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295 - 343
IMPRECISIONES
PRIVATISTAS DE LA CIENCIA
JURISDICCIONAL
por
Dr. Jordi Nieva Fenoll
Profesor Titular de Derecho Procesal
UNIVERSIDAD DE BARCELONA
SUMARIO
1. Introducción; 2. El fondo y la forma; 3. El concepto de acción. El trípode definitivamente des-
vencijado; 3.1. Los mil y un intentos de explicar un concepto que no es fundamental; 3.2. La
influencia privatista en el estudio de la acción; 3.3. Objeto del proceso. Teoría bimembre; 4. La
legitimación; 5. La carga de la prueba; 6. Los tipos de sentencias; 7. Cosa juzgada, ¿sólo inter
partes?; 8. La fascinación doctrinal por los procesos colectivos.
1. Introducción
Existen una serie de puntos clave de la Ciencia jurisdiccional en los que la
doctrina, por más que debate, no consigue ponerse de acuerdo. Con fre-
cuencia se trata de un diálogo de sordos, porque pese a que unos y otros au-
tores se lean entre sí, pocas veces se observa que un autor haya convencido
a otro con su teoría, y mucho menos si se trata de uno de esos puntos clave
a los que me estoy refiriendo. Desde luego, ello podría explicarse a través
de diferentes factores puramente psicológicos y sociológicos que tienen la 297
rivalidad por base. Pero en cualquier caso, es de todos conocido lo mucho
que cuesta en los “ambientes científicos” —que no en la ciencia— modificar
una conclusión.
Dejando al margen esas cuestiones, siempre he pensado que no todas estas
discrepancias podían tener un origen psicológico o sociológico, aunque al-
gunas indudablemente lo tengan1. Tengo la convicción de que, en ocasiones,
1. La propia polémica sobre la actio entre Windscheid y Muther lo tuvo, puesto que el
segundo trataba de hacer una defensa apasionada de la obra de Savigny fundamen-
talmente. Vid. Muther, Theodor, Zur Lehre von der römischen Actio, dem heutigen
Klagerecht, der Litiskontestation und der Singularsukzession in obligationen. Eine Kritik
des windscheidschen Buchs „die Actio des römischen Zivilrechts“, Erlangen 1857 (en la
reed. de Scientia Verlag Aalen, Darmstadt 1984), pp. IV y V. Sucedió algo todavía más
evidente desde ese punto de vista sociológico con la polémica entre Satta, Salvatore,
Gli orientamenti pubblicistici della sciencia del processo, Riv. di dir. proc. civ. 1937, pp.
32 y ss, y Cristofolini, Giovanni, A proposito di indirizzi nella scienza del processo,
Riv. di dir. proc. civ. 1937, pp. 105 y ss. Explica esta pequeña historia Montero Aroca,
298 Juan, Salvatore Satta, en: “Proceso (civil y penal) y garantía. El proceso como garantía
de libertad y responsabilidad”, Valencia 2006, p. 693. Sobre estos detalles sociológicos
en el ámbito español, y de cómo influyen en el ámbito científico, puede consultarse
Vázquez Sotelo, José Luis, Leonardo Prieto-Castro y Ferrándiz, Justicia 1995, III-IV,
pp. 22 y ss, Ramos Méndez, Francisco, Bibliografía procesal española (1978-2000),
Barcelona 2001, pp. 31 y ss, De la Oliva Santos, Andrés, Sobre el derecho a la tutela
jurisdiccional, Barcelona 1980, p. 42.
2. Vid. Guasp Delgado, Jaime, Derecho procesal y Ciencia Forense, RDProc, 1969, p.
855.
3. Así lo hace, por ejemplo, Gómez Colomer, Juan-Luis, Reflexiones sobre las bases
científicas de la parte general del Derecho Jurisdiccional, Justicia, 1989, p. 591. Vid. al
respecto, Montero Aroca, La legitimación, cit. p. 53, nota 84.
4. Degenkolb, Heinrich, Einlassungszwang und Urteilsnorm. Beiträge zur materiellen The-
orie der Klagen insbesondere der Anerkennungsklagen, Leipzig 1877, pp. 2-3.
5. Von Bülow, Oskar, Die Lehre von den Proceßeinreden und die Proceßvoraussetzungen,
Gießen 1868.
Pues bien, con independencia de que esa última conclusión sea o no autén-
tica —tema en el que lamentablemente no puedo entrar en este trabajo pero
que algún día habría que revisar10—, ese libro representa, ciertamente, una
de las primeras batallas por la independencia científica del Derecho procesal.
Aunque cabe preguntarse por el sentido actual de esa supuesta “guerra”. Por
una parte porque es una ilusión creer que las ramas del Derecho pueden ser
completamente independientes. Y por otra porque casi nadie discute ya la
autonomía científica del Derecho procesal.
6. Como reconoce acertadamente Montero Aroca, La legitimación, cit. p. 53, nota 84. 299
12. Analicé ese tema en Nieva Fenoll, Jordi, Las materias inseparablemente unidas a
300 aquellas sobre las que las partes no tienen poder de disposición, Anuario de Justicia
Alternativa, nº 3, 2002, pp. 11 y ss. Actualmente debe consultarse también Perales
Viscasillas, Pilar, Arbitrabilidad y convenio arbitral, Cizur Menor 2005, pp. 127 y ss.
Yánez Velasco, Ricardo (con Escolà Besora), Comentarios a la nueva Ley de Arbi-
traje, Valencia 2004, pp. 155 y ss. González Carrasco, Carmen, Comentario al art.
2, en: “Garberí Llobregat (dir.), Comentarios a la Ley 60/2003 de 23 de diciembre
de arbitraje”, Barcelona 2004, pp. 27 y ss. Sanciñena Asurmendi, Camino, Materias
objeto de arbitraje, en: “Guilarte (dir.), Comentarios prácticos a la Ley de arbitraje”,
Valladolid 2004, pp. 64 y ss. Montero Aroca, Juan, Artículo 2. Materias objeto de
arbitraje, en: “Barona Vilar (coord.), Comentarios a la Ley de Arbitraje”, Madrid
2004, pp. 99 y ss.
13. Así lo afirmó ya hace años Carreras Llansana, Jorge, Derecho público y Derecho
privado. Actualidad y fecundidad de su distinción, en: “Fenech / Carreras, Estudios
de Derecho Procesal”, Barcelona 1957, pp. 31-32.
acruz Berdejo, José Luis (con Sancho Rebullida, Luna Serrano, Delgado Echeve-
14. L
rría, Rivero Hernández y Rams Albesa, Elementos de Derecho Civil, I, Parte General
del Derecho Civil, vol. I, Madrid 2002, p. 10.
