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El Valle de los Campesinos

Una historia interactiva de Orn

de Nel d'Elx y Quim Bou


Atención!
¡Atención!
Esta historia que tienes entre manos no es como las demás,
si la lees del principio hasta el final no le encontrarás el sentido.
Aquí no eres un lector, aquí eres el protagonista.
Tú eres Orn y tú decides qué hace.

Pero ve con mucho cuidado, no todo es lo que parece ni todos


los caminos llevan a un final satisfactorio.
Lee qué sucede y mide bien las decisiones que tomas.

Créditos:
El argumento y el texto son obra de Nel d'Elx, en base al mundo y a los personajes creados por
Quim Bou. Las ilustraciones pertenecen a Quim Bou. Esta traducción al castellano es gracias
a la amabilidad de TitoEwok (¡gracias!). Contacto: quim@quimbou.com
Los dos autores dan permiso para reenviar y reproducir este .pdf siempre que,
a) no se utilice con fin lucrativo alguno.
b) se cite la autoría del mismo.
c) no se edite ni se modifique el contenido de este .pdf sin permiso. Los autores dan permiso para
traducir este texto a otros idiomas (y lo agradecerán).
¡Que aproveche! :)
Oigo la tormenta soplar fuera de casa y vuelvo a pensar en la suerte que he tenido
que estos gatos granjeros me hayan dado cobijo. Este valle es famoso por la dureza de la
vida que sufren sus habitantes y los bandidos que les asaltan. Por eso, doy gracias que hayan
abierto la puerta a un desconocido buscando amparo en la noche, pero ha sido la mirada fija
y desconfiada quien me ha reconocido: "¡Orn! ¡Es Orn!".
Sentado cerca de la chimenea, con un pedazo de tostada en mis manos, en compañía de esa
familia tan amable, ni siquiera las preguntas del hijo me estorban ni molestan:
- ¿Orn, es cierto que ya habíais pasado por este valle?

- ¡Seiret, por favor! ¡deja a nuestro invitado en paz! -Su madre trató de hacerlo callar y se
disculpa ante mí- Os pido que lo perdonéis, ha oído hablar de vuestro nombre muchas veces
y aún no se cree que estéis con nosotros esta noche.
Trato de disculparme:
- Soy yo quien debe pedir perdón por aparecer de modo tan repentino. Esperaba cruzar el
collado esta noche, pero esta tormenta me ha sorprendido y entonces vi vuestra masía.
El padre irrumpe con voz sentenciosa:
- ¡Tonterías, Orn! Sois un perro respetado y bienvenido en este valle. Nadie puede olvidar lo
que hicisteis por la familia Laucó.
- Oh, por favor, tampoco fue...
Pero el hijo hace gestos ansiosos y grita todo ansioso:
- ¡Sí, sí, sí! Orn por favor, ¡contádnoslo! He oído hablar mucho de ello, ¡pero vos sois el
protagonista!
Me siento halagado por la atención de la familia, y me decido a explicarles dicha aventura
mientras la madre me alcanza un tazón de leche caliente.
Empiezo a narrar la historia, ve al 1.
1
Ya hacía tiempo que rondaba por estas tierras, bien haciendo de guardaespaldas, bien
cualquier otro trabajo que necesitase un par de espadas. Proteger comerciantes, acompañar
mercaderes, llevar mensajes entre ciudades, etcétera... trabajos de rutina y no muy dignas de
mención. Bien, pues tras un tiempo, me dirigía hacia Rogossal, atravesando dicha sierra. Me
entretenía paseando y comparando el azul del mar en lontananza y el blanco azulado de la
nieve en los picos que estaba dejando atrás, cuando, de repente, olisqueé el olor a quemado,
y divisé una columna de humo negro levantándose tras una colina un poco alejada de la ruta
que seguía.
¿Qué creéis que hice?
Si me desvío por el camino para investigar, ve al 31.
Si paso de largo, ve al 37.
2
Para evitar una escena desagradable y comprometida me dirijo al desconocido antes
de tener a la vista el camino que se dirige a Surrac, que ya estará transitado por campesinos
que lleven a la ciudad sus mercancías y viajeros de todo tipo.
- ¡Eh! -grito para atraer su atención desde atrás.
El pastor alemán se gira y me mira sorprendido.
-¿Sí? ¿Qué desea?
Si me hago pasar por un bandido, ve al 28.
Si me hago pasar por un viajero perdido, ve al 34.
3
Corro campo a traviesa tan rápido como puedo, con los bandidos tras de mí,
persiguiéndome.
Unas cuantas veces estoy a punto de caer y rodar por los suelos, pero está en juego mi
supervivencia y en el último momento siempre me repongo.
Cuando por fin llego al camino de Surrac respiro aligerado, sintiéndome seguro al fin.
Me dirijo a los guardias de la puerta y éstos me envían a hablar con Nalciá (un pastor
alemán), el jefe de soldados que ha ido a la caza de los bandidos, sin ningún éxito. Con las
descripciones que le facilito,
reconoce el terreno donde me topé
con ellos, y en seguida se dispone a
encabezar una patrulla de soldados.
Vuelven tres días después,
cabizbajos: los bandidos les han dado
esquinado una vez más, y Nalciá se
siente desolado.
Fin.

