Sei sulla pagina 1di 245

Rusia

“DESDE el nacimiento del sol aun hasta su puesta mi nombre


será grande entre las naciones.” (Mal. 1:11.) La veracidad de esta
impresionante profecía pronunciada hace unos dos mil
cuatrocientos cincuenta años puede comprobarse en la Rusia de
hoy. Cuando los siervos de Jehová de Kaliningrado —ciudad
occidental de Rusia— están contemplando la puesta del Sol, los
de la península de Chukchi lo están viendo aparecer, pues viven
once husos horarios más al este, separados de Alaska solo por el
estrecho de Bering. En efecto, en el caso de Rusia, el Sol
literalmente nunca se pone sobre los que participan en la obra de
predicar el Reino y hacer discípulos. Jehová ha bendecido
generosamente la labor de los valerosos e incansables cristianos
de la era soviética, hombres y mujeres que, como veremos,
aguantaron una enconada persecución, y con ello prepararon el
camino para los más de 150.000 publicadores que hay
actualmente en Rusia.

Rusia, cuyo nombre oficial es Federación Rusa, no es un país


integrado por una sola nación o pueblo. Es una federación de
naciones, un verdadero mosaico de tribus, lenguas y pueblos, cada
uno con su propia cultura. Nuestro relato comienza en este
inmenso mosaico étnico, lingüístico y religioso; pero no en el de
la Rusia democrática de hoy, sino en el mosaico del Imperio ruso
de hace más de cien años, gobernado entonces por un zar.

SE PREDICA CON VALOR AL CLERO DE MOSCÚ

Semyon Kozlitsky era un hombre devoto que se había graduado


de un seminario ortodoxo ruso. En una época en la que el interés
de la gente por la religión estaba resurgiendo, conoció a Charles
Taze Russell, que dirigía la obra de los Estudiantes de la Biblia
(como se llamaba entonces a los testigos de Jehová). Su nieta,
Nina Luppo, explicó: “Mi abuelo viajó a Estados Unidos en 1891
y conoció al hermano Russell. Recuerdo que conservaba una
fotografía de los dos juntos, y siempre hablaba de su hermano
Russell”. En aquellos años, a finales del siglo XIX, el hermano
Russell y sus compañeros coordinaban la obra de dar a conocer
las poderosas verdades contenidas en la Biblia con el fin de
restaurar la adoración pura. Parte de esa obra consistía en poner al
descubierto las doctrinas falsas de las iglesias de la cristiandad y
desenmascarar al clero. La verdad bíblica, así como el celo por la
adoración pura que manifestaban el hermano Russell y sus
compañeros, impulsaron a Semyon Kozlitsky a predicar con valor
al clero de Moscú. ¿Con qué resultados?

“De inmediato, y sin juicio alguno, lo encadenaron y lo


deportaron a Siberia por, supuestamente, haber insultado al
arzobispo de Moscú —escribió Nina—, y así es como en 1891
llegó a Siberia el mensaje de la Palabra de Dios.” Semyon
Kozlitsky fue trasladado después a la región de Siberia que
actualmente forma parte de Kazajistán, donde se mantuvo
predicando valerosamente la palabra de Dios hasta el último
momento. Falleció en 1935.

“NO HEMOS VISTO [...] UNA BUENA DISPOSICIÓN HACIA


LA VERDAD”

El mismo año que deportaron a Semyon Kozlitsky, el hermano


Russell fue a Rusia por primera vez. Sus palabras tocante a
aquella visita se han citado con frecuencia: “No hemos visto
condiciones favorables en Rusia ni una buena disposición hacia la
verdad”. ¿Quería decir que la gente de Rusia no estaba dispuesta a
escuchar la verdad? No, lo que sucedía era que el régimen
autocrático se lo impedía.

En la revista Zion’s Watch Tower (hoy en español La Atalaya) del


1 de marzo de 1892, el hermano Russell explicó con más detalle
la situación: “El gobierno de Rusia controla rigurosamente a todo
hombre del imperio, y cualquier extranjero que haya dentro de sus
fronteras es objeto de sospecha. Cada vez que un extranjero entra
o sale de una ciudad o pueblo, tiene que presentar su pasaporte en
la estación de ferrocarril y en el hotel. El dueño del hotel recoge el
pasaporte y se lo entrega al jefe de policía, quien lo retiene hasta
que la persona parte del lugar. De esa manera pueden saber con
exactitud cuándo entró o salió del país. Los oficiales y las
autoridades se limitan a ser corteses, y con su frialdad indican que
simplemente toleran la presencia del extranjero. Todos los libros o
papeles que la persona tenga en su poder son inspeccionados con
mucho cuidado para asegurarse de que no contengan nada que
contradiga sus ideas”.

Pudiera parecer que bajo tales condiciones la predicación de las


buenas nuevas no progresaría mucho. Pero nada iba a impedir que
las semillas de la verdad brotaran en Rusia.

AMANECE UN ‘DÍA DE COSAS PEQUEÑAS’

En fecha tan temprana como 1887, la Zion’s Watch Tower


informó que se habían enviado números sueltos de esa revista a
diversos lugares, “incluso a Rusia”. En 1904, un grupito de
Estudiantes de la Biblia de Rusia escribieron diciendo que habían
recibido publicaciones bíblicas, aunque con dificultad. Acerca de
ellas, la carta decía: “Llamaban la atención, y [la censura] por
poco no las dejó pasar”. Estaban sumamente agradecidos por las
publicaciones, pues también dijeron en la carta: “Aquí son
dificilísimas de conseguir”. Es evidente que comprendían para
qué se las habían enviado, pues escribieron: “Que el Señor nos
bendiga y nos dé la oportunidad de distribuir estas publicaciones”.

Sí, la predicación de las buenas nuevas en Rusia ya era una


realidad, y la adoración verdadera había empezado a extenderse
lentamente, pero con firmeza. Tuvo un comienzo modesto, es
cierto, pero como escribió el profeta Zacarías: “¿Quién ha
despreciado el día de las cosas pequeñas?” (Zac. 4:10).

En los años siguientes, hermanos celosos de Alemania enviaron


publicaciones a Rusia. Muchas de ellas estaban en alemán, por lo
que un buen número de personas de lengua alemana aceptaron la
verdad. En 1907, varios miembros de una congregación de la
Iglesia Bautista Alemana en Rusia recibieron por correo
ejemplares de la colección La Aurora del Milenio. Cuando quince
de ellos se pusieron de parte de la adoración verdadera, la Iglesia
los excomulgó. Posteriormente, el pastor que se había puesto en
contra de ellos se convenció de las verdades presentadas en La
Aurora del Milenio.

En 1911 hubo algo poco usual que dio empuje a la obra: un viaje
de luna de miel. Así es, el matrimonio Herkendell, una pareja
joven de Alemania, decidió pasar su luna de miel viajando por
Rusia para predicar a las personas de lengua alemana. ¡Cuánta
alegría les dio encontrar grupos aislados de publicadores del
Reino y poderlos ayudar espiritualmente!

Anteriormente, un lector de Rusia había escrito: “Las


publicaciones que nos llegan de Alemania son tan valiosas para
mí como lo fue el maná celestial para los hijos de Israel. [...]
¡Lástima que no estén en ruso! Siempre que puedo, traduzco
algunos artículos al ruso”. Por fin había empezado la traducción al
ruso, aunque aquello no era más que el comienzo.

“HAY MUCHAS ALMAS QUE ANHELAN CONOCER A


DIOS”

En 1911, R. H. Oleszynski, un hermano polaco de Varsovia (en


aquel entonces había una parte de Polonia que pertenecía al
Imperio ruso), mandó imprimir en ruso el tratado ¿Dónde están
los muertos? En una carta que le escribió al hermano Russell,
dijo: “Adjunto un ejemplar [...]. Cobraron 73 rublos por imprimir
10.000 ejemplares [...]. Hay muchas dificultades, pero también
hay muchas almas que anhelan conocer a Dios”. Aquellos
tratados, así como otras publicaciones, se dejaron en manos de
personas de habla rusa, y ellas se las llevaron a Rusia. Se había
dado un gran paso adelante en el campo de habla rusa, que
acababa de abrirse. Pronto empezaron a traducirse tratados y más
folletos. Con el paso del tiempo, los proyectos de traducción
fueron cada vez de más envergadura.

En 1912, el hermano Russell fue a Finlandia, que en aquel


entonces pertenecía al Imperio ruso. Se le otorgaron poderes a
Kaarlo Harteva para actuar en nombre de la Watch Tower Bible
and Tract Society en Finlandia. El 25 de septiembre de 1913, el
representante del zar —el cónsul de la Rusia imperial en Nueva
York— puso un sello oficial en el documento y lo firmó.

SE PROLONGA UN VIAJE DE PREDICACIÓN QUE IBA A


DURAR DOS MESES

Poco antes de que estallara la I Guerra Mundial, Joseph F.


Rutherford partió de Brooklyn para visitar varios países como
representante de la organización. En la ciudad polaca de Lodz
conoció a un Estudiante de la Biblia, el hermano Dojczman,
quien, al poco tiempo, emprendió junto con su familia un viaje de
predicación por Rusia que iba a durar dos meses. El estallido de la
guerra, sin embargo, prolongó su viaje.

Después de muchas dificultades, la familia Dojczman se quedó en


un pueblecito a orillas del río Volga. Para 1918 decidieron
regresar a Polonia, pero no pudieron lograr su objetivo debido a
una epidemia de viruela. Después estalló la guerra civil rusa y se
cerraron las fronteras. Durante aquellos años, la familia perdió
tres hijas: una murió de viruela, otra de pulmonía y la tercera de
otras causas.

Había mucha hambre y cundía el pánico. La gente moría de


inanición en las calles. En medio de toda aquella confusión, a
muchos, particularmente a los extranjeros, se les acusaba de
colaborar con “el enemigo” y se les ejecutaba enseguida, sin
juicio alguno. Un día, un hombre irrumpió en la casa de los
Dojczman acompañado por un soldado armado.

—¡Este es el enemigo, agárrelo! —gritó el hombre.

—¿Por qué? —preguntó el soldado—. ¿Qué ha hecho?

El hombre pretendía maniobrar los asuntos para no tener que


pagar al hermano Dojczman unos trabajos de carpintería que este
le había hecho. Tras escuchar las dos versiones, el soldado se dio
cuenta de que las razones que presentaba el hombre eran falsas, y
lo echó de la casa. Entonces le dijo al hermano Dojczman que
recordaba una agradable conversación sobre temas bíblicos que
había sostenido con él. Aquella conversación probablemente salvó
la vida del hermano Dojczman y su familia. En 1921, el nuevo
gobierno comunista aplastó a los grupos armados de la oposición,
y la guerra civil terminó. Poco después, la familia Dojczman
regresó a Polonia.

LOS ESTUDIANTES DE LA BIBLIA Y LOS BOLCHEVIQUES

Durante la I Guerra Mundial se perdió el escaso contacto que


había existido entre los hermanos de Rusia y los de otros países.
Probablemente, tal como los demás hermanos de Cristo en el resto
del mundo, ellos tampoco captaban el pleno significado de la
entronización de Jesucristo. Poco se imaginaban que su país
pronto iba a experimentar algunos de los sucesos más destacados
del siglo XX, muchos de los cuales cumplieron profecías bíblicas.

A finales de 1917, la Revolución rusa puso fin a los trescientos


setenta años que había durado el gobierno de los zares. Ajenos a
la presencia del Señor Jesucristo, los bolcheviques (comunistas)
habían tomado el poder en Rusia y tenían planes ambiciosos de
establecer un nuevo tipo de gobierno, uno distinto de todos los
anteriores. Así que a los pocos años tomó forma la URSS (Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas), que a la larga abarcaría casi
una sexta parte de la masa continental de la Tierra.

Cabe mencionar que unos años antes de la Revolución rusa,


Vladimir Lenin, quien llegó a ser el primer líder de la Unión
Soviética, había dicho: “Todos deben ser plenamente libres no
sólo para profesar la religión que mejor les parezca, sino para
propagar su religión o cambiarla por otra. Ningún funcionario
deberá tener derecho ni siquiera a preguntar a nadie por su
religión, ya que se trata de un asunto de conciencia en el que
nadie debe inmiscuirse”.

En algunas partes del país, estos principios oficiales del Partido


Socialdemócrata permitieron que las personas sinceras dieran a
conocer las verdades bíblicas al prójimo. No obstante, en líneas
generales, el nuevo Estado fue ateo desde el principio y adoptó
una postura hostil contra la religión, a la que llamaba “el opio del
pueblo”. Una de las primeras cosas que hicieron los bolcheviques
fue emitir un decreto para separar Iglesia y Estado. El gobierno
prohibió que las organizaciones religiosas enseñaran sus doctrinas
y nacionalizó los bienes eclesiásticos.

¿Cómo vería ese nuevo gobierno a los grupos de Estudiantes de la


Biblia que, diseminados por su territorio, habían prometido
lealtad al Reino de Dios? Poco después de la revolución de 1917,
un Estudiante de la Biblia que escribió desde Siberia pintó un
panorama bastante sombrío: “Es probable que conozcan la
situación que se vive en Rusia. Hay un gobierno soviético basado
en principios comunistas. Aunque es cierto que se percibe la
conocida tendencia hacia la justicia, todo lo relacionado con Dios
es rechazado”.

Para 1923 ya se había intensificado la oposición contra los


Estudiantes de la Biblia. Los hermanos escribieron: “Esta carta es
para informarles de lo que está sucediendo en Rusia. [...] Tenemos
lo necesario en cuanto a comida, ropa, etc. [...]; pero estamos muy
necesitados de alimento espiritual. Los libros que nos enviaron
fueron confiscados. Por eso les rogamos que nos envíen —en
forma de carta— extractos de todas las publicaciones que tengan
en ruso. [...] Muchos están sedientos de la Palabra de la verdad.
Hace poco, cinco personas demostraron su consagración mediante
la inmersión en agua, y también se nos han unido quince
bautistas”.

La revista The Watch Tower del 15 de diciembre de 1923


comentó: “La Sociedad está tratando de introducir publicaciones
en Rusia y, por la gracia del Señor, seguirá haciéndolo”. En 1925
ya se publicaba una edición de la revista La Atalaya en ruso. Su
impacto en la predicación fue inmediato. Por ejemplo, a cierto
miembro de un grupo evangélico le costaba conciliar la doctrina
del infierno con un Dios de amor. Cuando planteó esta cuestión a
sus compañeros, estos oraron a Dios para que le quitara aquellas
ideas. Después, el hombre y su esposa recibieron algunos
ejemplares de la revista La Atalaya y enseguida se dieron cuenta
de que habían encontrado la verdad. Cuando escribieron para
pedir más publicaciones, dijeron: “Estamos a la espera del maná
procedente del otro lado del océano”. Otros hermanos de Rusia
también acusaban recibo de ese tipo de “maná” regularmente, y
daban gracias a los hermanos de Estados Unidos por el amor
cristiano que manifestaban al editar aquellas publicaciones que
tanto les fortalecían la fe.

“ENVÍENME UN POCO DE TODO”

En la edición rusa de La Atalaya de septiembre de 1925 apareció


una conmovedora carta procedente de Siberia. Un hombre que
venía de una familia de campesinos y era maestro de escuela
explicaba que en 1909 él y su familia se habían trasladado a
Siberia desde el sur de Rusia. Tras comentar que le había
encantado leer las publicaciones, escribió: “Deseo de todo
corazón recibir ayuda para profundizar cada vez más en las
sagradas verdades de Dios y así poder luchar con más fuerza
contra la oscuridad”. En la conclusión de su carta pidió que le
enviaran más publicaciones, diciendo: “Por favor, envíenme un
poco de todo”.

En el mismo número de la revista se publicó la respuesta del


director: “Llevamos tiempo tratando de enviar publicaciones a
Rusia, pero todos nuestros intentos se han visto frustrados debido
a la oposición del gobierno ruso. Su carta, al igual que otras, se
parece al llamado de Macedonia: ‘Pasa [...] y ayúdanos’ (Hech.
16:9). Acudiremos en su ayuda tan pronto como las circunstancias
lo permitan y si es la voluntad del Señor”.

Desde luego, tanto La Atalaya como otras publicaciones han


resultado sumamente útiles a la hora de predicar las buenas
nuevas “para testimonio” a las personas de habla rusa (Mat.
24:14). Para el año 2006, los testigos de Jehová ya habían impreso
en ruso 691.243.952 ejemplares de sus publicaciones, más que en
cualquier otro idioma, salvo el español, el inglés y el portugués.
Jehová ha bendecido grandemente los esfuerzos de sus Testigos
por proclamar el Reino.

PREDICACIÓN A LOS RUSOS QUE VIVÍAN EN EL


EXTRANJERO

Al subir al poder los bolcheviques y crearse el Estado comunista,


muchos rusos emigraron a otros países. Como La Atalaya y otras
publicaciones en ruso se imprimían fuera de la Unión Soviética, el
gobierno no podía impedir que el alimento espiritual llegara a su
destino. A finales de la década de 1920, las publicaciones en ruso
estaban llegando a personas de toda la Tierra, y se recibían cartas
de agradecimiento de rusos que vivían en Australia, Estados
Unidos, Finlandia, Francia, Letonia, Paraguay, Polonia y
Uruguay.

Con el tiempo, los hermanos organizaron en algunos de esos


lugares reuniones en ruso, así como la predicación. En Estados
Unidos había emisoras de radio que transmitían habitualmente
conferencias bíblicas en ruso. También se formaron
congregaciones en ese idioma, como la de Brownsville
(Pensilvania), y se organizaron asambleas. Por ejemplo, en mayo
de 1925 se celebró una asamblea en ruso de tres días en Carnegie
(Pensilvania), en la que hubo una asistencia de 250 personas y se
bautizaron 29.

CAMBIA LA SITUACIÓN

Tras la muerte de Lenin, el gobierno intensificó su ataque contra


todas las religiones. En 1926 se formó la Liga de Ateos
Militantes, nombre que definía muy bien sus objetivos. La
constante propaganda atea tenía el propósito de erradicar por
completo la fe en Dios de la mente y el corazón de las personas.
El espíritu de ateísmo se propagó en poco tiempo por el inmenso
territorio de la Unión Soviética. Un Estudiante de la Biblia
escribió una carta a la sede mundial desde Rusia en la que decía:
“La juventud está asimilando este espíritu que, sin lugar a dudas,
es un gran obstáculo para aprender la verdad”.

La Liga de Ateos Militantes editaba la revista Antireligioznik y


otras publicaciones ateas. En 1928, dicha revista declaró que “el
oblast de Voronez está plagado de sectas”,* y habló de 48
“Estudiantes de las Santas Escrituras” cuyos “dirigentes eran
Zinchenko y Mitrofan Bovin”. Cabe mencionar que en la edición
en ruso de La Atalaya de septiembre de 1926 aparecía una carta
procedente de un tal Mikhail Zinchenko de Rusia, la cual decía en
parte: “La gente tiene hambre espiritual. [...] Disponemos de muy
pocas publicaciones. El hermano Trumpi y otros hermanos están
traduciendo publicaciones al ruso y haciendo copias de las
traducciones. Así es como estamos alimentándonos
espiritualmente y animándonos unos a otros. Les enviamos los
saludos de todos los hermanos de Rusia”.

En septiembre de 1926, el hermano Trumpi escribió diciendo que


parecía que las autoridades iban a permitir que se recibieran
publicaciones en ruso. Así que pidió a los hermanos del Betel de
Brooklyn que enviaran tratados, folletos, libros y volúmenes
encuadernados de La Atalaya a través de la sucursal de
Magdeburgo (Alemania). En respuesta a su solicitud, el hermano
Rutherford envió a Moscú a George Young, quien llegó el 28 de
agosto de 1928. En una de sus cartas, el hermano Young dijo:
“Aunque he tenido algunas experiencias interesantes, no sé cuánto
tiempo se me permitirá permanecer aquí”. Aunque consiguió
hablar con un oficial de alto rango de Moscú, el visado que
recibió solo era válido hasta el 4 de octubre de 1928.

En aquellas fechas aún no se veía con claridad cuál era la actitud


del nuevo Estado soviético hacia la religión. En varios
documentos oficiales se notaba la esperanza del gobierno de que
los grupos religiosos llegaran a formar parte de la fuerza laboral
soviética. Con el paso de los años, esta esperanza se convirtió en
su objetivo. Es importante tener presente que el gobierno
soviético no deseaba matar a los siervos de Jehová; lo que
pretendía era convertirlos a su ideología. Quería convencerlos de
que se hicieran partidarios suyos o coaccionarlos para que
demostraran lealtad absoluta al Estado. Lo que menos quería era
que fuesen leales a Jehová.

Cuando el hermano Young se marchó, los hermanos rusos


continuaron predicando el Reino de Dios con entusiasmo. Danyil
Starukhin recibió la asignación de organizar la predicación del
Reino en Rusia. A fin de promover esta obra y animar a los
hermanos, visitó Moscú, Kursk, Voronez y otras ciudades de
Rusia y también de Ucrania. Junto con otros hermanos predicó a
los bautistas en sus casas de oración y les expuso la verdad sobre
Jesucristo y el Reino de Dios. En enero de 1929, los hermanos de
Rusia decidieron alquilar una iglesia de Kursk con el fin de
celebrar abiertamente sus reuniones. El alquiler anual era de 200
dólares de aquel entonces.

Aquel mismo año, los hermanos del Betel de Brooklyn pidieron


permiso al Comisariado del Pueblo para el Comercio Exterior de
la URRS para exportar a su país una pequeña remesa de
publicaciones bíblicas. El envío constaba de 800 libros El Arpa de
Dios, 800 libros Liberación y 2.400 folletos. En menos de dos
meses, la remesa regresó a Brooklyn con estas palabras
estampadas: “Prohibida su entrada por la Administración de
Material Impreso”. No obstante, los hermanos no se dieron por
vencidos. Algunos pensaban que la razón por la que se habían
devuelto las publicaciones era que estaban impresas en un
alfabeto ruso antiguo. Desde entonces, los hermanos se
aseguraron de que todas las publicaciones en ruso estuvieran
traducidas con precisión y se imprimieran de acuerdo con las
últimas variaciones del idioma.

HACÍAN FALTA BUENOS TRADUCTORES


A partir de 1929, en ciertos números de La Atalaya aparecían
anuncios en los que se solicitaban traductores maduros que
dominaran tanto el inglés como el ruso. Por ejemplo, en la edición
en ruso de La Atalaya de marzo de 1930 salió este anuncio: “Se
necesita un hermano dedicado y bautizado que sea maduro, sepa
inglés y domine el ruso para traducir del inglés al ruso”.

Jehová vio la necesidad que existía, y se encontraron traductores


en varios países. Uno de ellos fue Aleksandr Forstman, que vivía
en Letonia. Para 1931, este ferviente traductor ya estaba enviando
artículos traducidos al ruso a la sede mundial a través de la
sucursal de Dinamarca, en Copenhague. Como era un hombre
culto que dominaba tanto el inglés como el ruso, podía traducir
publicaciones bíblicas en muy poco tiempo. Al principio solo
dedicaba unas horas a la semana a traducir, pues tenía que trabajar
para mantener a su esposa, que no era creyente, y a su hijo. No
obstante, a partir de diciembre de 1932, el hermano Forstman se
dedicó de lleno a la traducción. Durante sus años de servicio
tradujo tratados, folletos y libros. Falleció en 1942.

Como los hermanos creían que la obra del Reino se legalizaría


pronto en Rusia, querían tener publicaciones bien traducidas al
ruso. William Dey, superintendente de la Oficina del Norte de
Europa, escribió una carta al hermano Rutherford en la que decía:
“Cuando se levanten las restricciones en Rusia, lo cual tiene que
suceder pronto, convendría tener publicaciones bien traducidas
para ofrecerlas a los 180 millones de habitantes”.

PROGRAMAS DE RADIO

La radio fue otro medio para difundir las buenas nuevas por el
inmenso territorio de Rusia. La Atalaya en ruso de febrero de
1929 publicó este anuncio: “Se emitirán conferencias en ruso por
la radio”. El segundo y cuarto domingo de cada mes se emitían en
Estonia programas para la Unión Soviética.

El hermano Wallace Baxter, superintendente de la sucursal de


Estonia, comentó posteriormente: “Tras un largo debate, en 1929
se firmó un contrato por un año. Poco después de que empezaran
a transmitirse los programas en ruso, nos enteramos de que había
personas en Leningrado que los escuchaban. La reacción del
régimen soviético fue similar a la que tuvo el clero en Estonia.
Tanto unos como otros dijeron a la gente que no escuchara el
mensaje del Reino”. En 1931, los programas en ruso se
transmitían a una hora conveniente para los radioyentes: de 5.30 a
6.30 de la tarde por frecuencia media. En junio de 1934, después
de tres años y medio, dejaron de emitirse. En una carta de la
sucursal de Estonia, los hermanos explicaron por qué se prohibió
el programa: “El clero le ha dicho al gobierno [estonio] que
nuestras conferencias radiofónicas no benefician al Estado porque
tienen el tono de propaganda comunista y anarquista”.
SE PRODUCE UN CAMBIO

En 1935, los hermanos del Betel de Brooklyn enviaron a Anton


Koerber a la Unión Soviética con la idea de que pudiera abrir una
sucursal. Querían enviar allí una prensa de Alemania, donde Adolf
Hitler había asumido el poder hacía poco. Aunque aquellos planes
no se materializaron, el hermano Koerber por lo menos pudo
conocer a varios hermanos de Rusia.

Durante unos años, la predicación del Reino siguió progresando


en Rusia. Se traducían publicaciones bíblicas al ruso bajo la
dirección de la sucursal de Letonia. Pero como una vez impresas
resultaba difícil introducirlas en Rusia, muchas quedaron
almacenadas.

Hasta el comienzo de la II Guerra Mundial, en 1939, había pocos


Testigos en Rusia. Por ello, el gobierno soviético les prestaba
poca atención, por no decir ninguna. Pero aquella situación
cambiaría pronto. Poco menos de un año después de que la
Alemania nazi invadiera Polonia en 1939, la Unión Soviética se
anexionó las últimas cuatro de sus repúblicas: Estonia, Letonia,
Lituania y Moldavia. De la noche a la mañana, miles de Testigos
se encontraron dentro de las fronteras de la Unión Soviética, una
nación que pronto se sumiría en una encarnizada guerra para
sobrevivir. Sería un tiempo de sufrimiento y dificultades para
millones de personas. En el caso de los testigos de Jehová, iba a
ser un tiempo en el que tendrían que demostrar su lealtad a Dios
bajo severa opresión.

SE MANTUVIERON FIRMES

En junio de 1941, Alemania invadió la Unión Soviética, tomando


totalmente por sorpresa al líder soviético Josif Stalin. A finales de
aquel año, las tropas alemanas llegaron a las puertas de Moscú, y
parecía que la caída de la Unión Soviética era inminente.

Desesperado, Stalin trató de movilizar a la nación para la Gran


Guerra Patriótica, como la denominaron los rusos. Stalin
reconoció la necesidad de hacer concesiones a la Iglesia para
ganarse el apoyo del pueblo, ya que millones de personas seguían
siendo religiosas. En septiembre de 1943 recibió públicamente en
el Kremlin a los tres representantes más importantes de la Iglesia
Ortodoxa Rusa, con lo que las relaciones entre la Iglesia y el
Estado mejoraron un poco y se abrieron al público centenares de
iglesias.

Al igual que los testigos de Jehová de Alemania, los hermanos de


Rusia se mantuvieron completamente neutrales durante la guerra.
Estaban dispuestos a aceptar las consecuencias, firmemente
resueltos a obedecer los mandatos de su Señor (Mat. 22:37-39).
Debido a su neutralidad, entre 1940 y 1945, más de un millar de
Testigos de Ucrania, Moldavia y las repúblicas bálticas fueron
trasladados a campos de trabajos forzados del interior de Rusia.

Vasily Savchuk recuerda: “Me bauticé en Ucrania en 1941,


cuando tenía 14 años. Durante la guerra, casi todos los hermanos
activos fueron enviados a cárceles y campos del interior de Rusia.
Pero la obra de Jehová no se detuvo. Las hermanas fieles y los
adolescentes como yo asumían responsabilidades en la
congregación y el ministerio. En nuestro pueblo todavía quedaba
libre un hermano, pues era inválido. Él me dijo: ‘Vasily,
necesitamos tu ayuda. Tenemos una labor muy importante que
hacer, y no disponemos de suficientes hombres’. Se me saltaron
las lágrimas al ver el interés que manifestaba por la obra de
Jehová aquel hermano con tan poca salud. Acepté de buena gana
colaborar en todo lo que hiciera falta. Habíamos improvisado
imprentas en sótanos, donde hacíamos copias de nuestro valioso
alimento espiritual para distribuirlas entre los hermanos,
especialmente entre los que estaban en prisión”.

A pesar del trabajo que con tanto amor y abnegación efectuaban


aquellas hermanas y aquellos adolescentes, la cantidad de
alimento espiritual que se producía todavía no bastaba. Para
ayudar, los hermanos polacos que vivían en Rusia y regresaban a
su país llevaban informes a la sucursal de Polonia. Y los hermanos
ucranianos y rusos que se desplazaban a Rusia introducían
alimento espiritual, clichés, tinta y otros artículos.
“QUE SE VAYA CADA UNO A SU LUGAR”

En 1946, algunos hermanos que vivían en Polonia fueron


obligados a trasladarse a la parte soviética de Ucrania. Ivan
Pashkovsky recuerda: “Se preguntó a la sucursal de Lodz qué
debíamos hacer en aquella situación. En la respuesta se citaba
Jueces 7:7, donde dice: ‘Que se vaya cada uno a su lugar’.
Muchos años después comprendí cómo Jehová, en su sabiduría,
guió la predicación en aquellos territorios difíciles. Para nosotros,
nuestro ‘lugar’ era allá donde Jehová nos enviara. Comprendimos
la importancia de someternos a las órdenes de las autoridades. Por
lo tanto, empezamos a organizar las cosas para mudarnos a un
país ateo.

”Primero fuimos a la casa de un hermano y nos reunimos con


dieciocho candidatos al bautismo a fin de prepararlos. También
recogimos publicaciones en ruso y ucraniano, y tratamos de
empaquetarlas de maneras que no llamaran la atención durante un
registro. Al amanecer, los soldados del ejército polaco rodearon
nuestro pueblo y nos ordenaron que nos preparásemos para el
viaje. Nos permitieron llevar comida para un mes y algunos
artículos domésticos necesarios. Luego nos escoltaron hasta la
estación del tren. Así fue como la Ucrania soviética se convirtió
en nuestro ‘lugar’.
”Tan pronto como llegamos a nuestro destino, nos vimos rodeados
de gente, incluidas las autoridades del lugar. Como queríamos
predicar cuanto antes, les dijimos con decisión que éramos
testigos de Jehová. Al día siguiente nos visitó de improviso el
secretario del comité de agricultura de la zona. Nos dijo que su
padre había emigrado a América y que le enviaba publicaciones
de los testigos de Jehová. ¡Cuánto nos alegró oír aquello! ¡Y qué
agradecidos nos sentimos cuando nos ofreció publicaciones! Al
ver a aquel hombre asistir a nuestras reuniones con su familia, nos
dimos cuenta de que en el país había muchas ‘cosas deseables’ a
los ojos de Jehová (Ageo 2:7). Pronto todos los miembros de
aquella familia se hicieron testigos de Jehová, y sirvieron
fielmente a Dios por muchos años.”

MUCHO TRABAJO POR DELANTE

Durante la II Guerra Mundial y después, la obra en Rusia se


realizaba en condiciones sumamente difíciles. Una carta de la
sucursal de Polonia dirigida a la sede mundial, con fecha del 10
de abril de 1947, decía: “Los líderes religiosos intimidan a sus
feligreses diciéndoles que si aceptan una Atalaya o un folleto de
los testigos de Jehová, serán deportados y pasarán diez años
haciendo trabajos forzados. De modo que la gente está
atemorizada, pero anhela ver la luz”.

El Yearbook (Anuario) de 1947 comentaba: “Los Testigos no


tienen publicaciones impresas ni La Atalaya en su atractivo
formato. [...] En muchos casos todavía se está copiando
laboriosamente a mano, y así es como se pasa a otros [...]. A veces
detienen a nuestros mensajeros, y si les encuentran encima una
Atalaya, los meten en la cárcel”.

Regina Krivokulskaya explica: “Me daba la sensación de que el


país entero se hallaba cercado por una alambrada y que nosotros
nos encontrábamos presos, aunque no estuviéramos en prisión.
Los hombres pasaban la mayor parte de su vida en cárceles y
campos por su servicio celoso a Dios. Las mujeres tuvimos que
aguantar mucho: todas pasábamos noches sin dormir; el Comité
de Seguridad del Estado (KGB) nos tenía bajo vigilancia y nos
sometía a presión psicológica; perdimos el empleo y pasamos
otras muchas tribulaciones. Las autoridades probaron diversos
medios para desviarnos del camino de la verdad (Isa. 30:21). No
había duda de que Satanás se valía de la situación para tratar de
detener la predicación del Reino. Pero Jehová no abandonó a su
pueblo; su ayuda era muy evidente.

”Las publicaciones bíblicas, introducidas en el país con mucha


dificultad, nos daban ‘el poder que es más allá de lo normal’ (2
Cor. 4:7). Jehová dirigía a su pueblo, y aun bajo la fuerte
oposición del Estado, seguían entrando personas nuevas en la
organización de Dios. Era asombroso ver como desde el mismo
principio estaban dispuestas a aguantar penalidades junto con el
pueblo de Jehová. Aquello solo se pudo lograr gracias al espíritu
de Jehová.”

CARTAS LANZADAS POR ENCIMA DE LA ALAMBRADA

En 1944, Pyotr —que después se casó con Regina— fue


encerrado en un campo de prisioneros del oblast de Gorki debido
a su neutralidad. Pero no por ello disminuyó su celo por la
predicación. Pyotr escribía cartas en las que incluía una breve
explicación de una enseñanza bíblica. Luego ponía cada carta en
un sobre, la ataba a una piedra con un cordel y la lanzaba por
encima de la alta alambrada. Lo hacía con la esperanza de que
alguien encontrara una carta y la leyera. Un día pasó por allí cierta
muchacha llamada Lidia Bulatova y recogió una. Cuando Pyotr la
vio, le pidió en voz baja que se acercara y le preguntó si le
gustaría aprender más de la Biblia. A Lidia le gustó la idea y
quedaron en volver a verse. A partir de entonces, la joven pasaba
regularmente a recoger más de aquellas preciadas cartas.

Lidia llegó a ser una fervorosa hermana y predicadora de las


buenas nuevas. Poco después empezó a dar clases bíblicas a
Maria Smirnova y Olga Sevryugina, quienes también comenzaron
a servir a Jehová. A fin de apoyar a estas tres hermanas, los
hermanos del campo de prisioneros empezaron a suministrarles
alimento espiritual. Para ello, Pyotr fabricó una maletita con doble
fondo, y la llenaba de revistas. Pedía a algunas personas no
Testigos que no estaban presas que la sacaran del campo, la
llevaran a la dirección de una de las hermanas y luego la volvieran
a traer.

Las hermanas pronto organizaron la predicación en aquella zona.


La policía se dio cuenta y envió a una agente para que las espiara,
como solía hacerse entonces. La agente —una maestra de escuela
— fingió interés en la verdad y se ganó la confianza de las
hermanas. Como estas no tenían mucha experiencia,
gustosamente le fueron enseñando verdades bíblicas a su nueva
“hermana” y con el tiempo le contaron de dónde les llegaban las
publicaciones. La siguiente vez que la maleta estaba saliendo del
campo, detuvieron a Pyotr y lo sentenciaron a veinticinco años
más de prisión. Las tres hermanas también recibieron una
sentencia de veinticinco años de prisión cada una.

“HACE FALTA EXPLICARLES LA SITUACIÓN”

Durante la guerra y los años posteriores, el gobierno soviético


siguió oponiéndose con firmeza a las actividades de los testigos
de Jehová. En marzo de 1947, los hermanos de Polonia
informaron que un oficial de alto rango de cierta región occidental
de la Unión Soviética había declarado que para finales de la
primavera no quedaría allí ni un solo testigo de Jehová. El
informe añadía: “Mientras les escribíamos esta carta, nos llegaron
noticias de que se arrestó a 100 hermanos y hermanas en un solo
día”. En otra carta se informó lo siguiente sobre los hermanos de
los campos de prisioneros: “Se están manteniendo increíblemente
íntegros a los ojos de Jehová. Muchos ya han dado su vida, y los
demás esperan a que Jehová los libere, como hicieron los que
estaban en los campos de concentración”.

A los Testigos también se les arrestaba por predicar y por negarse


a votar. En 1947, los hermanos de Polonia que estaban encargados
de la obra escribieron: “Parece que las máximas autoridades de
Rusia no están muy enteradas de lo que les sucede a los
hermanos, pero creemos que tampoco desean matarlos. Hace falta
explicarles la situación”.

GESTIONES PARA CONSEGUIR LA INSCRIPCIÓN

Al poco tiempo, la sucursal de Polonia sugirió que dos hermanos


rusos, junto con un buen abogado, preparasen los documentos
necesarios para conseguir la inscripción de los testigos de Jehová
en la Unión Soviética. En una carta de la sucursal de Polonia
dirigida a los hermanos de Rusia se les decía: “El mensaje de las
buenas nuevas del Reino tiene que oírse en todo el mundo,
incluida Rusia (Marcos 13:10)”. La carta concluía con estas
palabras: “Tengan paciencia. Jehová convertirá sus lágrimas en
clamores gozosos (Salmo 126:2-6)”.
En agosto de 1949, Mykola Pyatokha, Mykhailo Chumak e Ilya
Babijchuk presentaron la solicitud de inscripción. El gobierno
accedió a reconocer a los testigos de Jehová, pero solo bajo ciertas
condiciones. Una de ellas era que les dieran los nombres de todos
los testigos de Jehová que vivían en el territorio de la Unión
Soviética. Eso era algo que los hermanos no podían hacer. Así
que, aunque la obra siguió adelante y el número de publicadores
continuó aumentando, muchos hermanos todavía eran privados de
su libertad.