301
2. El fondo y la forma
Antes de abordar esta cuestión debe tenerse muy en cuenta que la distinción
entre fondo y forma es más antigua que el estudio científico del Derecho
procesal. De lo contrario, por ejemplo, los Decretos franceses de 27 de No-
viembre - 1 de Diciembre de 1790 institutivos del Tribunal de Cassation no
hubieran dicho que el “Tribunal de cassation ne pourrà pas conaître du fond
des affaires”. Y estamos en el siglo XVIII. Quiero decir con ello que no se gana
15. En un artículo redactado en marzo de 1967. Serra Domínguez, Manuel, Jurisdicción,
en: “Estudios de Derecho Procesal”, Barcelona 1969, pp. 42-43.
16. Satta, Gli orientamenti pubblicistici, cit. p. 34.
mana de la segunda mitad del siglo XIX, ni con la lucha por la autonomía cien-
tífica del Derecho procesal, sino que la constatación de la existencia de “algo”
que no era derecho sustantivo puede situarse mucho antes. Ello supone una
primera pista de que la distinción entre fondo y forma no es propia del Dere-
cho procesal, sino que probablemente nace de otra observación distinta.
DR. JORDI NIEVA FENOLL
Basta leer los artículos 1278 a 1280 del Código Civil para percatarse de que la
distinción tiene su origen en el Derecho civil. En esos preceptos se distingue
entre las obligaciones o contenido de los contratos, y la “forma” de las decla-
raciones de voluntad. Y en otros códigos civiles, como el francés, se distingue
también constantemente entre el testamento y su forma (arts. 967 y ss), la
donación y su forma (arts. 931 y ss), la venta y su forma (arts. 1582 y ss), etc.
Quiero decir con ello que el tema de “la forma” es algo esencial en la expresión
de las obligaciones en Derecho privado. Y es una manera de designar en ese
mismo Derecho a aquello sobre lo que las partes es posible que no puedan
disponer enteramente en un acto esencialmente dispositivo, aunque en mu-
chas ocasiones, ciertamente, se establezca la libertad de forma contractual17.
Esa lógica de pensamiento es perfectamente compatible con una visión con-
tractualista del proceso civil: las partes pueden disponer de todo aquello so-
bre lo que están discutiendo, pero tienen que sujetarse a las formas que les
marca la ley para discutirlo ante el Juez. Si bien se observa, planteando las
cosas desde esa visión contractualista del proceso, que es la primera que
se desarrolló en la doctrina18, las categorías “fondo” y “forma” tienen pleno
302 sentido. Y por ello distinguieron los autores entre excepciones materiales y
17. Lacruz Berdejo, José Luis (con Sancho Rebullida, Luna Serrano, Delgado Eche-
verría, Rivero Hernández y Rams Albesa, Elementos de Derecho Civil, II, Derecho
de obligaciones, vol. I, Madrid 2000, p. 413: “…si el contrato ha de tener siempre
una forma, ésta puede ser escogida libremente por las partes contratantes o puede
también estar predeterminada por la ley o por los propios particulares, que pueden
hacer depender de una determinada forma específica la validez del contrato. Por eso,
de algunos contratos se dice que son formales o solemnes, porque respecto de ellos
la forma representa un requisito estructural.”
18. Demolombe, Charles, Cours de Code Napoléon, Livre troisième, Paris 1869. En el
título 30 bajo la rúbrica “Des contrats ou des obligations conventionnelles en général”,
se refiere en el capítulo VI a “la preuve des obligations et celle du payement”. Gómez
y Negro, Lucas, Elementos de práctica forense, Valladolid 1838, p. 46 dijo, en una
linea parecida: “Como en el juicio se celebra un cuasi contrato por el cual quedan los
litigantes obligados á sus resultas…”
19. Distinción que parece remontarse a la glosa medieval del Digesto, aunque el origen sea
históricamente muy oscuro y desvirtuado por la doctrina y legislación de los últimos
siglos. Vid. al respecto Vázquez Sotelo, Instituciones saneadoras, cit. pp. 26-32.
20. Tema en el que entraré después. Vid. Montero Aroca, De la legitimación, cit. pp. 24 303
y ss.
21. Vid. Segni, Antonio, Giurisdizione, Novissimo Digesto Italiano, T. VII, 1963, pp. 985 y ss.
Gómez Orbaneja, Derecho Procesal Civil, Madrid 1976, p. 416. De la Oliva Santos,
Andrés, Verificación e los criterios esenciales de la Ley 1/2000, de Enjuiciamiento Civil,
en sus primeros meses de vigencia, Tribunales de Justicia, nº 1, 2002, p. 13, nota 24:
“Hay que distinguir entre “infracción procesal” (art. 469, en el que se especifican inequí-
vocamente las infracciones procesales relevantes para el nuevo recurso extraordinario)
e “infracción de normas aplicables para resolver las cuestiones objeto del proceso” (art.
477). Se trata, por tanto, de distinguir entre la infracción de ciertas normas procesales
suficientemente especificadas (hayan generado vicios in procedendo o in iudicando,
como las del motivo 2º, que claramente remite a los arts. 216 y ss) y la infracción de
normas sustantivas o jurídico-materiales, que son las que se aplican para resolver
sobre el “objeto del proceso”. La distinción o “separación” no es, pues, en absoluto
novedosa, sino que, tanto jurisprudencial como científicamente, se viene operando
con ella desde hace bastante más de un siglo. Existe autorizadísima literatura al res-
pecto y los nada numerosos casos de normas de dudoso carácter —si sustantivo o
procesal— están identificados”.
Pero sin embargo, sí que nos interesa otra distinción diferente, que creo que
no ha sido plenamente identificada, y que sería la que mejor se adaptaría
a nuestra disciplina, emancipándola del Derecho privado. La infracción de
normas de procedimiento que provoquen vulneraciones del derecho funda-
mental a la tutela judicial efectiva, o al derecho de defensa, provoca que deba
anularse todo lo actuado desde que se produjo la vulneración. Y sin embargo,
otras infracciones no tienen por qué provocar esa nulidad, sino que basta con
que el Juez del recurso, teniéndolas en cuenta, dicte una nueva sentencia.