4
Los escarabajos salvajes huyen de la flecha que un cazador falló, y yo, por si acaso,
me estoy quieto, escondido tras unos setos. Oigo unas voces acercándose, malhumoradas y
gruñonas, y pronto les veo:¡Se trata de los bandidos!
Un grupo de cuatro hombres (zorros y linces) vestidos de modo indolente, se insultan entre
ellos y se ríen de quien lleva el arco. Miran alrededor, mas no me descubren, y comentan
que ya cazarán cualquier cosa de camino a la cueva.
Si dejo pasar un tiempo y les sigo, ve al 25.
Si les ataco en cuanto se dan la vuelta, ve al 47.
5
La cueva que sirve de escondrijo a los bandidos está a los pies de la pared rala de una
montaña, antes he mirado arriba y he visto que hay unos cuantos pedruscos de buen tamaño.
Si puedo escalarla y hacerlos caer en la entrada de la cueva, los bandidos quedarán
atrapados.
Es de noche, y la escalada será más complicada, pero éste es el único modo de atraparlos a
todos juntos. Debo correr el riesgo.
Conocedor de que un único error puede ser mortal, empiezo el ascenso. Al principio parece
fácil, pues la falda de la montaña es suave, pero a medida que asciendo la cosa se complica:
el suelo ya no es firme, sino que está formado por piedras resbaladizas, y ayudarme con la
vegetación para alzarme también es peligroso, pues sus raíces no son tan profundas.
Ve al 32.

6
Aprovecho la ocasión de que todos los bandidos están en la reunión con el
desconocido para acercarme tanto como me es posible a la entrada de la cueva, lo cual
significa salir al descubierto. Ando silenciosamente hacia ella, tratando de ser sigiloso,
cuando oigo unos pasos que proceden del interior.
Corro hacia la vegetación y me lanzo hacia ella antes que de ser visto, pero cuando ya estoy
escondido, el bandido que ha salido viene hacia mí. Me quedo helado y no reacciono, si me
ha visto me tiene enteramente a su merced.
Por suerte, no es eso lo que tiene en mente, sino una necesidad fisiológica; ¡Los bandidos
también deben mear!
Me quedo donde estoy mientras a medio metro el bandido vacía la vejiga, y hecho esto se
vuelve hacia el interior.
Ve al 27.

7
Pienso que estos bandidos necesitan agua por fuerza, así que quizá abrevan de este
riachuelo o de algún afluente, así que sigo la corriente hacia arriba. Estoy ojo avizor, no
fuere descubierto, pero no veo nada sospechoso, y además, los árboles que se alzan a ambos
costados del riachuelo son un buen escondite.
De repente, oigo un ruido tan pronto giro una curva, se trata de una bandada de escarabajos
gigantes bebiendo de la corriente.
si vuelvo atrás y subo por el camino, ve al 21.
Si me estoy quieto para no molestarlos, ve al 36.

8
En su soberbia, los bandidos me han mencionado hasta su escondrijo: una cueva a la
falda de una pared cortada a sierra. En la ancha entrada de la cueva hay un fuego con dos
vigilantes atentos, parece que sean una guardia permanente, pero, por suerte, éstos no han
desbrozado la vegetación demasiado lejos, y puedo apostarme tras unos árboles para poder
vigilar sus movimientos. Los cazadores entran en la cueva y se pierden en la oscuridad
mientras los guardias protestan diciéndoles que son unos inútiles por no haber traído
comida. Parece que la cueva sea bien profunda.
Si es mejor esperar y espiar, ve al 11.
Si éste es un buen momento para atacar, ve al 20.
Si busco la forma de encerrar a los bandidos dentro de la cueva, ve al 46.
9
Si ésta es la cuarta sección en el interior de la casa en llamas, ve ahora mismo al 12.
El humo me impide ver a más de dos metros, y a la vez me llena los pulmones y me
ahoga. Aún así, busco a Liira en esta estancia pero no veo a nadie, aunque es posible que se
hayan escondido tras alguno de los bultos de los campesinos, o que haya un sótano.
si busco alguna portezuela en el suelo, ve al 29.
si me acerco a los bultos, ve al 35.