“TU JEHOVÁ NO TE VA A SACAR DE AQUÍ”

Pyotr Krivokulsky recuerda lo que sucedió en el verano de 1945:


“A los hermanos se les juzgó y se les envió a diversos campos de
trabajos forzados. En el campo donde yo estaba, muchos
prisioneros mostraron verdadero interés por la verdad. Uno de
ellos, un ministro religioso, entendió enseguida que lo que estaba
oyendo era la verdad y se puso de parte de Jehová.

”Pero las condiciones eran muy duras. Una vez me encerraron en


una celda tan pequeña que apenas podía estar de pie. La llamaban
la chinchera porque estaba llena de chinches. Había tantas que
probablemente se podrían haber chupado toda la sangre de un ser
humano. De pie frente a la celda, el inspector me dijo: ‘Tu Jehová
no te va a sacar de aquí’. Mi ración diaria de comida consistía en
300 gramos [10 onzas] de pan y una taza de agua. Como no había
aire, me apoyaba contra la pequeña puerta de entrada y aspiraba
con ansia a través de una rendija. Sentía cómo las chinches me
chupaban la sangre. Durante los diez días que pasé en aquella
celda, le pedía continuamente a Jehová que me diera fuerzas para
aguantar (Jer. 15:15). Cuando me dejaron salir, caí desmayado y
desperté en otra celda.

”Después de aquello, el tribunal del campo de trabajos forzados


me sentenció a diez años de reclusión en un campo penitenciario
de máxima seguridad por ‘agitación y propaganda contra las
autoridades soviéticas’. En aquel campo no se podía enviar ni
recibir cartas. La mayoría de los reclusos habían sido condenados
por delitos violentos, como el asesinato. Me dijeron que si no
renunciaba a mi fe, aquellos presos me harían cualquier cosa que
se les mandara. Yo solo pesaba 36 kilos [80 libras] y apenas podía
caminar. Pero incluso allí pude encontrar personas sinceras con
una buena disposición hacia la verdad.

”En cierta ocasión, mientras estaba recostado entre unos arbustos


y orando, se me acercó un hombre mayor y me preguntó: ‘¿Qué
hiciste para terminar en este infierno?’. Al oír que era testigo de
Jehová, se sentó, me abrazó, me besó y me dijo: ‘Hijo mío, ¡llevo
tanto tiempo deseando conocer la Biblia! ¿Podrías enseñarme?’.
Me sentí rebosante de felicidad. Enseguida le mostré los pedazos
de los Evangelios que había cosido en mi harapienta ropa. Se le
llenaron los ojos de lágrimas. Aquella noche pasamos mucho
tiempo hablando. Me dijo que trabajaba en el comedor del campo
y que me conseguiría comida. Nos hicimos amigos; él progresó
espiritualmente, y yo cobré fuerzas. Vi la mano de Jehová en todo
aquello. Al cabo de unos meses lo pusieron en libertad, y a mí me
llevaron a otro campo en el oblast de Gorki.

”Allí las condiciones eran mucho mejores. Pero, sobre todo, me


sentía feliz de que cuatro prisioneros estudiaran la Biblia
conmigo. En 1952, los capataces del campo nos encontraron con
publicaciones. Durante el interrogatorio previo al juicio me
encerraron en una caja herméticamente cerrada, y cuando
empezaba a asfixiarme, la abrían para que aspirara unas
bocanadas de aire y entonces la volvían a cerrar. Querían que
renunciara a mi fe. Nos condenaron a todos. No obstante, a
ninguno de mis estudiantes de la Biblia le entró pánico al
escuchar la sentencia. ¡Qué satisfecho me sentí! Los cuatro fueron
sentenciados a veinticinco años en campos de trabajos forzados.
Yo recibí una sentencia más severa, pero me la conmutaron por
otros veinticinco años en un campo penitenciario de máxima
seguridad y diez años en el exilio. Al abandonar la sala, nos
detuvimos para dar gracias a Jehová por habernos sostenido. Los
guardias estaban atónitos, no podían entender por qué nos
sentíamos felices. Nos separaron y nos enviaron a distintos
campos. A mí me enviaron al campo penitenciario de máxima
seguridad de Vorkutá.”
LA NEUTRALIDAD CRISTIANA LES SALVA LA VIDA

La vida en el campo era dura, y muchos prisioneros no Testigos


hasta llegaron a suicidarse. Pero los Testigos resistieron. Ivan
Krylov recuerda: “Después de haber estado en la prisión de
máxima seguridad, estuve en distintas minas de carbón donde
nuestros hermanos y hermanas hacían trabajos forzados. Logré
ponerme en contacto con el grupo de hermanos y establecer una
red de comunicación entre nosotros, de modo que si alguien
conseguía una revista, la copiaba a mano y la pasaba a los demás.
Predicábamos en todos los campos, y muchas personas mostraron
interés. Algunas de ellas se bautizaron en el río Vorkutá cuando
quedaron en libertad.

”Nuestra fe en Jehová y su Reino se vio sometida a pruebas


constantes. Cierto día de 1948, un grupo de prisioneros organizó
una revuelta en un campo de Vorkutá. Pensando en producir el
mayor impacto posible, los rebeldes les dijeron a los demás
prisioneros que se dividieran en grupos, fuera por nacionalidad o
por religión. En ese entonces éramos quince hermanos en el
campo, y les explicamos que nosotros, los testigos de Jehová,
éramos cristianos y que, así como los primeros cristianos no se
levantaron contra Roma, nosotros no participábamos en ese tipo
de movimientos. Claro, a muchos les sorprendió nuestra
respuesta, pero nos mantuvimos firmes.”
La revuelta tuvo consecuencias lamentables: soldados armados
sofocaron la rebelión, encerraron a los rebeldes en una barraca, la
rociaron de gasolina y le prendieron fuego. Casi ninguno
sobrevivió. Pero a los Testigos, ni los tocaron.

“En diciembre de 1948 —prosigue Ivan— conocí en cierto campo


a ocho hermanos que habían recibido veinticinco años de
condena. Aquel fue un invierno horriblemente crudo, y el trabajo
en las minas era muy agotador. Con todo, brillaban en sus ojos la
confianza y la esperanza sólida. Hasta los prisioneros que no eran
Testigos recobraban las fuerzas al ver su actitud positiva.”

DESTIERRO EN SIBERIA

A pesar de la cruel persecución, los Testigos siguieron predicando


con entusiasmo las buenas nuevas del Reino de Jehová. El
gobierno central de Moscú estaba irritado, especialmente la KGB.
Por ejemplo, se puede leer lo siguiente en un memorando de la
KGB a Stalin, fechado el 19 de febrero de 1951: “Con el fin de
reprimir cualquier actividad antisoviética de los jehovistas
clandestinos en el futuro, el Ministerio de Seguridad del Estado
[que llegó a ser más tarde la KGB] considera necesario deportar a
los oblasts de Irkutsk y Tomsk a los jehovistas declarados y sus
familias”. La KGB ya había identificado a los Testigos, y le estaba
pidiendo permiso a Stalin para deportar a Siberia a 8.576 personas
de seis repúblicas de la Unión Soviética. El permiso fue
concedido.

Magdalina Beloshitskaya recuerda: “A las dos de la mañana del


domingo 8 de abril de 1951 nos despertaron unos fuertes golpes
en la puerta. Mamá saltó de la cama y corrió a abrir. Delante de
nosotros apareció un policía. ‘Se les está deportando a Siberia por
creer en Dios —declaró con formalidad—. Tienen dos horas para
empacar sus cosas. Pueden llevarse cualquier objeto de la
habitación, pero no está permitido llevar semillas, cereales ni
harina. Tampoco pueden llevarse muebles, artículos de madera ni
máquinas de coser. No pueden llevarse nada del patio. Tomen sus
sábanas, su ropa, sus bolsas y salgan.’

”Tiempo antes habíamos leído en nuestras publicaciones que


había mucho trabajo espiritual en el este del país. Supimos que
había llegado el momento de atenderlo.

”Ninguno de nosotros lloró ni gimió. El policía estaba


sorprendido. ‘No les sale ni una lagrimita de los ojos’, comentó.
Le respondimos que habíamos estado esperando aquel momento
desde 1948. Le pedimos permiso para llevarnos por lo menos una
gallina viva para el viaje, pero no quiso. Los agentes se
repartieron nuestros animales entre ellos. Las gallinas se las
repartieron en nuestra misma cara: uno se llevó cinco, otro seis,
otro tres o cuatro. Cuando quedaban solo dos, el policía ordenó
que las mataran y que nos las dieran.
”Tenía a mi hijita de ocho meses en una cuna de madera. Le
preguntamos al agente si podíamos llevarnos la cuna, pero él
ordenó a los otros que la desarmaran, y nos dio solo la parte de la
cuna donde cabía la bebé.

”Los vecinos no tardaron en enterarse de la deportación de nuestra


familia, que éramos seis en total: mamá, mis dos hermanos, mi
esposo, nuestra bebé de ocho meses y yo. Uno de los vecinos trajo
una pequeña bolsa con pan tostado y la arrojó dentro de la carreta
en la que nos llevaban. Pero el soldado que nos vigilaba se dio
cuenta, así que la tomó y la echó fuera de la carreta. Ya en las
afueras del pueblo, nos metieron en un automóvil y nos llevaron
al centro regional, donde se prepararon nuestros documentos.
Luego nos llevaron en camión a la estación de ferrocarril.

”Era un domingo soleado y hermoso. La estación estaba


abarrotada de gente: los desterrados y los que venían a vernos
partir. Nuestro camión se paró justo al lado de un vagón en el que
ya había hermanos. Cuando el tren se llenó, los soldados pasaron
lista por apellido. Éramos cincuenta y dos en nuestro vagón.
Antes de que el tren emprendiera la marcha, la gente que había
venido a despedirnos comenzó a llorar. Era una escena
impresionante, pues a algunas de aquellas personas ni siquiera las
conocíamos. Pero todas ellas sabían que éramos testigos de
Jehová y que íbamos rumbo a Siberia. Cuando la máquina de
vapor soltó un fuerte silbido, los hermanos comenzaron a entonar
en ucraniano un cántico que en parte decía: ‘Que el amor de
Cristo te acompañe. Si le das gloria a Jesucristo, nos veremos de
nuevo en su Reino’. Era difícil encontrar a alguien que no tuviera
plena fe y confianza en el cuidado de Jehová. Entonamos varias
estrofas de aquel cántico. Fue muy conmovedor ver que varios de
los soldados empezaron a llorar. Entonces el tren emprendió su
marcha.”

“LOS RESULTADOS FUERON TOTALMENTE OPUESTOS A


LO ESPERADO”

¿Consiguieron los perseguidores lo que querían? El doctor N. S.


Gordienko, especialista de la Universidad Herzen de San
Petersburgo, explica en un libro: “Los resultados fueron
totalmente opuestos a lo esperado. [Las autoridades] pretendían
debilitar la estructura de los testigos de Jehová en la URSS, pero
en realidad la reforzaron. En sus nuevos asentamientos, donde
nadie había escuchado de su confesión religiosa, los testigos de
Jehová ‘infectaron’ a la gente de la localidad con su fe y su lealtad
incondicional a ella”.

En general, los Testigos se adaptaron fácilmente a sus nuevas


circunstancias. Se formaron pequeñas congregaciones y se
asignaron territorios. Nikolai Kalibaba relata: “Hubo un tiempo en
que predicábamos en Siberia de casa en casa... o, más bien, de una
casa a otra dejando dos o tres de por medio. Pero era peligroso.
¿Cómo lo hacíamos? Para hacer una revisita, dejábamos pasar
más o menos un mes. Para comenzar una conversación le
preguntábamos a la gente: ‘¿Tiene gallinas, cabras o vacas que
venda?’, y poco a poco dirigíamos la conversación hacia el Reino.
Con el tiempo, la KGB se enteró de nuestro sistema, y de
inmediato salió un artículo en el periódico que puso sobre aviso a
la gente del pueblo para que no hablara con los testigos de Jehová.
El artículo decía que íbamos de casa en casa preguntando a los
vecinos por cabras, vacas y gallinas, ¡pero que en realidad
buscábamos ovejas!”.

Gavriil Livy relata: “A pesar de la estrecha vigilancia de la KGB,


los hermanos hacían todo lo que podían por participar en el
ministerio. La actitud del pueblo soviético era tal que, en cuanto
sospechaban que alguien iba a hablarles de religión, llamaban a la
policía. Nosotros seguimos predicando, aunque al principio no
vimos resultados. Pero poco a poco la verdad comenzó a cambiar
a algunas personas. Una de ellas fue un bebedor empedernido de
origen ruso. Cuando aprendió la verdad, puso su vida en armonía
con las normas bíblicas y llegó a ser un Testigo fiel. En cierta
ocasión, un agente de la KGB lo llamó y le dijo: ‘¿Te das cuenta
de la clase de gente con la que andas? Esos Testigos son todos
ucranianos’.

”El hermano le respondió: ‘Antes, cuando yo andaba borracho y


me quedaba tirado en las calles, usted ni se fijaba en mí. Ahora
que soy una persona normal y un buen ciudadano, me dice que no
le gusta. Muchos ucranianos se irán de Siberia; pero cuando lo
hagan, le habrán enseñado a gente de este lugar a vivir como Dios
manda’.”

Unos años más tarde, un funcionario de Irkutsk escribió a Moscú:


“Varios trabajadores locales han expresado la opinión de que es
mejor que a todos estos [testigos de Jehová] se les mande lejos, al
norte, para que queden aislados de todo contacto con la población
y se reeduquen”. ¡Cómo se nota que ni Siberia ni Moscú sabían
qué hacer para acallar a los testigos de Jehová!

“LES HABRÍAMOS PEGADO UN TIRO A TODOS”

A principios de 1957, las autoridades emprendieron una nueva


campaña contra los testigos de Jehová. Seguían a los hermanos y
registraban sus casas. Viktor Gutshmidt recuerda: “Un día, al
volver del ministerio, encontré el apartamento patas arriba. La
KGB estaba buscando publicaciones. Me arrestaron y durante dos
meses me estuvieron interrogando. Yulia, nuestra hija menor,
tenía once meses de edad, y la mayor tenía dos años.

”En uno de los interrogatorios, el agente a cargo me dijo: ‘Tú eres


alemán, ¿verdad?’. Para muchos en aquel tiempo, ser alemán era
sinónimo de ser fascista. La gente odiaba a los alemanes.

”‘No soy nacionalista —le contesté—, pero si me está hablando


de los alemanes a quienes los nazis llevaron a los campos de
concentración, ¡estoy muy orgulloso de esos alemanes! Antes se
llamaban Bibelforscher, pero ahora se llaman testigos de Jehová.
Puedo decirle con orgullo que ningún Testigo jamás ha disparado
una ametralladora ni un cañón. ¡De esos alemanes me siento
orgulloso!’.

”Como el agente se quedó callado, yo seguí: ‘Estoy seguro de que


ningún testigo de Jehová ha participado en rebeliones ni revueltas.
Y aun si se prohíben sus actividades, siguen adorando a Dios.
Pero no dejan de reconocer y obedecer a las autoridades legales,
siempre y cuando sus leyes no quebranten las leyes más elevadas
de nuestro Creador’.

”De pronto, el agente me interrumpió diciendo: ‘Jamás hemos


estudiado a ningún otro grupo tan de cerca como a los Testigos. Si
en los registros se hubiera encontrado cualquier cosa, hasta una
gota de sangre derramada por ustedes, les habríamos pegado un
tiro a todos’.

”Entonces pensé: ‘Nuestros hermanos de todo el mundo han


tenido el valor de servir fielmente a Jehová, y su ejemplo nos ha
salvado la vida aquí en la Unión Soviética. Así que quizás el que
nosotros sirvamos fielmente a Dios ayude algún día a nuestros
hermanos de otras partes’. Este pensamiento fortaleció mi
resolución de aferrarme al modo de pensar de Dios.”

TESTIGOS EN MÁS DE CINCUENTA CAMPOS

La neutralidad y el fervoroso ministerio de los testigos de Jehová


de la Unión Soviética seguían siendo una fuente de irritación para
el gobierno (Mar. 13:10; Juan 17:16). Con mucha frecuencia, la
postura de los hermanos en estos asuntos provocaba injustas y
largas condenas de prisión.

De junio de 1956 a febrero de 1957 se celebraron 199 asambleas


por todo el mundo, con 462.936 asistentes. En ellas se adoptó una
petición unánime, y cada asamblea envió una copia de dicha
petición al Consejo de Ministros de la Unión Soviética, ubicado
en Moscú. Entre otras cosas, el documento decía: “Existen
testigos de Jehová detenidos en más de cincuenta campos, desde
la Rusia europea hasta Siberia y más al norte, cerca del océano
Glacial Ártico, incluso en la isla ártica de Nueva Zembla [...].
Tanto en Estados Unidos como en otros países de Occidente se ha
llamado ‘comunistas’ a los testigos de Jehová, mientras que en los
países con régimen comunista se les llama ‘imperialistas’ [...]. Los
gobiernos comunistas los han enjuiciado bajo el cargo de ‘espías
imperialistas’ y les han dado condenas de hasta veinte años de
prisión, pese a que jamás han participado en ningún acto
subversivo”. Lamentablemente, la petición no cambió en nada la
situación de los testigos de Jehová en la Unión Soviética.

Algo especialmente difícil para las familias de Testigos fue la


crianza de los hijos. Un hermano de Moscú que crió a tres hijos
en ese tiempo, Vladimir Sosnin, comenta: “Era obligatorio
mandar a los niños a una escuela soviética. Los maestros y los
estudiantes presionaban a nuestros jovencitos para que se
incorporaran a organizaciones de ideología comunista. Queríamos
que nuestros hijos recibieran la educación necesaria, y les
ayudábamos en sus estudios, pero no era fácil para nosotros como
padres nutrir en sus pequeños corazones el amor a Jehová. Las
escuelas estaban saturadas de ideas sobre la construcción del
socialismo y el comunismo. Había que tener extraordinaria
paciencia y mucha perseverancia”.

ACUSADOS DE CORTARLE LA OREJA A SU HIJA

Semyon y Daria Kostylyev criaron a sus tres hijos en Siberia. “En


aquel entonces —recuerda Semyon—, a los testigos de Jehová se
nos catalogaba como fanáticos. Nuestra segunda hija, Alla,
empezó a ir a la escuela en 1961. Un día estaba jugando con otros
niños, y accidentalmente uno de ellos le lastimó la oreja. Al otro
día, la maestra le preguntó qué había pasado, pero ella no
respondió, pues no quería delatar a su compañero. Sabiendo que
Daria y yo éramos Testigos, la maestra llegó a la conclusión de
que la habíamos golpeado para obligarla a hacer lo que dice la
Biblia. La escuela denunció la situación a la fiscalía, y las
investigaciones continuaron alrededor de un año. Hasta la
empresa en la que yo trabajaba se vio involucrada. Por fin, en
octubre de 1962 se nos citó para el juicio.

”Dos semanas antes del juicio, ya colgaba en el Palacio de la


Cultura una pancarta que decía: ‘Pronto, juicio de peligrosa secta
jehovista’. El delito del que nos acusaban a mi esposa y a mí era
el de criar a nuestros hijos de acuerdo con la Biblia, con la
agravante de crueldad. ¡El tribunal sostuvo que le habíamos
cortado la oreja a la niña con el filo de un balde para obligarla a
orar! La única testigo era la pequeña Alla, pero se la habían
llevado a un orfanato de la ciudad de Kirensk, a unos 700
kilómetros [430 millas] al norte de Irkutsk, donde vivíamos.

”La sala estaba llena de miembros de la liga juvenil. Cuando el


tribunal se retiró para deliberar, se formó un gran alboroto. Todos
nos empujaban y nos insultaban, y no faltó quien nos ordenara
quitarnos nuestra ropa ‘soviética’. La multitud entera gritaba que
merecíamos morir, y hasta hubo uno que intentó acabar con
nosotros allí mismo. La gente se enfurecía cada vez más, y los
jueces no aparecían. Estuvieron una hora deliberando. Cuando la
multitud avanzó hacia nosotros, una hermana y su esposo no
creyente se interpusieron, suplicándoles que no nos tocaran.
Literalmente nos arrebataron de las manos de la gente mientras
intentaban explicarle que todas las acusaciones eran falsas.

”Por fin se presentó un juez, acompañado de los asesores del


tribunal popular, y dictó la sentencia: pérdida de la patria
potestad. A mí me arrestaron y me enviaron dos años a un campo
correccional de trabajos forzados. A nuestra hija mayor también la
mandaron a un orfanato, no sin antes decirle que sus padres
pertenecían a una secta peligrosa y que eran una mala influencia
en su crianza.

”A Boris, nuestro hijo varón, lo dejaron con mi esposa, pues solo


tenía tres años. Al terminar mi condena, regresé a casa. La
predicación no había cambiado; solo podíamos predicar de
manera informal.”

“NUESTROS HIJOS FUERON UNA CAUSA DE ORGULLO”

“Al cumplir los 13 años, Alla salió del orfanato y se vino a vivir
con nosotros. ¡Qué alegría sentimos al verla dedicarse a Jehová y
bautizarse en 1969! Para entonces se estaba presentando un ciclo
de conferencias sobre religión en el Palacio de la Cultura de
nuestra ciudad, y quisimos asistir para ver qué decían ahora.
Como siempre, de quien más hablaron fue de los testigos de
Jehová. Uno de los conferenciantes, sosteniendo en alto una
revista La Atalaya, sentenció: ‘Esta revista es peligrosa y dañina,
y está socavando la unidad de nuestro Estado’. Luego dio un
ejemplo para apoyar su afirmación: ‘Los miembros de esta secta
obligan a sus hijos a leer estas revistas y a orar. En una familia,
una niñita no quiso leerla, así que su padre le arrancó la oreja’.
Aquello dejó muy sorprendida a Alla, pues allí estaba sentada,
escuchando la conferencia, con las dos orejas intactas. Claro que
no dijo nada, no fuera a ser que perdiera de nuevo a sus padres.

”Cuando Boris cumplió 13 años, se dedicó a Jehová y se bautizó.


Cierto día, él estaba predicando en las calles con otros muchachos
de su edad, a pesar de que nuestra obra todavía estaba prohibida.
De pronto, un auto se detuvo, y se los llevaron al cuartel militar.
Los militares los interrogaron y los registraron, pero como no
llevaban ni la Biblia ni ninguna otra publicación bíblica, lo único
que les encontraron fue un par de versículos copiados en un
pedazo de papel, así que los dejaron ir. Al llegar a casa, Boris nos
contó con gran satisfacción cómo él y los otros jovencitos habían
sido perseguidos por el nombre de Jehová. Para nosotros, los
padres, nuestros hijos fueron una causa de orgullo, pues vimos
que Jehová los había cuidado en sus pruebas. Después del
incidente con Boris, la KGB nos citó varias veces a Daria y a mí.
En una ocasión, un agente nos dijo: ‘Estos muchachos deberían
estar en una colonia penal juvenil. Es una lástima que todavía no
tengan 14 años’. Acabaron imponiéndonos una multa.
”Hoy vivo con Boris y mis nietos, que también están andando en
la verdad. Mi hija mayor vive en Uzbekistán. Aunque todavía no
le sirve a Jehová, nos respeta y respeta la Biblia, y viene a
menudo a visitarnos. Daria falleció en el 2001, fiel a Jehová hasta
el fin. Mientras las fuerzas no me falten, sigo acompañando a la
congregación a predicar en territorios apartados, buscando a
quienes ‘estén correctamente dispuestos para vida eterna’ (Hech.
13:48). Estoy seguro de que Jehová cumplirá dentro de poco el
deseo de todos nosotros, como se promete en Isaías 65:23.”

LOS PADRES: BUENOS EJEMPLOS

Vladislav Apanyuk, quien sirve en el Betel de Rusia, recuerda


cómo sus padres les inculcaron a él y a sus hermanos el amor a
Dios desde la infancia: “Nuestros padres fueron deportados de
Ucrania a Siberia en 1951. Ellos nos enseñaron a tomar nuestras
propias decisiones buscando agradar a Jehová. Agradezco
muchísimo que siempre reconocieran sus errores delante de
nosotros sin ninguna vergüenza. No escondían sus fallas. Para
nosotros era patente cuánto amaban a Jehová. Siempre estaban de
buen humor, especialmente cuando nos hablaban de temas
espirituales. Tanto les gustaba reflexionar y hablar de Jehová que
nos contagiamos y aprendimos a reflexionar en las verdades
divinas. Nos imaginábamos a la gente viviendo en el nuevo
mundo, cuando todo fuera maravilloso, sin enfermedades ni
guerras.
”Cuando estaba en tercer grado, mis compañeros y yo recibimos
la invitación de unirnos a una organización soviética llamada los
Jóvenes Pioneros. Casi todo niño en la Unión Soviética lo
consideraba un gran honor, y mis compañeros habían estado
esperando con muchas ansias ese día. Se suponía que cada uno
escribiera un juramento oficial en el que expresaba su disposición
a formar parte de los Jóvenes Pioneros, los futuros constructores
del comunismo. Yo me negué a hacerlo. Como castigo, la maestra
me encerró en el salón de clases. ‘No sales hasta que hayas escrito
el juramento’, me dijo. Unas horas después, algunos de mis
compañeros me tocaron por la ventana y me invitaron a jugar.
Pero como estaba totalmente decidido a no escribir nada, me
quedé en el salón. Cerca del anochecer, otra maestra me encontró
en el salón y me dejó ir a casa. Aquella fue mi primera victoria.
Me sentía orgulloso de haber podido hacer algo para regocijar el
corazón de Jehová (Pro. 27:11). Les conté todo a mis padres en
cuanto llegué a casa, y ellos se alegraron mucho. Papá me dijo:
‘¡Bien hecho, hijo!’.”

LA BIBLIA, LIBRO “ANTISOVIÉTICO”

Algunas veces se enjuiciaba a los hermanos por el simple hecho


de tener una Biblia. Respecto a esto, Nadezhda Vishnyak relata:
“Mi esposo y yo todavía no éramos testigos de Jehová, pero la
verdad ya había dejado una profunda impresión en nuestro
corazón. Un día vino la policía a mi trabajo y me arrestaron así,
en ropa de trabajo. A Pyotr, mi esposo, también lo fueron a buscar
a su lugar de empleo y se lo llevaron. Antes del arresto, la policía
había registrado nuestra casa y había encontrado una Biblia y el
folleto Después del Armagedón—el nuevo mundo de Dios. Como
estaba en mi séptimo mes de embarazo, Pyotr no pensó que me
fueran a detener.

”Nos acusaron de actuar contra las autoridades soviéticas, a lo que


respondimos que creíamos en la Biblia, una autoridad mucho más
alta que los poderes soviéticos.

”‘La Biblia es la Palabra de Dios, y por eso queremos vivir de


acuerdo con sus normas’, les dije.

”El juicio se celebró cuando me faltaban solo dos semanas para


dar a luz. Ese día, el juez me concedió salir a caminar un poco
entre audiencias, pero acompañada de un soldado armado. En
cierto momento, durante una de esas caminatas, el soldado me
preguntó qué había hecho. Fue una hermosa oportunidad para
darle testimonio.

”El juez declaró ‘antisoviéticas’ tanto la Biblia como el folleto


que nos habían confiscado. Fue grato saber que no solo mi esposo
y yo estábamos acusados de ser antisoviéticos, sino que también
nuestras publicaciones y ¡hasta la Biblia! Nos preguntaron dónde
habíamos conocido a los testigos de Jehová, y les dijimos que
había sido en un campo de trabajos forzados de Vorkutá. Ante
aquello, el juez gritó furioso: ‘¡Fíjense qué cosas pasan en
nuestros campos!’. Nos declaró culpables y nos sentenció a diez
años en campos correccionales de trabajos forzados.

”A Pyotr lo enviaron a Mordvinia, región central del territorio


ruso; a mí me pusieron en aislamiento. Nuestro hijo nació en
marzo de 1958. Durante aquellos difíciles momentos, Jehová fue
mi mejor amigo y apoyo. Mi madre se llevó al bebé y lo cuidó. Yo
fui enviada a un campo de trabajos forzados ubicado en
Kemerovo (Siberia).

”A los ocho años salí en libertad, antes de cumplir mi condena


completa. Recuerdo que en la barraca la capataz anunció a voz en
cuello que yo no había hecho nunca ningún comentario
antisoviético y que nuestras publicaciones eran estrictamente
religiosas. Me bauticé en 1966, tras quedar en libertad.”

En las prisiones y los campos de trabajo eran especialmente


valiosas las biblias y las publicaciones bíblicas. En 1958, los
hermanos celebraban reuniones con regularidad en un campo de
Mordvinia. Cuando un grupo se reunía para estudiar La Atalaya,
varios hermanos montaban guardia, separados a una distancia
suficiente para escucharse unos a otros y evitar que los capataces
los sorprendieran. Si aparecía alguno, el que lo veía primero le
decía al siguiente “ahí viene”, y ese le avisaba al otro, hasta llegar
al grupo reunido. Al instante se dispersaban y escondían la
revista. Pero muchas veces los capataces aparecían de la nada.

Así sucedió un día, en que les cayeron de sorpresa. Para


distraerlos y salvar la revista, Boris Kryltsov tomó un libro y salió
corriendo de la barraca con los capataces detrás. Lo persiguieron
por largo rato. Cuando finalmente lo atraparon, descubrieron que
se trataba de un libro de Lenin. Aquello le costó al hermano siete
días en una celda de aislamiento, pero él estaba feliz de haber
salvado la revista.

SE SIEMBRAN SEMILLAS DE LA VERDAD EN MOSCÚ

La predicación de las buenas nuevas del Reino tuvo un comienzo


pequeño en Moscú. Boris Kryltsov fue uno de los primeros
entusiastas ministros que predicaron en la capital del país. Él
recuerda: “Trabajaba como supervisor de construcción. Otros
hermanos y yo procurábamos predicar informalmente, pero la
KGB se enteró. Al registrar mi apartamento, en abril de 1957, la
policía encontró algunas publicaciones bíblicas, de modo que me
arrestaron de inmediato. En el interrogatorio, el agente me dijo
que los testigos de Jehová eran las personas más peligrosas del
Estado, y añadió: ‘Si los dejamos en libertad, muchos ciudadanos
soviéticos se les unirán. Por eso es que los vemos como una seria
amenaza para nuestro Estado’.

—La Biblia nos enseña a ser ciudadanos obedientes a las leyes —


contesté—. Además, nos dice que debemos seguir buscando
primero el Reino y la justicia de Dios. Los cristianos verdaderos
jamás han intentado asumir el poder de ningún país.

—¿Dónde conseguiste las publicaciones que encontramos durante


el registro? —preguntó.

—¿Qué tienen de malo esas publicaciones? —fue mi respuesta—.


De lo que tratan es de profecías bíblicas y no tienen nada que ver
con cuestiones políticas.

—Pues sí —reconoció—, pero están impresas en el extranjero.

”Terminé en una prisión de máxima seguridad en la ciudad de


Vladimir. Al llegar, me registraron con mucho cuidado, pero para
mi sorpresa pude introducir al campo cuatro números de La
Atalaya copiados a mano en papel muy delgado. Estaba claro que
Jehová me había ayudado. En mi celda volví a copiar los cuatro
números, pues sabía que, aparte de mí, había en el campo otros
Testigos y que llevaban siete años sin recibir alimento espiritual.
Les hice llegar las revistas por medio de una hermana que se
encargaba de limpiar la escalera.
”Resultó que entre los hermanos se había colado un soplón que
les dijo a los guardias que alguien estaba pasando publicaciones
de la Biblia. De inmediato comenzaron a registrarnos a todos y a
quitarnos las publicaciones. A mí me encontraron algunas en el
colchón, así que me enviaron a la celda de aislamiento por
ochenta y cinco días. A pesar de aquello, Jehová siguió
cuidándonos como siempre.”

CONFERENCIAS SOBRE EL ATEÍSMO HACEN QUE


ALGUNOS APRENDAN LA VERDAD

En la guerra ideológica contra los testigos de Jehová, las


autoridades de la Unión Soviética se valieron de conferencias que
fomentaban el ateísmo. Al respecto, Viktor Gutshmidt comenta:
“El campo donde estábamos detenidos era frecuentado por
oradores que presentaban conferencias para fomentar el ateísmo.
Los hermanos siempre hacían preguntas, y a veces los
conferenciantes eran incapaces de responder a las preguntas más
simples. Normalmente, el salón se llenaba, y todo el mundo
estaba muy atento. Los asistentes venían por voluntad propia,
pues sentían curiosidad por lo que dirían los Testigos al terminar
la conferencia.

”Un día visitó el campo un conferenciante que había sido


sacerdote de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Todos sabían que había
renegado de su fe y que se había hecho ateo mientras cumplía
condena en un campo de trabajos forzados.

—¿Era usted ateo antes de ir a prisión, o se hizo ateo después? —


le preguntó un hermano cuando terminó su discurso.

—Piensa en esto —respondió él—: un hombre fue al espacio,


pero no vio a ningún Dios allá arriba.

—Cuando usted era sacerdote, ¿de verdad se imaginaba que Dios


estaría observando a la gente desde una distancia de poco más de
200 kilómetros [120 millas] de la Tierra? —le preguntó el
hermano. El conferenciante se quedó mudo. Este tipo de
conversaciones hacían pensar a muchos prisioneros y, con el
tiempo, algunos comenzaron a estudiar la Biblia con nosotros.

”En una de aquellas conferencias, una hermana pidió permiso


para hablar.

—Adelante; casi estoy seguro de que eres testigo de Jehová—


dijo el conferenciante.

—¿Qué diría de una persona que se parara en medio de un


sembradío, sin que hubiera nadie más, y gritara: ‘¡Te voy a
matar!’? —preguntó ella.
—Pues no diría que es muy inteligente —contestó él.

—Entonces, si Dios no existe, ¿por qué pelear contra él? Si no


existe, no hay con quién pelear. —Todo el mundo soltó una
sonora carcajada.”

“EL PREDICADOR DE SEGURO VOLVERÁ”

Claro está que las conferencias sobre ideología soviética no eran


solo para los campos de trabajos forzados, sino que estaban
principalmente dirigidas al público en general de las ciudades
grandes. Conferenciantes de experiencia visitaban pueblos y
ciudades, sobre todo donde había una gran concentración de
Testigos, tales como Vorkutá, Inta, Ujta y Siktivkar. “En 1957 —
relata el hermano Gutshmidt— vino en cierta ocasión un
conferenciante al Palacio de la Cultura de los mineros de Inta,
donde estaban reunidas trescientas personas. El conferenciante
enumeró las creencias de los testigos de Jehová y explicó nuestra
forma de predicar. Después de describir detalladamente el método
de predicación, que consistía en una serie de presentaciones en
quince visitas, señaló: ‘Si usted no da señal de objetar, el
predicador de seguro volverá. Y si en la segunda visita sigue sin
objetar, volverá por tercera vez’.
”En dos horas detalló seis de las visitas palabra por palabra y de
acuerdo al método que seguíamos, leyendo de sus notas todos los
textos bíblicos citados. Yo estaba entonces cumpliendo condena
en un campo de trabajos forzados, pero mi esposa, Polina, me
mandó una carta relatándome el suceso y diciéndome que los
hermanos presentes en la conferencia no daban crédito a lo que
oían. Después de la conferencia, el periódico publicó comentarios
negativos sobre los Testigos, pero con una descripción muy
completa de lo que es el Reino. Además, la conferencia entera se
transmitió por radio. Así, miles de residentes se enteraron del
mensaje que llevamos los testigos de Jehová y la forma en que lo
hacemos.

”En 1962 llegó un orador de Moscú para dar una conferencia


sobre los testigos de Jehová. Tras comentar su historia moderna,
explicó: ‘Millones de dólares llegan cada mes a Brooklyn en la
forma de donaciones voluntarias para sostener las actividades de
los Testigos en distintos países. Pero ninguno de los dirigentes
tiene siquiera un armario para su ropa. Todos, desde el ama de
llaves hasta el presidente, comen juntos en el mismo comedor, y
no hay distinción entre ellos. Todos se llaman “hermano” y
“hermana”, tal como nosotros nos llamamos “camarada”’.

”Hubo un momento de silencio absoluto en la sala. Entonces el


hombre añadió: ‘Pero no vamos a adoptar su ideología, por buena
que parezca, porque nosotros queremos crear todo esto sin Dios,
con nuestras propias manos y nuestras propias mentes’.

”Era la primera vez que escuchábamos que las propias


autoridades decían la verdad sobre los testigos de Jehová, y eso
nos animó en gran manera. Por otro lado, tales conferencias le
brindaron a mucha gente la oportunidad de conocer, por boca de
sus mismos dirigentes, la verdad sobre los Testigos. Con todo,
necesitaban ver por sí mismos cómo las enseñanzas de la Biblia
podían ayudarles a mejorar su vida.”