Esa es una distinción auténticamente útil, aunque dificultosa es la elaboración del
elenco de unas y otras infracciones. Personalmente, por un lado, evitando hablar
—como lo hemos hecho todos tantas veces— de vicios in iudicando e in proce-
dendo, creo que sería más útil hablar de infracciones lite pendente, e infracciones
lite finita. Porque a los efectos prácticos del proceso, lo único que verdaderamen-
te resulta importante saber es si el procedimiento se va a anular a partir de un
determinado trámite, o bien solamente va a modificarse la sentencia.
Siendo así las cosas, se superaría definitivamente la distinción fondo y forma,
que tan absurdos problemas nos ha provocado tantas veces. De ese modo,
304 renunciando a calificar cada defecto dentro del ámbito de uno u otro Derecho
como si de propiedad se tratase, estaremos en mejores condiciones de ave-
riguar cuál es la solución óptima a un problema sabiendo en qué momento
preciso se ha planteado con relevancia impugnatoria.
22. Henckel, Wolfram, Prozeßrecht und materielles Recht, Göttingen 1970, p. 232. Fen-
ech Navarro, Miguel, Enjuiciamiento y sentencia penal, Barcelona 1971, p. 70. Serra
Domínguez, Jurisdicción, en: “Estudios de Derecho Procesal”, Barcelona 1969, p. 41.
Prieto-Castro Ferrándiz, Leonardo, Tratado de Derecho Procesal Civil, Madrid 1982,
p. 103, lo dice en modo muy evidente: “el derecho procesal es, sencillamente, “de-
recho procesal”, y en su cualidad no admite, como término absoluto de antagonismo
conceptual, una separación y menos oposición a “derecho material”.” No obstante, la
doctrina no es unánime. Vid. De la Oliva Santos, Andrés, Verificación e los criterios
esenciales de la Ley 1/2000, de Enjuiciamiento Civil, en sus primeros meses de vigen-
cia, Tribunales de Justicia, nº 1, 2002, p. 13, nota 24.
23. Da fe de ello Gutiérrez-Alviz y Conradí, Faustino, Doctrina procesal española sobre
la acción: 1830-1930, RDProc, pp. 21 y ss.
24. Instituciones, Lib. IV, tít. VI: “Actio autem nihil aliud est, quam ius persequendi iudicio
quod sibi debetur.”
25. Celso vivió en la primera mitad del siglo II d.c. Y el proceso formulario es derogado
definitivamente en el 342, casi doscientos años más tarde. Vid. Kaser, Max / HACKL,
Karl, Das römische Zivilprozessrecht, München 1996, p. 171.
26. Ofrezco mi propio relato en Nieva Fenoll, Jordi, La cosa juzgada, Barcelona 2006,
pp. 94 y ss. No obstante, en este sentido es esencial la lectura de Serra Domínguez,
Evolución histórica y orientaciones modernas del concepto de acción, en: “Estudios
de Derecho Procesal”, Barcelona 1969, pp. 118 y ss. Sobre los autores españoles his-
tóricos vid. también Gutiérrez-Alviz y Conradí, Faustino, Doctrina procesal española
sobre la acción: 1830-1930, RDProc 1979, pp. 21 y ss.
pie de guerra39.
27. Von Savigny, Friedrich Karl, System des heutigen römischen Rechts, vol. 6, reimpre-
sión de la ed. de Berlin 1847. Darmstadt, 1974, p. 3.
28. Windscheid, Bernhard, Die Actio des römischen zivilrechts vom Standpunkte des heu-
tigen Rechts, Düsseldorf, 1856. Scientia Verlag Aalen, 2ª ed. Darmstadt 1984. Wind-
scheid, Bernhard, Die Actio. Abwehr gegen Dr. Theodor Muther, Düsseldorf 1857, en
la reed. de Scientia Verlag Aalen, Darmstadt 1984.
29. Muther, Zur Lehre, cit.
30. Plósz, Alexander, Beiträge zur Theorie des Klagerechts, Leipzig 1880.
31. Degenkolb, Einlassungszwang, cit.
32. Wach, Adolf, Handbuch des deutschen Civilprozessrecht, Leipzig 1885, p. 22 y ss.
33. Chiovenda, Giuseppe, L’azione nel sistema dei diritti, en “Saggi di diritto processuale
civile”. Reimpresión de la ed. de Roma 1931. Milano, 1993, p. 13 y ss.
34. Carnelutti, Francesco, Saggio di una teoria integrale dell’azione, Riv. di dir. proc. civ.
1946, pp. 5 y ss.
35. Calamandrei, Piero, La relatività del concetto d’azione, Opere Giuridiche, Vol. I, pp.
306 427 y ss.
36. Satta, Salvatore, L’azione in generale, Enciclopedia del Diritto, Milano, 1959, pp. 785
y ss.
37. Guasp Delgado, Jaime, La pretensión procesal, Anuario de Derecho Civil, 1952, pp.
11 y ss.
38. Vid. v.g. Gómez Orbaneja, Derecho procesal civil, cit. p. 226. Serra Domínguez, Evo-
lución histórica, cit. p. 124. Montero Aroca, De la legitimación, cit. p. 49.
39. Esta curiosa historia la explico con más detalle en Nieva Fenoll, La cosa juzgada, cit.
p. 95, nota 385, pero en esencia debe decirse que la cita proviene de un trabajo sobre
la acción de Pekelis, en el Nuovo Digesto Italiano, II, Torino, 1938, en el que se afirma
que Georg Friedrich Puchta habría dicho que la acción era, respecto del derecho
subjetivo, “una sua arma di guerra”. Pero no da Pekelis razón de la supuesta cita. Y
acudiendo a los trabajos de Puchta no se encuentra tal afirmación. Solamente en las
Vorlesungen über das heutige römische Recht, tomo 1, Leipzig 1854, p. 183, afirma
el autor que la acción es un ataque (“Angriff”) que quizás Pekelis tradujo por “arma de
guerra”. Y de ahí se ha creado esta ingeniosa frase en español.
40. Vid. por ejemplo, Carnelutti, Francesco, Sistema del Diritto processuale civile, Pado-
va 1936, pp. 360 y ss. Podetti, José Ramiro, Teoría y técnica del proceso civil; trilogía
estructural del proceso civil, Buenos Aires 1963, p. 339. Ramos Méndez, Derecho y
proceso, Barcelona 1978, pp. 45 y 51. Moreno Catena, Víctor / Cortés Domínguez,
Valentín, Introducción al Derecho Procesal, Valencia 2004, p. 217.
41. Vid. por ejemplo Ovalle Favela, José, Garantías constitucionales del proceso, México
2007, p. 224.