10
Con la colaboración de todos los campesinos, vecinos del valle, se puede salvar la
construcción. Pero el edificio ha quedado con las paredes calcinadas, y gran parte del
interior está inservible, mas lo importante es que no hará falta demolerlo y construir otro en
su lugar.
Una vez terminadas las tareas más urgentes, los campesinos se reúnen a mi alrededor y me
agradecen mi providencial intervención. Son gente sencilla que vive en un sitio difícil y en
malas condiciones, por ello mismo se sienten miembros de una amplia comunidad, y no se
acostumbran a recibir ayuda de ningún forastero. Me ofrecen su hospitalidad, y yo
aprovecho para descansar y recibir unas pequeñas curas.
Todo el mundo se alegra que la hija de los Laucó se haya salvado, pero nadie menciona el
motivo del incendio.
Si es mejor hacer caso omiso, ve al 26.
Si se lo pregunto, ve al 42.
11
Antes de emprender ninguna acción, prefiero estar bien seguro de todas las
posibilidades. Por ello, espero y les espío un poco más desde mi escondrijo.
Súbitamente, oigo unos pasos abriéndose senda en mi retaguardia. En caso que alguien me
haya descubierto me encontraré atrapado entre el desconocido que se acerca y la cueva
repleta de bandidos...
Ve al 38.

12
He estado demasiado tiempo dentro de la casa en llamas, el humo me ha llenado los
pulmones y, sin poder parar de toser, corro hacia la ventana con tal de salvar mi vida.
Los campesinos que se han congregado fuera parecen alegrarse cuando me ven salir, pero
rápidamente se dan cuenta de que estoy yo solo, los sollozos de pena de la madre me duelen
más que las quemaduras que he sufrido ahí dentro.
Nadie me echa nada en cara... he hecho lo posible...
Fin.

13
Dejo irse al desconocido y continuo con la vigilancia de la cueva, pero éstos vuelven
a montar guardia y no pasa nada durante el resto de la noche. De hecho, yo mismo me
adormezco, y por la mañana siguiente me despierto con el ruido y la conversación cuando
empiezan con sus rutinas diarias.
Debo irme antes de ser descubierto.
Ve al 43.

14
Desgarro la capa del desconocido para usar los jirones como sogas, y lo desnudo para
evitarme sorpresas desagradables.
En cuanto se despierta, le propino una buena bofetada y empiezo a interrogarlo. Sus
respuestas me asustan:
Este pastor alemán conchabado con los bandidos resulta ser Nalciá, el jefe de soldados de
Surrac, y tiene con los malhechores un pacto para llevarse una parte del chantaje a que
someten a los campesinos del valle, los que, al denunciar estos hechos, se encuentran con
que los soldados jamás llegan a encontrar a los bandidos, que ya han sido avisados por
quien se supone que debía atraparlos.
Mi cara refleja tal indignación que este malnacido se teme otra bofetada, pero lo que hago
es levantarlo y obligarlo a andar hacia la granja de uno de los campesinos que él mismo ha
condenado, a quien pido que me acompañe con un carro para llevar a este indeseable a
Surrac. El campesino acepta, ansioso por ver terminar sus días de sufrimiento.
Ve al 50.

15
Sigo por la senda bien alerta, pero no encuentro nada ni a nadie. de hecho, tras enfilar
un monte, entreveo debajo un pueblecito. ¡Parece que he andado demasiado!
Si vuelvo atrás para seguir la corriente del riachuelo hacia su nacimiento, ve al 7.
Si me desvío al terreno escarpado buscando cuevas, ve al 33.
16
Si ésta es la cuarta sección en el interior de la casa en llamas, ve ahora mismo al 12.
Me agacho para mirar bajo la cama y me calma el hecho de ver una chiquilla
acurrucada y asustada, ¡Es Liira!
La tranquilizo y le ofrezco mi mano para sacarla, con gesto dubitativo pero conmigo como
única forma para salvar la vida, me coge el brazo y sale de bajo la cama. Entonces alzo los
brazos y empiezo a correr hacia la ventana por donde he entrado.
No puedo respirar y no veo nada, el humo me ciega y ahoga, pero la estructura sencilla del
edificio y la falta de muebles y decoración impiden que tropiece con ningún obstáculo.
Lanzo a Liira al otro lado de la ventana, y me doy prisa en seguirla.
Fuera hay un montón de campesinos, que ya se han organizado para traer agua de un
riachuelo y tratar de salvar lo que queda de la casa. La madre de Liira, con ojos llorosos, la
abraza mientras llora y ríe. Yo me tumbo en el suelo, recuperando el aliento y contento de
ver la luz del sol una vez más.
Ve al 10.
17
Mientras persigo al desconocido pienso cómo darle alcance y qué hacer con él.
Quizá sea mejor pretender que soy un viajero y tratar de charlar con él para sonsacarle
información. O pudiera ser que sea llegada la hora de dejar que sea la espada quien hable.
Si me acerco para charlar, ve al 2.
Si lo ataco por la espalda, ve al 39.