LA VIGILANCIA NO SIEMPRE TUVO ÉXITO

Por muchos años fue práctica común de la KGB intervenir los


teléfonos, interceptar la correspondencia y recurrir a otros
métodos de vigilancia. A veces, los agentes instalaban
secretamente aparatos en las casas de los hermanos encargados de
la congregación. Grigory Sivulsky, que sirvió de superintendente
de distrito durante veinticinco años bajo la proscripción, recuerda
que en 1958 descubrió uno de tales artefactos en su desván:
“Vivíamos en las afueras de Tulun (Siberia), en el piso de arriba
de una casa de dos plantas. Cuando llegué a casa un día, escuché
unos ruidos, como si alguien estuviera taladrando en el desván.
Aquello me hizo concluir que la KGB estaba instalando algún
micrófono para escuchar nuestras conversaciones, un método muy
conocido de ellos. La mayoría de las publicaciones estaban
guardadas en el desván, así como en los aleros del techo.
”Por la noche, cuando nos reunimos como familia, les hablé de
mis sospechas, y concordamos en no mencionar por un tiempo
asuntos de la congregación en casa. Encendimos el radio, subimos
el volumen, y lo dejamos así toda la semana. A la semana, otro
hermano y yo entramos a gatas al desván y encontramos un
micrófono oculto. El cable al que estaba conectado corría entre
dos filas de tablas, rodeaba los aleros y salía directamente al
cuartel de la KGB de la ciudad. No cabía duda de que estaban
grabando todo, pero lo único que habían conseguido hasta
entonces eran programas de radio.”

LA KGB SE INFILTRA EN LA ORGANIZACIÓN

Con el tiempo, la KGB se dio cuenta de que la persecución directa


no apagaría el fervor de los Testigos, así que con astucia y engaño
sembró semillas de desconfianza hacia la organización y hacia
quienes estaban nombrados para dirigirla. Una de sus estrategias
consistía en infiltrar en las congregaciones a agentes con
experiencia.

Varios de tales agentes se hicieron pasar por hermanos y lograron


alcanzar puestos de responsabilidad en la organización. Tras su
nombramiento, hicieron cuanto pudieron por frenar la
predicación. Creando un ambiente de temor e incertidumbre,
alimentaron la sospecha contra los hermanos que dirigían la obra.
Además, se encargaban personalmente de que las publicaciones
no llegaran a los hermanos y las entregaban a la KGB. En cierto
informe se indica que tan solo dos agentes, entre 1957 y 1959, se
apropiaron de más de quinientos ejemplares de La Atalaya junto
con otras publicaciones.

A mediados de los años cincuenta, algunos hermanos comenzaron


a perder la confianza en el Comité del País. Abundaban los
rumores de que algunos de los miembros de dicho comité en
realidad trabajaban para la KGB y que estaban traicionando a
hermanos fieles, como los encargados de reproducir las
publicaciones. Ivan Pashkovsky recuerda lo siguiente sobre aquel
tiempo: “En abril de 1959 se formó un nuevo Comité del País, del
que yo fui parte. Estábamos totalmente resueltos a defender la
verdad, sin importar los esfuerzos del Diablo por perturbar la
hermandad. Había comenzado el período más difícil de la historia
de los testigos de Jehová en la URSS”.

A medida que crecieron las sospechas, varios hermanos dejaron


de enviar los informes de congregación al Comité del País. No es
que los publicadores dejaran de predicar, pues seguían activos en
el ministerio y entregaban puntualmente sus informes; lo que
pasaba era que la mayoría no sabía que sus informes ya no se
estaban enviando al Comité. Para 1958 ascendían a varios miles
los hermanos que habían quedado aislados del Comité del País
por culpa de ciertos grupos de hermanos. En Irkutsk y Tomsk, y
más tarde en otras ciudades rusas, los grupos de hermanos
separados de la organización siguieron creciendo en número. En
marzo de 1958, los grupos separados ya habían formado su propio
“comité del país” con la esperanza de que todas las
congregaciones lo aceptaran.

El Cuerpo Gobernante recurrió a todos los medios que tenía a su


disposición para ayudar a los hermanos de la Unión Soviética a
recuperar la unidad en la adoración a Jehová. Alfred Rütimann
vivía en Suiza y supervisaba la Oficina de Europa del Norte, que
para entonces se encargaba de la obra en la Unión Soviética. En
1959, el hermano Rütimann envió una carta a los hermanos de
Rusia señalándoles que Jehová bendeciría únicamente a quienes
estuvieran haciendo el esfuerzo por conservar la unidad y seguir
predicando las buenas nuevas del Reino. Algunos de los hermanos
que se habían separado aceptaron el consejo y empezaron a poner
de su parte para restablecer la confianza en el Comité del País.
Con todo, pasaron años antes de que se lograra restablecer
completamente dicha confianza. Durante todo este tiempo, el
Comité del País suministró las publicaciones bíblicas por medio
de mensajeros. Los hermanos que se habían separado estudiaban
las publicaciones, pero seguían reteniendo sus informes del
servicio del campo.

La KGB continuó sembrando semillas de desconfianza entre los


hermanos. Adrede dejaba libres a algunos, mientras que a otros
los mandaba a prisión. Eso hacía parecer que los que habían
quedado en libertad estaban cooperando con la KGB, así que
muchos se hicieron muy desconfiados y criticaban
exageradamente a los hermanos encargados.

SE DA GRAN PUBLICIDAD A UN JUICIO

Un funcionario del gobierno de Irkutsk envió un informe a Moscú


que en parte decía: “[Los testigos de Jehová del oblast de Irkutsk]
realizan sus actividades clandestinas a gran escala. Durante los
últimos seis meses de 1959, las agencias de la KGB descubrieron
cinco imprentas clandestinas”. Esas imprentas se encontraban en
las ciudades siberianas de Zima y Tulun, así como en los pueblos
de Kitoy, Oktiabrskii y Zalari. Una vez descubiertas, se arrestó a
todos los que tenían alguna relación con ellas.

Los primeros cuatro hermanos que fueron detenidos entregaron


declaraciones escritas sobre las operaciones de impresión. Los
investigadores, con toda astucia, los coaccionaron para que lo
hicieran. Después, la KGB tergiversó los testimonios y los
publicó en la prensa local. Los cuatro hermanos fueron puestos en
libertad y se arrestó a otros ocho. El juicio iba a celebrarse en
abril de 1960, en Tulun. La KGB lo preparó todo para que fuese
un juicio llamativo y que recibiese mucha publicidad. Pensaban
utilizar a los cuatro hermanos que recibieron libertad para que
actuaran como testigos de cargo. Muchos miembros de las
congregaciones llegaron a creer que estos hermanos se habían
pasado a la KGB.

La KGB también intentaba valerse de este juicio espectáculo para


destruir la fe de los Testigos que asistieran y para poner a la
población en su contra. Con este objetivo presente, antes del
juicio, la KGB organizó visitas a un sótano donde los hermanos
habían impreso publicaciones por varios años. Pronto empezaron
a oírse rumores por toda la ciudad sobre las actividades de una
“secta” clandestina. Cuando llegó el día del juicio, la sala se llenó:
había más de trescientas personas, incluidos periodistas y
reporteros de televisión, algunos de los cuales incluso habían
venido desde Moscú. También había presentes muchos Testigos.

DESORDEN EN LA SALA

Sin que nadie lo esperara, los planes de la KGB empezaron a


venirse abajo. Los cuatro hermanos que habían entregado
declaraciones escritas se dieron cuenta de su error. De modo que,
el día antes del juicio, los cuatro tomaron la firme determinación
de hacer todo lo posible por dar gloria a Jehová. Durante el juicio
declararon que se les había engañado y que su testimonio había
sido tergiversado. A continuación anunciaron: “Estamos listos
para sentarnos en el banquillo de los acusados junto a nuestros
hermanos”. Se desató el desorden en la sala.
Por otro lado, en el interrogatorio los hermanos consiguieron no
involucrar a los demás con sus respuestas. Por ejemplo, cuando el
juez le preguntó a Grigory Timchuk quién había construido la
imprenta en su casa, este respondió: “Fui yo”. Cuando se le
preguntó quién imprimía las publicaciones, respondió: “Yo”.
Cuando se le preguntó quiénes las distribuían, respondió: “Lo
hacía yo”. Cuando se le preguntó quién compraba el papel y lo
entregaba, de nuevo respondió: “Eso también lo hacía yo”. Ante
aquellas respuestas, el fiscal preguntó: “¿Quién es usted entonces?
¿Acaso es su propio encargado, proveedor y obrero?”.

“LA CARTA NOS INFUNDIÓ MUCHO ÁNIMO”

Cuando el fiscal vio que no tenía testigos a su favor, acusó a los


hermanos de conspirar con extranjeros. Para probarlo, presentó
una carta de Nathan H. Knorr, del Betel de Brooklyn. Mikhail
Savitsky, uno de los hermanos que asistió al juicio, dice: “El fiscal
empezó a leer en voz alta una carta interceptada por la KGB que
el hermano Knorr había enviado a los hermanos de la Unión
Soviética. Para todos los Testigos que estábamos en la sala,
aquello fue un maravilloso regalo de Jehová. La carta nos
infundió mucho ánimo. Contenía sabios consejos de la Biblia y
nos instaba a servir con amor a nuestros hermanos espirituales y a
mantenernos fieles ante las pruebas. Además, alentaba a todos los
testigos de Jehová a confiar en Dios para todo, a pedirle sabiduría
y guía, y también a colaborar estrechamente con los hermanos
nombrados. El fiscal leyó la carta de principio a fin. Nosotros
escuchamos absortos. Nos sentíamos como en una asamblea”.
Aunque los hermanos recibieron diversas penas de prisión, los
que asistieron al juicio se mantuvieron decididos a servir a
Jehová.

FELICES DE VOLVER A ADORAR A DIOS EN UNIDAD

Como la KGB pensaba que había logrado detener las actividades


de los testigos de Jehová en la Unión Soviética, planeó su ataque
final. En 1960, más de cuatrocientos cincuenta hermanos fueron
recluidos inesperadamente en uno de los campos de trabajos
forzados de Mordvinia. Entre ellos se encontraban los que
dirigían a ambos grupos de hermanos: los que se habían separado
y los que no. La KGB esperaba que al ponerlos a todos juntos se
dividiría aún más la organización. Incluso publicaron un artículo
difamatorio en el periódico del campo en el que decían quiénes,
según ellos, pelearían entre sí. Pero los hermanos, aprovechando
el hecho de que estaban juntos, hallaron la manera de restablecer
la unidad.

Iov Andronic recuerda: “Los hermanos responsables rogaron a


todos los Testigos, incluidos los que se habían separado, que se
esforzaran por vivir en unidad. Dieron especial atención a un
artículo de la edición en ruso de La Atalaya del 1 de septiembre
de 1961, titulado ‘La unidad de todos los hombres de buena
voluntad prometida’. El artículo contenía principios y ejemplos
que mostraban cómo había dirigido Jehová a su pueblo en la
antigüedad. También hablaba de la importancia de que todos los
miembros de la congregación cristiana se esfuercen por vivir en
paz y unidad. Al estudiar con cuidado el artículo, muchos
reconocieron el valor de la unidad teocrática y respondieron
favorablemente”.

EL ALIMENTO ESPIRITUAL CERRÓ LA BRECHA

Aquel artículo de La Atalaya de 1961 también ayudó a los


Testigos que no estaban presos a que recuperaran la unidad entre
ellos. Los hermanos nombrados para dirigir la obra oraron y
leyeron juntos la información. El artículo decía que en agosto de
1941, el hermano Rutherford, que ya estaba muy enfermo,
pronunció su último discurso en una asamblea. Después de
animar a los hermanos a aferrarse a la organización de Jehová y
no seguir a ningún líder humano, dijo: “Cada vez que algo surge y
comienza a crecer, dicen que hay algún hombre, un líder que tiene
un gran conjunto de seguidores. [...] Si ustedes los que están aquí
creen que yo soy solo uno de los siervos del Señor, y que estamos
trabajando hombro a hombro en unidad, sirviendo a Dios y
sirviendo [a] Cristo, digan sí”. La respuesta enérgica, clara y
unánime fue: “¡Sí!”.

Mikhail Savitsky recuerda: “Esa unidad era lo que realmente


necesitábamos los Testigos de la Unión Soviética en aquellos
tiempos. Cuántas gracias le dimos a Jehová por habernos ayudado
espiritualmente con tanto amor y paciencia. Un hermano que se
había separado de la organización me pidió enseguida la revista y
me dijo: ‘Dámela para que se la podamos leer a los hermanos de
Bratsk y de otros lugares’. Le dije que solo teníamos aquel
ejemplar, pero él me aseguró que la devolvería al cabo de una
semana. Y así lo hizo. Devolvió la revista y junto con ella entregó
los informes de servicio enviados por muchas congregaciones
durante un largo período de tiempo. Centenares de hermanos y
hermanas regresaron a la unida familia de adoradores de Jehová”.

Ivan Pashkovsky, que fue miembro del Comité del País por más
de treinta años, recuerda: “Mediante un hermano que vino del
extranjero le pedimos al hermano Knorr que exhortara a todos los
Testigos de nuestro país a que se unieran y se sometieran al orden
teocrático. El hermano Knorr accedió y escribió una carta. En
1962 recibimos veinticinco copias de ella en dos idiomas: inglés y
ruso. Aquella carta logró despertar a muchos”.

LAS OVEJAS OYEN LA VOZ DE SU PASTOR

El Comité del País tuvo que trabajar mucho para unir a los
hermanos, dadas las circunstancias. Para el verano de 1962 ya se
había logrado que un distrito entero volviera a integrarse en la
organización. Se creó un comité especial formado por hermanos
espiritualmente maduros, y Jehová bendijo sus esfuerzos dándoles
“la sabiduría de arriba” (Sant. 3:17). Aleksey Gaburyak, que fue
superintendente de circuito de 1986 a 1995, cuenta: “En 1965 nos
reunimos con el Comité del País en Usolje-Sibirskoje. Nos
pidieron que buscáramos a todos los hermanos y hermanas
dispersados como consecuencia de la deportación, el
encarcelamiento y las divisiones, y que los animáramos a
integrarse de nuevo en las congregaciones. Nos dieron algunas
direcciones para empezar. Mi territorio incluía los oblasts de
Tomsk y Kemerovo, además de las ciudades de Novokuznetsk y
Novosibirsk. A otros hermanos también les asignaron sus
territorios. Nuestra misión era organizar congregaciones y grupos,
así como nombrar y preparar a hermanos para que atendieran las
congregaciones. Además, teníamos que idear una ruta para
entregar las publicaciones y organizar las reuniones tomando en
cuenta las circunstancias existentes a causa de la proscripción. En
poco tiempo logramos visitar a ochenta y cuatro hermanos y
hermanas que habían perdido el contacto con la organización. Qué
contentos estábamos al ver que las ‘ovejas’ de Jehová volvían a
oír la voz del Pastor Excelente y a servirle junto con su pueblo”
(Juan 10:16).

Al poco tiempo, muchos volvieron a aceptar la dirección del


Comité del País y a enviar sus informes del servicio del campo.
En 1971 ya se habían vuelto a integrar en la organización de
Jehová más de cuatro mil quinientos publicadores. Para mediados
de la década de 1980, a pesar de que la proscripción aún estaba en
vigor, la predicación continuaba efectuándose y las
congregaciones seguían creciendo.

VALIOSOS TROCITOS DE PELÍCULA

Reproducir el alimento espiritual siempre exigía un enorme


esfuerzo por parte de los cautelosos —y también valerosos—
hermanos que vivían en la Unión Soviética. Pero primero tenían
que recibirlo. ¿Cómo les llegaba?

Principalmente lo recibían en microfilme. Había hermanos en un


país vecino que fotografiaban nuestras revistas, libros y folletos
publicados en ruso y ucraniano, y también los publicados en otros
idiomas. Lo hacían página por página con una microfilmadora
que usaba carretes de 30 metros (100 pies) de película.
Fotografiaban todas las publicaciones muchas veces, con lo que
producían múltiples microfilmes para facilitar su distribución.
Con el paso de los años, la cantidad de microfilme utilizada para
reproducir alimento espiritual llegó a ser de muchos kilómetros.
Una vez cortada la película en pedacitos de 20 centímetros (7
pulgadas) para facilitar su manejo, las tiritas quedaban listas para
que hermanos que servían de correos las introdujeran en la Unión
Soviética.

IMPRENTAS CLANDESTINAS EN SIBERIA


La labor de copiar publicaciones bíblicas era difícil, pero Jehová
la bendijo. Tan solo entre 1949 y 1950, los hermanos copiaron y
entregaron a las congregaciones 47.165 publicaciones bíblicas.
Además, pese a la intensa oposición, el Comité del País informó
que durante ese mismo período se celebraron en la Unión
Soviética 31.488 reuniones.

Como la demanda de publicaciones seguía en aumento, se


necesitaban más imprentas. Stakh Savitsky dice: “En 1955
instalamos una imprenta clandestina en nuestra casa. Como mi
padre no era testigo de Jehová, primero tuvimos que pedirle
permiso. Durante unos dos meses estuvimos excavando debajo de
nuestro porche para hacer un cuarto de 4 metros [13 pies] de largo
por 2 metros [7 pies] de ancho. Llegamos a sacar unos 30 metros
cúbicos [40 yardas cúbicas] de tierra, y tuvimos que
arreglárnoslas para ocultarla y no despertar sospechas. Cuando
alcanzamos una profundidad de un metro y medio [cuatro pies y
medio], nos topamos con el permafrost [capa de tierra
permanentemente congelada]. Así que de día, mientras estábamos
en nuestro lugar de empleo, mamá prendía una pequeña fogata en
el suelo para que se derritiera, procurando no atraer la atención de
los vecinos. Finalmente, recubrimos con tablas el hueco que
habíamos excavado a fin de que tuviera piso y techo. Tan pronto
como dejamos listo el cuarto, se mudó allí un matrimonio. Los
dos iban a trabajar y a vivir en aquel sótano. Mamá cocinaba para
ellos, les lavaba la ropa y los cuidaba. Aquella imprenta estuvo
funcionando hasta 1959.

”En 1957, el hermano que supervisaba la producción de


publicaciones me preguntó: ‘¿Podrías trabajar en la imprenta?
Necesitamos producir por lo menos doscientas revistas al mes’. Al
principio hacía doscientas y después quinientas. Pero la demanda
seguía aumentando. Por si fuera poco, todo esto teníamos que
hacerlo de noche, pues los deportados trabajábamos bajo un
supervisor asignado por las autoridades que nos exigía una
producción constante todos los días. Además, solo nos daban un
día libre a la semana.

”Al llegar a casa después de terminar la jornada, bajaba a la


imprenta. Casi nunca podía dormir porque cuando se empezaba
una tirada había que terminarla; no era posible parar el proceso y
continuarlo en otro momento, pues la tinta se secaba. A veces
tenía que imprimir quinientas páginas, revisarlas y hacerles
pequeñas correcciones con una aguja para que el texto se pudiera
leer bien. Como apenas había ventilación, costaba mucho secar
las páginas que salían de la prensa.

”Una vez impresas las revistas, las llevaba por la noche a la


ciudad de Tulun, a 20 kilómetros [12 millas] de casa. No sabía
exactamente adónde las transportaban desde allí, pero sí sabía que
las utilizaban los Testigos de Krasnoyarsk, Bratsk, Usolje-
Sibirskoje y otras ciudades.

”En 1959, los hermanos que dirigían la obra me pidieron que


ayudara a construir una nueva imprenta en Tulun, cerca de la
estación de ferrocarril. Así que me encontré de nuevo excavando,
instalando el sistema de iluminación eléctrica y haciendo otros
trabajos que ya había realizado para la primera imprenta. No cabe
duda de que Jehová nos capacitaba para todo aquello. Cuando
quedó lista, una familia se mudó al lugar y trabajaron allí
alrededor de un año. Con el tiempo, la KGB descubrió la
imprenta. El periódico local publicó que ‘el sistema de
iluminación estaba ideado de tal manera que hasta electricistas de
experiencia tuvieron dificultades para averiguar cómo lo habían
instalado’.

”Aparte de nuestra familia, solo unos cuantos hermanos sabían


que yo trabajaba en la imprenta. Como nadie me veía por las
noches, a los hermanos de la congregación les preocupaba mi
espiritualidad. Venían a casa para animarme, pero yo nunca
estaba. No hay que olvidar que en aquellos tiempos de estricta
vigilancia, la imprenta tenía que funcionar bajo absoluta
confidencialidad.”

LA IMPRESIÓN DE PUBLICACIONES EN MOSCÚ


Las autoridades sabían bien que los Testigos necesitaban con
urgencia Biblias y publicaciones bíblicas. Cada vez que el Cuerpo
Gobernante solicitaba permiso para que los hermanos de Rusia
imprimieran o importaran publicaciones, el gobierno no atendía la
solicitud o denegaba el permiso. Como había tanta escasez de
publicaciones, los hermanos siempre estaban buscando maneras
de copiarlas en diversas partes del país, hasta en Moscú, con el fin
de suministrar alimento espiritual a las congregaciones y los
grupos.

En 1957, Stepan Levitsky fue sentenciado a diez años de prisión


por posesión de una Atalaya, una sola, descubierta debajo del
mantel de la mesa del comedor de su casa. Stepan relata: “Al cabo
de tres años y medio, el Tribunal Supremo anuló mi sentencia.
Antes de salir en libertad, los hermanos me recomendaron que me
estableciera en algún lugar cerca de Moscú para predicar y apoyar
otras actividades espirituales. Encontré un lugar para vivir a dos
horas de Moscú y empecé a predicar en toda la capital. Jehová
bendijo mis esfuerzos, y a los pocos años ya se había organizado
un grupo de hermanos en Moscú. En 1970 me asignaron un
circuito que incluía Moscú, Leningrado (actual San Petersburgo),
Gorki (actual Nizni Nóvgorod), Orel y Tula. Tenía que
encargarme de que las congregaciones recibieran publicaciones.

”Estaba convencido de que era la voluntad de Jehová que Moscú


y otras partes de Rusia recibieran las publicaciones bíblicas en
cantidades adecuadas. Así que le expresé en oración a Jehová mi
deseo de hacer más por lograr ese objetivo. Poco después conocí a
un experto en impresión que tenía conexiones con varias
imprentas de Moscú. Como quien no quiere la cosa, le pregunté si
era posible imprimir una pequeña cantidad de ejemplares de un
libro en alguna imprenta de Moscú.

—¿Qué libro? —preguntó.

—De paraíso perdido a paraíso recobrado —le contesté nervioso.

”Un buen amigo suyo trabajaba en una imprenta. Era comunista y


líder de una organización del partido. Pero por dinero, este
impresor estuvo dispuesto a imprimir una pequeña cantidad de
libros. ¡Qué contentos estaban los hermanos de recibir aquella
ayuda para el estudio de la Biblia!

”Imprimir nuestras publicaciones en aquel lugar suponía un gran


riesgo para mí y para el impresor. Tan pronto como se terminaba
una tirada, normalmente de noche, había que sacarla de la
imprenta a toda prisa sin que nadie se diera cuenta. Jehová
bendijo la labor, y fueron muchas las publicaciones bíblicas que
se imprimieron en aquel taller, entre ellas los libros ‘La verdad os
hará libres’, La verdad que lleva a vida eterna y hasta el
cancionero. Estábamos recibiendo alimento al tiempo apropiado
(Mat. 24:45). Pudimos utilizar aquella imprenta durante nueve
años.

”Pero un día entró la supervisora de improviso mientras se


imprimía una de nuestras publicaciones. Aunque el impresor
ajustó la prensa enseguida y empezó a imprimir una revista de
salud, con las prisas incluyó accidentalmente seis páginas de
nuestra publicación. La supervisora tomó una de las revistas
recién salidas de la prensa, se la llevó a su oficina y, al leerla, le
extrañó encontrar unas páginas que obviamente no correspondían
a aquella revista. Llamó al impresor y le preguntó cómo había
podido suceder aquello. El caso pasó a manos de la KGB, y el
impresor, al verse amenazado con una larga sentencia, dijo todo lo
que sabía. La KGB me localizó enseguida pues me conocían bien
como el único testigo de Jehová en Moscú. Me sentenciaron a
cinco años y medio de prisión.” El impresor recibió una pena de
tres años.

“¡QUE VENGA EL ARMAGEDÓN!”

Un gran número de Testigos, tanto hermanos como hermanas,


pasaron muchos años en prisión. Grigory Gatilov, que estuvo
preso quince años, explica: “La última cárcel en la que estuve
tenía un nombre muy romántico, se llamaba el Cisne Blanco. Se
encontraba en una pintoresca zona de la cordillera del Cáucaso, en
la cima de una de las cinco montañas entre las cuales se extiende
la turística ciudad de Piatigorsk. En aquella cárcel tuve la
oportunidad de hablar de la verdad con varias personas durante
todo un año. Mi celda era un magnífico territorio de predicación,
y ni siquiera tenía que salir. Los guardias de la prisión traían
hombres a la celda y al cabo de unos días se los llevaban, pero yo
siempre me quedaba. Muy de vez en cuando me cambiaban de
celda. Yo siempre procuraba dar un testimonio cabal del Reino de
Jehová. Muchos tenían preguntas sobre el Armagedón. A algunos
presos les sorprendía que alguien pudiera pasar tanto tiempo en
prisión a causa de su fe. ‘¿Por qué no reniegas de tu religión y te
vas a casa?’, me preguntaban algunos presos, y a veces también
los guardias. Para mí era una alegría cuando uno de ellos
manifestaba interés sincero en la verdad. En cierta ocasión vi que
alguien había escrito en las paredes de una celda: ‘¡Que venga el
Armagedón!’. Aunque la vida en la cárcel no era de por sí
agradable, me alegraba poder hablar de la verdad”.

“¿HAY ALGUIEN DE LA CLASE JONADAB AQUÍ?”

Muchas cristianas celosas en el servicio a Jehová también


estuvieron recluidas en los campos de prisioneros (Sal. 68:11).
Hace algún tiempo, Zinaida Kozyreva contó cómo las hermanas
se mostraban amor unas a otras y también se lo mostraban a las
presas no Testigos: “En 1959, menos de un año después de mi
bautismo, Vera Mikhailova, Lyudmila Yevstafyeva y yo fuimos
enviadas a un campo de Kemerovo (Siberia) en el que había
quinientas cincuenta prisioneras. Al llegar, vimos a varias mujeres
junto a la entrada.

”Preguntaron: ‘¿Hay alguien de la clase Jonadab aquí?’.

”Nos dimos cuenta de que aquellas mujeres eran nuestras queridas


hermanas. Enseguida nos dieron comida y empezaron a hacernos
preguntas. Irradiaban un cariño y un amor muy profundo, algo
que jamás había experimentado en mi propia familia. Como
sabían que éramos nuevas en el campo, se convirtieron en
nuestras protectoras (Mat. 28:20). Pronto nos dimos cuenta de que
allí el programa de alimentación espiritual estaba muy bien
organizado.

”Llegamos a ser una verdadera familia. La cosecha del heno,


durante el verano, era una ocasión muy agradable. Como la
administración del campo no tenía miedo de que escapáramos o
rompiéramos las reglas del campo, asignaban a un solo soldado
para vigilar a las veinte o veinticinco hermanas. Aunque, a decir
verdad, éramos nosotras las que estábamos pendientes de él. Por
ejemplo, cuando se acercaba alguien, lo despertábamos para que
no lo castigaran por dormirse durante su guardia. Y mientras él
dormía, nosotras aprovechábamos los períodos de descanso para
hablar de temas espirituales. Aquel sistema funcionaba bien tanto
para él como para nosotras.
”A finales de 1959 nos trasladaron a algunas hermanas y a mí a un
campo de alta seguridad. Nos metieron en una celda fría cuya
única ventana no tenía cristal. Por la noche dormíamos sobre
tablas y durante el día trabajábamos. Nos pusieron a clasificar
verduras y nos vigilaban mientras lo hacíamos. Al ver que
nosotras no robábamos como las demás presas, nos trajeron un
poco de paja sobre la que acostarnos y colocaron un cristal en la
ventana. Al cabo de un año nos enviaron a todas las hermanas a
un campo de mínima seguridad en Irkutsk.

”En aquel campo había ciento veinte hermanas, y estuvimos en él


un año y tres meses. El primer invierno fue sumamente frío y
cayó mucha nieve. Teníamos que hacer trabajo físico agotador en
el aserradero. Los capataces nos revisaban con frecuencia
buscando publicaciones. Parecía que aquella era la única manera
que tenían de pasar el tiempo. Nosotras ya habíamos aprendido el
arte de esconder nuestro alimento espiritual, a veces demasiado
bien. En una ocasión, Vera y yo escondimos unos pedazos de
papel con el texto del día en nuestras chaquetas de trabajo, y lo
hicimos tan bien que no fuimos capaces de encontrarlos. Pero un
capataz sí los encontró, así que Vera y yo tuvimos que pasar cinco
días en una celda de incomunicación. Afuera, la temperatura era
de más de 40 °C bajo cero [–40 °F], y adentro, las paredes estaban
cubiertas de escarcha porque no había calefacción.

”En la celda había unos pequeños salientes de cemento, tan


pequeños que solo podíamos sentarnos en ellos. Cuando ya no
aguantábamos el frío, nos sentábamos espalda contra espalda,
colocábamos las piernas contra la pared y nos quedábamos
dormidas en esa postura. Pero cuando de golpe nos
despertábamos, nos levantábamos de un salto por temor a morir
congeladas mientras dormíamos. Nos daban un vaso de agua
caliente y 300 gramos [10 onzas] de pan negro al día. Pese a
aquella difícil situación, nos sentíamos felices porque veíamos
que Jehová nos daba ‘el poder que es más allá de lo normal’ (2
Cor. 4:7). Cuando llegó el momento de regresar a los barracones,
las hermanas fueron sumamente bondadosas con nosotras. Habían
preparado comida caliente, y nos calentaron agua para que
pudiéramos lavarnos.”

“SABE LLEVARSE BIEN CON LOS DEMÁS”

Zinaida añadió: “Era difícil predicar en aquel campo porque,


como había pocas prisioneras, todas sabían quiénes éramos las
Testigos. Así que decidimos poner en práctica el principio que se
enseña en 1 Pedro 3:1, el de ‘predicar sin palabras’. Además de
mantener los barracones limpios y ordenados, éramos amables y
bondadosas al tratarnos unas a otras (Juan 13:34, 35). Además,
nos llevábamos bien con quienes no eran Testigos. Tratábamos de
comportarnos tal como enseña la Palabra de Dios y teníamos
presentes las necesidades de los demás. Procurábamos ayudar a
las otras prisioneras de diversas maneras. Por ejemplo, una
hermana ayudaba gustosamente a las que necesitaban hacer
cálculos matemáticos. Muchos se dieron cuenta de que los
testigos de Jehová éramos diferentes de las personas de otras
religiones.

”En 1962 nos trasladaron del campo de Irkutsk a uno de


Mordvinia. Allí también procuramos ser pulcras y mantener una
buena higiene personal. Nuestras camas siempre estaban limpias y
bien hechas. En nuestros barracones vivían unas cincuenta
mujeres, la mayoría Testigos. Solo las hermanas limpiaban los
barracones ya que a las demás no les gustaba hacer ese trabajo. El
piso siempre lo teníamos limpio y pulido, y la administración del
campo nos daba los utensilios y productos necesarios. Las monjas
que estaban con nosotras se negaban a limpiar, y las intelectuales
tampoco colaboraban, así que la limpieza del lugar dependía
mayormente de nuestro trabajo. Cuando alguna hermana era
puesta en libertad, el informe sobre su personalidad decía: ‘Es
adaptable y sabe llevarse bien con los demás’.”

LAS FLORES DE TALLO ALTO PROPORCIONABAN UN


BUEN ESCONDITE

“En cierta ocasión —contó Zinaida— varias hermanas escribieron


a sus familias pidiendo semillas de flores que fueran grandes.
Dijimos a la administración del campo que deseábamos plantar
algunas flores bonitas y preguntamos si podrían traernos algo de
tierra negra fértil. Para nuestra sorpresa, les gustó mucho la idea y
nos dijeron que sí. De modo que sembramos semillas en los
arriates que habíamos preparado a lo largo de los barracones y
trazamos largos senderos adornados con flores. Al poco tiempo ya
habían brotado densos macizos de rosas de tallo largo, claveles de
ramillete y otras flores hermosas, pero más importante aún, de
tallo largo. En el arriate central crecían llamativas dalias y espesos
y altos macizos de margaritas de diferentes colores. Íbamos allí,
estudiábamos la Biblia entre las flores y escondíamos las
publicaciones en los frondosos rosales.

”Las reuniones las celebrábamos mientras caminábamos. Nos


organizábamos en grupos de cinco. Cada una memorizaba de
antemano un párrafo de una publicación bíblica. Después de la
oración de apertura, recitábamos nuestros párrafos por turno y los
comentábamos. Tras la oración de conclusión, seguíamos
caminando. Nuestras revistas La Atalaya estaban hechas a modo
de libritos en miniatura [como la que aparece en la página 161].
Cada día estudiábamos algo —particularmente el texto diario— y
recitábamos párrafos para nuestras reuniones, que celebrábamos
tres veces a la semana. No solo eso, sino que procurábamos
aprendernos de memoria capítulos enteros de la Biblia y nos los
repetíamos unas a otras para fortalecernos. De esa manera no nos
inquietábamos demasiado si, durante un registro, las autoridades
nos confiscaban las publicaciones.
”Aunque la administración del campo trataba de averiguar a
través de otras prisioneras cómo teníamos organizadas nuestras
actividades en el campo, muchas prisioneras nos veían con
buenos ojos. Por ejemplo, en nuestra barraca vivía Olga
Ivinskaya, compañera del famoso poeta y escritor Boris
Pasternak, el cual recibió el Premio Nobel de Literatura. Ella
también era escritora, y como nos apreciaba, le gustaba ver lo
bien organizadas que estábamos. Jehová nos dio sabiduría,
especialmente para que pudiéramos tener alimento espiritual.”
(Sant. 3:17.)

“¡YA ME TIENES CANSADA!”

“Las publicaciones nos llegaban de diversas maneras —prosiguió


Zinaida—. Era obvio que el propio Jehová estaba supervisando
todo el proceso, fiel a su promesa: ‘De ningún modo te dejaré y
de ningún modo te desampararé’ (Heb. 13:5). A veces
simplemente cegaba los ojos de los guardias. Hubo una ocasión,
en invierno, que cuando nuestra brigada de trabajo cruzaba las
puertas para entrar en el campo, las guardias nos sometieron a la
acostumbrada inspección haciendo que nos quitáramos toda la
ropa. Yo era la última, y llevaba escondido bajo mis dos pares de
pantalones alimento espiritual que acabábamos de conseguir.

”Como hacía frío, llevaba tantas capas de ropa que parecía una
cebolla. La guardia registró primero mi abrigo, luego una
chaqueta acolchada sin mangas que llevaba debajo. Decidí alargar
el proceso con la esperanza de que se cansara. Poco a poco me fui
quitando un suéter y luego otro. Mientras ella los registraba
minuciosamente, me quité despacio varias bufandas, después un
chaleco, entonces una camisa, y a continuación otra. Ya solo me
quedaban los dos pares de pantalones y las botas de fieltro. Con
gran lentitud me saqué una bota, luego la otra, y entonces, con la
misma lentitud, empecé a sacarme el primer pantalón. En ese
momento pensé: ‘¿Y ahora qué hago? Si me dice que me saque el
otro pantalón, tendré que echarme a correr y lanzarles las
publicaciones a las hermanas’. Tan pronto como me hube sacado
el primer pantalón, la guardia gritó irritada: ‘¡Ya me tienes
cansada! ¡Vete de aquí!’. Me vestí a toda prisa y entré corriendo
en el campo.

”¿De dónde sacábamos las publicaciones? Los hermanos nos las


dejaban en un lugar acordado de antemano, y nosotras, por turno,
las recogíamos y las introducíamos en el campo. Una vez dentro
del campo, las escondíamos en un lugar seguro, que de vez en
cuando cambiábamos. Además, siempre estábamos copiando el
texto a mano y ocultando esas copias. Lo hacíamos bajo las
frazadas [mantas], a la luz de una farola. La luz entraba por la
ventana y la dejábamos pasar por un resquicio de las mantas. Nos
manteníamos siempre ocupadas, no perdíamos ni un solo minuto.
Hasta cuando íbamos al comedor, cada una llevaba un pedacito de
papel con un texto escrito.”
“LLEGÓ EL DÍA”

En 1965, el gobierno soviético emitió inesperadamente una orden


judicial para liberar a todos los Testigos que habían sido
deportados a Siberia entre 1949 y 1951. No obstante, a la mayoría
no se les permitió regresar a su anterior lugar de residencia.
Quienes prefirieron salir de Siberia optaron por trasladarse a
alguna zona en la que hubiera mayor necesidad de ayuda en el
ministerio.

Magdalina Beloshitskaya cuenta: “Vivimos exiliados en Siberia


durante casi quince años. En invierno las temperaturas llegaban a
bajar hasta los 60 °C bajo cero [–75 °F], y en verano venían nubes
de tábanos y mosquitos que nos picaban hasta en los ojos. Pero
sobrevivimos a todo aquello gracias a la ayuda de Jehová. ¡Y qué
satisfechos nos sentíamos de poder sembrar las semillas de la
verdad en los gélidos territorios siberianos! Durante aquellos
quince años, todos los meses firmábamos una declaración en la
oficina del supervisor en la que nos comprometíamos a no huir de
nuestro lugar de destierro. A veces, el supervisor venía y pasaba la
noche en nuestra casa. En aquellas ocasiones era sumamente
amable con nosotros y nos hacía muchas preguntas sobre la Biblia
y sobre lo que había que hacer para vivir en conformidad con sus
enseñanzas. Nos preguntaba qué nos había impulsado a escoger
aquella manera de vivir si ya sabíamos que se nos perseguiría por
ello. Una vez le preguntamos si había alguna posibilidad de que
se nos liberara. Enseñándonos la palma de su mano, nos preguntó:
‘¿Hay alguna posibilidad de que crezca pelo aquí?’.

—No —respondí.

—Pues tampoco hay posibilidad alguna para ustedes —dijo.


Luego, después de pensar un poco, añadió—: Es decir, a menos
que su Dios intervenga o realice algún milagro para ustedes.

”Un día de verano de 1965 fui a la estación del tren para echar
una carta al correo. El supervisor me vio desde lejos y gritó:
‘Magdalina, ¿adónde vas sin permiso?’.

