idea
desvirtuada del amor. El amor verdadero es la unión de dos individualidades que crean una
tercera entidad sin que ninguna de las dos personas renuncie a su esencia, a su valía o a su
integridad. En el amor maduro, la prioridad de cada uno de los miembros de la pareja es sí
mismo, para después cuidar del otro y de la relación. En el amor verdadero, hay conflictos
y discrepancias, sin embargo, se le permite al otro diferir y existen acuerdos en los que se
cuidan los intereses de ambos, sin descuidar los de la pareja. El amor sano, cuida la
integridad física y emocional de la pareja y entre sus miembros hay cuatro valores básicos
en los que se sustentan el día a día: respeto, honestidad, confianza y responsabilidad. En el
amor maduro hay libertad en la pareja, pues existe un compromiso profundo que la sostiene.
El amor maduro es un trabajo en equipo, abierto, en el cual, ninguno de los miembros tiene
más valía que el otro, aunque en momentos sea necesario concentrarse en alguno de ellos. El
amor maduro, nutre, propicia el crecimiento de las potencialidades de los individuos y no
deja lugar para la destrucción. ¿Puedes encontrar alguna de estas características en la
relación de pareja de Liz, Gaspar o de Talina? Yo no…

“El amor aborrece todo lo que no es amor…”

Honoré de Balzac

Afortunadamente Adrián rompió con su patrón de comportamiento y para cuando escribí


estas líneas, había dejado la representación arquetípica de Sailor Moon atrás. Se encuentra
enamorado, recíprocamente de Mateo, el joven con el que ya formalizó su relación a pesar
de la desaprobación de su familia. Lo que percibo es la relación de dos jóvenes bien
intencionados, buscando el amor a largo plazo. ¡Suerte para Adrián! Ya veremos qué sucede
cuando termine el enamoramiento entre ellos y las personalidades de cada uno sean
finalmente develadas, que en esto de las relaciones humanas y el amor, nada está totalmente
escrito…

Desde hace muchos años, Waller Willard (1938), en su libro: The family: a dynamic
interpretation; hablaba ya de un amor enfermo en la pareja, un amor que estaba lleno de
crisis y conflictos, ansiedad y desesperanza, pero que evitaba su inminente separación,
mediante la desesperada búsqueda de convencer al otro de que él es el problema y que, si
decidiera cambiar y se adaptara a las propias necesidades, la relación de pareja volvería a
funcionar. Willard afirma en su libro que el patrón repetitivo de conducta en este tipo de
relaciones tiene que ver con responsabilizar al compañero de la propia infelicidad y del
fracaso de la pareja. Todo lo que dicen, hacen y dejan de hacer los miembros de una pareja
enferma, explica Willard, será para buscar controlar al otro. Aunque tal vez no lo
reconozcan o, aunque no lo sepan, la guerra está declarada y aunque crean lo contrario, solo
les interesa ganarla; es decir, tener la razón y someter al otro, aunque esto implique anular
al otro y terminar desgastados emocionalmente. “Pamela puede decir misa, pero el que paga
manda, y ya veremos quién gana… Si no está conmigo por las buenas, va a estar conmigo por
las malas. Así como me la traje de Venezuela, la mando de retache cuando quiera. Solo es
cuestión de unas semanas, y me las va a pagar. ¡Ahora decido yo!” – aseguró Gaspar, con
firmeza, en la misma sesión en la que me dijo que sería incapaz de volver a poner en riesgo
su matrimonio y la relación con sus hijas por “aquella venezolana”. Solo hace falta ver como
se le transforma la mirada a Gaspar cuando habla de Pamela para reconocer que su obsesión
por ella sigue viento en popa...