18
Ya he visto suficiente: Dentro de la casa en llamas está Liira, la hija de los
campesinos.
No puedo quedarme quieto mientras ella puede morir en cualquier momento. Aunque el
fuego se extiende por todas partes y está claro que uno de los focos de incendio es la puerta
delantera, hay una ventana por donde puedo entrar de un salto.
No me lo pienso dos veces.
Entre exclamaciones y gritos de sorpresa de los campesinos, corro hacia la ventana y la
atravieso golpeando los postigos. Caigo rodando en la habitación principal, y en seguida el
hedor a chamuscado me empalaga y marea. Miro a mi alrededor, mas no veo a Liira por
ningún lado. Des de aquí, tengo tres opciones:
Buscar en la habitación principal, ve al 9.
Ir a la cocina, ve al 24.
Ir a la cámara del fondo, ve al 40.
Sea como fuere, debo darme prisa y debo rescatar Liira cuanto antes. Por eso, deberé
contar durante cuántas secciones estoy en el interior de la casa en llamas.
19
Será una paradoja divertida: Los bandidos han provocado un incendio en la granja de
los Cauló, y yo provocaré un incendio en su cueva. Fuego para apagar fuego!
Me distancio de la cueva y recojo ramas secas que hagan mucho humo. Al ser negro noche
estoy vigilante y espero un momento en que los guardas estén adormilados, entonces me
arrojaré encima, los reduciré en silencio, y encenderé una humareda para despertar a los
bandidos que están en el interior, haciéndolos salir asustados y así fácilmente vencerlos.
Ve al 23.

20
Empujado por el ansia de venganza por la opresión a que someten los bandidos a los
campesinos del valle, no tardo en desenfundar la espada.
Pero justo cuando estoy a punto de iniciar mi carga contra los guardias de la entrada, me lo
planteo de nuevo:
En la entrada hay dos, dentro están los cuatro cazadores, y es de suponer que habrá más allí.
Y yo sólo soy uno. Por bueno que sea, un solo error sería mortal para mí.
Más me vale ser cauto o astuto.
Si prefiero esperar y espiar, ve al 11.
Si busco la forma de encerrar a los bandidos en la cueva, ve al 46.

21
Ando por una senda montaña arriba oteando a lado y lado no fuere que los bandidos
me cogieran desprevenido, pero puedo estar tranquilo por ahora, pues sólo veo los verdes
prados de los campesinos, rotos por unas cuantas paredes serradas con un montón de
pequeñas cuevas.
Si continuo camino arriba, ve al 15.
Si entro en el terreno escarpado buscando cuevas, ve al 33.

22
Alzo los brazos mientras me sitúo para que el arquero vea mi contorno y no me tome
por una presa. Busco con la mirada la dirección de donde provino la flecha, y comprendo mi
error cuando veo que, tras unos árboles, salen tres bandidos, con gesto malhumorado, y su
mirada envenenada me cuenta que no soy bienvenido.
Debo huir, ve al 3.

23
Ya es noche cerrada y los bandidos son demasiado soberbios para hacer una guardia
en condiciones: Se confían y echan un sueñecito.
Es el momento que estaba esperando, corro a por los guardias y antes de que se den cuenta
los dejo sin sentido.
Entonces pongo todo el montón de ramas y efectivamente, la humareda entra en la cueva,
los bandidos se despiertan medio ahogados, y salen corriendo.
No había contado con que fuesen tantos. Son casi una veintena, y a pesar de ir desarmados,
son demasiados para mí.
Debo huir, ve al 3.
24
Si ésta es la cuarta sección en el interior de la casa en llamas, ve ahora mismo al 12.
Entro y salgo de la cocina sin detenerme, si Liira se hubiese escondido aquí habría
muerto ahogada. Con lágrimas en los ojos y tosiendo para expulsar el humo que me inunda
los pulmones, debo decidir rápido dónde buscarla:
Si busco en la habitación principal, ve al 9.
Si busco en la habitación del fondo, ve al 40.

25
Dada la superioridad numérica de los bandidos, prefiero no atacar, sino seguirlos
hasta su escondite, y, una vez allí, ya veré si puedo atraparlos o si será mejor ir a Surrac para
informar del paradero de los malhechores que hostigan el valle.
Sin percatarse de mi presencia, andan confiados monte arriba, y me conducen hasta su
escondrijo.
Ve al 8.

26
La familia Laucó es muy amable, y no paran de recordarme que siempre que pase por
ese valle seré bien recibido, tanto por ellos como por cualquiera de las otras granjas. Así,
con la satisfacción del deber cumplido, puedo continuar mi camino, aunque me parece que
nunca sabré qué misterio se escondía en ese incendio...
Fin.