”‘No voy a ninguna parte todavía —le respondí—. Estoy


enviando una carta.’ Entonces se acercó y me dijo: ‘Hoy van a ser
liberados. Llegó el día’. Y con la mirada parecía que me estaba
diciendo: ‘Dios los ha liberado’. ¡No lo podía creer!

”Nos dieron permiso para ir a cualquier parte de la Unión


Soviética, excepto a nuestro anterior lugar de residencia. Era
como si Jehová nos dijera: ‘Dispérsense y prediquen. No hay
tiempo que perder, dispérsense’. Si nos hubieran dado permiso
para regresar a casa, muchos hubiéramos querido establecernos en
nuestra ciudad natal. Pero como no fue así, todos nos trasladamos
a un nuevo lugar. Nosotros decidimos establecernos en el
Cáucaso.”

Miles de Testigos se dispersaron por toda la Unión Soviética.


Aquel mismo año, en una conferencia estatal, un funcionario
preguntó perplejo: “¿Quién puede decirme cómo es que esta secta
jehovista ha terminado estableciéndose en nuestra nueva ciudad,
una ciudad que acaba de ser construida por jóvenes voluntarios?
¡Una ciudad nueva y limpia, y de pronto aparece esta secta
jehovista!”. Las autoridades no sabían qué hacer con los Testigos.
Nadie puede impedir el cumplimiento de la promesa divina de
llenar la Tierra “del conocimiento de Jehová” (Isa. 11:9).

“USTEDES TIENEN ‘AGUA BENDITA’”

Como castigo por predicar, a los Testigos se les enviaba a campos


penitenciarios. Nikolai Kalibaba pasó muchos años en tales
campos. Él dice: “A cuatro de nosotros nos enviaron a un campo
penitenciario del pueblo de Vikhorevka (oblast de Irkutsk), donde
estaban recluidos unos setenta hermanos. No había suministro de
agua potable; la única tubería de agua estaba conectada al sistema
de alcantarillado, por lo que era peligroso beberla. La comida
tampoco estaba en buenas condiciones. Con todo, Jehová nos
ayudó. En aquel campo nadie había querido trabajar, a excepción
de los Testigos. Nosotros éramos buenos trabajadores. La
administración del campo enseguida se dio cuenta de ello y nos
asignaron a trabajar en otras zonas del campo, zonas de donde
podíamos traernos cubos de agua potable. Muchos prisioneros se
nos acercaban y decían: ‘Hemos oído que ustedes tienen “agua
bendita”. Dennos al menos medio vaso’. Como es natural, les
dábamos agua.

”Entre los prisioneros había personas de buen corazón. Algunos


habían sido ladrones o criminales, pero aprendieron la verdad y se
hicieron testigos de Jehová. Otros parecían estar en contra de la
verdad y se oponían abiertamente a nosotros. No obstante, cuando
cierto día se dio un discurso en el campo contra los testigos de
Jehová, aquellas mismas personas acudieron en nuestra defensa y
dijeron que el discurso estaba lleno de calumnias contra los
Testigos.”

“VENDREMOS EN GRUPOS”

Los Testigos continuamente pedían a Jehová que les ayudara a


idear maneras de aprovechar sus circunstancias para promover los
intereses del Reino. El hermano Kalibaba sigue diciendo: “Oímos
que nos iban a trasladar pronto a otro campo no muy lejos de
Moscú, en Mordvinia. Antes de nuestra partida sucedió algo
interesante que nos sorprendió. Unos oficiales y capataces que
habían vigilado a prisioneros testigos de Jehová por varios años
vinieron y nos dijeron: ‘Quisiéramos pedirles que canten sus
cánticos y nos hablen más de sus creencias. Vendremos en grupos
de diez o veinte personas, o tal vez más’.

”Por temor de lo que pudiera sucedernos a nosotros, y también a


ellos, dijeron que colocarían soldados de guardia para que
vigilaran el lugar donde nos reuniríamos. Nosotros les dijimos
que, como teníamos más experiencia en esos asuntos, también
colocaríamos a nuestros propios vigilantes. Su sistema de
vigilancia funcionaba igual que el nuestro, pues colocaron
soldados a intervalos regulares entre el cuartel y nuestro lugar de
reunión. ¿Pueden imaginarse el cuadro? Un grupo de Testigos
entonó cánticos ante unos oficiales y capataces, tras lo cual un
hermano pronunció un discurso breve sobre un tema bíblico.
¡Parecía que estábamos en un Salón del Reino de los Testigos de
Jehová! Fueron varias las reuniones que celebramos de esta
manera con grupos de personas que mostraban interés. Vimos
cómo Jehová cuidaba no solo de nosotros, sino también de
aquellas personas sinceras.

”Llevamos muchas revistas desde aquel campo hasta el de


Mordvinia, donde había muchos Testigos recluidos —recuerda el
hermano Kalibaba—. Los hermanos me dieron una maleta de
doble fondo que permitía esconder publicaciones. Lo organizamos
todo para que, cuando me registraran, la maleta no atrajera
demasiado la atención. En el campo de Mordvinia nos registraron
con mucho cuidado. Un capataz levantó mi maleta y exclamó:
‘¡Cuánto pesa! ¡Debe haber un tesoro aquí adentro!’. Pero, de
repente, puso a un lado mi maleta y otras cosas y empezó a
registrar las pertenencias de otros. Una vez terminado el registro,
otro capataz dijo: ‘¡Tomen sus cosas y váyanse!’. Mi maleta no la
registraron, así que pude introducir en los barracones aquel
alimento espiritual que tanta falta hacía.

”Y eso no fue todo: más de una vez llevé dentro de mis botas
tratados escritos a mano. Como tengo los pies grandes, siempre
había espacio en mis botas para muchas hojas de papel. Las
colocaba debajo de la plantilla y luego untaba las botas con grasa,
una grasa muy resbaladiza que, además, apestaba. Así que los
capataces ni se acercaban a mis botas.”

“LOS CAPATACES NOS VIGILABAN, Y YO LOS VIGILABA


A ELLOS”

El hermano Kalibaba continúa relatando: “En el campo de


Mordvinia recibí la asignación de supervisar el trabajo de copiar
publicaciones bíblicas a mano. Una de mis responsabilidades
consistía en estar pendiente de los capataces para que quienes
realizaban la labor de copiar tuvieran tiempo de esconderlo todo.
Los capataces nos vigilaban, y yo los vigilaba a ellos. Algunos, en
su afán por agarrarnos con las manos en la masa, entraban en los
barracones frecuente e inesperadamente. Esos eran los más
difíciles de vigilar. Otros venían a los barracones una vez al día;
eran más tolerantes y no nos causaban problemas.
”En aquellos tiempos copiábamos directamente de los originales,
los cuales se mantenían escondidos en lugares seguros. Varios
originales estaban guardados en la estufa, incluso en la que estaba
en la oficina del administrador del campo. Los hermanos que le
limpiaban la oficina habían hecho un compartimento especial en
ella para guardar los valiosos originales de muchas revistas La
Atalaya. Por muy bien que nos registraran, los originales siempre
estaban seguros en la oficina del administrador.”

Los hermanos se hicieron expertos en esconder publicaciones.


Uno de sus lugares favoritos era la repisa de una ventana. Hasta
aprendieron a esconderlas en tubos de pasta de dientes. Solo dos o
tres hermanos sabían dónde se guardaban los originales. Cuando
hacía falta, uno de ellos sacaba el original de su escondite y,
después de que se copiaba a mano, lo volvía a colocar en su lugar.
De esa forma, los originales siempre estaban protegidos. La
mayoría de los hermanos veían el trabajo de hacer copias como un
privilegio, pese al riesgo de pasar quince días en una celda de
aislamiento. Viktor Gutshmidt dice: “De los diez años que estuve
en los campos, aproximadamente tres los pasé en una celda de
aislamiento”.

ATALAYAS CON LETRA “DE SEDA DE ARAÑA”

Parecía que la administración del campo había ideado un sistema


especial para hacer inspecciones y confiscar publicaciones
bíblicas a los Testigos. Algunos oficiales se lo tomaban muy en
serio. Ivan Klimko cuenta: “Una vez, en el campo de Mordvinia
número 19, unos soldados acompañados de perros sacaron del
campo a los hermanos y llevaron a cabo un minucioso registro.
Todos los hermanos tuvieron que desnudarse por completo,
quitándose incluso los trapos que llevaban en los pies. Pero se
habían pegado a las plantas de los pies unas páginas escritas a
mano que pasaron sin ser descubiertas. También habían hecho
unos folletitos pequeñísimos que podían esconder entre los dedos
de las manos. Cuando los guardias mandaron a todos que
levantaran las manos, los folletitos quedaron ocultos entre los
dedos y, de nuevo, algunos pasaron inadvertidos y no fueron
confiscados”.

También había otras maneras de proteger el alimento espiritual.


Aleksey Nepochatov explica: “Algunos hermanos eran capaces de
escribir con una letra tan pequeña que la llamaban ‘seda de araña’.
Había que afilar mucho la punta de la pluma, y entre raya y raya
de una libreta cabían tres o cuatro renglones. En una caja de
fósforos se podían meter cinco o seis Atalayas escritas a mano con
letra ‘de seda de araña’. Para escribir con una letra tan pequeña se
necesitaba tener muy buena vista y hacer un gran esfuerzo.
Cuando se apagaban las luces y los demás dormían, los hermanos
que copiaban las Atalayas se ponían a escribir bajo una manta,
con la escasa luz de la única bombilla eléctrica que había a la
entrada de los barracones. Aquella labor echaba a perder la vista
en unos cuantos meses. A veces había algún guardia que se daba
cuenta de lo que hacíamos y, si simpatizaba con nosotros, decía:
‘No paran de escribir y escribir, ¿cuándo van a dormir?’”.

El hermano Klimko añade: “En cierta ocasión perdimos muchas


publicaciones, incluida la Biblia. Todo estaba escondido en la
pierna artificial de un hermano. Los guardias lo obligaron a
quitársela y la destrozaron. Sacaron fotos de las páginas
desparramadas por el piso y las publicaron en el periódico del
campo. Pero un aspecto positivo de aquella acción fue que
muchas personas vieron una vez más que las actividades de los
testigos de Jehová eran exclusivamente religiosas. Complacido
por haber confiscado aquellas publicaciones, el administrador del
campo nos dijo con satisfacción: ‘¡Este es su Armagedón!’. Pero
al día siguiente alguien le informó que los testigos de Jehová
habían vuelto a reunirse, entonar cánticos y leer como de
costumbre”.

CONVERSACIÓN CON EL FISCAL GENERAL

A finales de 1961, el fiscal general de la República Socialista


Soviética Federada Rusa hizo una visita de inspección a uno de
los campos de Mordvinia. Al caminar por el campo, entró en el
barracón de los Testigos y les permitió hacer algunas preguntas.
Viktor Gutshmidt recuerda: “Mi pregunta fue: ‘¿Cree usted que la
religión de los testigos de Jehová representa un peligro para la
sociedad soviética?’.

”El fiscal respondió: ‘No, no la veo como un peligro’. Pero a lo


largo de la conversación se le escapó el siguiente comentario:
‘Tan solo en el año 1959, al oblast de Irkutsk se le asignaron
5.000.000 de rublos para investigar a los Testigos’.

”Con aquellas palabras dio a entender que las autoridades sabían


bien quiénes éramos, pues para averiguarlo se habían invertido
5.000.000 de rublos de los fondos estatales destinados al sistema
penitenciario: una enorme cantidad de dinero. En aquel tiempo,
5.000 rublos bastaban para comprar un buen automóvil o una casa
cómoda. De modo que las autoridades de Moscú tenían que saber,
sin lugar a dudas, que los testigos de Jehová no representaban
ningún peligro para la comunidad.

”El fiscal general añadió: ‘Si dijéramos al pueblo soviético que


hicieran lo que quisieran con los Testigos, no quedaría ni rastro de
ustedes’. Con aquellas palabras se refería a que la sociedad
soviética estaba en contra de los Testigos. Era obvio, por tanto,
que la propaganda ideológica y atea había influido en millones de
personas.

”Nosotros respondimos: ‘Cuando los Testigos celebren asambleas


por toda Rusia, desde Moscú hasta Vladivostok, usted se dará
cuenta de la realidad’.

”‘Tal vez lleguen a estar de su lado medio millón de personas,


pero los demás seguirán de nuestro lado’, dijo.

”Ahí terminó nuestra conversación con el fiscal general. Y no se


equivocó por mucho, pues actualmente hay más de setecientas mil
personas que asisten a las reuniones de los testigos de Jehová en
los países que ocupan el territorio de la antigua Unión Soviética.
En esas reuniones no se escucha ningún tipo de propaganda, solo
el mensaje puro de la verdad bíblica.”

“UN LUGAR DE VACACIONES PARA LOS TESTIGOS”

Viktor continúa diciendo: “La administración del campo le enseñó


al fiscal general todas las flores y los árboles que habían plantado
los Testigos, así como los paquetes que habían recibido y
guardado en sus barracones sin que nadie se los robara. Él lo
observaba todo sin disimular su asombro. Pero después nos
enteramos de que había ordenado arrancar todas las flores y los
árboles, y de que le había dicho al administrador del campo: ‘Esto
no parece un campo de trabajos forzados, sino un lugar de
vacaciones para los Testigos’. También prohibió que recibiéramos
paquetes y cerró el quiosco donde comprábamos comida
adicional.
”No obstante, nos alegramos de que el administrador no acatara
todas las órdenes. Por ejemplo, se permitió que las hermanas
siguieran cultivando flores como antes. En el otoño las cortaban y
hacían hermosos ramos para los empleados del campo y sus hijos.
Era muy bonito ver a los niños reunirse con sus padres en la
caseta de la entrada, recoger sus flores y correr felices hacia la
escuela. Apreciaban mucho a los Testigos.”

Viktor añade: “Un día, a principios de 1964, un capataz cuyo


hermano trabajaba para la KGB nos dijo que se estaba
organizando una gran campaña oficial en contra de los testigos de
Jehová. Pero a finales de aquel año, Nikita Kruschov fue
destituido como jefe de gobierno, y la ola de persecución
disminuyó”.

CÁNTICOS DEL REINO EN UN CAMPO DE MÁXIMA


SEGURIDAD

En la década de 1960, un campo de máxima seguridad de


Mordvinia permitió que los presos recibieran paquetes, pero solo
una vez al año y como “recompensa especial”. Se hacían registros
continuamente. Si sorprendían a alguien —hombre o mujer— con
un texto bíblico escrito en un pedazo de papel, lo encerraban diez
días en una celda de aislamiento. Además, por tratarse de un
campo de máxima seguridad, los presos recibían menos comida
que en otros campos, y el trabajo era más agotador; los Testigos
tenían que cavar en la tierra para sacar enormes tocones de
árboles. Aleksey Nepochatov cuenta: “Muchas veces nos
sentíamos totalmente exhaustos, pero nos manteníamos alertas y
no nos dábamos por vencidos. Una de las cosas que hacíamos
para animarnos era entonar cánticos del Reino. Formamos un coro
de varias voces que, pese a no incluir ninguna voz femenina, era
de una belleza indescriptible. Los cánticos no solo nos animaban a
nosotros, sino también a los oficiales, quienes nos pedían que
cantáramos durante las horas de trabajo. Un día que estábamos
talando árboles se nos acercó el jefe de destacamento y dijo:
‘Canten unos cuantos cánticos. Se lo pide el mismísimo jefe de
división’.

”Aquel oficial nos había oído entonar cánticos del Reino muchas
veces. Su petición llegó en un momento muy oportuno, pues
estábamos exhaustos. Así que empezamos a glorificar a Jehová
gozosamente con nuestras voces. Por lo general, cuando
cantábamos en el campo de máxima seguridad, las esposas de los
oficiales que vivían en las casas cercanas salían y se quedaban un
buen rato de pie en su porche, escuchándonos cantar. La letra que
más les gustaba era la del cántico número 6 —Que la Tierra dé
gloria a Dios—, del cancionero que usábamos entonces. Tenía una
letra muy bonita y una melodía preciosa.”

ERA “OTRO MUNDO”


Hasta en las situaciones más insospechadas se podía ver qué clase
de personas eran los testigos de Jehová. Así lo demuestra esta
experiencia que relata Viktor Gutshmidt: “Al final de una semana
de trabajo en el campo donde cumplíamos nuestras condenas,
estábamos sentados en el jardín cuando llegó un camión que traía
un pedido de costosos aparatos eléctricos. Venían dos hombres: el
conductor, que era un prisionero de nuestro campo, y el encargado
de compras, que era de otro campo. Ninguno era testigo de
Jehová. El almacén estaba cerrado, y el encargado estaba de
vacaciones, así que nos pidieron a los Testigos que recibiéramos
la mercancía.

”Descargamos los aparatos y los acomodamos a un lado del


almacén, cerca de la barraca de los hermanos. Pero el encargado
de compras dudaba de que aquella entrega fuera oficial, pues el
jefe del almacén no estaba y no había quién le firmara el recibo de
la mercancía. Para tranquilizarlo, el conductor del camión le dijo:
‘No te preocupes, aquí nadie va a tocar nada; este es “otro
mundo”. Olvídate de lo que pasa fuera de aquí. Aquí puedes
quitarte el reloj, dejarlo en cualquier sitio y encontrarlo mañana
justo donde lo dejaste’. Aun así, el hombre insistía en que no iba a
dejar la mercancía —que valía medio millón de rublos— si nadie
le firmaba un acuse de recibo.

”Al poco rato llegó personal de la administración exigiendo que el


camión saliera del campo. Uno de los empleados le dijo al
encargado de compras que dejara la factura y que la recogiera al
día siguiente. El pobre hombre no tuvo más remedio que
marcharse, y de mala gana. Pero a la mañana siguiente, a primera
hora, ya estaba en el campo pidiendo permiso para entrar a
recoger su recibo. No fue necesario dejarlo pasar; el guardia se lo
entregó, ya firmado, en la puerta.

”Más tarde, el guardia nos contó que al hombre se le había hecho


muy difícil irse del lugar. Nos dijo que se había quedado como
media hora frente a la entrada: contemplaba el portón, observaba
sus documentos, daba la vuelta para irse..., pero regresaba y
volvía a contemplar el portón... Parece que jamás había estado en
una situación como aquella: le habían firmado la factura sin estar
él presente, y el jefe del almacén ni siquiera había estado para
recibir la costosa mercancía. Y todo se había hecho con honradez.
Pero lo más sorprendente era que esto había sucedido en un
campo de trabajo de máxima seguridad lleno de ‘delincuentes
especialmente peligrosos’. Sin duda, situaciones de este tipo
dejaron bien claro qué clase de personas éramos los Testigos, sin
importar las mentiras que dijeran de nosotros.”

“YA ESTÁN PREDICANDO OTRA VEZ”

En 1960, pocos días después de que las autoridades concentraran


a cientos de hermanos en el campo número 1 de Mordvinia,
escogieron a más de cien de ellos y los transfirieron a la cercana
población de Udarnyy, al campo número 10. Se trataba de una
prisión especial, un centro “experimental” ideado para reeducar a
los Testigos, donde los reclusos llevaban uniformes a rayas
parecidos a los de los campos de concentración nazis. Entre otros
trabajos, tenían que ir al bosque y desenterrar enormes troncos. La
cuota mínima por persona era de once o doce diarios, pero
algunos troncos de roble eran tan grandes que ni siquiera la
cuadrilla completa de hermanos lograba sacar uno en todo el día.
Solían fortalecerse unos a otros entonando cánticos del Reino
mientras trabajaban. A veces, el encargado del campo los oía
cantar y les gritaba: “¡Hoy los Testigos se quedan sin cenar, para
que aprendan que aquí no se canta! ¡Yo les voy a enseñar a
trabajar!”. Un hermano que vivió aquellas experiencias relata:
“Jehová siempre nos sostuvo, y a pesar de las dificultades, nos
mantuvimos espiritualmente alertas. Solíamos levantarnos los
ánimos con pensamientos positivos, recordándonos el valor de
habernos puesto del lado de Jehová en la cuestión de la soberanía
universal” (Pro. 27:11).

Además de los varios “educadores” que trabajaban para toda la


prisión, había un educador más por cada celda. Se trataba de un
oficial del ejército que tenía, como mínimo, el rango de capitán.
Lo que se proponían con aquella “educación” era que los Testigos
renunciaran a sus convicciones religiosas. Cualquiera que se
sometiera —es decir, que renegara de su fe— obtendría la
libertad. Todos los meses, los educadores tenían que escribir un
informe sobre el carácter de cada Testigo, el cual iba firmado por
una serie de empleados de la prisión. Pero siempre acababan
escribiendo lo mismo: “No responde a las medidas de
reeducación; se mantiene firme en sus convicciones”. Ivan
Klimko comenta: “De mis diez años en la cárcel, seis los pasé en
esa prisión, donde otros hermanos y yo quedamos fichados como
‘delincuentes reincidentes especialmente peligrosos’. Según nos
dijeron los propios oficiales, las condiciones tan difíciles que
tuvimos que soportar fueron creadas con toda la intención de
estudiar el comportamiento de los Testigos”.

El hermano Iov Andronic, quien estuvo cinco años en aquella


prisión, le preguntó un día al comandante del campo: “¿Cuánto
tiempo vamos a estar aquí?”. Señalando al bosque, el comandante
respondió: “Hasta que los enterremos a todos ustedes allá”. Iov
recuerda: “Nos mantenían aislados de los demás prisioneros para
evitar que les predicáramos. Nos tenían bien vigilados. Incluso
para ir a otra zona del mismo campo nos escoltaba un capataz.
Pero varios años después, cuando nos trasladaron a un campo de
trabajos forzados de mínima seguridad, otros prisioneros les
dijeron a los administradores del campo: ‘Ganaron los testigos de
Jehová. Ustedes los mantuvieron aislados, pero ya están
predicando otra vez’”.

UN OFICIAL RECONOCE SU BIBLIA


Si introducir publicaciones al campo número 10 ya era difícil,
imagínese lo que sería para los Testigos tratar de meter una Biblia.
Era prácticamente imposible. “Pero para Jehová nada es
imposible —comenta un hermano que estuvo algunos años en esa
prisión—. Jehová oyó las oraciones de los cien hermanos que
estábamos allí. Le pedimos tan solo una Biblia para todos, ¡y nos
dio dos!” (Mat. 19:26.) ¿Cómo sucedió eso?

Resulta que a cierto coronel lo asignaron como educador en la


prisión, pero le parecía irónico tratar de “educar” a los Testigos si
él no sabía nada de la Biblia. De modo que se las ingenió para
conseguir un ejemplar, un tanto maltratado por cierto. Antes de
irse de vacaciones, lo mandó reencuadernar con uno de los presos,
un ancianito bautista, y les dijo a los capataces que no se lo
confiscaran. Luego, con mucho orgullo, el anciano les dijo a los
Testigos que había recibido una Biblia y hasta aceptó prestársela
para que le echaran un vistazo. En cuanto aquel valioso tesoro
cayó en sus manos, los hermanos separaron rápidamente las hojas
por las costuras y las repartieron entre todos para que las
copiaran. Durante unos cuantos días, cada celda de los Testigos se
convirtió en un “tallercito” donde se hacían a mano dos copias de
cada página. “Cuando juntamos todas las hojas, ¡teníamos tres
Biblias! —recuerda uno de los hermanos—. El coronel recibió su
ejemplar recién encuadernado, y nosotros tuvimos nuestras dos
Biblias. Usábamos solo una, y la otra la guardábamos en la ‘caja
fuerte’, es decir, en unos tubos por donde corrían cables de alto
voltaje y que habíamos acondicionado especialmente para guardar
publicaciones. Como los capataces no querían ni acercarse a los
cables, nadie revisaba ese lugar. Así fue como el alto voltaje se
convirtió en el guardián de nuestra biblioteca.”

Cierto día, sin embargo, hubo un registro. Entonces el coronel


encontró una página copiada a mano de la Biblia. Dándose cuenta
de lo que había sucedido, exclamó con gran frustración: “¡Esto es
parte de la Biblia que yo mismo traje al campo!”.

LA CONMEMORACIÓN

Para los siervos de Jehová, la Conmemoración de la muerte de


Cristo siempre fue de primera importancia, aun en los campos de
trabajos forzados. Hubo un campo de Mordvinia en el que
ninguno de los hermanos se perdió ni una sola Conmemoración
en todo el tiempo que estuvieron allí, y eso que, como cabría
esperar, las autoridades siempre intentaban frustrar sus planes.
Como la administración sabía la fecha del acontecimiento, ese día
todas las unidades de guardia estaban en alerta máxima. Pero para
las últimas horas de la tarde, la mayoría de los guardias ya estaban
cansados de andar vigilando a los hermanos, pues nadie sabía ni
el sitio ni la hora exacta en que se llevaría a cabo.

No era nada fácil para los hermanos conseguir el vino y el pan sin
levadura. Una vez, el mismo día de la Conmemoración, los
guardias encontraron los emblemas en un cajón durante el primer
turno de vigilancia y los confiscaron. Ahora los hermanos estaban
en un aprieto, pues había un participante de los emblemas. Pero
entonces los guardias cambiaron de turno, y un hermano que
limpiaba la oficina del comandante logró recuperar los emblemas
y pasárselos a los demás sin ser visto. Aquella noche, durante el
tercer turno de guardia, los hermanos celebraron la
Conmemoración, con un participante.

LA CONMEMORACIÓN EN UN CAMPO DE MUJERES

Celebrar la Conmemoración en otros campos también era difícil,


especialmente en un campo femenino de Kemerovo. Al respecto,
Valentina Garnovskaya relata: “Éramos unas ciento ochenta
hermanas en el campo. Tristemente, teníamos prohibido
acercarnos unas a otras. En diez años, solo pudimos celebrar la
Conmemoración dos veces. Una vez acordamos hacerlo en una de
las oficinas que me tocaba limpiar. Fuimos llegando poco a poco
y en secreto desde varias horas antes del momento acordado para
comenzar. Unas ochenta logramos llegar al lugar. Pusimos pan sin
levadura y vino tinto seco sobre el escritorio.

”Habíamos decidido empezar sin el cántico. Una hermana hizo la


oración, y todo comenzó con dignidad y regocijo. Pero entonces
oímos gritos y ruidos afuera: eran los capataces que nos estaban
buscando. En eso vimos que alguien se asomaba por la ventana, a
pesar de que estaba muy alta. ¡Era el comandante! Casi al instante
oímos fuertes golpes en la puerta y unos gritos ordenándonos que
abriéramos. Los capataces entraron de golpe a la oficina, tomaron
de los brazos a la hermana que estaba presentando el discurso y se
la llevaron a la celda de aislamiento. Al ver esto, otra hermana
tomó valientemente su lugar y siguió con el discurso, pero a ella
también se la llevaron. De inmediato, una tercera hermana trató de
seguir con el discurso, de modo que nos llevaron a todas a otro
cuarto amenazándonos con que iríamos a parar a la celda de
aislamiento. Terminamos la Conmemoración de la muerte de
Cristo en aquel cuarto, con un cántico y una oración.

”Cuando regresamos a la barraca, las demás prisioneras nos


recibieron diciéndonos: ‘Al ver que todas ustedes habían
desaparecido, pensamos que el Armagedón había llegado, que
Dios se las había llevado al cielo y que a nosotras nos había
dejado aquí para destruirnos’. Aquellas mujeres ya llevaban
algunos años con nosotras y no habían aceptado la verdad. Pero
después de lo que pasó, varias de ellas empezaron a escuchar
nuestro mensaje.”

“NOS PEGÁBAMOS BIEN UNOS A OTROS”

En uno de los campos de Vorkutá había muchos Testigos de


Ucrania, Moldavia, los países bálticos y otras repúblicas de la
Unión Soviética. “Era el invierno de 1948 —relata Ivan Klimko
—. No teníamos publicaciones bíblicas. Así que lo único que
podíamos hacer era escribir en unos pequeños trozos de papel lo
que lográbamos recordar de revistas viejas. Por más discretos que
fuéramos, los capataces sabían que teníamos aquellos papelitos,
de manera que nos sometían a largos y meticulosos registros. En
los días más fríos del invierno nos llevaban a todos afuera y nos
obligaban a permanecer formados en filas de cinco. Solían
contarnos una y otra y otra vez, quizás pensando que
preferiríamos entregarles los pedazos de papel a quedarnos allí
afuera en el gélido frío. Durante los conteos, nos pegábamos bien
unos a otros y hablábamos de un tema bíblico. Siempre teníamos
la mente ocupada con asuntos espirituales. Sin duda, Jehová nos
ayudó a permanecer íntegros. Con el tiempo, los hermanos hasta
pudieron meter una Biblia al campo. La dividimos en varias
partes para que no nos la fueran a confiscar completa si un día la
encontraban durante un registro.

”Entre los guardias hubo algunos que se dieron cuenta de que el


campo de prisioneros no era lugar para los testigos de Jehová.
Fueron amables y nos ayudaron siempre que pudieron. Algunos
simplemente ‘cerraban los ojos’ cuando alguno de nosotros
recibía un paquete. Y es que, por lo general, en el paquete venían
escondidas una o dos páginas de La Atalaya que no pesaban más
que unos cuantos gramos, pero que valían más que varios kilos de
comida. En sentido físico, los Testigos siempre sufrimos
privaciones en los campos, pero espiritualmente éramos muy
ricos.” (Isa. 65:13, 14.)
“¡SACARÁ CINCUENTA PEDAZOS!”

Todas las semanas se dirigían estudios bíblicos con quienes


querían aprender de la verdad. Entre los prisioneros se sabía que
después de las siete de la noche se daban clases de la Biblia en la
barraca, así que varios de ellos procuraban guardar silencio,
aunque no estuvieran interesados en la Biblia. “Era obvio que
Jehová nos estaba cuidando y que le estaba dando impulso a su
obra —dice Iov Andronic—. Pero nosotros también hacíamos
nuestra parte: nos mostrábamos amor cristiano y aplicábamos los
principios bíblicos. Por ejemplo, compartíamos el alimento que
recibíamos en nuestros paquetes, lo cual era algo fuera de lo
común en los campos de trabajo.

”En uno de los campos, el hermano encargado de repartir la


comida entre los Testigos era Mykola Pyatokha. Una vez, un
agente de la KGB dijo de él: ‘Denle a Mykola un caramelo, y
¡sacará cincuenta pedazos!’. Esa era la actitud entre nosotros:
compartíamos todo lo que nos llegaba al campo, fuera alimento
físico o espiritual. De esa manera nos ayudamos y dimos un
excelente testimonio, al que podían responder las personas
sinceras” (Mat. 28:19, 20; Juan 13:34, 35).

BONIFICACIÓN POR BUENA CONDUCTA


En cierto campo, los trabajadores que trataban directamente con
los testigos de Jehová recibían una bonificación de hasta un 30%
de su salario. ¿Por qué? Viktor Gutshmidt lo explica: “Una
antigua pagadora del campo me contó que, en las prisiones donde
había muchos hermanos, el personal había recibido instrucciones
de no perder los estribos ni usar malas palabras, y de ser siempre
corteses y educados. Obtendrían una bonificación en su sueldo
por buena conducta. Me dijo que aquello se había hecho
intencionalmente para demostrarles a todos que los testigos de
Jehová no eran los únicos que llevaban vidas ejemplares, y que no
había diferencia entre ellos y la demás gente. Así que se les tenía
que pagar a los empleados para que mantuvieran buena conducta.
En nuestro campo había mucho personal, unos cien empleados:
médicos, obreros, contadores, capataces..., y nadie quería perder
la oportunidad de ganar un dinero extra.

”Cierto día, un hermano estaba trabajando en las afueras del


campo cuando oyó a un supervisor de brigada gritar maldiciones.
Al día siguiente se lo encontró dentro del campo y le dijo: ‘Parece
que alguien en el cuartel lo hizo enojar en serio. ¡Gritaba tan
fuerte!’. El agente contestó: ‘Bueno, no. Lo que pasa es que ya no
aguantaba la presión que se me había acumulado en todo el día y
salí para desahogarme’. Está claro que para la gente era una lucha
comportarse como los testigos de Jehová.”
PREDICANDO ENTRE CRISTALES

Los hermanos aprovechaban toda oportunidad para predicar, y a


veces obtenían muy buenos resultados. Nikolai Gutsulyak
menciona la siguiente experiencia: “A menudo conseguíamos
nuestros alimentos en la tienda del campo. Cada vez que me
tocaba comprar, intentaba decir unas cuantas palabras sobre algún
tema bíblico. La mujer que entregaba la mercancía siempre
escuchaba atentamente, y en una ocasión me pidió que le leyera
algo. Tres días después, un agente nos llamó a otro hermano y a
mí al portón y nos mandó a instalar los cristales de una ventana en
la casa del comandante del campo.

”El hermano y yo nos dirigimos a la ciudad, escoltados por tres


soldados. Cuando llegamos a la casa y abrieron la puerta, vimos a
la mujer que trabajaba en la tienda de comestibles del campo. ¡Era
la esposa del comandante! Uno de los soldados se apostó dentro
de la casa; los otros dos se quedaron en la calle junto a la ventana.
La mujer nos dio un poco de té y luego nos pidió que le dijéramos
más de la Biblia. Además de ponerle los cristales a su ventana,
aquel día le dimos un testimonio completo. Al final de nuestra
conversación, nos dijo: ‘No me tengan miedo. Mis padres eran
personas devotas, igual que ustedes’. Ella leía nuestras
publicaciones en secreto, sin que su esposo se enterara, pues él
odiaba a los Testigos.”
“REGRESEN A SUS TRABAJOS”

Algunas personas en puestos de autoridad tenían un concepto


favorable de los Testigos y los defendían. En la década de 1970, la
oficina del partido comunista de la planta procesadora de madera
de Bratsk (oblast de Irkutsk) tomó la decisión de despedir a todos
los empleados que fueran testigos de Jehová. A los hermanos les
dijeron: “Como no están del lado de la autoridad soviética, no nos
ocuparemos de ustedes. Como están del lado de Jehová, que él se
ocupe de ustedes”. Al quedarse sin trabajo, los hermanos pensaron
que lo mejor que podían hacer era predicar abiertamente, así que
empezaron a ir de casa en casa. Un día abrió la puerta una mujer.
Tras presentarse, los hermanos le explicaron brevemente el
propósito de su visita. En eso se oyó la voz del esposo desde la
cocina: “¿Con quién hablas? Hazlos pasar”. Cuando los hermanos
entraron, el hombre les preguntó: “¿Por qué no están trabajando?
Hoy es día laborable”. Los hermanos le contaron cómo se habían
quedado sin trabajo.

Resultó que el señor era un fiscal y había ido a su casa a almorzar.


Indignado, tomó el teléfono, llamó a la planta y preguntó si era
verdad que la oficina había despedido a todos los testigos de
Jehová. Cuando se lo confirmaron, les dijo: “¿Sobre qué base?
¿No comprenden que han violado la ley? ¡No tienen derecho a
hacer eso! Les ordeno que les devuelvan sus puestos a todos los
Testigos y les paguen una compensación por los tres meses que
estuvieron sin empleo por culpa de ustedes”. El fiscal colgó el
teléfono, se volvió hacia los hermanos y les dijo: “Mañana
regresen a sus trabajos”.

“HE ESTADO ESCONDIENDO PUBLICACIONES DESDE


1947”

Para la década de 1970, los hermanos ya eran todos unos expertos


en producir, distribuir y esconder publicaciones. Aun así, llegaron
a surgir situaciones que exigían tomar decisiones rápidas. Por
ejemplo, Grigory Sivulsky relata: “Un día de 1976 registraron
nuestro hogar. La noche anterior yo había dejado
descuidadamente los informes del servicio del campo y las
direcciones de algunos hermanos debajo de una cómoda. Los
agentes de la KGB que hicieron el registro parecían muy seguros
de sí mismos, como si supieran exactamente dónde buscar y qué
iban a encontrar. Uno de ellos me dijo: ‘Tráigame unas pinzas y
un destornillador; vamos a desarmar el sofá’. Tras hacer una
oración, le respondí con voz confiada:

—Si el registro nos hubiera tomado por sorpresa como a otros


Testigos, encontrarían algo en mi casa. Pero ya es muy tarde, no
van a encontrar nada.

—¿Y qué hubiéramos hallado? —preguntó el agente.


—Revistas La Atalaya y ¡Despertad! Pero hoy no van a encontrar
nada.

”Dándole las herramientas que me había pedido, le dije: ‘Cuando


terminen el registro, van a tener que dejarme el sofá tal como está
ahora’.

”Por un instante se quedaron ahí, indecisos. Percibiendo su


inseguridad, me dirigí a uno de ellos, un hombre joven, y le dije:
‘Supongo que usted lleva unos tres años o menos registrando
hogares en busca de publicaciones de los testigos de Jehová. Pero
yo he estado escondiendo publicaciones desde 1947. No hace
falta que pierdan su tiempo conmigo; las publicaciones están en
un sitio seguro’.

”Para mi sorpresa, se marcharon. Los informes y las direcciones


de los hermanos habían quedado tan a la mano que cualquiera
podría haberlos encontrado.”

LLEGAN TIEMPOS DE CAMBIO CON LA PERESTROIKA

La perestroika que se anunció en 1985 no produjo de inmediato


los resultados esperados. En algunas regiones se seguía
condenando y encarcelando a los siervos de Jehová. No obstante,
en 1988 la sucursal de Alemania escribió lo siguiente a las
oficinas centrales: “Al comienzo del año de servicio, las
autoridades dieron indicios de que estaban dispuestas a conceder
mayor libertad a [los hermanos de la URSS] en lo relacionado con
las reuniones y las publicaciones, siempre y cuando se
inscribieran en el registro oficial. En la mayor parte del territorio
se pudo celebrar la Conmemoración sin contratiempos. Los
hermanos consideran que la actitud de las autoridades hacia ellos
ha cambiado drásticamente”.