¿Y por qué un ser humano decide quedarse en una relación que no es sana y por lo mismo,
que no es amorosa? Básicamente por miedo. ¿Miedo a qué? A perder lo que creemos que
hemos construido con el otro y por miedo a enfrentar la soledad. Los miembros de una
pareja disfuncional se aferran a su enferma relación por muchas razones. Una de ellas, por
absurda que pueda sonar, es que no están dispuestos a tolerar un alto nivel de libertad.
Cuando hemos estado en pareja por un buen rato, estamos acostumbrados a vislumbrar al
otro como parte esencial de nosotros: “nuestra mujer”, o “nuestro marido”; vivir en pareja
implica necesariamente un alto nivel de pertenencia que a la larga puede traducirse en
posesión. Cuando hemos vivido en pareja por cierto tiempo, se genera una identidad
compartida, una identidad en plural, y la idea de renunciar a ella para volver a tener una
identidad individual, genera ansiedad. Es por eso que, en ocasiones, aunque la relación de
pareja sea destructiva, la tendencia de una pareja codependiente, a pesar de todo el camino
de maltrato que ha caminado, será el detener el vuelo del otro compañero hacia la libertad
y perpetuar el apego y la dependencia. La ansiedad ante la idea de dejar de poseer al otro,
puede ser tan grande que logre mantener a una pareja junta, (no unida), en una guerra civil
larga y dolorosa. “Hasta que la muerte nos separe”- recuerdo que afirmaba el papá uno de
mis mejores amigos acerca de su matrimonio- “aunque la vida resulte miserable” – remataba
después de unos segundos con la mirada perdida. “Otro matrimonio y otro divorcio. Dos
hijas de diferentes papás y apenas tengo 36 años. Me muero de la vergüenza de volver a
fracasar. Me da pavor la soledad. ¿Y si Hans dejara de tomar? Yo sé que adora a su hija y
quizás por ella lo haría… Es que hasta estoy agotada de planear otra mudanza. No quiero
volver a ser divorciada otra vez. ¡No quiero!” – me expresó Talina, angustiada, en la misma
sesión en la que lloraba mientras se sobaba los moretones que Hans le había dejado, a
manera de recordatorio, de la golpiza por no haber querido tener sexo con él.

Walter Riso, (2012), en su libro: ¿Amar o depender? Cómo superar el apego afectivo y hacer
del amor una experiencia plena y saludable; explica que la inmadurez emocional es el esquema
central de todo apego emocional, es decir, terminar por depender de la persona a la que
creemos que amamos y Riso asegura que esto termina por suceder al tener una perspectiva
ingenua e intolerante ante ciertas situaciones dolorosas o incómodas de la vida. Cuando no
creemos que podemos hacerles frente a nuestras propias responsabilidades y satisfacer
nuestras necesidades, nos aferramos a quien creemos que lo hará por nosotros. Riso señala
tres manifestaciones básicas de la inmadurez emocional relacionadas con el apego afectivo,
las cuales son: bajos umbrales para el sufrimiento (tiene que ver con la incapacidad para
soportar lo desagradable y doloroso de la vida), baja tolerancia a la frustración (es la
incapacidad para elaborar duelos, de procesar pérdidas y el no aceptar que la vida no gira a
nuestro alrededor) y la ilusión de permanencia (es crear el anhelo de la continuación y
perpetuación para siempre de las relaciones). Desde la perspectiva de Riso, entre la
dependencia y la inmadurez emocional hay una estrecha correlación. Él habla de que hay
diferentes razones por las cuales nos podemos aferrar a una relación tóxica, es decir, hay
diferentes tipos de apegos. El menciona que los apegos más comunes son los siguientes:

- Apego a la seguridad / protección económica.


- Apego a la estabilidad / confiabilidad en la toma de decisiones.
- Apego a las manifestaciones de afecto, a las manifestaciones de admiración y al
bienestar.
- Apego al placer sexual.
- Apego a la tranquilidad emocional y económica.
- Apego a tener a un compañero de vida.
- Apego a tener una pareja.

Este tipo de “amor tóxico”, el “amor que no es amor”, del que hablan Willard y Riso, ¿tiene
un nombre? Sí, se llama codependencia y es una enfermedad emocional que puede tener
muchas manifestaciones, muchos síntomas. Liz, Gaspar y Talina se relacionan de forma
codependiente. Pablo, la esposa de Gaspar, Pamela y Hans también. Cada uno tiene quizás
algún tipo de apego más desarrollado, sin embargo, todos se relacionan en pareja de manera
disfuncional e inmadura. El codependiente cree que ama demasiado, cuando en realidad está
atrapado en un amor mal entendido, que daña y termina con la propia salud emocional. Un
amor codependiente es algo así como: desarrollar una adicción al amor. Es vivir bajo la
siguiente filosofía: “No importa cuánto daño me hagas; no importa cuánto me tenga que
alejar de mi propio bienestar; no importa cuánto tenga que rechazar mi propio proyecto de
vida; elijo renunciar a mí para estar contigo, el que creo es el amor de mi vida”.