42. Savigny, System, cit. pp. 5-6.
45. Es decir, el pretor lo que hacía era comprobar si la pretensión del demandante estaba
reconocida por el ordenamiento jurídico, pero sin prejuzgar si el demandante tenía o
no razón. Era un simple examen de juridicidad. Y si la pretensión estaba reconocida
por el ordenamiento le daba la actio, es decir, la posibilidad de actuar ante el iudex en
defensa de esa pretensión. Vid. la esclarecedora explicación de Kaser, Das römische
Zivilprozessrecht, cit. pp. 233 y ss.
46. “Derecho de obtener (…) una sentencia favorable de contenido determinado”. Vid.
Gómez Orbaneja, Derecho procesal civil, cit. p. 227. Y dicho autor, como todo el
resto, concebía ese derecho como “distinto del derecho subjetivo privado”, que sin
duda forma parte esencial del objeto del juicio, puesto que el juez juzga principalmente
sobre la existencia de dicho derecho subjetivo privado.
51. Anunció solemnemente esa trilogía Podetti, Teoría y técnica, cit. p. 336, basándose,
312
como el propio autor reconoce, en la nota 2 del célebre trabajo de Chiovenda, L’azione
nel sistema dei diritti, en “Saggi di diritto processuale civile”. Reimpresión de la ed. de
Roma 1931. Milano 1993, p. 30. Aunque cabe decir que la trilogía de este último
autor era distinta puesto que él distinguía entre acción, presupuestos procesales y
procedimiento. No obstante, Calamandrei, Piero, en sus Instituzioni di Diritto Pro-
cessuale Civile, secondo il nuovo codice, 2ª ed. Padova 1943 (trad. Sentís Melendo,
Buenos Aires 1962), trata en la Sección segunda del libro lo que él llama “nociones
sistemáticas fundamentales”, y dentro de esa sección distingue 3 títulos que rubrica
respectivamente: “la jurisdicción”, “la acción”, y “el proceso”.
52. Y con ello, como anuncio en el título, el trípode definitivamente se desvencija, parafra-
seando a Alcalá-Zamora y Castillo, Proceso. Autocomposición y defensa, México,
1947, p. 100.
53. Entendido como el conjunto de reglas que disciplinan el proceso, tal y como lo conci-
be, entre otros, Serra Domínguez, Proceso, Nueva Enciclopedia Jurídica Seix, Tomo
XX, Barcelona 1993, p. 861.
54. Cfr. Serra Domínguez, Proceso, cit. pp. 873-874.
55. De ello era prueba la situación procedimental existente antes de la Ley de Enjuiciamien-
to Civil de 2000, en la que existían multitud de estos procedimientos, que ahora la-
mentablemente persisten, aunque la mayoría de ellos escondidos entre los preceptos
de la Ley de Enjuiciamiento Civil, lo que hace todavía más difícil su búsqueda. Vid. su
detalle en Nieva Fenoll, Jordi, Guía para el uso de las especialidades procedimentales
de la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil, Diario La Ley, nº 5231, 23-1-2001, o Justicia
2001, nº 1, pp. 65 y ss. Aguilera Morales, Marien, Especialidades de los procesos
declarativos ordinarios, Tribunales de Justicia, nº 7, Juliol 2001, pp. 1 y ss.
56. Me estoy refiriendo, lógicamente, a la instrucción del proceso penal, o a la fase de
reclamación del expediente administrativo en el proceso jurisdiccional (que no conten-
cioso, porque contenciosos lo son todos) administrativo.
57. Rosenberg, Lehrbuch, cit. p. 249 y ss.
58. Digesto, Libro 44, Tít. II, 12, 13 y 14.
con ello por la teoría del negocio jurídico, privado por supuesto, que distin-
guía también entre el objeto y la causa de dicho negocio jurídico59.
Nuevamente, por tanto, estamos ante la utilización de un esquema privatista
para describir un concepto de Derecho procesal. Y de nuevo el esquema no
es válido y no produce más que problemas. Cuando se habla de un contrato
DR. JORDI NIEVA FENOLL
316 4. La legitimación
Otro de los préstamos que el Derecho procesal ha tomado inadvertidamente
del Derecho privado ha sido el concepto de legitimación. No es un dato de-
masiado conocido —o reconocido— que su origen está en la absolutio ab
59. Luna Serrano, Agustín (con Lacruz Berdejo y Rivero Hernández), Elementos de
Derecho Civil, I, vol. 3º, Barcelona 1984, p. 163.
60. Que es la síntesis final en la que se resume ese concepto. Vid. BERZOSA FRANCOS,
Demanda, cit. p. 28, que habla del “acaecimiento o conjunto de acaecimientos de la
vida real, que originan la petición del actor.”
61. Para un estudio de la trayectoria doctrinal de esa noción, así como de la de objeto del
juicio, me remito a Nieva Fenoll, La cosa juzgada, cit. pp. 106 y ss.
62. Vid. Stein, Friedrich, Grundriß des Zivilprozeßrechts und des Konkursrechts, Tübingen
1928, p. 276.
63. Vid. Vázquez Sotelo, José Luis, Instituciones saneadoras del proceso civil español:
“excepciones dilatorias” y “comparecencia previa”, Justicia 1987, p. 29. Cita dicho
profesor a un jurista del siglo XIII, Da Fano, Martino, Tractatus universi iuris, que enu-
meraba hasta 35 excepciones litis ingressum impedientes.
64. Es el caso, por ejemplo, del Derecho catalán. En CYADC, I, 3, 12, 1 (1493, p. 212), se
encontraban las “excepcions per impedir lo ingres de la lite”. Pues bien, ni una de ellas
estaba en dicho cuerpo legal. Para saber cuáles podían ser debía acudirse, por ejem-
plo, a Peguera, Praxis civilis, pp. 87 y ss, que cita algunas de estas excepciones.
317
65. Es testimonio de ello la Partida III, tít. X, Ley 5: “Contece muchas vegadas, que alguno
mueve demanda contra su contendor, sobre alguna cosa que dize que le debe, o
sobre otra cosa qualquier; e el demandado razona, e dize, que non le es tenudo res-
ponder, porque es su siervo, o de otri, e que aquella demanda que le faze, non es de
tal natura, que siervo la pueda fazer en juyzio. En tal contienda como esta, o en otra
semejante della dezimos, que el judgador debe primeramente oyr, e saber, si este es
siervo, o libre. E si fallare que es libre, debe oyr, e librar la demanda del otro, que le
fizo emplazar. E si entendiere que es siervo, non ha porque yr adelante por tal pleyto,
sobre que es fecha la demanda.”