27
Dejo correr el tiempo mientras esos malhechores están celebrando su reunión con el
desconocido. Al fin y al cabo, siento un murmuro de voces y veo un grupo de bandidos que
salen de la cueva para despedir a éste.
Ahora lo tengo de frente y puedo verle la cara a pesar de la capucha: Es un perro, un pastor
alemán. Nunca olvidaré su cara.
El desconocido se va y los bandidos se quedan en la cueva. ¿Qué hago?
Si continúo esperando, ve al 13.
Si sigo al desconocido, ve al 30.
28
Trato de engañar al pastor alemán:
- Vengo de la cueva, el jefe quiere decirte algo más que había olvidado.
- ¿Ah sí? -Entrecierra los ojos, no parece que se haya tragado el cebo- ¿Y qué debía
decirme?
- Estoo... -titubeo- es sobre el incendio de ayer...
- ¿Y qué más me da a mí?
La chulería de esa respuesta, el menosprecio que exuda su voz hacia los campesinos,
termina por indignarme.
- ¡Traigo un mensaje de parte de Liira!
Y me arrojo hacia él espada en mano.
Vés al 41.
29
Si ésta es la cuarta sección dentro de la casa en llamas, ve ahora mismo al 12.
Me arrodillo y, a tientas, busco en el suelo el cerrojo de una portezuela. También
golpeo los maderos para escuchar el sonido que producen y descubrir si hay un doble fondo.
Desgraciadamente, no encuentro ninguna pista, y debo darme prisa en encontrar a Liira.
Grito su nombre, y a duras penas me parece oír una tos ahogada por el ruido de los maderos
al quemarse.
Si voy a la cocina, ve al 24.
Si me acerco a los bultos, ve al 35.
Si voy a la habitación del fondo, ve al 40.
30
El desconocido se va de la cueva tras celebrar la reunión con los bandidos, quienes se
quedan en ella. Decido seguirlo para aclarar el misterio de esta figura misteriosa.
Confiando en el anonimato de la noche y la repetición de la rutina, el pastor alemán que se
esconde bajo la capucha anda solo, y me doy cuenta de que se dirige a Surrac.
Si le doy alcance antes de que llegue, ve al 17.
Si le sigo hasta la ciudad, ve al 40.

31
Llego al otro lado del montículo al tiempo que el grupo de campesinos (conejos,
gatos, y otros); uno de ellos parece mucho más asustado que los demás, viendo cómo quema
una granja por todos lados. Echada en el suelo, llorando, hay una campesina. Los
campesinos están horrorizados por el incendio, y el marido abraza a su esposa y la aleja del
edificio en llamas mientras ella lloriquea “Liira... Liira está dentro …”
Justo en ese momento se oye un grito procedente de la casa, es el chillido de una chica.
Ve al 18.
32
Aún así, y con más de un susto, llego a la cima de la montaña. Jadeo y me seco el
sudor, tumbándome en el suelo sólo para sentir el placer de descansar sobre suelo firme.
Una vez recupero el aliento, sopeso los distintos pedruscos que hay y hago rodar el elegido
para taponar la entrada de la cueva. Dejo caer unos cuantos, confiando en que no habré
errado el tiro, y me dispongo a bajar para contemplar si lo he logrado.
Ve al 49.

33
Salgo de la senda para empezar a pisar piedras temblorosas que terminan en
barrancos. Me tumbo en el suelo para evitar una caída mortal, y atisbo por encima de una de
las paredes, buscando una cueva donde pudieran esconderse los bandidos. Hay un montón,
pero todas están decenas de metros más abajo, y, además, son fácilmente localizables, dado
que no hay ninguna vegetación en ninguna de estas paredes cortadas a sierra y verticales.
De repente me doy cuenta de que su acceso es demasiado difícil. No es aquí donde se
esconden.
Si vuelvo atrás para seguir el riachuelo hacia su nacimiento, ve al 7.
Si continúo por el camino hacia arriba, ve al 15.
34
- Buen señor, me he
perdido. Y he debido dormir
al raso por no haber sabido
encontrar el camino a
Surrac.
- El desconocido me mira
extrañado, pero de pronto
una sonrisa le cruza la cara
y me hace un ademán
amistoso de que me acerque.
- No estáis muy lejos,
amigo. Sólo debíais subir
esa cuesta –dice mientras me acompaña-. ¿Veis? Está aquí al lado.
Y contemplamos desde encima la senda que lleva a la ciudad, con los campesinos más
madrugadores conduciendo sus carros, y una multitud de viajeros, peregrinos y nómadas.
Le sonrío:
- ¿Haríais el favor de llevarme? ¡No fuere que volviere a perderme!
Y a su vez ríe gustosamente:
- Será un placer, amigo. -Me mira de pies a cabeza y me pregunta-. ¿Con quién tendré el
gusto y el honor de compartir el final del camino?
- Me llamo Orn, sólo soy un trotamundos que atrae los problemas y se las apaña tan
elegantemente como puede.
Mi respuesta le gusta, vuelve a reírse, y me abraza:
- ¡Una profesión peligrosa, la vuestra! Tenéis suerte de que esté de vuestro lado -Hace una
pausa y dice su nombre-. Soy Nalciá, jefe de los soldados de Surrac.
¡Pues claro! ¡Ahora lo entiendo todo!
Este pastor alemán está compinchado con los bandidos y tiene con los malhechores un pacto
para llevarse una parte del chantaje a que someten a los campesinos del valle, los cuales,
cuando denuncian estos hechos, se encuentran con que los soldados jamás llegan a encontrar
a los bandidos, dado que éstos han sido avisados por quien se supone que debía capturarlos.
Confiado en que la revelación de su autoridad será bienvenida por mí, este malnacido no se
espera el puñetazo que le conecto en todo el hocico. Le he golpeado con tanta rabia que lo
he noqueado, y lo cargo a peso hacia la granja de unos campesinos que él mismo ha
condenado, a quienes pido que me acompañen con un carro para conducir a este indeseable
a Surrac. El campesino se aviene, contento de ver terminar sus días de sufrimiento.
Ve al 50.