Esta enfermedad confunde el sufrimiento con el amor, ya que como expresó Honoré de
Balzac, el amor verdadero rechaza todo lo que no es nutritivo. A diferencia de la
codependencia, el amor nutre, protege, se expande, impulsa, genera esperanza, provee de
seguridad, permite la individualidad y en general, fomenta el propio bienestar y el desarrollo
de las propias capacidades y las de la persona amada. Melody Beattie, (1987), en su libro:
Ya no seas codependiente; explica como la codependencia, es una condición psicológica, en
la cual el sujeto manifiesta una excesiva e inapropiada preocupación por las dificultades de
alguien más. El codependiente busca controlar al otro, mediante su constante ayuda,
generándole la necesidad de su presencia y, al sentirse necesitado, tiene la fantasía de que
nunca será abandonado.

Co = dos. En la codependencia yo te necesito a ti, pero tú necesitas que yo te necesite.

De igual manera, Melodie Beattie, (2011), en su libro: Libérate de la codependencia; describe


como la persona codependiente piensa que no puede vivir sin su pareja; y se funde con ella
hasta el punto de llegar a perder su propia identidad, dejando de lado sus propios sueños,
sus propias necesidades y su propia vida. Niega la realidad, justificando su actuar en favor
de: un “amor intenso”, una “vida llena de pasión”, un "amor desenfrenado y sin fronteras”;
sin darse cuenta que en realidad ahí no hay amor, sino dependencia y obsesión. Beattie
explica que el codependiente, se deja completamente de lado a sí mismo, para anteponer
siempre a su pareja y, por supuesto que de lado debe quedar también todo sentimiento
negativo: la rabia, el resentimiento, el sufrimiento, el hartazgo, la indignación, el rechazo;
ya que son percibidos como una amenaza terrible a perder lo que significa “toda su vida” y
“todo su mundo”: su gran amor. El codependiente niega en gran medida su dolor para
justificar el seguir adelante con esa relación que le hace tanto daño.

Frank Tallis, (2004), en su libro: Love Sick, love as a mental illness; asegura que la condición
principal de un amor codependiente es la obsesión. Tallis explica que la palabra “obsesión”
proviene del latín obsidere, que significa: “sitiar o asediar”. Esta descripción refleja la raíz
de una experiencia codependiente: sentirse atrapado. El término obsesión no se utilizó
clínicamente hasta 1799, y aunque fue difícil establecer sus criterios diagnósticos, después
de 200 años, se identifican con claridad los síntomas de un comportamiento obsesivo y las
diferentes psicopatologías de las cuales forma parte, entre muchas otras, de las relaciones
codependientes. Uno de los mejores ejemplos que puedo encontrar acerca de un amor
obsesivo, es el que se encuentra en el libro de Gabriel García Márquez, (1985), El amor en
los tiempos del cólera; en el cual, Florentino Ariza, no dejó de pensar ni un solo día de su
vida en Fermina Daza, quien en la juventud lo rechazó hace 50 años, nueve meses y 4 días.
Florentino, no necesitó llevar un registro de los días que transcurrieron hasta que pudo
estar cerca de ella, ya que cada uno de ellos, sucedía algo que lo remontaba a su gran amor.
Después de esta larga espera, y luego de que Fermina enviudara, Florentino fue finalmente
correspondido. La vida de Florentino se centró en su obsesión: la vida de Fermina Daza. Es
una de mis novelas favoritas, es una historia apasionante y romántica y, por supuesto, desde
el punto de vista de la psicología clínica, el relato de un amor codependiente, obsesivo y
enfermo.
¿Hay cierta predisposición hacia la codependencia? Susan Forward, en su libro: Toxic
Parents; refuerza que aquel que provenga de una familia disfuncional será candidato a
repetir un patrón disfuncional al momento de elegir pareja. Forward afirma que el
codependiente es aquella persona afectada desfavorablemente, al estar involucrada
emocional y económicamente con un individuo altamente estresante.
El estrés puede venir del abuso de sustancias, por falta de estabilidad económica, por
infidelidades, por abuso verbal, físico, emocional o sexual, por constantes depresiones, por
tener una familia política agresiva, por tener un carácter mal humorado e iracundo, por no
saber ser feliz, por tener un imbalance bioquímico, por ser extremadamente celoso, por
tener una adicción al juego o al sexo, o por alguna otra situación que el codependiente no
puede resolver; aunque lo intente. Y aquí, querido lector, se encuentran los pacientes de los
que hemos hablado y las personas con las cuales están enganchados y quizás, puedas empezar
a visualizar si también tú tiendes a relacionarte bajo algún tipo de apego afectivo que te ha
atrapado en dinámicas codependientes, tóxicas y repetitivas.