66. Al tratar las exceptiones litis ingressum impedientes distingue Peguera, Ludovicus,
Praxis civilis, Barcelona 1674, p. 89 entre las excepciones referidas al tribunal, a los li-
tigantes y al fondo del asunto. Es decir, que las excepciones referidas a la “legitimación”
serían precisamente uno de los tres grupos principales de estas excepciones.
ita en su texto a Bartolo de Sassoferrato y a Baldo de Ubaldis, pero con escasas
67. C
referencias. Con respecto a Bartolo, efectivamente, en su In primam Digesti novi par-
tem Commentaria, Augustae Taurinorum, 1624, T. III, p. 167, menciona lo siguiente:
que, en estos casos, no se produce una absolución sobre el fondo (quae res-
cipiunt causam) sino que, a sensu contrario y como decíamos, reconoce la
apreciación del defecto en la legitimación como una absolutio ab instantia68.
Además, de este defecto dice algo bastante expresivo: “inhabilitas personae
in iudicio est magnus defectus”69.
Todo ello debió propiciar que, al principio, con muy evidentes discrepancias
terminológicas entre los autores70, esa legitimatio personae pasara a desig-
narse como legitimatio ad processum, a fin de exponer de forma más gráfica
el resultado absolutorio de la instancia de la estimación de la excepción. Y se
acabó distinguiendo también la legitimatio ad causam, clasificando bajo esa
rúbrica los defectos en la cualidad —o carácter— de sucesor, inter vivos o
“exceptiones aut perpetuae: Quaero quae sint exceptiones procuratoriae? Dic q siunt
moltis modis, quia quandoque tu non es procurator, quandoque tu non potest esse
procurator, quandoque est causa, in qua tu non potes esse procurator.” En este texto
podría hallarse la base de la distinción entre legitimatio ad processum y ad causam que
proclamó la doctrina posterior. Sin embargo, sorprende la falta de uso de la palabra
318
legitimatio, que sí utiliza Peguera y otros autores del siglo XVII. De hecho, ACCURSIO,
Pandectarum seu Digestorum iuris civilis, Vanecia 1569, pp. 563 y ss, no se refiere a
la legitimatio al hablar de las excepciones. Tampoco Durango, Guillielmo, Speculum
iuris, Venecia 1585, pp. 509 y ss, que cita todas las excepciones mezcladas. De ello
se desprende que el uso procesal de la expresión es posterior, puesto que el civilista
ya se encontraba arraigado desde tiempo atrás, como veremos a continuación.
68. Peguera, Praxis civilis, cit. pp. 89-90.
69. Peguera, Praxis civilis, cit. pp. 88 y 96.
70. Montero Aroca, De la legitimación, cit. pp. 29 y ss, recoge antecedentes en los que
se distinguía entre legitimatio personae y ad processum. La primera haría referencia a
los defectos de capacidad, y la segunda a los de representación legal. Sin embargo,
ambos temas son idénticos, puesto que en ambos casos lo que existe es un defecto
en la representación. La única diferencia, en estas condiciones, es que la legitimatio ad
processum incluía también los defectos en la representación necesaria de las perso-
nas físicas. Pero me parece que el paralelismo evidente entre ambas representaciones,
pese a su diferente etiología, desautoriza la distinción.
analizar al inicio del proceso, y que además de trataba de una cuestión muy
relevante. Creo que todo ello constituyó un excelente —y evidente— caldo
de cultivo para que posteriormente se inspirara en los autores una supuesta
necesidad de crear —o mantener o ampliar— un concepto bajo el que estu-
diar los supuestos en que el ordenamiento permite actuar como parte a un
determinado sujeto77. Media un paso de ahí a algunas tendencias actuales
DR. JORDI NIEVA FENOLL
pour être valable, doit être rendu entre des parties capables d’ester en jugement, quae
habent legitimam standi in judicio personam.” Del mismo modo
77. Testimonio de ese paso intermedio es nuevamente Gómez Negro, Elementos, cit.
p. 48, utilizando implícitamente además, la palabra legitimación. Véase este curioso
texto que da fe de ese paso intermedio: “Lo dicho se entiende en el juicio declarativo;
pero en el ejecutivo es indispensable legitimar la persona ó acreditar que es legitima
no solo para litigar, sino tambien para obtener; y sin que esto conste no puede el juez
librar mandamiento de ejecucion. La razon de esta diferencia es bien clara porque en
320
el juicio declarativo se cita al reo para que se defienda, y por consiguiente le queda
tiempo para oponer la escepcion de que su adversario no es parte legitima, mas en el
juicio ejecutivo se principa por la prision y embargo de bienes, cuyo daño no se puede
ni se debe causar sino por persona legitima.”
78. Wach, Handbuch, cit. pp. 518-519, explicando el concepto material de parte, realiza
una esclarecedora exposición en la que puede identificarse el origen de esta visión
doctrinal: “Die Partei ist prozesssubjekt (…) Subjekt des Prozessrechtverhältnisses.
(…) Sie ist es weil sie das behauptete aktive oder passive Subjekt des res in iudicium
deducenda sive deducta, des den Streitgegenstand bildenden materiellen Rechtsver-
hältnisses ist. Aber nicht jedes Subjekt des letzteren ist als solches Partei im Prozesse
über dasselbe, sondern nur dasjenige, welches klagt bzw. beklagt wird.”
79. Vid. las interesantes reflexiones sobre el tema de Carnelutti, Francesco, Sistema di
Diritto processuale civile, Padova 1936, pp. 365-367, y previamente Chiovenda, Giu-
seppe, Istituzioni di Diritto processuale civile, Napoli 1935, pp. 161 y ss.
o reconoce expresamente Montero Aroca, De la legitimación, cuando afirma que ni
80. L
la capacidad (p. 30), ni la representación (p. 37) ni el carácter o la sucesión (p. 45) son
legitimación. En cambio, Chiovenda, Istituzioni, cit. p. 159, había definido legitimatio 321
ad processum y ad causam de forma distinta. Merece la pena reproducir el párrafo
en cuestión: “Pertanto preferiamo la nostra vecchia denominazione di legitimatio ad
causam (legitimazione ad agire). Con questa s’intende dire, che perchè il giudice ac-
colga la domanda, non basta che ritenga esistente il diritto ma occorre che ritenga che
questo spetta precisamente a colui che lo fa valere e contro colui contro cui è fatto
valere; ossia ritenga la identità della persona dell’attore colla persona a cui favore è
la legge (legittimazione attiva), e la identità della persona del convenuto colla persona
contro cui è la volontà della legge (legittimazione passiva). Col nome di legitimatio ad
processum si indica invece un presupposto processuale, cioè la capacità di stare in
giudizio per sè o per altri.”
ordón Moreno, Anotaciones, cit. p. 314.