Con el tiempo, varios hermanos asignados le proporcionaron a la


sucursal de Alemania las direcciones postales de hermanos
dispuestos a recibir paquetes de alimento espiritual. Estos
hermanos, a su vez, entregarían los paquetes a los ancianos,
quienes se encargarían de que el resto de los publicadores se
beneficiaran de estas provisiones espirituales. Para febrero de
1990 había unas mil seiscientas direcciones a las que se dirigían
envíos privados de alimento espiritual una vez al mes.

En 1989, varios miles de Testigos de la Unión Soviética pudieron


asistir a las asambleas especiales celebradas en Polonia. Yevdokia,
una hermana procedente de Náberezhnie Chelni, cuenta: “Oramos
fervientemente a Jehová pidiéndole que pudiéramos asistir a
nuestra primera asamblea de verdad. Cuando el director de la
empresa en la que yo trabajaba escuchó que yo quería salir del
país, exclamó: ‘¿Qué cosa? ¿No ves la televisión? ¡La frontera
está cerrada, y no dejan pasar a nadie!’.

”Con total confianza, le respondí: ‘Abrirán la frontera’. Y eso fue


precisamente lo que sucedió. En la aduana de Brest solo estaban
dejando pasar a los testigos de Jehová. Ni siquiera nos
registraban, y a todos nos trataron con amabilidad. Un hombre no
Testigo trató de hacerse pasar por asambleísta y colarse entre
nosotros, pero los agentes de la aduana no tardaron en descubrirlo
y detenerlo. ¿Cómo lo descubrieron? Todos los que íbamos a la
asamblea teníamos sonrisas radiantes, además de que solo
llevábamos bolsos pequeños en las manos.”

CÁLIDA RECEPCIÓN EN MOSCÚ

Habían pasado cuarenta años desde que, en 1949, los testigos de


Jehová habían solicitado el reconocimiento oficial de sus
actividades. En aquel entonces, las exigencias del gobierno
estalinista iban más allá de lo que la conciencia de los hermanos
les permitía cumplir. Pero el 26 de febrero de 1990, el presidente
del Comité de Asuntos Religiosos de Moscú recibió a una
delegación de los testigos de Jehová. En la reunión también
estuvieron presentes dos vicepresidentes del comité y otros tres
altos funcionarios. La delegación de los testigos de Jehová se
componía de quince personas: once hermanos de Rusia y otras
repúblicas de la Unión Soviética; Milton Henschel y Theodore
Jaracz, de Brooklyn, y dos hermanos de la sucursal de Alemania,
Willi Pohl y Nikita Karlstroem.

El presidente del comité abrió la sesión con las siguientes


palabras: “Nos alegra mucho estar reunidos con los testigos de
Jehová. Yo había oído mucho sobre ustedes, pero es la primera
vez que los conozco en persona. Estamos abiertos al diálogo en el
espíritu de la glasnost” (política de transparencia). Los hermanos
expresaron su deseo de presentar una solicitud de registro para las
actividades de los testigos de Jehová en la Unión Soviética. La
respuesta del presidente del comité fue: “Nos alegra escuchar eso,
y estamos en un buen momento para hacerlo. Falta poco para que
llegue la primavera y, con ella, el tiempo de la cosecha. Así que
podemos esperar buenos resultados y buenos frutos”.

Cuando el presidente del comité les pidió a los hermanos que se


identificaran, quedó patente que había testigos de Jehová en todo
rincón del país, desde Kaliningrado hasta el Extremo Oriente
soviético. Un superintendente de circuito se presentó así:
“Represento a cuatro congregaciones del oblast de Irkutsk. Pero
también atiendo el Extremo Oriente, los krays de Jabárovsk y
Krasnoyarsk,* y los oblasts de Novosibirsk y Omsk”. Entonces el
presidente del comité exclamó: “Su territorio es enorme, ¡más
grande que el de muchas naciones!”.

Uno de los vicepresidentes comentó: “Tenemos que conocer


mejor sus creencias, porque no entendemos algunas. Por ejemplo,
uno de sus libros dice que Dios va a limpiar la Tierra y a eliminar
todos los gobiernos. No entendemos ese punto”. El hermano Pohl
respondió: “Los testigos de Jehová no participamos en actos de
violencia de ninguna clase. Si uno de nuestros libros dice eso, se
refiere a profecías bíblicas específicas. Los testigos de Jehová
hablamos del Reino de Dios y de la vida eterna en el Paraíso en la
Tierra”.

A esto, el vicepresidente dijo: “No hay nada de malo en eso”.

Al terminar la entrevista, el presidente del comité señaló: “Nos da


mucho gusto habernos reunido con ustedes. Deben registrarse
cuanto antes”.

Los testigos de Jehová recibieron el reconocimiento oficial de las


autoridades rusas en marzo de 1991. Para ese entonces había en la
nación más de 150.000.000 de habitantes y 15.987 proclamadores
del Reino. Ahora se necesitaba más instrucción de parte de Jehová
para nuestros hermanos de Rusia (Mat. 24:45; 28:19, 20).

“¡QUÉ FELICIDAD! ¡QUÉ LIBERTAD!”

Debido a la proximidad entre Finlandia y Rusia, el Cuerpo


Gobernante le pidió a la sucursal de Finlandia que ayudara a
organizar la asamblea internacional programada para las fechas
del 26 al 28 de junio de 1992 en San Petersburgo (Rusia). ¿Cómo
reaccionaron los hermanos ante la perspectiva de tener una
asamblea en libertad después de haber vivido más de cinco
décadas de proscripción? Cierto hermano menciona: “Éramos
miles en el estadio. Todo el mundo lloraba sin parar. ¡Qué
felicidad! ¡Qué libertad! Ni en sueños se nos ocurrió que en este
sistema podríamos tener tanta libertad. Pero Jehová lo hizo
posible. Recordé la celda de aislamiento. Cinco hermanos
protegiéndonos unos a otros para no morirnos de frío. Había una
cerca enorme que rodeaba el campo. Sí, aquí también había un
enorme muro, pero nadie se quería ir; todos queríamos quedarnos
tanto como fuera posible. No tengo palabras para describir cómo
nos sentíamos.

”Nos pasamos la asamblea hechos un mar de lágrimas.


Llorábamos de alegría al ver semejante milagro. Aunque ya
pasábamos de los 70 años de edad, recorríamos el estadio como si
tuviéramos alas. Habíamos esperado cincuenta años para obtener
esta clase de libertad. Es cierto que Jehová había permitido que
nos deportaran a Siberia y que termináramos en prisiones y
campos de trabajos forzados, ¡pero ahora estábamos en el estadio!
Jehová es más poderoso que nadie. Nos quedamos de pie,
mirándonos unos a otros, llorando a lágrima viva. No podíamos
creer que aquello fuera realidad. Algunos hermanos jóvenes se
nos acercaron y nos preguntaron: ‘¿Están bien? ¿Alguien les hizo
algo?’. Pero el llanto no nos dejaba contestarles. Entonces, en
medio de todas esas lágrimas, uno de nosotros alcanzó a decir:
‘¡Lloramos de alegría!’. Les contamos cómo le habíamos servido
a Jehová bajo proscripción durante muchos años y que, ahora,
simplemente no podíamos creer que Jehová hubiera cambiado
todo tan de repente.”

Tras aquella memorable asamblea, se pidió a la sucursal de


Finlandia que enviara quince precursores especiales a Rusia. El 1
de julio de 1992, Hannu y Eija Tanninen, una entusiasta pareja
finlandesa, llegaron a su asignación en San Petersburgo. El primer
desafío que enfrentaron fue aprender el idioma. Después de su
primera lección de ruso, salieron al servicio del campo y le
ofrecieron a la gente clases bíblicas a domicilio. Hannu cuenta:
“A principios de la década de 1990, casi toda persona de la ciudad
quería estudiar la Biblia. En la predicación en las calles, la gente
nos daba su dirección de buena gana. Todos querían
publicaciones. Si le dabas una revista o un tratado a alguien, otros
diez venían a pedirte publicaciones. La gente no solo las aceptaba,
sino que a menudo comenzaba a leerlas inmediatamente en la
calle o en el metro”.

A partir de octubre de 1992, también llegaron a Rusia muchos


precursores especiales de Polonia. En el primer grupo venían
algunas hermanas solteras. Poco después, un segundo grupo de
precursores de ese país fue asignado a San Petersburgo. Otro
grupo fue a Moscú un año más tarde. En años posteriores, más de
ciento setenta voluntarios de Polonia —en su mayoría graduados
de la Escuela de Entrenamiento Ministerial— también fueron
asignados a Rusia.

UNA PUERTA GRANDE QUE CONDUCE A LA ACTIVIDAD

Tras la asamblea internacional celebrada en San Petersburgo, el


Cuerpo Gobernante dio permiso para comprar en la población
cercana de Solnechnoye un solar adecuado (7 hectáreas [17
acres]), en el que había unos edificios viejos. Había llegado el
momento de edificar un Hogar Betel para Rusia. Para la
construcción se solicitó la colaboración de la sucursal de
Finlandia. En septiembre de 1992 llegó a Solnechnoye el primer
grupo de voluntarios finlandeses. Uno de los miembros del grupo,
Aulis Bergdahl, quien más tarde llegaría a ser miembro del
Comité de Sucursal, cuenta: “Eva Lisa —mi esposa— y yo
aceptamos gustosos la invitación de ayudar a construir un Hogar
Betel en Rusia. Veíamos con claridad que Jehová estaba
dirigiendo la obra. Y nuestros hermanos de todo el mundo
también estaban dando su apoyo”.

Alf Cederlöf, el superintendente de la construcción, originario de


Finlandia, y su esposa, Marja-Leena, fueron una fuente de
inspiración para todos los voluntarios. Los miembros del Comité
de Sucursal de Finlandia también apoyaron con entusiasmo.
Durante la construcción, también se recibieron las visitas de
algunos hermanos de la central de Brooklyn. El hermano
Bergdahl recuerda: “En 1993, Milton Henschel nos visitó después
de la asamblea internacional celebrada en Moscú. Sus palabras
infundieron mucho estímulo, tanto al dirigirse a los trabajadores
en grupo como al hablar en privado con ellos”.

En la construcción de Betel había alrededor de setecientos


voluntarios procedentes de Escandinavia, Europa, Estados
Unidos, Australia, Rusia y el resto de las anteriores repúblicas
soviéticas. Las culturas y los antecedentes de los voluntarios
variaban tanto como los métodos de trabajo. Pero las obras se
completaron, como prometió Jehová en Zacarías 4:6, “no por una
fuerza militar, ni por poder, sino por [su] espíritu”.
Definitivamente, Jehová se encargó de ‘edificar la casa’ (Sal.
127:1). Los hermanos rusos se ofrecieron de buena gana para la
obra del Reino. La mayoría eran jóvenes y nuevos en la verdad,
pero muchos ya servían de precursores. Estaban siempre listos
para aprender cómo hacer trabajo de construcción rápido y de
calidad, y cómo atender asuntos de organización teocrática.

SE ORGANIZA LA OBRA

Para finales de 1993 llegaron a Solnechnoye los miembros del


Comité del País de Rusia. Los invitados eran Ivan Pashkovsky,
Dmitry Livy, Vasily Kalin, Aleksey Verzhbitsky, Anatoly
Pribitkov y Dmitry Fedunishin. Más o menos un año después se
les unió Mikhail Savitsky. El Cuerpo Gobernante asignó a Horst
Henschel, de la sucursal de Alemania, para que ayudara a los
hermanos rusos a organizar la obra.

Una de las primeras cosas que debía organizarse era la obra de


viajante. Al principio se establecieron cinco circuitos en el país:
dos en San Petersburgo y tres en Moscú y las zonas circundantes.
Los primeros cinco superintendentes de circuito de tiempo
completo fueron Artur Bauer, Pavel Bugaisky y Roy Öster en
Moscú, y Kzyztov Poplawski y Hannu Tanninen en San
Petersburgo. Más tarde se asignó también al hermano Roman
Skiba como superintendente de circuito. Matthew Kelly, que se
graduó en 1992 de la Escuela de Entrenamiento Ministerial en
Estados Unidos, fue asignado como superintendente de distrito de
tiempo parcial.

Recordando cómo eran las primeras visitas de circuito a


principios de los años noventa, Hannu Tanninen relata: “Le
mandé una carta a una congregación de Petrozavodsk (Carelia)
sobre la visita que les haríamos, y en ella les explicaba cómo se
celebrarían las reuniones durante la semana. Cuando mi esposa y
yo llegamos, un anciano de la congregación ya nos estaba
esperando en la estación del tren para llevarnos a su casa. Al
llegar, me mostró la carta y me dijo: ‘Recibimos su carta, pero
como no la entendimos, preferimos no hacer nada y esperar a que
usted llegara y nos explicara todo’.
”Para la primera visita de circuito que hicimos en Murmansk
había trescientos ochenta y cinco publicadores, que dirigían mil
estudios bíblicos. Pero, en realidad, el número de personas que
estudiaban era mucho mayor porque una gran cantidad de
estudios se dirigían con grupos de personas interesadas. Por
ejemplo, una precursora tenía trece estudios, pero eran más de
cincuenta las personas que estudiaban con ella.

”Nuestra segunda asignación fue en los oblasts de Volgogrado y


Rostov. En Volgogrado solo había cuatro congregaciones para una
población de más de un millón de personas. Los hermanos
aprendieron con entusiasmo cómo dirigir los estudios bíblicos y
las reuniones, y cómo predicar de casa en casa. En cada visita se
formaban nuevas congregaciones. En mi informe anotaba cuántos
se habían bautizado desde la visita anterior. Cada congregación
tenía cincuenta, sesenta u ochenta bautizados entre una visita y
otra, y en cierta ocasión, ¡una tuvo más de cien! Como
consecuencia, en solo tres años se formaron dieciséis nuevas
congregaciones.”

En enero de 1996 se nombró un Comité de Sucursal de Rusia. Al


mismo tiempo se nombraron los primeros superintendentes de
distrito de tiempo completo. Entre ellos estuvieron Roman Skiba
(Siberia y el Extremo Oriente ruso), Roy Öster (Bielorrusia,
Moscú y el área desde San Petersburgo hasta los montes Urales),
Hannu Tanninen (desde Caucasia hasta el río Volga) y Artur Bauer
(Kazajistán y Asia central). En aquellos días, todos los
superintendentes de distrito atendían, además de su distrito, un
circuito pequeño.

RECORREN ENORMES DISTANCIAS

Uno de los primeros precursores especiales que llegaron a Rusia


de Polonia a principios de 1993 fue Roman Skiba. Haciendo un
recuento de aquellos tiempos, él dice: “En octubre de 1993 recibí
el nombramiento para servir en la obra de circuito. Mi primera
asignación abarcaba congregaciones en el sur de San Petersburgo,
el oblast de Pskov y todo Bielorrusia. Y aunque no era el circuito
más grande de Rusia, tuve que acostumbrarme a viajar enormes
distancias. En noviembre de 1995 fui asignado a un circuito en los
Urales y fui nombrado superintendente de distrito sustituto. Mi
territorio abarcaba los Urales, toda Siberia y el Extremo Oriente
ruso. Un hermano calculó que en este distrito cabrían treinta y
ocho países del tamaño de Polonia. ¡Cruzaba ocho husos horarios!
Unos dos años más tarde, la sucursal me pidió que visitara un
grupo en Ulán Bator, la capital de Mongolia”.

El hermano Skiba prosigue: “En cierta ocasión, para ir de Norilsk


(al norte del círculo polar ártico) a Ekaterimburgo tuvimos que
tomar dos aviones: uno de Norilsk a Novosibirsk y otro de
Novosibirsk a Ekaterimburgo. Recuerdo muy bien el viaje porque
parecía que nunca llegaríamos. En Norilsk, nuestro vuelo salió
con doce horas de retraso, así que Lyudmila —mi esposa— y yo
estuvimos un día entero en el aeropuerto. Felizmente, aprendimos
a tener nuestro estudio personal durante los viajes.

”A veces, pese a todos nuestros esfuerzos, llegábamos tarde para


la visita a la congregación. Una vez, para llegar a la congregación
de Ust-Kan (república de Altái), que está en lo alto de una
montaña, tuvimos que atravesar la cordillera en automóvil por
caminos sin pavimentar. Lamentablemente, el auto se averió en el
camino, y no solo se nos hizo tarde para que yo revisara los
registros de la congregación, sino que llegamos dos horas después
de la hora programada para la reunión. Nos sentíamos frustrados,
seguros de que todo el mundo se habría marchado. ¡Qué sorpresa
fue encontrar a 175 personas esperándonos en el salón alquilado!
¡Y eso que eran menos de cuarenta publicadores! Al parecer,
nuestra demora dio tiempo para que alcanzaran a llegar muchas
personas interesadas que venían de otras aldeas en las
montañas.”*

ASAMBLEAS INOLVIDABLES

Las asambleas de distrito se estaban celebrando por primera vez


en algunas ciudades grandes, donde los hermanos no tenían
experiencia en organizar reuniones de esta magnitud. Con todo,
salieron adelante. En Ekaterimburgo, por ejemplo, los hermanos
consiguieron un estadio que consideraron apropiado para celebrar
la asamblea de distrito de 1996. Roman Skiba señala: “Había
hierba en todas las gradas, y en el interior del estadio había
abedules de hasta dos metros [siete pies] de alto. Nos quedaban
apenas tres semanas para la asamblea, y solo había tres
congregaciones en la ciudad y sus alrededores. Afortunadamente,
el director del estadio estuvo dispuesto a cooperar con nosotros,
aunque no podía comprender cómo sería posible celebrar una
asamblea en ese local. Los hermanos pusieron manos a la obra, y
cuando llegó la fecha señalada, el lugar estaba reluciente. El
director no podía creer lo que veían sus ojos”. Como muestra de
gratitud, aquel hombre permitió que los hermanos celebraran la
Escuela del Servicio de Precursor en uno de los edificios del
estadio. Un hermano dice al respecto: “Después de la asamblea de
distrito se volvieron a celebrar eventos deportivos en el estadio, lo
cual fue una fuente de ingresos para la ciudad”.

A veces hacía falta ser flexibles y a la vez perseverantes a fin de


poder celebrar las asambleas de circuito y de distrito. En
Vladikavkaz, los hermanos no lograron alquilar en 1999 un
estadio para una asamblea de circuito con una asistencia calculada
de 5.000 personas. Así que de inmediato trazaron un plan
alternativo: se abrevió el programa para que cupiera en un día y,
durante cinco días, se presentó en un cine alquilado de la ciudad.
Luego, ese sábado y domingo se presentó en la ciudad de Nalchik
el programa completo de la asamblea de circuito en dos locales
ubicados a unos dos kilómetros (milla y media) uno de otro. En
uno de los locales, el programa comenzó dos horas después que
en el otro para dar tiempo a que los oradores se trasladaran de la
primera asamblea a la segunda. Algunos superintendentes
viajantes sentían que sus voces durarían menos que las asambleas.
Un hermano dijo que, según sus cálculos, ¡aquella semana
presentó 35 discursos! Todo iba bien hasta el sábado al mediodía,
cuando el programa fue interrumpido por unos uniformados que
entraron al salón, con todo y un perro, y anunciaron que había que
evacuar de inmediato el edificio por razones técnicas. Tanto los
hermanos como las hermanas conservaron la calma, como
siempre, y abandonaron el local; entonces se pusieron a almorzar
y a conversar afuera. Resultó que un fanático religioso había
hecho una llamada telefónica a las autoridades para decirles que
había una bomba en el edificio. Se revisó el salón y no se halló
nada, así que los hermanos pudieron volver a su asamblea. Tras
unos pequeños cambios en el programa, la asamblea concluyó
satisfactoriamente, y todos se beneficiaron del alimento espiritual.

PIEDRAS, ESCUDOS Y ESPADAS

Como las semillas de la verdad se habían dispersado rápidamente


por todo el país, los superintendentes viajantes tenían que recorrer
grandes distancias. Sobre uno de sus viajes, la hermana Eija
Tanninen relata: “En 1998, cuando nos preparábamos para viajar
quince horas en tren de una asamblea de distrito a otra, los
hermanos nos preguntaron si podríamos llevarnos los accesorios
para el drama. Aquello era arriesgado, pues eran muchas cosas y
sabíamos que los cobradores del tren no simpatizaban con la
gente que llevaba mucho equipaje. Pero aceptamos, y con la
ayuda de los hermanos, subimos piedras, escudos, espadas y
bolsas con el vestuario al compartimiento para cuatro personas
que nos había tocado. Allí estábamos nosotros, sentados con todas
nuestras cosas, junto con otros dos pasajeros.

”Cuando llegó la cobradora para revisar nuestros boletos, nos


preguntó por qué llevábamos tantas cosas. Le explicamos que era
la utilería para un drama que se presentaría en la asamblea de
distrito de los testigos de Jehová. Fue muy amable y nos contó
que, tiempo atrás, ella había escuchado un discurso público
presentado por mi esposo mientras visitábamos la congregación
del lugar de donde ella era. Una vez más, vimos la ayuda de
Jehová.”

OBSERVADORAS EN EL ESTUDIO

Las hermanas podían aprender mucho unas de otras. Por ejemplo,


al recordar sus comienzos, Eija recuerda: “No puedo más que
imaginar cuánta paciencia y humildad necesitaron las hermanas
cuando comenzamos nuestro ministerio en Rusia, pues yo no
hablaba bien el idioma. Por otro lado, me conmovía ver lo
dispuestas que estaban a aprender cómo dirigir estudios bíblicos.
Muchas de ellas eran nuevas en la verdad, mientras que otras
habían servido bajo proscripción, cuando no siempre había sido
posible que les llegara la instrucción de parte de la organización
de Jehová.

”Servimos en Volzskij de 1995 a 1996. Cuando una hermana me


invitaba a un estudio de la Biblia, era común que varias hermanas
me preguntaran si podían acompañarnos. Al principio no entendía
por qué, pero entonces me explicaron que querían aprender a
dirigir estudios bíblicos. Yo les dije que, si la estudiante no tenía
objeción y no se cohibía ante su presencia, por mí no había
problema. Solían acompañarnos de seis a diez hermanas,
convencidas de que no sería problema para la estudiante, lo cual
resultó cierto. Después de algunos meses, me tocó ver a muchos
estudiantes comenzar sus propios estudios bíblicos con personas
interesadas. En aquel entonces solo había dos congregaciones en
Volzskij; diez años después ya se habían formado once más.”

LA RESPUESTA A SUS ORACIONES

No cabía duda de que la instrucción teocrática estaba


beneficiando no solo a los hermanos y hermanas nuevos en la
verdad, sino también a quienes habían servido a Jehová durante
muchos años bajo proscripción. Al respecto, Hannu Tanninen
menciona: “Muchas veces, y en diferentes circunstancias,
sentimos la guía de los ángeles y fuimos testigos de sucesos que
nos dejaron una honda impresión. En 1994 llegamos a una
congregación nueva de Nóvgorod (hoy día también llamada
Veliky Nóvgorod), y los hermanos nos llevaron al apartamento
donde nos quedaríamos durante la semana. Allí estaba una
visitante, Maria, una hermana anciana que había viajado unos 50
kilómetros [30 millas] especialmente para la ocasión. Llevaba
cincuenta años en la verdad y quería conocer a uno de los
primeros superintendentes de circuito que habían sido nombrados
al terminar la proscripción. Le pedimos que nos contara cómo
había aprendido la verdad. Nos dijo que, a la edad de 17 años,
había ido a parar a un campo de concentración en Alemania y que
ahí había conocido a los testigos de Jehová. Aceptó la verdad, y
una hermana ungida la bautizó en el campo. Cuando salió en
libertad, volvió a Rusia para predicar las buenas nuevas del
Reino. Pero después de un tiempo fue arrestada y encarcelada por
predicar. Estuvo muchos años en los campos soviéticos de
trabajos forzados.

”Al final de su relato, nos conmovió escuchar a esta humilde


hermana decir que durante las últimas semanas había estado
orándole a Jehová para que le mostrara si había algo malo en la
forma como lo adoraba. Más tarde, esa misma noche, le comenté
que mucho tiempo atrás, en la sección “Preguntas de los lectores”
de La Atalaya, se había explicado que para que el bautismo fuera
válido, era importante que lo efectuara un varón. Maria estaba
muy agradecida, pues sentía que esta era la respuesta a sus
oraciones. Aquella noche, en la bañera del apartamento, se
bautizó, rebosante de alegría. Habían pasado cincuenta años desde
su dedicación a Jehová, en 1944.”
EL ALIMENTO ESPIRITUAL CRUZA ONCE HUSOS
HORARIOS

Desde principios de 1991, Alemania y Finlandia empezaron a


enviar publicaciones a Rusia por correo en paquetes pequeños.
Ahora bien, en julio de 1993, el primer camión procedente de
Alemania llegó a Solnechnoye con 20 toneladas de publicaciones.
Desde allí, los camiones de la sucursal de Rusia comenzaron
varias rutas de distribución a Moscú, Bielorrusia y Kazajistán.
Claro está, había desafíos. Por ejemplo, para entregar las
publicaciones a Kazajistán, los hermanos tenían que recorrer
5.000 kilómetros (3.000 millas) solo de ida. Además, el cruce de
fronteras provocaba demoras, y durante el invierno, a veces los
camiones quedaban atrapados por la nieve.

Actualmente, Solnechnoye recibe unas 200 toneladas de


publicaciones al mes. Los choferes de Betel aprovechan cualquier
oportunidad para dar testimonio a los guardias fronterizos y los
agentes de aduana. A algunos de ellos les gusta leer información
basada en la Biblia. En cierta ocasión, cuando un policía revisaba
el camión de Betel, se dio cuenta de que pertenecía a una
organización religiosa, y comenzó a censurar en voz alta a la
religión en general. Entre otras cosas, contó que una vez lo había
insultado un sacerdote al que tuvo que detener por haber cometido
una grave infracción de tránsito. Los hermanos le hablaron de la
forma como Dios trata a la gente y del propósito que tiene para la
Tierra y la humanidad. El policía cambió su tono de voz y los
trató con amabilidad. Hasta les hizo preguntas, así que los
hermanos sacaron sus Biblias y mantuvieron una animadora
conversación con él. Aquello conmovió tanto al policía que dijo:
“Voy a buscar a los Testigos para seguir con esta conversación”.

De 1995 a 2001, la entrega de publicaciones en Vladivostok


(Extremo Oriente ruso) estuvo a cargo de la sucursal de Japón. De
Vladivostok se despachaban las publicaciones por mar a las
congregaciones de Kamchatka. Los hermanos de Vladivostok
entablaron amistad con algunos capitanes de barco que viajaban a
Kamchatka. De hecho, cierto capitán aceptó transportar las
publicaciones en su cabina sin cobrar, y hasta ayudó a subirlas al
barco. “No soy creyente —dijo a los hermanos—, pero quiero
hacer una buena obra. Ustedes me caen bien, y me gusta cómo
están organizados. Cuando llego al punto de entrega, no tengo que
esperar mucho para que descarguen el envío. Sus amigos son
como las aves: se abalanzan sobre las cajas y se las llevan en un
abrir y cerrar de ojos.”

NUEVAS NECESIDADES A CAUSA DEL CRECIMIENTO

Durante muchos años, La Atalaya en ruso fue una publicación


mensual de dieciséis páginas, un poco más grandes que las de la
edición actual. Todos los artículos de estudio se traducían al ruso
para los hermanos de la Unión Soviética, pero aparecían mucho
después que los artículos en inglés. De hecho, un artículo de
estudio podía demorarse en aparecer entre seis meses y dos años,
y los artículos secundarios tardaban aún más. A partir de 1981, la
revista La Atalaya en ruso fue una edición mensual de 24 páginas,
y desde 1985, una edición quincenal. La primera revista de 32
páginas a todo color que se imprimió al mismo tiempo que la
edición en inglés fue la del 1 de junio de 1990.

Tanja, una de las traductoras, dice: “Mirando atrás, sabemos que


mucho de lo que tradujimos y publicamos en aquellos años no
tenía el nivel de una traducción natural y fácil de entender. Pero,
en nuestras circunstancias, era lo mejor que podíamos hacer. Y
aquel alimento era lo que necesitaba la gente que se estaba
muriendo de hambre en sentido espiritual”.

Al quitarse las trabas a nuestra obra en las naciones que habían


pertenecido a la Unión Soviética, nuestras publicaciones podían
distribuirse con libertad. Los traductores rusos que trabajaban en
Alemania estaban ansiosos de recibir ayuda, y dos nuevos
factores contribuyeron a mejorar la calidad de la traducción. El
primero fue que, para su gran alegría, varios hermanos y
hermanas de Rusia y Ucrania pudieron trasladarse a la sucursal de
Alemania para recibir preparación como traductores. Los
primeros cinco llegaron el 27 de septiembre de 1991. Como
consecuencia, el equipo de traducción al ruso tuvo que
reestructurarse. Por supuesto, el proceso tuvo sus dificultades. Su
“madera” y sus “piedras” no se convirtieron en “oro” de la noche
a la mañana, sino que pasaron por todas las etapas que menciona
Isaías 60:17.

El segundo factor fue que los traductores al ruso comenzaron a


beneficiarse del apoyo del recién formado Departamento de
Servicios de Traducción. Además, se celebró un curso para
traductores en Betel de Alemania poco después de la llegada del
primer grupo de hermanos de Rusia.

Lo ideal es que la traducción a un idioma se haga en el país donde


se habla ese idioma. De modo que fue emocionante aquel día de
enero de 1994 cuando el equipo de traducción al ruso partió de la
sucursal de Alemania para instalarse en el Betel que se estaba
construyendo en Solnechnoye.

No obstante, las circunstancias de algunos traductores no les


permitieron unirse al éxodo. ¡Qué difícil fue para todos separarse!
Para quienes se iban resultó doloroso dejar a sus compañeros que,
por décadas, habían traducido calladamente para los hermanos
que vivían detrás de la cortina de hierro (o telón de acero). Así,
con los ojos inundados de lágrimas y tras muchos abrazos, el
grupo de diecisiete traductores partió de Selters el domingo 23 de
enero de 1994, junto con dos hermanos que servirían de
precursores especiales.
“YO SOY EL DIOS DEL PACIENTE”

Durante décadas, tanto los médicos como el resto del personal de


salud juzgaron las creencias religiosas de sus pacientes basándose
en su educación atea, así como en el extendido uso de la sangre en
la práctica médica soviética. Por consiguiente, siempre que los
Testigos solicitaban que se les tratara sin sangre, los médicos
reaccionaban con asombro o incluso con rudeza.

Era frecuente que les dijeran a los hermanos: “¡Aquí yo soy el


dios del paciente!”. Y si el paciente no estaba de acuerdo con lo
que el doctor decía, se le podía dar de alta en ese mismo instante.
Y no solo eso, sino que a menudo los opositores utilizaban la
postura bíblica de los Testigos respecto a la sangre para tratar de
que se proscribieran nuestras actividades en Rusia.

Por ello, en 1995 comenzó a funcionar la Sección de Información


sobre Hospitales en la sucursal de Rusia, cuyo objetivo sería
proveer al personal médico información exacta sobre la postura de
los testigos de Jehová. Se celebraron varios seminarios en los que
los ancianos de más de sesenta Comités de Enlace con los
Hospitales aprendieron a presentar información pertinente a
médicos y otros profesionales de la salud, y también a localizar
médicos dispuestos a atender a los pacientes Testigos sin usar
sangre.
En 1998 se celebró en Moscú una conferencia internacional
titulada “Alternativas a las transfusiones en cirugía”, que fue la
primera en su tipo y a la que asistieron más de quinientos médicos
de muchas regiones rusas, además de facultativos de otras
naciones. Entre los años 1998 y 2002, los médicos rusos
adquirieron suficiente experiencia para celebrar decenas de
conferencias similares en varias de las principales ciudades de
Rusia. Tales conferencias produjeron excelentes resultados.

El doctor A. I. Vorobyov, anterior ministro de Salud y hematólogo


jefe de la Federación Rusa, dirigió una carta oficial a los
abogados que estaban defendiendo los derechos de pacientes
Testigos. En ella señaló que, gracias a que la medicina ha revisado
su perspectiva sobre las transfusiones de sangre, “el índice de
muertes entre las mujeres que dan a luz en nuestro país se ha
reducido en un 34%”. Y añadió: “Antes, el sistema médico
informaba un índice de muertes mayor que el de Europa porque
aquí las parteras administraban sin necesidad transfusiones de
sangre durante el parto”.

En 2001, el Ministerio de Salud de la Federación Rusa envió una


serie de pautas a las instituciones médicas de toda la nación. Las
instrucciones indicaban que los médicos deberían respetar la
decisión del paciente de rechazar una transfusión de sangre por
cuestiones religiosas. Más tarde, en 2002, el Ministerio de Salud
ruso publicó el documento Instrucciones sobre el uso de
componentes de la sangre. El documento deja claro que solo se
puede transfundir sangre cuando se tiene por escrito el
consentimiento del paciente. Además, señala que cuando los
pacientes rechazan una transfusión de componentes sanguíneos
por razones religiosas, deben buscarse tratamientos alternativos.

Trabajar con los representantes de la Sección de Información


sobre Hospitales ayudó a muchos médicos a cambiar su actitud
sobre el uso de la sangre. Por ejemplo, un cirujano comentó: “De
boca de los pacientes [Testigos] y de ustedes escuché que su
rechazo a las transfusiones no es un simple capricho, sino que se
basa en un mandato bíblico. Así que decidí comprobarlo. Leí
todas las referencias bíblicas citadas en la documentación que me
entregaron, y después de reflexionar sobre el asunto, llegué a la
conclusión de que su postura verdaderamente se basa en la Biblia.
Pero ¿por qué nuestros sacerdotes no dicen nada sobre el tema?
Ahora, cuando surge esta cuestión, les digo a los demás médicos
que los Testigos son los únicos que hacen lo que dice la Biblia”.
En la actualidad, hay en Rusia más de dos mil médicos que
brindan tratamiento sin sangre a los pacientes Testigos.

SIRVEN CON ALEGRÍA EN SU ASIGNACIÓN

Arno y Sonja Tüngler —un matrimonio que se graduó de la


Extensión de la Escuela de Galaad en Alemania— han servido en
varias ciudades rusas desde octubre de 1993. ¿Cómo ha
progresado la obra de Jehová en los territorios donde han
predicado? Dejemos que nos lo cuenten ellos mismos.

Arno: “Pocas semanas después de llegar a nuestra asignación en


Moscú, mi esposa y yo comenzamos a participar en la Escuela del
Ministerio Teocrático. Pronuncié mi primer discurso en una
asamblea cuando solo llevaba seis semanas en Rusia. La
congregación a la que fuimos asignados contaba con unos ciento
cuarenta publicadores bautizados, pero su territorio era del
tamaño de un circuito en Alemania. El primer lugar en el que
predicamos estaba cerca de nuestro hogar de precursores. ¡Éramos
los primeros Testigos que predicaban allí de puerta en puerta!”.

Sonja: “Aunque apenas sabíamos ruso, a veces salíamos a


predicar solos en las calles. Hablábamos con la gente y les
entregábamos tratados y otras publicaciones. Recibimos mucho
apoyo de los hermanos. Eran tan buenos y pacientes... Siempre
estaban dispuestos a acompañarnos en el ministerio, y soportaban
de buena gana el poco ruso que chapurreábamos. Las personas del
territorio también nos trataban con consideración. Como la Unión
Soviética acababa de desintegrarse, la gente tenía mucho interés
en la religión”.

Arno: “Predicar de casa en casa y dirigir estudios bíblicos nos fue


de gran ayuda para aprender el idioma. En enero de 1994, cuando
solo hacía cuatro meses que habíamos llegado al país, ya
dirigíamos veintidós estudios; eso nos daba oportunidades de
sobra para escuchar y practicar el ruso que habla la gente en el día
a día.

”Era increíble la cantidad de personas que se bautizaban en las


asambleas. ¡Podía ser un 10% del auditorio, o incluso más! No
todas las congregaciones contaban con suficientes hermanos
capacitados para servir de ancianos y siervos ministeriales. Me
acuerdo de un anciano que servía de superintendente presidente
en cinco congregaciones al mismo tiempo. Una vez me pidió que
presentara el discurso de la Conmemoración en una de ellas. Los
804 asistentes tuvieron que salir en cuanto acabó la reunión, pues
había otra congregación esperando para usar el local. Sin
embargo, el hermano que iba a presentar la conferencia tuvo un
accidente de automóvil y no llegó a tiempo, así que me tocó
repetir el discurso. La asistencia fue de 796 personas. De modo
que, entre las dos congregaciones, a esa Conmemoración
asistieron 1.600 personas. Sin duda, en ese tiempo el interés por la
verdad era enorme.”

JEHOVÁ ‘ACELERA’ LA COSECHA

En su Palabra, Jehová prometió ‘acelerar’ la recolección de “las


cosas deseables” (Isa. 60:22; Ageo 2:7). En 1980 había 65
publicadores en San Petersburgo. A pesar de que la KGB los
vigilaba de cerca, estos hermanos se esforzaban por conversar con
sus vecinos sobre temas bíblicos. Para el año 1990, ya eran 170
los Testigos que predicaban de manera informal en las calles de la
ciudad. En marzo de 1991 se legalizó la obra de los Testigos en
Rusia, y en poco tiempo se formaron cinco congregaciones. Más
tarde, acontecimientos teocráticos como la asamblea internacional
de San Petersburgo en 1992 generaron un rápido crecimiento.
Tanto es así que para el año 2006, la ciudad contaba con más de
setenta congregaciones.