Tallis explica que el codependiente lucha irracionalmente por su relación de pareja, pues no
tiene la capacidad de ver la realidad: que es inestable y enfermiza. En una relación donde
hay codependencia, es muy común que el sometido o víctima no pueda poner límites; y
sencillamente lo perdone todo, a pesar de que la otra persona llegue a herirlo de manera
deliberada, constante o definitiva. Esto sucede, porque el codependiente confunde la
“obsesión” y “adicción” que siente por el otro, con un intenso "amor" que todo lo puede y
“todo lo perdona”. Por ende, el codependiente es incapaz de alejarse por sí mismo de una
relación enfermiza, por más insana que ésta sea; y es muy común que llegue a pensar que
más allá de esa persona, su mundo se acabaría, pues “sin el otro no hay razón para vivir”.

¿Existe específicamente un comportamiento típicamente codependiente? La respuesta es


positiva. Lambert M. Surthone y Mariam T. Tennoe, (2010), en su libro: Karpman Drama
Triangle; explican a profundidad un esquema de relación codependiente, propuesto por
Stephen Karpman en 1968, que describe como se da y se posterga una relación
codependiente. Karpman lo esquematizó en lo que llamó: el triángulo dramático de Karpman.

“Triángulo Dramático de Karpman”

VERDUGO
VÍCTIMA RESCATADOR

Karpman planteó que las dos personas involucradas en una relación codependiente alternan
estos tres roles, (o arquetipos desde el punto de vista de Jung), sin que encuentren jamás
una salida: verdugo, víctima y rescatador. Es algo similar a la condena de Sísifo llevado a
una relación interpersonal: un comportamiento absurdo que se posterga… El verdugo es
quien lastima, quien hace daño, quien es injusto con las necesidades del otro, quien castiga
con violencia o con agresión pasiva, quien genera preocupación y estrés por sus excesos y
por su falta de sensatez. Normalmente, el verdugo es el adicto, como lo es Hans, o el infiel
y el que miente, como lo es Gaspar, o quien constantemente rompe con la relación, como
Pablo. El verdugo, lastima al otro y “se lo lleva entre las patas” una y otra vez. La víctima es
quien sufre, quien cede, quien aguanta, quien se ve lastimada por los problemas del otro,
quien se queja constantemente, quien vive decepcionado por las fallas de verdugo. Aquí
encontramos frecuentemente a Liz, a la esposa de Gaspar y a Talina. Aquí se encuentra
Gaspar con respecto a Pamela y donde se encontraba Adrián con su paciente de la rodilla.
El rescatador es quien mantiene la relación; es quien termina por ceder sintiendo una culpa
intensa por el daño que provoca en el otro, y entonces, lo sobreprotege, y lo cuida; y es quien
no permite que la relación termine. Tarde o temprano, todos los que son parte de una
relación codependiente terminan fungiendo como rescatadores: evitando que la relación se
acabe y dando nuevas oportunidades a lo que ya está comprobado que no es sostenible sin ir
de la mano del sufrimiento. Lo interesante de todo esto, es que las dos personas involucradas
en la relación ocupan los tres roles y así logran perpetuar la relación codependiente. El
codependiente, termina sintiendo una gran identificación con los tres roles o arquetipos,
(verdugo, víctima y rescatador), aunque conscientemente solo pueda llegar a vislumbrar uno
o dos de ellos.