81. C
82. Cordón Moreno, Anotaciones, cit. p. 310.
83. Ortells Ramos, Manuel, e.a., Derecho Procesal Civil, Cizur Menor 2007, p. 143.
84. De la Oliva Santos, Andrés (con Díez-Picazo), Derecho procesal civil. El proceso de
declaración, Madrid 2000, p. 128.
bién habla este autor de una “cualidad material, que ha de concurrir en de-
terminadas personas o grupos de personas para la interposición o defensa
frente a específicas pretensiones, a fin de que puedan constituirse como
partes formales.” Pero a ello le denomina, no legitimación sino “capacidad de
conducción procesal”86. Sin embargo, el contenido de este concepto, como
puede verse, es coincidente con el que el resto de autores ofrecen de legiti-
DR. JORDI NIEVA FENOLL
mación. Es decir, para Gimeno Sendra la noción existe, pese a que la termi-
nología sea distinta.
Algo similar, aunque sin modificación terminológica, ha acontecido recien-
temente con la doctrina de Montero Aroca87. En una extensa monografía
sobre la legitimación en el proceso civil, insiste dicho autor reiteradamente en
que la legitimación es un presupuesto procesal88 que no puede confundirse
con la cuestión de fondo89, pese a que sólo tiene sentido que se estudie
con respecto a un proceso determinado90. Y acaba concluyendo el autor
que salvo en los supuestos en que el ordenamiento exige una acreditación
prima facie de la titularidad al inicio del proceso, la legitimación se resuelve
en simples afirmaciones de dicha titularidad —activa— de la relación jurídica
material cuando se trata del demandante, y de la pasiva cuando se trata del
demandado91, que ni siquiera son necesarias —ni serían posibles en ocasio-
nes— cuando el ordenamiento atribuye la legitimación directamente sin nece-
sidad de esa afirmación, como ocurre, por ejemplo, en los supuestos de legi-
timación extraordinaria92. Pero con ello, a mi juicio, se permanece en la idea
322
de que la legitimación sería normalmente una simple apariencia de titularidad,
que o bien se afirma, o bien se acredita prima facie, o bien se prescinde de la
85. Gimeno Sendra, Vicente, Derecho Procesal Civil, Madrid 2004, p. 141.
86. Gimeno Sendra, Derecho Procesal Civil, cit. p. 133.
87. Montero Aroca, Juan, La legitimación en el proceso civil, Barcelona 2007.
88. Montero Aroca, La legitimación, cit. p. 479.
89. Montero Aroca, La legitimación, cit. p. 136.
90. Montero Aroca, La legitimación, cit. p. 65.
91. Montero Aroca, La legitimación, cit. p. 154.
92. Montero Aroca, La legitimación, cit. p. 321 y, en general, pp. 495 y 496.
93. Soy consciente de que esto último no supone relación alguna de la legitimación con
la titularidad de la relación jurídica material, y que ello podría hacer que el concepto
de legitimación tuviera contenido con independencia de la titularidad. Rebatiré dicha
conclusión dentro de algonos párrafos, pero me excuso de hacerlo ahora para no
perder el hilo de la explicación.
94. De la Oliva Santos (con Díez-Picazo), Derecho procesal civil, cit. p. 128.
95. Chiovenda, Istituzioni, cit. p. 159.
96. Gómez Orbaneja, Derecho Procesal civil, cit. p. 136.
97. Gómez Orbaneja, Derecho Procesal civil, cit. p. 136.
98. Gómez Orbaneja, Derecho Procesal civil, cit. pp. 136-137.
99. Gómez Orbaneja, Derecho Procesal civil, cit. p. 137.
cio desde su iniciación, del verdadero titular del derecho discutido en el juicio.
Personalmente, y siguiendo esta última orientación iniciada por Gómez Orba-
neja, creo que el concepto carece de utilidad práctica y teórica para el Dere-
cho procesal. Desde la perspectiva práctica hoy en día, al inicio del proceso,
salvo que lo obligue específicamente el ordenamiento jurídico, normalmente
no se hace el más mínimo análisis, ni siquiera prima facie, sobre la relación de
los sujetos procesales con el thema debatendi. Bien al contrario, al deman-
dante y al demandado se les deja estar en el proceso durante la mayor parte
de su trayectoria, y se les deja defender en fase de prueba esa relación, que
finalmente es confirmada o declarada en la sentencia. Al principio del proceso,
en resumidas cuentas y como afirma la doctrina, basta con pedir y que a uno
le pidan. Y con ello simplemente se es parte. A partir de ahí, lo único que ver-
daderamente le preocupa al Derecho procesal es la capacidad de las partes.
Pero es que desde el punto de vista teórico el concepto también resulta
inútil, por redundante sobre todo. Afirmé expresamente en el pasado que en
nada se distingue el análisis de la legitimación con respecto al estudio del
concepto de capacidad procesal102 y del estudio de la parte, que engloba el
324
anterior, puesto que dejando al margen la definición del concepto de parte,
incluyendo a sucesores e intervinientes procesales, los problemas que se es-
tudian en España bajo la rúbrica “legitimación” en realidad provienen, o bien
de la discutida capacidad procesal de algunos sujetos103, o bien del hecho
100. Serra Domínguez, Manuel, Precisiones en torno a los conceptos de parte, capaci-
dad procesal, representación y legitimación, Justicia 1987, nº 2, p. 310.
101. Ramos Méndez, Enjuiciamiento civil, cit. p. 50.
102. Nieva Fenoll, Jordi, La sustitución procesal, Barcelona-Madrid 2004, p. 38.
103. Centrando la discusión en la llamada representatividad, como ocurre en los proce-
sos colectivos. La representación legal y necesaria existen porque un sujeto jurídico,
por razones físicas (personas jurídicas, menores y disminuidos físicos) o psíquicas
(menores y disminuidos psíquicos) no es capaz de comparecer. De ahí que una la
109. Vid. Wach, Handbuch, cit. pp. 518 y ss. Stein, Friedrich, Grundriß des Zivilprozeßre-
chts, cit. p. 111 y ss.
110. Arens, Peter / Lüke, Wolfgang, Zivilprozeßrecht, München 1992, pp. 73 y ss. Jau-
ernig, Othmar, Zivilprozeßrecht, München 2002, pp. 56 y ss. Rosenberg, Leo /
Schwab, Karl Heinz / Gottwald, Peter, Zivilprozeßrecht, München 2004, pp. 235 y
ss. Grunsky, Wolfgang, Zivilprozessrecht, München 2003, pp. 65 y ss.
