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juntas toman el nombre de Cortes y, durante algunos años, continuaron teniendo voz y

voto en ellas solamente los grandes, obispos y abades; sin que el pueblo, que
comienza a tener derechos y fueros especiales en el mismo año en que se celebró el
Concilio de León, tenga asiento ni participación alguna en ellas. No obstante, como
hemos dicho al tratar de los Consejos, el poder de los pueblos aumenta rápidamente y
llega un momento en que el tercer estado toma asiento en las Cortes e interviene con
su voto en los más arduos asuntos del gobierno. No es fácil señalar la fecha en que
este acontecimiento tuvo lugar; pero generalmente se cree que debió verificarse en las
Cortes de Burgos, celebradas en 1169; y en las de León, de 1188 y 1189. Lo que no
admite duda es que a las de Benavente de 1202, concurrieron los procuradores de las
villas y lugares. Las Cortes adquirieron inmensa importancia y, al mismo tiempo que
un elemento regulador del poder real, fueron la salvaguardia ele la libertad e intereses
de los pueblos.
Correspondía al rey convocarlas, fijar el punto de su reunión, presidirlas y sancionar lo
que en ellas se acordara. Las atribuciones de las Cortes consistían en presentar peti-
ciones que, aprobadas por el monarca, se convertían en leyes; recibir el juramento que
debía prestar el monarca a su advenimiento al trono; autorizar las abdicaciones; nom-
brar tutor al Rey menor, cuando el difunto no lo había nombrado, si no estaba
designado por las leyes; votar o negar los impuestos; y conocer de los negocios
graves y de alta importancia. Debían prestar juramento de obediencia al Rey y al
Príncipe de Asturias y concurría a ellas, por medio de sus procuradores o magistrados,
todo Consejo o Cabeza de partido a quien se hubiese otorgado jurisdicción.
Desde el tiempo de Don Sancho IV decayó mucho la influencia del clero y de la
nobleza en las Cortes, ocurriendo algunos casos, aunque excepcionales, de no
haberse convocado a esos dos elementos. Por lo demás, aunque las Cortes se
reunían muy a menudo, no había época fijada para convocarlas.
Conocida ya la situación política y social de España en el segundo período de la
tercera época, veamos cuál era el estado de su legislación.
San Fernando, en quien se reunieron las coronas de Castilla y de León, y que, merced
a sus conquistas, había llegado a fundar una monarquía poderosa, comprendió que no
podía haber fuerza sino en la unidad y que no pudiendo existir ésta en una nación
donde cada pueblo tenía una legislación propia y especial, era necesario dar tregua a
las conquistas, para unificar a sus pueblos. Conociendo, sin embargo, que el país no
estaba preparado para recibir un código general dejó, al morir, el encargo de formarlo
a su hijo y sucesor Don Alfonso el Sabio.
Don Alfonso publicó sucesivamente el Setenario, el Espéculo, el Fuero Real y las
Partidas. Bajo sus sucesores se publicaron, además, en este período, las leyes de
Estilo, el Ordenamiento de Alcalá, el Ordenamiento de Montalvo y la Colección de
Pragmáticas hecha en tiempo de los reyes católicos. Vamos a dar principio al estudio
de estos códigos (13).
(13). La figura de don Alfonso el Sabio es incuestionablemente una de las más interesantes dentro
de la historia de España. No se debe limitar su influencia, aún dentro de una obra de simple
historia jurídica, a su faz de tratadista en derecho y de legislador. Es preciso enjuiciarla, aunque
sea a la ligera, en toda su amplitud.
Alfonso X, el Sabio, rio sólo esclareció los esfuerzos de sus antecesores en la ciencia jurídica
española, sino que sacó de sus propias observaciones y de su versación, que era enorme, los
fundamentos de sus obras.
Por eso. Las Partidas no sólo son el monumento de derecho que examina el texto, sino que,
además, de ellas arranca un lenguaje nuevo, o, mejor dicho, la implantación definitiva del romance
castellano, porque Alfonso el Sabio prohibió el uso del latín en toda la extensión de su reinado.
Esta simple medida, al parecer de índole gramatical, tiene un significado muy grande en la historia
política y en el derecho español. Con ella proclamó el Rey su ansia de libertarse de toda tutela, de
toda influencia extranjera y, al mismo tiempo que creó un nuevo vínculo entre gentes entregadas a
la guerra contra el moro, reveló cierta conciencia del propio poderío que ya empezaban a
experimentar los reinos de la península española.
Alfonso el Sabio, que vivió durante los años comprendidos entre 1221 y 1284, se dio cuenta de las
necesidades de su patria y atendió tanto a la ilación de leyes acertadas, cuanto a que estuvieran
expresadas en un lenguaje que hiciera sentir la independencia a los naturales.
Su labor en materia de derecho es análoga a la de Justiniano