El triángulo dramático de Karpman es un "triángulo vicioso" que no termina; donde ambos


integrantes únicamente van alternando los roles, y el supuesto “amor” no es otra cosa que:
castigar, aguantar, manipular, sufrir, someterse, agredir, sobreproteger, lastimar,
quejarse, exigir, sentir culpa y aferrarse. Para muestra un botón: analiza la relación de
Gaspar con Pamela. Él comenzó siendo su rescatador, sacándola del mundo de la prostitución,
para convertirse después en su verdugo, con su posesión, con el control económico , para
absorber totalmente su tiempo para al final, deportarla a Venezuela, para ahora ser su
víctima, pues ella ahora no le contesta los mensajes, sube fotos en redes sociales con su
amigo venezolano hacia el cual Gaspar siente unos terribles celos, que le quitan hasta el
sueño; aunados a las constantes muestras de desprecio que Pamela ha tenido con él; para
volver a ser su rescatador, pues sigue manteniendo a su hija en el internado en provincia y
ahora, pagó al abogado que realizará los trámites para que Pamela pueda regresar a México.
Verdugo, víctima, rescatador, solo es cuestión de tiempo para que ambos ocupen los tres
roles. Liz es víctima de Pablo cuando él decide terminar con ella, sin embargo, es su verdugo
cuando lo desprestigia con todos los amigos y termina siendo su rescatadora cuando lo busca
para convencerlo de que están hechos el uno para el otro fomentando encuentros hasta que
terminan regresando. Verdugo, víctima, rescatador, el triángulo dramático de Karpman en
el que se basan todas las relaciones codependientes.

Verdugo, víctima, rescatador... Verdugo, víctima, rescatador... Un triángulo de dolor y


sufrimiento que no termina, que intensifica la conducta neurótica. Talina depende
económicamente de Hans y no se atreve a dejarlo, por lo que se queda a su lado, temerosa,
sin embargo, lo ignora y lo rechaza sexualmente cada vez que tiene ocasión. Es su víctima,
pues vive con miedo a su lado, sin embargo, es su verdugo al dejarle de hablar por días y al
dificultarle la relación con sus hijas. Es su rescatadora al no demandarlo después de las
golpizas y al mentirle a los demás acerca de sus moretones. “Dije que me había rodado las
escaleras del departamento llegando del súper” – me contestó ante mi pregunta de qué decía
cuando alguien comentaba sobre su piel golpeada.

La relación codependiente está llena de mentiras y de secretos. Hablar de la verdad


abiertamente es intimidante para la pareja. No es posible tener una relación íntima y sana
con quien no podemos discutir un problema o algo que nos enfada o nos incomoda. Y al no
poderse resolver los conflictos propios de cualquier relación, dado que prefieren ignorarlos,
no hay cercanía emocional y la relación sólo se da en un nivel superficial. “Nunca he sido fiel
a mi esposa, ya debería estar acostumbrada, aunque solo me ha cachado la décima parte de
las travesuras que he hecho” – me comentó Gaspar entre risas. “Y dime algo Gaspar…
¿Cuántas veces se habrá portado mal ella sin que tú lo sepas?” – le pregunté con cierto nivel
de cizaña. “Los secretos, querido compadre, siempre son de ida y vuelta” – rematé decidido.
Gaspar asume que mientras él le miente a “todas sus mujeres”, ellas son sumisas y sufren
por su culpa. La codependencia es una enfermedad en la cual el engaño es un invitado siempre
presente.

No se puede cambiar a las personas. Bien dice Rafa mi terapeuta: “locura es pretender
cambiar al otro. Nadie puede transformar al otro. Liz no pudo cambiar a Pablo, como la
esposa de Gaspar no ha podido cambiar a su marido, o Talina a Hans. “Cambiar” al otro es
una causa perdida. El hecho de "cuidar" y "rescatar" al otro no es en realidad un acto
altruista, sino que es un intento desenfrenado por escapar de los propios problemas y
controlar desesperadamente al otro. Sin embargo, como sucede con todos los
codependientes, el controlador termina siendo controlado por las emociones que el otro
despierta en él.