111. Musielak, Hans-Joachim, Grundkurs ZPO, München 2002, pp. 95 y ss.
112. Arens / Lüke, Zivilprozeßrecht, cit. pp. 73 y ss. Jauernig, Zivilprozeßrecht, cit. pp. 74
y ss. Rosenberg / Schwab / Gottwald, Zivilprozeßrecht, cit. pp. 272 y ss. Grunsky,
Zivilprozessrecht, cit. pp. 71 y ss.
113. Reconoce Montero Aroca, De la legitimación, cit. p. 26, que no ya el estudio, sino
el uso del vocablo “legitimación” se remonta solamente a los años treinta del siglo XX.
114. Lacruz Berdejo / Sancho Rebullida / Luna Serrano / Delgado Echeverría / Ri-
vero Hernández / Rams Albesa, Elementos de Derecho Civil, Parte general, vol. III,
p. 102.
115. Vid. Albaladejo, Manuel, Derecho Civil I. Introducción y parte general, vol. II, Barce-
lona 1985, p. 31.
que esta última conclusión sea la que mejor coordina con la frase, tan repeti-
da por la doctrina desde hace más de cien años, de que parte es simplemen-
te el que pide y aquel frente a quien se pide118. Es una frase que incluso se ha
convertido en derecho positivo con el art. 10 de la Ley de Enjuiciamiento Civil.
Y es además la frase que une a las dos tendencias doctrinales expuestas.
5. La carga de la prueba
Cuando se refiere la doctrina procesalista a la “carga de la prueba”, ciertamen-
te no parecería razonable negar que se trata de un concepto de Derecho Pro-
cesal. Es una noción muy antigua, referida ya en leyes medievales119 y citada,
en consecuencia, por la doctrina120. Sin embargo, el concepto no fue formula-
do como tal por el Derecho romano, pese a que no le era desconocido121.
122. Que tampoco era expecialmente extenso, por otra parte, al menos en la obra de
Pothier, Traité des obligations, cit. p. 436.
123. Vid. Goldschmidt, Der Prozeß als Rechtslage, Reimpresión de la edición de Berlin
1925, Darmstadt 1986, pp. 108 y 336.
124. La doctrina es unánime en cuanto a la consideración de que la carga de la prueba so-
lamente tiene relevancia en casos de inexistencia de prueba. Vid. Serra Domínguez,
Manuel, Comentario al art. 1214 del Código Civil, en: “Comentarios al Código Civil y
compilaciones forales” (dirigidos por Albaladejo), Madrid 1981, tomo XVI, vol. 2, pp.
48-49. Montero Aroca, Juan, La prueba en el proceso civil, Cizur Menor 2005, p. 331
113. Rosenberg / Schwab / Gottwald, Zivilprozessrecht, cit. p. 780.
125. Existe una gran desorientación doctrinal en torno a la definición de carga objetiva,
subjetiva, material y formal. Siguiendo a Arens, Peter / Lüke, Wolfgang, Zivilpro-
zeßrecht, München 1992, pp. 202-203, la carga subjetiva (o carga formal, o carga de
dirección de la prueba) se dirige a averiguar cuál de las partes debía proponer medios
de prueba para demostrar un hecho determinado. Tiene una escasa importancia en
la práctica porque, primero, en Derecho alemán el Juez puede ordenar prueba de
oficio (Jauernig, Zivilprozessrecht, cit. p. 206), y segundo porque en general ninguna
de las partes deja de proponer medios de prueba, pero si alguna no lo hiciera, en
ese caso el Juez no tendría por qué practicar la contraprueba de la parte contraria,
porque de todos modos, el hecho afirmado por la parte que no propuso prueba se va
a declarar no probado. Parece, por tanto, una regla dirigida a favorecer la economía
procesal. En cambio, la carga objetiva (o carga material, o carga de averiguación) su-
pone que se ha practicado prueba sobre los hechos, pero alguno, pese a la practica
de prueba, no se ha podido probar. La carga objetiva se dirige a determinar cuál de
las partes padecerá las consecuencias negativas de la falta de prueba de un hecho.
Vid. también Rosenberg / Schwab / Gottwald, Zivilprozessrecht, cit. p. 780.
vamente es propia del Derecho civil, porque aunque se disfrace con el nom-
bre de “carga”, el hecho de no probar un argumento fáctico provoca a una de
las partes, siempre según esa teoría y su visión de las cosas, una auténtica
sanción: la más que probable pérdida del proceso. De ese modo esa “carga”
se parece cada vez más a una “obligación”, porque la pérdida del proceso
pasa de ser una posibilidad, a convertirse prácticamente en una certeza.
Y lo cierto es que en la práctica del proceso las cosas no suceden de ese
modo. Cuando acudimos al proceso penal nadie se plantea a quién incumbe
la prueba de un hecho, por el papel que desempeña la presunción de inocen-
cia. Simplemente, en caso de que un hecho sea perjudicial para el acusado,
si no ha quedado demostrado se dictará sentencia absolutoria del reo, pese
a que no haya quedado probado tampoco el hecho exculpatorio. Pero no
importa en absoluto porque no hace falta que el acusado pruebe ese hecho
exculpatorio. El acusado será inocente con independencia de ello. Aunque
podría mantenerse que en el proceso penal se sigue la visión objetiva de la
carga de la prueba126, creo que sería más correcto decir que el proceso penal
se ha emancipado totalmente de una visión de “cargas” probatorias, porque
332 no es que el acusador obtenga las consecuencias negativas de la falta de
prueba de un hecho incriminatorio, sino que la ausencia de prueba de ese
hecho debe interpretarse a favor del reo127, como explicaré después.
Por contra, en el proceso civil se sigue diciendo en el art. 217 de la Ley de
Enjuiciamiento Civil algo muy parecido a lo que ya dijo la doctrina del medio-
evo, que seguía la visión subjetiva, y que exponía también el antiguo artículo
126. Según la misma, la parte acusadora habría de soportar las consecuencias negativas
de la falta de prueba de los hechos incriminatorios. Vid. sobre este tema MASCA-
RELL Navarro, Mª José, La carga de la prueba y la presunción de inocencia, Justicia
1987, pp. 603 y ss.
127. Vid. Miranda Estrampes, Manuel, La mínima actividad probatoria en el proceso pe-
nal, Barcelona, 1997, pp. 619-620.