35
Si ésta es la cuarta sección en el interior de la casa en llamas, ve ahora mismo al 12.
Agachando la cabeza tratando de respirar el menor humo posible, y apartando con el
brazo izquierdo los trocitos de viga que me caen como antorchas, me acerco a la pared
donde los campesinos guardan sus bultos. Hay un montón de utensilios, canastos, cajas y
baúles, pero rápidamente me doy cuenta de que Liira no está ahí.
Si voy a la cocina, ve al 24.
Si busco alguna portezuela en el suelo de la habitación principal, ve al 29.
Si voy a la habitación del fondo, ve al 40.
36
Los escarabajos
salvajes no se han
percatado de mi
presencia, y yo me estoy
quieto tras unos
matorrales para no
molestarlos.
De repente, un ruido
seco termina en el suelo,
cerca de las patas de los
animales, y éstos
empiezan a correr. ¡Una
flecha!
Alguien ha disparado su
arco contra los
escarabajos salvajes... ¿o quizá era contra mí?
Si me quedo quieto a cubierto, ve al 4.
Si descubro mi posición para evitar malentendidos, ve al 22.

37
Pensé que sería un campesino quemando sus rastrojos, y continué mi camino, pero
me topé con un grupo de campesinos corriendo hacia la columna de humo. Estaban
aterrados, gritando “¡Es la granja de los Laucó!”.
Fue entonces cuando me percaté de la situación y corrí hacia ellos para tratar de ayudarlos.
Ve al 31.
38
Me quedo quieto tratando de disimular mi presencia y, con suerte, el desconocido
pasa de largo y entra en el claro que hay frente a la entrada de la cueva.
Ahora me da la espalda y no puedo verlo, pues viste una capa con capucha, pero los
guardias lo reconocen, y le franquean el paso con una curiosa mezcla de respeto y rutina.
¿Quién debe ser el desconocido?
Ve al 45.
39
Ahora es el momento.
Conozco el valle y sé que, tras superar este montículo ya habremos llegado al camino que se
dirige a Surrac, así pues, debo atacarlo ahora, antes que nadie me vea y se interponga.
Desenfundo mi espada y cargo contra el desconocido, pero justo antes de golpearlo, éste se
gira, y mi espada es cubierta por su capa. Está claro que él era consciente de mi presencia y
se ha esperado a que fuese yo quien tomase la iniciativa.
Aprovecha que tengo el arma inutilizada y me propina un puntapié. El movimiento de su
cuerpo le ha hecho caer la capucha, y nos enfrentamos cara a cara: el pastor alemán tiene
unos ojos fríos, soberbios, se siente superior y quiere que me percate de ello.
Siempre recordaré cómo le cambia el gesto cuando me dejo caer a sus pies y le atenazo las
piernas, sin demasiada movilidad por la capa, de modo que lo hago caer. Yo ya estoy
preparado para arrojarme encima y le suelto un puñetazo en el hocico que lo deja sin
sentido.
Ve al 14.
40
Si ésta es la cuarta sección en el interior de la casa en llamas, ve ahora mismo al 12.
Me apresuro a correr por la casa, hacia la habitación del fondo. Por suerte, aquí no
hay demasiado humo, y aún se puede respirar. Se trata del dormitorio, con una cama de
madera repleta de mantas y unos baúles para guardar la ropa.
Si busco en la habitación principal. Ve al 9.
Si miro bajo la cama, ve al 16.
Si voy a la cocina, ve al 24.