En 1995, en la ciudad de Astracán —cerca de la frontera con


Kazajistán— solo existía una congregación. Y aunque no había
ancianos ni siervos ministeriales, los hermanos celebraron una
asamblea de circuito y un día especial de asamblea. Pero ¿quién
presentó los discursos? Vinieron ancianos desde Kabardino-
Balkaria, que se encuentra a más de 700 kilómetros (430 millas)
de distancia. Los oradores no sabían cuántas personas se iban a
bautizar. Roman Skiba recuerda: “Otro anciano y yo llegamos dos
semanas antes de una de estas asambleas con la idea de salir al
ministerio con los hermanos y repasar las preguntas con quienes
deseaban bautizarse. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de
que no tendríamos tiempo para salir a predicar, pues había nada
menos que veinte candidatos”.

En 1999, los hermanos de Ekaterimburgo invitaron a la


Conmemoración a varios comerciantes de un mercado local.
Estos, a su vez, preguntaron si podían invitar también a sus
amigos. ¡Qué sorpresa se llevaron los Testigos cuando vieron
aparecer a unas cien personas! Aunque el local alquilado era
bastante grande, asistieron tantos que no todos pudieron sentarse.

ESTUDIOS BÍBLICOS CON GRUPOS DE CINCUENTA


PERSONAS

La predicación en el oblast de Ivanovo, cerca de Moscú, comenzó


a finales de 1991 cuando Pavel y Anastasia Dimov se mudaron
allí. El reto que tenían por delante no era fácil, pues en el
territorio vivían más de un millón de habitantes. ¿Por dónde
empezarían? Escogieron un método sencillo, pero eficaz: instalar
un puesto con folletos, revistas y libros en la plaza principal de la
ciudad. La gente que pasaba por allí se detenía a mirar, y a todos
los que se interesaban en la verdad —que eran muchos— se les
invitaba a una reunión para estudiar la Biblia. Aquellos estudios
bíblicos eran algo fuera de lo común, pues tenían lugar en locales
alquilados y contaban con una asistencia de hasta 50 personas. Se
dividían en dos partes, como si fueran reuniones de congregación.
En la primera se estudiaba el libro Usted puede vivir para siempre
en el paraíso en la Tierra, y en la segunda, un artículo de La
Atalaya. Se dirigían tres estudios de esta manera —cada uno en
una zona de la ciudad— tres veces a la semana. Además, cada
sesión duraba tres horas. Por supuesto, Pavel siempre indicaba en
su informe que dirigía tres estudios bíblicos. Un día le
preguntaron por qué tenía tan pocos estudios si, en promedio, los
publicadores tenían entre diez y veinte. Claro, no sabían que a
cada uno de esos tres estudios asistían unas cincuenta personas.
Muchas de ellas no tardaron en expresar su deseo de predicar, lo
cual fue prueba de que Jehová estaba bendiciendo ese método de
predicación. Un día, Pavel pidió que todo el que quisiera ser
publicador se quedara en el local al acabar el estudio. Nadie se
marchó, así que todos llegaron a hacerse publicadores. Pronto
comenzaron a verse más puestos de publicaciones en las plazas y
parques de la ciudad.

Entonces llegó el momento de cambiar a otra faceta del


ministerio: predicar de casa en casa. El problema era que muy
pocos lo habían hecho antes. Así que, ¿cómo iban a enseñarles?
Los Dimov saldrían a predicar, y todo el que quisiera aprender
simplemente los acompañaría. Pero eran tantos los que se
presentaban cada día, que en ocasiones Pavel salía a predicar con
diez publicadores al mismo tiempo. Lo mejor de todo era que a
las personas del territorio no parecía incomodarles. De hecho,
conversaban animadamente con el grupo, y algunos hasta los
invitaban a entrar.

Con el tiempo, los nuevos publicadores quisieron predicar más


allá de la ciudad de Ivanovo, así que se organizaron viajes a otras
ciudades del oblast. Se formaron grupos de 50 publicadores.
Comenzaban a predicar en el tren, y cuando llegaban a su destino,
se dividían en parejas. Mientras predicaban en los edificios de
apartamentos, invitaban a la gente a una reunión que tendría lugar
esa misma noche. Durante la reunión, los hermanos proyectaban
videos producidos por los testigos de Jehová y presentaban un
discurso. Al finalizar, se ofrecía un estudio bíblico a todo el
mundo, y quienes aceptaban les daban su dirección a los
hermanos. Gracias al trabajo realizado en esas ciudades, hoy
existen hasta cinco congregaciones en algunas de ellas.

En 1994 había solo 125 publicadores en Ivanovo. Sin embargo,


ese año asistieron 1.008 personas a la Conmemoración, y en la
asamblea de distrito se bautizaron 62 personas de ese lugar. ¡El
equivalente a una congregación en un solo día! En la actualidad
hay 1.800 proclamadores del Reino predicando en el oblast de
Ivanovo.

LOS OPOSITORES NO LOGRAN IMPEDIR LAS


ASAMBLEAS

En muchas ciudades era toda una odisea obtener permisos para


celebrar asambleas en los estadios. En Novosibirsk, un grupo de
manifestantes apoyados por el clero se colocó a la entrada del
estadio donde iba a celebrarse la asamblea. Una de sus pancartas
contenía la siguiente consigna en ruso: “Cuídense de los testigos
de Jehová”. Pero no se percataron de que la tinta de las dos
últimas letras de la primera palabra se había corrido, de forma que
en realidad decía: “Cuiden de los testigos de Jehová”.

Las autoridades locales pusieron muchas trabas a la celebración


de una asamblea de circuito en Omsk en 1998. Debido a la
presión de los opositores, obligaron al gerente del local a anular el
contrato con los Testigos a última hora, cuando ya estaban
llegando los asambleístas. El gerente, al ver que se estaban
reuniendo cientos de personas junto al local, rogó a los hermanos
que pidieran a la multitud que no recurriera a la violencia. Los
hermanos lo calmaron diciéndole que allí nadie iba a causar
ningún daño, ni a él ni a las instalaciones. De hecho, lo único que
hicieron los asambleístas fue tomarse tranquilamente unas fotos
de recuerdo y marcharse. El gerente del local quedó convencido
de que los testigos de Jehová son personas pacíficas. Finalmente,
la asamblea se celebró dos semanas después en otro lugar, y los
opositores no pudieron interrumpirla. ¿Por qué? Porque se
enteraron demasiado tarde, y cuando llegaron, el programa ya
estaba terminando.

UNA ASAMBLEA “BAJO LAS ESTRELLAS”

Una de las asambleas de distrito en lenguaje de señas estaba


programada para los días 22 al 24 de agosto de 2003 en la ciudad
de Stavropol (Caucasia). Llegaron asambleístas de 70 ciudades
rusas. Por desgracia, las autoridades municipales se oponían a su
celebración, y se temía que en cualquier momento se tuviera que
cancelar el programa. De hecho, el día antes de comenzar, el
gerente decidió no alquilarles el recinto. Menos mal que el mismo
viernes 22 de agosto los hermanos lograron contratar el local de
un circo.

El programa por fin comenzó a las 3.00 de la tarde. Sin embargo,


tras el descanso cortaron la energía eléctrica sin previo aviso. Los
asistentes esperaron sentados sin perder la paciencia. Una hora
después, cuando se restauró el servicio, la asamblea continuó
hasta acabar la sesión a las 9.30 de la noche.

El segundo día comenzó con un corte de corriente a las 9.30 de la


mañana. Un rato después se interrumpió también el suministro de
agua. ¿Cómo iba a continuar la asamblea sin agua ni electricidad?
El Comité de Asamblea tuvo que echar mano de todo su ingenio.
A las 10.50 de la mañana, aprovechando que el día era soleado,
abrieron todas las puertas del local, colocaron grandes espejos en
la calle y los orientaron para que la luz se reflejara sobre el orador.
Así, los asambleístas podían ver la plataforma. Pero la solución
no era la mejor, pues los rayos de luz deslumbraban al orador y le
impedían ver sus notas. ¿Qué hicieron los hermanos? Se les
ocurrió usar otros espejos para redirigir la luz hacia una enorme
bola de espejos que colgaba del techo. Enseguida la oscuridad del
circo dio paso a cientos de lucecitas parpadeantes, permitiendo
por fin que todos pudieran disfrutar del programa. Los asistentes
dijeron que fue como tener una singular asamblea “bajo las
estrellas”.

Poco después llegaron al recinto el alcalde de la ciudad y varios


funcionarios. Les sorprendió mucho ver que los Testigos habían
seguido con el programa. Pero lo que más les impresionó fue el
comportamiento de los asambleístas, pues todos estaban
prestando atención al programa sin protestar ni quejarse. El jefe
de policía, que antes había sido hostil con los Testigos, se sintió
tan conmovido que dijo: “En lo más profundo de mi ser yo estoy
con los testigos de Jehová. Lo triste es que vivimos en un mundo
que no los quiere”.

Poco después de irse los funcionarios, volvió la energía. Y aunque


los dos primeros días la sesión había terminado bastante tarde,
todos se quedaron para disfrutar del programa hasta la oración
final. Pese a toda la oposición, la asistencia no hizo más que
crecer cada día: 494 el viernes, 535 el sábado y 611 el domingo.
En la oración de conclusión se agradeció a Jehová que hubiera
hecho posible aquella sobresaliente asamblea. Los asambleístas
volvieron a casa muy alegres y con energías renovadas para servir
a Jehová y alabar su nombre.

LOS SORDOS ALABAN A JEHOVÁ

Entre los miles de asistentes a la asamblea de Polonia en 1990 que


procedían de la Unión Soviética había varios sordos. Tras recibir
ánimo espiritual en la asamblea, ese primer grupo de
“sembradores” redobló sus esfuerzos en la predicación. Así, para
el año 1992 podía decirse que esta parte del campo también estaba
lista para la siega, y que “la mies [iba a ser] mucha” (Mat. 9:37).
En 1997 se formó la primera congregación de lenguaje de señas, y
además había innumerables grupos por todo el país. En el año
2002 se alcanzó otro hito: la creación de un circuito en lenguaje
de señas, el más extenso del mundo. Para el año 2006, la
proporción en Rusia era de 1 publicador sordo por cada 300
personas sordas, mientras que entre los oyentes era de 1
publicador por cada 1.000.

En 1997, la sucursal de Rusia emprendió la tarea de traducir


publicaciones al lenguaje de señas. Yevdokia, una hermana sorda
que trabaja en el Departamento de Traducción al lenguaje de
señas, afirma: “Para mí, servir en Betel y traducir nuestras
publicaciones al lenguaje de señas es un privilegio muy especial.
La gente del mundo no confía en nosotros; nos tratan como si
fuéramos inferiores. Pero en la organización de Dios todo es
diferente. En primer lugar, veo que Jehová confía en los sordos
para que transmitamos la verdad en nuestro idioma. Y en segundo
lugar, nos sentimos muy a gusto en el pueblo de Dios y realmente
nos alegra formar parte de una familia tan grande”.

BUENAS NUEVAS EN TODOS LOS IDIOMAS


El idioma principal para el comercio y la educación en la Unión
Soviética era el ruso, pero allí se hablaban unos ciento cincuenta
idiomas más. Tras la desintegración en 1991 se formaron quince
naciones, y muchas de las personas que hablaban esas lenguas se
interesaron en la verdad, sobre todo en los nuevos países
independientes. Como dice Revelación 14:6, se ha hecho un
esfuerzo especial para llegar a personas de “toda nación y tribu y
lengua y pueblo” en este inmenso territorio. Para proporcionar el
alimento espiritual que necesitan las decenas de miles de nuevos
discípulos, se está publicando La Atalaya en otros catorce
idiomas. Además, a fin de facilitar la difusión de las buenas
nuevas, la sucursal rusa supervisa la traducción de publicaciones a
más de cuarenta idiomas. Gracias a ello, las verdades bíblicas
están llegando más rápido que nunca a lo más profundo del
corazón de la gente.

La mayoría de esas lenguas se hablan dentro de la Federación


Rusa. Por ejemplo, en las calles de Beslan y Vladikavkaz se oye
el osético; en la zona que circunda el lago Baikal se habla buriato
(un idioma emparentado con el mongol); los pastores de renos y
otros pobladores del Extremo Oriente ruso hablan yakuto (un
idioma altaico de la familia túrcica), y en el Cáucaso existen unos
treinta idiomas. Después del ruso, el segundo idioma en
importancia es el tártaro, que cuenta con más de cinco millones de
hablantes, en su mayoría de la región conocida como Tartaristán.
Aunque pocos tártaros están dispuestos a leer publicaciones en
ruso, casi todos las aceptan si se les ofrecen en su idioma. Durante
la campaña con el tratado Noticias del Reino núm. 35, cierta
mujer que vivía en una zona rural recibió un ejemplar, y más tarde
escribió solicitando el folleto Exige en tártaro. Una hermana le
envió el folleto junto con una carta, y la mujer envió una
entusiasta respuesta de ocho páginas. Poco después comenzó a
estudiar la Biblia con las publicaciones en tártaro. En otra
ocasión, un hombre dijo que leer el folleto ¿Se interesa Dios por
nosotros? en tártaro le había ayudado a ver el mundo con otros
ojos. Nada de esto hubiera sido posible sin la ayuda de
publicaciones en ese idioma.

Una mujer cuya lengua materna es el mari recibió el tratado


Noticias del Reino núm. 35 y lo leyó. Ella deseaba más
información, pero vivía en una zona rural donde no había
Testigos. Por tanto, aprovechó una visita a la ciudad para ponerse
en contacto con un testigo de Jehová, quien le entregó el libro
Conocimiento y otras publicaciones en ruso. Tan pronto las leyó,
se puso a predicar por su cuenta a los vecinos, y en poco tiempo
estaba dirigiendo un estudio a un grupo de personas interesadas.
Entonces se enteró de que se iba a celebrar un día especial de
asamblea en la ciudad de Izevsk, así que viajó allá con la
esperanza de bautizarse. No obstante, en la asamblea descubrió
que quienes quieren bautizarse deben realizar primero un estudio
profundo de la Biblia. Como es natural, los hermanos hicieron
planes para ayudarla a progresar espiritualmente. ¡Y todo
comenzó con un tratado en mari!

En Vladikavkaz había una sola congregación de habla osética. En


las asambleas de circuito y distrito no se traducía ninguna parte
del programa a ese idioma, pero en 2002 por fin se empezaron a
traducir los discursos. ¡Los hermanos osetos no cabían en sí de
alegría! Hasta los que hablaban ruso con fluidez comentaron que
les había conmovido profundamente escuchar el mensaje de la
Biblia en su lengua natal. Gracias a ello, la congregación se
fortaleció en sentido espiritual, y con el tiempo muchos osetos se
fueron sintiendo atraídos a la verdad. Debido al crecimiento, en
2006 se organizó un circuito en la región, y por primera vez se
celebraron asambleas de circuito en osético.

Durante la visita de los superintendentes de circuito y distrito a un


grupo en la remota localidad de Aktash, en la república de Altái,
se reunieron unas treinta personas en un solo apartamento. ¡Y eso
que el grupo apenas constaba de unos cuantos publicadores! Todo
el auditorio escuchó la conferencia pública, pero cuando el
superintendente de distrito comenzó su discurso de servicio, casi
la mitad se marchó. Al acabar la reunión, el superintendente de
distrito preguntó a los hermanos por qué se habían ido tantas
personas. Una mujer de edad avanzada le contestó en un ruso muy
básico: “Usted hace un trabajo muy importante, ¡pero yo no le
entendí nada!”. Para la siguiente visita, el superintendente de
circuito utilizó un intérprete, y esta vez todo el auditorio escuchó
la reunión completa.

En Voronez viven muchos estudiantes extranjeros. Por eso, un


siervo ministerial que habla chino organizó en el año 2000 varios
cursos no oficiales para enseñar el idioma. Muchos Testigos
aceptaron el reto y comenzaron a predicar a los estudiantes
chinos. Los hermanos tuvieron que ser tenaces, pues se trata de
una lengua muy compleja. Por fin, en febrero de 2004 se formó el
primer estudio de libro en chino de la ciudad. El primer estudiante
de la Biblia se bautizó en abril, y el segundo, dos meses después.
Hoy hay un buen número de personas que asiste con regularidad
al estudio de libro, y se dirigen unos quince estudios bíblicos en
chino. Las buenas nuevas están llegando a todo rincón de este
enorme país, y la sucursal está trabajando para satisfacer las
peticiones de que se publique alimento espiritual en más y más
idiomas.

CAPACITACIÓN PARA LOS PRECURSORES

La Escuela del Servicio de Precursor comenzó a celebrarse en


Rusia hace varios años. Cada clase se compone de entre veinte y
treinta precursores, y la mayoría no tiene que viajar grandes
distancias para asistir al curso. Ahora bien, no fue así en las
primeras escuelas. Roman Skiba relata: “La escuela de
precursores que más recuerdo es la de Ekaterimburgo en 1996.
Allí había más de cuarenta hermanos y hermanas, algunos de los
cuales habían tenido que viajar cientos de kilómetros; en ciertos
casos, casi 1.000 kilómetros [más de 600 millas]”.

Desde 1997, Svetlana sirve de precursora regular en una


congregación de lenguaje de señas, y en enero de 2000 asistió a la
escuela de precursores en ese idioma. Ella explica que la escuela
la ayudó a mejorar su ministerio y a comprender lo que significa
ser un verdadero cristiano en la familia y en la congregación. “Mi
amor al prójimo creció —dice—, y empecé a valorar la
importancia de colaborar con los hermanos y aceptar de buena
gana los consejos. También mejoró mi forma de enseñar, pues
ahora utilizo ejemplos y comparaciones.”

Alyona es una precursora que lleva la verdad a los sordos de la


ciudad de Jabárovsk, en el Extremo Oriente ruso. Ella quería
asistir a la Escuela del Servicio de Precursor en lenguaje de señas,
pues deseaba ser más eficaz en la predicación. ¿Qué obstáculo
tuvo que vencer? Alyona relata: “La escuela en lenguaje de señas
más cercana se celebró en Moscú, a 9.000 kilómetros [5.600
millas] de Jabárovsk. Tuve que viajar ocho días en tren para
llegar, y otros tantos para volver a casa”. Con todo, ella está
convencida de que el esfuerzo que hizo mereció la pena.

Además de las ya mencionadas, de 1996 a 2006 se celebraron


cientos de escuelas de precursores en Rusia. La capacitación que
recibieron los precursores ha contribuido mucho al crecimiento en
las congregaciones. Marcin, que ahora mismo es superintendente
de circuito, recuerda: “En 1995 fui nombrado precursor especial,
y me asignaron a la Congregación Kuntsëvo, en Moscú. La
primera vez que estuve presente en el discurso público y el
Estudio de La Atalaya, la asistencia fue de unas cuatrocientas
personas. ¡Parecía una asamblea! Por aquella época, la
congregación se componía de trescientos publicadores. Y en
menos de diez años ya se habían formado diez nuevas
congregaciones.

”Entre 1996 y 1997, ya como superintendente viajante, vi crecer


el circuito donde servía a un ritmo espectacular. En cierta ocasión
visité una congregación en Volzskij, en el oblast de Volgogrado.
Cuando regresé seis meses después, había setenta y cinco
publicadores más que en la visita anterior. ¡Era como si se hubiera
formado una congregación nueva! No hay palabras para describir
el espíritu tan entusiasta de aquellos nuevos publicadores. A las
reuniones para el servicio del campo, que se celebraban en un
apartamento, solían asistir más de ochenta personas. Como no
había suficiente espacio, muchos tenían que quedarse de pie
afuera, en las escaleras.”

LOS JÓVENES GLORIFICAN A JEHOVÁ


Muchos jóvenes se interesan en el mensaje del Reino pese a la
oposición de sus padres. Una hermana joven relata: “Los testigos
de Jehová predicaron a mis padres en 1995, cuando yo tenía
nueve años. Ellos no aceptaron la verdad, pero yo sí quería
aprender sobre Dios. Una compañera de clase amiga mía empezó
a estudiar la Biblia, así que aproveché la ocasión y me uní a ella.
Pero en cuanto mis padres se enteraron, me prohibieron ver a los
Testigos. A veces hasta me dejaban encerrada en nuestro
apartamento para que no pudiera ir al estudio. La situación
continuó así hasta que alcancé la mayoría de edad y me mudé a
otra ciudad para continuar mi educación académica. Allí encontré
a los Testigos y retomé mi estudio de la Biblia. ¡Estaba tan
contenta! Mi amor por Jehová creció muchísimo, y me bauticé en
la asamblea de distrito de 2005. Inmediatamente me hice
precursora auxiliar. La verdad ha sido muy importante para mí
desde que era niña, y ahora por fin mis padres la ven de manera
favorable”.

Otra hermana narra: “En 1997, cuando yo tenía 15 años, los


Testigos me ofrecieron un ejemplar de ¡Despertad! Me gustó
mucho el nombre de la revista y su contenido, así que decidí que
quería recibirla habitualmente. Pero cuando mi padre se enteró de
que yo leía esa revista, les dijo a los Testigos que no volvieran. Un
día mi prima empezó a estudiar la Biblia, así que a principios de
2002 comencé a asistir al Salón del Reino con ella. Allí me enteré
de que algunos testigos de Jehová son misioneros, y me entró un
intenso deseo de enseñar a las personas sobre Dios. Sin embargo,
mi prima me aclaró que primero tenía que dejar de fumar, adaptar
mi vida a la voluntad de Dios y convertirme en una de sus siervas.
Seguí sus consejos, y seis meses después me bauticé y comencé
de inmediato a servir de precursora auxiliar. Hoy me siento muy
feliz, pues le he encontrado sentido a la vida”.

EN BUSCA DE “LAS COSAS DESEABLES” DE SAJÁ

Uno de los circuitos de Rusia abarca el oblast de Amur y toda la


región de Sajá. Durante el año de servicio 2005 se celebró por
primera vez una asamblea de circuito y un día especial de
asamblea en Yakutsk, la capital de Sajá. Fue muy agradable ver
reunidos allí a miembros de la etnia local.

Para comodidad de los hermanos, este gran circuito se dividió en


cinco secciones, cada una de las cuales disfrutaría de su propia
asamblea. A fin de llegar de una localidad a otra, los
superintendentes viajantes tenían que desplazarse un día entero en
tren, luego quince horas en auto y, finalmente, tres horas en avión.

El invierno allí es muy crudo, con temperaturas de 50 °C bajo


cero (-60 °F), o incluso menos. Pese a ello, los publicadores no
predican únicamente en el interior de los edificios de
apartamentos, sino también en las casas a la intemperie.
A principios de 2005 se formaron dos grupos de publicadores. El
primero está en Khayyr, un pueblo situado a 80 kilómetros (50
millas) de la costa del mar de Laptev, más allá del círculo polar
ártico. Su población es de 500 personas, y cuatro de ellas son
Testigos. Sin embargo, en el año 2004 asistieron 76 personas a la
Conmemoración. Para visitar este grupo, el superintendente de
circuito primero tiene que viajar unos 900 kilómetros (560 millas)
en avión, y luego 450 kilómetros (más de 280 millas) en
automóvil por carreteras nevadas.

El otro grupo se encuentra en Ust-Nera, un apartado pueblo a 100


kilómetros (60 millas) de Oymyakon. En esta región, las
temperaturas en invierno pueden llegar hasta los 60 °C bajo cero
(-75 °F). A fin de asistir a la asamblea de circuito el año pasado,
los publicadores de este grupo se repartieron en dos automóviles.
Para llegar, tuvieron que viajar unos 2.000 kilómetros (1.200
millas) por lugares inhóspitos y remotos a unos 50 °C bajo cero (-
60 °F).

El superintendente de circuito relató la siguiente anécdota,


ocurrida a 4.000 metros (13.000 pies) de altura: “Durante la
campaña con el folleto ¡Manténgase alerta! se llevaron a cabo
varias asambleas. El superintendente de distrito y yo nos
encontrábamos volando hacia una de ellas. Como nos habíamos
quedado sin el folleto Alerta, le ofrecimos a la azafata el folleto
¿Qué exige Dios de nosotros? Ella nos respondió que ya le habían
entregado publicaciones bíblicas. Para nuestra sorpresa, incluso
nos mostró su propio ejemplar del folleto Alerta. Desde luego, nos
alegró mucho ver que los hermanos estaban haciendo tan bien su
labor. Mientras hablábamos, el copiloto se acercó a nosotros y se
unió a la conversación. De hecho, nos pasamos casi todo el vuelo
charlando. La conversación le gustó tanto al señor que se llevó
varias revistas para compartirlas con la tripulación en la cabina de
mando”.

LAS BUENAS NUEVAS LLEGAN A SAJALÍN

Los Testigos llegaron por primera vez a Sajalín, una isla situada al
norte de Hokkaido (la isla más septentrional de Japón), hacia
finales de los años setenta. Los hermanos de Vladivostok que
coordinaban la predicación en aquella zona le propusieron a
Sergey Sagin que ampliara su ministerio y se trasladara a la isla
para predicar. Tras mudarse y conseguir empleo en el puerto,
Sergey procuró iniciar conversaciones sobre temas bíblicos con
sus compañeros de trabajo. En poco tiempo ya estaba dirigiendo
varios estudios bíblicos. Posteriormente tuvo que abandonar la
isla, pero las semillas de la verdad que plantó acabaron dando
fruto.

Las asambleas celebradas en Polonia en 1989 y 1990 animaron a


muchos Testigos rusos a ampliar su ministerio y mudarse a donde
hubiera más necesidad. Ejemplos de ello son Sergey y Galina
Averin, quienes se mudaron en 1990 de Jabárovsk —en el
Extremo Oriente ruso— a Korsakov, en la isla de Sajalín. Pocos
meses después, dos precursores y varios publicadores se fueron a
vivir a Yuzhno-Sajalinsk, donde solo había un Testigo.

Uno de aquellos dos precursores era Pavel Sivulsky, quien hoy día
sirve en Betel y es hijo del Pavel Sivulsky citado anteriormente.
Él relata: “Cuando llegamos a Yuzhno-Sajalinsk no teníamos
donde vivir, así que un hermano y yo nos quedamos en un hotel.
Nos pusimos a predicar en las casas cercanas, y durante las
conversaciones preguntábamos a la gente si disponía de
alojamiento para alquilar. Algunas personas interesadas nos
preguntaban adónde podían ir para seguir aprendiendo sobre la
Biblia, pero lo único que podíamos hacer era decirles que
dormíamos en un hotel, y que tan pronto encontráramos una
residencia fija los invitaríamos. Le rogamos a Jehová que nos
ayudara a encontrar casa y trabajo, y él respondió nuestras
oraciones, pues en poco tiempo conseguimos ambas cosas. Una
señora nos ofreció alojamiento. Como no nos pedía ningún dinero
y hasta nos preparaba comida, disponíamos de más tiempo para
predicar. Sin duda, Jehová estaba con nosotros. Poco después ya
dirigíamos muchos estudios bíblicos, e incluso organizamos
grupos de estudio de libro. Dos meses más tarde alquilamos una
casa y empezamos a celebrar allí las reuniones”.

La congregación siguió creciendo, y un gran número de


publicadores nuevos se hicieron precursores. Como tenían
auténtico espíritu de precursor, muchos se mudaron a otros
lugares de la isla para llevar la verdad a sus habitantes. Tres años
después, en 1993, ya habían surgido ocho nuevas congregaciones.
Sin duda, Jehová bendijo en abundancia su entusiasmo en la
predicación.

Con el tiempo, muchos publicadores se marcharon de la isla


debido a la mala situación económica, y también para extender su
ministerio. Y al igual que sucedió en el pasado, sus esfuerzos
fueron recompensados con más crecimiento. Hoy día, en el centro
de Yuzhno-Sajalinsk hay un hermoso Salón del Reino, y la isla
cuenta con un circuito formado por nueve congregaciones y
cuatro grupos.

LA PUERTA SE ABRE A PESAR DE LA OPOSICIÓN

En el siglo primero, el apóstol Pablo dijo: “Una puerta grande que


conduce a la actividad se me ha abierto, pero hay muchos
opositores” (1 Cor. 16:9). Desde entonces han pasado dos mil
años, pero sigue habiendo mucha oposición. La fiscalía de Moscú,
por ejemplo, inició cuatro procesos penales contra los testigos de
Jehová entre 1995 y 1998. Los acusaron de incitar a la
intolerancia religiosa, de destrozar familias, de estar implicados
en actividades contra el Estado y de violar los derechos de los
ciudadanos. En 1998, al ver que no podían probar sus
acusaciones, interpusieron una demanda de tipo civil contra los
Testigos basándose en las mismas acusaciones infundadas.

Al año siguiente, el Ministerio de Justicia volvió a registrar


legalmente al Centro Administrativo de los Testigos de Jehová de
Rusia, reconociendo que ni los testigos de Jehová ni sus
publicaciones fomentan el odio religioso, ni destrozan familias ni
violan los derechos humanos. Pero a la fiscalía no le importó y
presentó los mismos cargos otra vez.

Varios catedráticos de Estudios Religiosos admiten que las


creencias de los testigos de Jehová están basadas exclusivamente
en la Biblia. El doctor N. S. Gordienko, especialista en Estudios
Religiosos de la Universidad Pedagógica Estatal Herzen de San
Petersburgo, dijo: “Los expertos no se dan cuenta de que, cuando
acusan a los testigos de Jehová por sus creencias, en realidad
están haciendo acusaciones contra la Biblia”.

Pese a todo, el Tribunal de la Ciudad de Moscú dictaminó que las


actividades de los testigos de Jehová de Moscú eran ilegales. No
obstante, esto no ha impedido que los hermanos continúen
cumpliendo el mandato bíblico de predicar las buenas nuevas. Los
testigos de Jehová creen firmemente que los moscovitas deben
escoger por sí mismos sus creencias religiosas. Limitar ese
derecho sería una violación de las libertades de todos y cada uno
de los moscovitas. Por consiguiente, los Testigos de Moscú no
dejarán de cumplir el mandato de Jesucristo de predicar y hacer
discípulos (Mat. 28:19, 20). Al día de hoy, el Tribunal Europeo de
Derechos Humanos está analizando la decisión que tomó el
Tribunal de la Ciudad de Moscú.

En septiembre de 1998, cuando comenzaron las audiencias para la


posible disolución de la organización de los testigos de Jehová de
Moscú, había 43 congregaciones en la ciudad. ¡Ocho años
después había 93! Sin duda, Jehová está cumpliendo la promesa
que hizo a su pueblo: “Sea cual sea el arma que se forme contra ti,
no tendrá éxito” (Isa. 54:17). En el año 2007, los testigos de
Jehová celebraron su asamblea de distrito en el estadio Luzhniki
de Moscú, el mismo que fue sede de los Juegos Olímpicos. La
asistencia fue de 29.040, y se bautizaron 655 personas.

EL NOMBRE DE DIOS SE HA HECHO GRANDE EN RUSIA

Según Malaquías 1:11, Jehová Dios dijo: “Desde el nacimiento


del sol aun hasta su puesta mi nombre será grande entre las
naciones”. Cada amanecer nos da una nueva oportunidad de
encontrar a más ovejas en este inmenso país. El pasado año de
servicio se bautizaron más de siete mil personas en Rusia, lo cual
es prueba evidente de que el “Zar de zares” (como se llama a
Jesucristo en la Biblia en ruso) apoya a sus súbditos en esta obra
(Mat. 24:14; Rev. 19:16).
El apóstol Pedro advirtió: “El día de Jehová vendrá como ladrón”
(2 Ped. 3:10). Por ello, los testigos de Jehová que viven en Rusia
están decididos a aprovechar el tiempo que queda para buscar a
las personas de buena disposición de toda nación, tribu, lengua y
pueblo.

[Notas]

Un oblast es una división administrativa equivalente a una


provincia.

Un kray equivale a un territorio, región o provincia.

Véase el artículo “Los altaicos: un pueblo al que le cobramos


mucho cariño”, de ¡Despertad! del 22 de junio de 1999.

[Comentario de la página 110]

“Si en los registros se hubiera encontrado cualquier cosa, hasta


una gota de sangre derramada por ustedes, les habríamos pegado
un tiro a todos”

[Comentario de la página 128]


“Si los dejamos en libertad, muchos ciudadanos soviéticos se les
unirán. Por eso es que los vemos como una seria amenaza para
nuestro Estado”

[Comentario de la página 219]

“Sus amigos son como las aves: se abalanzan sobre las cajas y se
las llevan en un abrir y cerrar de ojos”

[Ilustración y recuadro de la página 69]

Siberia

¿Cómo se imagina usted Siberia? ¿Como una zona remota e


inhóspita en la que los inviernos son extremadamente crudos?
¿Como una región desolada a la que se deportaba a los
delincuentes y a los disidentes del gobierno soviético? Pues está
en lo cierto, pero ¿qué más podemos decir de Siberia?

Siberia es inmensa, más grande que Canadá (el segundo país más
extenso del mundo). Actualmente, su territorio abarca más de
13.000.000 de kilómetros cuadrados (5.000.000 de millas
cuadradas). Limita al oeste con los montes Urales, al norte con el
océano Glacial Ártico, al este con el océano Pacífico y al sur con
Mongolia y China. También es rica en recursos naturales —
madera, petróleo y gas natural— y tiene cordilleras, llanuras,
ciénagas, lagos y grandes ríos.

Siberia fue, efectivamente, un lugar de confinamiento, trabajos


forzados y exilio durante unos ciento cincuenta años. En las
décadas de 1930 y 1940, Josif Stalin envió a millones de personas
a los campos de trabajos forzados de esa región. Y en 1949 y
1951, unos nueve mil testigos de Jehová de Moldavia, las
repúblicas bálticas y Ucrania fueron deportados a Siberia.

[Ilustraciones y recuadro de las páginas 72 y 73]

Información general

Territorio

Rusia es el país más extenso del mundo: ocupa una superficie de


17.075.400 kilómetros cuadrados (6.592.800 millas cuadradas).
De norte a sur mide 3.000 kilómetros (1.850 millas), y de este a
oeste —a lo largo del círculo polar ártico— mide 7.700
kilómetros (4.800 millas), o sea, se extiende por casi la mitad del
hemisferio norte y abarca nada menos que... ¡once husos horarios!
En Rusia se encuentra el pico más alto y el río más largo de
Europa, así como el lago más profundo del planeta.
Población

Aunque el 80% de la población es rusa, hay más de setenta grupos


étnicos, cuyas poblaciones oscilan entre unos cuantos miles de
personas y más de un millón.

Idioma

El idioma oficial es el ruso, y lo hablan casi todos los ciudadanos.


Pero se hablan más de cien lenguas, y algunas son el idioma
materno de cerca de un millón de personas.

Recursos económicos

Rusia es uno de los principales productores de petróleo y gas


natural del mundo. También se destaca por la silvicultura —es
decir, el cuidado y explotación de los bosques—, la minería y una
variada producción industrial.

Alimentación

Tiene suculentos platos de carne, pescado, col o requesón que se


acompañan con pan de centeno, papas y trigo sarraceno. La
cocina rusa es rica en grasas y carbohidratos, pues tiene que
proporcionar a la gente la energía necesaria para aguantar los
largos y fríos inviernos. Entre sus platos típicos están los pelmeni
(parecidos a los raviolis), que se comen en sopa o con crema agria
por encima, y los piroshki (especie de empanadilla) rellenos de
col, carne, queso o papa. Dos sopas que gustan mucho son el
borsch (sopa de remolacha) y el shchi (sopa de col fresca).

Clima

El verano es caluroso, y el invierno frío y oscuro. Estas dos son


las estaciones dominantes, pues, en Rusia, la primavera y el otoño
son muy breves.

(Hay mapas de Rusia en las páginas 116 y 167)

[Ilustraciones]

El Kremlin

El monte Elbrus (Kabardino-Balkaria)

Oso pardo en la península de Kamchatka

[Recuadro de las páginas 92 y 93]


La lucha por captar adeptos

El gobierno soviético no pretendía exterminar a los Testigos, sino


convertirlos a la ideología soviética, bien mediante la persuasión,
bien mediante la fuerza. Para conseguir su objetivo se valieron del
Comité de Seguridad del Estado (KGB). A continuación aparecen
algunos de los métodos que utilizaba la KGB.

Registros domiciliarios. Registraban las casas de los Testigos,


incluso por la noche. Lo hacían con tanta frecuencia que algunas
familias se vieron obligadas a mudarse a otro lugar.

Vigilancia. Además de intervenir el teléfono y el correo de los


hermanos, colocaban micrófonos ocultos en sus casas.

Imposición de multas por reunirse. En toda Rusia, las autoridades


locales trataban de averiguar dónde se congregaban los hermanos,
interrumpían las reuniones y multaban a los asistentes. Con
frecuencia, la multa ascendía a la mitad del salario mensual
promedio, o incluso más.

Soborno y chantaje. A algunos Testigos, la KGB les prometió


apartamentos en el centro de Moscú y también automóviles a
cambio de su colaboración. En muchos casos, a los hermanos les
decían que si no colaboraban pasarían años en campos de trabajos
forzados.

Propaganda. En el cine, la televisión y la prensa se pintaba a los


Testigos como una amenaza para la sociedad. En las cárceles y los
campos de trabajos forzados incluso se daban discursos en los que
se acusaba a los hermanos de, supuestamente, utilizar la Biblia
como excusa para promover sus ideas políticas. Toda aquella
propaganda hizo que los Testigos sufrieran un trato
discriminatorio: los niños recibían bajas calificaciones y a los
trabajadores se les negaban los beneficios o las vacaciones que les
correspondían.

Infiltración. Hubo agentes de la KGB que, fingiendo interés en el


mensaje del Reino, estudiaron la Biblia con los Testigos y
llegaron a bautizarse. Algunos hasta consiguieron ocupar puestos
de responsabilidad en la organización. Querían detener la
predicación creando divisiones y levantando sospechas entre los
hermanos.

Deportación. A muchos Testigos se les envió a zonas remotas del


territorio nacional, donde tuvieron que efectuar agotadores
trabajos físicos durante doce horas diarias para ganarse a duras
penas la vida. En invierno tenían que soportar un frío glacial, y en
verano, las picaduras de mosquitos y tábanos.
Confiscación y separaciones. Les confiscaron sus tierras, sus
casas y sus bienes. Hubo niños que fueron separados de sus
padres Testigos.