130. Cfr. De la Oliva Santos (con Díez-Picazo), Derecho procesal civil, cit. p. 300.
131. Serra Domínguez, Comentario al art. 1214, cit. p. 56.
132. Cfr. Serra Domínguez, Comentario al art. 1214, cit. p. 50, quien reconoce que el pro-
blema de la carga de la prueba es análogo al de la valoración probatoria, pese a que
mantiene la distinción, pero reconoce como cierta la afirmación de Rosenberg, Leo,
Die Beweislast, Berlin 1923, p. 77, en torno a que el dominio de la carga de la prueba
comienza allí donde termina el dominio de la libre valoración de la prueba.
133. Es decir, exactamente igual que sucede, en ocasiones, con una norma de valoración
legal de la prueba. Vid. Taruffo, Michele, La prueba de los hechos, trad. de Jordi
Ferrer Beltrán de “la prova dei fatti giuridici, milano 1992, Madrid 2002, p. 400.
134. Vid. Miranda Estrampes, La mínima actividad probatoria, cit. pp. 619-620.
135. Y no desde la errónea perspectiva desde la que se le atacó en el siglo XIX, y según
la cual la existencia de la libre valoración de la prueba sería incompatible con tal
principio, conclusión acertadamente combatida por Rosenberg, Die Beweislast, cit.
pp. 76-77.
desde ese punto de vista. En primer lugar porque en toda sentencia se realiza
una declaración. Y la declaración puede ser merodeclarativa o constitutiva. O
bien puede generar una prestación. En ese sentido, asumiendo que siempre
se realiza una declaración, la división debería distinguir simplemente en si
además de la declaración, se añade en la sentencia una constitución o una
prestación.
DR. JORDI NIEVA FENOLL
139. Sobre la que es de obligada lectura el estudio de Serra Domínguez, Manuel, Comen-
tario al art. 1252 del Código Civil, en: “Comentarios al Código Civil y compilaciones
forales” (dirigidos por Albaladejo), Madrid 1981, tomo XVI, vol. 2, pp. 627 y ss.
140. Pothier, Traité des obligations, cit. p. 519.
141. Por todos, Zeuner, Albrecht, Rechtliches Gehör, materielles Recht und Urteilswirkun-
gen, 1974, p. 26. Schlosser, Peter, Urteilswirkungen und rechtliches Gehör, JZ
1967, pp. 431 y ss.
142. Lo explico más extensamente en Nieva Fenoll, La cosa juzgada, cit. pp. 211 y ss.
147. Por ejemplo, en el llamado bronce II de Botorrita, en el que se refleja un proceso del
año 87 a.C. en el que los habitantes de un pueblo, Alaun, discutían contra los de
otro, Salduie, el derecho de estos últimos a construir una acequia desde el río Jalón
que afectaba al suministro de agua de los de Alaun. Ese proceso se llevó a cabo con
dos representantes, uno de cada pueblo, y es perfectamente análogo a los ejemplos
de los llamados “derechos individuales homogéneos” que pone Gidi, Antonio, Las
acciones colectivas y la tutela de los derechos difusos, colectivos e individuales en
Brasil. Un modelo para países de derecho civil, México 2004, p. 61. He estudiado
dicho bronce en Nieva Fenoll, Jordi, El primer escrito judicial de hispania: reflexiones
de derecho procesal sobre el Bronce II de Botorrita o tabula contrebiensis, en el libro
homenaje al profesor Vázquez Sotelo.
148. Cappelletti, Mauro, Formazione soziali e interessi di gruppo davanti alla giustizia
civile, Riv. Dir. Proc. 1975, p. 363.
149. Vid. Federal Equity Rule 48 de 1842.
eventum litis150, se han ido siguiendo fielmente los esquemas que ya existían
anteriormente para tratar el resto de materias. Y por ello, el estudio, pese a
haber arrojado luz sobre muchos temas tradicionales en nuestra disciplina
en los que la doctrina se hallaba estancada, poco ha aportado que sea real-
mente nuevo.
DR. JORDI NIEVA FENOLL
Pero lo que sí fue novedosa fue la intrigante fascinación doctrinal por estos
procesos que se produjo a partir de los años setenta del siglo XX. Y es que
esa fascinación, como se podría intuir, de hecho, fácilmente, por las palabras
de Cappelletti, tenía su origen en concepciones privatistas muy anticuadas,
y casi diría que contractualistas, del proceso. La doctrina concebía solamente
un proceso entre Ticio y Cayo, o como mucho entre alguien más que figurara
como tercero interesado. Es lo que puede suceder en un contrato cualquiera.
Pero poco imaginaban que en una situación jurídica existieran terceros inte-
resados en los efectos colaterales de una sentencia y que no fueran meros
coadyuvantes. O, como suele ocurrir en los procesos colectivos, tampoco
podían imaginar que podía acudir una avalancha de personas a un proceso,
simplemente porque el cerrado esquema de la relación jurídica procesal no
podía concebir que pudiera haber miles de litigantes pidiendo justicia en un
mismo proceso. Y ello es curioso porque había sucedido con anterioridad,
pero nadie lo recordaba ya. Y de hecho, no parecía lógico acudiendo a un
esquema contractualista de lo más tradicional.
Los procesalistas han tenido que ir más allá de ese esquema tan clásico,
342
incluso para el propio Derecho privado actual, para comprender que si bien
la relación, por ejemplo, entre un empresario y un consumidor es individual,
cuando esa relación se repite en enorme medida y surgen problemas, lo
más práctico es celebrar un proceso colectivo en el que se resuelva una y la
misma cuestión para todos los litigantes. El derecho privado ha concebido
los contratos de adhesión, ciertamente, pero incluso planteado el contrato
150. Proto Pisani, Appunti preliminari per uno studio sulla tutela giurisdizionale degli in-
teressi collettivi (o più esattamente: superindividuali) innanzi al giudice civile ordinario,
en: “AAVV, Le azioni a tutela di interessi collettivi, Atti del Convegno di studio, Pavia
11-12 de junio de 1974”, Padova 1976, p. 815. Vid. también la comunicación de
Constantino, Giorgio, en el mismo congreso de Pavia, op. cit. pp. 817 y ss. Vigoriti,
Vicenzo, Interessi collettivi e processo. La legitimazione ad agire, Milano 1979, p. 41.
Pellegrini Grinover, Ada, La tutela giurisdizionale degli interessi diffussi nel sistema
brasiliano, Riv. Trim. Dir. Proc. Civ., 1984, p. 70.
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