41
Mi ataque no sorprende al pastor alemán, quien me esquiva fácilmente,
desenvainando su espada con el mismo movimiento. Nos quedamos quietos uno frente al
otro, observando y valorándonos mutuamente. Por la postura en que se ha colocado y por el
gesto con que me ha evitado, adivino que, sea quien sea este desconocido, es alguien
versado en el manejo de las armas.
Estoy evaluando mi contrincante cuando, súbitamente, enarbola la espada dando un golpe
de arriba abajo y, más por instinto que por habilidad, detengo el envite con mi acero.
Mañana el músculo aún se resentirá. Viendo que lleva la iniciativa, ataca con un golpe
lateral a la cintura, mas no puedo pararlo pues tengo la espada mal colocada y debo recular.
Pero sé que no puedo permanecer a merced de sus ataques y, sin pensármelo dos veces, me
lanzo con la espada por delante para ensartarlo a la altura del pecho. Me desvía la espada
con un elegante golpe de su tizona, pero aprovecho que estoy frente a él para empujarlo. Mi
corpulencia es mayor, así que lo desequilibro, momento que aprovecho para propinarle un
puñetazo en el hocico que lo deja inconsciente.
Ve al 14.
42
Rápidamente, tras pregunta “¿Por qué?” un silencio incómodo planea sobre nuestras
cabezas y rompe la conversación. Las risas y los gestos de camaradería son sustituidos por
miradas huidizas y encogimientos de hombros.
¿Qué ha sucedido? ¿Qué he dicho que os haya asustado tanto?
Finalmente, el padre de Liira osa alzar su cabeza y con voz temblorosa dice:
- Nosotros somos campesinos, Orn. Y las nuestras, son tierras ásperas y salvajes. Somos
demasiado pobres para que los de la villa nos hagan caso, pero a su vez somos demasiado
ricos para que los amigos de la espada nos ignoren. Desde hace unos meses, un grupo de
bandidos se han hecho fuertes montaña arriba; atracan a viajeros desprevenidos, y cuando
tienen hambre, bajan a nuestras granjas a por víveres. Y si no les damos por las buenas...
Una granjera conejo agacha la cabeza, con lágrimas en los ojos.
- Nos hemos negado a ceder a su chantaje, pero sólo hemos recibido golpes y destrozos a
cambio.
Me sorprende y me indigna esta situación, y no puedo parar de continuar preguntando:
- ¿Y los de Surrac, qué dicen al respecto? Bien cerca está el fuerte de Serralba, allí tienen
una guarnición de soldados bien preparados y armados. ¿Habéis tratado de hablar con las
autoridades?
- ¡Pues claro! Tres veces que les hemos pedido ayuda, y tres veces que han mandado
patrullas para seguir el rastro de los bandidos, pero no los han encontrado.
- Son gente de ciudad, no saben reconocer las señales en el campo – comenta un campesino.
- ¡Y tú te lo crees! - Replica otro – ¡Esos soldados sólo sirven para figurar en los desfiles!
Sea como fuere, el caso es que he salvado la hija de un campesino, pero la raíz del problema
es otro bien distinto y de mucha más difícil solución. Me siento en la obligación de
ayudarles. Está claro que yo solo no podré atrapar a un grupo de bandidos, pero quizá pueda
descubrir su escondite y guiar hasta él a los soldados.
Ve al 48.

43
Me dirijo a Surrac para informar a las autoridades del escondite de los bandidos en el
valle.
Me recibe el jefe de los soldados de la ciudad, un pastor alemán de nombre Nalciá, y en
seguida sale una patrulla a la caza de los malhechores.
Desgraciadamente, una vez más, vuelven con las manos vacías, no los han encontrado.
Fin.
44
En seguida el desconocido entra en la ruta principal hacia Surrac y se confunde con
la muchedumbre de viajeros, peregrinos, nómadas y campesinos que madrugan para llevar a
cabo sus quehaceres en la ciudad.
Es entonces cuando se baja la capucha y puedo ver por fin su cara: un perro, un pastor
alemán, con el gesto firme y confiado que da la costumbre de la autoridad.
Y lo compruebo cuando, al llegar a las puertas de Surrac, los guardias se cuadran y lo
saludan con respeto por su nombre y título: Nalciá, ¡jefe de los soldados!
Era por eso que, por mucho que los campesinos se quejasen y denunciasen las fechorías que
padecían, las autoridades jamás atrapaban a los bandidos, porque la autoridad estaba
compinchada.
Desgraciadamente, sin pruebas, nadie me hará caso.
Fin.
45
Por la forma en que lo han tratado, no parece que sea uno de ellos, sino más bien
alguien foráneo.
Pero debe ser alguien que los conoce y quizá colabore con los bandidos.
Veo que sale uno de los cazadores con quienes me topé antes y lleva la cena a los guardias,
mientras comenta que “el perro ha venido bien serio” y que quiere hablar con todos ellos,
así que los guardias abandonan el fuego de la entrada de la cueva y se dirigen al interior de
ésta para asistir a la reunión con el desconocido.
Si me acerco para escuchar, ve al 6.
Si prefiero esperar escondido, ve al 27.
46
Dado que son demasiados bandidos para ganarlos en una confrontación cuerpo a
cuerpo, busco el modo de derrotarlos. Miro alrededor, y se me ocurren dos formas:
Si tapono la entrada de la cueva con un pedrusco de encima de la montaña, ve al 5.
Si creo una distracción con fuego y humo, ve al 19.

47
Desenvaino la espada poco a poco, tratando de no hacer ruido, mientras espero a que
se den la vuelta y me ofrezcan sus espaldas. Entonces salgo corriendo de los arbustos y me
arrojo a por ellos con un grito de rabia y venganza.
El primer corte los coge por sorpresa, y uno de ellos cae al suelo para no levantarse nunca
más. Los otros tres me hacen frente y demuestran que son profesionales de la violencia,
separándose entre ellos y desenvainando sus armas, con movimientos rápidos e instintivos.
Dará igual quién de ellos ataque primero, los otros dos aprovecharán mi guardia baja. No
puedo hacer más que jugar sucio, como ellos, y hago una finta como si cargase contra uno
de ellos, quien alza el filo para defenderse, mas no le sirve de nada, pues a quien ataco es al
de su derecha, que ya se abalanza sobre mí; sólo debo aguantar la espada en horizontal y él
solo, con la inercia de su carrera, se ensarta.
Desgraciadamente, el tercer bandido tenía una abertura, y ha sacado provecho de ella:
Me corta en la rodilla izquierda, imposible esquivar.
Terminada la ventaja del factor sorpresa, me encuentro con dos bandidos en plenas
condiciones, uno herido en el pecho, y yo en la pierna.
Son demasiados, debo huir, ve al 3.