Burlas y palizas. Muchos Testigos, incluidas mujeres, recibieron


insultos, burlas y, en algunos casos, hasta palizas brutales.

Encarcelamiento. El encarcelamiento tenía el objetivo de obligar a


los Testigos a renunciar a su fe o aislarlos de sus hermanos.

Campos de trabajos forzados. Los hermanos de los campos


estaban exhaustos. Muchas veces tenían que cavar en la tierra
para sacar enormes tocones de árboles. También trabajaban en las
minas de carbón, en la construcción de carreteras y tendiendo
líneas de ferrocarril. Los prisioneros vivían en barracones,
separados de sus familias.

[Ilustración y recuadro de las páginas 96 y 97]

Fui sentenciado a muerte dos veces

PYOTR KRIVOKULSKY

AÑO DE NACIMIENTO 1922


AÑO DE BAUTISMO 1956

OTROS DATOS Antes de aprender la verdad, había estudiado en


un seminario. Pasó veintidós años en diversas prisiones y campos
de trabajos forzados. Falleció en 1998.

EN 1940, los Testigos polacos empezaron a predicar en la región


de Ucrania donde yo vivía. A mí me visitó un hermano ungido
llamado Korney. Estuvimos hablando toda la noche, y quedé
convencido de que lo que me había dicho acerca de Dios era la
verdad.

En 1942, las fuerzas soviéticas se retiraron de mi región debido al


avance de las tropas alemanas. Reinaba la anarquía. Los
nacionalistas ucranianos me presionaron para que luchara a su
lado en contra de los alemanes y de los soviéticos. Cuando les dije
que no iba a hacerlo, me golpearon hasta dejarme inconsciente y
me arrojaron a la calle. Aquella misma noche regresaron por mí y
me llevaron a un lugar de ejecución en masa. Una vez allí,
volvieron a preguntarme si serviría al pueblo ucraniano. Al oírme
decir con voz fuerte y firme: “¡Solo serviré a Jehová Dios!”, me
sentenciaron a muerte. En el momento en que uno de los soldados
dio la orden de disparar contra mí, otro intervino y, agarrando el
arma, gritó: “¡No dispares! Todavía puede sernos útil”. Otro
hombre, lleno de ira, se puso a golpearme y juró matarme él
mismo en menos de una semana, pero a los pocos días lo mataron
a él.

En marzo de 1944, las tropas soviéticas regresaron a nuestra


región y se llevaron a todos los hombres, incluido yo. Esta vez era
el ejército soviético el que necesitaba combatientes. En el lugar
donde nos reunieron había setenta Testigos, entre ellos Korney, el
hermano que me había dado a conocer la verdad. Nos
manteníamos separados de los otros hombres y nos animábamos
unos a otros. En cierto momento se nos acercó un oficial y nos
preguntó por qué no estábamos junto a los demás. Korney le
explicó que éramos cristianos y que no podíamos tomar las armas.
Inmediatamente se lo llevaron y nos dijeron que lo iban a fusilar.
No lo volvimos a ver más. A continuación se pusieron a
amenazarnos con fusilarnos a todos, como habían hecho con él, y
nos fueron preguntando uno por uno si nos alistaríamos en su
ejército. Cuando me tocó el turno y dije que no lo haría, tres
soldados y un oficial me llevaron al bosque. El comandante leyó
la sentencia del tribunal militar: “Por negarse a llevar el uniforme
y tomar las armas, será ejecutado por un pelotón de fusilamiento”.
Oré fervientemente a Jehová, y luego empecé a preguntarme si
me aceptaría como siervo suyo, pues aún no había tenido la
oportunidad de bautizarme. De pronto oí al comandante gritar:
“¡Disparen contra el enemigo!”. Pero los soldados dispararon al
aire. Entonces el oficial se puso a golpearme. Me sentenciaron a
diez años de prisión y terminé en uno de los campos de trabajos
forzados del oblast de Gorki, en el interior de Rusia.
En 1956 me pusieron en libertad, y posteriormente me casé con
Regina, una Testigo muy fiel. Solo llevábamos casados seis meses
cuando me detuvieron inesperadamente y me sentenciaron a otros
diez años de prisión.

Cuando por fin salí en libertad, un oficial me dijo: “En tierras


soviéticas no hay lugar para ti”. Estaba equivocado. ¡Qué
reconfortante es saber que la Tierra pertenece a Jehová y que es él
quien determina quién vivirá para siempre en ella! (Sal. 37:18.)

[Ilustración y recuadro de las páginas 104 y 105]

“Muchachas, ¿hay entre ustedes alguna testigo de Jehová?”

YEVGENIA RYBAK

AÑO DE NACIMIENTO 1928

AÑO DE BAUTISMO 1946

OTROS DATOS De origen ucraniano, se la llevaron por la fuerza


a Alemania, donde aprendió la verdad. Continúa sirviendo
fielmente a Jehová en Rusia.
UN DOMINGO llegó hasta mi ventana un cantar melodioso.
Quienes cantaban eran testigos de Jehová. Al poco tiempo, yo ya
estaba asistiendo a sus reuniones. No podía entender por qué los
alemanes perseguían a otros alemanes por cuestiones de religión.
Mis amigos ucranianos, los mismos con los que había llegado a
Alemania, comenzaron a odiarme porque me juntaba con
alemanes. Una de mis amigas me gritó en cierta ocasión y me
golpeó en la cara, y las otras se echaron a reír.

Regresé a Ucrania cuando recuperé la libertad, en 1945. En casa,


mi abuelo me dijo: “Tu mamá se volvió loca. Tiró todos sus
iconos y ahora tiene otro dios”. Cuando nos quedamos solas,
mamá tomó una Biblia y me leyó un pasaje donde dice que Dios
odia la idolatría. Luego me confesó que estaba asistiendo a las
reuniones de los testigos de Jehová. Me arrojé a su cuello, y
llorando le dije al oído: “Mamita, yo también soy testigo de
Jehová”. Las dos lloramos de alegría.

Mamá era muy entusiasta en el ministerio cristiano. Y puesto que


la mayoría de los varones estaban en los campos de trabajos
forzados, ella ocupó el puesto de siervo de grupo. Su ejemplo
infundió en mí el mismo tipo de celo.

En 1950 me arrestaron por participar en actividades religiosas, y


el tribunal me condenó a diez años en un campo de trabajos
forzados. Nos llevaron a cinco hermanas a Usolje Sibirskoje
(Siberia). Allí construimos vías de ferrocarril a partir de abril de
1951. Entre dos mujeres cargábamos sobre los hombros los
pesados durmientes. Y con nuestras propias manos cargábamos y
colocábamos rieles de 10 metros [11 yardas] de largo y 320 kilos
[700 libras] cada uno. Era un trabajo muy agotador. Pero cierto
día, justo cuando volvíamos a casa completamente agotadas, se
detuvo junto a nosotras un tren lleno de prisioneros. Asomándose
por la ventana de un vagón, un hombre preguntó: “Muchachas,
¿hay entre ustedes alguna testigo de Jehová?”. El cansancio
desapareció al instante. “¡Aquí estamos cinco!”, gritamos. Los
prisioneros eran nuestros queridos hermanos y hermanas
desterrados de Ucrania. Durante el tiempo que el tren se quedó
parado, nos contaron con mucha emoción lo que había ocurrido y
cómo los habían deportado. Luego, los niños nos recitaron
algunos poemas que los mismos hermanos habían escrito. Ni
siquiera los soldados nos interrumpieron, así que pudimos tener
un rato de compañerismo y animarnos unos a otros.

Luego, de Usolje Sibirskoje nos trasladaron a un campo enorme


cerca de Angarsk. Las veintidós hermanas que ya estaban allí
tenían todo bien organizado, incluso tenían territorios para
predicar. Así fue como pudimos sobrevivir en sentido espiritual.

[Ilustración y recuadro de las páginas 108 y 109]


Varias veces en “el último rincón”

NIKOLAI KALIBABA

AÑO DE NACIMIENTO 1935

AÑO DE BAUTISMO 1957

OTROS DATOS En 1949 lo deportaron al oblast de Kurgan


(Siberia).

TENÍAMOS la impresión de que las autoridades vigilaban a cada


Testigo de la Unión Soviética. No era una vida fácil, pero Jehová
nos dio sabiduría. Me arrestaron en abril de 1959 por participar en
actividades religiosas. Como yo no quería entregar a ninguno de
mis hermanos, decidí negar cualquier cosa que me preguntaran.
Así, cuando el inspector me señaló varias fotos de hermanos y me
ordenó que le dijera sus nombres, yo le dije que no podía
identificar a ninguno. Entonces me enseñó la foto de mi hermano
menor y me preguntó: “¿Es este tu hermano?”. “Puede que sí,
puede que no —contesté—. No lo sé.” Ante eso, me mostró una
foto mía. “¿Y este? ¿Eres tú?”, me preguntó. “Se parece a mí,
pero no sé decirle si soy yo o no”, fue mi respuesta.

Estuve más de dos meses encerrado en una celda. Pero todas las
mañanas, al despertar, lo primero que hacía era darle las gracias a
Jehová por su bondad amorosa. Luego repetía un texto de la
Biblia, lo comentaba conmigo mismo y entonaba un cántico del
Reino, pero en silencio, porque estaba prohibido cantar en las
celdas. Después repasaba algún tema bíblico.

Ya había muchos Testigos en el campo al que me mandaron. Las


condiciones de la prisión eran sumamente duras, y no se nos
permitía conversar. Muy a menudo enviaban a los hermanos al
pabellón de aislamiento; “el último rincón”, le decían. Yo terminé
varias veces allí. Los prisioneros que mandaban a ese pabellón
solo recibían 200 gramos [7 onzas] de pan al día. Mi cama era un
tablón de madera forrado con una gruesa lámina de hierro. La
ventana tenía cristales rotos y había muchos mosquitos. Mis botas
me servían de almohada.

Cada hermano solía buscar su propio escondite para las


publicaciones. Yo las escondía en la escoba con la que barría. A
pesar de que durante los registros el capataz revisaba todo con
mucho cuidado, jamás se le ocurrió buscar en la escoba. Las
paredes también eran un buen escondite. Aprendimos a confiar en
la organización de Jehová. Jehová lo ve todo y lo sabe todo, y
ayuda a cada uno de sus siervos. Jehová siempre me ayudó.

Aun antes del destierro de mi familia en 1949, mi padre había


dicho que Jehová podía arreglar las cosas para que incluso en la
lejana Siberia la gente escuchara la verdad. Nosotros nos
preguntábamos cómo sería posible aquello. Lo que no sabíamos
era que las mismas autoridades le harían el favor a miles de
personas sinceras de Siberia para que conocieran la verdad.

Cuando el país se vio arrasado por los cambios, los Testigos


aprovechamos gustosos la oportunidad de viajar a Polonia para
asistir a la asamblea internacional de 1989. Aquellos fueron
momentos inolvidables. Después de la oración final, nos
quedamos de pie, aplaudiendo por largo rato. ¡Cuántas emociones
juntas! Pese a los muchos años de dificultades y problemas a los
que estábamos acostumbrados, rara vez habíamos derramado una
lágrima. Pero cuando nos despedimos de nuestros queridos
hermanos de Polonia, todos éramos un mar de lágrimas, y nadie
podía, ni quería, contenerlas.

[Ilustración y recuadro de las páginas 112 y 113]

Todo por causa de las buenas nuevas

PYOTR PARTSEY

AÑO DE NACIMIENTO 1926

AÑO DE BAUTISMO 1946


OTROS DATOS Pyotr conoció a los testigos de Jehová en 1943.
Estuvo en dos campos de concentración nazis y en un campo de
trabajos forzados ruso. Más tarde sirvió de superintendente de
circuito durante la proscripción.

CUANDO aprendí las enseñanzas bíblicas fundamentales en la


Alemania nazi, de inmediato me puse a predicar a mis conocidos,
y muchos se unieron a mí en la adoración pura. En 1943, un
sacerdote me denunció ante la Gestapo, y me arrestaron por
fomentar sedición entre la juventud. Poco después me condenaron
al campo de exterminio de Majdanek (Polonia). Cuando llegué,
encontré que ya había allí varios hermanos y hermanas. El
compañerismo cristiano fue especialmente valioso para nosotros.
Allí, en el mismo campo, se fortaleció nuestra determinación de
predicar. Buscábamos distintas formas de dar testimonio del
Reino de Jehová, y muchos prisioneros se interesaron en la
verdad. Pero también había castigos. En cierta ocasión, después
de recibir veinticinco azotes con un látigo de dos puntas, me
levanté y dije con voz fuerte en alemán: “Danke schön!”
(¡Muchas gracias!). La reacción de uno de los agentes alemanes
fue: “¡Qué muchacho tan resistente! ¡Lo golpeamos, y nos da las
gracias!”. Pero tenía la espalda morada de los latigazos.

El trabajo era muy duro; quedábamos literalmente agotados. Para


los que morían, allí estaba el crematorio, que funcionaba noche y
día. Llegué a pensar que en poco tiempo yo sería uno de los que
arderían en la hornilla. Me parecía que nunca saldríamos vivos del
campo. Me salvé porque resulté herido. Si alguien estaba
relativamente sano, lo obligaban a trabajar; a los demás los
enviaban a otros campos. Así, dos semanas más tarde, me
enviaron al campo de concentración de Ravensbrück.

Cuando se acercaba el fin de la guerra, corrieron rumores de que


los alemanes iban a fusilarnos a todos. Pero entonces nos
enteramos de que los guardias habían huido; así que, viendo que
ahora éramos libres, todos nos fuimos por distintos caminos. Yo
terminé en Austria. Allí me quisieron alistar en el ejército, pero
automáticamente me negué. Les expliqué a las autoridades que
había estado preso en los campos de concentración debido a mis
creencias religiosas, y me dejaron volver a mi país natal, Ucrania,
que entonces formaba parte de la Unión Soviética. En 1949 me
casé con Yekaterina, quien se convirtió en mi fiel compañera. En
1958 me arrestaron y me enviaron a un campo de trabajos
forzados de Mordvinia.

Cuando quedé en libertad, participamos en la impresión de


publicaciones bíblicas. En cierta ocasión, en 1986, habíamos
trabajado toda la noche y habíamos apilado las 1.200 hojas
impresas en el piso, en las camas o en cualquier otro sitio donde
hubiera un espacio. En eso apareció un agente de la KGB, “solo
para conversar”, según él. Yekaterina le preguntó que dónde le
gustaría conversar, sin pensar que al hombre podía ocurrírsele
entrar a la casa. Lo bueno fue que pidió hablar con nosotros en la
cocina exterior. Si hubiera entrado, nos habrían arrestado.

Hasta el día de hoy procuramos vivir a la altura de nuestra


dedicación y hacer todo por causa de las buenas nuevas. Nuestros
seis hijos, veintitrés nietos y dos bisnietas siguen andando en la
verdad, sirviéndole fielmente a Jehová, algo por lo que damos
muchas gracias a nuestro Padre Celestial.

[Recuadro de la página 122]

Celda de aislamiento

Dentro del sistema penal soviético, era muy común enviar a un


preso a la celda de aislamiento cuando, por ejemplo, se negaba a
entregar voluntariamente publicaciones religiosas. Al confinado
se le cambiaba la ropa normal por ropa gastada de algodón.

¿Cómo era una celda típica? Pequeña, de unos 3 metros (10 pies)
cuadrados. Era oscura, húmeda, sucia y horriblemente fría, sobre
todo en invierno. Las paredes de concreto eran ásperas. Una
pequeña ventana con cristales rotos se hundía en el muro de un
metro [una yarda] de espesor. Dentro de un hueco en la pared, y
cubierta con una lámina de hierro agujereada, una lámpara
eléctrica daba un poco de luz. Aparte del piso de cemento, el
único sitio que había para sentarse era una extensión angosta en la
pared que remedaba una banca. No se podía estar sentado por
mucho tiempo allí, porque se cansaban la espalda y las piernas, y
los picos de la pared cortaban la espalda.

Por la noche, los guardias metían a la celda un cajón angosto de


madera, reforzado con tiras metálicas, para dormir. Uno podía
tenderse sobre las tablas y el metal, pero el frío no dejaba dormir.
No había frazadas. Los prisioneros en aislamiento solían recibir
300 gramos [10 onzas] de pan una vez al día, y sopa aguada cada
tres días.

La letrina —poco más que un tubo en el piso— despedía un


espantoso hedor. En algunas celdas había ventiladores que metían
el hedor de las alcantarillas a la celda. A veces, los capataces
encendían los ventiladores para desmoralizar y castigar aún más
al prisionero.

[Ilustración y recuadro de las páginas 124 y 125]

Campo número 1 de Mordvinia

En la zona de Mordvinia había diecinueve campos de trabajos


forzados, entre los cuales estaba el campo número 1, con
capacidad para 600 prisioneros. Cientos de nuestros hermanos
pasaron por él entre 1959 y 1966; de hecho, en cierto momento
hubo más de cuatrocientos cincuenta. Este campo en particular
estaba completamente rodeado por una cerca de alambre de púas
electrificada de casi 3 metros [10 pies] de altura, seguida de otras
trece sin electrificar. La tierra que rodeaba el campo estaba
siempre arada para que se marcaran las huellas de cualquiera que
intentara escapar.

Al mantener a los Testigos en total aislamiento del mundo


exterior, las autoridades pretendían doblegarlos física y
psicológicamente. No obstante, los hermanos lograron organizar
su actividad teocrática dentro del lugar.

El mismo campo se convirtió en un circuito con su propio


superintendente viajante. Había cuatro congregaciones,
compuestas por un total de veintiocho grupos de estudio de libro.
Para que todos se mantuvieran fuertes espiritualmente, los
hermanos celebraban siete reuniones a la semana. Al principio lo
único que tenían era una Biblia, así que hicieron un horario para
leerla por congregación. Pero tan pronto pudieron, se pusieron a
copiarla a mano. Pusieron los distintos libros de la Biblia en
cuadernos separados, mientras que el original se mantuvo oculto
en un lugar seguro. Así se podía seguir el programa de lectura
bíblica. También tenían organizado el Estudio de La Atalaya.
Cuando las hermanas visitaban a sus esposos, introducían
ejemplares en miniatura de las revistas, escondiendo las delgadas
páginas en la boca, en los tacones de los zapatos o en el cabello,
entre sus trenzas. Muchos hermanos terminaron cumpliendo
castigos de uno a quince días en celdas de aislamiento por haber
copiado las publicaciones.

Las celdas de aislamiento se hallaban en un sitio apartado, alejado


del resto de los prisioneros. Y aunque los guardias hacían hasta lo
imposible para que los hermanos no llevaran consigo material de
lectura, los otros hermanos inventaban la forma de suministrarles
alimento espiritual. Por ejemplo, un hermano se subía al techo de
alguna construcción que diera al patio donde salían a caminar los
confinados. Ya llevaba listas unas hojas pequeñas con textos
bíblicos y las hacía bolitas de un centímetro [media pulgada] de
diámetro. Metía la bolita de papel en el extremo de un tubo largo,
apuntaba en dirección al Testigo que estaba en el patio y soplaba
con fuerza. El Testigo se agachaba como para atarse los cordones
de los zapatos y recogía su alimento espiritual sin que otros se
dieran cuenta.

Para el desayuno y la cena, los prisioneros recibían una avena


cocida con mucha agua y un poco de aceite de semilla de algodón.
A mediodía les daban una sopa aguada de remolacha o de
cualquier otra cosa y un plato principal sencillo. El pan que
comían parecía cuero para hacer botas. Ivan Mikitkov recuerda:
“Estuve siete años en ese campo, y casi siempre nos dolía
muchísimo el estómago”.

Pero los hermanos se mantuvieron firmes en la fe. El aislamiento


no logró que los siervos leales de Dios perdieran el equilibrio:
siguieron demostrando su fe y su amor a Dios y al prójimo (Mat.
22:37-39).

[Ilustración y recuadro de las páginas 131 y 132]

“Polina, ¿por qué lloras?”

POLINA GUTSHMIDT

AÑO DE NACIMIENTO 1922

AÑO DE BAUTISMO 1962

OTROS DATOS Se casó con Viktor Gutshmidt. En prisión le


llamó la atención la bondad de los Testigos.

YO DEFENDÍA con lealtad y convicción el ideal comunista, pero


fueron los mismos comunistas los que me arrestaron en mayo de
1944 y me enviaron a un campo de trabajos forzados en Vorkutá.
Estuve tres años sin saber la razón de mi arresto. Al principio
pensé que solo se trataba de un error, y esperaba el momento de
mi liberación. Pero ese momento no llegó. Me condenaron a diez
años de trabajos forzados por supuestas declaraciones
antisoviéticas.

Como tenía conocimientos médicos, trabajé en el hospital de la


prisión durante los primeros años de mi condena. En 1949 me
trasladaron a un campo de Inta para prisioneros políticos. Allí el
régimen era mucho más estricto. Se respiraba un ambiente de
resentimiento, grosería, inmoralidad, indiferencia y
desesperación. Para agravar las cosas, empezaron a esparcirse
rumores de que pronto iban a fusilarnos a todos o a condenarnos a
cadena perpetua. Para algunos, aquello fue demasiado y perdieron
la razón. Todos odiaban a todos y nadie confiaba en nadie, pues
abundaban los informantes en el campo. Cada quien vivía en su
propio mundo y sobrevivía como podía. Imperaban la ambición y
el egoísmo.

Pero había unas cuarenta mujeres muy diferentes. Siempre


estaban juntas y eran sorprendentemente bonitas, limpias,
bondadosas y amigables. La mayoría eran jóvenes, y había
incluso algunas niñas. Me enteré de que eran creyentes religiosas,
testigos de Jehová. Los demás prisioneros las trataban de distintas
maneras. Algunos eran malvados y rudos; otros las admiraban por
su forma de ser, sobre todo por el amor que se tenían entre ellas.
Por ejemplo, si alguna Testigo enfermaba, las otras se turnaban
para cuidarla por las noches. En el campo, esto era completamente
fuera de lo común.

Me sorprendió ver que este grupo de mujeres se componía de


tantas nacionalidades y que, aun así, se llevaran bien unas con
otras. Para entonces, yo ya había perdido todo interés por la vida.
Un día me sentí tan deprimida, que me senté a llorar. Entonces,
una de las chicas se me acercó y me dijo: “Polina, ¿por qué
lloras?”.

“Estoy cansada de vivir”, respondí.

La joven, Lidia Nikulina, se puso a consolarme. Me habló del


sentido de la vida, de cómo Dios resolverá los problemas de la
humanidad, y de muchas otras cosas. Cuando salí en libertad, en
julio de 1954, ya había aprendido muchas cosas de los testigos de
Jehová. Así que tuve el placer de unirme a ellos.

[Ilustración y recuadro de las páginas 140 y 141]

De ingeniero militar a predicador de las buenas nuevas

VLADIMIR NIKOLAEVSKY
AÑO DE NACIMIENTO 1907

AÑO DE BAUTISMO 1955

OTROS DATOS Lo trasladaron de prisión doscientas cincuenta y


seis veces. Falleció en 1999.

EN 1932 me gradué del Instituto de Ingeniería de


Comunicaciones de Moscú. Hasta 1941 trabajé de ingeniero y
arquitecto jefe en un instituto de esa ciudad, donde diseñé unos
artefactos especiales para buques de guerra. Durante la guerra me
arrestaron y finalmente me enviaron a un campo de trabajos
forzados cerca de Kenguir, pueblo situado en el corazón de
Kazajistán.

Allí había un grupo de prisioneros que me llamaron la atención


porque eran muy diferentes: los testigos de Jehová. Solo eran
unos ochenta, y en el campo había alrededor de catorce mil
prisioneros distribuidos en tres sectores. El contraste entre unos y
otros se hizo aún más evidente durante el motín que estalló en el
campo en 1954. Los testigos de Jehová no participaron en él, y ni
siquiera se armaron. Estaban asombrosamente calmados e incluso
trataban de explicar su postura a los demás prisioneros. Me
impresionó tanto su conducta que les pedí que me hablaran de sus
creencias. Al cabo de un tiempo, dediqué mi vida a Jehová. La fe
de los Testigos recluidos en el campo se ponía a prueba
continuamente, pero la situación más difícil se dio cuando las
fuerzas armadas y sus tanques aplastaron aquel motín de 1954.

Un día me dijeron que dos generales habían venido desde Moscú


con el único propósito de reunirse conmigo. Uno de ellos me dijo:
“Vladimir, basta ya de tonterías. Eres ingeniero militar y
arquitecto. Tu país te necesita. Queremos que reanudes el trabajo
que estabas haciendo. ¿Cómo es posible que te guste estar
rodeado de personas con tan poca educación?”.

“No tengo nada de qué jactarme —respondí—. Al fin y al cabo,


todos los talentos del ser humano proceden de Dios. Quienes le
obedezcan tendrán la bendición de vivir durante el Reinado
Milenario de Cristo, cuando todas las personas serán perfectas y
tendrán una buena educación en el pleno sentido de la palabra.”

Me sentí muy contento de haber podido hablar de la verdad con


aquellos generales. Me suplicaron varias veces que volviera a
hacer el trabajo de antes, pero les pedí que no insistieran más y
que me dejaran en el campo de prisioneros con mis hermanos
espirituales, a los que tanto amaba.

En 1955, mi sentencia fue anulada y empecé a trabajar en un


despacho de arquitectos que no estaba relacionado con el ejército.
Mis esfuerzos por sembrar muchas semillas de la verdad se vieron
recompensados: un ingeniero y su familia aceptaron estudiar la
Biblia conmigo, y al poco tiempo, todos ellos llegaron a ser
testigos de Jehová y fervorosos predicadores. Pero la KGB me
estaba vigilando, y durante uno de sus registros encontraron
publicaciones bíblicas en mi apartamento. El tribunal me
sentenció a veinticinco años de prisión, y me enviaron a un campo
de trabajos forzados de la ciudad siberiana de Krasnoyarsk. Me
trasladaron muchas veces, así que pasé por un buen número de
cárceles y campos de prisioneros. Un día calculé que a lo largo de
mi vida me habían trasladado doscientas cincuenta y seis veces.

[Ilustración y recuadro de las páginas 147 y 148]

Necesitábamos maletas grandes

NADEZHDA YAROSH

AÑO DE NACIMIENTO 1926

AÑO DE BAUTISMO 1957

OTROS DATOS Nadezhda aprendió la verdad en el campo de


concentración de Ravensbrück. Cuando regresó a la Unión
Soviética, estuvo muchos años sirviendo de correo, es decir,
llevando publicaciones bíblicas de un lugar a otro. Actualmente
reside en Caucasia.

CUANDO entré en el campo de concentración, en 1943, perdí las


ganas de vivir. Estuve así un tiempo hasta que conocí a los
testigos de Jehová. Finalmente salí en libertad. ¡Qué feliz me
sentía de regresar a Ucrania con la firme esperanza de vivir para
siempre en una Tierra paradisíaca! Para fortalecer mi fe, mantenía
correspondencia con algunas hermanas espirituales. Pero la KGB
interceptó mis cartas, y poco después me sentenciaron a quince
años de reclusión en un campo de prisioneros.

En noviembre de 1947 me enviaron a un campo de Kolyma,


donde cumplí mi condena sin ver a ningún otro Testigo. Jehová
me ayudó a predicar. Yevdokia, una de las prisioneras, mostró
interés en la Biblia. Nos hicimos amigas, y nos apoyábamos la
una a la otra espiritual y emocionalmente. Yo tenía muy poco
conocimiento de la Biblia, pero con lo que había aprendido tenía
suficiente para seguir siendo fiel a Jehová.

A principios de 1957, un año después de que me liberaran, me


trasladé a Suietka, en el oblast de Irkutsk. Los hermanos me
recibieron con afecto y hospitalidad. Me ayudaron a encontrar
trabajo y un apartamento. Sin embargo, lo que más feliz me hizo
fue que me invitaran a participar en actividades teocráticas. El
problema era que todavía no estaba bautizada. Así que prepararon
una gran tina de agua y me bautizaron. Ahora ya podía aceptar
responsabilidades en la organización de Jehová. Una de ellas fue
la de entregar publicaciones bíblicas y correspondencia.

Las publicaciones tenían que entregarse por toda Siberia, el centro


de Rusia y la región occidental de Ucrania. Todo debía planearse
cuidadosamente de antemano. Para llevar publicaciones a Ucrania
occidental necesitábamos maletas grandes. Una vez, en la estación
de ferrocarril de Yaroslavl, en Moscú, se rompió la cerradura de
una de las maletas y todas las publicaciones cayeron al piso. Sin
perder la calma, me puse a orar y las fui recogiendo; lo amontoné
todo como pude y salí rápidamente de la estación. Menos mal que
nadie se fijó en mí.

En otra ocasión llevaba dos maletas cargadas de publicaciones


desde Ucrania hasta Siberia, pasando por Moscú. Poco después de
haber colocado una de las maletas debajo de la litera inferior del
compartimento del tren, entraron dos pasajeros —agentes de la
KGB— y se sentaron en la litera. Se pusieron a conversar y, entre
otras cosas, hablaron de los Testigos, de que “reparten
publicaciones” y de que “son unos agitadores antisoviéticos”.
Procuré mantener la calma para no levantar sospechas. Al fin y al
cabo, estaban sentados prácticamente encima de las
publicaciones.

Yo estaba preparada para que me arrestaran en cualquier


momento, fuera por servir de correo o por cumplir con alguna otra
asignación. A lo largo de mi vida había aprendido a confiar
siempre en Jehová.

[Ilustración y recuadro de las páginas 158 y 159]

“Tu gente es muy diferente”

ZINAIDA KOZYREVA

AÑO DE NACIMIENTO 1919

AÑO DE BAUTISMO 1958

OTROS DATOS Pasó muchos años en campos de prisioneros y


falleció en 2002.

DESDE que era niña, siempre quise servir a Dios. En 1942, una
amiga mía que era ortodoxa me llevó a su iglesia, con las mejores
intenciones, para que me bautizaran, pues no quería que acabara
“en el infierno”. Pero cuando el sacerdote se enteró de que yo era
natural de Osetia (ahora Alania), no quiso bautizarme. No
obstante, cuando mi amiga le dio algo de dinero, cambió de
opinión y celebró la ceremonia. En mi búsqueda de la verdad,
llegué a reunirme con los adventistas, los pentecostales y los
bautistas, razón por la que las autoridades me condenaron a hacer
trabajos forzados en un campo de prisioneros. Una vez allí,
conocí a los Testigos y enseguida me di cuenta de que enseñaban
la verdad. En 1952, cuando salí en libertad, regresé a casa y
empecé a predicar las buenas nuevas.

Un día de diciembre de 1958, por la mañana temprano, oí que


llamaban ruidosamente a la puerta. Unos soldados irrumpieron en
nuestra casa, y mientras dos de ellos me tenían vigilada en un
rincón, los demás se pusieron a registrarla. Mi padre se despertó y
sintió mucho miedo por su familia, en especial por sus hijos
varones. (Mis padres tuvieron cinco hijos varones, y yo era la
única hija.) Cuando mi padre vio que los soldados estaban
registrando todas las habitaciones e incluso el desván, se imaginó
que aquello tenía algo que ver con mi religión. Así que agarró un
fusil y me gritó: “¡Espía americana!”. Iba a dispararme, pero los
soldados le quitaron el fusil. No podía creer que mi propio padre
hubiera querido disparar contra mí. Cuando el registro terminó,
los soldados me llevaron consigo en un camión de carga cubierto
con un toldo. Pero por lo menos estaba viva. Fui sentenciada a
diez años de prisión por mis actividades religiosas.

En diciembre de 1965 —antes de cumplir toda la condena— salí


en libertad. Tanto mi padre como mi madre se alegraron de verme,
pero él no quiso que me quedara en casa. No obstante, por extraño
que parezca, unos agentes de la KGB lo obligaron a que registrara
mi nombre en su domicilio y hasta me ayudaron a encontrar
empleo. La actitud de mi padre hacia mí seguía siendo hostil, pero
con el tiempo empezó a cambiar. Fue conociendo a los hermanos
y las hermanas que me venían a visitar y los comparaba con mis
hermanos carnales, que no querían trabajar, bebían mucho y eran
agresivos. Una vez me dijo: “Veo que tu gente es muy diferente
de lo que yo pensaba. Voy a darte una habitación para que puedas
celebrar tus reuniones”. No podía creerlo. Mi padre no solo me
reservó una habitación grande, sino que además me dijo: “No
tengas miedo. Mientras se encuentren reunidos, yo estaré
vigilando y nadie entrará”. Y así fue, pues todos sabían lo rígido
que él era.

De modo que, bajo mi propio techo y con la protección de Jehová


y de mi padre, celebrábamos nuestras reuniones cristianas.
Acudían hasta treinta personas, que eran prácticamente todos los
Testigos que había en Osetia en aquel tiempo. ¡Qué feliz me hacía
mirar por la ventana y ver a mis padres sentados en la calle,
protegiéndonos! Actualmente hay unos dos mil seiscientos
celosos publicadores proclamando el Reino de Jehová en esta
región (Isa. 60:22).

[Ilustración y recuadro de las páginas 162 y 163]

Yo era el único Testigo que quedaba preso en el campo


KONSTANTIN SKRIPCHUK

AÑO DE NACIMIENTO 1922

AÑO DE BAUTISMO 1956

OTROS DATOS Aprendió la verdad en 1953 en un campo de


trabajos forzados, y allí mismo se bautizó en 1956. Ya como
testigo de Jehová, estuvo preso veinticinco años seguidos.
Falleció en 2003.

A PRINCIPIOS de 1953 conocí en una celda a un hermano


llamado Vasily. Me dijo que lo habían encerrado allí por su fe en
Dios. ¿Cómo era posible que encarcelaran a alguien por sus
creencias? Estuve dándole tantas vueltas a esa pregunta que no
pude conciliar el sueño. Al día siguiente, Vasily me lo explicó.
Poco a poco, al ir conversando con él, llegué a convencerme de
que la Biblia es un libro que proviene de Dios.

Me bauticé en 1956. A finales de ese año, los capataces hicieron


un registro y descubrieron que teníamos muchas publicaciones
bíblicas. En 1958, después de casi un año de investigaciones, el
tribunal me sentenció a veintitrés años de reclusión en campos de
prisioneros por participar en actividades religiosas. Para entonces
ya llevaba cinco años y medio preso. En total pasé veintiocho
años y seis meses sin salir en libertad ni una sola vez.

En abril de 1962, el tribunal me acusó de ser “un delincuente


altamente peligroso”, y fui trasladado a un campo de máxima
seguridad, donde pasé once años. Aquel campo era “especial” por
muchas razones. Por ejemplo, lo que se gastaba diariamente por
cada preso en concepto de comida era 11 kópeks, menos de lo que
costaba una barra de pan en aquel tiempo. Yo medía 1,92 metros
[6 pies y 3 pulgadas] y solo pesaba 59 kilos [130 libras]. Mi piel
estaba tan reseca que se descamaba.

Como tenía buena mano para la construcción, solían enviarme a


los apartamentos de los oficiales para hacer reparaciones. Nadie
me tenía miedo, y las familias que vivían allí ni se molestaban en
esconder sus objetos de valor. Cuando la esposa de uno de los
oficiales se enteró de que yo iba a estar en su apartamento
trabajando, decidió no llevar a su hijo de seis años a la escuela.
¡Qué curioso! Un “delincuente altamente peligroso” pasando el
día entero en un apartamento con un niño de seis años. Es obvio
que nadie creía que yo fuese un delincuente, y menos uno
“altamente peligroso”.

Poco a poco, todos los hermanos de aquel campo de prisioneros


iban saliendo en libertad. En 1974, yo era el único Testigo que
quedaba preso en el campo. Pasé allí otros siete años hasta que, en
agosto de 1981, por fin me liberaron. Jehová nunca dejó de
sostenerme espiritualmente. Durante aquellos siete años recibí La
Atalaya en cartas. Un hermano me las mandaba con frecuencia, y
en ellas escribía nítidamente a mano artículos de un nuevo
número de la revista. Cada vez que llegaba una, el censor del
campo me la entregaba abierta. Los dos sabíamos exactamente su
contenido. Hasta el día de hoy, todavía no logro entender por qué
este hombre se arriesgaba de aquella manera, pero me alegro de
que durante los siete años que estuve solo, el censor fuera él. Sin
embargo, a quien le estoy más agradecido es a Jehová. Durante
todos aquellos años aprendí a confiar en Jehová, y él me dio
fuerzas (1 Ped. 5:7).

[Ilustración y recuadro de las páginas 168 y 169]

Cuando acabó la guerra, regresé a Rusia

ALEKSEY NEPOCHATOV

AÑO DE NACIMIENTO 1921

AÑO DE BAUTISMO 1956

OTROS DATOS Aprendió la verdad en 1943 en el campo de


concentración de Buchenwald y pasó diecinueve años preso en
Rusia. Fue precursor regular por más de treinta años, la mayor
parte de ellos bajo proscripción.

ALEKSEY fue enviado al campo de concentración nazi de


Auschwitz cuando tenía 20 años. Posteriormente lo trasladaron al
campo de Buchenwald, y allí fue donde aprendió la verdad. Poco
antes de que saliera en libertad, dos Testigos ungidos le dijeron:
“Aleksey, convendría que regresaras a Rusia cuando acabe la
guerra. Es un país inmenso donde existe una gran necesidad de
cosechadores. La situación en Rusia no es fácil, así que prepárate
para afrontar todo tipo de pruebas de fe. Oraremos por ti y por las
personas que te escucharán”.

En 1945, Aleksey fue liberado por el ejército británico. Regresó a


Rusia y enseguida lo sentenciaron a diez años de prisión por
negarse a votar. Él escribe: “Al principio, yo era el único Testigo
en la prisión. Le pedí a Jehová que me guiara para encontrar
ovejas, y al poco tiempo ya éramos trece. Como no tuvimos
ninguna publicación bíblica en todos aquellos años, copiábamos
versículos que aparecían en algunas novelas que sacábamos para
leer de la biblioteca de la cárcel”.

