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Centro de Misionología Juan Pablo II

Los documentos de la Iglesia, una y otra vez nos señalan el lugar que
ocupa el proceso formativo en nuestra vida «La formación misionera del
Pueblo de Dios [...] ha de ser entendida no como algo marginal, sino
central en la vida cristiana» (Redemptoris Missio, 83). En esta misma
línea afirma el documento de Aparecida: La vocación y el compromiso
de ser hoy discípulos y misioneros de Jesucristo en América Latina y El
Caribe, requieren una clara y decidida opción por la formación de los
miembros de nuestras comunidades, en bien de todos los bautizados,
cualquiera sea la función que desarrollen en la Iglesia. Miramos a Jesús,
el Maestro que formó personalmente a sus apóstoles y discípulos (DA
276).

La formación nos ayuda a ser discípulos misioneros conscientes de lo


que estamos llamados a ser y a dar partiendo del testimonio de vida en
el propio ambiente y más allá de las fronteras. Nos ayuda a darnos
cuenta que es necesario formarse como discípulos misioneros y que
incluso no alcanza con hacer un cursos, escuelas ó talleres de
Misionología, sino que es más profundo, que se trata de una experiencia
de vida donde el encuentro con Jesús es el elemento fundamental que
no puede faltar. Sin miedo a equivocarnos podríamos decir que la
preparación que queremos brindar como Centro de Misionología es
para que cada uno de los participantes se encuentre cada vez más con
Cristo, para que descubra cada vez más el amor del Padre y se anime
a vivir cada vez más su vocación misionera, como constructor del Reino.

Formarse es un poco ponerse en camino en el seguimiento de Jesús,


para escuchar con corazón muy abierto sus palabras y aprender su
mismo estilo de vida y de relación con los demás. Sin olvidar que el
proceso formativo del discípulo misionero esta siempre orientado a lo
que es la vocación misma de la Iglesia, a salir de sí, a ser misionera
llevando a todos el anuncio el Evangelio.

El Centro de Misionología «Juan Pablo II» destinado a sacerdotes,


seminaristas, novicios, novicias, jóvenes misioneros, laicos
comprometidos con la actividad misionera de la Iglesia, en nuestro país
y del Cono Sur está en sintonía con Aparecida: una formación que
contemple las distintas dimensiones (humana, comunitaria, intelectual,
espiritual, pastoral y misionera) que tendrán que ser integradas
armónicamente a lo largo del proceso formativo del discípulo misionero.
Hoy trabajamos en el Centro de Misionología para el Cono Sur «Juan
Pablo II» en una propuesta que integre lo comunitario y lo personal, la
espiritualidad en la acción misionera, lo intelectual con lo afectivo y
pastoral. Al mismo tiempo, la formación es permanente y dinámica, de
acuerdo con el desarrollo de las personas y al servicio que están
llamadas a prestar, en medio de las exigencias de la historia.

Para evangelizar, ¿hace falta formación?


Si tenemos que transmitir algo, necesitamos de las herramientas
necesarias para esa comunicación. La misión de la Iglesia se realiza
movida por la gracia y el amor del Espíritu Santo, y la hace concreta a
través de gestos, palabras y actitudes de vida.

Hay un aspecto vital en la misión que está contenido en la misma gracia


con la que Dios obra en los misioneros. Este don no se puede adquirir
de ninguna manera. El Señor lo da y lo sostiene, como la savia de la
planta alimenta a cada rama, a cada flor y a cada fruto que surge de
ella.

Para la transmisión del mensaje de salvación el misionero necesita estar


preparado. Una tarea nada fácil, porque su objetivo es más profundo
que el de cualquier otra profesión u oficio. Según el Documento de
Aparecida es evangelizar sobre “el amor de plena donación”, el eje
cultural “radical” de una nueva sociedad.

Un misionero se alimenta de dos fuerzas: la de Dios y la de su


formación. Ambas son del Señor, pues dice la escritora chilena Gabriela
Mistral (1889-1957): “La educación es, tal vez, la forma más alta de
buscar a Dios”.

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