48
La pregunta que hago atemoriza a los campesinos y, al mismo tiempo, les levanta el
ánimo:
- ¿Dónde se esconden los bandidos?
Vuelve a hablar el padre de Liira, ahora con una vez que deja entrever esperanza y pavor:
- No sabemos dónde tienen el campamento, pero sí que les vimos huir monte arriba.
Me giro y alzo la vista hacia las montañas donde deben esconderse.
- Ve con cuidado, Orn. Ya viste de qué son capaces.
Miro al campesino y sonrío.
- Os merecéis que corra el riesgo.
Duermo esa noche y a la mañana siguiente, temprano, me dirijo a la búsqueda de los
bandidos.
Si prefiero seguir la corriente del riachuelo hacia su nacimiento, ve al 7.
Si sigo la senda montaña arriba, ve al 21.
49
Bajo prudentemente, para evitar más riesgos, y con tranquilidad, pues debajo no se oye
ruido alguno.
Una vez abajo, compruebo que las piedras que he dejado caer han cegado la entrada de la
cueva, y cuando se asienta el polvo que han levantado los pedruscos, puedo acercarme
nuevamente para escuchar las voces de los bandidos, todavía sorprendidos, y conscientes de
que están atrapados.
Sonrío satisfecho y tomo el camino hacia Surrac, donde los soldados me envían a hablar con
su jefe, Nalciá, un pastor alemán, que no puede creerse mis nuevas, y envía inmediatamente
una partida entera de soldados para sacar y encerrar a los bandidos.
Parece que éstos no volverán a molestar a los campesinos del valle por mucho tiempo.
Fin.
50
El campesino, guiando el carro que transporta al perro alemán, inconsciente, y yo, vamos a
Surrac para entregar a éste colaborador de los bandidos a las autoridades. Al llegar a las
puertas de la ciudad los guardias nos preguntan qué llegamos, y yo, con gesto ceñudo,
respondo:
- Un malhechor.
Ésta no es la respuesta que suelen recibir, y uno de ellos se acerca al carro para comprobar
el contenido. Abriendo los ojos como platos, no puede evitar un grito de sorpresa:
- ¡Nalciá! ¡Transportan al jefe de la guardia!
En seguida, los guardias apuntan sus lanzas hacia mí, yo alzo los brazos y trato de
tranquilizarlos.
- Este Nalciá vuestro, es el cerebro de los bandidos que infestan a los campesinos del valle.
En cuanto despierte podéis interrogarlo. Lo negará todo, pero él es quien evitaba que
atrapaseis a los malhechores.
Los guardias se dan cuenta de la gravedad de mi acusación y, sabedores que esto queda muy
por encima de sus responsabilidades, nos detienen a todos. Se llevan al inconsciente Nalciá
a ser interrogado por los jefes de la ciudad, mientras el campesino y yo somos encerrados en
una celda, a la espera de la decisión de sus superiores. El guardia nos dice, instantes antes de
cerrar la puerta:
- Si habéis mentido lo pagaréis caro, pero si decís la verdad, yo seré el primero en pediros
disculpas.
El campesino rezonga sobre su mala suerte, aún confía en mí, pero toda una vida de ser
tratado como un vasallo le ha acostumbrado a la arbitrariedad de los poderosos. Al día
siguiente un soldado abre la puerta y nos escolta hasta palacio. El campesino está abatido,
pero yo ando bien erguido, pues noto en los gestos del soldado que no somos unos
prisioneros cualesquiera.
Somos recibidos por el alcalde de Surrac, y con todo el respeto nos anuncia el fin de las
fechorías de los bandidos, pues hemos sido nosotros quienes hemos detenido a su cerebro:
Nalciá. Esta misma mañana han mandado a los soldados hacia la cueva donde el pastor
alemán ha confesado que aquéllos se escondían.
Cuando nos ofrece una recompensa por nuestra valentía yo sólo le pido que resarza a los
campesinos de los perjuicios que han sufrido estos últimos meses, como por ejemplo,
pagando la reforma de la granja y un nuevo mobiliario para los Laucó.

Ya me he bebido la leche caliente y la noche ya está bastante avanzada, la narración de esta


aventura ha llegado a su fin y mañana será un nuevo día para esta familia que me ha
cobijado durante la tormenta.
- Y es así, Seiret, cómo ayudé a tus padres y tantos otros campesinos del valle a deshacerse
de los bandidos.
Y la madre remata, sonriendo:
- Y es por ello que siempre serás bien recibido, Orn.
Fi.

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