Aleksey cumplió su condena de diez años. Cuando lo liberaron, se


fue a una zona en la que sabía que vivían muchas personas que
creían en Jesús. “La gente estaba espiritualmente sedienta —
explica—. Venían a mí día y noche, y traían a sus hijos. Cotejaban
con la Biblia todo lo que oían.”

En pocos años, Aleksey ayudó a más de setenta personas a dar el


paso del bautismo. Una de ellas fue Maria, con quien después se
casó. “La KGB me estaba buscando —recuerda Aleksey—.
Finalmente me detuvieron y me sentenciaron a veinticinco años
de prisión. Luego detuvieron a Maria y la mantuvieron
incomunicada siete meses antes de juzgarla. El investigador dijo
que la liberaría inmediatamente si renunciaba a Jehová, pero
Maria no cedió. El tribunal la sentenció a siete años de reclusión
en campos de trabajos forzados. Una hermana espiritual se
encargó de cuidar a nuestra hijita.”

Aleksey y Maria salieron libres antes de terminar sus sentencias y


se mudaron al oblast de Tver. Allí se toparon con mucha
oposición de parte de las autoridades y de los habitantes de la
zona. Un vecino hasta les incendió la casa. Con el paso de los
años, se vieron obligados a mudarse muchas veces; pero en cada
lugar al que iban hacían nuevos discípulos.

Aleksey añade: “Como durante los años que estuvimos presos no


podíamos leer la Palabra de Dios, cuando salimos en libertad nos
pusimos la meta de leerla todos los días. Maria y yo ya la hemos
leído de principio a fin más de cuarenta veces. Es la Palabra de
Dios la que nos ha dado fuerzas y celo en el ministerio”.
En total, Aleksey pasó cuatro años en campos de concentración
nazis y diecinueve en prisiones y campos rusos. Durante sus
treinta años en el servicio de precursor, él y su esposa ayudaron a
decenas de personas a conocer a Jehová y amarlo.

[Ilustración y recuadro de las páginas 177 y 178]

El soldado tenía razón

REGINA KUKUSHKINA

AÑO DE NACIMIENTO 1914

AÑO DE BAUTISMO 1947

OTROS DATOS Aunque tuvo que pasar muchos años sin


contacto con ninguna congregación, siguió predicando fielmente
las buenas nuevas.

EN 1947 me habló una Testigo en el mercado. Aquella misma


noche fui a su casa y estuvimos conversando durante varias horas.
Inmediatamente decidí que yo también serviría con celo a Jehová
tal como ella lo hacía. “Tú predicas, y yo también lo haré”, le dije.
En 1949 me detuvieron en Lvov (Ucrania) por predicar y me
separaron de mi esposo y mis dos niñas. Una troika —grupo de
tres jueces en una audiencia a puerta cerrada— me sentenció a
morir fusilada. Al leer la sentencia, uno de los miembros de la
troika, una mujer, añadió: “Como usted tiene dos hijas, hemos
decidido conmutarle la pena de muerte por veinticinco años de
prisión”.

Me llevaron a una celda en la que solo había hombres. Ellos ya


sabían que yo era testigo de Jehová, y cuando se enteraron de que
la pena que me habían impuesto era de veinticinco años, se
asombraron de verme tan calmada. El día que me trasladaron se
me acercó un soldado joven, me dio un paquete de comida y me
dijo afectuosamente: “No tema; todo saldrá bien”.

Hasta 1953 estuve cumpliendo mi condena en un campo de


prisioneros del norte de Rusia. Allí había muchas hermanas de
varias repúblicas de la Unión Soviética, y nos queríamos como si
fuésemos familia.

Aunque teníamos que trabajar duro durante muchas horas,


procurábamos dar un buen testimonio con nuestra conducta,
esperando que eso impulsara a otros a servir a Dios. Me pusieron
en libertad antes de terminar mi condena, pero entonces me
encontré viviendo en otro tipo de aislamiento. Por más de cinco
años no pude comunicarme con ninguna congregación. Aquello
fue mucho más difícil que estar presa. A pesar de las
circunstancias, siempre percibí la ayuda de Jehová y su constante
amor. Leía mucho la Biblia y meditaba en ella; eso me fortalecía
espiritualmente.

Jehová me ayudó a localizar a los Testigos de una manera poco


común. En el periódico Soviet Russia leí un artículo despectivo
sobre nuestros hermanos en Osetia, en el suroeste de Rusia. El
artículo decía que las actividades de los testigos de Jehová iban en
contra de la sociedad soviética, y contenía los apellidos y las
direcciones de una serie de hermanos y hermanas. ¡Qué felicidad!
Les escribí para decirles que deseaba reunirme con ellos. Cuando
por fin lo logramos, los hermanos me animaron mucho y me
dijeron que Jehová había permitido que se publicara aquel artículo
para que yo pudiera ponerme en contacto con su pueblo.

Ya tengo 92 años, y debo reconocer que aquel amable soldado


tenía razón. Durante toda mi vida, pese a las dificultades, todo ha
salido muy bien.

[Ilustración y recuadro de las páginas 188 y 189]

Hicimos nuestras “estacas de tienda” tan fuertes como pudimos

DMITRY LIVY
AÑO DE NACIMIENTO 1921

AÑO DE BAUTISMO 1943

OTROS DATOS Durante veinte años fue miembro del Comité del
País de Rusia; hoy es anciano en una congregación de Siberia.

ERA el año 1944, seis meses antes de que terminara la segunda


guerra mundial. Yo estaba en un tribunal, de pie ante un juez
militar debido a mi postura neutral como cristiano. Me
condenaron a morir fusilado, pero luego me conmutaron la
condena a diez años en un campo correccional de trabajos
forzados.

En enero de 1945 me llevaron a un campo de trabajo ubicado en


el norte de Rusia, en la población de Pechora (república de
Komi). Había cientos de prisioneros, pero solo diez hermanos
cristianos. Lamentablemente, me confiscaron el único ejemplar de
La Atalaya que llevaba, y nos quedamos sin alimento espiritual.
Por otro lado, yo estaba tan débil que no podía ni trabajar. Un día,
mientras nos bañábamos en las duchas, un hermano me dijo que
yo parecía un esqueleto. Y era verdad; mi aspecto daba tanta
lástima que me llevaron a una colonia de recuperación en Vorkutá.
Cuando mejoré un poco, me pusieron a trabajar en la mina de
arena; pero no había pasado ni un mes y ya parecía de nuevo un
esqueleto. El médico pensaba que yo estaba cambiando mi
alimento por tabaco, pero le aclaré que no fumaba, pues era
testigo de Jehová. Estuve más de dos años en ese campo. Aunque
yo era el único Testigo, siempre hubo alguien a quien le gustó
escuchar de la verdad; de hecho, algunos prisioneros respondieron
al mensaje.

Una vez mis parientes me mandaron una revista La Atalaya


copiada a mano. ¿Cómo llegó a mis manos si el capataz revisaba
minuciosamente cada paquete? Bueno, mi familia dobló dos veces
las hojas, las puso en el doble fondo de una lata y lo cubrió con
una gruesa capa de grasa. El capataz perforó la lata, pero no
encontró nada sospechoso, así que me la entregó. Aquella fuente
de “agua viva” me sostuvo durante un buen tiempo (Juan 4:10).

Me liberaron en octubre de 1949, antes de cumplir mi condena.


En noviembre regresé a mi hogar, en Ucrania. Llegamos a oír que
varios hermanos habían ido a Moscú a inscribir legalmente
nuestra obra, pero parece que las autoridades de la Unión
Soviética todavía no estaban dispuestas a dar reconocimiento a los
testigos de Jehová.

En la noche del 8 de abril de 1951 nos metieron a varias familias


de Testigos en vagones de ferrocarril y nos deportaron a Siberia.
Dos semanas después llegamos al corazón de Siberia, a Khazan,
que forma parte del oblast de Irkutsk.

Un texto que nos llegó al corazón fue el de Isaías 54:2, que dice:
“Alarga tus cuerdas de tienda, y haz fuertes aquellas estacas de
tienda tuyas”. Yo creo que estábamos cumpliendo esta profecía.
¿Quién de nosotros se hubiera mudado por voluntad propia a
Siberia? Pensé que debíamos hacer nuestras estacas de tienda tan
fuertes como pudiéramos. Por eso llevo viviendo en Siberia más
de cincuenta y cinco años.

[Ilustración y recuadro de las páginas 191 y 192]

Nunca tuve un lugar propio donde vivir

VALENTINA GARNOVSKAYA

AÑO DE NACIMIENTO 1924

AÑO DE BAUTISMO 1967

OTROS DATOS Estuvo veintiún años en prisiones y campos de


trabajos forzados, dieciocho de ellos antes de bautizarse.
Valentina ayudó a 44 personas a aprender la verdad antes de su
muerte, en 2001.

MI MADRE y yo vivíamos en el oeste de Bielorrusia. Conocí a


los testigos de Jehová en febrero de 1945. Un hermano vino a
casa solo tres veces y nos enseñó varias cosas de la Biblia. Jamás
volví a verlo, pero empecé a predicarles a mis vecinos y
conocidos. Entonces me arrestaron y me sentenciaron a ocho años
de trabajos forzados. Me mandaron al oblast de Uliánovsk.

En el campo observaba a las demás prisioneras y trataba de oír


sus conversaciones, con la esperanza de encontrar a alguna testigo
de Jehová. En 1948 escuché a una prisionera mencionar el Reino
de Dios. Se llamaba Asya. ¡Qué feliz me sentí de poder hablar con
ella de asuntos bíblicos! Poco después llegaron otras tres
hermanas al campo. Casi no teníamos publicaciones, así que
procurábamos andar juntas la mayor parte del tiempo.

Salí en 1953. Pero tres años y medio después me volvieron a


arrestar por predicar, y fui sentenciada a diez años de cárcel. En
1957 me transfirieron al campo de trabajos forzados de
Kemerovo, donde había unas ciento ochenta hermanas. Las
publicaciones bíblicas nunca nos faltaron allí. Durante el invierno
las escondíamos en la nieve; durante el verano, entre la hierba y
en la tierra. Cuando había registros, me cubría los hombros con un
enorme chal y sujetaba las puntas con ambas manos, donde
ocultaba las hojas de la publicación. Para ir de un campo a otro,
escondía varios ejemplares de La Atalaya en una gorra que yo
misma había hecho, y me la ponía en la cabeza.

Después de un tiempo me enviaron a un campo de trabajos


forzados de Mordvinia. En ese campo había una Biblia, que se
guardaba en un lugar seguro. Solo podíamos consultarla cuando
estuviera presente la hermana que la cuidaba. La única Biblia que
yo había visto hasta entonces, aparte de esta, era la del hermano
que me llevó la verdad allá en el año 1945.

Cuando quedé libre en 1967, me mudé a Angren (Uzbekistán), y


pude simbolizar mi dedicación mediante bautismo en agua. Como
siempre había estado en campos de trabajos forzados para
mujeres, allí, por primera vez, pude conocer a hermanos varones,
aparte del Testigo que nos llevó la verdad a casa. La congregación
de Angren estaba formada por celosos ministros del Reino, tanto
hermanos como hermanas, y en poco tiempo ya les tenía mucho
cariño. En enero de 1969 arrestaron a ocho hermanos y cinco
hermanas de nuestra congregación. Yo estaba entre ellos. Me
condenaron a tres años de prisión como “delincuente
especialmente peligrosa”. Muchas veces terminé en una celda de
aislamiento por predicar.

Para dirigir estudios bíblicos me ocultaba debajo de una frazada


junto con la estudiante. Teníamos prohibido hablar entre nosotras
cuando salíamos a caminar. A la que sorprendieran hablando la
mandaban a la celda de aislamiento. Nuestras únicas
publicaciones estaban copiadas a mano, y volvíamos a copiarlas
una y otra vez.

Nunca tuve un lugar propio donde vivir. Todas mis pertenencias


cabían en una maleta. A pesar de eso, yo era feliz y me sentía
satisfecha de servir a Jehová.

[Ilustración y recuadro de las páginas 200 y 201]

Un agente me fortalece sin querer

PAVEL SIVULSKY

AÑO DE NACIMIENTO 1933

AÑO DE BAUTISMO 1948

OTROS DATOS Fue sometido repetidas veces a sesiones de


reeducación ideológica. Actualmente es anciano en una
congregación de Rusia.

ME ARRESTARON en 1958 por participar en actividades


religiosas. Antes de partir en tren, el agente que me escoltaba me
dijo: “Mira a tu esposa por última vez, porque no la volverás a ver
nunca”.

En Irkutsk me pusieron en una celda especial tan pequeña que


solo podía estar de pie. Luego estuve seis meses en aislamiento,
antes de ir a juicio. Durante los interrogatorios, que se hacían por
las noches, los agentes hicieron cuanto pudieron por socavar mi fe
en la Biblia y mi confianza en la organización de Dios. Me
acusaron de participar en las actividades ilegales de los testigos de
Jehová. Hubo veces que recurrieron a la violencia física, aunque
su método preferido solía ser el condicionamiento ideológico. Le
rogué a Jehová que me diera las fuerzas para mantenerme firme, y
él siempre estuvo a mi lado.

En cierta ocasión, durante uno de los interrogatorios de rutina, el


agente me llamó a su despacho y me dijo: “Ahora te vamos a
enseñar lo que tu organización está haciendo. ¿Nos vas a decir
que viene de Dios?”.

Mirándome fijamente, prosiguió: “Este año asistieron a la


convención de Nueva York 253.000 personas en dos estadios. Si
tomas en cuenta las proporciones del acontecimiento,
comprenderás que hubiera sido imposible realizar este acto sin el
apoyo de la CIA. La convención duró ocho días. Asistieron
representantes de varios países; viajaron en avión, tren, barco y
otros medios de transporte. ¿Sería esto posible sin la colaboración
de las autoridades? ¿Quién podría pagar semejante reunión de
ocho días en estos enormes estadios?”.

El agente cubrió la mesa de fotografías. En una de las fotos pude


ver a asambleístas felices, con sus coloridas vestimentas típicas,
abrazándose unos a otros. Una más mostraba al hermano Knorr
presentando un discurso, y otras eran del bautismo y del hermano
Knorr entregando a los recién bautizados el libro “Hágase tu
voluntad en la Tierra”. Por cierto, en Rusia no habíamos recibido
ese libro, aunque después leímos de él en La Atalaya. “¿De qué
trata este libro?”, preguntó el agente mirándome directamente a
los ojos. Y él mismo respondió: “Del rey del norte y de lo que le
espera. ¿Cómo podrían haber organizado todo esto los testigos de
Jehová solos? Sabemos que el ejército norteamericano asiste a
estos acontecimientos para aprender a organizarse viéndolos a
ustedes. También sabemos que cierto hombre millonario donó una
enorme suma para que se celebrara la convención. ¡Y los
millonarios no andan por ahí regalando su dinero!”.

Aquel agente no podía imaginar siquiera la sensación que me


invadía. Era como asistir a la asamblea sin tener que salir de la
prisión. Sentí un torrente de fuerzas renovadas. ¡Cuánta falta me
había hecho algo así! Y Jehová me bendijo generosamente de una
manera especial. ¡Ahora estaba listo para seguir aguantando!

[Ilustración y recuadro de las páginas 214 y 215]


La sala estaba llena de testigos de Jehová

VENERA GRIGORYEVA

AÑO DE NACIMIENTO 1936

AÑO DE BAUTISMO 1994

OTROS DATOS Fue actriz en la década de 1960 y protagonizó


una película de propaganda soviética. Desde 1995 es precursora
regular en San Petersburgo.

EN 1960, al comienzo de mi carrera artística, me dieron el papel


principal en una película documental titulada Testigos de Dios,
que se presentó en los cines soviéticos. En la película se describía
a “la temible secta de los testigos de Jehová”, la responsable de la
muerte de Tanya, la heroína a quien yo interpretaba. Según el
guión, Tanya escapa de la “secta” durante la noche, en medio de
una violenta tormenta de nieve y sin ningún tipo de abrigo.
Cuando se pierde en la densidad de la nieve, se escucha la voz del
narrador que anuncia con tristeza: “Este fue el fin de Tanya
Veselova”. Me gustaba el guión, y para mí era un honor participar
en la lucha contra los testigos de Jehová, si bien lo único que
sabía de ellos era lo que decía el guión.
La película se presentó en cines y clubes de muchas ciudades de
la Unión Soviética. Yo asistía a todos los estrenos y aparecía en el
escenario en cuanto terminaba la presentación. En aquel tiempo,
el pueblo soviético creía todo lo que veía en la pantalla, así que
cuando yo salía al escenario, todo el mundo daba un respiro de
alivio y decía: “¡Está viva!”. Yo les explicaba algunos detalles de
la filmación y de cómo el director y el personal de efectos
especiales habían creado la tormenta de nieve, que supuestamente
me arrastraba hasta un barranco y me cubría por completo.

Un día llegué a un cine en Vyshniy Volochek (oblast de Kalinin


[hoy Tver]) que estaba lleno a reventar. Aquella noche fue algo
distinta a las demás. Al terminar la película, un hombre mayor me
hizo preguntas que tenían que ver exclusivamente con la religión,
ante lo cual defendí el punto de vista ateo sobre el origen de la
vida en la Tierra. Nadie mencionó nada de la película. Me
escabullí a la parte de atrás del escenario, me acerqué al
organizador del espectáculo y le pregunté con quién acababa de
hablar.

“Con el jefe de la secta de los testigos de Jehová —contestó—.


Todos los presentes son Testigos, sin excepción.” Así fue como,
sin haberme dado cuenta, conocí en persona a los testigos de
Jehová. Tras aquella experiencia intenté leer la Biblia, pero no
pude encontrar ni una. Pasó el tiempo, me casé, y mi esposo y yo
nos mudamos a Polonia, pues él es polaco. En 1977 tocaron a
nuestra puerta dos hermanas, y al poco tiempo me empezaron a
dar clases bíblicas. La Biblia me encantó. Además, nos hicimos
amigos de los Testigos. Pero en 1985 enfermó mi padre y tuvimos
que mudarnos a Leningrado (hoy San Petersburgo) para cuidarlo.
Le pedí a Jehová que me permitiera encontrar a los Testigos de
esa ciudad.

Finalmente me hice testigo de Jehová, y ya llevo doce años como


precursora regular. Mi esposo, Zdzisław, es siervo ministerial en
una de las congregaciones de San Petersburgo.

Sé por experiencia propia que la industria del cine puede


confundir a mucha gente “por medio de astucia en tramar el error”
(Efe. 4:14). Cuando actué en aquella película de propaganda
soviética, jamás me imaginé que treinta años más tarde sería una
testigo de Jehová.

[Recuadro de la página 237]

La Traducción del Nuevo Mundo en ruso

Los testigos de Jehová se valieron por más de un siglo de varias


traducciones de la Biblia en ruso. Una de ellas fue la traducción
sinodal. Esta versión emplea con poca frecuencia el nombre
divino y su vocabulario es un poco antiguo; pese a ello, ha
ayudado a miles de lectores rusos a aprender el propósito de
Jehová. También resultó útil la traducción de Makarios, una
versión en la que el nombre de Dios aparece unas tres mil veces.
Sin embargo, según iba aumentando el número de Testigos en
Rusia, también crecía la necesidad de contar con una Biblia
exacta, moderna y fácil de entender.

En respuesta, el Cuerpo Gobernante encargó a la sucursal que


editara la Traducción del Nuevo Mundo en ruso. La colosal tarea
de traducción tomó más de diez años.

En 2001 se presentó la Traducción del Nuevo Mundo de las


Escrituras Griegas Cristianas en ruso. Y en el año 2007, los
lectores rusos de todo el mundo sintieron una gran alegría al
recibir la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras
completa en su idioma. El anuncio fue dado por dos miembros del
Cuerpo Gobernante: Theodore Jaracz en San Petersburgo y
Stephen Lett en Moscú. Los hermanos acogieron la noticia con
atronadores aplausos y gran entusiasmo. “Es muy clara, expresiva
y fácil de entender —escribió una hermana—. Ahora disfruto
como nunca leyendo las Santas Escrituras.” La organización
también recibió numerosos comentarios de agradecimiento como
estos: “¡Qué regalo tan valioso nos ha hecho Jehová!” y “Gracias
de todo corazón”. Sin duda, la presentación de la Traducción del
Nuevo Mundo en ruso ha sido un acontecimiento histórico para
los lectores rusos de todas partes del mundo que aman la verdad.

[Ilustración y recuadro de las páginas 244 y 245]

Nuestros problemas se resolvieron en un solo día

IVAN Y NATALIA SLAVA

AÑO DE NACIMIENTO 1966 y 1969, respectivamente

AÑO DE BAUTISMO 1989

OTROS DATOS Cuando eran precursores, sirvieron donde había


mayor necesidad. Hoy Ivan es miembro del Comité de Sucursal
de Rusia.

A PRINCIPIOS de los años noventa, Natalia y yo decidimos


mudarnos de Ucrania a Rusia. Llegamos al oblast de Bielgorod,
donde había menos de diez publicadores. ¡Y eso que la población
era de casi un millón y medio de personas! Sin duda, en aquel
lugar “la mies [era] mucha, pero los obreros [...] pocos” (Mat.
9:37).

Estábamos recién casados y necesitábamos un empleo para


mantenernos, pero la economía del país iba de mal en peor, y
muchas personas se habían quedado sin trabajo. Para que la gente
obtuviera los alimentos básicos, el gobierno emitió unos cupones.
Pero estos se entregaban en el lugar de empleo, y como no
teníamos trabajo, no teníamos cupones. Por tanto, nos vimos
obligados a pagar altos precios por la comida en el mercado.
Tampoco se nos hizo fácil encontrar casa, así que nos alojamos en
un hotel. Después de vivir veinte días en el hotel, apenas nos
quedaba dinero. Le pedíamos todos los días a Jehová que nos
ayudara a encontrar trabajo y un lugar barato donde vivir. Durante
todo ese tiempo seguimos predicando celosamente, buscando
personas sinceras. Entonces llegó la última noche de nuestra
estancia en el hotel. El dinero que nos quedaba lo habíamos
gastado en un panecillo y una botella de leche. Antes de irnos a
dormir, le suplicamos a Jehová una vez más que nos ayudara a
conseguir trabajo y un lugar para vivir, pues al día siguiente
tendríamos que abandonar la habitación.

Aquella mañana nos despertó una llamada telefónica. Para


sorpresa nuestra, el gerente del hotel nos comunicó que mi primo
me esperaba en el vestíbulo. Cuando llegué, me dijo que había
recibido un dinero extra en el trabajo y quería compartirlo
conmigo. ¡Pero ahí no acabó todo! Unos minutos después nos
llamó un hermano y nos dijo que había encontrado un
apartamento muy barato. Y para colmo, ese mismo día
comenzamos a trabajar como conserjes de una guardería. Así que
todos nuestros problemas se resolvieron en un solo día:
conseguimos casa, dinero y trabajo. Sin duda, Jehová había
escuchado nuestras oraciones.

La asistencia a la Conmemoración de 1991 en Bielgorod fue de


55 personas. Un año después asistieron 150, y al año siguiente,
354. Para el año 2006 había seis congregaciones en la ciudad, y
en el oblast de Bielgorod se había superado la cantidad de 2.200
publicadores.

[Recuadro de la página 250]

Los últimos acontecimientos legales

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos confirmó nuestra


libertad de culto cuando, en enero de 2007, decidió por
unanimidad que “el estudio y análisis colectivo de los textos
religiosos que realizan los testigos de Jehová es una forma
reconocida de practicar y enseñar su religión”.

A pesar de que en 2004 el gobierno impuso restricciones a la obra


en Moscú, nuestros hermanos siguen reuniéndose públicamente y
predicando tanto como pueden. En 2007, los hermanos de Moscú
tuvieron el placer de celebrar la Conmemoración y las asambleas
de distrito sin intromisión alguna, tal como sucede en la mayor
parte de Rusia.
Aunque la oposición continúa, nuestros hermanos siguen
defendiendo sus derechos con valor. Por ejemplo, se presentó una
nueva demanda ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos
por un incidente ocurrido el 12 de abril de 2006. En esa fecha, el
Departamento de Policía de Liublino irrumpió en un lugar de
Moscú donde se celebraba la Conmemoración y le puso fin. Los
policías detuvieron a catorce hermanos y amenazaron a su
abogado con una navaja. Aunque el tribunal local dictó un fallo
que en parte daba la razón a nuestros hermanos, más tarde la
decisión fue revocada, y en la apelación se perdió el caso. Por otro
lado, en julio de 2007 también se presentó una queja contra varios
funcionarios del gobierno que por mucho tiempo han estado
investigando sin ninguna justificación nuestras actividades en San
Petersburgo.

[Ilustraciones y tabla de las páginas 228 a 230]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

DATOS HISTÓRICOS: Rusia

1890

1891 Se exilia a Semyon Kozlitsky a la zona oriental del Imperio


ruso por predicar con valor.

1904 La sucursal de Alemania recibe cartas de Rusia en las que se


agradecían las publicaciones bíblicas.

1910

1913 El gobierno ruso concede permiso a los Estudiantes de la


Biblia para abrir una oficina en Finlandia, país que para entonces
pertenecía al Imperio ruso.

1923 La Sociedad Watch Tower empieza a recibir cartas en las


que se solicita el envío de publicaciones bíblicas a Rusia.

1928 George Young solicita en Moscú la legalización de las


actividades de los Estudiantes de la Biblia en Rusia. Las
autoridades se niegan a renovar su visado.

1929 Se firma un contrato con una emisora de radio en Tallin


(Estonia) y se escuchan discursos bíblicos en Leningrado y otras
ciudades.

1930
1939 a 1940 La URSS se anexiona el área occidental de Ucrania,
Moldavia y las repúblicas bálticas, y así miles de testigos de
Jehová entran a formar parte del país.

1944 Se envía a cientos de Testigos a prisiones y campos de


trabajo por toda Rusia.

1949 Testigos de Jehová de Moldavia son exiliados a Siberia y el


Extremo Oriente ruso.

1950

1951 Más de 8.500 Testigos de Bielorrusia, Letonia, Lituania,


Estonia y el área occidental de Ucrania son enviados a Siberia.

1956 y 1957 Los asistentes a 199 asambleas de distrito de todo el


mundo piden al gobierno soviético que conceda la libertad
religiosa.

Finales de los años cincuenta Se aísla por completo a más de 600


Testigos en un campo de trabajo especial en Mordvinia.

1965 El gobierno soviético emite una orden especial para liberar a


los Testigos exiliados en Siberia; ellos se establecen por todo el
país.

1970

1989 y 1990 Varios miembros del Cuerpo Gobernante visitan por


primera vez a los hermanos de Rusia. Testigos de la URSS viajan
a las asambleas especiales de Polonia.

1990

1991 El 27 de marzo, los testigos de Jehová reciben


reconocimiento legal en Rusia.

1992 y 1993 Se celebran asambleas internacionales en San


Petersburgo y Moscú.

1997 Se dedica la sucursal de Rusia en Solnechnoye, cerca de San


Petersburgo.

1999 Dedicación del primer Salón de Asambleas de Rusia, en San


Petersburgo.

2000
2003 Finaliza la ampliación de la sucursal.

2007 Hay más de 2.100 congregaciones y grupos aislados de


publicadores en Rusia.

[Ilustración]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Publicadores

Precursores

Publicadores

Precursores

Publicadores en los 15 países de la antigua URSS

360.000

300.000
240.000

180.000

120.000

60.000

40.000

20.000

1890 1910 1930 1950 1970 1990 1990 2000

[Mapa de la página 218]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Otras sucursales han ayudado para que las publicaciones lleguen a


todo el país

ALEMANIA FINLANDIA
↓↓

Solnechnoye

↓↓↓↓

BIELORRUSIA KAZAJISTÁN MOSCÚ RUSIA

JAPÓN

Vladivostok

KAMCHATKA

[Mapas de las páginas 116 y 117]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

CÍRCULO POLAR ÁRTICO


OCÉANO ÁRTICO

Polo Norte

Mar de Barents

Mar de Kara

Mar de Laptev

Mar de Siberia Oriental

Mar de Chukchi

Estrecho de Bering

SUECIA

NORUEGA

DINAMARCA
COPENHAGUE

ALEMANIA

POLONIA

Lodz

VARSOVIA

Mar Báltico

FINLANDIA

ESTONIA

LETONIA

LITUANIA

BIELORRUSIA

Brest
UCRANIA

Lvov

MOLDAVIA

Mar Caspio

KAZAJISTÁN

ASTANÁ

Kenguir

UZBEKISTÁN

TASKENT

Angren

CHINA
MONGOLIA

ULÁN BATOR

CHINA

Mar del Japón

JAPÓN

TOKIO

Hokkaido

Mar de Ojotsk

Mar de Bering

RUSIA

Petrozavodsk

San Petersburgo
Solnechnoye

Kaliningrado

Nóvgorod

Vyshniy Volochek

MOSCÚ

Tula

Orel

Kursk

Voronez

Udarnyy

Vladimir
Ivanovo

Nizni Nóvgorod

Siktivkar

Ujta

Pechora

Inta

Nueva Zembla

Vorkutá

MONTES URALES

SIBERIA

Ekaterimburgo

Náberezhnie Chelni
Izevsk

Saratov

Volzskij

Stavropol

Piatigorsk

Monte Elbrus

Nalchik

Nartkala

Beslan

Vladikavkaz

CORDILLERA DEL CÁUCASO


Astracán

Río Volga

Tomsk

Novosibirsk

Kemerovo

Krasnoyarsk

Novokuznetsk

Ust-Kan

Aktash

Biriusinsk

Oktiabrskii

Bratsk
Vikhorevka

Tulun

Khazan central

Zima

Zalari

Usolje Sibirskoje

Kitoy

Angarsk

Irkutsk

Lago Baikal

Kirensk
Jabárovsk

Vladivostok

Korsakov

Yuzhno-Sajalinsk

Sajalín

Yakutsk

Oymyakon

Ust-Nera

Kamchatka

Península de Chukchi

Río Kolyma

Khayyr
Norilsk

[Mapa de la página 167]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Mar Caspio

Mar Báltico

Mar de Barents

Mar de Kara

OCÉANO GLACIAL ÁRTICO

Polo Norte

Mar de Laptev

Mar de Siberia Oriental


Mar de Chukchi

Estrecho de Bering

Mar de Ojotsk

Mar del Japón

KAZAJISTÁN

CHINA

MONGOLIA

MURMANSK

PSKOV

TVER

MOSCÚ

BIELGOROD
VORONEZ

ROSTOV

KABARDINO-BALKARIA

ALANIA

IVANOVO

NIZNI NÓVGOROD

MORDVINIA

ULIÁNOVSK

VOLGOGRADO

TARTARISTÁN

PERM
KOMI

MONTES URALES

SIBERIA

SVERDLOVSK

CHELIABINSK

KURGAN

TIUMEN

OMSK

TOMSK

NOVOSIBIRSK

ALTÁI

REP. DE ALTÁI
KEMEROVO

JAKASIA

KRASNOYARSK

TUVÁ

IRKUTSK

BURIATIA

CHITA

SAJÁ

AMUR

JABÁROVSK

PRIMORJE
SAJALÍN

KAMCHATKA

[Ilustración de la página 66]

Amanecer en la península de Chukchi

[Ilustraciones de la página 68]

Este letrero, en kazajo y ruso, señala hacia Bukhtarma, pueblo


siberiano al que deportaron a Semyon Kozlitsky

[Ilustraciones de la página 71]

Los hermanos Herkendell pasaron su luna de miel ayudando a


personas de habla alemana en Rusia

[Ilustraciones de la página 74]

Poder de representación que se le dio a Kaarlo Harteva (derecha),


y al que el cónsul de la Rusia imperial en Nueva York puso un
sello oficial
[Ilustración de la página 80]

En esta asamblea en ruso, celebrada en mayo de 1925 en Carnegie


(Pensilvania, EE.UU.), hubo una asistencia de 250 personas y se
bautizaron 29

[Ilustración de la página 81]

Esta revista declaró: “El oblast de Voronez está plagado de sectas”

[Ilustración de la página 82]

George Young

[Ilustraciones de la página 84]

Aleksandr Forstman tradujo al ruso tratados, folletos y libros


durante casi diez años

[Ilustración de la página 90]

Pyotr Krivokulsky y su esposa, Regina (1997)


[Ilustraciones de la página 95]

Olga Sevryugina llegó a ser sierva de Jehová gracias a las cartas


que Pyotr lanzaba atadas a una piedra

[Ilustración de la página 100]

Ivan Krylov

[Ilustraciones de la página 101]

Los Testigos desterrados construyeron sus propias casas en


Siberia

[Ilustración de la página 102]

Magdalina Beloshitskaya y su familia fueron deportados a Siberia

[Ilustración de la página 110]

Viktor Gutshmidt
[Ilustración de la página 115]

Alla, en 1964

[Ilustración de la página 118]

Semyon Kostylyev, en la actualidad

[Ilustración de la página 120]

La educación bíblica que recibió Vladislav Apanyuk le sirvió para


vencer pruebas de fe

[Ilustraciones de la página 121]

La policía encontró el folleto Después del Armagedón—el nuevo


mundo de Dios en la casa de Nadezhda Vishnyak

[Ilustración de la página 126]

Boris Kryltsov

[Ilustración de la página 129]


Viktor Gutshmidt con su hermana (de pie, atrás), sus hijas y
Polina, su esposa, un mes antes de ser arrestado (1957)

[Ilustración de la página 134]

Ivan Pashkovsky

[Ilustración de la página 136]

En 1959 apareció en la revista Krokodil una fotografía de estas


publicaciones descubiertas en un pajar

[Ilustración de la página 139]

Bajo esta casa estaba una de las imprentas descubiertas por la


KGB en 1959

[Ilustración de la página 142]

Aleksey Gaburyak ayudó a reunir a los que habían sido


dispersados
[Ilustraciones de la página 150]

Equipo de impresión casero

Rotativa

Prensa para el papel

Guillotina

Grapadora

[Ilustración de la página 151]

Stepan Levitsky, que trabajaba de tranviario, abordó


valerosamente a un experto en impresión

[Ilustración de la página 153]

Grigory Gatilov predicaba en su celda

[Ilustraciones de la página 157]


Las flores de tallo alto proporcionaban a las Testigos un buen
escondite para estudiar la Biblia y analizarla con otras

[Ilustración de la página 161]

Tamaño real de una revista La Atalaya hecha a modo de librito en


miniatura

[Ilustración de la página 164]

“Orden Judicial del Presidium del Soviet Supremo de la URSS”

[Ilustración de la página 170]

Los hermanos escondían “tesoros” en maletas de doble fondo o


bajo las plantillas de sus botas

[Ilustración de la página 173]

Ivan Klimko

[Ilustración de la página 175]


En una caja de fósforos se podían meter cinco o seis Atalayas
escritas a mano con letra “de seda de araña”

[Ilustración de las páginas 184 y 185]

Hubo un campo de Mordvinia en el que ninguno de los hermanos


se perdió ni una sola Conmemoración en todo el tiempo que
estuvieron allí

[Ilustración de la página 194]

Nikolai Gutsulyak le predicó informalmente a la esposa del


comandante de un campo

[Ilustraciones de la página 199]

Asambleas internacionales

En 1989 asistieron hermanos de Rusia a las tres asambleas


internacionales de Polonia

Varsovia
Chorzów

Poznań

[Ilustración de la página 202]

Tras concederse el reconocimiento oficial, de izquierda a derecha:


Theodore Jaracz, Michael Dasevich, Dmitry Livy, Milton
Henschel, un funcionario del Ministerio de Justicia, Anany
Grogul, Aleksey Verzhbitsky y Willi Pohl

[Ilustraciones de la página 205]

Milton Henschel presentando un discurso en la Asamblea


Internacional “Portadores de Luz” en el Estadio Kirov de San
Petersburgo (1992)

[Ilustración de la página 206]

Propiedad adquirida en Solnechnoye (Rusia)

[Ilustración de la página 207]


Aulis y Eva Lisa Bergdahl fueron parte del primer grupo de
voluntarios que llegaron a Solnechnoye

[Ilustración de la página 208]

Hannu y Eija Tanninen fueron asignados a San Petersburgo

[Ilustración de la página 210]

En compañía de su esposa, Lyudmila, Roman Skiba recorrió


grandes distancias como superintendente de distrito

[Ilustración de la página 220]

En los muelles de Vladivostok, con un envío de publicaciones

[Ilustración de la página 224]

Arno y Sonja Tüngler han disfrutado de muchos privilegios de


servicio en su asignación en Rusia

[Ilustración de las páginas 226 y 227]


Reunión de congregación celebrada en 1989 en un bosque
cercano a San Petersburgo

[Ilustración de la página 238]

La sucursal de Rusia supervisa la traducción de publicaciones a


más de cuarenta idiomas

[Ilustración de la página 243]

La primera Escuela del Servicio de Precursor en San Petersburgo


(junio de 1996)

[Ilustraciones de la página 246]

La predicación en Rusia

En los campos del oblast de Perm y en Nartkala

En las calles de San Petersburgo

De casa en casa en Yakutsk


En el mercado de Saratov

[Ilustraciones de las páginas 252 y 253]

Sucursal de Rusia

Vista aérea de los edificios residenciales y sus alrededores

[Ilustración de la página 254]

La asistencia a la asamblea de distrito de Moscú en 2006 fue de


23.537 personas

[Ilustración de la página 254]

Estadio Luzhniki

español Configuración
Copyright © 2019 Watch Tower Bible and Tract Society of
Pennsylvania Condiciones de uso Política de privacidad
JW.ORG Iniciar sesión

Potrebbero piacerti anche