¿Cuándo se gesta nuestra tendencia a relacionarnos codependientes? Beattie, confirma lo


expuesto por Forward, asegurando que la codependencia tiene su origen en la infancia,
cuando hay vacíos afectivos en el seno de las familias disfuncionales, y cuando las
necesidades emocionales del pequeño no son satisfechas de una forma amorosa. Beattie y
Forward aseguran que estas carencias le impiden al niño madurar adecuadamente, y lo
convierten en una persona que no es capaz de adaptarse a las situaciones de la vida adulta,
y enfrentarlas de una manera sana y asertiva.
Entonces, cuando las necesidades del niño no fueron satisfechas en su momento y, por
consecuencia, las etapas que siguen a la infancia no pueden ser vividas en plenitud -
adolescencia, juventud temprana y juventud adulta-, el desarrollo del yo auténtico, genuino
y real del individuo se detiene, se estanca; y empieza a aparecer un yo desestructurado que
surge desde el yo del niño lastimado. Entonces, se manifiesta un yo débil, un yo infantil y un
yo temeroso. Este yo, desarrolla mecanismos de defensa donde ve por los demás,
cuidándolos y controlándolos, y dejándose de lado así mismo. Lo anterior le ayuda al niño
herido a sobrevivir y a sobrepasar las experiencias dolorosas que ha vivido desde la infancia,
donde ese niño aprendió a “servir a los demás”, descuidándose a sí mismo y a su dignidad, y
desarrollando roles que le permitieron sentirse indispensable, necesitado e importante para
ese sistema familiar disfuncional.

¿Es sano necesitar a los demás? ¡Claro que sí! Si no los necesitáramos, no nos involucraríamos
íntimamente con nadie. Necesitar a los demás no es una señal de codependencia. Cuando
queremos, necesitamos del otro. Una cierta interdependencia hacia los demás es sana y
hasta necesaria, siempre y cuando la relación nos complemente y nos favorezca en la
realización de nuestra persona. La independencia absoluta nos destierra a la soledad, como
a Mirela con todos sus miedos al contacto íntimo. Por el otro lado, la codependencia surge
cuando dependemos del otro y cuando nuestro sentido de vida está vinculado únicamente
con el otro. Karpman expuso desde 1968 que el problema del codependiente es que la
persona vive inmersa, obsesionada, en una relación destructiva y enferma. Es por eso que
los codependientes repiten las mismas estrategias ineficaces que han utilizado con
anterioridad y que no han brindado bienestar. De aquí surge la obsesión: la insatisfacción
que no cesa, no importando cuanto esfuerzo se invierta. Al final, los codependientes se
sienten de la misma manera: llenos de sufrimiento y devaluación, injustamente tratados y
donde el miedo al abandono es siempre una constante. Por lo mismo, Beattie asegura que una
relación codependiente consiste en:

- Estar centrados, casi totalmente, en otra persona.


- Una negación inconsciente de nuestras verdaderas necesidades y emociones, donde
“satisfacemos nuestras necesidades de un modo que realmente no se satisfacen”.
- Una continua obsesión y preocupación por los problemas del otro.

Es por esto, que cuando nos relacionamos de manera codependiente, aun cuando logremos
terminar con esa relación tormentosa y destructiva, dolorosa y llena de ansiedad, obsesiva
y llena de vacío; si no sanamos nuestro patrón de conducta, lo repetiremos, eligiendo a otra
persona a quien rescatar, para después castigar y controlar y donde terminaremos por
sufrir y ser su víctima. Mismo infierno, pero con diferente diablo. Creamos nuevos triángulos
drámaticos de Karpman, con otros seres humanos cuyo apego puede ser diferente al que
tenía nuestra anterior pareja, aunque las emociones que nos terminan por generar sean las
mismas.

Querido lector: es momento para preguntarte si te sientes identificado con el


comportamiento codependiente, y si has vivido un “amor que no es amor”. Quizás lo estás
viviendo en estos momentos. Si es así, vale la pena que sigas leyendo los siguientes capítulos
en los que hablaré de las dinámicas tóxicas más comunes y como identificar cuando estamos
estableciendo una relación codependiente, son sus diferentes estilos y matices. La
codependencia tiene diferentes máscaras y aristas, diferentes presentaciones y será muy
útil identificar cuáles son por las que tú tiendes a sentirte atraído. Por todo lo que te he
explicado y descrito, te pido que estés dispuesto a abrir los ojos para darte cuenta que
cuando un amor duele, lo que crees que es amor, no es más que una adicción, y una adicción,
por atractiva que pueda parecer, implica vivir un peligro en el cual nos podemos perder para
siempre.

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