El Setenario había sido comenzado por Don Fernando, como primer ensayo de su
pensamiento y cuando se concluyó, en tiempo de Don Alfonso, pareció tan defectuoso
e incompleto, que fue abandonado para formar otra colección de leyes. De él no
quedan sino escasísimos fragmentos.
Se ocupó en seguida Don Alfonso de redactar otra compilación, que denominó MI
Espéculo, o Espejo de todos los derechos. No se sabe a punto fijo la época en que se
formó; pero se cree que fue por los años 1254 a 1255. Intervinieron en su formación
los obispos, magnates y personas entendidas en derecho, lo cual hizo que a pesar de
que sus disposiciones están tomadas de lo más notable de los Fueros, tuviera cierto
carácter nobiliario. Del Espéculo se conoce cinco libros subdivididos en títulos, pero
parece que faltan dos de los que primitivamente lo componían.
El libro primero trata del legislador, de la ley, de la Santísima Trinidad, de la fe católica,
de sus artículos y de sus sacramentos. El segundo, de la sucesión de la Corona,
guarda de la familia y real conservación de sus bienes.
en el Imperio de Oriente. Recopiló las excelsitudes del pensamiento jurídico español de todos los
tiempos, adaptó el “jus" latino en ^ lo que tenía de adaptable y creó el formidable cuerpo de leyes
de Las Partidas, que fueron, así como el Digesto. Las Pandectas del Derecho español.
Escribió, además, et Setenario, del cual se ocupa el texto, empezado en tiempo de su padre, el
Rey Fernando; el Espéculo o Espejo de las Leyes; y el Fuero Real. Esta fue su labor jurídica.
Pero hizo más. Escribió un Tratado de montería y caza, a la que eran muy aficionados los
señores de entonces; el Lapidario, o Tratado de las piedras preciosas; el Libro de las Querellas,
en verso, pero que encierra w una relación de los agravios del rey contra la nobleza que había
ayudado a su hijo don Sancho a destronarlo (hay dudas sobre la autenticidad de la obra) ; el
poema de la Piedra Filosofal, o Libro del Tesoro, que demuestra las actividades científicas del
Rey en verso también; las Cantigas o poesías a Nuestra Señora, muy celebrada por los críticos
literarios; y muchas composiciones poéticas y en prosa en v idioma gallego, qué entonces usaban
mucho las personas cultas, en virtud de su extrema musicalidad.
Hemos creído necesario agregar esta breve nota sobre Alfonso el Sabio dada su importancia
como reformador del Derecho Español y en armonía* con la extensión que el texto le dedica.

El tercero se ocupa de la milicia en toda su extensión. El cuarto y quinto del


procedimiento judicial.
En opinión de la Academia, el Espéculo no llegó a tener fuerza legal, tal vez por
causas independientes de la voluntad del Rey.
Al mismo tiempo que el Código de que acabamos de hablar, preparaba Don Alfonso el
Fuero Real, mucho más perfecto que aquél. Se cree que su publicación tuvo lugar a
principios del año de 1255 y aunque hay opiniones respecto a la autoridad que quiso
darle su autor, parece que el pensamiento de éste fue hacer de él un código general,
como lo manifiesta en el prólogo de la obra. Con tal objeto, sin duda, lo dio como
Fuero especial a muchas ciudades y villas y prohibió juzgar por otras leyes.
Los elementos componentes del Fuero Real son el Fuero Juzgo y los Fueros
municipales, por lo cual puede considerársele como una compilación verdaderamente
española. Su estilo es castizo, aunque muy inferior al de las Partidas. Si, como hemo3
dicho, el Espéculo tuvo cierto carácter nobiliario, el fuero Real fue, por el contrario, un
código eminentemente favorable al pueblo y por eso la nobleza, después de grandes
esfuerzos, consiguió que se derogase en 1272, recobrando más tarde su autoridad en
virtud de una ley del Ordenamiento de Alcalá.
Divídase el Fuero Real en cuatro libros, que se subdividen en títulos y éstos en leyes.
El libro I habla de la fe católica, de la guarda del Rey y su señorío, bajo las penas de
muerte y confiscación, prescribiendo que si de la primera hacía gracia el monarca se le
arrancaran los ojos al delincuente y no pudiera volvérsele más que la vigésima parte
de lo confiscado; de la guarda de los hijos del Rey, sentando ya la doctrina de que la
monarquía es hereditaria; el título de las leyes parece tomado del Fuero Juzgó-,'"así"
como las que tratan de los alcaldes, jurisdicción, conocimiento del Rey en los asuntos
que no se pueden juzgar por estas leyes. Crea, en fin, los abogados y escribanos.
El libro II se ocupa del enjuiciamiento.
El libro III legisla sobre derecho civil; prohíbe los matrimonios clandestinos; marca la
necesidad de obtener el consentimiento de los padres y hermanos; pena a la viuda,
que se casa antes del año de viudez; habla de las arras, gananciales, testamentos,
herencias, guarda de los huérfanos; alimentos, desheredaciones, contratos, vasallaje,
costas procesales, fianzas, prendas y deudas; y la doctrina, por punto general, está
tomada de los Fueros municipales o del Fuero Juzgo.
El libro IV encierra el derecho criminal y abunda en penas crueles, como la de ser
quemado el que apostatare; prohíbe castigar corporalmente a la mujer en cinta; procla-
ma: el principio de que las penas son eminentemente personales; hace público el
delito de adulterio y entrega los adúlteros al marido; conmina con pena de muerte
algunos delitos contra la castidad; impone al escribano falsario la pena de que se le
corte la mano; y al clérigo que fabricase sello falso del Rey, la de ser marcado en la
frente, y arrancados los dientes al testigo perjuro; copia al Fuero Juzgo, hablando de
los médicos y cirujanos; pena los homicidios según sus circunstancias; se ocupa de
los que abandonan el ejército, de los retos, hijos abandonados, peregrinos y de las
naves, mandando que nadie se apodere de las cosas de los navegantes caso de
naufragio; y habla de las indemnizaciones por los objetos que se hayan arrojado para
aligerar un buque.
El Fuero Real y el Espéculo, puede decirse que son los precedentes sentados por Don
Alfonso el Sabio, para proceder a la formación del magnífico código de las Siete Par-
tidas que, como ya hemos tenido ocasión de indicar, constituye el monumento
legislativo más importante de la edad media.

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